} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA VIDA FUTURA

jueves, 19 de agosto de 2021

LA VIDA FUTURA


Mar 12:18  Entonces vinieron a él los saduceos, que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron, diciendo:

Mar 12:19  Maestro, Moisés nos escribió que si el hermano de alguno muriere y dejare esposa, pero no dejare hijos, que su hermano se case con ella, y levante descendencia a su hermano.

Mar 12:20  Hubo siete hermanos; el primero tomó esposa, y murió sin dejar descendencia.

Mar 12:21  Y el segundo se casó con ella, y murió, y tampoco dejó descendencia; y el tercero, de la misma manera.

Mar 12:22  Y así los siete, y no dejaron descendencia; y después de todos murió también la mujer.

Mar 12:23  En la resurrección, pues, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será ella mujer, ya que los siete la tuvieron por mujer?

Mar 12:24  Entonces respondiendo Jesús, les dijo: ¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios?

Mar 12:25  Porque cuando resuciten de los muertos, ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles que están en los cielos.

Mar 12:26  Pero respecto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés cómo le habló Dios en la zarza, diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?

Mar 12:27  Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos; así que vosotros mucho erráis.

 

                 Estos versículos relatan una conversación entre nuestro Señor Jesucristo y los saduceos. Sabemos que la religión de estos era punto menos que infidelidad;  decían "que no había resurrección." Ellos, como los fariseos, se imaginaron que enredarían a nuestro Señor con cuestiones difíciles y lo dejarían perplejo. La  iglesia de Cristo no debe esperar que la traten mejor que a su Maestro. El formalismo por un lado, y la infidelidad por otro, son enemigos contra cuyos ataques  debemos siempre estar bien preparados.

Aprendemos en este pasaje cuanta falta de rectitud se descubre a menudo en los argumentos de los incrédulos.

Prueba evidente de ello es la cuestión propuesta por los saduceos. Le cuentan de una mujer que se casó con siete hermanos sucesivamente, que no tuvo hijos,  y que sobrevivió a sus siete maridos; y le preguntan de cual de esos siete seria " mujer en la resurrección. “Bien puede sospecharse que el caso no era real sino  supuesto, pues a primera vista se descubren razones muy fuertes para tenerlo por improbable. Pero lo que los saduceos querían era suscitarle dificultades, y, si  fuera posible, reducir a nuestro Señor al silencio. No tenían el valor necesario para negar francamente la doctrina de la resurrección, y se reducían tan solo a  insinuar sus consecuencias posibles.

Tres cosas tenemos que recordar si por nuestra desgracia nos vemos alguna vez obligados a argüir con incrédulos. Tratarán primero de apurarnos con las  dificultades y los puntos más abstrusos de la religión, y especialmente con todo lo que se refiere al mundo venidero. Evitemos ese modo de argumentar en  cuanto nos sea dable, porque es dejar el campo abierto para combatir en un carrizal. Procuremos que nuestra discusión gire sobre los hechos claros y evidentes  del Cristianismo. Recordemos, en segundo lugar, que debemos ponernos en guardia contra la falta de candor, de rectitud y de franqueza en los argumentos que  usen. Parecerá que el expresarse de esta manera es duro y poco caritativo, pero la experiencia prueba que es necesario hacerlo así. Millares de personas que  profesaban ser incrédulos han confesado en sus últimos días que nunca habían estudiado la Biblia que negaban, y que aunque versados en las obras de los  incrédulos y escépticos, nunca se habían detenido a examinar los fundamentos del Cristianismo. Sobre todo recordemos que los incrédulos tienen conciencia;  apelemos siempre a ella con confianza. Los mismos que más claman contra la religión y con más desdén la tratan, tienen a menudo la convicción de estar  errados en el mismo momento en que están hablando. Los argumentos de que se han burlado y que han ridiculizado, resultarán muchas veces haber sido  vanos.

Aprendemos, en segundo lugar, en este pasaje, que el origen de muchos errores religiosos puede encontrarse en la ignorancia de la Biblia. Las primeras  palabras de nuestro Señor en su contestación a los saduceos lo dicen con toda claridad. Así se expresa: " ¿No es que erráis, porque no conocéis las  Escrituras?

