Romanos 1:18-23
Porque la ira de Dios se revela desde el
cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con
injusticia la verdad; porque lo que de
Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno
poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo,
siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.
Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron
gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue
entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible
en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de
reptiles.
Romanos 3; 24-26
Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención
que es en Cristo Jesús, a quien Dios
puso como propiciación por medio de
la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por
alto, en su paciencia, los pecados pasados,
con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él
sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.
En versículos
anteriores Pablo estaba pensando en la relación con Dios en que el hombre puede
entrar mediante una fe que es absoluta confianza y entrega. En contraste con
esa relación pone ahora la Ira de Dios en la que se incurre cuando se es
deliberadamente ciego a Dios y se adoran los propios pensamientos e ídolos en
vez de a Él.
Esto es difícil y
nos exige pensar en serio, porque aquí nos encontramos con la concepción de la
Ira de Dios, una frase alarmante y aterradora. ¿Qué quiere decir? ¿Qué
tenía Pablo en la mente cuando la usaba?
En las partes más
antiguas del Antiguo Testamento la ira de Dios se relaciona
especialmente con la idea del pueblo del pacto. El pueblo de Israel estaba en
una relación especial con Dios, Que le había escogido y ofrecido una relación
especial que se obtendría y mantendría siempre que guardara la Ley (Éxodo 24:3-8). Eso quería decir dos cosas:
(a) Quería decir que, dentro de la nación, cualquier
desobediencia a la Ley provocaba la ira de Dios, porque quebrantaba la relación
con El. Números 16 nos habla de la
rebelión de Coré, Datán y Abiram, y que al final Moisés le dijo a Aarón que
hiciera expiación por el pecado del pueblo, “porque el furor ha salido de la
presencia del Señor” (Números 16:46). Cuando
los israelitas se desviaron para dar culto a Baal, "el furor del Señor se
encendió contra Israel» (Números 25:3).
(b) Además, como la nación de Israel estaba en una
relación exclusiva con Dios, cualquier otra nación que la tratara con crueldad
o injusticia incurría en la ira de Dios. Babilonia había maltratado a Israel, y
«por la ira del Señor no será habitada» (Jeremías
50:13).
En los profetas
aparece la idea de la ira de Dios, pero con un nuevo hincapié. El pensamiento
religioso judío a partir de los profetas estaba dominado por la idea de las dos
edades, la presente y la por venir: la presente es esencialmente mala, y la
edad dorada por venir será esencialmente buena. Entre ambas estará el Día del
Señor, que será un día terrible de juicio y retribución en el que el mundo será
sacudido, los pecadores destruidos y el universo rehecho antes de que venga el
Reino de Dios. Será entonces cuando entre en acción la ira del Señor de
una manera aterradora. "He aquí el Día del Señor viene, terrible, y de
indignación y ardor de ira, para convertir la Tierra en soledad” (Isaías 13:9). “Por la ira del Señor de los
Ejércitos se oscureció la Tierra, y será el pueblo como pasto del fuego”(Isaías 9:19). "Ni su plata ni su oro podrán
librarlos en el día del furor del Señor” (Ezequiel
7:19). Dios derramará sobre las naciones su enojo, todo el ardor de
su ira; por el fuego de su celo será consumida toda la Tierra (Sofonías 3:8).
Pero los profetas
no consideraban que la ira de Dios se posponía hasta ese terrible Día del
Juicio. La veían constantemente en acción. Cuando Israel se alejaba de Dios,
cuando era rebelde e infiel, la ira de Dios operaba en su contra y le envolvía
en ruina, desastre, cautividad y derrota.
Para los profetas,
la ira de Dios estaba obrando continuamente, aunque alcanzaría su clímax de
terror y destrucción en el Día del Señor.
Porque
Dios es Dios, y es esencialmente Santo, no puede tolerar el pecado, y la ira
de Dios es su “reacción aniquiladora” contra el pecado.
Esto nos es difícil
de entender y de aceptar. Es de hecho la clase de religión que identificamos
con el Antiguo Testamento más que con el Nuevo. Hasta Lutero lo
encontraba difícil, y hablaba del amor como la obra característica de Dios,
y de la ira como la extraña acción de Dios. Para la mentalidad
cristiana es una cosa sorprendente.
