Mateo 25:1 Entonces el reino
de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo.
2 Cinco de ellas eran
prudentes y cinco insensatas.
3 Las insensatas,
tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite;
4 mas las prudentes
tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas.
5 Y tardándose el
esposo, cabecearon todas y se durmieron.
6 Y a la medianoche se
oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!
7 Entonces todas
aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas.
8 Y las insensatas
dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se
apagan.
9 Mas las prudentes
respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más
bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas.
10 Pero mientras ellas
iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a
las bodas; y se cerró la puerta.
11 Después vinieron
también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos!
12 Mas él, respondiendo,
dijo: De cierto os digo, que no os conozco.
13 Velad, pues, porque
no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir.
Las
circunstancias de la parábola de las diez vírgenes fueron tomadas de las
costumbres nupciales de los judíos y explica el gran día de la venida de
Cristo.
Como cristianos
profesamos atender a Cristo, honrarlo, y estar a la espera de su venida. Los
cristianos sinceros, tipo Abraham, son las vírgenes prudentes, y los
hipócritas, los cristianos carnales, al estilo de Lot, son las necias. Son
verdaderamente sabios o necios los que así actúan en los asuntos de su alma.
Muchos tienen una lámpara de profesión en sus
manos, pero en sus corazones no tienen el conocimiento sano ni la resolución,
que son necesarios para llevarlos a través de los servicios y las pruebas del
estado presente. Sus corazones no han sido provistos de una disposición santa
por el Espíritu de Dios que crea de nuevo. Nuestra luz debe brillar ante los
hombres en buenas obras; pero no es probable que esto se haga por mucho tiempo,
a menos que haya un principio activo de fe en Cristo y amor por nuestros hermanos
en el corazón. Si hemos sido justificados, la santificación será evidente.
Todas cabecearon
y se durmieron. La demora representa el espacio entre la conversión verdadera o
aparente de estos profesantes y la venida de Cristo, para llevarlos por la
muerte o para juzgar al mundo. Pero aunque Cristo tarde más allá de nuestra época, no tardará más allá
del tiempo debido.
Las vírgenes
sabias mantuvieron ardiendo sus lámparas, pero no se mantuvieron despiertas. La
palabra “cabecearon” significa sencillamente que se sentían cargadas de sueño;
mientras que “se durmieron” es la palabra usual por “acostarse a dormir”;
señalando dos etapas de decaimiento espiritual: la primera, aquel letargo medio
involuntario, o sea la somnolencia, que es capaz de apoderarse de uno que
detiene su actividad; y luego un consentimiento voluntario a ella, después de
un poco de vana resistencia. En tal estado se encontraban las vírgenes
prudentes y las fatuas, aunque el anuncio de la llegada del novio las despertó.
Esto también lo hallamos en la parábola de la Viuda Insistente: “Cuando el Hijo
del hombre viniere, ¿hallará fe en la tierra?” Demasiados son los cristianos
verdaderos que se vuelven remisos y un grado de negligencia da lugar a otro.
Los que se permiten cabecear, escasamente evitan dormirse; por tanto tema el
comienzo del deterioro espiritual.
Se oye un
llamado sorprendente, Salid a recibirle; es un llamado para los que están
preparados. La noticia de la venida de Cristo y el llamado a salir a recibirle,
los despertará. Aun los que estén preparados en la mejor forma para la muerte
tienen trabajo que hacer para estar verdaderamente preparados. Será un día de
búsqueda y de preguntas; nos corresponde pensar cómo seremos hallados entonces.
Algunas
llevaron aceite para abastecer sus lámparas antes de salir. Las que no alcanzan
la gracia verdadera ciertamente hallarán su falta en uno u otro momento. ¡Por
cuánto tiempo los dos grupos parecieron ser iguales: casi hasta el momento de
la decisión!
Según
el contenido de la parábola, es evidente que la indiscreción de “las fatuas” no
consistió en no tener aceite ninguno, ya que, seguramente habían tenido
bastante en sus lámparas para tenerlas encendidas hasta este momento. Su
indiscreción consistió en no haber hecho provisión contra su agotamiento,
llevando una vasija de aceite con que volver a llenar sus lámparas de tiempo en
tiempo, y así tenerlas encendidas hasta que llegara el novio. Entonces ¿hemos
de concluir, como lo hacen algunos expositores competentes, que las vírgenes
fatuas representan a cristianos verdaderos, tanto como las prudentes, puesto
que sólo los cristianos verdaderos pueden poseer el Espíritu, y que la
diferencia entre las dos clases consiste sólo en que las de una clase poseen el
don de la vigilancia, mientras que las de la otra clase carecen de él?
