} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 02/01/2025 - 03/01/2025

viernes, 14 de febrero de 2025

Los Beneficios de las Escrituras (2)

 

Las Sagradas Escrituras son totalmente sobrenaturales. Son una revelación divina. «Toda Escritura es inspirada por Dios» (2ª Timoteo 3:16). No es meramente que Dios elevara la mente de los hombres, sino que dirigió sus pensamientos. No es simplemente que El les comunicara los conceptos sino que El dictó las mismas palabras que usaron. «Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2ª Pedro 1:21). Cualquier «teoría» humana que niega la inspiración verbal de las Escrituras es una añagaza de Satanás, un ataque a la verdad de Dios. La imagen divina está estampada en cada página. Escritos tan santos, tan celestiales, tan tremendos, no pueden haber sido creados por el hombre.

 

Las Escrituras nos hacen conocer a un Dios sobrenatural. Esto puede ser una expresión innecesaria pero hoy es necesario hacerla. El «dios» en que creen muchos cristianos profesos se está volviendo más y más pagano. El lugar prominente que los «deportes» ocupan hoy en la vida de la nación, el excesivo amor al placer, la abolición de la vida de] hogar, la falta de pudor escandalosa de las mujeres, son algunos de los síntomas de la misma enfermedad que trajo la caída y desaparición de imperios como Babilonia, Persia, Grecia y Roma. Y la idea que tiene de Dios, en el siglo veinte, la mayoría de la gente en países nominalmente «cristianos» se está aproximando gradualmente al carácter adscrito a los dioses de los antiguos. En agudo contraste con ello, el Dios de las Sagradas Escrituras está vestido de tales perfecciones y atributos que el mero intelecto humano no podría haberlos inventado.

 

Dios sólo puede sernos conocido por medio de su propia revelación natural. Aparte de las Escrituras, incluso una idea teórica de Dios sería imposible. Todavía es verdad que el «mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría» (1ª Corintios 1:21). Donde no hay conocimiento de las Escrituras, no hay conocimiento de Dios. Dios es «un Dios desconocido» (Hechos 17:23). Pero se requiere algo más que las Escrituras para que el alma conozca a Dios, le conozca de modo real, personal, vital. Esto parece ser reconocido por pocos hoy. Las prácticas prevalecientes consideran que se puede obtener un conocimiento de Dios estudiando la Palabra, de la misma manera que se obtiene un conocimiento de Química estudiando libros de texto. Puede conseguirse un conocimiento intelectual; pero no espiritual. Un Dios sobrenatural solo puede ser conocido de modo sobrenatural (es decir, conocido de una manera por encima de lo que puede conseguir la mera naturaleza), por medio de una revelación sobrenatural de El mismo en el corazón. «Porqué Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2ª Corintios 4:6). El que ha sido favorecido con esta experiencia ha aprendido que sólo «en su luz veremos la luz» (Salmo 36:9).

 

Dios puede ser conocido sólo por medio de una facultad sobrenatural. Cristo dejó este punto bien claro cuando dijo: «A menos que un hombre nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3). La persona no regenerada no tiene conocimiento espiritual de Dios. «Pero el hombre natural no capta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede conocer, porque se han de discernir espiritualmente» (1ª Corintios 2: 14). El agua, por sí misma, nunca se levanta del nivel en que se halla. De la misma manera el hombre natural es incapaz de percibir lo que trasciende de la mera naturaleza. «Esta es la vida eterna que te conozcan a Ti el único Dios verdadero» (Juan 17:3). La vida eterna debe ser impartida antes que pueda ser conocido el «verdadero Dios». Esto se afirma claramente en (1ª Juan 5:20): «Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios v. la vida eterna.» Sí, un «conocimiento», un conocimiento espiritual, debe sernos dado por una nueva creación, antes de que podamos conocer a Dios de una manera espiritual.

 

Un conocimiento sobrenatural de Dios produce una experiencia sobrenatural, y esto es algo que desconocen totalmente la multitud de miembros de nuestras iglesias. La mayor parte de la «religión» de estos días no consiste en nada más que unos toques al «viejo Adán». Es simplemente adornar sepulcros llenos de corrupción. Es una forma externa. Incluso cuando hay un credo sano, la mayoría de las veces no se trata de nada más que de ortodoxia muerta. No hay por qué maravillarse de esto. Ha ocurrido ya antes. Ocurría cuando Cristo se hallaba sobre la tierra. Los judíos eran muy ortodoxos. Al mismo tiempo estaban libres de idolatría. El templo se levantaba en Jerusalém, se explicaba la Ley, se adoraba a Jehová. Y sin embargo Cristo les dijo: «El que me envió es verdadero, al cual vosotros no conocéis» (Juan 7:28). «Ni a Mí me conocéis, ni a mi Padre; si a Mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais» (Juan 8:19). «Mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios. Pero vosotros no le conocéis» (Juan 8:54, 55). Y notémoslo bien, ¡se dice a un pueblo que tenía las Escrituras, las escudriñaba diligentemente y las veneraba como la Palabra de Dios! Conocían a Dios muy bien teóricamente, pero no tenían de El un conocimiento espiritual.

 

Tal como ocurría en el mundo judío lo mismo ocurre en la Cristiandad. Hay multitud que «creen» en la Santísima Trinidad, pero están por completo desprovistos de un conocimiento sobrenatural o espiritual de Dios. ¿Cómo podemos afirmar esto? De esta manera: el carácter del fruto revela el carácter del árbol que lo da; la naturaleza del agua nos hace conocer la fuente de la cual mana. Un conocimiento sobrenatural de Dios produce una experiencia sobrenatural, y una experiencia sobrenatural resulta un fruto sobrenatural. Es decir, cuando Dios vive en el corazón, revoluciona y transforma la vida. Se produce lo que la mera naturaleza no puede producir, más aún, lo que es directamente contrario a ella. Y esto se puede notar que está ausente de la vida del 95 % de los que ahora profesan ser hijos de Dios. No hay nada en la vida del cristiano típico, o sea la mayoría, que no se pueda explicar en términos naturales. Pero el Hijo de Dios auténtico es muy diferente Este es, en verdad, un milagro de la gracia; es una nueva criatura en Cristo Jesús» (2ª Corintios 5:17). Su experiencia, su vida es sobrenatural.

