Mateo 5:17-20 No penséis que he venido para desatar la ley
o los profetas; no he venido para desatarla, sino para cumplirla.
Porque de cierto os digo, que hasta que perezca el cielo y la
tierra, ni una jota ni una tilde perecerá de la Ley, hasta que todas las cosas
sean cumplidas.
De manera que cualquiera que desatare uno de
estos mandamientos muy pequeños, y así enseñare a los hombres, muy pequeño será
llamado en el Reino de los cielos; mas cualquiera que los hiciere y los
enseñare, éste será llamado grande en el Reino de los cielos.
Porque os digo, que si vuestra justicia (rectitud) no fuere mayor que la de
los escribas y de los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos.
(La
Biblia Casiodoro de Reina 1569)
Era obvio a
todos que la enseñanza de Jesús era diferente de la de los escribas y fariseos
(Mateo_7:28). Decía repetidas veces,
"Pero yo os digo". Durante su
ministerio los judíos constantemente lo criticaban por no respetar sus
tradiciones (Mateo_15:2), por sanar en
el día de reposo, Juan_5:16, etc. Estos líderes eran los representantes de la
ley y los profetas; por eso, algunas personas podían creer que Jesús, al
oponerse a ellos, también se oponía a la ley y los profetas.
Por eso Jesús aclara este punto. La gente no debería confundir
lo que enseñaban y hacían estos líderes con la ley de Moisés y los profetas.
He venido" es una
expresión muy interesante. ¿De dónde vino Cristo? ¿Dónde estaba antes? Al decir
"He venido" se refiere a su preexistencia con el Padre (Juan_1:1-3).
La ley fue dada por
Dios como orden santo de toda la vida de Israel. También fue dada como una
indicación para el individuo para su pensamiento y acción éticos y religiosos.
La voluntad solicitante de Dios se ha hecho patente en la ley, está detrás de
cada una de las letras. Junto a la ley están los profetas. También en el
mensaje de éstos se ha patentizado la voluntad de Dios. Las dos juntas, la ley
y los profetas, no sólo han tenido importancia para su tiempo. La ley fue
solemnemente presentada por Moisés al pueblo, y el pueblo en el monte Sinaí se
obligó al cumplimiento de la ley. Los profetas en su tiempo han dado a conocer
en discursos expresivos lo que Dios reclama. No se redujo a palabras orales ni
al mensaje hablado: todas estas palabras, «la ley y los profetas» fueron
puestas por escrito y retransmitidas a cada una de las siguientes generaciones
con la misma fuerza obligatoria. Como sagrados escritos pasaron a ser el meollo
y la norma interna en la vida del pueblo de la alianza. ¿Puede derrumbarse de
repente lo que viene de parte de Dios de una forma tan inequívoca y actualizó
durante siglos la voluntad de Dios? ¿Puede derribarse por medio de Jesús, que
ha declarado que estaba dispuesto a «cumplir toda justicia»? Es inconcebible.
Jesús habla de su misión, como no ha hablado ningún profeta antes que él,
cuando dice que ha venido. La palabra vine se refiere a un ser venido por parte
de otro, a un ser enviado por el Padre. Lo que Jesús hace, sucede en nombre y
por encargo del Padre. El mismo de quien en último término se derivan la ley y
los profetas, no puede enviar a Jesús a abolirla. Abolir significa invalidar,
así como en el ámbito terreno se dejan sin vigor una disposición o una ley. No
empieza algo enteramente nuevo, que no tenga ningún enlace con lo antiguo.
Jesús no elimina las antiguas leyes y establece otras nuevas. Su misión se
refiere a algo distinto, en lo que está la novedad. No vine a abolir, sino a
dar cumplimiento. A la voluntad de Dios y a las Sagradas Escrituras, que la han
insertado en sí, se les debe dar cumplimiento. Lo nuevo no es completamente
distinto, sino que es el perfeccionamiento de lo antiguo. La ley y los profetas
son revelación de Dios, pero todavía no son la definitiva revelación. La
voluntad de Dios se da a conocer en ellos, pero no todavía en su forma más
pura. Después de estas palabras de Jesús la situación se ha cambiado por
completo. La ley y los profetas, los escritos sagrados del Antiguo Testamento
como tales no tienen para nosotros ninguna obligatoriedad. Pero tampoco han
venido a carecer de importancia, tampoco han pasado a ser como quien dice tan
sólo una sombra de la futura salvación en el Nuevo Testamento, sino que siguen
en vigor, pero en su última perfección dada por Jesús. Él ha dicho de una forma
definitiva cómo hay que llevar a cabo la voluntad de Dios de un modo efectivo;
una vez Jesús «vino a dar cumplimiento», ya no podemos volver atrás. Si leemos
este libro, sólo podemos hacerlo a la luz de la revelación de Jesús. Entonces
se cae el velo de nuestros ojos, y todo aparece con una nueva luz: en todas
partes vemos a Dios actuando y podemos separar lo imperfecto de lo perfecto.