Claro
que no. Puesto que el propósito de la parábola fué el de presentar a los
preparados y a los no preparados para recibir a Cristo en su venida, y el hacer
ver cómo los no preparados, hasta el fin, podrían confundirse con los
preparados, la estructura de la parábola convenía acomodarse a esto, haciendo
que las lámparas de las fatuas ardiesen tanto como las de las prudentes, hasta
cierto punto, y sólo entonces descubrir su incapacidad de seguir ardiendo por
falta de una nueva provisión de aceite. Pero este es sólo un recurso estructural; y la diferencia
verdadera entre las dos clases que profesan amar la venida del Señor, es radical: la posesión de un principio duradero de vida espiritual
por parte de una clase, y la carencia de este principio por parte de la otra
clase.
¿Qué
son estas “lámparas” y este “aceite”? “Se están apagando”; porque el aceite no
encenderá la lámpara apagada, pero evitará que la lámpara prendida se apague.
Ahora éstas descubren no sólo su propia insensatez, sino la prudencia de la
otra clase, y le hacen honor. No las despreciaban, tal vez, antes, pero las
creían demasiado justas; ahora se ven obligadas, con amarga humillación, a
desear ser como ellas.
Se han dado muchas respuestas. Pero como las
fatuas al igual que las prudentes tomaron sus lámparas, y salieron con ellas a
encontrar al novio, estas lámparas prendidas y este avance hasta cierta
distancia en compañía de las prudentes, debería significar aquella profesión
cristiana que es común a todos los que llevan el nombre de cristianos; mientras
que la insuficiencia de esto, y la falta de algo más que ellas nunca poseyeron,
demuestra que las “fatuas” representan a aquellas personas que, con todo lo que
existe en común entre ellas y los cristianos verdaderos, carecen de la preparación esencial para
encontrarse con Cristo.
Una contestación bien sabia ésta: “Y ¿qué
pasará si compartimos nuestro aceite con vosotras? Con seguridad que todas
fracasaremos.” El afirmar que
esta parábola enseña que las personas deben conseguir la salvación aun después
que se supone que la hayan recibido por fe en Jesucristo, sería ensanchar la
parábola más allá de su propósito legítimo. Lo único que hacen las vírgenes
prudentes es recordar amigablemente a las vírgenes fatuas la manera propia de
conseguir el artículo necesario y precioso, con cierta censura por tenerlo que
buscar ahora tan tarde. Asimismo, cuando la parábola habla de “vender” y
“comprar” aquel artículo valioso, sería como decir simplemente: “Id a
conseguirlo de la única manera legítima”. Sin embargo, la palabra “comprar” es
significativa, porque en otras partes de la Escritura se nos manda comprar “sin
dinero y sin precio,” vino y leche, y comprar de Cristo “oro afinado en fuego”,
etc. (Isaias 55:1; Apocalipsis 3:18).
Ahora bien, puesto que aquello por lo cual
pagamos el precio pedido, viene a ser propiedad
nuestra, la salvación que aceptamos gratuitamente de las manos de
Dios, siendo comprada en el mismo sentido que Dios da a la palabra, viene a ser
nuestra propiedad inalienable. Entonces, como la sabiduría de “las prudentes”
consistía en llevar junto con sus lámparas una provisión de aceite en sus vasos
para tener las lámparas prendidas hasta que llegara el novio, y así estar
listas para entrar con él a las fiestas nupciales, esta provisión de aceite
tiene que significar aquella realidad
interior de la gracia, que será lo único que permanecerá cuando aparezca
aquel cuyos ojos son como llamas de fuego. Pero esto es demasiado general;
porque no puede ser que, sin ninguna razón, esta gracia interior se presente
aquí bajo el símbolo familiar del aceite,
símbolo por el cual el Espíritu de
toda gracia es representado tan constantemente en las Escrituras.
