Presciencia
significa conocimiento de lo que ha de suceder o existir. En la Biblia, esta
palabra tiene que ver principalmente, aunque no de manera exclusiva, con Jehová
Dios, el Creador, y con sus propósitos. Predeterminación es la acción de
determinar o decidir algo por anticipado.
Las
palabras que por lo general se traducen por “presciencia” y “predeterminación”
se encuentran en las Escrituras Griegas Cristianas, aunque estos mismos conceptos
se hallan reflejados también en las Escrituras Hebreas.
El término
“presciencia” traduce la palabra griega pró·gno·sis (de pro,
“antes” y gno·sis, “conocimiento”). (Hch 2:23; 1Pe 1:2.) La forma verbal
correspondiente, pro·gui·no·sko, se emplea en dos ocasiones con
referencia a los seres humanos: en el comentario de Pablo respecto a ciertos
judíos que lo habían “conocido de antes” y en la referencia que hace Pedro al
“conocimiento de antemano” que tenían aquellos a quienes dirigió su segunda
carta. (Hch 26:4, 5; 2Pe 3:17.) En este último caso es obvio que tal
presciencia no era infinita, es decir, no significaba que aquellos cristianos
conocían todos los detalles sobre el tiempo, el lugar y las
circunstancias relacionados con las condiciones y los sucesos futuros que Pedro
había considerado. Pero sí tenían una idea general de lo que podían
esperar, una idea que habían recibido gracias a que Dios inspiró a Pedro y a
los otros escritores de la Biblia.
“Predeterminar” traduce la palabra
griega pro·o·rí·zo (de pro, “antes” y ho·rí·zo,
“delimitar, demarcar”). (La palabra española “horizonte” se deriva de la griega
ho·rí·zon, que significa “delimitador, demarcador”.) Como ilustración
del sentido que tiene el verbo griego ho·rí·zo, véase la declaración que
hizo Jesús con respecto a sí mismo: “El Hijo del hombre se va conforme a lo que
está designado [ho·ri·smé·non]”; o las palabras de Pablo cuando dijo que
Dios “decretó [delimitó, ho·rí·sas] los tiempos señalados y los límites
fijos de la morada de los hombres”. (Lu 22:22; Hch 17:26.) Este mismo verbo
también se usa para hacer referencia a la determinación de los hombres, como,
por ejemplo, cuando los discípulos “resolvieron [hó·ri·san]” enviar una
ministración de socorro a sus hermanos necesitados. (Hch 11:29.) No obstante,
las referencias específicas a la acción de predeterminar que aparecen en las
Escrituras Griegas Cristianas solo se aplican a Dios.
Factores
que se han de tener presente.
Para entender la presciencia y la
predeterminación de Dios, es preciso tener presente ciertos factores.
Primero: en la
Biblia se dice claramente que Dios puede preconocer y predeterminar. Jehová
mismo presenta como prueba de su Divinidad esta capacidad de preconocer y
predeterminar acontecimientos de salvación y liberación, así como actos de
juicio y castigo, y luego hacer que se realicen. Su pueblo escogido es testigo
de ello. (Isa 44:6-9; 48:3-8.) La presciencia y la predeterminación divinas
constituyen la base de toda profecía verdadera. (Isa 42:9; Jer 50:45; Am 3:7,
8.) Jehová desafía a todas las naciones que se oponen a su pueblo a que
demuestren la pretendida divinidad de aquellos a quienes consideran dioses y de
sus ídolos, pidiendo que sus deidades profeticen actos de salvación y juicio
similares y que luego hagan que se cumplan. Su impotencia ante este desafío
demuestra que sus ídolos solo “son viento e irrealidad”. (Isa 41:1-10, 21-29;
43:9-15; 45:20, 21.)
Un segundo
factor que debe tenerse en cuenta es el libre albedrío de las criaturas
inteligentes de Dios. Las Escrituras muestran que Dios extiende a tales
criaturas el privilegio y la responsabilidad de elegir lo que quieren hacer, de
ejercer libre albedrío (Dt 30:19, 20; Jos 24:15), haciéndolas así responsables
de sus actos. (Gé 2:16, 17; 3:11-19; Ro 14:10-12; Heb 4:13.) Por lo tanto, no
son meros autómatas o robots. No se podría afirmar que el hombre fue creado a
la “imagen de Dios” si no tuviera libre albedrío. (Gé 1:26, 27) Lógicamente, no
debería haber ningún conflicto entre la presciencia de Dios, así como su
predeterminación, y el libre albedrío de sus criaturas inteligentes.
Un tercer factor
que debe tomarse en cuenta, pero que a veces se pasa por alto, es el de las
normas y cualidades morales de Dios reveladas en la Biblia, como su justicia,
honradez, imparcialidad, amor, misericordia y bondad. Por lo tanto, la manera
de entender cómo Dios usa sus facultades de presciencia y predeterminación
tiene que armonizar, no solo con algunos de estos factores, sino con todos
ellos. Es evidente que cualquier cosa que Dios preconozca tiene que suceder
inevitablemente, por lo que Dios puede llamar a las “cosas que no son como si
fueran”. (Ro 4:17.)
¿Sabe
Dios de antemano todo lo que la gente hará?
La cuestión que
ahora se plantea es: ¿Es infinito o ilimitado su ejercicio de la presciencia?
¿Prevé y preconoce todas las acciones futuras de todas sus criaturas, tanto
celestiales como humanas? Y, ¿predetermina Dios tales acciones o hasta
preordina cuál será el destino final de todas sus criaturas, aun antes de que
hayan llegado a existir?
O, ¿ejerce
quizás Dios su presciencia de manera selectiva o a voluntad, de modo que solo
prevea o preconozca lo que opte por prever o preconocer? Y, en lugar de
determinar el destino eterno de sus criaturas antes que lleguen a existir,
¿espera hasta poder juzgar su proceder en la vida y la actitud que demuestren
al estar bajo prueba? Las respuestas a estas preguntas solo pueden hallarse en
las Escrituras y en la información que en ellas se da sobre los tratos de Dios
con sus criaturas, así como en aquellas cosas que Su Hijo Jesucristo reveló.
(1Co 2:16.)
La
doctrina del predestinacionismo.
