} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: PARÁBOLA DE LAS DIEZ VÍRGENES

miércoles, 23 de diciembre de 2015

PARÁBOLA DE LAS DIEZ VÍRGENES




Mateo 25:1   Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus     lámparas, salieron a recibir al esposo.
 2  Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas.
 3  Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite;
 4  mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas.
 5  Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron.
 6  Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!
 7  Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas.
 8  Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan.
 9  Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas.
 10  Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta.
 11  Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos!
 12  Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco.
 13  Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir.


Las circunstancias de la parábola de las diez vírgenes fueron tomadas de las costumbres nupciales de los judíos y explica el gran día de la venida de Cristo. 
Como cristianos profesamos atender a Cristo, honrarlo, y estar a la espera de su venida. Los cristianos sinceros, tipo Abraham, son las vírgenes prudentes, y los hipócritas, los cristianos carnales, al estilo de Lot, son las necias. Son verdaderamente sabios o necios los que así actúan en los asuntos de su alma.
 Muchos tienen una lámpara de profesión en sus manos, pero en sus corazones no tienen el conocimiento sano ni la resolución, que son necesarios para llevarlos a través de los servicios y las pruebas del estado presente. Sus corazones no han sido provistos de una disposición santa por el Espíritu de Dios que crea de nuevo. Nuestra luz debe brillar ante los hombres en buenas obras; pero no es probable que esto se haga por mucho tiempo, a menos que haya un principio activo de fe en Cristo y amor por nuestros hermanos en el corazón. Si hemos sido justificados, la santificación será evidente.
Todas cabecearon y se durmieron. La demora representa el espacio entre la conversión verdadera o aparente de estos profesantes y la venida de Cristo, para llevarlos por la muerte o para juzgar al mundo. Pero aunque Cristo tarde más allá de nuestra época, no tardará más allá del tiempo debido.

