} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL SERMÓN DEL MONTE 11

miércoles, 1 de febrero de 2017

EL SERMÓN DEL MONTE 11


Mateo 5:17-20  No penséis que he venido para desatar la ley o los profetas; no he venido para desatarla, sino para cumplirla.
   Porque de cierto os digo, que hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde perecerá de la Ley, hasta que todas las cosas sean cumplidas.
   De manera que cualquiera que desatare uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñare a los hombres, muy pequeño será llamado en el Reino de los cielos; mas cualquiera que los hiciere y los enseñare, éste será llamado grande en el Reino de los cielos.
   Porque os digo, que si vuestra justicia (rectitud) no fuere mayor que la de los escribas y de los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos.
(La Biblia Casiodoro de Reina 1569)

Era obvio a todos que la enseñanza de Jesús era diferente de la de los escribas y fariseos (Mateo_7:28). Decía repetidas veces, "Pero yo os digo".  Durante su ministerio los judíos constantemente lo criticaban por no respetar sus tradiciones (Mateo_15:2), por sanar en el día de reposo, Juan_5:16, etc.  Estos líderes eran los representantes de la ley y los profetas; por eso, algunas personas podían creer que Jesús, al oponerse a ellos, también se oponía a la ley y los profetas.
Por eso Jesús aclara este punto. La gente no debería confundir lo que enseñaban y hacían estos líderes con la ley de Moisés y los profetas.
He venido" es una expresión muy interesante. ¿De dónde vino Cristo? ¿Dónde estaba antes? Al decir "He venido" se refiere a su preexistencia con el Padre (Juan_1:1-3).
La ley fue dada por Dios como orden santo de toda la vida de Israel. También fue dada como una indicación para el individuo para su pensamiento y acción éticos y religiosos. La voluntad solicitante de Dios se ha hecho patente en la ley, está detrás de cada una de las letras. Junto a la ley están los profetas. También en el mensaje de éstos se ha patentizado la voluntad de Dios. Las dos juntas, la ley y los profetas, no sólo han tenido importancia para su tiempo. La ley fue solemnemente presentada por Moisés al pueblo, y el pueblo en el monte Sinaí se obligó al cumplimiento de la ley. Los profetas en su tiempo han dado a conocer en discursos expresivos lo que Dios reclama. No se redujo a palabras orales ni al mensaje hablado: todas estas palabras, «la ley y los profetas» fueron puestas por escrito y retransmitidas a cada una de las siguientes generaciones con la misma fuerza obligatoria. Como sagrados escritos pasaron a ser el meollo y la norma interna en la vida del pueblo de la alianza. ¿Puede derrumbarse de repente lo que viene de parte de Dios de una forma tan inequívoca y actualizó durante siglos la voluntad de Dios? ¿Puede derribarse por medio de Jesús, que ha declarado que estaba dispuesto a «cumplir toda justicia»? Es inconcebible. Jesús habla de su misión, como no ha hablado ningún profeta antes que él, cuando dice que ha venido. La palabra vine se refiere a un ser venido por parte de otro, a un ser enviado por el Padre. Lo que Jesús hace, sucede en nombre y por encargo del Padre. El mismo de quien en último término se derivan la ley y los profetas, no puede enviar a Jesús a abolirla. Abolir significa invalidar, así como en el ámbito terreno se dejan sin vigor una disposición o una ley. No empieza algo enteramente nuevo, que no tenga ningún enlace con lo antiguo. Jesús no elimina las antiguas leyes y establece otras nuevas. Su misión se refiere a algo distinto, en lo que está la novedad. No vine a abolir, sino a dar cumplimiento. A la voluntad de Dios y a las Sagradas Escrituras, que la han insertado en sí, se les debe dar cumplimiento. Lo nuevo no es completamente distinto, sino que es el perfeccionamiento de