En pocas
palabras, el mensaje evangelizador es el evangelio de Cristo y de Él crucificado, el mensaje del pecado del hombre y de la gracia de Dios,
de la culpabilidad humana y del perdón de Dios, de un nuevo nacimiento y
de una vida nueva por el don del Espíritu Santo. Es un mensaje compuesto
de cuatro ingredientes esenciales.
1. El evangelio es un mensaje acerca de Dios.
Nos cuenta quién es El, cómo es su carácter, cuáles
son sus normas y qué requiere de nosotros, sus criaturas. Nos dice que le
debemos nuestra existencia; que para bien o para mal estamos siempre en sus manos
y bajo su mirada; y que nos hizo para adorarle y servirle, para expresar
nuestra
alabanza y para vivir para su gloria. Estas verdades son el
fundamento de la religión teísta; y
hasta que se comprendan, el resto del mensaje del evangelio no será ni
convincente ni relevante. Es aquí, con la afirmación de la total y constante dependencia
del hombre en su Creador, que se inicia la historia cristiana.
¿En qué consiste el mensaje del evangelio?
Podemos aprender de Pablo en esta coyuntura. Cuando
predicaba a los judíos, como en Antioquía de Pisidia, no necesitaba
mencionar el hecho de que todos los seres humanos son criaturas de Dios.
Podía dar por sentado este conocimiento por parte de sus oidores porque
éstos profesaban la fe del Antiguo Testamento. Podía empezar
inmediatamente a declararles que Cristo era el cumplimiento de las esperanzas del
Antiguo Testamento. Pero cuando predicaba a los gentiles, que no conocían
el Antiguo Testamento, Pablo tenía que ir más atrás y comenzar desde el principio.
Y el principio desde donde Pablo comenzaba en dichos casos era la doctrina de
Dios como Creador y el hombre como criatura creada. Por eso, cuando los atenienses
le pidieron que explicara lo que estaba diciendo acerca de Jesús y la resurrección,
Pablo les habló primero de Dios el Creador y para qué hizo al hombre.
“El Dios que hizo el mundo… pues él es quien da a todos
vida y aliento y todas las cosas. Y… ha hecho todo el linaje de los
hombres… para que busquen a Dios” (Hech. 17:24-27). Esto no fue, como han
supuesto algunos, un trozo de apologética filosófica
de un tipo al cual renunció Pablo más adelante, sino la primera lección
básica de la fe teísta. El evangelio comienza enseñándonos que
nosotros, como criaturas, dependemos totalmente de Dios, y
que él, como Creador, tiene derecho absoluto sobre nosotros. Solo cuando
hemos comprendido esto podemos ver lo que es el pecado, y solo cuando
vemos lo que es el pecado podemos comprender las buenas nuevas de
salvación del pecado. Tenemos que saber lo que significa llamar Creador a Dios antes de poder captar lo
que significa hablar de él como Redentor.
No se logra nada hablar del pecado y la salvación en situaciones donde
esta lección preliminar no ha sido aprendida en alguna medida.
2. El evangelio es un mensaje acerca del pecado.
Nos explica cómo hemos fallado en cumplir las normas
de Dios, cómo llegamos a ser culpables, inmundos y dependientes del pecado, y
cómo nos encontramos ahora bajo la ira de Dios.
Nos dice que la razón por la cual pecamos continuamente es
que somos pecadores por naturaleza, y que nada de lo que hacemos o tratamos de
hacer por nosotros mismos puede reconciliarnos o conseguirnos el favor de Dios. Nos
muestra cómo Dios nos ve y nos enseña a pensar de nosotros mismos como Dios
piensa de nosotros.
Por lo tanto, nos lleva a desesperarnos de nosotros mismos.
Y éste es también un paso necesario. No podemos llegar a conocer al Cristo que
salva del pecado hasta no haber comprendido nuestra necesidad de reconciliarnos
con Dios y nuestra inhabilidad de lograrlo por medio de ningún esfuerzo propio.
He aquí una dificultad. La vida de cada uno incluye cosas
que causan insatisfacción y vergüenza. Cada uno tiene algún cargo de conciencia por
cosas en su pasado, cosas en que no han alcanzado la norma que se puso
para uno mismo o que de él esperaban otros. El peligro es que en nuestra
evangelización nos conformemos con evocar recuerdos de estas cosas y hacer que la gente se
sienta
incómoda por ellas, y luego describir a Cristo como el que
nos salva de estas faltas que cargamos, sin siquiera cuestionar nuestra relación con
Dios. Pero ésta es justamente la cuestión que tiene que ser presentada cuando
hablamos del pecado.