La doctrina de
que Dios ejerce su presciencia hasta un grado infinito y predetermina o
preordina el proceder y el destino de todos los individuos es conocida con el
nombre de predestinacionismo. Sus defensores razonan que la Divinidad y la
perfección de Dios requieren que sea Omnisciente (que todo lo sabe), no solo
tocante al pasado y al presente, sino también tocante al futuro. Según este
concepto, el que Dios no preconociera todos los asuntos hasta en los mínimos
detalles sería muestra de imperfección. Casos como el de Esaú y Jacob, los
hijos gemelos de Isaac, se presentan como prueba de que Dios predetermina el
futuro de sus criaturas antes de que nazcan (Ro 9:10-13); también se citan
textos como Efesios 1:4, 5 en prueba de que Dios preconoció y predeterminó el
futuro de todas sus criaturas aun antes del principio de la creación.
Para que este
punto de vista fuera acertado, tendría que armonizar con todos los factores
expuestos hasta ahora, lo que incluiría la explicación bíblica de las
cualidades, normas y propósitos divinos, así como la relación justa de Dios con
sus criaturas. (Rev 15:3, 4.) Sería conveniente, por lo tanto, analizar las
implicaciones de la doctrina del predestinacionismo.
Aceptar este
concepto implicaría suponer que, gracias a su presciencia, Dios preconoció y
predeterminó antes de la creación de los ángeles y del hombre el comportamiento
de dicha creación, incluso la rebelión de uno de sus hijos celestiales, la
posterior rebelión de la primera pareja humana (Gé 3:1-6; Jn 8:44) y todas las
penosas consecuencias de esa rebelión, tanto hasta el día de hoy como para un
futuro. Esto significaría forzosamente que toda la maldad que se ha producido
durante la historia (crimen e inmoralidad, opresión y sufrimiento, mentira e
hipocresía, adoración falsa e idolatría) existía en un tiempo, antes de la
creación, en la mente de Dios, debido a su preconocimiento del futuro hasta los
más mínimos detalles.
El que el
Creador de la humanidad verdaderamente hubiera ejercido su poder para
preconocer todo lo que la historia ha visto desde la creación del hombre
querría decir que cuando Él declaró: “Hagamos al hombre” (Gé 1:26), en realidad
habría estado poniendo en marcha deliberadamente toda la iniquidad practicada
desde aquel tiempo. Estos hechos ponen en tela de juicio lo razonable y
consecuente del concepto predestinación, en particular en vista de que el
discípulo Santiago muestra que el desorden y otras cosas viles no se originan
de los cielos, sino que son de fuente “terrenal, animal, demoníaca”. (Snt
3:14-18.)
¿Ejerce
Dios la presciencia hasta un grado infinito?
Razonar que el que Dios no preconociera todos
los sucesos y circunstancias futuras en pleno detalle revelaría imperfección en
realidad denota un concepto arbitrario de lo que es perfección. La perfección
propiamente definida no presupone términos tan absolutos e inclusivos, puesto
que, en realidad, el que algo sea perfecto radica en que esté a la altura de
las normas de excelencia impuestas por alguien capacitado para juzgarlas. En el
fondo, los factores decisivos que han de determinar si algo es perfecto o no
son la propia voluntad y el beneplácito de Dios, no las opiniones o conceptos
humanos. (Dt 32:4; 2Sa 22:31; Isa 46:10.)
Examínese el
siguiente ejemplo: La omnipotencia de Dios es innegablemente perfecta e
infinita. (1Cr 29:11, 12; Job 36:22; 37:23.) No obstante, la perfección de su
poder no requiere que haga uso de la plenitud de su omnipotencia en cualquier
caso dado o en todos ellos. Es obvio que no lo ha hecho, pues, de haber sido
así, no solo hubiese destruido algunas ciudades y naciones antiguas, sino que
hace mucho que hasta la propia Tierra y todo cuanto hay en ella habrían sido
destruidos por la expresión de sus juicios y poderosas manifestaciones de
desaprobación, como ocurrió en el Diluvio y en otras ocasiones parecidas. (Gé
6:5-8; 19:23-25, 29; compárese con Éx 9:13-16; Jer 30:23, 24.) Por lo tanto, el
ejercicio que Dios hace de su fuerza no es una liberación de poder ilimitado,
sino que está controlada por su propósito, y cuando se merece, atemperado por
su misericordia. (Ne 9:31; Sl 78:38, 39; Jer 30:11; Lam 3:22; Eze 20:17.)
De manera
similar, si en determinados asuntos Dios opta por hacer uso de su facultad
infinita de presciencia de manera selectiva y solo hasta cierto grado, nadie,
ni humano ni ángel, tiene derecho a decirle: “¿Qué estás haciendo?”. (Job 9:12;
Isa 45:9; Da 4:35.) Por lo tanto, no es una cuestión de capacidad, es decir, de
lo que Dios puede prever, preconocer o predeterminar, porque “para Dios
todas las cosas son posibles” (Mt 19:26), sino de lo que Dios considere
conveniente preconocer y predeterminar, porque “todo lo que se deleitó en
hacer lo ha hecho”. (Sl 115:3.)
Presciencia
selectiva.
La opción al predestinacionismo, el ejercicio
selectivo de la presciencia de Dios, tendría que estar de acuerdo con sus
propias normas de justicia y ser consecuente con lo que Él revela de sí mismo
en su Palabra. Contrario al predestinacionismo, varios textos de la Biblia
muestran que Dios analiza una situación que se estaba produciendo y luego
decide sobre la base de su examen de los hechos.
Por ejemplo,
Génesis 11:5-8 indica que Dios dirigió su atención a la Tierra con el fin de
examinar lo que ocurría en Babel y a continuación tomó medidas para desbaratar
la conspiración inicua que había comenzado allí. Cuando en Sodoma y Gomorra se
vieron sumidos en un ambiente de iniquidad, Jehová le informó a Abrahán que iba
a investigar (por medio de sus ángeles) ‘para ver si obraban del todo conforme
al clamor que acerca de ello había llegado a él, y, si no, podría llegar a
saberlo’. (Gé 18:20-22; 19:1.) Dios dijo que ‘había llegado a conocer a
Abrahán’, y después que este estuvo a punto de sacrificar a Isaac, Jehová
declaró: “Ahora sé de veras que eres temeroso de Dios, puesto que no has
retenido de mí a tu hijo, tu único”. (Gé 18:19; 22:11, 12; compárese con Ne
9:7, 8; Gál 4:9.)