Pero para los judíos, como dice san Pablo, «en la lectura del Antiguo
Testamento, sigue sin descorrerse el mismo velo, porque éste sólo en Cristo
queda destruido. Hasta hoy, pues, cuantas veces se lee Moisés permanece el velo
sobre sus corazones; pero cuantas veces uno se vuelve al Señor, se quita el
velo». Pedimos y deseamos vivamente que les sea quitado este velo y vean la
verdadera gloria de Dios en la faz de Jesucristo
La ley de Moisés
era el ayo (guardián,
supervisor) para llevar a los judíos a Cristo, Gálatas_3:24
Jesús no quería destruir
a este ayo. La ley de Moisés contenía figuras, sombras, etc. que claramente
apuntaban hacia Cristo. Todos los profetas, "desde Samuel en
adelante" (Hechos_3:24) hablaban
de Jesús: de su nacimiento, vida, reino, muerte, sepultura, resurrección,
ascensión y coronación, etc. Si Jesús
hubiera venido para abrogar los profetas, habría evitado el cumplimiento de
estas profecías.
La ley y los
profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos
se esfuerzan por entrar en él. Pero más fácil es que pasen el cielo y la
tierra, que se frustre una tilde de la ley". Lo que Jesús dice en Mateo_24:35 es semejante a esto, "El cielo
y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". En estos textos y en otros se afirma que la
palabra de Dios -- la ley de Moisés, los profetas, los salmos, y el evangelio
-- tiene que cumplirse en todo dicho.
También se dice, "la Escritura no
puede ser quebrantada", Juan_10:35.
"Ni una jota ni una tilde pasará de la ley". "Jota significa la
letra hebrea iod y corresponde
a la i vocal. Es mucho más
pequeña que las otras letras hebreas... tilde... denotando una proyección muy
pequeña en la esquina de ciertas letras griegas, que las distingue de otras que
son redondeadas... Toda la expresión se ha comparado felizmente con el dicho,
ni el punto de una i ni el palito de una t'". Jesús dice que toda la ley
seguirá en vigor hasta cumplirse.
Jesús no dijo que la ley seguiría en vigor
"hasta que pasen el cielo y la tierra", sino que "hasta que
pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido".
¿Cómo seguirían en vigor la ley y los profetas aun después de ser cumplidos
todos los tipos y figuras y profecías?
El "ayo" sirvió para llevar a los judíos a Cristo; después de hacer
esto, ¿qué haría? ¡Habiendo hecho eso terminó su obra!
He aquí una
comparación vigorosa. Todo el mundo ha de desaparecer antes que se suprima la
mínima parte, incluso la mínima letra de la ley. La yod es la letra más pequeña
en el alfabeto hebreo, y las tildes son pequeños signos empleados como
auxiliares de la lectura al escribir los sagrados textos, cuyas partes y cuyas
letras son palabra santa de Dios inviolables. Nunca pueden dejar de estar
vigentes, porque es Dios quien por ellas ha hablado. Las palabras humanas son
fugaces y pasajeras, la palabra de Dios tiene consistencia perenne...
