} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: JESUCRISTO, REDENTOR Y SEÑOR

lunes, 16 de agosto de 2021

JESUCRISTO, REDENTOR Y SEÑOR

 

 

1Pe 1:13  Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado;

1Pe 1:14  como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia;

1Pe 1:15  sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir;

1Pe 1:16  porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.

 

Pedro ha estado hablando acerca de la grandeza y la gloria que el cristiano espera; pero el cristiano no puede nunca perderse en sueños de futuro; tiene siempre que ser viril en la batalla del presente. Así es que Pedro le envía a su gente tres desafíos.

 

(i) Les dice que se ciñan los lomos de la mente. Esta es una frase deliberadamente gráfica. En Oriente era corriente que los hombres llevaran túnicas largas y sueltas más aptas para mantenerse frescos que para avanzar rápido o trabajar arduamente. El cinturón, colocado donde su nombre indica, no arreglaba mucho las cosas; mejor era y es la faja que probablemente heredamos de ellos los campesinos españoles. Se sugiere que el equivalente moderno podría ser remangarse o quitarse la chaqueta. Pedro está diciéndoles a los suyos que hay que estar dispuestos para una ardua tarea intelectual. No se debe nunca contentar uno con una fe difuminada e inconcreta; hay que proponerse pensar las cosas en serio y a fondo. Puede que eso nos lleve a descartar algunas cosas. Puede que se cometan errores; pero lo que le quede a uno será suyo de una manera que nada ni nadie se lo podrá quitar nunca.

 

(ii) Les dice que sean sobrios. La palabra griega, como la española puede tener dos sentidos. Puede querer decir sencillamente que no se está borracho, y también puede querer decir que se tiene una mente equilibrada. Es decir: que no deben intoxicarse ni con bebidas intoxicantes ni con ideas intoxicantes; deben mantener un juicio equilibrado. Le es fácil al cristiano dejarse llevar por este, ese o aquel entusiasmo repentino y emborracharse con la última moda o manía. Pedro les exhorta a que mantengan la compostura esencial que les es propia a los que saben lo que creen.

 

(iii) Les dice que pongan su esperanza en la gracia que se les va a dar cuando venga Jesucristo. Es la gran característica del cristiano el vivir en esperanza; y porque vive en esperanza puede soportar las pruebas del presente. Cualquiera puede soportar la lucha y el esfuerzo y el trabajo si está seguro de que conduce a alguna parte. Es por eso por lo que el atleta se somete al duro entrenamiento y el estudiante al estudio. Para el cristiano, lo mejor siempre está por venir. Puede vivir con agradecimiento por todas las misericordias del pasado, con resolución de aceptar los desafíos del presente y con una esperanza segura de que, en Cristo, lo mejor es lo que está todavía por venir.

 

Tal salvación y tan buenas nuevas requieren que los cristianos ejerciten la diligencia mental y la disciplina moral. Esto se debe hacer mirando con gozo y confianza hacia la gracia que será dada en la revelación de Jesucristo.    

Los “deseos” o concupiscencias manan del original “nacimiento en pecado” (herencia de nuestros primeros padres, los que por deseo voluntario trajeron el pecado al mundo), el que siempre, desde que el hombre quedó distanciado de Dios, trata de llenar con cosas terrenales el vacío que siente en su ser; las formas múltiples que asume la concupiscencia congénita se llaman en el plural concupiscencias. En el regenerado, en cuanto concierne al nuevo hombre, que constituye su ego verídico, “el pecado” ya no existe; pero en la carne, el viejo hombre existe. Por eso surgen los conflictos, continuados sin interrupción al través de la vida, en los que el nuevo hombre generalmente prevalece y al fin vencerá completamente. Pero el hombre natural no conoce lucha alguna sino la de sus concupiscencias una con otra, o bien con la ley, sin poder para vencerlas.

Los cristianos ya son santos a Dios por la consagración; deben serlo también en su conducta externa y en su comportamiento en todo sentido.

El vivir a la luz del regreso de Cristo reclama la vida de obediencia (Luc. 12:35-48). Debemos llevar a cabo esa obediencia modelando nuestra conducta en base a la santidad del Dios que nos ha llamado a sí (Mat. 5:48). Antes la ignorancia espiritual había permitido a los lectores de Pedro que dieran lugar a sus deseos incontrolados, pero el modelo de conducta de Dios para su pueblo se basa en su carácter revelado.

 

Dios es esencialmente Santo; la criatura es santa en cuanto sea santificado por Dios. Dios, quien da el mandamiento de ser santo, está dispuesto a dar también el poder de obedecerle, es decir, por medio de la santificación del Espíritu. La santidad, la vida como la de Cristo, se insta al pueblo de Dios por dos razones. Es nuestro ejemplo (como sus niños debemos reflejar la apariencia familiar) y es nuestra meta (cuando Jesús aparezca, seremos definitiva y plenamente como él; 1 Jn. 3:2).  

 

 

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