Mar 12:28 Acercándose uno de los escribas, que los había oído disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó:¿Cuál es el primer mandamiento de todos?
Mar
12:29 Jesús le respondió: El primer
mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es.
Mar
12:30 Y amarás al Señor tu Dios con todo
tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.
Este es el principal mandamiento.
Mar
12:31 Y el segundo es semejante: Amarás
a tu prójimo como a ti mismo.No hay otro mandamiento mayor que éstos.
Mar
12:32 Entonces el escriba le dijo: Bien,
Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios, y no hay otro fuera de él;
Mar
12:33 y el amarle con todo el corazón,
con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al
prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios.
Mar
12:34 Jesús entonces, viendo que había respondido
sabiamente, le dijo: No estás lejos del reino de Dios. Y ya ninguno osaba
preguntarle.
Estos
versículos contienen una conversación entre nuestro Señor Jesucristo y "
uno de los escribas." Por tercera vez en un mismo día vemos a nuestro
Señor puesto a prueba con una cuestión
difícil. Habiendo reducido al silencio a los fariseos y saduceos, le piden que
decida un punto en que había mucha
divergencia de opiniones entre los judíos: " ¿Cuál es entre los
mandamientos el primero de todos?"
Este escriba vino a Jesús con una pregunta que se
debatía a menudo en las escuelas rabínicas. En el judaísmo había una especie de
doble tendencia. Estaba la tendencia a extender la Ley ilimitadamente en
cientos y miles de reglas y normas; pero también existía la tendencia a tratar
de reunir la Ley en una sola frase, una afirmación general que fuera el
compendio de todo su mensaje. A Hillel le preguntó una vez un prosélito que le
instruyera en toda la Ley mientras él se mantenía sobre un pie. La respuesta de
Hillel fue: «Lo que aborreces para ti mismo, no se lo hagas a tu prójimo; esto
es toda la Ley, y el resto no es más que comentario. Ve, y aprende.» Aquiba
dijo después que Cristo: "Ama a tu prójimo como a- ti mismo": este es
el principio de la Ley más grande y más general.» Simón el Justo también dijo:
"El mundo se sostiene sobre tres cosas: la Ley, el culto y las obras de
amor.»
Shammay enseñó que Moisés había recibido 613
preceptos en el monte Sinaí, 365 según los días del año solar, más 248, según
las generaciones de la humanidad. David redujo los 613 a 11 en Salmo 15.
Aquí se puede ver que el ingenio rabínico trataba de
concentrar tanto como de extender la Ley. Había realmente dos escuelas de
pensamiento. Algunos creían que había temas más ligeros y más graves en la Ley;
que había grandes principios que era de suprema importancia captar. Como
Agustín diría unos siglos después: «Ama a Dios, y haz lo que quieras.» Pero
había otros que estaban totalmente en contra de esto, y que sostenían que todos
los principios pequeños eran tan vinculantes como los grandes, y que tratar de
distinguir entre sus relativas importancias era sumamente peligroso. El escriba
que Le hizo a Jesús esta pregunta estaba interesado en algo que constituía un
tema candente del pensamiento judío.
La respuesta de Jesús tomó dos grandes mandamientos,
y los aunó.
(i) «Oye, Israel: no hay más Señor que el Señor
nuestro Dios.» Esa sencilla frase es realmente el credo del judaísmo (Deu_6:4
). Se usaba de tres maneras. Se la llama la Shemá. Shemá es el imperativo del
verbo hebreo shama', oír, y se llama así porque esa es la primera palabra de la
frase, y en español Oye Israel.
(a) Era y es la frase inicial del culto de la
sinagoga antiguamente y ahora. La shemá entera está tomada de Deu_6:4-9 ;
Deu_11:13-21 ; Num_15:37-41 . Es la confesión de que no hay más que un Dios, el
fundamento del monoteísmo judío.