Porque la idea misma del pecado en la Biblia es que es una
ofensa contra Dios que obstaculiza la relación del hombre con Dios. A menos que veamos nuestras faltas a la luz de la Ley y santidad de Dios, no las consideramos
en absoluto como pecados.
Porque el pecado no es un concepto social, es un concepto teológico.
Aunque los pecados son cometidos por el hombre, y muchos
pecados son contra la sociedad, el
pecado no puede definirse ni en términos del hombre ni de la sociedad.
Nunca sabemos qué realmente es el pecado hasta no haber
aprendido a pensar en él en términos de Dios y a medirlo, no por normas
humanas, sino por el criterio de la demanda total de Dios sobre nuestra vida.
Lo que tenemos que entender, entonces, es que los
remordimientos del hombre natural no son de ninguna manera lo mismo que la convicción
del pecado. No es, por lo tanto, que un hombre se convenza del pecado cuando
está afligido por sus debilidades y las faltas que ha cometido. Convicción de
pecado no es meramente sentirse abatido por lo que uno es, por sus fracasos y su
ineptitud para cumplir las demandas de la vida. Tampoco es salvadora una fe si el hombre
en esa condición recurre al Señor Jesucristo meramente para que lo
tranquilice, le levante el ánimo y lo haga sentirse seguro de sí mismo. Tampoco estaríamos
predicando el evangelio (aunque podamos suponernos que sí) si lo único que
hiciéramos fuera presentar a Cristo en términos de lo que el hombre siente
que quiere: “¿Eres feliz? ¿Te sientes satisfecho? ¿Quieres tener tranquilidad?
¿Sientes que has fracasado? ¿Estás harto de ti mismo? ¿Quieres un amigo? Entonces
acércate a Cristo, él satisfará todas sus necesidades”—como si el Señor Jesucristo fuera un
hada madrina o un superpsiquiatra… Estar convencido de pecado significa no
solo sentir que uno es un total fracaso, sino comprender que uno ha ofendido a
Dios, y ha despreciado su autoridad, le ha desobedecido y se ha puesto en su
contra, de manera que ha arruinado su relación con él. Predicar a Cristo significa
presentarlo como Aquel quien por su cruz vuelve a reconciliar al hombre con Dios…
Es muy cierto que el Cristo real, el Cristo de la Biblia
quien se nos revela como un Salvador del pecado y un Abogado ante Dios, en realidad
da paz, gozo, fortaleza moral y el privilegio de ser amigo de los que confían en
él. Pero el Cristo que es descrito y deseado meramente para hacer que los reveses de
la vida sean más fáciles porque brinda ayuda y consolación, no es el Cristo
verdadero, sino un Cristo mal representado y mal concebido; de hecho, un Cristo
imaginario. Y si enseñamos a las personas a confiar en un Cristo imaginario, no tendremos
nada de base para esperar que encuentren una salvación
verdadera. Hemos de estar en guardia, entonces, contra equiparar una conciencia
naturalmente mala y el sentirnos desagraciados con la convicción espiritual de pecado, y así
omitir de nuestra evangelización el hacer entender a los pecadores la verdad
básica acerca de su condición, a saber, que su pecado los ha separado de Dios y
los ha expuesto a su condenación, su hostilidad e ira, de modo que su primera
necesidad es restaurar su relación con él...
3. El evangelio es un mensaje acerca de
Cristo
Cristo, el Hijo de Dios, encarnado; Cristo, el Cordero de
Dios, muriendo por el pecado; Cristo, el Señor resucitado; Cristo, el Salvador
perfecto.
Es necesario destacar dos cosas en cuanto a declarar esta
parte del mensaje:
No se debe presentar a la Persona de Cristo aparte de su
obra salvadora.
A veces se afirma que es la presentación de la Persona
de Cristo, en lugar de las doctrinas acerca de él, lo que atrae a los pecadores a sus pies. Es
cierto que es el Cristo viviente quien salva y que ninguna teoría sobre la
expiación, por más ortodoxa que sea, puede sustituirlo. Pero cuando alguien hace esta
observación, lo que usualmente sugiere es que una enseñanza doctrinal no es
indispensable en la predicación evangelística, y que lo único que el
evangelista necesita hacer es presentar una descripción vívida del hombre de Galilea que
iba por todas partes haciendo el bien, y luego asegurar a sus oyentes que este
Jesús todavía está vivo para ayudarles en sus dificultades. Pero a un mensaje así no se le
puede llamar evangelio. No sería en
realidad más que una adivinanza, que sirve solo para
desconcertar… la
verdad es que la figura histórica de Jesús no adquiere sentido hasta no saber de la Encarnación: que
este Jesús era realmente Dios, el Hijo, hecho hombre para salvar a los pecadores de acuerdo con el
propósito eterno del Padre. Tampoco tiene sentido la vida de Jesús hasta que uno
sabe de la expiación, que él vivió como hombre a fin de morir como hombre para
los hombres, y que su
Pasión y su homicidio judicial fueron realmente su acción
salvadora de quitar los pecados del mundo. Ni puede uno saber sobre qué base acudir
a él hasta saber acerca de su resurrección, ascensión y actividad celestial:
que Jesús ha sido levantado, entronizado y coronado Rey, y que vive para salvar
eternamente a todos los que aceptan su señorío. Estas doctrinas, sin mencionar
otras, son esenciales al
evangelio… La realidad es que sin estas doctrinas no
tendríamos ningún evangelio que predicar.
