Puesto que vivimos en una época en que a la
gente llegan numerosas voces confusas y extrañas filosofías, es alentador para
el hijo de Dios volverse a la Palabra de Dios y saber que esa es la mano de
autoridad de su Pastor. Qué consuelo
tener un instrumento potente, definido y poderoso como este para conducirnos Con él nos guardamos de la confusión en medio
del caos. Esto trae a nuestra vida una gran serenidad, que es precisamente lo
que el salmista quiso decir con eso de que «...tu vara... me infundirá
aliento».
Hay
otra dimensión en la que el pastor usa su vara para el bienestar de sus ovejas:
la disciplina. Si vamos a ver, la usa para este propósito más que ningún otro.
Siempre me asombraba la frecuencia y precisión con que los pastores blandían sus mazas sobre cualquier animal
recalcitrante que se portaba mal. Si el pastor veía una oveja yéndose por su
lado, o acercándose a hierbas venenosas, o aproximándose a algún peligro, la
vara volaba silbando por los aires para enviar al animal descarriado de regreso
a la manada. Como suele decirse de la Escritura, «Este libro te guardará del
pecado». La Palabra de Dios llega veloz y repentinamente a nuestro corazón a
corregirnos y reprobarnos cuando nos descarriamos.
El Espíritu del Dios
viviente, toma su Palabra viva, y convence a nuestra conciencia de cuál es la
conducta correcta. Así nos controla Cristo, que quiere que vayamos por sendas
de justicia. Otro uso interesante que se le da a la vara: con ella el pastor
examina y cuenta las ovejas. En la terminología del Antiguo Testamento esto era
«pasar bajo la vara» (Ezequiel .20:37). Esto
significaba no sólo llegar a estar bajo el control y autoridad del dueño, sino
también estar sujeto a su más cuidadoso y cercano examen. Cuando una oveja
pasaba «bajo la vara» ya había sido contada y observada con gran cuidado para
ver si estaba bien. Debido a su larga lana, no siempre es fácil detectar
enfermedades, heridas o defectos en las ovejas.
Por
ejemplo, en una exposición de ovejas un animal de baja calidad puede ser
arreglado y exhibido como un espécimen perfecto. Pero el juez experto toma su vara y hurga la lana de la oveja para
determinar la condición de la piel, la limpieza del vellón y la conformación
del cuerpo. De modo que uno no se deja engañar así no más. Al cuidar a sus
ovejas, el buen pastor, el dueño cuidadoso, hace de vez en cuando un examen
atento de cada oveja.
La
escena es muy conmovedora. Conforme cada animal sale del corral por el
portón, detiene la vara estirada del
pastor. Este abre el vellón con su vara, pasa sus hábiles manos por el cuerpo,
tantea cualquier señal de problema, examina la oveja con cuidado para ver que
todo esté bien. Es un proceso lento que entraña los más íntimos detalles. Es, a
la vez bueno para la oveja, pues sólo
así puede ver el pastor sus problemas ocultos. Esto es lo que quiere decir el Salmo 139:23,24 cuando el salmista escribió:
«Examíname, oh Dios y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y
ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.» Si lo
permitimos, si nos sometemos a ello, Dios nos escudriñará con su Palabra. No
podremos engañarlo. Se meterá bajo la superficie, tras la fachada de nuestra
vieja vida egoísta y expondrá las cosas que necesitan enderezarse. No debemos
asustarnos ante este proceso. No es cosa que haya que evitar. Lo hace por
compasión e interés en nuestro bien. El Gran Pastor de nuestras almas lo único
que procura es nuestro bien cuando nos escruta así. ¡Qué consuelo debe ser para
el hijo de Dios poder confiar en el cuidado de Dios!
La
lana en la Escritura es símbolo de la vida egoísta, la voluntad propia, la
presunción, el orgullo. Dios tiene que meterse debajo de esto y hacer una
profunda labor en nuestra voluntad para corregir los errores que con frecuencia
nos molestan bajo la superficie. A menudo nos ponemos una hermosa máscara y una
fachada valiente y audaz, cuando realmente en el fondo necesitamos algún
remedio. Por último, la vara del pastor es un instrumento de protección tanto
para él mismo como para sus ovejas cuando hay peligro. Se usa como defensa y
como amenaza contra cualquier posible ataque. El pastor experto usa su vara
para espantar animales de presa como coyotes, lobos, pumas y perros salvajes.