Lo exacto del principio que aquí se establece, está probado por hechos que han acontecido en todas las épocas de la iglesia. La reforma en los días de Josías  estaba íntimamente enlazada con el descubrimiento que se hizo entonces del libro de la ley. Las falsas doctrinas de los judíos en los tiempos de nuestro Señor  eran resultado del abandono en que se encontraban las Escrituras. Las edades más tenebrosas del Cristianismo se vieron cuando la Biblia se retiró de manos  del pueblo, y las causas que produjeron la reforma protestante fueron principalmente la traducción y la circulación de la Biblia. Las iglesias más florecientes  hoy día son las que honran la Biblia, y las naciones en que brilla la moral más pura son aquellas en que mejor se conoce la Biblia. Las parroquias en que hay  más verdadera religión son aquellas en que más se estudia la Biblia, y las familias más santas son aquellas que más leen la Biblia. Estos son hechos que nadie  puede negar. Grabemos profundamente esto en nuestro corazón, para que se vean sus frutos en nuestras vidas. No permanezcamos ignorando la Biblia, no sea que  incurramos en errores mortales; antes al contrario leámosla con atención, y sea la regla de nuestra fe y el modelo de nuestra vida. Trabajemos por extender la  Biblia en el mundo entero, pues cuanto más conocido sea ese libro, mejor será el mundo. No nos descuidemos por ningún motivo en enseñar a nuestros hijos a  estimar la Biblia, que la mejor herencia que podemos dejarles es el conocimiento de las Escrituras.

Aprendamos, por último, en este pasaje, cuan diferente será la condición de todas las cosas después de la resurrección de la condición en que ahora vivimos.

Nuestro Señor nos dice, que "cuando resuciten de los muertos, ni se casarán, ni se darán en matrimonio; sino que serán como los ángeles que están en el  cielo...

Sería necio negar que haya muchas dificultades enlazadas con la doctrina de la vida futura; y así tiene que ser. El mundo más allá de la tumba no ha sido  contemplado por ningún mortal y es por lo tanto desconocido. Es un misterio para nosotros las condiciones de la existencia allí, y cuanto más se nos hablara  de ella, probablemente menos la comprenderíamos. Bástenos saber que los cuerpos de los santos resucitarán, y que aunque glorificados serán semejantes a los  cuerpos que tuvieron en la tierra, tan semejantes, que los que antes los conocieron, los reconocerán entonces. Pero aunque resuciten con un cuerpo real y  verdadero, los santos resucitados estarán exentos de todo lo que ahora se tiene como una prueba de debilidad y flaqueza; en la existencia futura del cristiano  no habrá nada que se parezca al paraíso grosero y sensual de Mahoma. Hambre y sed no se sentirán, ni habrá necesidad de alimentarse Cansancio y  agotamiento no se verán allí, no habrá necesidad de sueño. No habiendo ya muerte, inútiles serán los nacimientos para reponer los que perecen. Como gozarán  en toda su plenitud de la presencia de Dios y de su Cristo, los hombres y las mujeres no necesitarán casarse por ayudarse mutuamente. Capaces de servir a  Dios sin cansarse, de atenderlo sin distraerse, haciendo su voluntad de una manera perfecta, y viendo continuamente su rostro, revestidos de un cuerpo  glorioso, serán "como los ángeles que están en el cielo...

¡Qué consuelo tan grande para el verdadero cristiano! En el cuerpo que ahora tiene, a menudo " gime por estar sobrecargado," 2 Cor. 5.4, y por la convicción  en que está de su debilidad e imperfección. Muchos cuidados lo ponen a prueba en este mundo-- qué comerá, qué beberá, con qué se vestirá, como manejará  sus negocios, en donde vivirá, que sociedad frecuentará. En el mundo venidero todo será cambiado; nada faltará para que su felicidad sea completa.

Debemos tan solo tener siempre presente una idea; esforcémonos en resucitar "para la resurrección de vida," y no "para la  resurrección de condenación." Juan 5.29. Para el creyente en Jesucristo, la resurrección será la más grande de las  bendiciones; para el mundano, para el impío, para el profano, la resurrección será una miseria y una maldición. No  descansemos hasta que nosotros moremos en Cristo y Cristo en nosotros, y entonces sí que podemos esperar regocijados la  vida venidera.

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