 

La experiencia sobrenatural del cristiano se ve en su actividad hacia Dios. Teniendo en sí la vida de Dios, habiendo sido hecho «partícipe de la divina naturaleza» (2ª Pedro 1:4), ama por necesidad a Dios, las cosas de Dios; ama lo que Dios ama; y, al contrario, aborrece lo que Dios aborrece. Esta experiencia sobrenatural es obrada en El por el Espíritu de Dios, y esto por medio de la Palabra. Por medio de la Palabra vivifica. Por medio de la Palabra redarguye de pecado. Por medio de la Palabra, santifica. Por medio de la Palabra, da seguridad. Por medio de la Palabra hace que aumente la santidad. De modo que cada uno de nosotros puede dilucidar la extensión en que nos aprovecha su lectura y estudio de la Escritura por los efectos que, por medio del Espíritu que los aplica, producen en nosotros. 

Entremos ahora en detalles. Aquel que se está beneficiando de las Escrituras tiene:

 

1. Una clara noción de los derechos de Dios. Entre el Creador y la criatura ha habido constantemente una gran controversia sobre cuál de ellos ha de actuar como Dios, sobre si la sabiduría de Dios o la de los hombres deben ser la guía de sus acciones, sobre si su voluntad o la de ellos tiene supremacía. Lo que causó la caída de Lucifer fue el resentimiento de su sujeción al Creador: «Tú decías en tu corazón: Subiré al cielo; por encima de las estrellas de Dios levantaré mi trono... y seré semejante al Altísimo» (Isaías 14:13, 14). La mentira de la serpiente que engañó a nuestros primeros padres y los llevó a la destrucción fue: «Seréis como dioses» (Génesis 3:5). Y desde entonces el sentimiento del corazón del hombre natural ha sido: «Apártate de nosotros, porque no queremos conocer tus caminos. ¿Quién es el Todopoderoso, para que le sirvamos?» (Job 21:14, 15). «Por nuestra lengua prevaleceremos; nuestros labios por nosotros; ¿quién va a ser amo nuestro?» (Salmo 12:4). «¿Vagamos a nuestras anchas, nunca más vendremos a ti?» (Jeremías 2:13).

 

El pecado ha excluido a los hombres de Dios (Efesios 4:18). El corazón del hombre es contrario a El, su voluntad es opuesta a la suya, su mente está en enemistad con Dios. Al contrario, la salvación significa ser restaurado a Dios: «Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1ª Pedro 3:18). Legalmente esto va ha sido cumplido; experimentalmente está en proceso de cumplimiento. La salvación significa ser reconciliado con Dios; y esto implica e incluye que el dominio del pecado sobre nosotros ha sido quebrantado, la enemistad interna ha sido destruida, el corazón ha sido ganado por Dios. Esta es la verdadera conversión; es el derribar todo ídolo, el renunciar a las vanidades vacías de un mundo engañoso, tomar a Dios como nuestra porción, nuestro rey, nuestro todo en todo. De los Corintios se lee que «se dieron a sí mismos primeramente al Señor » (2.a Corintios 8: S). El deseo y la decisión de los verdaderos convertidos es que «ya no vivan para sí, sino para aquél que murió y resucitó por ellos» (2ª Corintios 5:15).

 

Ahora se reconoce lo que Dios reclama su legítimo dominio sobre nosotros es admitido, se le admite como Dios. Los convertidos «se presentan a sí mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y sus miembros, como instrumentos de justicia» (Romanos 6:13). Esta es la exigencia que nos hace: el ser nuestro Dios, el ser servido como tal por nosotros; para que nosotros seamos y hagamos, absolutamente y sin reserva, todo lo que El requiere, rindiéndonos plenamente a El (Lucas 14: 26, 27, 33). Corresponde a Dios, como Dios, el legislar, prescribir, decidir por nosotros; nos pertenece a nosotros como deber el ser regidos, gobernados, mandados por El a su agrado.

El reconocer a Dios como nuestro Dios es darle a El el trono de nuestros corazones. Es decir, en el lenguaje de Isaías 26:13: «Jehová nuestro Dios, otros señores fuera de ti se han enseñoreado de nosotros; pero solamente con tu ayuda nos acordamos de tu nombre.» «Oh, Dios, mi Dios eres tú; de madrugada te buscaré» (Salmo 63:1). Ahora bien, nos beneficiamos de las Escrituras, en proporción a la intensidad con que esto pasa a ser nuestra propia experiencia. Es en las Escrituras, y sólo en ellas, que lo que Dios exige se nos revela v establece, somos bendecidos en tanto cuanto obtenemos una clara y plena visión de los derechos de Dios, y nos rendimos a ellos.

 

 2. Un temor mayor de la majestad de Dios. «Tema a Jehová toda la tierra; teman delante de El todos los habitantes del mundo» (Salmo 33:8). Dios está tan alto sobre nosotros que el pensamiento de su majestad debería hacernos temblar. Su poder es tan grande que la comprensión del mismo debería aterrorizarnos. Dios es santo de modo inefable, su aborrecimiento al pecado es infinito, y el solo pensamiento de mal obrar debería llenarnos de horror. «Dios es temible en la gran congregación de los santos, y formidable sobre todos cuantos están alrededor de El» (Salmo 89:7). «El temor de Jehová es el principio de la sabiduría» (Proverbios 9:10) y «sabiduría» es un uso apropiado del «conocimiento». En tanto cuanto Dios es verdaderamente conocido será debidamente temido. Del malvado está escrito: «No hay temor de Dios delante de sus ojos» (Romanos 3:18). No se dan cuenta de su majestad, no se preocupan de su autoridad, no respetan sus mandamientos, no les alarma el que los haya de juzgar. Pero, respecto al pueblo del pacto, Dios ha prometido: « Y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de Mí» (Jeremías 32:40). Por tanto tiemblan ante su Palabra Isaías 66: 5) y andan cuidadosamente delante de El.