Pero Dios no
sólo ha hablado en la ley y por medio de los profetas, sino también «en estos
últimos días, por el Hijo» Ésta es su última palabra después de la cual
Dios ya no dirá otra alguna con la misma autoridad. Esta última palabra
perfecciona las precedentes y las pone en la verdadera luz. Porque la ley
perdura, pero necesita un perfeccionamiento. Esto se expresa con la breve
añadidura: sin que todo se cumpla. Esta frase quiere decir que toda la ley
tiene que llegar a la perfección que ya empieza ahora en este momento por medio
de la doctrina de Jesús. Pero también quiere decir: tiene que cumplirse todo lo
que allí se predijo y que señala el tiempo futuro. Jesús no solamente enseña el
cumplimiento de la ley, sino que lo muestra también en su persona, en su vida,
en su muerte. Cuando todo esto se haya cumplido -la doctrina perfecta y la
realización perfecta por medio de Jesús-, entonces todo se habrá cumplido
realmente. Jesús no es fundador de una
secta ni un genio religioso, como a veces se oye decir. Antes bien es el último
profeta, la última palabra de Dios, el definitivo revelador de la voluntad de
Dios y, por tanto, es nuestro camino y nuestra verdad.
Es muy
importante observar que Jesús no se oponía a la ley de Moisés, sino que la
apoyaba. La practicaba e insistió en que sus discípulos la practicaran. El
Sermón del Monte no se pone en contraste con la ley de Moisés, sino con lo que
fue dicho por los judíos de ese tiempo. Jesús explica en este sermón la
diferencia entre la ley de Él y la de Moisés sobre el divorcio y segundas
nupcias, pero al mismo tiempo explica que debido a la dureza del corazón del
pueblo Moisés permitió el divorcio (Deuteronomio_24:1-4).
Sin embargo, Jesús explica lo que ha sido la voluntad de Dios desde el
principio con respecto al matrimonio (Génesis_2:24)
Jesús no
denunció la ley de Moisés sino la enseñanza de los escribas y fariseos. Estaba
en conflicto continuo con ellos. Explicaba el verdadero significado de la ley. Los
escribas y fariseos "quebrantaban" la ley, porque la pervertían, la
convertían en una religión de actos externos, la ignoraban y la invalidaban por
sus tradiciones. A los líderes religiosos les gustaba clasificar los mandamientos
como grandes y pequeños, pero Jesús les dijo que no deberían quebrantar ni
siquiera los que ellos llamaban "muy pequeños". Es malo quebrantar la
ley, pero es igualmente malo inducir a otros a que lo hagan. Los escribas y
fariseos no enseñaban ni practicaban lo que Jesús enseña en las bienaventuranzas. Ellos no eran pobres en
espíritu, porque en lugar de reconocer sus pecados querían justificarse a sí
mismos. No poseían estas cualidades de carácter y, desde luego, no las
enseñaban.
Solamente enfatizaban las cosas externas, la
purificación externa pero Jesús enseña la pureza de corazón. La justicia
enseñada por Jesús es mayor que la justicia enseñada y practicada por los
escribas y fariseos; por lo tanto, la justicia de los discípulos de Jesús tiene
que ser mayor que la "justicia" de tales líderes.
Eran hipócritas, contentos con la "justicia"
de apariencia, y pasaban "por alto la justicia y el amor de Dios". La justicia de ellos era la de hablar mucho
y hacer poco. "En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y
los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo;
mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen". La justicia
nuestra tiene que ser la de obedecer. Eran
seguidores de la tradición humana, aunque ésta invalidaba la ley de Dios.
Las iglesias humanas siguen la tradición humana y, por lo tanto, su justicia no
es mayor que la de escribas y fariseos. Las iglesias de Cristo caen en el mismo
error al obrar a través de instituciones y la iglesia patrocinadora. Nadie
puede atreverse a violar ni siquiera uno solo de los mandamientos de Dios,
aunque sea solamente un mandamiento insignificante y de poca importancia. No
procede según la voluntad de Jesús. Es sencillo poner aparte lo antiguo, y
procurarse nuevas ideas. Es mucho más difícil hacer lo que es tradicional, de
tal forma que dé un nuevo resplandor. Jesús prosigue diciendo: «El que los
cumpla y los enseñe...» Precede y se recalca el cumplimiento, porque es lo que
sobre todo importa. Pero este cumplimiento y enseñanza de los mandamientos
ahora sólo es posible en el sentido y de la nueva forma, con que Jesús los
proclama. A continuación leemos varios ejemplos, que nos muestran a qué se hace
referencia. Incluso los mandamientos menores debemos cumplirlos con el mismo
vigor en la entrega y en el amor. Esto nos preserva de una manera de pensar de
miras demasiado amplias, de un modo quizás incluso arrogante de pensar, para el
cual las cosas pequeñas de la vida cotidiana son de poca monta. En el reino de
Dios uno será tal como aquí haya vivido y enseñado. No solamente aquí en la
tierra, sino también allí en el reino de Dios hay cosas pequeñas y cosas
grandes. La solicitud incluso en las cosas pequeñas determina la categoría en
el reino de los cielos. Uno será tal como ha vivido y enseñado. La frase puede
aplicarse sobre todo a los que ejercen un magisterio en la Iglesia: catequistas
y párrocos, sacerdotes y seglares. No pueden procurarse ideas favoritas, y
hacer una elección arbitraria en el tesoro de la fe: a ellos les está confiado
el conjunto, en el que cada parte, incluso la más pequeña, tiene su
importancia.
