La
sexta persecución, bajo Maximino, el 235 d.C.
El 235 d.C.
comenzó, bajo Maximino, una nueva persecución. El gobernador de Capadocia, Seremiano,
hizo todo lo posible para exterminar a los cristianos de aquella provincia.
Las personas
principales que murieron bajo este reinado fueron Pontiano, obispo de Roma;
Anteros, un griego, su sucesor, que ofendió al gobierno al recogerlas actas de
los mártires. Pamaquio y Quirito, senadores romanos, junto con sus familias
enteras, y muchos otros cristianos; Simplicio, también senador, Calepodio, un
ministro cristiano, que fue echado al Tiber, Martina, una noble y hermosa
doncella; e Hipólito, un prelado cristiano, que fue atado a un caballo indómito,
y arrastrado hasta morir.
Durante esta
persecución, suscitada por Maximino, muchísimos cristianos fueron ejecutados
sin juicio, y enterrados indiscriminadamente a montones, a veces cincuenta o
sesenta echados juntos en una fosa común, sin la más mínima decencia.
Al morir el
tirano Maximino en el 238 d.C., le sucedió Gordiano, y durante su reinado,
así como el de
su sucesor, Felipe, la Iglesia estuvo libre de persecuciones durante más de
diez años; pero en el 249 d.C. se desató una violenta persecución en
Alejandría, por instigación de un sacerdote pagano, sin conocimiento del
emperador.
La
séptima persecución, bajo Decio, el 249 d.C.
Ésta estuvo
ocasionada en parte por el aborrecimiento que tenía contra su predecesor
Felipe, que era considerado cristiano, y tuvo lugar en parte por sus celos ante
el asombroso avance del cristianismo; porque los templos paganos comenzaban a
ser abandonados, y las iglesias cristianas estaban llenas.
Estas razones
estimularon a Decio a intentar la extirpación del nombre mismo de cristiano; y
fue cosa desafortunada para el Evangelio que varios errores se habían deslizado
para este tiempo dentro de la Iglesia; los cristianos estaban divididos entre
sí; los intereses propios dividían a aquellos a los que el amor social debía
haber mantenido unidos; y la virulencia del orgullo dio lugar a una variedad de
facciones.
Los paganos, en
general, tenían la ambición de poner en acción los decretos imperiales en esta ocasión,
y consideraban el asesinato de los cristianos como un mérito para sí mismos. En
esta ocasión los mártires fueron innumerables; pero haremos relación de los
principales. Fabiano, obispo de Roma, fue la primera persona en posición
eminente que sintió la severidad de esta persecución. El difunto emperador
había puesto su tesoro al cuidado de este buen hombre, debido a su integridad.
Pero Decio, al no hallar tanto como su avaricia le había hecho esperar, decidió
vengarse del buen prelado. Fue entonces arrestado, y decapitado el 20 de enero
del 250 d.C.
Julián, nativo
de Cilicia, como nos informa San Crisóstomo, fue arrestado por ser cristiano.
Fue metido en una bolsa de cuero, junto con varias serpientes y escorpiones, y
echado así al mar. Pedro, un joven muy atractivo tanto de físico como por sus
cualidades intelectuales, fue decapitado por rehusar sacrificar a Venus. En el
juicio declaró: «Estoy atónito de que sacrifiquéis a una mujer tan infame,
cuyas abominaciones son registradas por vuestros mismos historiadores, y cuya
vida consistió de unas acciones que vuestras mismas leyes castigarían. No, al
verdadero
Dios ofreceré yo
el sacrificio aceptable de alabanzas y oraciones.» Al oír esto Optimo,
procónsul de Asia, ordenó al preso que fuera estirado en la rueda de tormento,
rompiéndole todos los huesos, y luego fue enviado a ser decapitado.
A Nicomaco,
hecho comparecer ante el procónsul como cristiano, le mandaron que sacrificara
a los ídolos paganos. Nicomaco replicó: «No puedo dar a demonios la reverencia debida
sólo al Todopoderoso.» Esta manera de hablar enfureció de tal manera al procónsul
que Nicomaco fue puesto en el potro. Después de soportar los tormentos durante
un tiempo, se retractó; pero apenas si había dado tal prueba de debilidad que
cayó en las mayores agonías, cayó al suelo, y expiró inmediatamente.
Denisa, una
joven de sólo dieciséis años, que contempló este terrible juicio, exclamó de repente:
«Oh infeliz, ¡para qué comprar un momento de alivio a costa de una eternidad de
miseria! » Optimo, al oír esto, la llamó, y al reconocerse Denisa como
cristiana, fue poco después decapitada, por orden suya.
Andrés y Pablo,
dos compañeros de Nicomaco el mártir, sufrieron el martirio el 251 d.C. por
lapidación, y murieron clamando a su bendito Redentor.