 «El temor de Jehová es aborrecer el mal» (Proverbios 8:13). Y otra vez: «Con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal» (Proverbios 16:6). El hombre que vive en el temor de Dios es consciente de que «Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos» (Proverbios 15:3), por lo que cuida de su conducta privada así como la pública. El que se abstiene de cometer algunos pecados porque los ojos de los hombres están sobre él, pero no vacila en cometerlos cuando está solo, carece del temor de Dios. Asimismo el hombre que modera su lengua cuando hay creyentes alrededor, pero no lo hace en otras ocasiones carece del temor de Dios. No tiene una conciencia que le inspire temor de que Dios le ve y le oye en toda ocasión. El alma verdaderamente regenerada tiene miedo de desobedecer y desafiar a Dios. Ni tampoco quiere hacerlo. No, su deseo real y profundo es agradar a Dios en todas las cosas, en todo momento y en todo lugar. Su ferviente oración es: «Afianza mi corazón para que tema tu nombre » (Salmo 86:1l).

 Incluso el santo tiene que ser enseñado a temer a Dios (Salmo 34:1l). Y aquí, como siempre es por medio de la Escritura que se da esta enseñanza (Proverbios 2:5). Es a través de las Escrituras que aprendemos que los ojos de Dios están siempre sobre nosotros, notando nuestras acciones, pesando nuestros motivos. Cuando el Santo Espíritu aplica las Escrituras a nuestros corazones, hacemos más caso de la orden: «Permanece en el temor de Jehová todo el día» (Proverbios 23:17). Así que, en la medida en que sentimos temor ante la tremenda majestad de Dios, somos conscientes de que «Tú me ves» (Génesis 16:13), v «procuramos nuestra salvación con temor y temblor» (Filipenses 2:12), nos beneficiamos verdaderamente de nuestra lectura y estudio de la Biblia.

 

3. Una mayor reverencia a los mandamientos de Dios. El pecado entró en el mundo cuando Adán quebrantó la ley de Dios, y todos sus hijos caídos fueron engendrados en su corrupta semejanza (Génesis 53). «El pecado es la trasgresión de la ley» (1ª Juan 3:4). El pecado es una especie de alta traición, una anarquía espiritual. Es la repudiación del dominio de Dios, el poner aparte su autoridad, la rebelión contra su voluntad. El pecado es imponer nuestra voluntad. La salvación es la liberación del pecado, de su culpa de su poder, así como de su castigo. El mismo Espíritu que nos hace ver la necesidad de la gracia de Dios nos hace ver la necesidad del gobierno de Dios para regirnos. La promesa de Dios a su pueblo del pacto es: «Pondré mis leyes en la mente de ellos, y las inscribiré sobre su corazón y seré a ellos por Dios» (Hebreos 8:10).

A cada alma regenerada se le comunica un espíritu de obediencia. «El que me ama guardará mis palabras» (Juan 14:23). Aquí está la prueba: «Y en esto conocemos si hemos llegado a conocerle ' si guardamos sus mandamientos» (1ª Juan 23). Ninguno de nosotros los guarda perfectamente; con todo, cada cristiano verdadero desea y se esfuerza por hacerlo. Dice con Pablo: «Me deleito en la ley de Dios en el hombre interior» (Romanos 7:22). Dice con el salmista: «He escogido el camino de la verdad», «Tus testimonios he tomado por heredad para siempre» (Salmo 119:30,111). Y toda enseñanza que rebaja la autoridad de Dios, que no hace caso de sus mandamientos, que afirma que el cristiano no está, en ningún sentido, bajo la Ley, es del Demonio, no importa cuán lisonjeras sean sus palabras. Cristo ha redimido a su pueblo de la maldición de la Ley, y no de sus mandamientos: El nos ha salvado de la ira de Dios, pero no de su gobierno. «Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón» no ha sido abolido todavía.

1ª Corintios 9:21, expresamente afirma que estamos «bajo la ley de Cristo». «El que dice que está en El, debe andar como El anduvo» (1ª Juan 2:6). Y, ¿cómo anduvo Cristo? En perfecta obediencia a Dios; en completa sujeción a la ley, honrándola y obedeciéndola en pensamiento, palabra y hecho. No vino a destruir la Ley, sino a cumplirla (Mateo 5:17). Y nuestro amor a El se expresa no en emociones placenteras o palabras hermosas, sino guardando sus mandamientos (Juan 14:15), y los mandamientos de Cristo son los mandamientos de Dios (véase Éxodo 20:6). La ferviente oración del cristiano verdadero es: «Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi complacencia» (Salmo 119:35). En la medida en que nuestra lectura y estudio de las Escrituras, por la aplicación del Espíritu, engendra un amor mayor en nosotros por los mandamientos de Dios y un respeto más profundo a ellos, estamos obteniendo realmente beneficio de esta lectura y estudio.

 

4. Más confianza en la suficiencia de Dios. Aquello, persona o cosa, en que confía más un hombre, es su «dios». Algunos confían en la salud, otros en la riqueza; otros en su yo, otros en sus amigos. Lo que caracteriza a todos los no regenerados es que se apoyan sobre un brazo de carne. Pero, la elección de gracia retira de nuestro corazón toda clase de apoyos de la criatura, para descansar sobre el Dios vivo. El pueblo de Dios son los hijos de la fe. El lenguaje de su corazón es: «Dios mío, en Ti confío; no sea yo avergonzado» (Salmo 25:2), y de nuevo: «Aunque me matare, en El esperaré» (Job 13:15). Confían en Dios para que les proteja, bendiga y les provea de lo necesario. Miran a una fuente invisible, cuentan con el Dios invisible, se apoyan sobre un Brazo escondido.

 Es verdad que hay momentos en que su fe desmaya, pero aunque caen, no son echados del todo. Aunque no sea su experiencia uniforme, en el Salmo 56: 11 se expresa el estado general de sus almas: «En Dios he puesto mi confianza: no temeré lo que me pueda hacer el hombre.» Su oración ferviente es: «Señor, aumenta nuestra fe». «La fe viene del oír, y el oír, por medio de la palabra de Dios » (Romanos 10: 17). Así que, cuando se medita en la Escritura, se reciben sus promesas en la mente, la fe es reforzada, la confianza en Dios aumentada, la seguridad se profundiza. De este modo podemos descubrir si estamos beneficiándonos o no de nuestro estudio de la Biblia.