(b) Los tres pasajes de la shemá se escribían en las
filacterias (Mat_23:5 ), que eran tiras de piel que los devotos judíos se
ponían en la frente y en la muñeca cuando hacían oración. Cuando oraban, les
recordaba su credo. La razón para usar las fIlacterias se encontraba en Deu_6:8
.
(c) La shemá se guardaba en una cajita cilíndrica
llamada mezuzá, que se fijaba, y se sigue fijando, a la puerta de todas las
casas judías y de todas las habitaciones para recordarles a los judíos a Dios
en sus entradas y salidas.
Cuando Jesús citó esta frase como el primer
mandamiento, cualquier judío devoto habría estado de acuerdo con Él.
(ii) «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Es una
cita de Lev_19:18 . Jesús hizo una cosa insólita con ella. En su contexto
original se refiere al correligionario judío. No se pretendía que incluyera a
los gentiles, a los que estaba permitido odiar. Pero Jesús citó este
mandamiento sin restricciones ni fronteras. Tomó una ley antigua, y la colmó
con un nuevo significado.
La cosa nueva que hizo Jesús fue aunar estos dos
mandamientos. Ningún rabino lo había hecho nunca. Sólo hubo un intento de
relacionarlos anteriormente. Alrededor del año 100 a C. se compuso una serie de
tratados Los Testamentos de los Doce Patriarcas, en los que el autor anónimo puso
en las bocas de los patriarcas algunas enseñanzas muy preciosas.
Razón tenemos de agradecer a Dios que tantas
cuestiones difíciles fuesen propuestas a
nuestro Señor; pues sin esa circunstancia quizás nunca se hubieran dicho las
palabras llenas de alta sabiduría que sus tres
respuestas contienen. En este caso, y en otros muchos, vemos como Dios
hace salir el bien del mal. Puede hacer que los asaltos más maliciosos de
sus enemigos produzcan el bien de su
iglesia, y redunden en Su alabanza. Puede hacer que la enemistad de los
fariseos y saduceos se convierta en instrucción de Su pueblo. Que poco se imaginaban los tres
que en este capítulo vemos preguntarle el gran beneficio que sus arteras
cuestiones iban a conferir a toda la
Cristiandad. "Del comedor sale la carne." Jueces 14.16.
¡Qué impresión produce la manera con que el Señor
pinta el entendimiento con que debemos mirar a Dios y a nuestro prójimo No solamente
debemos obedecer al uno, y abstenernos
de dañar al otro; en ambos casos debemos dar algo más; tenemos que dar amor, el
más fuerte de todos los afectos, y el más
comprensivo. Esta regla lo incluye todo; hace innecesarios los detalles.
Nada puede faltar intencionalmente donde hay amor.
¡Qué expresivo es también nuestro Señor cuando nos
describe la medida con que debemos amar a Dios y a nuestro prójimo! Debemos
amar a Dios más que a nosotros mismos, y
con todo el poder de las facultades más íntimas de nuestro ser; nunca podremos
amarlo bastante ni demasiado bien. Debemos amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos y
hacerles bajo todos respectos lo que quisiéramos que nos hiciesen a nosotros.
Clara y obvia es la profunda sabiduría
de la distinción que establece. Podríamos fácilmente errar en nuestros afectos
hacia los demás, ya por tenerlos exageradamente en mucho o en poco; por eso la regla es amarlos como a nosotros
mismos, ni más ni menos. No podemos errar por exceso en nuestro amor a Dios. Es
digno de todo lo que seamos capaces de
tributarle, así es que debemos amarlo con todo nuestro corazón.
Tengamos continuamente presentes estas dos reglas
tan ensalzadas, y usémoslas diariamente durante el viaje de la vida.
Considerémoslas como un compendio de lo
que debemos practicar tanto en lo que concierne a nuestras relaciones con Dios,
como con los hombres. Juzguemos por ellas todas las dificultades que puedan asaltar nuestra conciencia, respecto a
lo que es bueno y a lo que es malo. Feliz el hombre que se empeñe en amoldar su
vida siguiendo siempre estas reglas.
