} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL OLIVO SILVESTRE: PRIVILEGIO Y ADVERTENCIA

martes, 16 de agosto de 2016

EL OLIVO SILVESTRE: PRIVILEGIO Y ADVERTENCIA


Romanos 11:11-24

Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos.
   Y si su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plena restauración?
   Porque a vosotros hablo, gentiles. Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles, honro mi ministerio,  por si en alguna manera pueda provocar a celos a los de mi sangre, y hacer salvos a algunos de ellos.
   Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?
   Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas.
   Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo,   no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti.
   Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado.
   Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme.  Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará.
   Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.
   Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar.
   Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo?

Hasta ahora Pablo ha estado hablando a los judíos; pero aquí se dirige a los gentiles. Es el apóstol de los gentiles, pero no se puede olvidar de su propio pueblo. De hecho, llega a decir que una de sus metas principales es hacer que los judíos tengan envidia cuando vean lo que el Evangelio ha hecho por los gentiles. Una de las maneras más seguras de hacer que la gente desee el Evangelio es hacerle ver en la vida real lo que puede hacer por una persona.
Una vez había un soldado que había sido herido en una batalla. El capellán se arrastró hasta el lugar e hizo todo lo que pudo por él. Se quedó haciéndole compañía cuando se retiró el resto de la tropa. En el ardor del día le dio agua de su cantimplora, mientras él mismo se abrasaba de sed. Por la noche, cuando descendía el relente frío, le cubría con su propia ropa. Al final, el herido miró al capellán y le dijo: «Padre, ¿es usted cristiano?» «Lo procuro» -le contestó el capellán. "Entonces -siguió diciendo el herido-, si el Cristianismo le hace hacer a uno por los demás lo que usted está haciendo por mí, dígame lo que es eso, porque yo lo quiero.» El Cristianismo en acción le hizo sentir envidia de una fe que podía producir una vida así.
Pablo esperaba, pedía y anhelaba que algún día los judíos vieran lo que el Evangelio había hecho por los gentiles y llegaran a desearlo.
Para Pablo el mundo sería un paraíso si los judíos entraran en la Salvación. Si el rechazamiento de los judíos había logrado tanto; si, por medio de él, el mundo gentil se había reconciliado con Dios, ¡qué gloria superlativa sería cuando los judíos entraran otra vez! Si la tragedia del rechazamiento había tenido unos resultados tan maravillosos, ¿cómo sería el final feliz cuando la tragedia del rechazamiento se cambiara en la gloria de la aceptación? Pablo dice simplemente que sería como una resurrección.
Seguidamente Pablo usa dos alegorías para mostrar que los judíos no pueden ser rechazados definitivamente. Todos los alimentos, antes de comerse, tenían que ofrecerse a Dios. Así la Ley establecía (Números 15:19 ) que, si se preparaba la masa para hacer pan, la primera torta se tenía que ofrecer a Dios; una vez hecho eso, toda la masa quedaba consagrada. No hacía falta, digamos, ofrecerle a Dios todo el amasijo; el ofrecimiento de la primera porción santificaba el todo. Era costumbre plantar árboles sagrados en lugares consagrados a Dios. Entonces, cuando se plantaba el pimpollo, se consagraba a Dios, y todas las ramas que diera después estaban consagradas.
Lo que Pablo deduce de este principio es que se da por sentado que los patriarcas fueron consagrados a Dios; tenían costumbre de oír la voz de Dios y de obedecer a Su palabra; habían sido elegidos y consagrados a Dios de una manera especial. De ellos procedió toda la nación de Israel; y lo mismo que sucedía con la primera torta de la masa, que se consagraba para que toda aquella hornada quedara consagrada, y con los pimpollos, para que todo el árbol fuera consagrado, la consagración especial de los fundadores hacía a la nación de Israel consagrada a Dios de una manera especial.
 La verdad que se nos quiere hacer comprender es que el remanente de Israel derivaba su fidelidad de los antepasados. Cada uno de nosotros vive de alguna manera del capital del pasado. No somos los primeros, ni el producto de nuestro propio esfuerzo. Somos lo que nos han hecho nuestros padres y antepasados piadosos; y, aunque nos apartemos y seamos infieles a nuestra herencia, no podemos desligarnos del todo de la bondad y fidelidad que nos hizo lo que somos.
Pablo pasa a hacer otra larga analogía. Más de una vez los profetas habían comparado la nación de Israel con el olivo de Dios. Eso era natural, porque el olivo era el árbol más corriente y útil en los países del Mediterráneo. «Olivo verde, hermoso en su fruto y en su parecer, llamó el Señor tu nombre» (Jeremías 11:16). "Se extenderán sus ramas, y será su gloria como la del olivo» (Oseas 14:6 ).
Ahora Pablo compara a los gentiles con las ramas de un acebuche (u olivo silvestre) que han sido injertadas en el olivo cultivado que era Israel.
 Desde el punto de vista de la horticultura eso no se haría nunca, injertar un asilvestrado en uno productivo. Por eso Pablo dice «contra lo que se hace naturalmente». Lo natural sería injertar una rama de olivo cultivado en el silvestre para que diera buen fruto. Pero lo que Pablo nos quiere decir está muy claro: los gentiles habían estado en los montes como árboles silvestres, y ahora, por obra de la Gracia de Dios, estaban injertados en el buen olivo del huerto de Dios, participando de su riqueza y fertilidad.
De esta alegoría Pablo saca dos lecciones:
  La primera es una palabra de advertencia. Habría sido posible que los gentiles adoptaran una actitud de desprecio. ¿No era verdad que los judíos habían sido rechazados para que ellos entraran? En un tiempo en el que los judíos eran despreciados por todo el mundo, tal actitud habría sido de esperar. La advertencia de Pablo nos sigue siendo necesaria a nosotros. En efecto, dice que no habría habido tal cosa como el Cristianismo si no hubiera existido primero el pueblo de Israel. Sería una desgracia que la Iglesia Cristiana olvidara su deuda para con la raíz de la que brotó. Tiene una deuda que no podrá pagar nunca más que llevando el Evangelio a los judíos. Así que Pablo advierte a los gentiles contra el peligro del desprecio. Severamente, dice que si las ramas naturales fueron desgajadas por su infidelidad, más fácilmente les puede pasar lo mismo a las ramas injertadas.
  La segunda parte es una palabra de esperanza. Los gentiles han experimentado la bondad de Dios; y los judíos, Su severidad. Si los gentiles permanecen fieles, seguirán disfrutando de la bondad de Dios; pero, si los judíos abandonan su incredulidad y entran en la fe, serán injertados; porque, dice Pablo, si fue posible que el acebuche fuera injertado en el olivo cultivado, mucho más será posible que las propias ramas del olivo cultivado sean injertadas de nuevo en su árbol original. De nuevo vemos que Pablo sigue esperando el final feliz, cuando los judíos se conviertan a Cristo.
Mucho de este pasaje es difícil de entender, aunque las analogías mediterráneas no podemos decir que nos suenen remotas; pero una cosa queda más clara que el agua: la relación que existe entre el judaísmo y el Cristianismo, entre lo antiguo y lo nuevo, el Antiguo Testamento y el Nuevo. Aquí está la respuesta a los que quieren prescindir del Antiguo Testamento como si fuera un libro exclusivamente judío y sin nada que ver con el Cristianismo. Eso es tan estúpido como desembarazarnos de una patada de la escalera por la que hemos subido adonde nos encontramos. Sería estúpido de la rama el desgajarse del tronco que la sostiene. Israel es la raíz de la que crece la Iglesia Cristiana. La consumación vendrá solamente cuando el olivo silvestre y el cultivado sean uno solo y el mismo, y cuando no queden ramas sin injertar en el árbol padre.

