} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA VARA Y EL CAYADO, ENCAUZAN MI VIDA.

sábado, 14 de mayo de 2016

LA VARA Y EL CAYADO, ENCAUZAN MI VIDA.

 Puesto que vivimos en una época en que a la gente llegan numerosas voces confusas y extrañas filosofías, es alentador para el hijo de Dios volverse a la Palabra de Dios y saber que esa es la mano de autoridad de su Pastor.  Qué consuelo tener un instrumento potente, definido y poderoso como este para conducirnos  Con él nos guardamos de la confusión en medio del caos. Esto trae a nuestra vida una gran serenidad, que es precisamente lo que el salmista quiso decir con eso de que «...tu vara... me infundirá aliento».
Hay otra dimensión en la que el pastor usa su vara para el bienestar de sus ovejas: la disciplina. Si vamos a ver, la usa para este propósito más que ningún otro. Siempre me asombraba la frecuencia y precisión con que los pastores  blandían sus mazas sobre cualquier animal recalcitrante que se portaba mal. Si el pastor veía una oveja yéndose por su lado, o acercándose a hierbas venenosas, o aproximándose a algún peligro, la vara volaba silbando por los aires para enviar al animal descarriado de regreso a la manada. Como suele decirse de la Escritura, «Este libro te guardará del pecado». La Palabra de Dios llega veloz y repentinamente a nuestro corazón a corregirnos y reprobarnos cuando nos descarriamos.
 El Espíritu del Dios viviente, toma su Palabra viva, y convence a nuestra conciencia de cuál es la conducta correcta. Así nos controla Cristo, que quiere que vayamos por sendas de justicia. Otro uso interesante que se le da a la vara: con ella el pastor examina y cuenta las ovejas. En la terminología del Antiguo Testamento esto era «pasar bajo la vara» (Ezequiel .20:37). Esto significaba no sólo llegar a estar bajo el control y autoridad del dueño, sino también estar sujeto a su más cuidadoso y cercano examen. Cuando una oveja pasaba «bajo la vara» ya había sido contada y observada con gran cuidado para ver si estaba bien. Debido a su larga lana, no siempre es fácil detectar enfermedades, heridas o defectos en las ovejas.
Por ejemplo, en una exposición de ovejas un animal de baja calidad puede ser arreglado y exhibido como un espécimen perfecto. Pero el juez experto toma  su vara y hurga la lana de la oveja para determinar la condición de la piel, la limpieza del vellón y la conformación del cuerpo. De modo que uno no se deja engañar así no más. Al cuidar a sus ovejas, el buen pastor, el dueño cuidadoso, hace de vez en cuando un examen atento de cada oveja.
La escena es muy conmovedora. Conforme cada animal sale del corral por el portón,   detiene la vara estirada del pastor. Este abre el vellón con su vara, pasa sus hábiles manos por el cuerpo, tantea cualquier señal de problema, examina la oveja con cuidado para ver que todo esté bien. Es un proceso lento que entraña los más íntimos detalles. Es, a la vez  bueno para la oveja, pues sólo así puede ver el pastor sus problemas ocultos. Esto es lo que quiere decir el Salmo 139:23,24 cuando el salmista escribió: «Examíname, oh Dios y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.» Si lo permitimos, si nos sometemos a ello, Dios nos escudriñará con su Palabra. No podremos engañarlo. Se meterá bajo la superficie, tras la fachada de nuestra vieja vida egoísta y expondrá las cosas que necesitan enderezarse. No debemos asustarnos ante este proceso. No es cosa que haya que evitar. Lo hace por compasión e interés en nuestro bien. El Gran Pastor de nuestras almas lo único que procura es nuestro bien cuando nos escruta así. ¡Qué consuelo debe ser para el hijo de Dios poder confiar en el cuidado de Dios!
La lana en la Escritura es símbolo de la vida egoísta, la voluntad propia, la presunción, el orgullo. Dios tiene que meterse debajo de esto y hacer una profunda labor en nuestra voluntad para corregir los errores que con frecuencia nos molestan bajo la superficie. A menudo nos ponemos una hermosa máscara y una fachada valiente y audaz, cuando realmente en el fondo necesitamos algún remedio. Por último, la vara del pastor es un instrumento de protección tanto para él mismo como para sus ovejas cuando hay peligro. Se usa como defensa y como amenaza contra cualquier posible ataque. El pastor experto usa su vara para espantar animales de presa como coyotes, lobos, pumas y perros salvajes. Con frecuencia la usa para golpear los arbustos y espantar a las culebras y otros animales que pueden molestar al rebaño. En casos extremos, como el que David contó a Saúl, el salmista usó sin duda su vara para atacar al león y al oso que pretendían devastar sus manadas.
 «Tu vara... me infundirá aliento.»  Fue la vara de la Palabra de Dios lo que Cristo, nuestro Buen Pastor, usó en su propio encuentro con aquella serpiente —Satán— durante la tentación en el desierto. Siempre podemos contar con esa misma Palabra de Dios para contrarrestar los ataques de Satanás. Y no importa que el disfraz que se ponga sea el de una sutil serpiente o el de un león rugiente que procura destruirnos. No hay como las Escrituras para enfrentarse uno a las complejidades de nuestro orden social.
Vivimos en un medio cada vez más intrincado y difícil. Somos parte de un mundo de seres humanos cuyo código de conducta es contrario a todo lo que Cristo ha proclamado. Vivir con gente así es estar siempre expuesto a enormes tentaciones de toda suerte. Algunas personas son muy sutiles, muy suaves, muy sofisticadas. Otras son capaces de ataques directos, violentos e injuriosos contra los hijos de Dios. En toda situación y bajo cualquier circunstancia de aliento sabes que la Palabra de Dios puede enfrentar y dominar la dificultad si estamos dispuestos a confiar en ella.
