Mar 12:18 Entonces
vinieron a él los saduceos, que dicen que no hay resurrección, y le
preguntaron, diciendo:
Mar 12:19 Maestro,
Moisés nos escribió que si el hermano de alguno muriere y dejare esposa, pero
no dejare hijos, que su hermano se case con ella, y levante descendencia a su
hermano.
Mar 12:20 Hubo siete
hermanos; el primero tomó esposa, y murió sin dejar descendencia.
Mar 12:21 Y el
segundo se casó con ella, y murió, y tampoco dejó descendencia; y el tercero,
de la misma manera.
Mar 12:22 Y así los
siete, y no dejaron descendencia; y después de todos murió también la mujer.
Mar 12:23 En la resurrección,
pues, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será ella mujer, ya que los siete la
tuvieron por mujer?
Mar 12:24 Entonces
respondiendo Jesús, les dijo: ¿No erráis por esto, porque ignoráis las
Escrituras, y el poder de Dios?
Mar 12:25 Porque cuando
resuciten de los muertos, ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán
como los ángeles que están en los cielos.
Mar 12:26 Pero
respecto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés
cómo le habló Dios en la zarza, diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de
Isaac y el Dios de Jacob?
Mar 12:27 Dios no es
Dios de muertos, sino Dios de vivos; así que vosotros mucho erráis.
Estos versículos relatan una conversación entre nuestro Señor Jesucristo
y los saduceos. Sabemos que la religión de estos era punto menos que
infidelidad; decían "que no había
resurrección." Ellos, como los fariseos, se imaginaron que enredarían a
nuestro Señor con cuestiones difíciles y lo dejarían perplejo. La iglesia de Cristo no debe esperar que la
traten mejor que a su Maestro. El formalismo por un lado, y la infidelidad por
otro, son enemigos contra cuyos ataques
debemos siempre estar bien preparados.
Aprendemos en este pasaje cuanta falta de rectitud
se descubre a menudo en los argumentos de los incrédulos.
Prueba evidente de ello es la cuestión propuesta por
los saduceos. Le cuentan de una mujer que se casó con siete hermanos
sucesivamente, que no tuvo hijos, y que
sobrevivió a sus siete maridos; y le preguntan de cual de esos siete seria
" mujer en la resurrección. “Bien puede sospecharse que el caso no era
real sino supuesto, pues a primera vista
se descubren razones muy fuertes para tenerlo por improbable. Pero lo que los
saduceos querían era suscitarle dificultades, y, si fuera posible, reducir a nuestro Señor al
silencio. No tenían el valor necesario para negar francamente la doctrina de la
resurrección, y se reducían tan solo a
insinuar sus consecuencias posibles.
Tres cosas tenemos que recordar si por nuestra
desgracia nos vemos alguna vez obligados a argüir con incrédulos. Tratarán
primero de apurarnos con las
dificultades y los puntos más abstrusos de la religión, y especialmente
con todo lo que se refiere al mundo venidero. Evitemos ese modo de argumentar
en cuanto nos sea dable, porque es dejar
el campo abierto para combatir en un carrizal. Procuremos que nuestra discusión
gire sobre los hechos claros y evidentes
del Cristianismo. Recordemos, en segundo lugar, que debemos ponernos en
guardia contra la falta de candor, de rectitud y de franqueza en los argumentos
que usen. Parecerá que el expresarse de
esta manera es duro y poco caritativo, pero la experiencia prueba que es
necesario hacerlo así. Millares de personas que
profesaban ser incrédulos han confesado en sus últimos días que nunca
habían estudiado la Biblia que negaban, y que aunque versados en las obras de
los incrédulos y escépticos, nunca se
habían detenido a examinar los fundamentos del Cristianismo. Sobre todo
recordemos que los incrédulos tienen conciencia; apelemos siempre a ella con confianza. Los
mismos que más claman contra la religión y con más desdén la tratan, tienen a
menudo la convicción de estar errados en
el mismo momento en que están hablando. Los argumentos de que se han burlado y
que han ridiculizado, resultarán muchas veces haber sido vanos.
Aprendemos, en segundo lugar, en este pasaje, que el
origen de muchos errores religiosos puede encontrarse en la ignorancia de la
Biblia. Las primeras palabras de nuestro
Señor en su contestación a los saduceos lo dicen con toda claridad. Así se
expresa: " ¿No es que erráis, porque no conocéis las Escrituras?