El olivo era sin duda una de las plantas más valiosas en tiempos bíblicos, tan importante como la vid y la higuera. (Jueces 9:8-13; 2Reyes 5:26; Habacuc 3:17; Santiago 3:12.) Aparece al principio del registro bíblico, pues, acabado el Diluvio, una hoja de olivo que llevó una paloma le indicó a Noé que las aguas se habían retirado. (Génesis 8:11.)
El olivo (Olea europaea) abunda en las laderas de las montañas de Galilea y Samaria y en las mesetas centrales, así como en toda la región mediterránea. (Deuteronomio 28:40; Jueces 15:5.) Crece en suelo rocoso y gredoso, demasiado seco para muchas otras plantas, y puede aguantar frecuentes sequías. Cuando los israelitas salieron de Egipto, se les prometió que la tierra adonde iban era una tierra de “olivas de aceite y miel”, con ‘viñas y olivares que ellos no habían plantado’. (Deuteronomio 6:11; 8:8; Josué 24:13.) Como el olivo crece despacio y puede tardar diez años o más en empezar a dar buenas cosechas, el que estos árboles ya estuvieran creciendo en la tierra era una ventaja importante para los israelitas. Este árbol puede alcanzar edades excepcionales y producir fruto durante cientos de años. Se cree que algunos de los olivos de Palestina son milenarios.
Los olivos ofrecen un panorama refrescante por toda Palestina. A menudo crecen en las terrazas de las laderas rocosas y cubren el suelo de los valles. Pueden superar los seis metros de altura. El tronco nudoso, cuya corteza es de color ceniza, tiene un profuso sistema de ramas que produce un follaje espeso de delgadas hojas verde grisáceas. Este árbol de hoja perenne normalmente florece en mayo y se cubre con miles de flores de color amarillo pálido. La Biblia menciona la facilidad con que el viento arrebata estas flores. (Job 15:33.) El fruto o drupa del olivo en un principio es verde, pero cuando madura, se vuelve de un color entre purpúreo oscuro y negro. La cosecha se efectúa en otoño (entre octubre y noviembre), para lo que todavía se utiliza con frecuencia el antiguo método del vareo. (Deuteronomio 24:20; Isaías 24:13.) En tiempos bíblicos los rebuscadores recogían lo que quedaba del fruto. (Isaías 17:6.) Por naturaleza, el árbol produce cosechas alternas, es decir, a una buena cosecha le sigue al año siguiente otra baja. El fruto fresco contiene una sustancia amarga que se elimina al remojarlo en salmuera, después de lo cual se pueden comer las aceitunas sin más tratamiento o adobadas. Sin embargo, su principal valor está en el aceite, que compone hasta el 30% o más (del peso) del fruto fresco. Un buen árbol produce entre 38 y 57 l. de aceite al año, una aportación de grasas suficiente para la dieta de una familia de cinco o seis personas. La madera del árbol es muy dura y debe secarse por años para usarla en ebanistería.
El olivo no solo vive centenares de años, sino que, si se corta, de sus raíces brotan hasta seis nuevos retoños, que se desarrollan en nuevos troncos; los árboles viejos suelen perpetuarse de esta manera. Para plantar árboles nuevos suelen utilizarse a menudo plantones cortados de un olivo adulto. Por lo tanto, es muy apropiada la ilustración del salmista que asemeja a los hijos de un hombre bendecido con “plantones de olivos todo en derredor de tu mesa”. (Salmo 128:3.)