lo antiguo. La ley y los profetas son revelación de Dios, pero todavía no son la definitiva revelación. La voluntad de Dios se da a conocer en ellos, pero no todavía en su forma más pura. Después de estas palabras de Jesús la situación se ha cambiado por completo. La ley y los profetas, los escritos sagrados del Antiguo Testamento como tales no tienen para nosotros ninguna obligatoriedad. Pero tampoco han venido a carecer de importancia, tampoco han pasado a ser como quien dice tan sólo una sombra de la futura salvación en el Nuevo Testamento, sino que siguen en vigor, pero en su última perfección dada por Jesús. Él ha dicho de una forma definitiva cómo hay que llevar a cabo la voluntad de Dios de un modo efectivo; una vez Jesús «vino a dar cumplimiento», ya no podemos volver atrás. Si leemos este libro, sólo podemos hacerlo a la luz de la revelación de Jesús. Entonces se cae el velo de nuestros ojos, y todo aparece con una nueva luz: en todas partes vemos a Dios actuando y podemos separar lo imperfecto de lo perfecto. Pero para los judíos, como dice san Pablo, «en la lectura del Antiguo Testamento, sigue sin descorrerse el mismo velo, porque éste sólo en Cristo queda destruido. Hasta hoy, pues, cuantas veces se lee Moisés permanece el velo sobre sus corazones; pero cuantas veces uno se vuelve al Señor, se quita el velo». Pedimos y deseamos vivamente que les sea quitado este velo y vean la verdadera gloria de Dios en la faz de Jesucristo
La ley de Moisés era el ayo (guardián, supervisor) para llevar a los judíos a Cristo, Gálatas_3:24 Jesús no quería destruir a este ayo. La ley de Moisés contenía figuras, sombras, etc. que claramente apuntaban hacia Cristo. Todos los profetas, "desde Samuel en adelante" (Hechos_3:24) hablaban de Jesús: de su nacimiento, vida, reino, muerte, sepultura, resurrección, ascensión y coronación, etc. Si Jesús hubiera venido para abrogar los profetas, habría evitado el cumplimiento de estas profecías.
La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él. Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley". Lo que Jesús dice en Mateo_24:35 es semejante a esto, "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".  En estos textos y en otros se afirma que la palabra de Dios -- la ley de Moisés, los profetas, los salmos, y el evangelio -- tiene que cumplirse en todo dicho.  También se dice, "la Escritura no puede ser quebrantada", Juan_10:35. "Ni una jota ni una tilde pasará de la ley". "Jota significa la letra hebrea iod y corresponde a la i vocal. Es mucho más pequeña que las otras letras hebreas... tilde... denotando una proyección muy pequeña en la esquina de ciertas letras griegas, que las distingue de otras que son redondeadas... Toda la expresión se ha comparado felizmente con el dicho, ni el punto de una i ni el palito de una t'". Jesús dice que toda la ley seguirá en vigor hasta cumplirse.
Jesús no dijo que la ley seguiría en vigor "hasta que pasen el cielo y la tierra", sino que "hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido". ¿Cómo seguirían en vigor la ley y los profetas aun después de ser cumplidos todos los tipos y figuras y profecías? El "ayo" sirvió para llevar a los judíos a Cristo; después de hacer esto, ¿qué haría? ¡Habiendo hecho eso terminó su obra!
He aquí una comparación vigorosa. Todo el mundo ha de desaparecer antes que se suprima la mínima parte, incluso la mínima letra de la ley. La yod es la letra más pequeña en el alfabeto hebreo, y las tildes son pequeños signos empleados como auxiliares de la lectura al escribir los sagrados textos, cuyas partes y cuyas letras son palabra santa de Dios inviolables. Nunca pueden dejar de estar vigentes, porque es Dios quien por ellas ha hablado. Las palabras humanas son fugaces y pasajeras, la palabra de Dios tiene consistencia perenne...