Con frecuencia la usa para golpear los arbustos y espantar a las culebras y
otros animales que pueden molestar al rebaño. En casos extremos, como el que
David contó a Saúl, el salmista usó sin duda su vara para atacar al león y al
oso que pretendían devastar sus manadas.
«Tu vara... me infundirá aliento.» Fue la vara de la Palabra de Dios lo que
Cristo, nuestro Buen Pastor, usó en su propio encuentro con aquella serpiente
—Satán— durante la tentación en el desierto. Siempre podemos contar con esa
misma Palabra de Dios para contrarrestar los ataques de Satanás. Y no importa
que el disfraz que se ponga sea el de una sutil serpiente o el de un león
rugiente que procura destruirnos. No hay como las Escrituras para enfrentarse
uno a las complejidades de nuestro orden social.
Vivimos
en un medio cada vez más intrincado y difícil. Somos parte de un mundo de seres
humanos cuyo código de conducta es contrario a todo lo que Cristo ha
proclamado. Vivir con gente así es estar siempre expuesto a enormes tentaciones
de toda suerte. Algunas personas son muy sutiles, muy suaves, muy sofisticadas.
Otras son capaces de ataques directos, violentos e injuriosos contra los hijos
de Dios. En toda situación y bajo cualquier circunstancia de aliento sabes que
la Palabra de Dios puede enfrentar y dominar la dificultad si estamos dispuestos
a confiar en ella.
Examinemos
y consideremos ahora el cayado del pastor. En cierto sentido el cayado, más que
cualquier otro artículo de su equipo personal, identifica al pastor como
pastor. Ninguno en ninguna otra profesión lleva un cayado de pastor. Es
singularmente un instrumento para el cuidado y manejo de las ovejas, y sólo de
las ovejas. No sirve para las vacas ni los caballos, ni los cerdos. Está
diseñado, conformado y adaptado especialmente para las necesidades de las
ovejas. Y se usa sólo para el bien de ellas. El cayado es, ante todo, un
símbolo del interés y la compasión que un pastor siente por sus animales.
Ninguna otra palabra puede describir mejor su función a favor de las ovejas
como la palabra aliento. En tanto que la vara porta el concepto de autoridad,
de poder, de disciplina, de defensa contra el peligro, la palabra «cayado» se
refiere a todo lo que es paciente y amable. El cayado del pastor es normalmente un palo
largo, delgado, a menudo con una gaza o gancho en un extremo. El dueño lo
escoge con cuidado; lo moldea, lo alisa y lo corta de manera que se adecúe a su
uso personal. En cierto modo el cayado es de especial
aliento para, el pastor mismo. En las pesadas caminatas y durante largas y
aburridas vigilias con sus ovejas, se recuesta en él para buscar apoyo y
fuerza. Le resulta de gran comodidad y ayuda en el ejercicio de sus deberes.
Así como la vara de Dios es simbólica de la Palabra de Dios, el cayado de Dios
es simbólico del Espíritu de Dios. En el trato de Cristo con cada uno de
nosotros está la esencia de la dulzura, el aliento, el consuelo y la suave
corrección operada por la obra de su dulce Espíritu.
Hay
tres aspectos del manejo de las ovejas en que el cayado juega un papel muy
significativo. El primero de ellos consiste en inducir a las ovejas a una
cercana relación entre sí. El pastor usa su cayado para levantar suavemente un
cordero recién nacido y traérselo a su madre si se han separado. Lo hace porque
no quiere que la oveja rechace a su cría al sentir en ella el olor de sus
manos.
He
visto, hace años en el Páramo de León, expertos pastores moverse suavemente con
sus cayados por entre miles de hembras que crían corderos al mismo tiempo. Con
golpes diestros pero suaves levantan a los corderitos con el cayado y los
colocan a la par de sus madres. Es un cuadro interesante que lo puede tener a
uno embelesado por largas horas. Pero
precisamente en la misma manera, el cayado se usa para que el pastor alcance y
acerque a sí ciertas ovejas, jóvenes o viejas, para examinarlas con cuidado. El
cayado es muy útil en este sentido para las ovejas tímidas que normalmente
tienden a mantenerse a distancia del pastor. Asimismo en la vida cristiana
hallamos que el Espíritu Santo, «el Consolador», une a las personas en un
compañerismo cálido y personal. También es él quien nos conduce hacia Cristo,
porque como dice en Apocalipsis: «Espíritu y la Esposa dicen: Ven.»