Presciencia
selectiva significa que Dios podía optar por no preconocer
indistintamente todos los actos futuros de sus criaturas. Esto querría decir
que en lugar de que toda la historia desde la creación en adelante fuese una
simple repetición de lo que Dios ya había previsto y predeterminado, Él podría,
con toda sinceridad, colocar ante la primera pareja humana la perspectiva de
vida eterna en una Tierra libre de iniquidad. Las instrucciones que Jehová dio
a sus dos primeros hijos humanos para que, como sus agentes perfectos y libres
de pecado, llenaran la Tierra con su prole, la transformaran en un paraíso y
ejercieran control sobre la creación animal, constituían la concesión de un
privilegio verdaderamente amoroso y lo que en realidad deseaba para ellos, más
bien que ser una comisión condenada al fracaso de antemano. Si Dios hubiera
preconocido que la primera pareja humana iba a pecar y que jamás podría comer
del “árbol de la vida”, la prueba del “árbol del conocimiento de lo bueno y lo
malo” y el que hubiese creado un “árbol de la vida” en el jardín de Edén
hubieran carecido de sentido y de propósito. (Gé 1:28; 2:7-9, 15-17; 3:22-24.)
Ofrecer algo muy
deseable a otra persona sabiendo de antemano que no podrá cumplir las
condiciones para obtenerlo se considera un acto hipócrita y cruel. La esperanza
de tener vida eterna se presenta en la Palabra de Dios como una meta al alcance
de toda persona. Después que Jesús instó a sus oyentes a ‘seguir buscando con
el fin de hallar’ aquellas cosas buenas que proceden de Dios, dijo que un padre
no daría una piedra o una serpiente a un hijo que le pidiese pan o pescado.
Luego, con el fin de dar a conocer el punto de vista de su Padre respecto a
defraudar las legítimas aspiraciones de una persona, añadió: “Por lo tanto, si
ustedes, aunque son inicuos, saben dar buenos regalos a sus hijos, ¡con cuánta
más razón dará su Padre que está en los cielos cosas buenas a los que le
piden!”. (Mt 7:7-11.)
Así que las
invitaciones y oportunidades que Dios coloca delante de todas las personas para
que reciban beneficios y bendiciones eternas son de buena fe. (Mt 21:22; Snt
1:5, 6.) Él puede instar a los hombres con toda sinceridad a que ‘se vuelvan de
sus transgresiones y sigan viviendo’, como hizo con el pueblo de Israel. (Eze 18:23,
30-32;Jer 29:11, 12.) Lógicamente, no podría instarlos de este modo si
preconociera que individualmente estaban destinados a morir como practicantes
de iniquidad. (Hch 17:30, 31; 1Ti 2:3, 4.) Jehová le dijo a Israel: “Ni dije yo
a la descendencia de Jacob: ‘Búsquenme sencillamente para nada’. Yo soy Jehová,
que hablo lo que es justo, que informo lo que es recto. Diríjanse a mí y sean salvos, todos ustedes
los que están en los cabos de la tierra”. (Isa 45:19-22.)
De manera
similar, el apóstol Pedro escribió: “Jehová no es lento respecto a su promesa (del
día venidero en el que se rendirán cuentas), como algunas personas consideran
la lentitud, pero es paciente para con ustedes porque no desea que ninguno sea
destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento”. (2Pe 3:9.)
Si Dios ya hubiera preconocido y predeterminado con milenios de anticipación
exactamente qué individuos recibirían la salvación eterna y cuáles destrucción
eterna, bien cabría preguntarse de qué sirve la ‘paciencia’ de Dios y hasta qué
grado es genuino su deseo de que “todos alcancen el arrepentimiento”. El apóstol
Juan escribió por inspiración que “Dios es amor”, y el apóstol Pablo indica que
el amor ‘espera todas las cosas’. (1Jn 4:8; 1Co 13:4, 7.) En consonancia con
esta sobresaliente cualidad divina, Dios muestra una actitud genuinamente
sincera y bondadosa hacia todas las personas, deseando que obtengan la
salvación, mientras no demuestren ser indignas y ya no quede esperanza para
ellas. (2Pe 3:9; Heb 6:4-12.) Por eso el apóstol Pablo habla de la “cualidad bondadosa
de Dios está tratando de conducirte al arrepentimiento”. (Ro 2:4-6.)
Finalmente, si
por la presciencia de Dios, la oportunidad de recibir los beneficios del
sacrificio de rescate de Cristo Jesús ya hubiera estado irrevocablemente
cerrada para algunos, quizás para millones de personas, incluso antes de que
nacieran, debido a que nunca pudieran ser merecedores de esos beneficios, no
podría decirse con sinceridad que el rescate se había hecho disponible para
todos los hombres. (2Co 5:14, 15; 1Ti 2:5, 6; Heb 2:9.) Es obvio que la imparcialidad
de Dios no es una simple metáfora. “En toda nación, el que le teme (a Dios) y
obra justicia le es acepto.” (Hch 10:34, 35; Dt 10:17; Ro 2:11.) La opción de
buscar a Dios, por si acaso ‘buscan a tientas y verdaderamente lo hallan,
aunque, de hecho, no está muy lejos de cada uno de nosotros’, está disponible
para todas las personas. (Hch 17:26, 27.) Por consiguiente, la exhortación
divina que se da al final del libro de Revelación: “Cualquiera que oiga, diga:
‘¡Ven!’. Y cualquiera que tenga sed, venga; cualquiera que desee, tome
gratis el agua de la vida” (Rev 22:17), no es una esperanza vacía o una promesa
hueca.
Cosas
preconocidas y predeterminadas.
En todo el registro bíblico, cuando Dios
ejerce su presciencia y predeterminación siempre es en consonancia con sus
propósitos y su voluntad. “Proponerse” algo significa aspirar a conseguir
cierta meta u objetivo poniendo los medios que lo propician.