 

5. Mayor deleite en las perfecciones de Dios. Aquello en lo que se deleita un hombre es su «dios». La persona mundana busca su satisfacción en sus pesquisas, sus placeres, sus posesiones. Ignorando la sustancia, persigue vanamente las sombras. Pero, el cristiano se deleita en las maravillosas perfecciones de Dios. El confesar a Dios como nuestro Dios de verdad, no es sólo someterse a su cetro, sino amarle más que al mundo, valorarle por encima de todo lo demás. Es tener con el salmista una comprensión por experiencia de que «Todas mis fuentes están en Ti» (Salmo 87:7). Los redimidos no sólo han recibido de Dios un gozo tal como este pobre mundo no puede impartir sino que se «regocijan en Dios» (Romanos 5:11) y de esto la persona mundana no sabe nada. El lenguaje de los tales es «el Señor es mi porción» (Lamentaciones 3:24).

Los ejercicios espirituales son enojosos para la carne. Pero, el cristiano real dice: «En cuanto a mi, el acercarme a Dios es el bien» (Salmo 73:28). El hombre carnal tiene muchos deseos y ambiciones; el alma regenerada declara: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Estando contigo nada me deleita ya en la tierra» (Salmo 73:25). Ah, lector, si tu corazón no ha sido acercado a Dios y se deleita en Dios, entonces todavía está muerto para El.

El lenguaje de los santos es: «Pues, aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas falten en el aprisco, y no haya vacas en los establos; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me regocijaré en el Dios de mi salvación» (Habacuc 3:17,18). Ah, ésta es sin duda una experiencia espiritual. Sí, el cristiano puede regocijarse cuando todas sus posesiones mundanas le son quitadas (véase Hebreos 10:34). Cuando yace en una mazmorra, con la espalda sangrando, todavía canta alabanzas a Dios (véase Hechos 16:25). Así que, en la medida en que has sido destetado de los placeres vacíos de este mundo, estás aprendiendo que no hay bendición aparte de Dios, estás descubriendo que El es la fuente y suma de toda excelencia, y tu corazón se acerca a El, tu mente está en El, tu alma encuentra su satisfacción y gozo en El, estás realmente sacando beneficio de las Escrituras.

 

6. Una mayor sumisión a la providencia de Dios. Es natural murmurar cuando las cosas van mal; es sobrenatural el quedarse callado (Levítico 10:3). Es natural quedar decepcionado cuando nuestros planes fracasan; es sobrenatural inclinarse a sus instrucciones. Es natural querer uno hacer la suya; es sobrenatural decir: «Hágase Tu voluntad, no la mía.» Es natural rebelarse cuando un ser querido nos es arrebatado por la muerte; es sobrenatural saber decir: «El Señor dio, el Señor quitó; sea el nombre del Señor alabado» (Job 1:21). Cuando Dios es verdaderamente nuestra porción, aprendemos a admirar su sabiduría, y a conocer que El hace todas las cosas bien. Así el corazón se mantiene en «perfecta paz», cuando la mente está en El (Isaías 26:3). Aquí, pues, hay otra prueba segura: si tu estudio te enseña que el camino de Dios es mejor, si es causa de que te sometas sin refunfuñar a sus dispensaciones, si eres capaz de darle gracias por todas las cosas (Efesios 5:20), entonces estás sacando beneficio sin la menor duda.

 

7. Una alabanza más ferviente por la bondad de Dios. La alabanza es lo que sale del corazón que encuentra satisfacción en Dios. El lenguaje del tal es: «Bendeciré al Señor en todo tiempo; su alabanza estará continuamente en mi boca» (Salmo 34:l). ¡Qué abundancia de causas tiene el pueblo de Dios, para alabarle! Amados con un amor eterno, hechos hijos y herederos, todas las cosas obrando juntamente para bien, toda necesidad provista, una eternidad de bienaventuranza asegurada. No debería cesar nunca el arpa de la que arrancan su alabanza. Nunca debería quedar en silencio. Ni tampoco deben callar cuando gozan de la comunión con El, que es «altamente suave». Cuanto más «aumentamos en el conocimiento de Dios» (Colosenses 1:10), más le adoramos. Pero, es sólo cuando la Palabra mora en nosotros en abundancia que estamos llenos de cánticos espirituales (Colosenses 3:16) y hacemos melodía en nuestros corazones al Señor. Cuando más nuestras almas son atraídas a la verdadera adoración, más nos encontramos dando gracias y alabando a nuestro gran Dios, clara evidencia de que estamos beneficiándonos del estudio de su Palabra.

miércoles, 12 de febrero de 2025

LOS BENEFICIOS DE LAS ESCRITURAS (1)

 

 

Hay una razón muy seria para creer que gran parte de la lectura de la Biblia y de los estudios bíblicos de los ú1timos años ha sido de muy poco provecho espiritual para aquellos que han realizado la lectura y los estudios. Pero, aún voy a decir más; mucho me temo que en muchos casos, todo ello ha resultado más bien en una maldición que en una bendición. Este es un lenguaje duro, me hago cargo; sin embargo no creo que sea más duro, de lo que requiere el caso.

Los dones divinos son mal usados, y se abusa de la misericordia divina. Que esto es verdad lo prueba la escasez de los frutos cosechados. Incluso el hombre natural emprende el estudio de las Escrituras (y lo hace con frecuencia) con el mismo entusiasmo y placer con que podría estudiar las ciencias. Cuando se trata de este caso, su caudal de conocimiento incrementa, pero, lo mismo ocurre con su orgullo. Como el químico ocupado en hacer experimentos interesantes, el intelectual que escudriña la Palabra se entusiasma cuando hace algún descubrimiento en ella, el gozo de este último no es más espiritual de lo que sería el del químico y sus experimentos. Repitámoslo; del mismo modo que los éxitos del químico, generalmente, aumentan su sentimiento de importancia propia y hacen que mire con cierto desdén a otros más ignorantes que él, por desgracia, ocurre esto también con los que han investigado cronología bíblica, tipos, profecía y otros temas semejantes.

