Hebreos 12:1- 2
Por
tanto, puesto que estamos rodeados de tal nube de testigos, despojémonos de
todo peso y desembaracémonos del pecado que nos asedia tan constantemente, ¡y
corramos con entereza inalterable la carrera que se nos ha asignado!; y, al
hacerlo así, mantengamos la mirada fija en Jesús, en Quien nuestra fe tiene su punto de partida y
su meta; Quien, para ganar el gozo que tenía por delante, sufrió la Cruz con
entereza, sin dejarse impresionar por la terrible vergüenza que implicaba, y
ahora ha ocupado Su puesto a la diestra del trono de Dios.
Este es uno de los
pasajes grandes y conmovedores del Nuevo Testamento, en el que su autor
nos da un resumen casi perfecto de la vida cristiana.
En la vida cristiana tenemos una meta.
El cristiano no es
un paseante que anda despreocupadamente por los senderos de la vida, sino un
viandante que sabe adónde va. No es un turista que vuelve a pasar la noche a su
punto de partida, sino un peregrino que siempre va de camino. La meta es nada
menos que la semejanza con Cristo. La vida cristiana tiene un destino, y
estaría bien que al final de cada día nos preguntáramos: "¿Cuánto he
avanzado?»
En la vida cristiana tenemos una inspiración.
Estamos
inmersos en una nube invisible de testigos; y son testigos en un doble sentido:
porque han testificado de su fe en Jesucristo, y porque ahora son espectadores
de nuestra actuación. El cristiano es como un corredor que compite a la vista
del público. Cuando está echando el resto, los espectadores le miran con
interés; y esos espectadores son los que han ganado la corona en ocasiones
anteriores.
Un actor
representaría su papel con doble autenticidad si supiera que le está escuchando
entre los espectadores un famoso maestro del arte dramático. Un atleta se
esforzaría doblemente si supiera que el estadio estaba lleno de famosos campeones
olímpicos que estaban allí para presenciar su actuación. Es algo esencial en la
vida cristiana el hecho de que se vive ante la mirada de los héroes que
vivieron, sufrieron y murieron por la fe en su generación. ¿Cómo vamos a dejar
de esforzarnos para hacerlo lo mejor posible cuando nos está observando una
audiencia tal?
En la vida cristiana tenemos algo en
contra.
Es verdad que
estamos inmersos en la grandeza del pasado, pero también en los estorbos de
nuestro propio pecado y las imperfecciones de nuestro tiempo. Nadie se pondría
a escalar el Everest con la mochila cargada de toda clase de cosas pesadas e
inútiles. Si queremos llegar lejos tendremos que viajar ligeros. En la vida
tenemos muchas veces que desembarazarnos de cosas. Puede que sean hábitos, o
placeres, o excesos, o contactos que nos condicionan. Debemos despojarnos de
ellos como hace el atleta con el chándal cuando se dirige a la línea de salida;
y no será raro que necesitemos la ayuda de Cristo para hacerlo.
En la vida
cristiana necesitamos equilibrio.
Eso es lo que
quiere decir entereza inalterable. La palabra hypomoné no se
refiere a la paciencia que acepta las circunstancias, sino a la que las domina.
No es nada meramente romántico lo que nos da alas para sobrevolar las dificultades
y los obstáculos, sin prisas pero sin indolencia, sino la determinación que
persiste en el esfuerzo y rechaza el desánimo. Los obstáculos no la intimidan,
y las dificultades no le quitan la esperanza. Es una entereza inalterable que
se mantiene hasta alcanzar la meta.
En la vida cristiana tenemos un ejemplo, que es el mismo Jesús.
Para alcanzar la meta que se le había
propuesto, lo soportó todo; para llegar a la victoria tenía que pasar por la
Cruz. El autor de Hebreos tiene una gran intuición cuando dice de Jesús que
no se dejó impresionar por la terrible vergüenza que implicaba la Cruz.
Jesús era sensible; nunca ha habido una persona con un corazón más sensible. La
Cruz era algo humillante, reservado para los peores criminales y para los que la
sociedad consideraba escoria pero Jesús
la aceptó. Felipe Neri aconsejaba spernere mundum, spernere te ipsum,
spernere te sperni- «despreciar el mundo, despreciarte a ti mismo y
despreciar el hecho de que te desprecien.» Si Jesús lo pudo soportar, nosotros
también podremos con Su ayuda.
En la vida cristiana tenemos una presencia, la presencia de Jesús
Que es al mismo tiempo la meta y el compañero
de viaje, hacia el Que nos dirigimos y con Quien vamos. Lo maravilloso de la
vida cristiana es que proseguimos adelante rodeados de santos, sin interés en
nada más que en la gloria de la meta, y siempre en compañía del Que ha
recorrido el camino y alcanzado la meta, Que nos espera para darnos la
bienvenida cuando lleguemos al fin de la carrera.
Padre Eterno, gracias en el nombre de tu Hijo
amado el Señor Jesucristo.
¡Maranatha! ¡Sí ven
Señor Jesús!
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