Las fatuas reconocen su insensatez; aceptan el
buen consejo; están en el acto de conseguir lo único que les hacía falta: un
poquito más de tiempo, y ellas también estarían apercibidas. Pero el esposo
llega; las apercibidas son admitidas; “y se cerró la puerta”, y las vírgenes
fatuas quedaron excluídas. ¡Qué cuadro tan gráfico y espantoso de personas casi salvadas, mas perdidas!
Fuera
de toda duda, este algo era lo que se había simbolizado por aquel precioso
aceite de la unción con el cual Aarón y sus hijos fueron consagrados al puesto
sacerdotal (Éxodo 30:23-30); por aquel “óleo de
gozo sobre tus compañeros” con el cual el Mesías sería ungido (Salmos 45:7; Hebreos 1:9), aunque expresamente se
había dicho que “no da Dios el Espíritu por medida” (Juan
3:34); y por el vaso lleno de aceite, en la visión de Zacarías, el cual
recibía el aceite de dos olivos que estaban a cada lado de él, y lo vertía por
siete tubos de oro al candelero áureo para tenerlo siempre ardiendo
Zacarías porque expresamente se le dice
al profeta, sería usado para proclamar una gran verdad: “No con ejército, ni
con fuerza, sino con mi espíritu,
ha dicho Jehová de los ejércitos será
edificado este templo. ¿Quién eres tú,
oh gran monte que te opones a esta empresa?
Delante de Zorobabel serás reducido a
llanura o arrastrado fuera del camino;
él sacará la primera piedra del templo,
con aclamaciones de Gracia, gracia a ella”. Esta provisión de aceite, pues, que
representa aquella gracia interior que distingue a los prudentes, tiene que
significar, más particularmente, aquella “provisión del Espíritu de Jesucristo”
que, siendo la fuente de la nueva vida espiritual en un principio, es el
secreto de su carácter permanente.
Todo menos esto, podía ser
poseído por “las fatuas”; mientras que la posesión de esto es lo que hace que
“las prudentes” estén “listas” para cuando aparece el novio, y aptas para
“entrar con él a las bodas”. Precisamente es así como en la parábola del
Sembrador, estos oidores son representados por la simiente que cayó en
pedregales,” que “no tenía raíz” ni “profundidad de tierra”, y que aunque brota
y crece nunca madura, mientras que la que cae en buena tierra produce fruto.
Una profesión externa puede alumbrar a un hombre
en este mundo, pero las humedades del valle de sombra de muerte extinguirán su
luz. Los que no se preocupan por vivir la vida, morirán de todos modos la
muerte del justo. Pero los que serán salvos deben tener gracia propia; y los
que tienen más gracia no tienen nada que ahorrar. El mejor necesita más de
Cristo. Mientras la pobre alma alarmada se dirige, en el lecho de enfermo, al
arrepentimiento y la oración con espantosa confusión, viene la muerte, viene el
juicio, la obra es deshecha, y el pobre pecador es deshecho para siempre.
Esto viene de haber tenido que comprar aceite
cuando debíamos quemarlo, obtener gracia cuando teníamos que usarla. Los que, y
únicamente ellos, irán al cielo del más allá, están siendo preparados para el
cielo aquí. Lo súbito de la muerte y de la llegada de Cristo a nosotros
entonces, no estorbará nuestra dicha si nos hemos preparado.
La puerta fue
cerrada. Muchos procurarán ser recibidos en el cielo cuando sea demasiado
tarde. La vana confianza de los hipócritas los llevará lejos en las
expectativas de felicidad. La convocatoria inesperada de la muerte puede
alarmar al cristiano pero, procediendo sin demora a cebar su lámpara, sus
gracias suelen brillar más fuerte; mientras la conducta del simple profesante
muestra que su lámpara se está apagando. Por tanto, velemos, atendendamos el
asunto de nuestras almas. Estemos todo el día en el temor del Señor. Cuando
Jesús vuelva para llevar a su pueblo al cielo, debemos estar listos. La
preparación espiritual no puede comprarse ni prestarse a último minuto.
¡¡Velad pues!! ¡¡Estar
preparados!! No vaya ser que se cierre la puerta, y aquellos cristianos
carnales que no se preocupan de obedecer a Dios, se encuentren fuera, en las
tinieblas del mundo para pasar la gran tribulación y ser perseguidos por la
bestia, y degollados.
¡¡Maranatha!!
¡¡Si, ven Señor Jesús!!