Examinemos y consideremos ahora el cayado del pastor. En cierto sentido el cayado, más que cualquier otro artículo de su equipo personal, identifica al pastor como pastor. Ninguno en ninguna otra profesión lleva un cayado de pastor. Es singularmente un instrumento para el cuidado y manejo de las ovejas, y sólo de las ovejas. No sirve para las vacas ni los caballos, ni los cerdos. Está diseñado, conformado y adaptado especialmente para las necesidades de las ovejas. Y se usa sólo para el bien de ellas. El cayado es, ante todo, un símbolo del interés y la compasión que un pastor siente por sus animales. Ninguna otra palabra puede describir mejor su función a favor de las ovejas como la palabra aliento. En tanto que la vara porta el concepto de autoridad, de poder, de disciplina, de defensa contra el peligro, la palabra «cayado» se refiere a todo lo que es paciente y amable.  El cayado del pastor es normalmente un palo largo, delgado, a menudo con una gaza o gancho en un extremo. El dueño lo escoge con cuidado; lo moldea, lo alisa y lo corta de manera que se adecúe a su uso personal.   En cierto modo el cayado es de especial aliento para, el pastor mismo. En las pesadas caminatas y durante largas y aburridas vigilias con sus ovejas, se recuesta en él para buscar apoyo y fuerza. Le resulta de gran comodidad y ayuda en el ejercicio de sus deberes. Así como la vara de Dios es simbólica de la Palabra de Dios, el cayado de Dios es simbólico del Espíritu de Dios. En el trato de Cristo con cada uno de nosotros está la esencia de la dulzura, el aliento, el consuelo y la suave corrección operada por la obra de su dulce Espíritu.
Hay tres aspectos del manejo de las ovejas en que el cayado juega un papel muy significativo. El primero de ellos consiste en inducir a las ovejas a una cercana relación entre sí. El pastor usa su cayado para levantar suavemente un cordero recién nacido y traérselo a su madre si se han separado. Lo hace porque no quiere que la oveja rechace a su cría al sentir en ella el olor de sus manos.
He visto, hace años en el Páramo de León, expertos pastores moverse suavemente con sus cayados por entre miles de hembras que crían corderos al mismo tiempo. Con golpes diestros pero suaves levantan a los corderitos con el cayado y los colocan a la par de sus madres. Es un cuadro interesante que lo puede tener a uno embelesado por largas horas.  Pero precisamente en la misma manera, el cayado se usa para que el pastor alcance y acerque a sí ciertas ovejas, jóvenes o viejas, para examinarlas con cuidado. El cayado es muy útil en este sentido para las ovejas tímidas que normalmente tienden a mantenerse a distancia del pastor. Asimismo en la vida cristiana hallamos que el Espíritu Santo, «el Consolador», une a las personas en un compañerismo cálido y personal. También es él quien nos conduce hacia Cristo, porque como dice en Apocalipsis: «Espíritu y la Esposa dicen: Ven.»
También se usa el cayado para guiar a las ovejas. Muchas veces he visto aquellos pastores usar su cayado para guiar dulcemente sus ovejas hacia una nueva senda o por algún portón o a lo largo de rutas peligrosas y difíciles. No lo usa para golpear al animal. Más bien, el extremo del largo y delgado palo se aplica suavemente contra el costado del animal, y la presión ejercía guía a la oveja por el camino en que el dueño quiere que vaya. Así la oveja sabe por dónde ir. A veces me ha fascinado ver cómo un pastor mantiene su cayado en el costado de alguna oveja que es su mascota o favorita, nada más para «estar en contacto». Caminan así casi como si fueran de la mano. Evidentemente la oveja disfruta de esta atención especial de su pastor y se goza en este contacto cercano y personal que tiene con él. Ser tratado así por el pastor es saber de veras lo que es consuelo. Es un cuadro delicioso e impresionante.
En nuestro andar con Dios el mismo Cristo nos dijo que enviaría su Espíritu para guiarnos y conducirnos a toda verdad (Juan 16:13). Este mismo Espíritu de gracia toma la verdad de Dios, la Palabra de Dios, y la hace clara a nuestro corazón, nuestra mente y nuestro entendimiento espiritual. Es él quien suave, tierna y persistentemente nos dice: «Este es el camino; ve por ahí.» Y al obedecer y acceder a sus afables instancias nos envuelve una sensación de seguridad, aliento y bienestar. Es él, también, quien viene tranquila pero enfáticamente a hacer que la vida de Cristo, mi Pastor, sea real, personal e íntima para mí. Por medio de El estoy en contacto con Cristo. Me llena la aguda conciencia de que yo soy suyo y El es mío.
El Espíritu de gracia me trae continuamente la fina seguridad de que soy hijo de Dios y él es mi Padre. En todo esto hay un enorme consuelo y una sublime sensación de ser uno con El, de pertenecerle, de estar a su cuidado, y de ser por lo tanto el objeto de su afecto. La vida cristiana no consiste simplemente en suscribirse a ciertas doctrinas o asentir a ciertas realidades. Por más importante que sea confiar en las Escrituras, existe también la experiencia real de haber sentido su contacto, el toque de su Espíritu sobre nuestro espíritu. Para el verdadero hijo de Dios existe esa experiencia íntima, sutil y a la vez magnífica de percibir junto a sí al Consolador. No es pura imaginación; es la realidad genuina, auténtica de la vida cotidiana. Proporciona una sensación de serenidad inmensa saber que él está ahí para dirigirnos hasta en los más diminutos detalles del diario vivir. Podemos confiar en él para que nos asista en cualquier decisión, y en esto consiste el fantástico consuelo del cristiano.