Puesto que los propósitos de Dios se cumplirán
inevitablemente, Él puede preconocer los resultados, la realización final de
sus propósitos, y puede predeterminar tanto esos resultados como los pasos que
quizás crea conveniente dar para lograrlos. (Isa 14:24-27.) Por eso se dice que
Jehová ‘forma’ o ‘moldea’ (del hebreo ya·tsár, término relacionado con
“alfarero”; Jer 18:4) su propósito en lo que respecta a acontecimientos o
acciones futuras. (2Re 19:25; Isa 46:11; compárese con Isa 45:9-13, 18.) En su
calidad de Gran Alfarero, Dios “opera todas las cosas conforme a la manera como
su voluntad aconseja”, en armonía con su propósito (Ef 1:11), y “hace que todas
sus obras cooperen juntas” para el bien de los que lo aman. (Ro 8:28.) Por
tanto, Dios “declara desde el principio el final, y desde hace mucho las cosas
que no se han hecho”, específicamente en relación con sus propósitos
determinados. (Isa 46:9-13.)
Dios creó
perfecta a la primera pareja humana, y pudo contemplar los resultados de toda
su obra creativa y ver que todo era “muy bueno”. (Gé 1:26, 31; Dt 32:4.) En
lugar de preocuparse con un sentido de desconfianza por lo que la pareja humana
pudiera hacer en el futuro, Dios “procedió a descansar”, dice el registro. (Gé
2:2.) Pudo hacerlo porque, en virtud de su omnipotencia y sabiduría supremas,
ninguna acción, circunstancia o contingencia que surgiera podría convertirse en
un obstáculo insalvable o en un problema irremediable que impidiera la
realización de su propósito soberano. (2Cr 20:6; Isa 14:27; Da 4:35.) Por lo
tanto, no existe ninguna base bíblica para apoyar los argumentos de los que
creen en la predestinación y alegan que el que Dios se abstuviera así de
emplear sus poderes de presciencia pondría en peligro sus propósitos,
dejándolos “siempre expuestos al fracaso por falta de previsión, lo que lo
obligaría a poner continuamente en orden su sistema cuando este se desordenara
por causa de la contingencia de las acciones de los seres con libre albedrío”.
El que Dios haga uso de su presciencia de manera selectiva tampoco significa
que sus criaturas tengan el poder de “quebrantar las medidas (de Dios),
obligarlo a cambiar continuamente su modo de pensar, someterlo a vejación o
ponerlo en confusión”, como afirman los que creen en el predestinacionismo. (Cyclopædia, de M’Clintock y
Strong, 1894, vol. 8, pág. 556.)
Si ni siquiera
los siervos terrestres de Dios tienen verdadera necesidad de ‘inquietarse
acerca del día siguiente’, se desprende que su Creador, para quien las naciones
poderosas son “como una gota de un cubo”, ni tuvo ni tiene tal ansiedad. (Mt
6:34; Isa 40:15.)
Respecto
a clases de personas.
También hay
casos en los que Dios preconoció el derrotero que emprenderían ciertos grupos,
naciones o la mayoría de la humanidad, y por ello predijo el rumbo
básico que seguirían sus acciones futuras y predeterminó la acción que tomaría
con ellos. No obstante, esa presciencia o predeterminación no priva a los que
integran tales grupos de la humanidad de ejercer su libre albedrío para decidir
qué proceder particular quieren seguir, como se ve en los siguientes ejemplos:
Antes del
diluvio del día de Noé, Jehová anunció su propósito de causar una destrucción
que resultaría en la pérdida de vidas humanas y animales. No obstante, el
relato bíblico muestra que Dios tomó esa determinación después que se
manifestaron las condiciones que requirieron tal acción, como la violencia y
otras maldades. Además, como Dios puede ‘conocer el corazón de los hijos de la
humanidad’, examinó la situación y descubrió que “toda inclinación de los
pensamientos del corazón [de la humanidad] era solamente mala todo el tiempo”.
(2Cr 6:30; Gé 6:5.) Sin embargo, hubo personas, a saber, Noé y su familia, que individualmente
obtuvieron el favor de Dios y escaparon de la destrucción. (Gé 6:7, 8; 7:1.)
Algo similar
sucedió en el caso de la nación de Israel: aunque Dios dio a los israelitas la
oportunidad de llegar a ser un “reino de sacerdotes y una nación santa” si
guardaban su pacto, no obstante, unos cuarenta años después, cuando la nación
estaba a punto de entrar en la Tierra Prometida, predijo que quebrantarían su
pacto y que Él los abandonaría como nación. En este caso, la presciencia de
Dios no carecía de base previa, puesto que ellos ya habían manifestado
insubordinación y rebelión a escala nacional. Por consiguiente, Dios dijo:
“Porque bien conozco su inclinación que van desarrollando hoy antes de que yo
los introduzca en la tierra acerca de la cual he jurado”. (Éx 19:6; Dt
31:16-18, 21; Sl 81:10-13.) Dios podía preconocer que la inclinación que
manifestaban resultaría en que aumentara su iniquidad, pero eso no hacía que
Él, en virtud de su presciencia, fuera responsable de ello, tal como el que
alguien sepa de antemano que una determinada estructura que se ha edificado con
materiales de poca calidad y de manera deficiente se deteriorará no lo hace
responsable de ello. La regla divina que rige es: ‘Se siega lo que se siembra’.
(Gál 6:7-9; Os 10:12, 13.) Ciertos profetas proclamaron advertencias proféticas
de las expresiones de juicio que Dios había predeterminado, pero todas se
basaban en una condición o actitud de corazón ya existente. (Sl 7:8, 9; Pr
11:19; Jer 11:20.) Sin embargo, aun en estos casos, había oportunidad para que
algunos respondieran individualmente al consejo, la censura y las advertencias
de Dios, y así se hicieran dignos de su favor; de hecho, hubo quienes lo
hicieron. (Jer 21:8, 9; Eze 33:1-20.)
