} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL CUIDADO PRÁCTICO DE LA SALVACIÓN

domingo, 28 de agosto de 2016

EL CUIDADO PRÁCTICO DE LA SALVACIÓN


Ezequiel 36:26  Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.

Filipenses 2; 12 – 18 Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor,  porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.  Haced todo sin murmuraciones y contiendas,  para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo;   asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado. Y aunque sea derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo y regocijo con todos vosotros.  Y asimismo gozaos y regocijaos también vosotros conmigo.

Dios prometió restaurar a Israel no solo material, sino espiritualmente. Para lograrlo, le daría un nuevo corazón para seguirlo y pondría su Espíritu Santo en ellos (Salmo 51:7-11) para transformarlos y darles poder para hacer su voluntad. Este corazón nuevo será sensible y abierto a las enseñanzas, lo opuesto de un corazón de piedra. Espíritu nuevo: La transformación de la voluntad y el espíritu constituye el segundo paso de la renovación. Una nueva voluntad y una nueva actitud de espíritu permite al individuo caminar en los estatutos de Dios y guardar sus preceptos Se vuelve a prometer un nuevo pacto (Salmo 16:61-63; Salmo 34:23-25), que se cumplirá finalmente en Cristo.
 Por impura que sea nuestra vida en este momento, Dios nos ofrece un nuevo comienzo. Puede hacer que nuestros pecados sean borrados, podemos recibir un nuevo corazón para Dios y tener su Espíritu si aceptamos su promesa. De este modo se hace ver que la responsabilidad del hombre y la gracia soberana de Dios son coexistentes. El hombre no puede hacerse un corazón nuevo, a menos que Dios se lo dé (Filipenses 2:12-13).
 ¿Por qué tratar de remendar nuestra vida pasada si podemos tener una vida nueva?

Pablo exhorta a los Filipenses mucho más que a vivir en unidad en una situación dada; los exhorta a vivir una vida que conduzca a la salvación de Dios en el tiempo y en la eternidad.
En ningún otro lugar del Nuevo Testamento se presenta la obra de la salvación de una manera tan sucinta como aquí: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” Como siempre, Pablo escoge también aquí sus palabras cuidadosamente.
Ocupaos en vuestra salvación  es como si Pablo dijera: “¡No os paréis a mitad de camino! Seguid adelante hasta que la obra de vuestra salvación se realice plenamente en vosotros.” Ningún cristiano debería conformarse con nada menos que los beneficios totales del Evangelio.
" Porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” La palabra que usa Pablo para obrar y hacer es la misma, el verbo energuein. Hay aquí dos cosas significativas; siempre se usa de la acción de Dios, y de una acción efectiva. La obra de Dios no se puede frustrar, ni quedarse a medias; tiene que ser efectiva y completa.
Como hemos dicho, este pasaje presenta perfectamente la obra de la salvación.

1º La salvación es cosa de Dios.

a) Es Dios Quien obra en nosotros el deseo de ser salvos. Es verdad que " nuestros corazones están inquietos hasta que encuentran el reposo en Él," y también lo es que “no habríamos podido ni siquiera empezar a buscarle si no fuera porque Él ya nos ha encontrado.” . El deseo de la salvación de Dios no lo alumbra ninguna emoción humana, sino Dios mismo. El principio del proceso de nuestra salvación lo despierta Dios.  
b) La continuación de ese proceso depende de Dios. Sin Su ayuda no podemos progresar en la bondad, ni conquistar ningún pecado, ni lograr ninguna virtud.  

c) El final del proceso de nuestra salvación está en Dios, porque es la amistad con Dios, cuando somos Suyos y Él es nuestro. La obra de nuestra salvación empieza, prosigue y termina en Dios.

Esto tiene otra cara. La salvación es cosa del ser humano.

“Ocupaos de vuestra propia salvación,” pide Pablo. Sin la cooperación de la persona, hasta Dios es incapaz. Es un hecho que uno tiene que recibir un beneficio o un regalo. Uno puede estar enfermo, y el médico receta las medicinas que le pueden sanar; pero si no se las aplica y rechaza testarudamente toda ayuda, no tiene remedio. Así sucede con la salvación. Dios nos la ofrece; si no, no la conseguiríamos de ninguna manera. Pero nadie puede recibir la salvación a menos que responda al ofrecimiento de Dios y tome lo que Dios le da.

No puede haber salvación aparte de Dios; pero lo que Dios ofrece, el ser humano lo tiene que recibir. No es nunca Dios el que retiene la salvación, sino la persona la que se priva de ella.

     Cuando examinamos la línea de pensamiento de este pasaje vemos que Pablo establece lo que podemos llamar cinco señales de la salvación.

