} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA CARRERA Y LA META DEL CRISTIANO

lunes, 8 de agosto de 2016

LA CARRERA Y LA META DEL CRISTIANO


Hebreos 12:1- 2

Por tanto, puesto que estamos rodeados de tal nube de testigos, despojémonos de todo peso y desembaracémonos del pecado que nos asedia tan constantemente, ¡y corramos con entereza inalterable la carrera que se nos ha asignado!; y, al hacerlo así, mantengamos la mirada fija en Jesús, en Quien nuestra fe tiene su punto de partida y su meta; Quien, para ganar el gozo que tenía por delante, sufrió la Cruz con entereza, sin dejarse impresionar por la terrible vergüenza que implicaba, y ahora ha ocupado Su puesto a la diestra del trono de Dios.

Este es uno de los pasajes grandes y conmovedores del Nuevo Testamento, en el que su autor nos da un resumen casi perfecto de la vida cristiana.
  En la vida cristiana tenemos una meta.
El cristiano no es un paseante que anda despreocupadamente por los senderos de la vida, sino un viandante que sabe adónde va. No es un turista que vuelve a pasar la noche a su punto de partida, sino un peregrino que siempre va de camino. La meta es nada menos que la semejanza con Cristo. La vida cristiana tiene un destino, y estaría bien que al final de cada día nos preguntáramos: "¿Cuánto he avanzado?»
  En la vida cristiana tenemos una inspiración.
 Estamos inmersos en una nube invisible de testigos; y son testigos en un doble sentido: porque han testificado de su fe en Jesucristo, y porque ahora son espectadores de nuestra actuación. El cristiano es como un corredor que compite a la vista del público. Cuando está echando el resto, los espectadores le miran con interés; y esos espectadores son los que han ganado la corona en ocasiones anteriores.
Un actor representaría su papel con doble autenticidad si supiera que le está escuchando entre los espectadores un famoso maestro del arte dramático. Un atleta se esforzaría doblemente si supiera que el estadio estaba lleno de famosos campeones olímpicos que estaban allí para presenciar su actuación. Es algo esencial en la vida cristiana el hecho de que se vive ante la mirada de los héroes que vivieron, sufrieron y murieron por la fe en su generación. ¿Cómo vamos a dejar de esforzarnos para hacerlo lo mejor posible cuando nos está observando una audiencia tal?

  En la vida cristiana tenemos algo en contra.

Es verdad que estamos inmersos en la grandeza del pasado, pero también en los estorbos de nuestro propio pecado y las imperfecciones de nuestro tiempo. Nadie se pondría a escalar el Everest con la mochila cargada de toda clase de cosas pesadas e inútiles. Si queremos llegar lejos tendremos que viajar ligeros. En la vida tenemos muchas veces que desembarazarnos de cosas. Puede que sean hábitos, o placeres, o excesos, o contactos que nos condicionan. Debemos despojarnos de ellos como hace el atleta con el chándal cuando se dirige a la línea de salida; y no será raro que necesitemos la ayuda de Cristo para hacerlo.

 En la vida cristiana necesitamos equilibrio.

Eso es lo que quiere decir entereza inalterable. La palabra hypomoné no se refiere a la paciencia que acepta las circunstancias, sino a la que las domina. No es nada meramente romántico lo que nos da alas para sobrevolar las dificultades y los obstáculos, sin prisas pero sin indolencia, sino la determinación que persiste en el esfuerzo y rechaza el desánimo. Los obstáculos no la intimidan, y las dificultades no le quitan la esperanza. Es una entereza inalterable que se mantiene hasta alcanzar la meta.

  En la vida cristiana tenemos un ejemplo, que es el mismo Jesús.

 Para alcanzar la meta que se le había propuesto, lo soportó todo; para llegar a la victoria tenía que pasar por la Cruz. El autor de Hebreos tiene una gran intuición cuando dice de Jesús que no se dejó impresionar por la terrible vergüenza que implicaba la Cruz. Jesús era sensible; nunca ha habido una persona con un corazón más sensible. La Cruz era algo humillante, reservado para los peores criminales y para los que la sociedad consideraba escoria  pero Jesús la aceptó. Felipe Neri aconsejaba spernere mundum, spernere te ipsum, spernere te sperni- «despreciar el mundo, despreciarte a ti mismo y despreciar el hecho de que te desprecien.» Si Jesús lo pudo soportar, nosotros también podremos con Su ayuda.

  En la vida cristiana tenemos una presencia, la presencia de Jesús

 Que es al mismo tiempo la meta y el compañero de viaje, hacia el Que nos dirigimos y con Quien vamos. Lo maravilloso de la vida cristiana es que proseguimos adelante rodeados de santos, sin interés en nada más que en la gloria de la meta, y siempre en compañía del Que ha recorrido el camino y alcanzado la meta, Que nos espera para darnos la bienvenida cuando lleguemos al fin de la carrera.

 Padre Eterno, gracias en el nombre de tu Hijo amado el Señor Jesucristo.


¡Maranatha! ¡Sí ven Señor Jesús!

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