La Palabra de Dios puede ser estudiada por muchos motivos. Algunos la leen para satisfacer su orgullo literario. En algunos círculos ha llegado a ser respetable y popular el obtener un conocimiento general del contenido de la Biblia simplemente porque se considera como un defecto en la educación el ser ignorante de la misma. Algunos la leen para satisfacer su sentimiento de curiosidad, como podrían leer otro libro de nota. Otros la leen para satisfacer su orgullo sectario. Consideran que es un deber el estar bien versados en las doctrinas particulares de su propia denominación y por ello buscan asiduamente textos base en apoyo de «sus doctrinas». Aun otros la leen con el propósito de poder discutir con éxito con aquellos que difieren de ellos. Pero, en todos estos casos no hay ningún pensamiento sobre Dios, no hay anhelo de edificación espiritual y por tanto no hay beneficio real para el alma.

¿En qué consiste pues el beneficiarse verdaderamente de la Palabra? ¿No nos da 2ª Timoteo 3:16, 17 una respuesta clara a esta pregunta? Leemos allí: «Toda escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir. para instruir en justicia: a fin de que el hombre de Dios sea enteramente apto, bien pertrechado para toda buena obra.» Obsérvese lo que aquí se omite: la Santa Escritura nos es dada, no para la gratificación intelectual o la especulación carnal, sino para pertrecharnos para «toda buena obra», y para enseñarnos, corregirnos, instruirnos. Esforcémonos en ampliar esto con la ayuda de otros pasajes:

 

1. Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra le redarguye o convence de pecado. Esta es su primera misión: revelar nuestra corrupción, exponer nuestra bajeza, hacer notoria nuestra maldad. La vida moral de un hombre puede ser irreprochable, sus tratos con los demás impecables, pero cuando el Espíritu Santo aplica la Palabra a su corazón y a su conciencia, abriendo sus ojos cegados por el pecado para ver su relación y actitud hacia Dios, exclama: «¡Ay de mí, que estoy muerto! » Es así que toda alma verdaderamente salvada es llevada a comprender su necesidad de Cristo. «Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos» (Lucas 5:31). Sin embargo no es hasta que el Espíritu aplica la Palabra con poder divino que el individuo comprende y siente que está enfermo, enfermo de muerte.

Esta convicción que le hace comprender que la destrucción que el pecado ha realizado en la constitución humana, no se restringe a la experiencia inicial que precede inmediatamente a la conversión. Cada vez que Dios bendice su Palabra en mi corazón, me hace sentir cuán lejos estoy, cuán corto me quedo del standard que ha sido puesto delante de mí. «Sed santos en toda vuestra manera de vivir» (1ª Pedro 1: 15). Aquí, pues, se aplica la primera prueba: cuando leo las historias de los fracasos deplorables que se encuentran en las Escrituras, ¿me hace comprender cuán tristemente soy como uno de ellos? Cuando leo sobre la vida perfecta v bendita de Cristo, ¿no me hace reconocer cuán lamentablemente soy distinto de El?

 

2. Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Biblia le hace sentir triste por su pecado.

Del oyente como el terreno pedregoso se nos dice que «oye la palabra y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí mismo» (Mateo 13:20, 21); pero de aquellos que fueron convictos de pecado bajo la predicación de Pedro se nos dice que «se compungieron de corazón» (Hechos 2:37).

El mismo contraste existe hoy. Muchos escuchan un sermón florido, o un mensaje sobre «la verdad dispensacional» que despliega poderes de oratoria o exhibe la habilidad intelectual del predicador, pero que, en general, contiene poco material aplicable a escudriñar la conciencia. Se recibe con aprobación, pero la conciencia no es humillada delante de Dios o llevada a una comunión más íntima con El por medio del mensaje. Pero cuando un fiel siervo de Dios (que por la gracia no está procurando adquirir reputación por su «brillantez») hace que la enseñanza de la Escritura refleje sobre el carácter y la conducta, exponiendo los tristes fallos de incluso los mejores en el pueblo de Dios, y aunque muchos oyentes desprecien al que da el mensaje, el que es verdaderamente regenerado estará agradecido por el mensaje que le hace gemir delante de Dios y exclamar: «Miserable hombre de mí.» Lo mismo ocurre en la lectura privada de la Palabra. Cuando el Espíritu Santo la aplica de tal manera que me hace ver y sentir la corrupción interna es cuando soy realmente bendecido.

¡Qué palabras se hallan en Jeremías 31:19!: «Me castigué a mí mismo; me avergoncé y me confundí.» ¿Tienes alguna idea, querido lector, de una experiencia semejante? ¿Te produce el estudio de la Palabra un arrepentimiento así y te conduce a humillarte delante de Dios? ¿Te redarguye de pecado de tal manera que eres llevado a un arrepentimiento diario delante de El? El cordero pascual tenía que ser comido con «hierbas amargas» (Exodo 12:8); y del mismo modo, a los que nos alimentamos de la Palabra, el Santo Espíritu nos la hace «amarga» antes de que se vuelva dulce al paladar. Nótese el orden en Apocalipsis 10:9: «Y me fui hacia el ángel diciéndole que me diese el librito. Y él me dijo: Toma, y cómetelo entero; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel.» Esta es siempre la experiencia: debe haber duelo antes del consuelo (Mateo 5:4); humillación antes de ensalzamiento (1ª Pedro 5:6).

 

3. Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra le conduce a la confesión de pecado. Las Escrituras son beneficiosas por «corregir» (2ª Timoteo 3:16), y un alma sincera re conocerá sus faltas. Se dice de los que son carnales: «Porque todo aquel que obra el mal, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean redargüidas» (Juan 3:20). «Dios, sé propicio a mi pecador» es el grito de un corazón renovado, y cada vez que somos avivados por la Palabra (Salmo 119) hay una nueva revelación y un nuevo confesar nuestras transgresiones ante

Dios. «El que encubre su pecado no prosperará: pero el que lo confiesa y se enmienda alcanzará misericordia» (Proverbios 28:13). No puede haber prosperidad o fruto espiritual (Salmo 1:3), mientras escondemos en nuestro pecho nuestros secretos culpables; sólo cuando son admitidos libremente ante Dios, y en detalle, podemos alcanzar misericordia.