No
debemos presentar la obra salvadora de Cristo separadamente de su Persona.
Los predicadores
evangelicos y los que hacen obra personal a veces cometen este error. En
su preocupación por enfocar la atención en la muerte expiatoria de Cristo
como el fundamento único y
suficiente para que los pecadores puedan ser aceptados por
Dios, presentan la invitación
a tener una fe salvadora en estos términos: “Cree que Cristo
murió por tus
pecados”. El efecto de esta exposición es representar la
obra salvadora de Cristo en el
pasado, disociada de su Persona en el presente, como el
objeto total de nuestra confianza.
Pero no es bíblico aislar de este modo la obra del Obrador. En ninguna parte
del Nuevo Testamento el llamado a creer es expresado en
estos términos. Lo que
requiere el Nuevo Testamento es fe en o adentrarse en osobre Cristo mismo,
poner nuestra fe en el Salvador viviente quien murió por los pecados. Por lo tanto,
hablando estrictamente, el objeto de la fe salvadora no es la expiación, sino el Señor Jesucristo, quien
hizo la expiación. Al presentar
el evangelio, no debemos aislar la cruz y sus beneficios del Cristo a
quien pertenecía la cruz. Porque las personas a quienes les pertenecen los
beneficios de la muerte de Cristo son simplemente
las que confían en su Persona y creen, no simplemente por
su muerte salvadora,
sino en él, el Salvador viviente “Cree en el Señor
Jesucristo, y serás salvo” dijo Pablo (Hech. 16:31). “Venid a mí…y yo os
haré descansar,” dijo nuestro Señor (Mat.11:28).
Siendo esto así, enseguida vemos claramente que la cuestión
de la amplitud de
la expiación, que es algo de lo cual se habla mucho en
algunos ambientes, no tiene
ninguna relación con el contenido del mensaje evangelístico
en este sentido en
particular. No me propongo discutir esta cuestión ahora, ya
lo he hecho en otro
lugar. 3 No estoy preguntando aquí si piensas que es cierto decir
que Cristo murió
a fin de salvar o no a cada ser humano del pasado, presente
y futuro. Ni le estoy
invitando ahora a decidirse sobre esta cuestión, si no lo
ha hecho ya. Lo único que
quiero recalcar aquí es que aun si cree que la afirmación
anterior es cierta, su
presentación de Cristo al evangelizar no debería diferir de
la que presenta al hombre
que no cree que sea cierta.
Lo que quiero decir es esto: resulta obvio que si un
predicador cree que la afirmación
“Cristo murió por cada uno de ustedes”, hecha a cualquier
congregación,
sería algo que no se puede verificar y que probablemente no
es cierta, se cuidaría
de incluirla en su predicación del evangelio . Pero ahora,
la cuestión es que, aun si alguien piensa que esta afirmación sería cierta si
la hiciera, no es algo que necesita decir ni tendría jamás razón para decirla
cuando predica el evangelio. Porque predicar el evangelio, como acabamos de
ver, significa llamar a los pecadores a acudir a Jesucristo, el Salvador
viviente, quien, en virtud de su muerte expiatoria, puede perdonar y salvar a
todos los que ponen su fe en él. Lo que tiene que decirse acerca de la cruz
cuando se predica el evangelio es sencillamente que la muerte de Cristo es
el fundamento
sobre el cual Cristo perdona. Y eso es lo único que hay que
decir. La cuestión de la amplitud designada de la expiación no viene para
nada al caso… El hecho es que el Nuevo
Testamento nunca llama a nadie al arrepentimiento sobre el fundamento de
que Cristo murió específica y particularmente por él.
