La Historia de la
persecución de la Iglesia Cristiana, ha pasado desapercibida para gran número
de creyentes, entre lo cuales me incluyo. Pero creo que es preciso conocerla
para entender con mayor claridad, los acontecimientos actuales.
Hoy, como en los primeros
años del cristianismo, la maldad sigue en auge; el pecado abunda como nunca
antes, semejándose a los tiempos de Noé.
El contenido de esta
compilación trata los siguientes puntos:
·
Primera persecución, bajo Nerón.
Año 67 d.C.
·
Segunda persecución, bajo
Domiciano, el 81 d.C.
·
Tercera persecución, bajo Trajano,
el 108 d.C.
·
Cuarta persecución, bajo Marco
Aurelio Antonino, 162 d.C.
·
Quinta persecución, bajo Severo, el
192 d.C.
·
Sexta persecución, bajo Máximo, el
235 d.C.
·
Séptima persecución, bajo Decio, el
249 d.C.
·
Octava persecución, bajo Valeriano,
el 257 d.C.
·
Novena persecución, bajo Aureliano,
el 274 d.C.
·
Décima persecución, bajo Diocleciano,
303 d.C.
Con la ayuda del Señor,
intentaré copilar toda la información histórica
para conocerla y darla a conocer en próximas publicaciones.
Pimera
persecución, bajo Nerón, el año 67d.C.
La primera persecución
de la Iglesia tuvo lugar en el año 67, bajo Nerón, el sexto emperador de Roma.
Este monarca reinó por el espacio de cinco años de una manera tolerable, pero
luego dio rienda suelta al mayor desenfreno y a las más atroces barbaridades.
Entre otros caprichos diabólicos, ordenó que la ciudad de Roma fuera
incendiada, orden que fue cumplida por sus oficiales, guardas y siervos.
Mientras la ciudad imperial estaba en llamas, subió a la torre de Mecenas,
tocando la lira y cantando el cántico del incendio de Troya, declarando
abiertamente que «deseaba la ruina de todas las cosas antes de su muerte».
Además del gran edificio del Circo, muchos otros palacios y casas quedaron
destruidos; varios miles de personas perecieron en las llamas, o se ahogaron en
el humo, o quedaron sepultados bajo las ruinas.
Este terrible
incendio duró nueve años. Cuando Nerón descubrió que, su conducta era intensamente
censurada, y que era objeto de un profundo odio, decidió inculpar a los
cristianos, a la vez para excusarse para aprovechar la oportunidad para llenar
su mirada con nuevas crueldades. Esta fue la causa de la primera persecución; y
las brutalidades cometidas contra los cristianos fueron tales que incluso
movieron a los mismos romanos a compasión. Nerón incluso refinó sus crueldades
e inventó todo tipo de castigos contra los cristianos que pudiera inventar la
más infernal imaginación. En particular, hizo que algunos fueran cosidos en
pieles de animales silvestres, antojándolos a los perros hasta que expiraran; a
otros los vistió de camisas atiesadas con cera, atándolos a postes, y los
encendió en sus jardines, para iluminarlos. Esta persecución fue general por
todo el Imperio Romano; pero más bien aumentó que disminuyó el espíritu del
cristianismo. Fue durante esta persecución que fueron martirizados San Pablo y
San Pedro.
A sus nombres se
pueden añadir Erasto, tesorero de Corinto; Aristarco, el macedonio, y Trófimo,
de Éfeso, convertido por San Pablo y su colaborador, así como Josés, comúnmente
llamado Barsabás, y Ananías, obispo de Damasco; cada uno de los Setenta.
La
Segunda persecución, bajo Domiciano, el 81 d.C
El emperador
Domiciano, de natural inclinado a la crueldad, dio muerte primero a su hermano,
y luego suscitó la segunda persecución contra los cristianos. En su furor dieron
muerte algunos senadores romanos, a algunos por malicia, y a otros para
confiscar sus fincas. Luego mandó que todos los pertenecientes al linaje de
David fueran ejecutados.
Entre los
numerosos mártires que sufrieron durante esta persecución estaban Simeón, obispo
de Jerusalén, que fue crucificado, y San Juan, que fue hervido en aceite, y
luego desterrado a Patmos. Flavia, hija de un senador romano, fue asimismo
desterrada al Ponto; y se dictó una ley diciendo: «Que ningún cristiano, una
vez traído ante un tribunal, quede exento de castigo sin que renuncie a su
religión».
Durante este
reinado se redactaron varias historias inventadas, con el fin de dañar a los cristianos.
Tal era el apasionamiento de los paganos que si cualquier hambre, epidemia
terremotos asolaban cualquiera de las provincias romanas, se achacaba a los
cristianos. Estas persecuciones contra los cristianos aumentaron el número de
informadores, y muchos, movidos por la codicia, testificaron en falso contra
las vidas de los inocentes.
Otra dificultad
fue que cuando cualquier cristiano era llevado ante los tribunales, se les sometía
a un juramento de prueba, y si rehusaban tomarlo, se les sentenciaba a
muerte,mientras que si se confesaban cristianos, la sentencia era la misma.
Los siguientes
fueron los más destacables entre los numerosos mártires que sufrieron durante
esta persecución Dionisio, el areopaguita, era ateniense de nacimiento, y fue
instruido en toda la literatura útil y estética de Grecia. Viajó luego a Egipto
para estudiar astronomía, e hizo observaciones muy precisas del gran eclipse
sobrenatural que tuvo lugar en el tiempo de la crucifixión de nuestro Salvador.