No hay verdadera paz para la conciencia y no hay descanso para el corazón cuando enterramos en él la carga de un pecado no confesado. El alivio llega cuando abrimos nuestro seno a Dios.

Notemos bien la experiencia de David: «Mientras callé, se consumieron mis huesos, en mi gemir de todo el día. Porque de día y de noche pesaba sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de estío» (Salmo 313, 4). ¿Es este lenguaje figurativo, aunque vivo, algo ininteligible para ti? ¿0 más bien cuenta tu propia historia espiritual? Hay muchos versículos de la Escritura que no son interpretados satisfactoriamente por ningún comentario, excepto el de la experiencia personal. Bendito verdaderamente es lo que sigue a continuación, que dice: «Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y Tú perdonaste la maldad de mi pecado» (Salmo 32:5).

 

4. Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra produce en él un profundo aborrecimiento al pecado. «Jehová ama a los que aborrecen el mal» (Salmo 97:10). «No podemos amar a Dios sin aborrecer aquello que El aborrece. No sólo debemos aborrecer el mal y rehusar continuar en él, sino que debemos tomar armas contra él, y adoptar ante él una actitud de sana indignación» (C. H. Spurgeon). Una de las pruebas más seguras a aplicar a la supuesta conversión es la actitud del corazón respecto al pecado. Cuando el principio de la santidad ha sido bien implantado, habrá necesariamente un odio a todo lo que sea impuro. Si nuestro odio al mal es genuino, estamos agradecidos cuando la Palabra corrige incluso el mal que no habíamos sospechado.

Esta fue la experiencia de David: «Por tus mandamientos he adquirido inteligencia; por eso odio todo camino de mentira» (Salmo 119:104). Fijémonos bien, que no dice «abstenerse» sino «odiar». «Por eso me dejo guiar por todos tus mandamientos sobre todas las cosas, y aborrezco todo camino de mentira» (Salmo 119:128). Pero lo que hace el malvado es completamente opuesto: «Pues tú aborreces la corrección y echas a tu espalda mis palabras» (Salmo 50:17). En

Proverbios 8:13, leemos: «El temor de Jehová es aborrecer el mal» y este temor procede de leer la Palabra de Dios: véase Deuteronomio 17:18, 19. Con razón se ha dicho: «Hasta que se odia el pecado, no puede ser mortificado; nunca gritarás contra él, como los judíos hicieron contra Cristo: Crucifícale, crucifícale, hasta que el pecado te sea tan aborrecible como El era a ellos» (Edward Reyner, 1635).

 

5. Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra le hace abandonar el pecado. «Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo» (2ª Timoteo 2:19). Cuanto más se lee la Palabra con el objetivo definido de descubrir lo que agrada y lo que desagrada al Señor, más conoceremos cuál es su voluntad; y si nuestros corazones son rectos respecto a El, más se conformarán nuestros caminos a su voluntad. Habrá un «andar en la verdad» (3ª Juan 4).

Al final de 2ª Corintios 6 hay unas preciosas promesas para aquellos que se separan de los infieles. obsérvese, aquí, la aplicación que el Espíritu Santo hace de ellas. No dice: «Así que, hermanos, puesto que tenemos estas promesas, consolémonos y tengamos satisfacción en las mismas», sino que lo que dice es: «limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2ª Corintios 7: 1).

«Vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he hablado» (Juan 15:3). Aquí hay otra regla importante con la cual deberíamos ponernos frecuentemente a prueba nosotros mismos:

¿Produce la lectura y el estudio de la Palabra de Dios en mí una limpieza en mis caminos?

Antaño se hizo la pregunta: « ¿Con qué limpiará el joven su camino?», y la divina respuesta fue «con guardar tu Palabra». Sí, no simplemente con leerla, creerla o aprenderla de memoria, sino con la aplicación personal de la Palabra a su «camino». Es guardando exhortaciones como: «Huye de la fornicación» (1ª Corintios 6: 18); «Huye de la idolatría» (1ª Corintios 10: 14); «Huye de estas cosas»: (el amor al dinero); «Huye de las pasiones juveniles» (2ª Timoteo 2:22), que el cristiano es llevado a una separación práctica del mal; porque el pecado ha de ser no sólo confesado sino «abandonado» (Proverbios 28:13).

 

6. Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra le fortifica contra el pecado. Las Sagradas Escrituras nos han sido dadas no sólo con el propósito de revelarnos nuestra pecaminosidad innata, y las muchas maneras por las que «estamos destituidos de la gloria de

Dios» (Romanos 3:23), sino también para enseñarnos cómo obtener liberación del pecado, cómo evitar el desagradar a Dios. «En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti» (Salmo 119: 11). Esto es lo que se requiere de nosotros. «Recibe la instrucción de su boca y pon sus palabras en tu corazón» (Job 22:22). Son particularmente los mandamientos, las advertencias, las exhortaciones que necesitamos hacer nuestras y guardar como un tesoro; aprenderlas de memoria, meditar en ellas, orar sobre ellas y ponerlas en práctica. La única manera efectiva de tener un huerto libre de hierbas, es poner plantas y cuidarlas: «Vence con el bien el mal» (Romanos 12:21). Para que la Palabra de Cristo habite en nosotros más «abundantemente » (Colosenses 3: 16), es necesario que haya menos oportunidad para el ejercicio del pecado en nuestros corazones y en nuestras vidas.