El Hijo de Dios,
que también podía leer los corazones humanos (Mt 9:4; Mr 2:8; Jn 2:24, 25), fue
dotado por su Padre con poderes de presciencia, de modo que pudo predecir
condiciones, sucesos y expresiones de juicio divino que acontecerían en el
futuro. Jesús predijo que los escribas y fariseos como clase recibirían el
juicio del Gehena (Mt 23:15, 33), pero con ello no quiso decir que cada fariseo
o escriba estuviera condenado de antemano a la destrucción, como lo muestra el
caso del apóstol Pablo. (Hch 26:4, 5.) Jesús predijo ¡ayes! para Jerusalén y
otras ciudades que no querían arrepentirse, pero no indicó que su Padre hubiera
predeterminado que cada persona de esas ciudades sufriría ese castigo. (Mt
11:20-23; Lu 19:41-44; 21:20, 21.) También preconocía en qué resultaría la
inclinación y actitud de corazón de la humanidad, y predijo las condiciones que
existirían entre la humanidad para el tiempo de la “conclusión del sistema de
cosas”, y también cómo se irían realizando los propósitos de Dios. (Mt 24:3,
7-14, 21, 22.) Los apóstoles de Jesús también pronunciaron profecías que
manifestaban la presciencia de Dios con respecto a ciertas clases, como el
“anticristo” (1Jn 2:18, 19; 2Jn 7), y también el fin que tales clases tienen
predeterminado. (2Te 2:3-12; 2Pe 2:1-3; Jud 4.)
Respecto
a determinadas personas.
Además de
emplear su presciencia con respecto a clases de personas, también lo ha hecho
en relación con determinadas personas. Entre estos están: Esaú y Jacob
(mencionados antes), el Faraón del éxodo, Sansón, Salomón, Josías, Jeremías,
Ciro, Juan el Bautista, Judas Iscariote y el propio Hijo de Dios, Jesús.
En los casos de
Sansón, Jeremías y Juan el Bautista, Jehová hizo caso de su presciencia antes
de que nacieran. Sin embargo, Dios no especificó cuál iba a ser su destino
final, pero sí predeterminó que Sansón viviría conforme al voto de los nazareos
e iniciaría la liberación de Israel de los filisteos, que Jeremías sería
profeta y que Juan el Bautista haría una obra preparatoria como precursor del
Mesías. (Jue 13:3-5; Jer 1:5; Lu 1:13-17.) Aunque se les favoreció mucho con
dichos privilegios, este hecho no garantizaba que obtendrían salvación eterna,
ni siquiera que permanecerían fieles hasta la muerte (aunque los tres lo
hicieron). Jehová predijo que uno de los muchos hijos de David sería llamado
Salomón y predeterminó que ese sería quien edificaría el templo. (2Sa 7:12, 13;
1Re 6:12; 1Cr 22:6-19.) No obstante, aunque se le favoreció de esta manera y
hasta tuvo el privilegio de escribir ciertos libros de las Santas Escrituras,
Salomón cayó en la apostasía en los últimos años de su vida. (1Re 11:4, 9-11.)
En el caso de
Esaú y Jacob, la presciencia de Dios tampoco fijó sus destinos eternos; lo que
hizo fue determinar o predeterminar cuál de los grupos nacionales que
descenderían de ellos conseguiría una posición dominante sobre el otro. (Gé
25:23-26.) Al prever que dominaría Jacob, también se mostró que él sería quien
obtendría el derecho de primogénito, lo que conllevaba el privilegio de
pertenecer al linaje por medio del cual vendría la “descendencia” abrahámica.
(Gé 27:29; 28:13, 14.) De este modo, Jehová Dios dejó claro que cuando
selecciona individuos para usarlos de determinada manera, no se rige por las
costumbres o procedimientos usuales que se conforman a las expectativas
humanas. Tampoco se ve obligado a otorgar ciertos privilegios únicamente sobre
la base de obras, de modo que alguien pudiera llegar a creer que se ha ‘ganado
el derecho’ a tales privilegios y que ‘se le deben’. El apóstol Pablo destacó
este punto cuando mostró por qué Dios, por su bondad inmerecida, pudo conceder
a las naciones gentiles privilegios que en otro tiempo parecía que estaban
reservados a Israel. (Ro 9:1-6, 10-13, 30-32.)
La cita que
Pablo hace de que Jehová ‘amó a Jacob (Israel) y odió a Esaú (Edom)’
corresponde a Malaquías 1:2, 3, escrito mucho después del tiempo de Jacob y
Esaú. De modo que la Biblia no dice necesariamente que Jehová tuviera esa
opinión de los gemelos antes de su nacimiento, aunque es un hecho probado
científicamente que gran parte de la manera de ser y del temperamento de un
niño se determinan al tiempo de la concepción como consecuencia de los factores
genéticos aportados por cada uno de los padres, y es obvio que Dios puede ver
esos factores. David dijo que Jehová vio ‘hasta su embrión’. (Sl 139:14-16; Ec
11:5.) No es posible decir hasta qué grado afectó eso a la predeterminación de
Jehová concerniente a los dos muchachos, pero, de todos modos, el que escogiera
a Jacob en lugar de a Esaú no significó en sí mismo que condenaba a la
destrucción a Esaú o a sus descendientes, los edomitas. Hasta algunos cananeos,
cuyos pueblos habían sido maldecidos, tuvieron el privilegio de asociarse con
el pueblo que estaba en relación de pacto con Dios y recibieron bendiciones.
(Gé 9:25-27; Jos 9:27) El “cambio de parecer” que Esaú buscó encarecidamente
con lágrimas solo fue un intento infructuoso de alterar la decisión de su padre
Isaac de que la bendición especial correspondiente al primogénito aplicara por
entero a Jacob. Por lo tanto, esto indicó que Esaú no sentía ningún arrepentimiento
ante Dios por su actitud materialista. (Gé 27:32-34; Heb 12:16, 17.)
La profecía de
Jehová concerniente a Josías requería que algún descendiente de David se
llamara así, y además predijo que ese rey tomaría acción contra la adoración
falsa que se practicaba en la ciudad de Betel. (1Re 13:1, 2.) Más de tres
siglos después, un rey con ese nombre cumplió esta profecía. (2Re 22:1; 23:15,
16.) Sin embargo, no prestó atención a “las palabras de Nekó procedentes de la
boca de Dios”, lo que resultó en su muerte. (2Cr 35:20-24.) Por lo tanto,
aunque Dios lo preconoció y predeterminó para hacer un trabajo específico,
Josías era una persona con libre albedrío que podía escoger entre obedecer o no
hacerlo.
