} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EN EL SEÑOR, NADA ME FALTARÁ

sábado, 21 de mayo de 2016

EN EL SEÑOR, NADA ME FALTARÁ

 Muchos pueden pensar y decir: ¡Vaya una afirmación orgullosa, positiva, atrevida!
Pero por lo visto, este es el sentimiento de un creyente que se considera una oveja extremadamente contenta en su dueño, perfectamente satisfecha de su suerte en la vida puesto que confesamos qué el Señor es mi Pastor, nada me faltará.
En realidad la palabra «faltar», como está usada aquí, tiene un significado más amplio de lo que podía imaginarse a primera vista. Sin duda el concepto principal es el de no faltarle a uno el cuidado, el manejo y la atención adecuada.
Pero un segundo sentido es la idea de estar tan perfectamente satisfecho con el cuidado del Buen Pastor que no se anhela ni se desea nada más.
Esta pudiera parecer una afirmación extraña en boca de una persona como David, si pensamos sólo en lo que respecta a las necesidades físicas o materiales.
El había sido perseguido y acosado repetidas veces por las fuerzas de su enemigo Saúl, así como por las de su propio hijo rebelde, Absalón. Era evidentemente  un hombre que había conocido la privación intensa: la pobreza más extrema, las dificultades más agudas y la angustia.
Por lo tanto es absurdo afirmar, sobre la base de ese enunciado, que el hijo de Dios, la oveja al cuidado del Pastor, nunca experimentará carencia o necesidad.
Es imperioso mantener una visión equilibrada de la vida cristiana. Para hacerlo así, será bueno tener en cuenta las vidas de hombres como Elias, Juan el Bautista, Nuestro Señor mismo, e incluso hombres de fe que fueron los precursores de la Reforma. Tengo la responsabilidad de conpilar biografías para la página web de la Iglesia Evangélica Bonhome y desde que he comenzado a recopilarlas han sido de gran edificación espiritual para mi vida, pues me ha permitido conocer de primera mano la vida de fe de aquellos hombres qué, como tu y yo con nuestras imperfeciones, debilidades y pecados, fueron instrumentos del Señor para marcar la diferencia por su fe a Cristo. Ha servido para darme cuenta de que todos ellos sufrieron grandes privaciones y adversidades, dieron su vida, fueron martirizados...para que hoy podamos leer sin trabas la Palabra de Dios en la Biblia.
Mientras anduvo entre nosotros, el mismo Gran Pastor advirtió a sus discípulos antes de partir a la gloria: «En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.»
Una de las falacias comunes entre los cristianos de hoy es la afirmación de que si un hombre o mujer está prosperando materialmente, esto es señal de la bendición de Dios sobre su vida. Pero no es así. Más bien, algo muy distinto vemos en Apocalipsis 3:17: «Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo
O, de manera similar, Jesús dijo claramente al joven rico que quería hacerse discípulo suyo: «Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres... y ven, sigúeme» (Marcos 10:21).
Basándome  en la enseñanza bíblica sólo puedo concluir que David no se refería a la pobreza material o física cuando hizo ese enunciado: «Nada me
faltará
 Por esta misma razón, el nacido de nuevo por gracia de Dios, por fe en Jesucristo  tiene que echarle una larga y cuidadosa mirada a la vida. Tiene que reconocer que, como muchos otros escogidos de Dios, puede estar llamado a experimentar falta de riqueza o de bienes materiales. Debe ver su jornada sobre este planeta como un breve interludio durante el cual bien puede haber alguna privación en el sentido físico. Pero en medio de esa dificultad aún puede decir orgulloso: «Nada me faltará... no careceré del cuidado y dirección experta de mi Amo».
Para captar la significación interna de esta sencilla afirmación es necesario entender la diferencia entre pertenecer a un amo o a otro: al Buen Pastor o a un impostor. Jesús mismo se esforzó mucho en indicarle a cualquiera que quisiera seguirlo que era imposible servir a dos amos. O se pertenecía a él, o al otro.
A fin de cuentas, el bienestar de cualquier rebaño depende completamente de la administración del dueño.
El pastor arrendador de la finca contigua a mi primera hacienda era el administrador más indiferente que he visto. No le interesaba la condición de sus ovejas. No daba importancia a la tierra. Dedicaba poco o ningún tiempo a su rebaño, y dejaba que las ovejas se apacentaran solas como mejor pudieran, en verano y en invierno. Eran presa de perros, pumas, lobos  y ladrones. Cada año los pobres animales se veían forzados a roer en campos yermos y secos y en prados áridos.
En el invierno faltaba el heno alimenticio y el trigo integral que alimentara a las ovejas hambrientas. El espacio de guardar y proteger de tormentas y ventiscas a las pobres ovejas era escaso e insuficiente.