1 Está la señal de la acción efectiva.

 El cristiano debe dar evidencia constante en su vida diaria de que está ocupándose realmente de su propia salvación; día a día debe ir cumpliéndose más plenamente. La gran tragedia de muchos de nosotros es que no adelantamos nada nunca. Seguimos siendo víctimas de los mismos hábitos y esclavos de las mismas tentaciones y culpables de los mismos fracasos. Pero la verdadera vida cristiana debe ser un progreso continuo, porque es un viaje hacia Dios.

2 Está la señal del temor y temblor.

 No se trata del terror y del temblor del esclavo que tiene le tiene un miedo cerval a su amo, ni tampoco del miedo y el temblor ante la perspectiva del castigo. Procede de dos cosas. En primer lugar, de un sentimiento de nuestra propia criaturidad y de nuestra propia impotencia para enfrentarnos triunfalmente con la vida. Es decir: no es el temor y temblor que nos hace escondernos de Dios, sino más bien el temor y temblor que nos impulsa a arrojarnos en Sus brazos, con la seguridad de que sin Su ayuda no podemos enfrentarnos efectivamente con la vida. Procede, en segundo lugar, del horror de ofender a Dios. Cuando amamos de veras a una persona, no tememos el mal que nos pueda hacer, sino el que le podamos hacer nosotros. El gran temor del cristiano es el crucificar a Cristo otra vez.

3 Está la señal de la serenidad y la certeza.

 El cristiano lo hace todo sin murmuraciones ni discusiones. La palabra que usa Pablo para murmuraciones es poco corriente, gonguysmós. En el griego de las Sagradas Escrituras tiene una conexión especial. Es la palabra que se usa para las murmuraciones rebeldes de los israelitas durante su peregrinación por el desierto. El pueblo murmuró contra Moisés (Éxodo 15:24 ; Éxodo 16:2 ; Números 16:41 ). Gonguysmós es una palabra onomatopéyica: describe el murmullo en voz baja, amenazador, descontento, de una multitud que desconfía de sus dirigentes y que está al borde de la rebelión. La palabra que usa Pablo para discusiones es- dialoguismós, que describe las disputas inútiles, y a veces malintencionadas. La vida cristiana tiene la serenidad y la certeza de la perfecta confianza.

4 Está la señal de la pureza.

Los cristianos, han de ser irreprochables, sencillos y sin mancha. Cada una de estas palabras hace una contribución a la idea de la pureza cristiana.
(a) La palabra traducida por irreprochables es amemptós, y expresa lo que es el cristiano para el mundo. Su vida es de tal pureza que no hay nadie que pueda encontrar en ella nada que reprochar. A menudo se dice en los tribunales de justicia que los procedimientos no sólo deben ser justos, sino también parecerlo, es decir, que se vea que lo son. El cristiano no solo debe ser puro, sino que la pureza de su vida debe estar a la vista de todo el que quiera ver.
(b) La palabra traducida por sencillo es akéraios, que expresa lo que el cristiano es en sí mismo. Akéraios quiere decir literalmente sin mezcla, no adulterado. Se usa, por ejemplo, del vino o la leche a los que no se les ha añadido agua, o del metal que no tiene aleaciones. Cuando se usa de las personas implica que no tienen motivos bastardos. La pureza cristiana debe desembocar en una sinceridad total de pensamiento y carácter.
(c) La palabra traducida por sin mancha es ámómos, que describe lo que es el cristiano a los ojos de Dios. Esta palabra se usa especialmente en relación con los sacrificios que son aptos para ofrecerse en el altar de Dios. La vida cristiana debe ser tal que se pueda ofrecer como sacrificio sin mancha a Dios.
La pureza cristiana es irreprochable a los ojos del mundo, sincera para consigo y apta para soportar el escrutinio de Dios.

5 Está la señal del esfuerzo misionero.

 El cristiano ofrece a todos la palabra de vida, es decir, la palabra que da la vida. Este esfuerzo misionero tiene dos aspectos.
(a) Es la proclamación del ofrecimiento del Evangelio con palabras claras e inconfundibles.
(b) Es el testimonio de una vida que es absolutamente recta en un mundo retorcido y pervertido. Es el ofrecimiento de la luz en un mundo tenebroso. Los cristianos han de ser luces en el mundo. La palabra que se usa para luces (fóstéres) es la misma que se usa en la historia de la Creación del Sol y de la Luna, que Dios colocó en el firmamento de los cielos para que iluminaran la Tierra Génesis 1:14-18. El cristiano ofrece y muestra rectitud en un mundo retorcido y luz en un mundo tenebroso.