La santidad de
su forma de vivir y la pureza de sus maneras le recomendaron de tal manera ante
los cristianos en general que fue designado obispo de Atenas. Nicodemo, un
benevolente cristiano de alguna distinción, sufrió en Roma durante el furor de
la persecución de Domiciano. Protasio y Gervasio fueron martirizados en Milán.
Timoteo, el
célebre discípulo de San Pablo, fue obispo de Éfeso, donde gobernó celosamente
la Iglesia hasta el 97 d.C. En este tiempo, cuando los paganos estaban para
celebrar una fiesta llamada Catagogión, Timoteo, enfrentándose a la procesión,
los reprendió severamente por su ridícula idolatría, lo que exasperó de tal
manera al pueblo que cayeron sobre el con palos, y lo apalizaron de manera tan
terrible que expiró dos días después por efecto de los golpes.
La
tercera persecución, bajo Trajano, 108 d.C.
En la tercera
persecución, Plinio el Joven, hombre erudito y famoso, viendo la lamentable
matanza de cristianos, y movido por ella a compasión, escribió a Trajano,
comunicándole que había muchos miles de ellos que eran muertos a diario, que no
habían hecho nada contrario a las leyes de Roma, por lo que no merecían
persecución. «Todo lo que ellos contaban acerca de su crimen o error (como se
tenga que llamar) sólo consistía en esto: que solían reunirse en determinado
día antes del amanecer, y repetir juntos una oración compuesta en honor de
Cristo como Dios, y a comprometerse por obligación no ciertamente a cometer
maldad alguna,sino al contrario, a nunca cometer hurtos, robos o adulterio, a
nunca falsear su palabra, a nunca defraudar a nadie; después de lo cual era
costumbre separarse, y volverse a reunir después para participar en común de
una comida inocente.»
En esta
persecución sufrieron el bienaventurado mártir Ignacio, que es tenido en gran reverencia
entre muchos. Este Ignacio había sido designado al obispado de Antioquia,
siguiendo a Pedro en sucesión. Algunos dicen que al ser enviado de Siria a
Roma, porque profesaba a Cristo, fue entregado a las fieras para ser devorado.
También se dice de él que cuando pasó por Asia [la actual Turquía], estando bajo
el más estricto cuidado de sus guardianes, fortaleció y confirmó a las iglesias
por todas las ciudades por donde pasaba, tanto con sus exhortaciones como
predicando la Palabra de Dios. Así, habiendo negado a Esmirna, escribió a la
Iglesia de Roma, exhortándoles para que no emplearan medio alguno para
liberarle de su martirio, no fuera que le privaran de aquello que más anhelaba
y esperaba. «Ahora comienzo a ser un discípulo.
Nada me importa
de las cosas visibles o invisibles, para poder sólo ganar a Cristo. ¡Que el
fuego y la cruz, que manadas de bestias salvajes, que la rotura de los huesos y
el desgarramiento de todo el cuerpo, y que toda la malicia del diablo vengan
sobre mí; ¡sea así, si sólo puedo ganar a Cristo Jesús!» E incluso cuando fue
sentenciado a ser echado a las fieras, tal era el ardiente deseo que tenía de
padecer, que decía, cada vez que oía rugir a los leones: «Soy el trigo
deCristo; voy a ser molido con los dientes de fieras salvajes para que pueda
ser hallado pan puro». Adriano, el sucesor de Trajano, prosiguió esta tercera
persecución con tanta severidad como su sucesor. Alrededor de este tiempo
fueron martirizados Alejandro, obispo de Roma, y sus dos diáconos; también
Quirino y Hermes, con sus familias; Zeno, un noble romano, y alrededor de diez
mil otros cristianos. Muchos fueron crucificados en el Monte Ararat, coronados
de espinas, siendo traspasados con lanzas, en imitación de la pasión de Cristo.
Eustaquio, un valiente comandante romano, con muchos éxitos militares, recibió
la orden de parte del emperador de unirse a un sacrificio idolátfico para
celebrar algunas de sus propias victorias. Pero su fe (pues era cristiano de
corazón) era tanto más grande que su vanidad, que rehusó noblemente. Enfurecido
por esta negativa, el desagradecido emperador olvidó los servicios de este
diestro comandante, y ordenó su martirio y el de toda su familia. En el
martirio de Faustines y Jovitas, que eran hermanos y ciudadanos de Brescia,
tantos fueron sus padecimientos y tan grande su paciencia, que el Calocerio, un
pagano, contemplándolos, quedó absorto de admiración, y exclamó, en un
arrebato: « ¡Grande es el Dios de los cristianos! », por lo cual fue prendido y
se le hizo sufrir pareja suerte.
Muchas otras
crueldades y rigores tuvieron que sufrir los cristianos, hasta que Quadratus,
obispo de Atenas, hizo una erudita apología en su favor delante del emperador,
que estaba entonces presente, y Arístides, un filósofo de la misma ciudad,
escribió una elegante epístola, lo que llevó a Adriano a disminuir su severidad
y a ceder en favor de ellos. Adriano, al morir en el 138 d.C., fue sucedido por
Antonino Pío, uno de los más gentiles monarcas que jamás minara, y que detuvo
las persecuciones contra los cristianos.