La
cuarta persecución, bajo Marco Aurelio Antonino, 162 d.C.
Marco Aurelio
sucedió en el trono en el año 161 de nuestro Señor, era un hombre de naturaleza
más rígida y severa, y aunque elogiable en el estudio de la filosofía y en su
actividad de gobierno, fue duro y fiero contra los cristianos, y desencadenó la
cuarta persecución.
Las crueldades
ejecutadas en esta persecución fueron de tal calibre que muchos de los espectadores
se estremecían de honor al verlas, y quedaban atónitos ante el valor de los sufrientes.
Algunos de los mártires eran obligados a pasar, con sus pies ya heridos, sobre
espinas, clavos, aguzadas conchas, etc., puestos de punta; otros eran azotados
hasta que quedaban a la vista sus tendones y venas, y, después de haber sufrido
los más atroces tormentos que pudieran inventarse, eran destruidos por las
muertes más temibles.
Germánico, un
hombre joven, pero verdadero cristiano, siendo entregado a las fieras a causa
de su fe, se condujo con un valor tan asombroso que varios paganos se
convirtieron a aquella fe que inspiraba tal arrojo.
Policarpo, el
venerable obispo de Esmirna, se ocultó al oír que le estaban buscando, pero fue
descubierto por un niño. Tras dar una comida a los guardas que le habían
prendido, les pidió una hora de oración, lo que le permitieron, y oró con tal
fervor que los guardas que le habían arrestado sintieron haberio hecho. Sin
embargo, lo llevaron ante el procónsul, y fue condenado y quemado en la plaza
del mercado.
El procónsul le
apremió, diciendo: «Jura, y te daré la libertad: Blasfema contra Cristo.»
Policarpo le
respondió: «Durante ochenta y seis años le he servido, y nunca me ha hecho mal
alguno: ¿Cómo voy yo a blasfemar contra mi Rey, que me ha salvado?» En la
estaca fue sólo atado, y no clavado como era costumbre, porque les aseguró que
se iba a quedar inmóvil; al encenderse la hoguera, las llamas rodearon su
cuerpo, como un arco, sin tocarlo; entonces dieron orden al verdugo que lo
traspasara con una espada, con lo que manó tal cantidad de sangre que apagó el
fuego. Sin embargo se dio orden, por instigación de los enemigos del Evangelio,
especialmente judíos, de que su cuerpo fuera consumido en la hoguera, y la
petición de sus amigos, que querían darle cristiana sepultura, fue rechazada.
Sin embargo, recogieron sus huesos y tanto de sus miembros como pudieron, y los
hicieron enterrar decentemente. Metrodoro, un ministro que predicaba
denodadamente, y Pionio, que hizo varias excelentes apologías de la fe
cristiana, fueron también quemados. Carpo y Papilo, dos dignos cristianos, y
Agatónica, una piadosa mujer, sufrió el martirio en Pergamópolis, en Asia.
Felicitate, una
ilustre dama romana, de una familia de buena posición, y muy virtuosa, era una
devota cristiana. Tenía siete hijos, a los que había educado con la más
ejemplar piedad.Enero, el mayor, fue flagelado y prensado hasta morir con
pesos; Félix y Felipe, que le seguían en edad, fueron descerebrados con
garrotes; Silvano, el cuarto, fue asesinado siendo echado a un precipicio; y
los tres hijos menores, Alejandro, Vital y Marcial, fueron decapitados.
La madre fue
después decapitada con la misma espada que los otros tres.
Justino, el
célebre filósofo, murió mártir en esta persecución. Era natural de Nápolis, en Sarnaria,
y había nacido el 103 d.C. Fue un gran amante de la verdad y erudito universal;
investigó las filosofías estoica y peripatética, y probó la pitagórica, pero,
disgustándole la conducta de uno de sus profesores, investigó la platónica, en
la que encontró gran deleite.
Alrededor del
año 133, a los treinta años, se convirtió al cristianismo, y entonces, por vez primera,
percibió la verdadera naturaleza de la verdad.