De manera
similar, Jehová predijo con casi dos siglos de anterioridad que se valdría de
un conquistador llamado Ciro para liberar a los judíos de Babilonia. (Isa
44:26-28; 45:1-6.) No obstante, la Biblia no dice que el gobernante persa que
se llamó así en cumplimiento de la profecía divina se hiciese adorador verdadero
de Jehová; de hecho, la historia seglar muestra que continuó adorando a dioses
falsos.
Estos casos de
presciencia antes del nacimiento de la persona no están en pugna con las
cualidades reveladas de Dios y las normas que Él ha declarado. Tampoco hay nada
que indique que Dios haya obligado a aquellas personas a obrar contra su
voluntad. En los casos del Faraón, de Judas Iscariote y del propio Hijo de
Dios, no hay prueba alguna de que Jehová haya empleado su presciencia antes de
que llegaran a existir. En cada uno de estos casos quedan reflejados algunos
principios relacionados con la presciencia y predeterminación divinas.
Uno de esos
principios es que Dios pone a prueba a una persona, bien al ocasionar o dar
lugar a que ocurran determinadas circunstancias o acontecimientos, o al hacer
que esa persona escuche sus mensajes inspirados, con el fin de que ejerza su
libre albedrío y tome una decisión que revele a la vista de Jehová cuál es la
inclinación de su corazón. (Pr 15:11; 1Pe 1:6, 7; Heb 4:12, 13.) De acuerdo con
la respuesta de la persona, Dios puede también amoldarla en el derrotero que
ella ha escogido de propia voluntad. (1Cr 28:9; Sl 33:13-15; 139:1-4, 23, 24.)
Así que “el corazón del hombre terrestre” tiene que inclinarse primero en una
determinada dirección antes de que Jehová proceda a dirigir sus pasos. (Pr
16:9; Sl 51:10.) Cuando se halla bajo prueba, el corazón puede adoptar una
actitud invariable, bien para endurecerse en un proceder de injusticia y
rebelión o para reafirmarse en su devoción inquebrantable a Jehová Dios y en su
determinación a hacer Su voluntad. (Job 2:3-10; Jer 18:11, 12; Ro 2:4-11; Heb
3:7-10, 12-15.) Una vez que la persona ha llegado a ese extremo por decisión
propia, las consecuencias de su derrotero pueden predeterminarse y predecirse
sin violentar su derecho a ejercer libre albedrío y sin que se haga injusticia.
(Job 34:10-12.)
El caso del fiel
Abrahán, que ya se ha examinado, ilustra bien estos principios. Un caso opuesto
fue el del insensible Faraón del éxodo. Jehová previó que no autorizaría la
salida de los israelitas “salvo por una mano fuerte” (Éx 3:19, 20), y
predeterminó la plaga que resultaría en la muerte de su primogénito. (Éx 4:22,
23.) A menudo se ha interpretado mal la consideración que hace el apóstol Pablo
de cómo actuó Dios con el Faraón, como si Dios endureciese el corazón de las
personas arbitrariamente, conforme a su propósito predeterminado, sin tomar en
cuenta la inclinación o actitud de corazón que esas personas hayan tenido
antes. (Ro 9:14-18.) Según muchas traducciones, Dios advirtió a Moisés que
‘endurecería el corazón (del Faraón)’. (Éx 4:21; compárese con Éx 9:12; 10:1,
27.) No obstante, algunas versiones traducen el relato bíblico de manera que
diga: “Yo dejaré que a él se le haga obstinado el corazón” (NM);
“Yo permitiré que quede endurecido (“dejaré se endurezca”; BC, nota) su
corazón” (CJ). De igual manera, el apéndice de la traducción al inglés
de Rotherham muestra que en hebreo a menudo se presentan las circunstancias
o el permiso de un suceso como si fueran la causa del mismo, y
que incluso mandatos positivos han de aceptarse ocasionalmente con tan
solo el sentido de permiso”. Por ejemplo, el texto hebreo original dice
en Éxodo 1:17 que las parteras “hacían que los niños varones vivieran”, cuando
la realidad era que, al no darles muerte, les permitían vivir. Después
de citar como apoyo a los doctos hebreos M. M. Kalisch, H. F. W. Gesenius y B.
Davies, Rotherham comenta que el sentido hebreo de los textos relacionados con
el Faraón es que “Dios permitió que Faraón endureciera su corazón —le dejó
permanecer—, le dio la oportunidad, la ocasión, de que saliera la iniquidad que
había en él. Eso es todo”. (The Emphasised Bible, apéndice, pág. 919)
Un hecho que
corrobora este punto de vista es que el propio registro bíblico indica
claramente que fue el propio Faraón quien “endureció su corazón”. (Éx 8:15, 32;
“hizo insensible su corazón”) De modo que actuó según su voluntad y siguió su
inclinación terca, lo que condujo a unos resultados que Jehová ya había
previsto y predicho con exactitud. Las repetidas oportunidades que Jehová dio a
Faraón le obligaron a tomar decisiones, y a medida que las tomaba, iba endureciendo
su actitud. (Ec 8:11, 12.) Como lo muestra el apóstol Pablo al citar Éxodo
9:16, Jehová permitió que la situación tomara este curso a lo largo de las diez
plagas para poner de manifiesto Su poder y hacer que Su nombre se conociera por
toda la Tierra. (Ro 9:17, 18.)
¿Predestinó
Dios a Judas para que traicionara a Jesús de modo que se cumpliese la profecía?
El proceder
traidor de Judas Iscariote cumplió profecía divina y demostró la presciencia de
Jehová, así como también la de su Hijo. (Sl 41:9; 55:12, 13; 109:8; Hch
1:16-20.) No obstante, no puede afirmarse que Dios predeterminó o predestinó
específicamente a Judas para que siguiera tal proceder. Las profecías habían
predicho que uno de los asociados íntimos de Jesús lo traicionaría, pero no
especificaron cuál de ellos sería. También en este caso los principios bíblicos
excluyen la posibilidad de aducir que Dios predestinó el comportamiento de
Judas. El apóstol Pablo mencionó la siguiente norma divina: “Nunca impongas las
manos apresuradamente a ningún hombre; ni seas partícipe de los pecados ajenos;
consérvate casto”. (1Ti 5:22) Jesús se interesó en seleccionar sabiamente y con
el debido rigor a sus doce apóstoles, pues antes de dar a conocer su decisión,
pasó toda una noche orando a su Padre. (Lu 6:12-16.) Si hubiera estado
predestinado que Judas fuese un traidor, la guía de Dios hubiese sido
inconsecuente y, según su propia norma, se hubiese hecho partícipe de los
pecados que Judas cometió.