Las vírgenes sabias mantuvieron ardiendo sus lámparas, pero no se mantuvieron despiertas. La palabra “cabecearon” significa sencillamente que se sentían cargadas de sueño; mientras que “se durmieron” es la palabra usual por “acostarse a dormir”; señalando dos etapas de decaimiento espiritual: la primera, aquel letargo medio involuntario, o sea la somnolencia, que es capaz de apoderarse de uno que detiene su actividad; y luego un consentimiento voluntario a ella, después de un poco de vana resistencia. En tal estado se encontraban las vírgenes prudentes y las fatuas, aunque el anuncio de la llegada del novio las despertó. Esto también lo hallamos en la parábola de la Viuda Insistente: “Cuando el Hijo del hombre viniere, ¿hallará fe en la tierra?” Demasiados son los cristianos verdaderos que se vuelven remisos y un grado de negligencia da lugar a otro. Los que se permiten cabecear, escasamente evitan dormirse; por tanto tema el comienzo del deterioro espiritual.
Se oye un llamado sorprendente, Salid a recibirle; es un llamado para los que están preparados. La noticia de la venida de Cristo y el llamado a salir a recibirle, los despertará. Aun los que estén preparados en la mejor forma para la muerte tienen trabajo que hacer para estar verdaderamente preparados. Será un día de búsqueda y de preguntas; nos corresponde pensar cómo seremos hallados entonces.
Algunas llevaron aceite para abastecer sus lámparas antes de salir. Las que no alcanzan la gracia verdadera ciertamente hallarán su falta en uno u otro momento. ¡Por cuánto tiempo los dos grupos parecieron ser iguales: casi hasta el momento de la decisión!
Según el contenido de la parábola, es evidente que la indiscreción de “las fatuas” no consistió en no tener aceite ninguno, ya que, seguramente habían tenido bastante en sus lámparas para tenerlas encendidas hasta este momento. Su indiscreción consistió en no haber hecho provisión contra su agotamiento, llevando una vasija de aceite con que volver a llenar sus lámparas de tiempo en tiempo, y así tenerlas encendidas hasta que llegara el novio. Entonces ¿hemos de concluir, como lo hacen algunos expositores competentes, que las vírgenes fatuas representan a cristianos verdaderos, tanto como las prudentes, puesto que sólo los cristianos verdaderos pueden poseer el Espíritu, y que la diferencia entre las dos clases consiste sólo en que las de una clase poseen el don de la vigilancia, mientras que las de la otra clase carecen de él?
Claro que no. Puesto que el propósito de la parábola fué el de presentar a los preparados y a los no preparados para recibir a Cristo en su venida, y el hacer ver cómo los no preparados, hasta el fin, podrían confundirse con los preparados, la estructura de la parábola convenía acomodarse a esto, haciendo que las lámparas de las fatuas ardiesen tanto como las de las prudentes, hasta cierto punto, y sólo entonces descubrir su incapacidad de seguir ardiendo por falta de una nueva provisión de aceite. Pero este es sólo un recurso estructural; y la diferencia verdadera entre las dos clases que profesan amar la venida del Señor, es radical: la posesión de un principio duradero de vida espiritual por parte de una clase, y la carencia de este principio por parte de la otra clase.
¿Qué son estas “lámparas” y este “aceite”? “Se están apagando”; porque el aceite no encenderá la lámpara apagada, pero evitará que la lámpara prendida se apague. Ahora éstas descubren no sólo su propia insensatez, sino la prudencia de la otra clase, y le hacen honor. No las despreciaban, tal vez, antes, pero las creían demasiado justas; ahora se ven obligadas, con amarga humillación, a desear ser como ellas.
 Se han dado muchas respuestas. Pero como las fatuas al igual que las prudentes tomaron sus lámparas, y salieron con ellas a encontrar al novio, estas lámparas prendidas y este avance hasta cierta distancia en compañía de las prudentes, debería significar aquella profesión cristiana que es común a todos los que llevan el nombre de cristianos; mientras que la insuficiencia de esto, y la falta de algo más que ellas nunca poseyeron, demuestra que las “fatuas” representan a aquellas personas que, con todo lo que existe en común entre ellas y los cristianos verdaderos, carecen de la preparación esencial para encontrarse con Cristo.
 Una contestación bien sabia ésta: “Y ¿qué pasará si compartimos nuestro aceite con vosotras? Con seguridad que todas fracasaremos.”  El afirmar que esta parábola enseña que las personas deben conseguir la salvación aun después que se supone que la hayan recibido por fe en Jesucristo, sería ensanchar la parábola más allá de su propósito legítimo. Lo único que hacen las vírgenes prudentes es recordar amigablemente a las vírgenes fatuas la manera propia de conseguir el artículo necesario y precioso, con cierta censura por tenerlo que buscar ahora tan tarde. Asimismo, cuando la parábola habla de “vender” y “comprar” aquel artículo valioso, sería como decir simplemente: “Id a conseguirlo de la única manera legítima”. Sin embargo, la palabra “comprar” es significativa, porque en otras partes de la Escritura se nos manda comprar “sin dinero y sin precio,” vino y leche, y comprar de Cristo “oro afinado en fuego”, etc. (Isaias 55:1; Apocalipsis 3:18).
 Ahora bien, puesto que aquello por lo cual pagamos el precio pedido, viene a ser propiedad nuestra, la salvación que aceptamos gratuitamente de las manos de Dios, siendo comprada en el mismo sentido que Dios da a la palabra, viene a ser nuestra propiedad inalienable. Entonces, como la sabiduría de “las prudentes” consistía en llevar junto con sus lámparas una provisión de aceite en sus vasos para tener las lámparas prendidas hasta que llegara el novio, y así estar listas para entrar con él a las fiestas nupciales, esta provisión de aceite tiene que significar aquella realidad interior de la gracia, que será lo único que permanecerá cuando aparezca aquel cuyos ojos son como llamas de fuego. Pero esto es demasiado general; porque no puede ser que, sin ninguna razón, esta gracia interior se presente aquí bajo el símbolo familiar del aceite, símbolo por el cual el Espíritu de toda gracia es representado tan constantemente en las Escrituras.
 Las fatuas reconocen su insensatez; aceptan el buen consejo; están en el acto de conseguir lo único que les hacía falta: un poquito más de tiempo, y ellas también estarían apercibidas. Pero el esposo llega; las apercibidas son admitidas; “y se cerró la puerta”, y las vírgenes fatuas quedaron excluídas. ¡Qué cuadro tan gráfico y espantoso de personas casi salvadas, mas perdidas!