Vamos a tratar de
ver cómo lo entendía Pablo. Pablo habla a menudo de la idea de la ira; pero no
dice nunca que Dios esté airado. Habla del amor de Dios, y dice que Dios
ama; habla de la gracia de Dios, y de Dios actuando por gracia; habla de la
fidelidad de Dios, y de que Dios es fiel con su pueblo... Pero, aunque nos
parezca extraño, habla de la ira de Dios, pero no dice nunca que Dios esté
airado o se aíree, expresión que sí encontramos en el Antiguo Testamento; así
es que hay una diferencia entre el amor y la ira de Dios.
Además, Pablo habla
de la ira de Dios solamente tres veces: aquí, en Efesios 5:6 y en Colosenses 3:6, donde habla de la ira de Dios que
viene sobre los hijos de desobediencia. Habla a menudo de la ira, sin
decir que es la ira de Dios, como si debiera escribirse con mayúscula
-La Ira-, y fuera una clase de fuerza impersonal que actúa en el mundo. La
traducción literal de Romanos3:5 es: «.. . Dios, que trae sobre los
hombres la Ira» que da castigo. En Romanos 5:9 habla
de ser salvos de la Ira. En Romanos 12:19 avisa a los humanos que no se venguen,
sino que dejen a los malhechores para la Ira "de Dios»). En Romanos 13:5 habla
de la Ira como una razón de peso para hacer a los hombres obedientes a las
leyes. En Romanos 4:15
dice que la Ley produce Ira. Y en 1Tesalonicenses
1:10 dice que Jesús nos ha
librado de la Ira venidera. Ahora bien, aquí hay algo muy importante: Pablo
habla, sí, de la Ira, pero nos dice que Jesús nos salva de esa misma Ira.
Volvamos a los
profetas. Muy a menudo su mensaje equivale a: “Si no obedecéis a Dios, su ira
os acarreará ruina y desastre.” Ezequiel lo dice de una manera lapidaria:
"El alma que pecare, ésa morirá” (Ezequiel 18:4).
Hay un orden moral
en este mundo, y el que lo quebranta tiene que sufrir más tarde o más temprano.
Hay una lección, una sola, que podemos
decir que la Historia repite con claridad; y es que el mundo está basado en un
fundamento moral, y que, a la larga, les va bien a los buenos y, a la larga,
les irá mal a los malvados.
La esencia del mensaje de los profetas Hebreos
es que hay un orden moral en el mundo. La conclusión es clara: Ese orden
social es la operación de la ira de Dios. Dios ha hecho este mundo de tal
manera que, si quebrantamos sus leyes, sufrimos las consecuencias. Ahora bien:
si estuviéramos solamente a merced de ese inexorable orden moral, no podríamos
esperar más que muerte y destrucción. El mundo está hecho de tal manera que el
alma que peque tendrá que morir -si no hay más que ese orden moral. Pero en
este dilema de la humanidad llega el amor de Dios, y en un acto de gracia
indescriptible rescata al hombre de las consecuencias del pecado y le salva de
la ira en que ha incurrido.
Pablo continúa
insistiendo en que el hombre no puede alegar ignorancia de Dios. Puede ver cómo
es por Su obra. Se puede conocer bastante a una persona por lo que ha hecho, e
igualmente a Dios por Su creación. El Antiguo Testamento ya lo afirma. En Job 38-41 se nos presenta esta misma idea. Pablo lo
sabía; cuando habla de Dios a los paganos de Listra, empieza por Su obra en la
naturaleza Hechos 14:17.
Tertuliano, el gran
teólogo de la Iglesia Primitiva, tiene mucho que decir acerca de la convicción
de que a Dios se Le puede conocer en la creación: "No fue la pluma de
Moisés la que inició el conocimiento del Creador... La inmensa mayoría de la
humanidad, aunque no han oído nada de Moisés, y no digamos de sus libros,
conocen al Dios de Moisés.» «La naturaleza es el maestro, y el alma, el
discípulo.» «Una florecilla junto a la valla, y no digo del jardín; una concha
del mar, y no digo una perla; una pluma de alguna avecilla, no tiene que ser la
de un pavo real, ¿os dirán acaso que el Creador es mezquino?» "Si te
ofrezco una rosa, no te burlarás de su Creador.»
En la creación podemos conocer al Creador. El argumento de Pablo es
totalmente válido: si observamos el mundo vemos que el sufrimiento sigue al
pecado. Si quebrantas las
leyes de la agricultura, la cosecha no grana; si las de la arquitectura, el
edificio se derrumba; si las de la salud, se presenta la enfermedad. Pablo
estaba diciendo: "¡Observad el mundo, y veréis cómo está construido!