Pero Dios no sólo ha hablado en la ley y por medio de los profetas, sino también «en estos últimos días, por el Hijo»   Ésta es su última palabra después de la cual Dios ya no dirá otra alguna con la misma autoridad. Esta última palabra perfecciona las precedentes y las pone en la verdadera luz. Porque la ley perdura, pero necesita un perfeccionamiento. Esto se expresa con la breve añadidura: sin que todo se cumpla. Esta frase quiere decir que toda la ley tiene que llegar a la perfección que ya empieza ahora en este momento por medio de la doctrina de Jesús. Pero también quiere decir: tiene que cumplirse todo lo que allí se predijo y que señala el tiempo futuro. Jesús no solamente enseña el cumplimiento de la ley, sino que lo muestra también en su persona, en su vida, en su muerte. Cuando todo esto se haya cumplido -la doctrina perfecta y la realización perfecta por medio de Jesús-, entonces todo se habrá cumplido realmente.  Jesús no es fundador de una secta ni un genio religioso, como a veces se oye decir. Antes bien es el último profeta, la última palabra de Dios, el definitivo revelador de la voluntad de Dios y, por tanto, es nuestro camino y nuestra verdad.

Es muy importante observar que Jesús no se oponía a la ley de Moisés, sino que la apoyaba. La practicaba e insistió en que sus discípulos la practicaran. El Sermón del Monte no se pone en contraste con la ley de Moisés, sino con lo que fue dicho por los judíos de ese tiempo. Jesús explica en este sermón la diferencia entre la ley de Él y la de Moisés sobre el divorcio y segundas nupcias, pero al mismo tiempo explica que debido a la dureza del corazón del pueblo Moisés permitió el divorcio (Deuteronomio_24:1-4). Sin embargo, Jesús explica lo que ha sido la voluntad de Dios desde el principio con respecto al matrimonio (Génesis_2:24)

Jesús no denunció la ley de Moisés sino la enseñanza de los escribas y fariseos. Estaba en conflicto continuo con ellos. Explicaba el verdadero significado de la ley. Los escribas y fariseos "quebrantaban" la ley, porque la pervertían, la convertían en una religión de actos externos, la ignoraban y la invalidaban por sus tradiciones. A los líderes religiosos les gustaba clasificar los mandamientos como grandes y pequeños, pero Jesús les dijo que no deberían quebrantar ni siquiera los que ellos llamaban "muy pequeños". Es malo quebrantar la ley, pero es igualmente malo inducir a otros a que lo hagan. Los escribas y fariseos no enseñaban ni practicaban lo que Jesús enseña en las  bienaventuranzas. Ellos no eran pobres en espíritu, porque en lugar de reconocer sus pecados querían justificarse a sí mismos. No poseían estas cualidades de carácter y, desde luego, no las enseñaban.
Solamente enfatizaban las cosas externas, la purificación externa pero Jesús enseña la pureza de corazón. La justicia enseñada por Jesús es mayor que la justicia enseñada y practicada por los escribas y fariseos; por lo tanto, la justicia de los discípulos de Jesús tiene que ser mayor que la "justicia" de tales líderes.
Eran hipócritas, contentos con la "justicia" de apariencia, y pasaban "por alto la justicia y el amor de Dios". La justicia de ellos era la de hablar mucho y hacer poco. "En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen". La justicia nuestra tiene que ser la de obedecer. Eran seguidores de la tradición humana, aunque ésta invalidaba la ley de Dios. Las iglesias humanas siguen la tradición humana y, por lo tanto, su justicia no es mayor que la de escribas y fariseos. Las iglesias de Cristo caen en el mismo error al obrar a través de instituciones y la iglesia patrocinadora. Nadie puede atreverse a violar ni siquiera uno solo de los mandamientos de Dios, aunque sea solamente un mandamiento insignificante y de poca importancia. No procede según la voluntad de Jesús. Es sencillo poner aparte lo antiguo, y procurarse nuevas ideas. Es mucho más difícil hacer lo que es tradicional, de tal forma que dé un nuevo resplandor. Jesús prosigue diciendo: «El que los cumpla y los enseñe...» Precede y se recalca el cumplimiento, porque es lo que sobre todo importa. Pero este cumplimiento y enseñanza de los mandamientos ahora sólo es posible en el sentido y de la nueva forma, con que Jesús los proclama. A continuación leemos varios ejemplos, que nos muestran a qué se hace referencia. Incluso los mandamientos menores debemos cumplirlos con el mismo vigor en la entrega y en el amor. Esto nos preserva de una manera de pensar de miras demasiado amplias, de un modo quizás incluso arrogante de pensar, para el cual las cosas pequeñas de la vida cotidiana son de poca monta. En el reino de Dios uno será tal como aquí haya vivido y enseñado. No solamente aquí en la tierra, sino también allí en el reino de Dios hay cosas pequeñas y cosas grandes. La solicitud incluso en las cosas pequeñas determina la categoría en el reino de los cielos. Uno será tal como ha vivido y enseñado. La frase puede aplicarse sobre todo a los que ejercen un magisterio en la Iglesia: catequistas y párrocos, sacerdotes y seglares. No pueden procurarse ideas favoritas, y hacer una elección arbitraria en el tesoro de la fe: a ellos les está confiado el conjunto, en el que cada parte, incluso la más pequeña, tiene su importancia.