Alejandro y
Epimaco, de Alejandría, fueron arrestados por ser cristianos; al confesar que efectivamente
lo eran, fueron golpeados con estacas, desgarrados con garfios, y al final quemados
con fuego; también se nos informa, en un fragmento preservado por Eusebio, que cuatro
mujeres mártires sufrieron aquel mismo día, y en el mismo lugar, pero no de la
misma manera, por cuanto fueron decapitadas.
Luciano y
Marciano, dos malvados paganos, aunque hábiles magos, se convirtieron al cristianismo,
y para expiar sus antiguos errores vivieron como eremitas, sustentándose sólo
con pan y agua. Después de un tiempo en esta condición, devinieron celosos
predicadores, e hicieron muchos convertidos. Sin embargo, rugiendo en este
entonces la persecución, fueron arrestados y llevados ante Sabinio, el
gobernador de Bitinia. Al preguntárseles en base de qué autoridad se dedicaban
a predicar, Luciano contestó: «Que las leyes de la caridad y de la humanidad obligaban
a todo hombre a buscar la conversión de sus semejantes, y a hacer todo lo que estuviera
en su poder para liberarlos de las redes del diablo.»
Habiendo
respondido Luciano de esta manera, Marciano añadió que la conversión de ellos
«había tenido lugar por la misma gracia que le había sido dada a San Pablo,
que, de celoso perseguidor de la Iglesia, se convirtió en predicador del
Evangelio».
Viendo el
procónsul que no podía prevalecer sobre ellos para que renunciaran a su fe, los
condenó a ser quemados vivos, sentencia que fue pronto ejecutada.
Trifón y
Respicio, dos hombres eminentes, fueron aprehendidos como cristianos, y encarcelados
en Niza. Sus pies fueron traspasados con clavos; fueron arrastrados por las
calles, azotados, desgarrados con garfios de hierro, quemados con antorchas, y
finalmente decapitados,el 1 de febrero del 251 d.C.
Agata, una dama
siciliana, no era tan notable por sus dotes personales y adquiridas como por su
piedad; tal era su hermosura que Quintiano, gobernador de Sicilia, se enamoró
de ella, e hizo muchos intentos por vencer su castidad, pero sin éxito. A fin
de gratificar sus pasiones con la mayor facilidad, puso a la virtuosa dama en
manos de Afrodica, una mujer infame y licenciosa. Esta miserable trató, con sus
artificios, de ganarla a la deseada prostitución, pero vio fallidos todos sus
esfuerzos, porque la castidad de Agata era inexpugnable, y ella sabía muy bien que
sólo la virtud podría procurar una verdadera dicha, Afrodica hizo saber a
Quinti ano la inutilidad de sus esfuerzos, y éste, enfurecido al ver sus
designios torcidos, cambió su concupiscencia en resentimiento. Al confesar ella
que era cristiana, decidió satisfacerse con lavenganza, al no poderlo hacer con
su pasión. Siguiendo órdenes suyas, fue flagelada, quemada con hierros
candentes, y desgarrada con aguzados garfios. Habiendo soportado estas torturas
con una admirable fortaleza, fue luego puesta desnuda sobre ascuas mezcladas
con vidrio, y luego devuelta a la cárcel, donde expiró el 5 de febrero del 251.
Cirilo, obispo
de Gortyna, fue arrestado por órdenes de Lucio, gobernador de aquel lugar, que
sin embargo le exhortó a obedecer la orden imperial, a hacer los sacrificios, y
salvar su venerable persona de la destrucción; porque ahora tenía ochenta y
cuatro años. El buen prelado le contestó que como había enseñado a otros
durante mucho tiempo que salvaran sus almas, ahora sólo podía pensar en su propia
salvación. El digno prelado escuchó su sentencia, dada con furor, sin la menor
emoción, anduvo animosamente hasta el lugar de la ejecución, y sufrió su
martirio con gran entereza.
En ningún lugar
se manifestó esta persecución con tanta saña como en la isla de Creta, porque
el gobernador, sumamente activo en la ejecución de los edictos imperiales, hizo
correr a ríos la sangre de los piadosos.
Babylas, un
cristiano con educación académica, llegó a ser obispo de Antioquia el 237 d.C.,
después de Zebino. Actuó con un celo sin parangón, y gobernó la Iglesia con una
prudencia admirable durante los tiempos más tormentosos.
La primera
desgracia que tuvo lugar en Antioquia durante su misión fue su asedio por
Sapor, rey de Persia, que, habiendo invadido toda la Siria, tomó y saqueó esta
ciudad entre otras, y trató a los moradores cristianos de la ciudad con mayor
dureza que a los otros; pero pronto fue derrotado totalmente por Gordiano.