Fijándonos en cómo es el mundo, podemos aprender mucho de cómo es Dios.» El
pecador no tiene disculpa.
Pablo avanza aún
otro paso. ¿Qué hace el pecador? En lugar de mirar hacia Dios, se mira a sí
mismo. Se enreda en vanas especulaciones y se cree sabio, cuando en
realidad no es más que un necio. ¿Por qué? Porque hace de sus ideas, sus
opiniones y sus especulaciones, en lugar de la voluntad de Dios, el
principio y la ley de la vida. La necedad del pecador consiste en hacer
"al hombre dueño y señor de las cosas.» Basa sus principios en sus propias
opiniones en lugar de en las leyes de Dios. Vive en un universo del que él es
el centro, en lugar del universo del que el centro es Dios. En lugar de caminar
con la mirada fija en Dios, no se mira nada más que a sí mismo y, por no mirar
por dónde ni adónde va, cae.
El resultado es la idolatría.
Se cambia la gloria de Dios por imágenes de formas humanas y animales. La
raíz del pecado de la idolatría es el egoísmo. El hombre hace un ídolo,
le trae ofrendas y le dirige oraciones. ¿Por qué? Para que prosperen sus
planes y sus sueños. Su religión no tiene en cuenta a Dios, sino a sí
mismo.
En este pasaje nos
encontramos cara a cara con el hecho de que la esencia del pecado es ponernos a
nosotros mismos en el lugar de Dios.
El problema supremo
de la vida es: ¿Cómo puede uno estar en la debida relación con Dios? ¿Cómo
puede sentirse en paz con Dios? ¿Cómo puede dejar de sentirse a una distancia
insalvable, y de tenerle miedo a la presencia de Dios?
La religión de los
judíos contestaba: “Uno puede llegar a estar en la debida relación con Dios
cumpliendo meticulosamente todo lo que manda la Ley.” Pero eso equivale a decir
sencillamente que nadie tiene la menor posibilidad de llegar a estar en la
debida relación con Dios, porque nadie puede cumplir perfectamente todos los
mandamientos de la Ley. Entonces, ¿para qué sirve la Ley? Para que nos demos
cuenta de la realidad del pecado. Sólo cuando conocemos la Ley e intentamos
cumplirla nos damos cuenta de que nos es imposible. El propósito de la Ley es
hacernos conscientes de nuestra debilidad y pecado. Entonces, ¿es imposible
llegar a Dios? Todo lo contrario; porque el camino que nos lleva a Dios no es
el de la Ley, sino el de la Gracia. No por las obras, sino por la fe.
Para ponérnoslo más claro,
Pablo usa tres comparaciones.
Nos pone el ejemplo del tribunal, lo
que llamamos justificación. En este ejemplo se piensa que el hombre se
encuentra ante el tribunal de Dios. La palabra griega que traducimos por justificar
es dikaiún. Todos los verbos griegos que terminan en -ún quieren
decir, no hacer a alguien algo, sino tratar, considerar a uno
como algo. Si se presenta ante el juez uno que es inocente, el juez le
declara inocente. Pero el caso del que se presenta ante Dios es que es totalmente
culpable, y sin embargo Dios, en su infinita misericordia, le trata y le
considera como si fuera inocente. Eso es lo que quiere decir justificación.
Cuando Pablo dice
que " Dios justifica al malvado» quiere decir que Dios le trata como si
fuera bueno. Eso era lo que escandalizaba a los judíos hasta el colmo. Para
ellos eso sólo lo harta un juez inicuo. "El justificar al culpable es una
abominación para Dios» (Proverbios 17:15).
«Yo no perdonaré al culpable» (Éxodo 23:7).
Pero Pablo dice que eso es precisamente lo que hace Dios.
¿Cómo puedo yo
saber que Dios es así? Lo sé porque Jesús lo ha dicho. Vino a decirnos
que Dios nos ama aunque somos malos. Vino a decirnos que, aunque somos
pecadores, seguimos siéndole muy queridos a Dios. Cuando descubrimos eso y lo
creemos, se cambia radicalmente nuestra relación con Dios. Somos
conscientes de nuestro pecado, pero ya no estamos aterrados ni alejados.
Quebrantados y arrepentidos acudimos a Dios, como viene a su madre un niño
triste, y sabemos que el Dios al Que venimos es amor.