Escribió una
elegante epístola a los gentiles, y empleó sus talentos para convencer a los judíos
de la verdad de los ritos cristianos. Dedicó gran tiempo a viajar, hasta que
estableció su residencia en Roma, en el monte Viminal.
Abrió una
escuela pública, enseñó a muchos que posteriormente fueron personajes prominentes,
y escribió un tratado para confutar las herejías de todo tipo. Cuando los
paganos comenzaron a tratar a los cristianos con gran severidad, Justino
escribió su primera apología en favor de ellos. Este escrito exhibe una gran
erudición y genio, e hizo que el emperador publicara un edicto en favor de los
cristianos.
Poco después
entró en frecuentes discusiones con Crescente, persona de vida viciosa, pero
que era un célebre filósofo cínico; los argumentos de Justino fueron tan
poderosos, pero odiosos para el cínico, que decidió, y consiguió, su
destrucción.
La segunda
apología de Justino, debido a ciertas cosas que contenía, dio al cínico Crescente
una oportunidad para predisponer al emperador en contra de su autor, y por esto
Justino fue arrestado, junto con seis compañeros suyos. Al ordenársele que
sacrificara a los ídolos paganos, rehusaron, y fueron condenados a ser azotados,
y a continuación decapitados; esta sentencia se cumplió con toda la severidad
imaginable.
Varios fueron
decapitados por rehusar sacrificar a la imagen de Júpiter, en particular
Concordo, diácono de la ciudad de Spolito.
Al levantarse en
armas contra Roma algunas de las agitadas naciones del norte, el emperador se
puso en marcha para enfrentarse a ellas. Sin embargo, se vio atrapado en una emboscada,
y temió perder todo su ejército. Encerrado entre montañas, rodeado de enemigos
y muriéndose de sed, en vano invocaron a las deidades paganas, y entonces
ordenó a los hombres que pertenecían a la militine, o legión del trueno, que
oraran a su Dios pidiendo socorro. De inmediato tuvo lugar una milagrosa
liberación; cayó una cantidad prodigiosa de lluvia, que fue recogida por los
hombres, haciendo presas, y dio un alivio repentino y asombroso. Parece que la tormenta,
que se abatió intensamente sobre los rostros de los enemigos, los intimidó de
tal manera, que una parte desertó hacia el ejército romano; el resto fueron
derrotados, y las provincias rebeldes fueron totalmente recuperadas.
Este asunto hizo
que la persecución amainara por algún tiempo, al menos en aquellas zonas
inmediatamente bajo la inspección del emperador, pero nos encontramos que
pronto se desencadenó en Francia, particularmente en Lyon, donde las torturas
que fueron impuestas a muchos de los cristianos casi rebasan la capacidad de
descripción.
Los principales
de estos mártires fueron un joven llamado Vetio Agato; Blandina, una dama
cristiana de débil constitución; Sancto, que era diácono en Vienna; a éste le
aplicaron platos de bronce al rojo vivo sobre las partes más sensibles de su
cuerpo; Biblias, una débil mujer que había sido apóstata anteriormente. Attalo,
de Pérgamo, y Potino, el venerable obispo de Lyon, que ienía noventa años. El
día en que Blandina y otros tres campeones de la fe fueron llevados al
anfiteatro, a ella la colgaron de un madero fijado sobre el suelo, y la
expusieron a las fieras como alimento-, mientras tanto ella, con sus fervorosas
oraciones, alentaba a los otros.
Pero ninguna de
las fieras la tocó, por lo que fue vuelta a llevar a la mazmorra. Cuando fue sacada
por tercera y última vez, salió acompañada por Pontico, un joven de quince
años, y la constancia de la fe de ellos enfureció de tal manera a la multitud
que no fueron respetados ni el sexo de ella ni la juventud de él, y los
hicieron objeto de todo tipo de castigos y torturas. Fortalecido por Blandina,
el muchacho perseveró hasta la muerte; y ella, después de soportar los tormentos
mencionados, fue finalmente muerta con espada.