Por
consiguiente, se desprende que cuando se seleccionó a Judas para ser apóstol,
su corazón aún no daba indicios de tener una actitud traicionera. Él permitió
que ‘brotara una raíz venenosa’ y lo contaminara, de modo que se desvió y que
aceptó la dirección del Diablo en lugar de la de Dios, lo que le llevó al robo
y la traición. (Heb 12:14, 15; Jn 13:2; Hch 1:24, 25; Snt 1:14, 15) Cuando su
desviación llegó a un determinado punto, Jesús mismo pudo leer el corazón de
Judas y predecir su traición. (Jn 13:10, 11.)
Es verdad que en
Juan 6:64, después de indicar que algunos discípulos habían tropezado debido a
ciertas enseñanzas de Jesús, leemos que “Jesús supo desde el principio (“desde
el primer momento” (LT); “desde un principio” (FF)] quiénes eran
los que no creían y quién era el que lo traicionaría”. Si bien la palabra
“principio” se usa en 2 Pedro 3:4 para referirse al comienzo de la creación,
también puede hacer alusión a otras ocasiones. (Lu 1:2; Jn 15:27.) Por ejemplo,
cuando el apóstol Pedro dijo que el espíritu santo se había derramado sobre los
gentiles “así como también había caído sobre nosotros en el principio”,
obviamente no se refería al comienzo de su discipulado o de su apostolado, sino
a un momento importante de su ministerio, a saber, el día del Pentecostés de 33
E.C., “el principio” del derramamiento del espíritu santo con un propósito
determinado. (Hch 11:15; 2:1-4.) En consecuencia, es de interés notar el
comentario que se hace en el Commentary on the Holy Scriptures sobre
Juan 6:64: “Principio no significa de manera metafísica desde el principio de
todas las cosas, ni desde el principio de conocer Él (Jesús) a cada uno, ni
desde el principio de congregar Él a los discípulos en torno de sí, ni desde el
principio de Su ministerio mesiánico, sino desde los primeros gérmenes secretos
de incredulidad (que hicieron tropezar a algunos discípulos). Con relación a
esto Él conoció al que lo traicionaría desde el principio”.
La
predeterminación del Mesías.
Jehová Dios
preconoció y predeterminó los sufrimientos, muerte y resurrección del Mesías.
(Hch 2:22, 23, 30, 31; 3:18; 1Pe 1:10, 11.) La realización de lo que Dios había
predeterminado por su presciencia dependía en parte de Su propio poder y de las
acciones de algunos hombres (Hch 4:27, 28), que se prestaron voluntarios a la
influencia del adversario de Dios, Satanás el Diablo. (Jn 8:42-44; Hch
7:51-54.) No obstante, así como los cristianos del tiempo de Pablo ‘no estaban
en ignorancia de los designios de Satanás’, Dios podía prever los deseos y
recursos inicuos que el Diablo idearía en contra de Jesucristo, el Ungido de
Dios. (2Co 2:11.) Además, Dios podía emplear su poder a fin de deshacer u
obstaculizar cualquier ataque contra el Mesías que no se ajustara al tiempo y
la manera señalados en la profecía. ( Mt 16:21; Lu 4:28-30; 9:51; Jn 7:1, 6-8;
8:59.)
Las palabras de
Pedro en cuanto a que Cristo, como el Cordero de sacrificio de Dios, había sido
“preconocido antes de la fundación del mundo”, son interpretadas por los
defensores de la predestinación en el sentido de que Dios ejerció tal
presciencia antes de la creación de la humanidad. (1Pe 1:19, 20.) La palabra
griega ka·ta·bole, traducida “fundación”, tiene el sentido literal de
“lanzamiento hacia abajo”, y puede referirse a ‘la concepción de descendencia’,
como en Hebreos 11:11. Aunque el que Dios creara a la primera pareja humana fue
la “fundación” de un mundo de la humanidad, como se muestra en Hebreos 4:3, 4,
esa pareja perdió después la posición que tenían como hijos de Dios. (Gé
3:22-24; Ro 5:12.) No obstante, por la bondad inmerecida de Dios, se les
permitió concebir descendencia y producir prole, y de uno de sus hijos la
Biblia dice específicamente que se ganó el favor de Dios y se colocó en
condición de ser redimido y salvado, a saber, Abel. (Gé 4:1, 2; Heb 11:4.) Es
digno de mención que en Lucas 11:49-51 Jesús hace alusión a “la sangre de todos
los profetas vertida desde la fundación del mundo” y pone esto en paralelo con
las palabras “desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías”. Así que
Jesús relacionó a Abel con la “fundación del mundo”.
El Mesías o el
Cristo habrían de ser la prometida Descendencia por medio de la que se
bendecirían todas las personas justas de todas las familias de la Tierra. (Gál
3:8, 14.) La primera vez que se mencionó esa “descendencia” fue después de la
rebelión en Edén y antes del nacimiento de Abel. (Gé 3:15.) Esto fue más de
cuatro mil años antes de que se revelara inequívocamente que el “secreto
sagrado” era la “descendencia” o simiente mesiánica. Por lo tanto, puede
decirse sin lugar a dudas que ese “secreto” fue “guardado en silencio por
tiempos de larga duración”. (Ro 16:25-27; Ef 1:8-10; 3:4-11.)
A su tiempo
debido, Jehová Dios asignó a su propio Hijo primogénito para que cumpliera el
papel profético de la “descendencia” y llegara a ser el Mesías. No hay nada que
muestre que ese Hijo estuviera predestinado a desempeñar esa función aun antes
de su creación o de que estallara la rebelión en Edén. El que con el tiempo
Dios lo escogiera para que se encargara de cumplir las profecías tampoco se
hizo sin que hubiera una base previa. El período de íntima asociación entre
Dios y su Hijo antes de que este fuera enviado a la Tierra indudablemente
resultó en que Jehová lo ‘conociera’ a tal grado que pudiera estar seguro de
que cumpliría fielmente las promesas y los cuadros proféticos. (Ro 15:5; Flp 2:5-8;
Mt 11:27; Jn 10:14, 15)
Predeterminación
de los ‘llamados y escogidos’.