Eso es lo que
quiere decir justificación por la fe en Jesucristo. Quiere decir
que estamos en la debida relación con Dios porque creemos de todo corazón que
lo que Jesús nos ha dicho de Dios es la verdad. Ya no somos extraños que tienen
terror a un Dios airado. Somos hijos, hijos errantes que confían en que su
Padre los ama y los perdonará. Y nosotros no podríamos haber llegado nunca a
esa relación con Dios si Jesús no hubiera venido a vivir y a morir para
decirnos lo maravillosamente que Dios nos ama.
Pablo nos pone el ejemplo del sacrificio.
Nos dice que Dios hizo que Jesús fuera el que ganara el perdón de nuestros
pecados. La palabra griega que usa Pablo para describir a Jesús es hilastérion.
Viene de un verbo que quiere decir propiciar y que se usa en
relación con los sacrificios. En el Antiguo Testamento, cuando uno
quebrantaba la Ley le ofrecía un sacrificio a Dios. Lo que pretendía era que el
sacrificio le librara del castigo que habría de venirle. Para decirlo de otra
forma: un hombre pecaba, y aquel pecado destruía su relación con Dios; para
restaurarla ofrecía un sacrificio.
Pero la experiencia humana era que un sacrificio
animal no podía producir ese efecto. “A Ti no Te complacen los sacrificios; si
yo Te ofreciera holocaustos, a Ti no Te agradaría” (Salmo 51:16). “¿Con qué me presentaré al
Señor, y daré culto al Dios Altísimo? ¿Con holocaustos, con becerros de un año?
¿Le agradarán al Señor millares de carneros, o miríadas de arroyos de aceite?
¿Tendré que dar mi primogénito en compensación por mi transgresión, o el fruto
de mis entrañas para expiar el pecado de mi alma?” (Miqueas
6:6). Los hombres sabían instintivamente que, una vez que habían
pecado, toda la parafernalia de los sacrificios terrenales no podría arreglar
las cosas.
Por eso dice Pablo:
“Jesucristo, con su vida de obediencia y su muerte por amor, Le ofreció a Dios
el único sacrificio que puede expiar el pecado real y verdaderamente.” E
insiste en que lo que sucedió en la Cruz nos abre la puerta para que volvamos a
estar en la debida relación con Dios, cosa que no puede hacer ningún otro
sacrificio. La propiciación
significa que el sacrificio redentor de Cristo ha satisfecho los requisitos de
la ira santa de Dios contra el pecado humano. Por tanto, Dios puede demostrar
justamente misericordia al hombre y perdonar los pecados y poner en una
correcta posición delante de sí al creyente.
El “propiciatorio” del A.T. sirvió de lugar de propiciación o
“expiación” y representa la obra propiciatoria de Cristo en el N.T.
Pablo
pone el ejemplo de la esclavitud. Habla de la liberación que ha
obrado Jesucristo. La palabra apolytrósis significa rescate,
redención, liberación. Esto quiere decir que la humanidad estaba en poder
del pecado, y Jesucristo es el único que la podía libertar.
Por último, Pablo
dice que Dios hizo todo esto porque es justo, y acepta como justo al que cree
en Jesús. Es lo más sorprendente que se puede decir jamás. Es "la suprema
paradoja del Evangelio.” Pensemos un poco: quiere decir que Dios es justo, y
que acepta al pecador como si fuera justo. Lo natural habría sido decir: “Dios
es justo; y, por tanto, condena al pecador como a un criminal.” Pero aquí
tenemos la gran paradoja: Dios es justo, y, de alguna manera, con esa Gracia
increíble, milagrosa, que Jesús vino a traer al mundo, acepta a los pecadores,
no como criminales, sino como hijos a los que sigue amando a pesar de todo.
¿Qué es todo esto
en esencia? ¿En qué consiste la diferencia entre esto y el antiguo sistema de
la Ley? La diferencia fundamental es esta: que el método de la obediencia a la
Ley se refiere a lo que el hombre puede hacer por sí mismo; mientras que el
método de la Gracia consiste en lo que Dios ha hecho por él. Pablo hace
hincapié en que nada que nosotros podamos hacer puede ganar el perdón de Dios;
solamente lo que Dios ha hecho por nosotros puede ganarlo. Por tanto, el camino
que conduce a la perfecta relación con Dios no es un intento agotador y
desesperado para ganar el perdón de Dios por nuestra cuenta, sino la humilde y
arrepentida aceptación del Amor y de la Gracia que Dios nos ofrece en
Jesucristo.
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