Repetidas veces me he vuelto hacia Él y con palabras audibles y abiertas le he preguntado su opinión sobre algún problema. Le he dicho: « ¿Qué harías tú en este caso?»; o le he pedido: «Tú estás aquí ahora. Tú conoces todas las complicaciones; dime exactamente cómo debo actuar en cuanto a esto.» Y lo asombroso es que de veras lo hace. Verdaderamente transmite a mi mente el pensamiento de Cristo sobre el asunto. Entonces las decisiones correctas se hacen con confianza. A veces no hago eso, y es entonces que termino en enredos. Es entonces que me encuentro metido en líos. Y aquí viene de nuevo el Espíritu para rescatarme, así como el pastor rescata a sus ovejas de las situaciones a que su testarudez las conduce. Por ser criaturas tercas, las ovejas suelen meterse en los dilemas más ridículos y descabellados.  Muchos de nuestros líos y atolladeros son de nuestra propia fabricación. En nuestra terca y voluntariosa presunción seguimos metiéndonos en situaciones de donde no podremos extraernos. Entonces en su ternura, compasión y cuidado viene a nosotros nuestro Pastor. Se acerca y tiernamente con su Espíritu nos saca de nuestra dificultad y dilema.
¡Qué paciencia tiene Dios con nosotros!  ¡Qué indulgencia y compasión! ¡Qué perdón! Tu cayado me infundirá aliento. Tu Espíritu, oh Cristo, es mi consuelo.

¡Maranatha!

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