Aunque los
escribas y fariseos estaban perdidos, no querían que el Buen Médico les sanara,
sino que le condenaban por comer con los otros pecadores. Jesús se asociaba con
los pecadores y nos conviene imitarlo, porque "Los que están sanos no
tienen necesidad de médico, sino los enfermos". Nuestra justicia debe ser
mayor que la justicia de los escribas y fariseos en todas estas cosas para
poder entrar en el reino de Dios. También los escribas la buscan, sobre todo en
su estudio y en su enseñanza. Su tarea es investigar las Escrituras e indagar
la voluntad de Dios. Instruyen al pueblo, enseñan a los niños, y así en cada
caso aplican a su tiempo presente lo que han investigado en los libros. Los
escribas, también llamados rabinos, son los maestros oficiales en el país y en
la metrópoli de Jerusalén, pero también son los jueces en los procesos menores
de las comunidades rurales. «Se han sentado en la cátedra de Moisés y tienen en
la mano la llave del saber» . Buscan la verdadera justicia. Eso también lo
hacen los fariseos. No tienen ningún cargo oficial en el pueblo, pero tienen
una gran influencia personal. Son un grupo religioso, un partido que quiere
observar la ley con especial celo; adversarios de toda tibieza y mediocridad,
radicales e inflexibles en las cuestiones religiosas, enemigos jurados del
poder gentil de ocupación. A ellos no les interesa tanto la doctrina como la
acción, la práctica realización de la justicia. Los dos grupos se han
arriesgado mucho. No los menospreciemos en este particular. Jesús parece que
está emparentado con los dos grupos. ¿No es también un rabí, un maestro
ambulante, que instruye a sus discípulos en el verdadero camino? ¿No es la
acción la que primera y decididamente le interesa a él como a los fariseos? No
obstante es grande la diferencia entre Jesús y los dos grupos, como lo muestra
claramente todo el Evangelio. Aquí le vemos en la exigencia fundamental formulada
a los discípulos. éstos también tienen ante la vista diariamente a los dos
grupos, ya que han sido instruidos en su niñez por rabinos, y presencian en las
calles y plazas el celoso comportamiento de los fariseos en lo que se refiere a
la religión. A los dos grupos les importa la justicia. Pero la justicia de los
discípulos de Jesús debe distinguirse con sumo cuidado de la de los escribas y
fariseos. Lo que enseñan y hacen los escribas y fariseos, no es suficiente a
pesar del formidable esfuerzo. Dios pide más. Los discípulos deben superar a
los dos grupos. La justicia de los discípulos debe ser algo tan pletórico e
inmenso, que ya no pueda medirse. Debe ser una abundancia y una riqueza que
desborden cualquier medida. En esta justicia parece que ha de contenerse algo
nuevo. No solamente se alude a un grado diferente, sino a otra clase de
justicia...
Este camino más
elevado obliga a cada uno de los discípulos. De no ser así, no pueden entrar en
el reino de los cielos. La condición para la entrada en el reino de Dios es
aquella justicia exuberante. Ante esta exigencia quizás pierda alguno el ánimo
ya ahora, sin haber todavía experimentado aquello a lo que ella alude con
precisión. ¿Cómo pueden adaptarse esta gente sencilla, los discípulos de Jesús,
a los cultos y celosos defensores de la ley? ¿Deben superar a quienes la gente
sencilla contempla con profundo respeto? ¿Se tienen todavía que observar más
mandamientos, llevar a cabo más obras de las que hacen los fariseos? ¿No
tendrían que ser todos como uno de los antiguos monjes del desierto, que morían
a sí mismos y vivían para Dios de una forma solitaria y sobria, bajo las más
duras privaciones?