En estas
ocasiones, cuando los cristianos recibían el martirio, iban omados y coronados con
guirnaldas de flores; por ellas, en el cielo, recibían eternas coronas de
gloria.
Se ha dicho que
las vidas de los cristianos primitivos consistían de «persecución por encima
del suelo y oración por debajo del suelo.» Sus vidas están expresadas por el
Coliseo y las catacumbas. Debajo de Roma están los subterráneos que llamamos
las catacumbas, que eran a la vez templos y tumbas. La primitiva Iglesia en
Roma podría ser llamada con razón la Iglesia de las Catacumbas. Hay unas
sesenta catacumbas cerca de Roma, en las que se han seguido unas seiscientas
millas de galerías, y esto no es la totalidad. Estas galerías tienen una altura
de alrededor de ocho pies (2,4 metros) y una anchura de entre tres a cinco pies
(de casi 1 metro hasta 1,5), y contienen a cada lado varias hileras de recesos
largos, bajos, horizontales, uno encima de otros como a modo de literas en un
barco. En estos nichos eran puestos los cadáveres, y eran cerrados bien con una
simple lápida de mármol, o con varias grandes losas de tierra cocida ligadas
con mortero. En estas lápidas o losas hay grabados o pintados epitafios y
símbolos. Tanto los paganos como los cristianos sepultaban a sus muertos en
estas catacumbas. Cuando se abrieron los sepulcros cristianos, los esqueletos
contaron su temible historia. Se encuentran cabezas separadas del cuerpo;
costillas y clavículas rotas, huesos frecuentemente calcinados por el fuego.
Pero a pesar de la terrible historia de persecución que podemos leer ahí, las inscripciones
respiran paz, gozo y triunfo. Aquí tenemos unas cuantas:
«Aquí yace
Marcia, puesta a reposar en un sueño de paz.»
«Lorenzo a su más
dulce hijo, llevado por los ángeles.»
«Victorioso en
paz y en Cristo.»
«Al ser llamado,
se fue en paz.»
Recordemos, al
leer estas inscripciones la historia que los esqueletos cuentan de persecución,
tortura y fuego.
Pero la plena
fuerza de estos epitafios se aprecia cuando los contrastarnos con los epitafios
paganos, como:
«Vive para esta
hora presente, porque de nada más estamos seguros.»
«Levanto mi mano
contra los dioses que me arrebataron a los veinte años, aunque nada malo había
hecho.»
«Una vez no era.
Ahora no soy. Nada sé de ello, y no es mi preocupación.»
«Peregrino, no
me maldigas cuando pases por aquí, porque estoy en tinieblas y no puedo responder.»
Los más
frecuentes símbolos cristianos en las paredes de las catacumbas son el buen
pastor con el cordero en sus hombros, una nave con todo el velamen, arpas,
anclas, coronas, vides, y por encima de todo, el pez.
La
quinta persecución, comenzó con Severo, el 192 d.C.
Severo,
recuperado de una grave enfermedad por los cuidados de un cristiano, Regó a ser
un gran favorecedor de los cristianos en general; pero al prevalecer los
prejuicios y la furia de la multitud ignorante, se pusieron en acción unas
leyes obsoletas contra los cristianos. El avance del bcristianismo alarmaba a
los paganos, y reavivaron la enmohecida calumnia de achacar a los cristianos
les desgracias accidentales que sobrevenían. Esta persecución se desencadenó en
el 192 d.C.
Pero aunque
rugía la malicia persecutoria, sin embargo el Evangelio resplandecía fulgurosarnente;
y firme como inexpugnable roca resistía con éxito a los ataques de sus
chillones enemigos. Tertuliano, que vivió en esta época, nos informa de que si
los cristianos se hubieran bido en masa de los territorios romanos, el imperio
habría quedado despoblado en gran manera.Víctor, obispo de Roma, sufrió el
martírio en el primer año del siglo tercero, el 201 d.C.