Aunque los escribas y fariseos estaban perdidos, no querían que el Buen Médico les sanara, sino que le condenaban por comer con los otros pecadores. Jesús se asociaba con los pecadores y nos conviene imitarlo, porque "Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos". Nuestra justicia debe ser mayor que la justicia de los escribas y fariseos en todas estas cosas para poder entrar en el reino de Dios. También los escribas la buscan, sobre todo en su estudio y en su enseñanza. Su tarea es investigar las Escrituras e indagar la voluntad de Dios. Instruyen al pueblo, enseñan a los niños, y así en cada caso aplican a su tiempo presente lo que han investigado en los libros. Los escribas, también llamados rabinos, son los maestros oficiales en el país y en la metrópoli de Jerusalén, pero también son los jueces en los procesos menores de las comunidades rurales. «Se han sentado en la cátedra de Moisés y tienen en la mano la llave del saber» . Buscan la verdadera justicia. Eso también lo hacen los fariseos. No tienen ningún cargo oficial en el pueblo, pero tienen una gran influencia personal. Son un grupo religioso, un partido que quiere observar la ley con especial celo; adversarios de toda tibieza y mediocridad, radicales e inflexibles en las cuestiones religiosas, enemigos jurados del poder gentil de ocupación. A ellos no les interesa tanto la doctrina como la acción, la práctica realización de la justicia. Los dos grupos se han arriesgado mucho. No los menospreciemos en este particular. Jesús parece que está emparentado con los dos grupos. ¿No es también un rabí, un maestro ambulante, que instruye a sus discípulos en el verdadero camino? ¿No es la acción la que primera y decididamente le interesa a él como a los fariseos? No obstante es grande la diferencia entre Jesús y los dos grupos, como lo muestra claramente todo el Evangelio. Aquí le vemos en la exigencia fundamental formulada a los discípulos. éstos también tienen ante la vista diariamente a los dos grupos, ya que han sido instruidos en su niñez por rabinos, y presencian en las calles y plazas el celoso comportamiento de los fariseos en lo que se refiere a la religión. A los dos grupos les importa la justicia. Pero la justicia de los discípulos de Jesús debe distinguirse con sumo cuidado de la de los escribas y fariseos. Lo que enseñan y hacen los escribas y fariseos, no es suficiente a pesar del formidable esfuerzo. Dios pide más. Los discípulos deben superar a los dos grupos. La justicia de los discípulos debe ser algo tan pletórico e inmenso, que ya no pueda medirse. Debe ser una abundancia y una riqueza que desborden cualquier medida. En esta justicia parece que ha de contenerse algo nuevo. No solamente se alude a un grado diferente, sino a otra clase de justicia...

Este camino más elevado obliga a cada uno de los discípulos. De no ser así, no pueden entrar en el reino de los cielos. La condición para la entrada en el reino de Dios es aquella justicia exuberante. Ante esta exigencia quizás pierda alguno el ánimo ya ahora, sin haber todavía experimentado aquello a lo que ella alude con precisión. ¿Cómo pueden adaptarse esta gente sencilla, los discípulos de Jesús, a los cultos y celosos defensores de la ley? ¿Deben superar a quienes la gente sencilla contempla con profundo respeto? ¿Se tienen todavía que observar más mandamientos, llevar a cabo más obras de las que hacen los fariseos? ¿No tendrían que ser todos como uno de los antiguos monjes del desierto, que morían a sí mismos y vivían para Dios de una forma solitaria y sobria, bajo las más duras privaciones?  