No basta con asentir meramente a la veracidad de las Escrituras; se requiere que las recibamos en nuestros afectos. Es de la mayor solemnidad el notar que el Espíritu Santo especifica como base de apostasía el que «no recibieron el amor de la verdad para ser salvos» (2ª Tesalonicenses 2: 10). « Si se queda solo en la lengua o en la mente, es sólo asunto de habla y especulación, pronto se habrá desvanecido. La semilla que permanece en la superficie pronto es comida por las aves del cielo. Por tanto escóndela en la profundidad; que del oído vaya a la mente, de la mente al corazón; que se sature más v más. Sólo cuando prevalece como soberana en el corazón la recibimos con amor: cuando es más querida que cualquier otro deseo, entonces permanece» (Thomas Manton).

Nada más nos guardará de las infecciones de este mundo, nos librará de las tentaciones de Satán, y será tan efectivo para preservarnos del pecado como la Palabra de Dios recibida con afecto:

«La ley de su Dios está en su corazón; por tanto sus pies no resbalarán» (Salmo 37:31). En tanto que la verdad se mantiene activa en nosotros, agitando nuestra conciencia, y es realmente amada, seremos preservados de caer. Cuando José fue tentado por la esposa de Potifar, dijo: «¿Cómo haría Yo este gran mal y pecaría contra Dios?» (Génesis 39:9). La Palabra estaba en su corazón, ,v por tanto tuvo poder para prevalecer sobre el deseo; la santidad inefable, el gran poder de Dios que es capaz a la vez de salvar y de destruir. Nadie sabe cuándo va a ser tentado: por tanto es necesario estar preparado contra ello. «¿Quién de vosotros dará oídos... y escuchará respecto al porvenir?» (Isaías 42:23). Sí, hemos de ver venir el futuro y estar fortalecidos contra toda eventualidad, parapetándonos con la Palabra en nuestros corazones para los casos inesperados.

 

7. Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra hace que practique lo opuesto al pecado. «El pecado es la trasgresión de la ley» (1ª Juan 3:4). Dios dice: «Harás esto», el pecado dice: «No harás esto»; Dios dice: «No harás esto», el pecado dice: «Haz esto.» Así pues, el pecado es una rebelión contra Dios, la decisión de seguir «por su camino» (Isaías 53:6). Por tanto el pecado es una especie de anarquía en el reino espiritual, y puede hacerse semejante a hacer señales con una bandera roja a la cara de Dios. Por otra parte, lo opuesto a pecar contra Dios es el someterse a El, como lo opuesto al desenfreno y licencia es el sujetarse a la ley. Así, el practicar lo opuesto al pecado es andar en el camino de la obediencia. Esta es otra razón principal por la que se nos dieron las Escrituras: para hacer conocido el camino que es agradable a Dios.

Son provechosas no sólo para reprender y corregir, sino también para «instruir en justicia».

Aquí, pues, hay otra regla importante por la que podemos ponernos a prueba nosotros mismos.

¿Son mis pensamientos formados, mi corazón controlado, y mis caminos y obras regulados por la Palabra de Dios? Esto es lo que el Señor requiere: «Sed obradores de la palabra, no solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos» (Santiago 1: 22). Es así que se expresa la gratitud y afecto a Cristo: «Si me amáis guardad mis mandamientos» (Juan 14:15). Para esto es necesario la ayuda divina. David oró: «Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi complacencia» (Salmo 119:35). «No sólo necesitamos luz para conocer el camino, sino corazón para andar en él. Es necesario tener dirección a causa de la ceguera de nuestras mentes; y los impulsos efectivos de la gracia son necesarios a causa de la flaqueza de nuestros corazones. No bastará para hacer nuestro deber el tener una noción estricta de las verdades, a menos que las abracemos y las sigamos» (Mantón). Notemos que es «el camino de tus mandamientos»: no un camino a escoger, sino definitivamente marcado; no una «carretera» pública, sino un «camino» particular.

Que el autor y el lector con sinceridad v diligencia se midan, como en la presencia de Dios, con las siete medidas que hemos enumerado. ¿Te ha hecho el estudio de la Biblia más humilde, o más orgulloso, orgulloso del conocimiento que has adquirido? ¿Te ha levantado en la estimación de tus prójimos, o te ha conducido a tomar una posición más humilde delante de Dios? ¿Te ha producido un aborrecimiento más profundo y una prevención contra ti mismo, o te ha hecho más indulgente y complacido de ti mismo? ¿Ha sido causa de que los que se relacionan contigo, o quizá aquellos a quienes enseñas, digan: Desearía tener tu «conocimiento» de la Biblia; o te ha hecho decir a ti: Señor, dame la fe, la gracia y la «santidad» de mi amigo, de mi maestro? «Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos» (1ª Timoteo 4:15).

domingo, 9 de febrero de 2025

John Nelson Darby, cofundador de los Hermanos de Plymouth (5)

 

 

En los años siguientes a las Conferencias sobre la Profecía, Darby se convirtió en un orador de cierto renombre internacional, realizando visitas a la Suiza francófona, así como frecuentes viajes a Norteamérica. Akenson señala que “a finales de agosto de 1837, Darby trasladó su misión personal al continente. Esta conexión con Suiza ‘fue significativa, ya que abrió un nuevo campo de esfuerzo en un momento en que la notoriedad de Darby como separatista lo había convertido en persona non grata en Irlanda.’” [Timothy Stunt, From Awakening to Succession: Radical Evangelicals in Switzerland and Britain, 1815–1835 (Edinburgh: T and T Clark), 304, quoted in Akenson, Discovering the End of Time, 485]

 En un momento de sus viajes, surgió una disputa entre los hermanos de Suiza, y Darby recibió una petición al respecto. La caridad expresada en su respuesta en aquel momento fue bastante reveladora:

Es mi gozo y mi privilegio encontrarme en medio de hermanos que se conocen en Cristo, y alegrarme de la bienaventuranza de la comunión fraterna en toda la debilidad en que pueda hallarse actualmente; pero no podría reconocer una asamblea que no reciba a todos los hijos de Dios porque sé que Cristo los recibe. Veo a la Iglesia en ruinas: Sigo mi conciencia según la luz que he recibido de la palabra, pero deseo soportar la debilidad o la falta de luz que pueda encontrar en otros cristianos, y hacer todo lo que pueda para unir a los que aman al Señor.”