También
se usa el cayado para guiar a las ovejas. Muchas veces he visto aquellos
pastores usar su cayado para guiar dulcemente sus ovejas hacia una nueva senda
o por algún portón o a lo largo de rutas peligrosas y difíciles. No lo usa para
golpear al animal. Más bien, el extremo del largo y delgado palo se aplica
suavemente contra el costado del animal, y la presión ejercía guía a la oveja
por el camino en que el dueño quiere que vaya. Así la oveja sabe por dónde ir.
A veces me ha fascinado ver cómo un pastor mantiene su cayado en el costado de
alguna oveja que es su mascota o favorita, nada más para «estar en contacto». Caminan
así casi como si fueran de la mano. Evidentemente la oveja disfruta de esta
atención especial de su pastor y se goza en este contacto cercano y personal
que tiene con él. Ser tratado así por el pastor es saber de veras lo que es
consuelo. Es un cuadro delicioso e impresionante.
En
nuestro andar con Dios el mismo Cristo nos dijo que enviaría su Espíritu para
guiarnos y conducirnos a toda verdad (Juan 16:13).
Este mismo Espíritu de gracia toma la verdad de Dios, la Palabra de Dios, y la
hace clara a nuestro corazón, nuestra mente y nuestro entendimiento espiritual.
Es él quien suave, tierna y persistentemente nos dice: «Este es el camino; ve
por ahí.» Y al obedecer y acceder a sus afables instancias nos envuelve una
sensación de seguridad, aliento y bienestar. Es él, también, quien viene
tranquila pero enfáticamente a hacer que la vida de Cristo, mi Pastor, sea
real, personal e íntima para mí. Por medio de El estoy en contacto con Cristo.
Me llena la aguda conciencia de que yo soy suyo y El es mío.
El
Espíritu de gracia me trae continuamente la fina seguridad de que soy hijo de
Dios y él es mi Padre. En todo esto hay un enorme consuelo y una sublime
sensación de ser uno con El, de pertenecerle, de estar a su cuidado, y de ser
por lo tanto el objeto de su afecto. La vida cristiana no consiste simplemente
en suscribirse a ciertas doctrinas o asentir a ciertas realidades. Por más
importante que sea confiar en las Escrituras, existe también la experiencia
real de haber sentido su contacto, el toque de su Espíritu sobre nuestro
espíritu. Para el verdadero hijo de Dios existe esa experiencia íntima, sutil y
a la vez magnífica de percibir junto a sí al Consolador. No es pura
imaginación; es la realidad genuina, auténtica de la vida cotidiana.
Proporciona una sensación de serenidad inmensa saber que él está ahí para
dirigirnos hasta en los más diminutos detalles del diario vivir. Podemos
confiar en él para que nos asista en cualquier decisión, y en esto consiste el
fantástico consuelo del cristiano.
Repetidas
veces me he vuelto hacia Él y con palabras audibles y abiertas le he preguntado
su opinión sobre algún problema. Le he dicho: « ¿Qué harías tú en este caso?»;
o le he pedido: «Tú estás aquí ahora. Tú conoces todas las complicaciones; dime
exactamente cómo debo actuar en cuanto a esto.» Y lo asombroso es que de veras
lo hace. Verdaderamente transmite a mi mente el pensamiento de Cristo sobre el
asunto. Entonces las decisiones correctas se hacen con confianza. A veces no
hago eso, y es entonces que termino en enredos. Es entonces que me encuentro
metido en líos. Y aquí viene de nuevo el Espíritu para rescatarme, así como el
pastor rescata a sus ovejas de las situaciones a que su testarudez las conduce.
Por ser criaturas tercas, las ovejas suelen meterse en los dilemas más ridículos y descabellados. Muchos de nuestros líos
y atolladeros son de nuestra propia fabricación. En nuestra terca y
voluntariosa presunción seguimos metiéndonos en situaciones de donde no
podremos extraernos. Entonces en su ternura, compasión y cuidado viene a
nosotros nuestro Pastor. Se acerca y tiernamente con su Espíritu nos saca de
nuestra dificultad y dilema.
¡Qué
paciencia tiene Dios con nosotros! ¡Qué
indulgencia y compasión! ¡Qué perdón! Tu cayado me infundirá aliento. Tu
Espíritu, oh Cristo, es mi consuelo.
¡Maranatha!
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