Esta breve exposición nos enseña cual es el
verdadero tipo de deber, y en que gran necesidad estamos todos por naturaleza
de la expiación y mediación de nuestro
Señor Jesucristo. ¿En dónde están los hombres que puedan asegurar con verdad,
que han amado de una manera perfecta a Dios y al hombre? ¿Dónde hallar en la tierra una persona que no se
confiese "criminal" al ser juzgado por esa ley? No es de admirarse
que la Escritura diga: " No hay nadie justo, no, ni uno solo." "Por las obras de la ley
ninguna carne se justificará." Rom. 3 2Sa_10:20. Una ignorancia grosera de
las exigencias de la ley de Dios es tan solo lo que nos hace no darte el alto valor que tiene el
Evangelio. Aquel que tiene la percepción más clara de la ley moral, será
siempre el que tenga el juicio más elevado
del valor de la sangre expiatoria del Cristo.
Observemos, además, en estos versículos, cuan
adelantado puede un hombre estar en religión, y no ser, a pesar de eso,
verdadero discípulo de Cristo. El escriba, en el pasaje que comentamos, era
evidentemente un hombre de más saber que la mayor parte de los de su clase.
Veía cosas que muchos escribas y
fariseos nunca vieron; prueba evidente son sus mismas palabras. "Hay
un Dios; y no hay otro más que Él; y amarlo de todo corazón, y con todo el entendimiento, y con toda el alma, y con
todas nuestras fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que
holocaustos y sacrificios." Estas palabras
son muy notables, y tanto más si recordamos quien las dijo y en que
época vivía; no nos maravilla, pues, leer después lo que nuestro Señor le dijo,
"Tú no estás lejos del reino de
Dios...
Pero no debemos cerrar los ojos al hecho, que en
ningún lugar se nos dice que este hombre se hiciera discípulo de nuestro Señor;
sobre este particular hay silencio
profundo. Los pasajes paralelos en S. Mateo no arrojan ninguna luz sobre este
caso, y nada nos dicen de él las otras partes del Nuevo Testamento.
Tenemos que deducir la desagradable conclusión, que,
como el joven rico no pudo decidirse a abandonarlo todo y seguir a Cristo; o
que, como algunos de los príncipes que
se mencionan en otro lugar, " amaban más la gloria de los hombres que la
gloria de Dios." Juan 12.43. Por fin, aunque "no lejos del reino
de Dios " probablemente nunca entró
en él, y fuera de él murió.
Desgraciadamente, casos como el del escriba son
harto comunes. Centenares de personas hay, que como él, ven mucho y .saben
mucho de las verdades religiosas, y
viven, sin embargo, y mueren indecisos. Pocas cosas hay que pasen tan
desapercibidas como la altura a que pueden llegar muchas personas en sus progresos religiosos, y no obstante no
convertirse nunca, ni nunca salvarse. Fijémonos bien en el caso de este hombre,
y tengamos cuidado.
Guardémonos de
fundar nuestra esperanza de salvación en conocimientos meramente intelectuales. Vivimos en una época
en que se corre un gran peligro de hacerlo así. Al
recibir educación los niños aprenden de la religión muchas cosas que sus padres ignoraban completamente. Pero la
educación no hace solo a un hombre cristiano a los ojos de Dios. No
debemos solamente conocer las
principales doctrinas del Evangelio con nuestra inteligencia, sino recibirlas
en nuestros corazones, y ser guiado por
ellas en nuestras vidas. No descansemos hasta no haber entrado en el reino de
Dios, hasta no habernos arrepentido de
corazón, hasta que creamos fuertemente, hasta que no seamos nuevas criaturas en
Cristo Jesús. Si nos quedamos
satisfechos con "no estar lejos del reino" nos encontraremos al fin
excluidos de él para siempre.
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