Después de la
muerte de Gordiano, en el reinado de Decio, este emperador vino a Antioquía, y
allí, expresando su deseo de visitar una asamblea de cristianos; pero Babylas
se le opuso, y se negó absolutamente a que entrara. El emperador disimuló su
ira en aquel tiempo, pero pronto envió a buscar al obispo, reprendiéndole
duramente por su insolencia, y luego le ordenó que sacrificara a las deidades
paganas como expiación por su ofensa. Al rehusar, fue echado en la cárcel,
cargado de cadenas, tratado con la mayor severidad, y luego decapitado, junto
con tres jóvenes que habían sido sus alumnos. Esto sucedió el 251 d.C.
Alejandro,
obispo de Jerusalén, fue encarcelado por su religión por este mismo tiempo, y allí
murió debido a la dureza de su encierro.
Juliano, un
anciano y cojo debido a la gota, y Cronión, otro cristiano, fueron atados a las
jorobas de unos camellos, flagelados cruelmente, y luego echados a un fuego y
consumidos.
También cuarenta
doncellas fueron quemadas en Antioquia, después de haber sido encarceladas y
flageladas.
En el año 251 de
nuestro Señor, el emperador Decio, después de haber erigido un templo pagano en
Éfeso, ordenó que todos los habitantes de la ciudad sacrificaran a los ídolos.
Esta orden fue noblemente rechazada por siete de sus propios soldados, esto es,
Maximiano, Marciano, Joanes, Malco, Dionisio, Seraión y Constantino. El
emperador, queriendo ganar a estos soldados a que renunciaran a su fe mediante
sus exhortaciones y lenidad, les dio un tiempo considerable de respiro hasta
volver de una expedición. Durante la ausencia del emperador, estos huyeron y se
ocultaron en una cueva; al saber esto el emperador a su vuelta, la boca de la
cueva fue cegada, y todos murieron de hambre.
Teodora, una
hermosa y joven dama de Antioquia rehusó sacrificar a los ídolos de Roma,y fue
condenada al burdel, para que su virtud fuera sacrificada a la brutalidad de la
concupiscencia. Dídimo, un cristiano, se disfrazó con un uniforme de soldado
romano, fue al burdel, informó a Teodora de quién era, y la aconsejó a que
huyera disfrazada con sus ropas.
Hecho esto, y al
encontrarse un hombre en el burdel en lugar de una hermosa dama, Didimo fue llevado
ante el gobernador, a quien le confesó la verdad; al reconocerse cristiano, de
inmediato fue pronunciada contra él la sentencia de muerte. Teodora, al oír que
su liberador iba a sufrir, acudió ante el juez, y rogó que la sentencia
recayera sobre ella como la persona culpable; pero sordo a los clamores de los
inocentes, e insensible a las demandas de la justicia, el implacable juez
condenó a ambos; y fueron ejecutados, primero decapitados, y luego sus cuerpos
quemados.
Secundiano,
acusado de ser cristiano, estaba siendo llevado a la cárcel por varios
soldados. Por el camino, Veriano y Marcelino les dijeron: « ¿A dónde lleváis a
un inocente?» Esta pregunta llevó al arresto de ellos, y los tres, tras haber
sido torturados, fueron colgados y decapitados.
Orígenes, el
célebre presbítero y catequista de Alejandría, fue arrestado cuando tenía sesenta
y cuatro años, y fue arrojado en una inmunda mazmorra, cargado de cadenas, con
los pies en el cepo, y sus piernas extendidas al máximo durante varios días
seguidos. Fue amenazado con fuego, y torturado con todos los medios prolijos
que pudieran inventar las mentes más infernales. Durante este cruel y
prolongado tormento murió el emperador Decio, y Gallo, que le sucedió, se
enzarzó en una guerra contra los godos, con lo que los cristianos tuvieron un
respiro.
Durante este
intervalo, Orígenes obtuvo la libertad, y, retirándose a Tiro, se quedó allá
hasta su muerte, que le sobrevino a los sesenta y nueve años de edad.
Habiendo Gallo
concluido sus guerras, se desató una plaga en el imperio; el emperador ordenó
entonces sacrificios a las deidades paganas, y se desencadenaron persecuciones
desde el corazón del imperio, extendiéndose hasta las provincias más apartadas,
y muchos cayeron mártires de la impetuosidad del populacho, así como del
prejuicio de los magistrados. Entre estos mártires estuvieron Comelio, obispo
cristiano de Roma, y su sucesor Lucio, en el 253.
La mayoría de
los errores que se introdujeron en la Iglesia en esta época surgieron por poner
la razón humana en competición con la revelación; pero al demostrar los
teólogos más capaces la falacia de tales argumentos, las opiniones que se
habían suscitado se desvanecieron como las estrellas delante del sol.