 

En el momento en que Darby escribió estas palabras, su principal operación en las Islas Británicas se había trasladado de Irlanda a Plymouth, Inglaterra [La asamblea, que se reunió en este lugar de Plymouth, se convertiría en la asamblea definitoria del movimiento, que la historia recordaría como “los Hermanos de Plymouth”, a pesar de que no se originó en Plymouth sino en Dublín]. Sucedió que durante ese período en que Darby viajaba internacionalmente, un colega llamado Benjamin Willis Newton, con quien Darby había experimentado algún conflicto antes de su partida, [Akenson señala que las semillas del conflicto ya se habían sembrado entre Darby y Newton al finalizar la Conferencia de Powerscourt de 1833: “Benjamin W. Newton ‘se quejó amargamente de que la conferencia se había organizado de tal manera que ‘controlara’ el juicio privado. ‘ Newton se negó a asistir a cualquiera de las conferencias irlandesas posteriores y, en cambio, se concentró en convertirse en la figura paterna en la asamblea de Plymouth. Akenson, Discovering the End of Time, 435. Al año siguiente (1834), Newton celebró una conferencia sobre profecía competitiva en Plymouth al mismo tiempo, e incluso discutió algunos de los mismos temas, como la conferencia principal celebrada en Dublín que Darby asistió Field, John Nelson Darby, 130] había tomado una posición de prominencia dentro de la asamblea de Plymouth. Al regresar de sus viajes en 1843, Darby descubrió que la Asamblea de Plymouth estaba siendo dominada por la personalidad de un solo hermano: Benjamin Newton. Darby no quería saber nada de eso.

Además de este perjuicio, Newton había publicado un libro pocos años antes, en el que presentaba una interpretación futurista de la profecía bíblica incumplida algo diferente a la de Darby. En él, Newton criticaba las expectativas proféticas del fin de los tiempos de Darby, aunque coincidían en algunas partes. Una distinción crítica fue que Newton anticipó un rapto post-tribulación a diferencia de Darby, quien se aferró firmemente a un rapto pre-tribulación [Un año después del regreso de Darby, Newton publicó otro libro con más de esas mismas ideas, titulado: Thoughts on the Apocalypse . [Benjamin W. Newton, Thoughts on the Apocalypse (London: J. B. Rowe, 1844).] Además de proyectar una interpretación futurista de la profecía bíblica que difería de la de Darby, Newton también propuso ideas sobre la naturaleza sin pecado de Cristo con las que Darby se mostró muy en desacuerdo.

 

Así, Darby no sólo encontró motivos eclesiásticos para enfrentarse a Newton, sino también doctrinales. En poco tiempo, ambos se vieron envueltos en un conflicto que dejaría una cicatriz indeleble en el testimonio de unidad entre los Hermanos, el mismo principio sobre el que se fundaron las primeras asambleas. En los años siguientes, todos los intentos de poner fin al asunto fracasaron. Para 1845, la separación parecía inevitable, y el domingo 28 de diciembre, no hubo una, sino dos asambleas que se reunieron en Plymouth para partir el pan-un acto que sirvió para conmemorar la unidad de Cristo entre el Cuerpo.

 

En ese momento Darby y Newton se encontraron con los cuernos trabados, ninguno de los dos capaz de escapar del conflicto con su orgullo totalmente intacto. Al cabo de unos años, cuando ambas asambleas independientes persistían, Darby sintió la necesidad de llevar el asunto a un punto crítico, no mediante un acto de contrición, sino redoblando su posición respecto a las herejías de Newton. Esto sucedió en 1848, cuando dos asociados de la asamblea de Plymouth visitaron Bristol y partieron el pan con los hermanos de Bethesda. Cuando Darby se enteró, exigió que Bethesda juzgara los asuntos relacionados con Plymouth. Los hermanos de Bethesda insistieron en que no cerrarían la comunión con los Hermanos de Plymouth. Con respecto a este punto, un historiador de los Hermanos ha observado:

 

Mientras que la iglesia de Betesda seguía haciendo lo que el propio Darby había hecho al principio, es decir, mantener la independencia de cada congregación y su derecho a recibir a cualquier individuo que tuviera razones para creer que había nacido de nuevo y era sano en fe y conducta, Darby se había apartado de ese terreno y había adoptado la posición «católica» de un cuerpo organizado de iglesias, excluyendo a todos los que estaban fuera de su propio círculo, y sometidos a una autoridad central, en este caso él mismo y la reunión de Londres con la que estaba asociado. [Edmund Hamer Broadbent, The Pilgrim Church: Tracing the Pathway of the Forgotten Saints from Pentecost to the Twentieth Century (1931; repr., Grand Rapids, MI: Gospel Folio Press, 1999), 392–393.]

 

Cuando la excomunión del individuo no asestó el golpe decisivo que Darby se había propuesto, llegó incluso a renunciar a quienes no emitieran un juicio decisivo sobre el asunto. [Field, John Nelson Darby, 143] Sin embargo, este esfuerzo redoblado de Darby resultó aún menos fructífero que el primero. Muchos de los hermanos que, por lo demás, simpatizaban con Darby, consideraron que había ido demasiado lejos al excomulgar a toda una asamblea por el mero hecho de no cerrar la comunión a los que habían sido asociados de Newton. Un biógrafo ha señalado: «El comportamiento autoritario y orgulloso de Darby no tuvo el resultado que él esperaba. Aunque había rechazado firmemente la ‘Noción de un Clérigo’, algunos sintieron que se estaba comportando más como un Papa. »

 

Huelga decir que muchas de las iglesias que Darby había contribuido a establecer -omo Bethesda- estaban más interesadas en seguir las enseñanzas de las Escrituras que los edictos de cualquier hombre. El resultado de esto dio lugar a dos líneas distintas de Hermanos, que han persistido hasta nuestros días. Aquellos que aceptaron la postura de Darby con el tiempo llegarían a ser conocidos como «Hermanos Exclusivos», mientras que los que tenían la mente puesta en la comunión abierta con todos los Hermanos eran conocidos como «Independientes» y «Neutrales», y más tarde, «Hermanos Abiertos».