Leónidas, padre
del célebre Orígenes, fue decapitado por cristiano. Muchos de los oyentes de Orígenes
también sufrieron el martirio; en particular dos hermanos, llamados Plutarco y
Sereno; otro Sereno, Herón y Heráclides, fueron decapitados. A Rhais le
deffarnaron brea hirviendo sobre la capeza, y luego lo quemaron, como también
su madre Marcela. Potainiena, hermana de Rhais, fue ejecutada de la misma forma
que Rhais; pero Basflides, oficial del ejército, a quien se le ordenó que
asistiera a la ejecución, se convirtió.
Al pedírsele a
Basílides, que era oficial, que hiciera un cierto juramento, rehusó, diciendo que
no podría jurar por los ídolos romanos, por cuanto era cristiano. Llenos de
estupor, los del populacho no podían al principio creer lo que oían; pero tan
pronto él confirmó lo que había dicho, fue arrastrado ante el juez, echado en
la cárcel, y poco después decapitado. Ireneo, obispo de Lyon, había nacido en
Grecia, y recibió una educación esmerada y cristiana. Se supone generalmente
que el relato de las persecuciones en Lyon fue escrito por él mismo. Sucedió al
mártir Potino como obispo de Lyon, y gobernó su diócesis con gran discreción;
era un celoso oponente de las herejías en general, y alrededor del 187 d.C.
escribió un célebre tratado contra las herejías. Víctor, obispo de Roma,
queriendo imponer allí la observancia de la Pascua
en preferencia a
otros lugares, ocasionó algunos desórdenes entre los cristianos. De manera particular,
Ireneo le escribió una epístola sinódica, en nombre de las iglesias galicanas.
Este celo en favor del cristianismo lo señaló como objeto de resentimiento ante
el emperador, y fue decapitado el 202 d.C.
Extendiéndose
las persecuciones a África, muchos fueron martirizados en aquel lugar del globo;
mencionaremos a los más destacados entre ellos.
Perpetua, de
unos veintidós años, casada. Los que sufrieron con ella fueron Felicitas,
unamujer casada y ya en muy avanzado estado de gestación cuando fue arrestada,
y Revocato, catecúmeno de Cartago, y un esclavo. Los nombres de los otros
presos destinados a sufrir en estaocasión eran Saturnino, Secundulo y Satur. En
el día señalado para su ejecución fueron llevados al anfiteatro. A Satur, Secúndulo
y Revocato les mandaron que corrieran entre los cuidados de las fieras. Estos,
dispuestos en dos hileras, los flagelaron severamente mientras corrían entre ellos.
Felicitas y Perpetua fueron desnudadas para echarlas a un toro bravo, que se
lanzó primero contra Perpetua, dejándola inconsciente; luego se abalanzó contra
Felicitas, y la empitonó terriblemente; pero no habían quedado muertas, por lo
que el verdugo las despachó con una espada. Revocato y Satur fueron devorados
por las fieras; Saturnino fue decapitado, y Secúndulo murió en la cárcel. Estas
ejecuciones tuvieron lugar en el ocho de marzo del año 205.
Esperato y otros
doce fueron decapitados, lo mismo que Androcles en Francia.
Asclepiades,
obispo de Antioquia, sufrió muchas torturas, pero no fue muerto.
Cecilia, una
joven dama de una buena familia en Roma, fue casada con un caballero llamado
Valeriano, y convirtió a su marido y hermano, que fueron decapitados; el
máximo, u ficial, que los llevó a la ejecución, fue convertido por ellos, y
sufrió su misma suerte. La dama fue echada desnuda en un baño hirviente, y
permaneciendo allí un tiempo considerable, la decapitaron con una espada. Esto
sucedió el 222 d.C.
Calixto, obispo
de Roma, sufrió martirio el 224 d.C., pero no se registra la forma de su muerte;
Urbano, obispo de Roma, sufrió la misma suerte el 232 d.C.