Lo exacto del principio que aquí se establece, está
probado por hechos que han acontecido en todas las épocas de la iglesia. La reforma en los días de Josías estaba íntimamente enlazada con el
descubrimiento que se hizo entonces del libro de la ley. Las falsas
doctrinas de los judíos en los tiempos de nuestro Señor eran resultado del abandono en que se
encontraban las Escrituras. Las edades
más tenebrosas del Cristianismo se vieron cuando la Biblia se retiró de
manos del pueblo, y las causas que
produjeron la reforma protestante fueron principalmente la traducción y la
circulación de la Biblia. Las iglesias más florecientes hoy día son las que honran la Biblia, y las
naciones en que brilla la moral más pura son aquellas en que mejor se conoce la
Biblia. Las parroquias en que hay más
verdadera religión son aquellas en que más se estudia la Biblia, y las familias
más santas son aquellas que más leen la Biblia. Estos son hechos que nadie puede negar. Grabemos profundamente esto en
nuestro corazón, para que se vean sus frutos en nuestras vidas. No
permanezcamos ignorando la Biblia, no sea que
incurramos en errores mortales; antes al contrario leámosla con
atención, y sea la regla de nuestra fe y el modelo de nuestra vida. Trabajemos
por extender la Biblia en el mundo
entero, pues cuanto más conocido sea ese libro, mejor será el mundo. No nos
descuidemos por ningún motivo en enseñar a nuestros hijos a estimar la Biblia, que la mejor herencia que
podemos dejarles es el conocimiento de las Escrituras.
Aprendamos, por último, en este pasaje, cuan
diferente será la condición de todas las cosas después de la resurrección de la
condición en que ahora vivimos.
Nuestro Señor nos dice, que "cuando resuciten
de los muertos, ni se casarán, ni se darán en matrimonio; sino que serán como
los ángeles que están en el cielo...
Sería necio negar que haya muchas dificultades
enlazadas con la doctrina de la vida futura; y así tiene que ser. El mundo más
allá de la tumba no ha sido contemplado
por ningún mortal y es por lo tanto desconocido. Es un misterio para nosotros
las condiciones de la existencia allí, y cuanto más se nos hablara de ella, probablemente menos la comprenderíamos.
Bástenos saber que los cuerpos de los santos resucitarán, y que aunque
glorificados serán semejantes a los
cuerpos que tuvieron en la tierra, tan semejantes, que los que antes los
conocieron, los reconocerán entonces. Pero aunque resuciten con un cuerpo real
y verdadero, los santos resucitados
estarán exentos de todo lo que ahora se tiene como una prueba de debilidad y
flaqueza; en la existencia futura del cristiano
no habrá nada que se parezca al paraíso grosero y sensual de Mahoma.
Hambre y sed no se sentirán, ni habrá necesidad de alimentarse Cansancio y agotamiento no se verán allí, no habrá
necesidad de sueño. No habiendo ya muerte, inútiles serán los nacimientos para
reponer los que perecen. Como gozarán en
toda su plenitud de la presencia de Dios y de su Cristo, los hombres y las
mujeres no necesitarán casarse por ayudarse mutuamente. Capaces de servir a Dios sin cansarse, de atenderlo sin
distraerse, haciendo su voluntad de una manera perfecta, y viendo continuamente
su rostro, revestidos de un cuerpo
glorioso, serán "como los ángeles que están en el cielo...
¡Qué consuelo tan grande para el verdadero
cristiano! En el cuerpo que ahora tiene, a menudo " gime por estar
sobrecargado," 2 Cor. 5.4, y por la convicción en que está de su debilidad e imperfección.
Muchos cuidados lo ponen a prueba en este mundo-- qué comerá, qué beberá, con
qué se vestirá, como manejará sus
negocios, en donde vivirá, que sociedad frecuentará. En el mundo venidero todo
será cambiado; nada faltará para que su felicidad sea completa.
Debemos tan solo tener siempre presente una idea;
esforcémonos en resucitar "para la resurrección de vida," y no
"para la resurrección de
condenación." Juan 5.29. Para el creyente en Jesucristo, la resurrección
será la más grande de las bendiciones;
para el mundano, para el impío, para el profano, la resurrección será una
miseria y una maldición. No descansemos
hasta que nosotros moremos en Cristo y Cristo en nosotros, y entonces sí que
podemos esperar regocijados la vida
venidera.
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