Todavía quedan
por explicar los textos que tratan acerca de aquellos cristianos que han sido
“llamados” o “escogidos”. (Jud 1; Mt 24:24.) Se dice que son “escogidos según
la presciencia de Dios” (1Pe 1:1, 2), ‘escogidos antes de la fundación del
mundo’, ‘predeterminados a la adopción como hijos de Dios’ (Ef 1:3-5, 11),
‘elegidos desde el principio para la salvación y llamados a este mismo
destino’. (2Te 2:13, 14.) El sentido de estos textos depende de que se refieran
a la predeterminación de ciertas personas individuales o de que hablen de la
predeterminación de una clase de personas, a saber, la congregación cristiana,
el “solo cuerpo” (1Co 10:17) de los que serán coherederos con Cristo Jesús en
su Reino celestial. (Ef 1:22, 23; 2:19-22; Heb 3:1, 5, 6.)
En caso de que
estas palabras aplicaran a individuos específicos que han sido predeterminados
a la salvación eterna, querrían decir que esas personas nunca podrían resultar
infieles ni fallar en su llamada, puesto que la presciencia de Dios en su caso
no podría resultar inexacta y el que Él los predeterminara a cierto destino
jamás podría fracasar o ser frustrado. No obstante, los mismos apóstoles a los
que se inspiró para escribir las palabras citadas mostraron que algunos que
fueron ‘comprados’ y ‘santificados’ por la sangre del sacrificio de rescate de
Cristo y que habían “gustado la dádiva gratuita celestial” y habían “llegado a ser
participantes de espíritu santo y los poderes del sistema de cosas venidero”
apostatarían sin posibilidad de arrepentimiento, y así se acarrearían
destrucción. (2Pe 2:1, 2, 20-22; Heb 6:4-6; 10:26-29.) Los apóstoles instaron
unidamente a aquellos a quienes escribieron: “Hagan lo sumo por hacer seguros
para sí su llamamiento y selección; porque si siguen haciendo estas cosas
no fracasarán nunca”, y: “Sigan obrando su propia salvación con temor y
temblor”. (2Pe 1:10, 11; Flp 2:12-16.) Es obvio que Pablo, quien fue “llamado a
ser apóstol de Jesucristo” (1Co 1:1), no se consideró como persona predestinado
a la salvación eterna, puesto que habla de sus vigorosos esfuerzos por tratar
de alcanzar “la meta para el premio de la llamada hacia arriba por Dios” (Flp
3:8-15) y también expresa su preocupación de ‘no llegar a ser desaprobado de
algún modo’. (1Co 9:27.)
De manera
similar, el que se les conceda “la corona de la vida” está sujeto a que
permanezcan fieles bajo pruebas hasta la mismísima muerte (Rev 2:10, 23; Snt
1:12); en caso contrario, pueden perder la corona de su correinado con el Hijo
de Dios. (Rev 3:11.) El apóstol Pablo expresó su confianza en que tendría
“reservada la corona de la justicia” solo después de tener la certeza de que se
acercaba el fin de su vida, cuando casi había “corrido la carrera hasta
terminarla”. (2Ti 4:6-8.)
Por otra parte,
si se entiende que los textos citados antes aplican a una clase, es decir, a la
congregación cristiana o “nación santa” de los llamados considerada en conjunto
(1Pe 2:9), entonces significan que Dios preconoció y predeterminó que llegaría
a existir dicha clase (pero no qué personas específicas la formarían). En ese
caso, también querrían decir que Él prescribió o predeterminó, según su
propósito, el “modelo” al que tendrían que conformarse los que, a su debido
tiempo, fueran llamados para ser miembros de ella. (Ro 8:28-30; Ef 1:3-12; 2Ti
1:9, 10.) Dios también predeterminó qué obras se esperaría que estos llevaran a
cabo, así como el hecho de que serían probados debido a los sufrimientos que el
mundo les causaría. (Ef 2:10; 1Te 3:3, 4.)
Fatalismo
y predestinacionismo.
Los pueblos paganos de la antigüedad, entre
ellos los griegos y los romanos, creían que los dioses predeterminaban el
destino de una persona, en particular la duración de su vida. La mitología
griega atribuía el control de los destinos del hombre a tres deidades: Cloto
(la hilandera), que hilaba la trama de la vida; Láquesis (la que da a
cada uno su lote), que determinaba la duración de la vida, y Átropo (la
inflexible), que ponía fin a la vida de una persona cuando se cumplía su
tiempo. Los romanos también tuvieron una tríada similar.
Según el
historiador judío Josefo (siglo I E.C.), los fariseos procuraron conciliar el
concepto del destino con su creencia en Dios y el principio del libre albedrío
que Dios otorgó al hombre. (La Guerra de los Judíos, libro II, cap. VIII, sec. 14; Antigüedades
Judías, libro XVIII, cap. I, sec. 3.) En la obra The New
Schaff-Herzog Encyclopedia of Religious Knowledge,
se hace el siguiente comentario: “Antes de Agustín no hubo en el cristianismo
un desarrollo serio de la teoría de la predestinación”. Y la Encyclopædia of
Religion and Ethics, de Hastings, 1919, vol. 10, pág. 231
dice a este respecto que los “padres de
la Iglesia” anteriores a Agustín —entre ellos Justino, Orígenes e Ireneo— “no
tuvieron conocimiento alguno del concepto de la predestinación incondicional;
enseñaron el principio del libre albedrío”. Al refutar las doctrinas propias
del gnosticismo, estos “padres de la Iglesia” por lo general se apoyaron en la
creencia de que la facultad del libre albedrío era “la característica
distintiva de la personalidad humana, la base de su responsabilidad moral, un
don divino que le permitía al hombre optar por hacer las cosas que agradan a
Dios”, y hablaron de “la autonomía del hombre ante Dios, cuyo consejo no le
constreñía”. (The New Schaff-Herzog Encyclopedia of Religious
Knowledge, edición de S. Jackson, 1957, vol.
9, págs. 192,
193.)
¡Maranatha!
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