  A los acebuches u olivos silvestres que crecían en las laderas de las colinas se les injertaban esquejes de los olivos cultivados productivos y seleccionados con el fin de que produjeran buen fruto. Por consiguiente, era contrario al procedimiento normal injertar ramas de acebuche en un olivo, pues esta continuaría produciendo su propio fruto.
Este hecho realza la fuerza de la ilustración de Pablo que se encuentra en Romanos 11:17-24, en la que asemejó a los cristianos gentiles que llegaron a ser parte de la “descendencia de Abrahán” a ramas de acebuche injertadas en un olivo para reemplazar las ramas infructíferas que habían sido desgajadas, y que representaban a los miembros judíos naturales rechazados, quitados del árbol simbólico por su falta de fe. (Gálatas 3:28, 29.) Este acto, “contrario a la naturaleza”, enfatiza la bondad inmerecida de Dios hacia tales creyentes gentiles, subraya los beneficios que obtienen como ramas de “acebuche” al recibir la “grosura” de las raíces del olivo de huerto y, por lo tanto, elimina cualquier razón para que estos cristianos gentiles se jacten.  
Al hablar a los cristianos gentiles, Pablo los insta a no sentirse superiores porque Dios hubiera rechazado a algunos judíos. La fe de Abraham se asemeja a la raíz de un árbol productivo y el pueblo judío viene a ser las ramas naturales del árbol. A causa de su infidelidad, los judíos fueron las ramas que fueron podadas. Los creyentes gentiles se injertaron en el árbol como olivo silvestre y ahora gentiles y judíos comparten la savia basados en la fe en Dios. Ninguno de los dos puede confiar en su herencia cultural en cuanto a la salvación.
Abraham era la raíz de la Iglesia. Los judíos eran ramas de este árbol hasta que, como nación, rechazaron al Mesías; después de eso, su relación con Abraham y Dios fue cortada. Los gentiles fueron injertados en este árbol en lugar de ellos, siendo admitidos en la Iglesia de Dios. Hubo multitudes hechas herederos de la fe, de la santidad y de la bendición de Abraham.
Si estás leyendo esta reflexión debes saber  que el estado natural de cada uno de nosotros es ser silvestre por naturaleza. La conversión es como el injerto de las ramas silvestres en el buen olivo. El olivo silvestre se solía injertar en el fructífero cuando éste empezaba a decaer, entonces no sólo llevó fruto, sino hizo revivir y florecer al olivo decadente. Los gentiles, de pura gracia, fueron injertados para compartir las ventajas. Por tanto, debían cuidarse de confiar en sí mismos y de toda clase de orgullo y ambición; no fuera a ser que teniendo sólo una fe muerta y una profesión de fe vacía, se volvieran contra Dios y abandonaran sus privilegios. Si permanecemos es absolutamente por la fe; somos culpables e incapaces en nosotros mismos y tenemos que ser humildes, estar alertas, temer engañarnos con el yo, o de ser vencido por la tentación. No sólo tenemos que ser primero justificados por fe, pero debemos mantenernos hasta el final en el estado justificado sólo por fe, aunque por una fe que no está sola sino que obra por amor a Dios y el hombre, capacitados por el poder del Espíritu Santo con el cual fuimos sellados cuando nacimos de nuevo por gracia de Dios, por fe en Jesucristo.


¡Maranatha!

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