El
Señor Jesús vino a dar cumplimiento a
las predicciones de los profetas, que, mucho antes, habían anunciado que
un Salvador apareciese algún día. Vino a
dar cumplimiento a la ley
ceremonial, haciéndose el gran sacrificio por el pecado, el sacrificio
al cual señalaban todas las ofrendas de la dispensación de Moisés. Vino a cumplir la ley moral, rindiendo a ella una
obediencia perfecta-- la cual nosotros nunca jamás pudiéramos haber rendido--y
pagando con su sangre expiatoria la pena
debida por nuestra violencia de esa ley; una pena que nosotros jamás pudiéramos
haber pagado. De todos estos modos él enalteció la ley de Dios, e hizo más evidente que nunca su
importancia. En una palabra, "él magnificó la ley y la engrandeció...
Lecciones
profundas de sabiduría hay que aprender de estas palabras de nuestro Señor.
Considerémoslas bien y atesorémosla en nuestros corazones.
Guardémonos de despreciar el Antiguo Testamento bajo
cualquier pretexto. Jamás prestemos el oído a los que nos aconsejarían echarlo a
un lado como un libro obsoleto,
anticuado e inútil. La religión del Antiguo Testamento es el germen del
Cristianismo. El Antiguo Testamento es el Evangelio en el botón; el Nuevo Testamento es el Evangelio en la flor.
El Antiguo Testamento es el Evangelio en la yerba; el Nuevo Testamento es el
Evangelio en la espiga, llena do grano.
Los santos descritos en el Antiguo Testamento veían muchas cosas
indistintamente, como si mirasen por un vidrio imperfecto. Mas todos miraban
por la fe al mismo Salvador y eran
guiados por el mismo Espíritu, como lo hacemos nosotros. Tales hechos no son
triviales. El desprecio ignorante del Antiguo
Testamento es la causa de mucha incredulidad.
Guardémonos, también, de despreciar de ley de los
Diez Mandamientos. No supongamos por un momento que esta
ley se abrogue por el Evangelio, o que los
cristianos no tienen nada que hacer con ella. La venida de Cristo no
cambió en lo más mínimo la posición de los Diez Mandamientos. De otro modo,
la enalteció, y elevó su autoridad. La
ley de los Diez Mandamientos es la regla fija y eterna de Dios respecto del
bien y del mal. Por medio de ella viene
el conocimiento del pecado. Por ella el Espíritu enseña a los hombres su
necesidad de tener a Cristo, y les impulsa hacia él. Á ella Cristo dirige
su pueblo como a su regla y guía en la
vida santa. En su lugar propio es de tanta importancia como "el Evangelio
glorioso." No puede salvarnos. No podemos ser justificados por medio de ella. Sin embargo,
nunca, nunca jamás despreciémosla. Cuando la ley se tiene en poco estima vemos
un síntoma de una condición ignorante y
enfermiza en materias de religión. El cristiano verdadero "se regocija en
la ley de Dios.”.
Al
fin, guardémonos de suponer que el
Evangelio ha bajado la regla de santidad personal, y que el cristiano no
tiene que ser tan estricto y escrupuloso
en su vida diaria como el judío. Esta es una equivocación grande; sin embargo
es, desgraciadamente, una equivocación
muy común. Tan lejos de ser esto el caso, la santificación del santo que tiene
el Nuevo Testamento por regla debe sobrepujar
la del hombre que se guía tan solo por el Antiguo Testamento. Cuanto más luz poseamos, tanto más amor debiéramos tener
para con Dios. Cuanto más clara nuestra concepción de la absolución llena y completa, concedida a nosotros por Cristo,
tanto más debiéramos trabajar fervorosamente por la gloria de Él. Sabemos mucho mejor que los santos del Antiguo Testamento
lo que ha costado redimirnos. Hemos leído lo que tuvo lugar en Getsemaní y en Calvario, y ellos lo vieron
tan solo como un suceso de lo futuro y con la vista indistinta é imperfecta.
Jamás
echemos al olvido nuestras obligaciones. El cristiano que se contenta con un
ideal inferior en cuanto a la santidad
personal tiene mucho que aprender.
¡Maranatha!
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