Este pasaje concluye con dos ilustraciones gráficas típicas del pensamiento paulino.
  Anhela el progreso cristiano de los Filipenses para, al final del día, poder tener el gozo de saber que no ha corrido ni laborado en vano. Hay aquí dos posibles imágenes. Puede que esté pintando el cuadro de una labor agobiante, trabajando hasta el agotamiento.   Puede que describa el esfuerzo del atleta en la competición, y que lo que Pablo quiere decir sea que pide a Dios que toda la disciplina del entrenamiento que se ha impuesto no haya sido inútil.
Una de las características del estilo literario de Pablo es su amor a las ilustraciones de la vida del atleta. Y no nos sorprende. En todas las ciudades griegas había un gimnasio, que era mucho más que un campo de deportes. Era en el gimnasio donde Sócrates discutía a menudo los problemas eternos; era en el gimnasio donde los filósofos y los sofistas y los maestros y predicadores ambulantes encontraban muchas veces sus audiencias. En cualquier ciudad griega, el gimnasio era no solamente el campo de entrenamiento para los deportistas, sino también el club intelectual de la ciudad. En el mundo griego había los grandes juegos ístmicos de Corinto, los grandes juegos pan jónicos de Efeso y, los más importantes de todos, los juegos olímpicos, que se celebraban cada cuatro años. Las ciudades griegas estaban enfrentadas a menudo y a veces en guerra; pero cuando llegaban los juegos olímpicos, no importaba lo seria que fuera la disputa, se declaraba un mes de tregua para que los juegos olímpicos se llevaran a cabo deportivamente. Los atletas no eran los únicos que iban, sino también los historiadores y los poetas para dar lectura a sus últimas obras, y los escultores de fama inmortal iban a hacer estatuas de los vencedores.
No cabe duda que Pablo iría a ver estos juegos en Corinto y en Éfeso. Donde había multitudes, allí estaría Pablo tratando de ganar a los más posibles para Cristo. Pero, aparte de para predicar, había algo en aquellas contiendas atléticas que encontraba un eco en el corazón de Pablo. Conocía los combates de los boxeadores (1Corintios 9:26). Conocía las carreras pedestres, las más famosas de todas las contiendas. Había visto al heraldo llamando a los corredores a la línea de salida (1Corintios 9:27); había observado el esfuerzo de los corredores hacia la meta (Filipenses 3:14); había visto al juez conceder el galardón al final de la carrera (2 Timoteo 4:8); conocía la corona de laurel de los vencedores y su júbilo (1Corintios 9:24; Filipenses 4:1). Conocía los rigores de la disciplina a la que tenía que someterse el atleta, y las reglas estrictas que tenía que observar
(1 Timoteo 4:7 ; 2 Timoteo 2:5 ).

Así es que su oración era que no le pasara lo que a un atleta que se hubiera estado entrenando sin escatimar esfuerzos y privaciones para no llegar a nada. Para él el mayor premio de la vida era saber que por medio de él otros habían llegado a conocer y amar y servir a Jesucristo.
  Pero Pablo presenta otra ilustración en el versículo 17. Tenía el don de hablar de tal manera que todos le podían entender. Una y otra vez tomaba sus ilustraciones de las ocupaciones normales de las personas a las que se dirigía. Ya nos ha presentado una tomada de los juegos atléticos; ahora toma otra de los sacrificios paganos. Una de las formas más corrientes de sacrificios paganos era la libación, que era una copa de vino que se derramaba sobre una ofrenda a los dioses. Por ejemplo: todas las comidas paganas empezaban y acababan con una libación de éstas, como una manera de dar gracias al principio y al final de la comida. Pablo ve aquí la fe y el servicio de los Filipenses como un sacrificio que ofrecían a Dios. Sabía que podía ser que su muerte no estuviera muy lejos, porque estaba escribiendo desde la cárcel y esperando ser juzgado. Así es que dice que está dispuesto a ser derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de la fe de los Filipenses. En otras palabras, lo que les está diciendo a los Filipenses es esto: " Vuestra fidelidad y lealtad cristiana ya son un sacrificio a Dios; y si a mí me tocara morir por Cristo, estoy dispuesto y contento de que mi vida se derrame como una libación sobre el altar en el que se ofrece vuestro sacrificio.”
Pablo estaba totalmente dispuesto a ofrecer su vida en sacrificio a Dios; y, si sucedía así, para él sería un gozo extraordinario. Y les advierte a sus amigos Filipenses que no se pongan en plan de duelo ante tal perspectiva, sino que se sumen a su gozo. Para él, cualquier llamada al sacrificio y al trabajo era una llamada a mostrar su amor a Cristo; y por tanto la recibía sin quejas ni pesares, sino con gozo.


¡Maranatha!

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