El Señor Jesús vino a dar cumplimiento a las predicciones de los profetas, que, mucho antes, habían anunciado que un Salvador apareciese algún día. Vino a  dar cumplimiento a la ley ceremonial, haciéndose el gran sacrificio por el pecado, el sacrificio al cual señalaban todas las ofrendas de la dispensación de  Moisés. Vino a cumplir la ley moral, rindiendo a ella una obediencia perfecta-- la cual nosotros nunca jamás pudiéramos haber rendido--y pagando con su  sangre expiatoria la pena debida por nuestra violencia de esa ley; una pena que nosotros jamás pudiéramos haber pagado. De todos estos modos él enalteció la  ley de Dios, e hizo más evidente que nunca su importancia. En una palabra, "él magnificó la ley y la engrandeció...
Lecciones profundas de sabiduría hay que aprender de estas palabras de nuestro Señor. Considerémoslas bien y atesorémosla en nuestros corazones.
Guardémonos de despreciar el Antiguo Testamento bajo cualquier pretexto. Jamás prestemos el oído a los que nos aconsejarían echarlo a un lado como un  libro obsoleto, anticuado e inútil. La religión del Antiguo Testamento es el germen del Cristianismo. El Antiguo Testamento es el Evangelio en el botón; el  Nuevo Testamento es el Evangelio en la flor. El Antiguo Testamento es el Evangelio en la yerba; el Nuevo Testamento es el Evangelio en la espiga, llena do  grano. Los santos descritos en el Antiguo Testamento veían muchas cosas indistintamente, como si mirasen por un vidrio imperfecto. Mas todos miraban por  la fe al mismo Salvador y eran guiados por el mismo Espíritu, como lo hacemos nosotros. Tales hechos no son triviales. El desprecio ignorante del Antiguo  Testamento es la causa de mucha incredulidad.
Guardémonos, también, de despreciar de ley de los Diez Mandamientos. No supongamos por un momento que esta ley se abrogue por el Evangelio, o que los  cristianos no tienen nada que hacer con ella. La venida de Cristo no cambió en lo más mínimo la posición de los Diez Mandamientos. De otro modo, la  enalteció, y elevó su autoridad. La ley de los Diez Mandamientos es la regla fija y eterna de Dios respecto del bien y del mal. Por medio de ella  viene el conocimiento del pecado. Por ella el Espíritu enseña a los hombres su necesidad de tener a Cristo, y les impulsa hacia él. Á ella Cristo dirige su  pueblo como a su regla y guía en la vida santa. En su lugar propio es de tanta importancia como "el Evangelio glorioso." No puede salvarnos. No podemos ser  justificados por medio de ella. Sin embargo, nunca, nunca jamás despreciémosla. Cuando la ley se tiene en poco estima vemos un síntoma de una condición  ignorante y enfermiza en materias de religión. El cristiano verdadero "se regocija en la ley de Dios.”.
Al fin, guardémonos de suponer que el Evangelio ha bajado la regla de santidad personal, y que el cristiano no tiene que  ser tan estricto y escrupuloso en su vida diaria como el judío. Esta es una equivocación grande; sin embargo es,  desgraciadamente, una equivocación muy común. Tan lejos de ser esto el caso, la santificación del santo que tiene el  Nuevo Testamento por regla debe sobrepujar la del hombre que se guía tan solo por el Antiguo Testamento. Cuanto más  luz poseamos, tanto más amor debiéramos tener para con Dios. Cuanto más clara nuestra concepción de la absolución llena  y completa, concedida a nosotros por Cristo, tanto más debiéramos trabajar fervorosamente por la gloria de Él. Sabemos  mucho mejor que los santos del Antiguo Testamento lo que ha costado redimirnos. Hemos leído lo que tuvo lugar en  Getsemaní y en Calvario, y ellos lo vieron tan solo como un suceso de lo futuro y con la vista indistinta é imperfecta.
Jamás echemos al olvido nuestras obligaciones. El cristiano que se contenta con un ideal inferior en cuanto a la santidad  personal tiene mucho que aprender.

¡Maranatha!

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