El evangelio no es: “Cree que Cristo murió por los pecados
de todos, y por lo
tanto por los tuyos” como tampoco lo es: “Cree que Cristo
murió solo por los pecados
de ciertas personas, y entonces quizá no por los tuyos”… No
nos
corresponde pedir a nadie que ponga su fe en ningún
concepto de la amplitud de
la expiación. Nuestro deber es conducirlos al Cristo vivo,
llamarlos a confiar en él.
Esto nos trae al ingrediente final del mensaje del
evangelio.
4. El evangelio es un llamado a la fe y al
arrepentimiento.
Todos los que escuchan el evangelio son llamados por
Dios a arrepentirse y creer. “Pero Dios…manda a todos los hombres en todo
lugar, que se arrepientan,” le dijo Pablo a los atenienses (Hech. 17:30).
Cuando sus oyentes le preguntaron qué debían hacer para “poner en práctica las
obras de Dios”, nuestro Señor respondió: “Esta es la obra de Dios, que
creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:29). Y en 1 Juan 3:23 leemos: “Y
este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su HijoJesucristo...”.
El arrepentimiento y la fe pasan a ser una cuestión de
deber por el mandato directo de Dios, por lo tanto la impenitencia e
incredulidad son señaladas en el Nuevo Testamento como pecados muy serios.
Estos mandatos universales, como lo hemos indicado anteriormente, van acompañados
con promesas universales de salvación para todos los que obedecen: “Que
todos los que en él creyeren, recibirán
perdón de pecados por su nombre” (Hech. 10:43). “El que
quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apoc. 22:17). “Porque de
tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan
3:16). Estas palabras son promesas que Dios cumplirá mientras dure el
tiempo.
Necesitamos decir que la fe no es meramente un sentido de
optimismo, así como el arrepentimiento no es un mero sentido de lamentarse
o de remordimiento. La fe y el arrepentimiento son acciones, y acciones
del hombre integral… la fe es esencialmente entregarse, descansar y
confiar en las promesas de misericordia que Cristo ha dado a los
pecadores, y en el Cristo que dio esas promesas. De igual modo,el
arrepentimiento es más que sentir tristeza por el pasado, el arrepentimiento es
un cambio de la mentalidad y del corazón, una vida nueva de negarse a uno mismo
y servir al Salvador como Rey en lugar de uno mismo… Necesitamos presentar
también dos puntos más:
Se requiere fe al igual que arrepentimiento.
No basta con
decidir apartarse del pecado, renunciar a hábitos malos y tratar de poner
en práctica las enseñanzas de Cristo siendo religiosos y haciendo todo el
bien posible a otros. Aspiraciones,
resoluciones, moralidad y religiosidad no son sustitutas de
la fe… sino que si ha de
haber fe, primero tiene que haber un fundamento de conocimiento: el hombre tiene que saber
acerca de Cristo, su cruz y sus promesas antes de que la fe salvadora pueda
ser una posibilidad para él. Por lo tanto, en nuestra presentación del evangelio,
tenemos que enfatizar estas cosas, a fin de llevar a los pecadores a abandonar toda
confianza en sí mismos y confiar totalmente en Cristo y en el poder de su
sangre redentora para hacerlos aceptos a Dios. Nada que sea menos que esto es fe.
Se requiere arrepentimiento al igual que fe…
Si ha de haber arrepentimiento,tiene que haber, volvemos a
decirlo, un fundamento de conocimiento… Más de una vez, Cristo deliberadamente
llamó la atención a la ruptura radical del pasado que involucra ese
arrepentimiento. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y
tome su cruz, y sígame… todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”
(Mat. 16:24-25). “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y
mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida
considerarlos a todos en segundo lugar] no puede ser mi discípulo… cualquiera
de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”
(Luc. 14:26,
33).
El arrepentimiento que Cristo requiere de su pueblo
consiste del rechazo contundente a poner cualquier límite a las demandas que él
pueda hacer a sus vidas…
Él no tenía interés en juntar grandes gentíos que
profesaran ser sus seguidores para luego desaparecer en cuanto se
enteraban de lo que seguirle requería de ellos. Por lo tanto, en nuestra
propia presentación del evangelio de Cristo, tenemos que poner un énfasis
similar en lo que cuesta seguir a Cristo, y hacer que los pecadores lo
enfrenten con seriedad antes de instarlos a responder al mensaje de perdón
gratuito.
Simplemente por honestidad, no debemos ignorar el hecho de
que el perdón gratuito en un sentido cuesta todo; de otro modo, nuestro
evangelizar se convierte en una especie de estafa. Y donde no existe un
conocimiento claro, y por ende nada de reconocimiento realista de las
verdaderas demandas de Cristo, no puede haber arrepentimiento y por lo tanto
tampoco salvación.
Tal es el mensaje evangélico que somos enviados a anunciar.
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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