Fuera de toda duda, este algo era lo que se había simbolizado por aquel precioso aceite de la unción con el cual Aarón y sus hijos fueron consagrados al puesto sacerdotal (Éxodo 30:23-30); por aquel “óleo de gozo sobre tus compañeros” con el cual el Mesías sería ungido (Salmos 45:7; Hebreos 1:9), aunque expresamente se había dicho que “no da Dios el Espíritu por medida” (Juan 3:34); y por el vaso lleno de aceite, en la visión de Zacarías, el cual recibía el aceite de dos olivos que estaban a cada lado de él, y lo vertía por siete tubos de oro al candelero áureo para tenerlo siempre ardiendo Zacarías   porque expresamente se le dice al profeta, sería usado para proclamar una gran verdad: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos  será edificado este templo.  ¿Quién eres tú, oh gran monte  que te opones a esta empresa?
 Delante de Zorobabel serás reducido a llanura  o arrastrado fuera del camino; él sacará la primera piedra  del templo, con aclamaciones de Gracia, gracia a ella”. Esta provisión de aceite, pues, que representa aquella gracia interior que distingue a los prudentes, tiene que significar, más particularmente, aquella “provisión del Espíritu de Jesucristo” que, siendo la fuente de la nueva vida espiritual en un principio, es el secreto de su carácter permanente. Todo menos esto, podía ser poseído por “las fatuas”; mientras que la posesión de esto es lo que hace que “las prudentes” estén “listas” para cuando aparece el novio, y aptas para “entrar con él a las bodas”. Precisamente es así como en la parábola del Sembrador, estos oidores son representados por la simiente que cayó en pedregales,” que “no tenía raíz” ni “profundidad de tierra”, y que aunque brota y crece nunca madura, mientras que la que cae en buena tierra produce fruto.
 Una profesión externa puede alumbrar a un hombre en este mundo, pero las humedades del valle de sombra de muerte extinguirán su luz. Los que no se preocupan por vivir la vida, morirán de todos modos la muerte del justo. Pero los que serán salvos deben tener gracia propia; y los que tienen más gracia no tienen nada que ahorrar. El mejor necesita más de Cristo. Mientras la pobre alma alarmada se dirige, en el lecho de enfermo, al arrepentimiento y la oración con espantosa confusión, viene la muerte, viene el juicio, la obra es deshecha, y el pobre pecador es deshecho para siempre.
 Esto viene de haber tenido que comprar aceite cuando debíamos quemarlo, obtener gracia cuando teníamos que usarla. Los que, y únicamente ellos, irán al cielo del más allá, están siendo preparados para el cielo aquí. Lo súbito de la muerte y de la llegada de Cristo a nosotros entonces, no estorbará nuestra dicha si nos hemos preparado.
La puerta fue cerrada. Muchos procurarán ser recibidos en el cielo cuando sea demasiado tarde. La vana confianza de los hipócritas los llevará lejos en las expectativas de felicidad. La convocatoria inesperada de la muerte puede alarmar al cristiano pero, procediendo sin demora a cebar su lámpara, sus gracias suelen brillar más fuerte; mientras la conducta del simple profesante muestra que su lámpara se está apagando. Por tanto, velemos, atendendamos el asunto de nuestras almas. Estemos todo el día en el temor del Señor. Cuando Jesús vuelva para llevar a su pueblo al cielo, debemos estar listos. La preparación espiritual no puede comprarse ni prestarse a último minuto.  

¡¡Velad pues!! ¡¡Estar preparados!! No vaya ser que se cierre la puerta, y aquellos cristianos carnales que no se preocupan de obedecer a Dios, se encuentren fuera, en las tinieblas del mundo para pasar la gran tribulación y ser perseguidos por la bestia, y degollados.


¡¡Maranatha!! ¡¡Si, ven Señor Jesús!!