Para beber sólo tenían agua contaminada y sucia.Le faltaba sal y otros minerales necesarios para compensar el enfermizo pasto. Tan flacas, débiles y enfermas estaban aquellas pobres ovejas que inspiraban compasión. En mi mente las puedo ver aún paradas junto a la cerca, flacas, enfermas, sucias, acurrucadas tristemente en grupitos, mirando ávidas a través de los alambres los ricos pastos del otro lado.
Ante tanta desgracia, el egoísta e insensible dueño  permanecía absolutamente duro e indiferente. No le importaba. ¿Y qué si a sus ovejas les faltaba hierba verde, agua fresca, sombra, seguridad y amparo de las tormentas? ¿Y qué si necesitaban alivio de las heridas, cardenales, enfermedades y parásitos?
A él no le importaba un bledo. ¿Y por qué iba a preocuparse...? Después de todo no eran más que ovejas de matadero...
No podía mirar a esas pobres ovejas sin que me viniera a la mente que aquel era un cuadro exacto de la forma en que esos perversos capataces que son el Pecado y Satanás, en su hacienda abandonada, se burlan de los aprietos de los que están bajo su poder.
Al ir relacionándome con hombres y mujeres de todos los estratos de la sociedad, por mi negocio y trabajo de podador, he venido convenciéndome de una cosa: es el patrón, el jefe, el amo de la vida de una persona lo que determina su destino.
 A lo largo de mi vida, he conocido de cerca algunos hombres muy ricos, así como a algunos profesionales liberales de mucha fama. A pesar de su deslumbrante fachada de éxito, a pesar de su riqueza y su prestigio, seguían siendo pobres en espíritu , abatidos de alma e infelices en la vida. Eran personas sin alegría, presas en las garras de hierro y en el dominio inhumano del mal amo. En contraste, he conocido entre la gente relativamente modesta, personas que han conocido
la tribulación, el desastre y la lucha por permanecer a flote económicamente. Pero como pertenecen a Cristo y lo han reconocido como Señor y Amo de su vida, como su dueño y jefe, están impregnadas de una paz profunda, inalterable, que trasmiten y que da gusto estar a su lado.
Es por cierto un placer visitar esos hogares humildes donde las personas son ricas en espíritu, generosas de corazón, magnánimas. Irradian una serena confianza y una tranquila alegría que sobrepasa todas las tragedias de su tiempo.
Están al cuidado de Dios, y lo saben. Se han confiado a la dirección de Cristo, y han hallado contento.
La satisfacción debería ser la etiqueta del hombre que ha puesto sus asuntos en las manos de Dios.
Esto tiene validez especialmente en nuestra opulenta época. Pero la sorprendente paradoja es la intensa fiebre de descontento entre la gente que siempre habla de seguridad.
A veces a pesar de la riqueza de bienes materiales, estamos notablemente inseguros de nosotros mismos y muy cerca de la bancarrota en cuanto a los
valores espirituales.
Los hombres buscan siempre una seguridad más allá de sí mismos. Son inquietos, inestables, codiciosos, y siempre están ávidos de algo más; quieren esto y lo otro, pero nunca están verdaderamente satisfechos de espíritu.
En cambio el cristiano sencillo, la persona humilde, la oveja del Pastor, puede levantarse con orgullo y gloriarse.
«Jehová es mi Pastor; nada me faltará...
Estoy completamente satisfecho con que Él sea el jefe de mi vida. ¿Por qué? Porque Él es el único Pastor para quien ningún problema es demasiado grave al cuidar el rebaño. Es un ganadero que se destaca por su cariño hacia las ovejas, que las ama por lo que son y porque halla placer en ellas. Si es necesario, trabajará las veinticuatro horas del día para que nada en lo absoluto les falte. Ante todo, es muy celoso de su reputación como «Buen Pastor».
Se deleita en su rebaño. Para El no hay mayor recompensa, no hay más honda satisfacción, que ver a sus ovejas satisfechas, bien alimentadas, seguras y prósperas bajo su cuidado. Ellas son su «vida» misma. Lo da todo por ellas. Se entrega a sí mismo, literalmente, por los que son suyos.
No escatima dificultades y trabajos para proporcionarles la mejor hierba, el más rico pasto, suficiente alimento en el invierno y agua pura. No se evita esfuerzos por proporcionarles refugio de las tormentas, protección de los enemigos despiadados y de las enfermedades y parásitos a que las ovejas son tan susceptibles.
Nada de raro tiene que Jesús haya dicho: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas». Y también: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia».
Desde la madrugada hasta bien entrada la noche, este Pastor entregado permanece alerta por el bienestar de su rebaño. Porque el ovejero diligente se  levanta temprano y antes que nada sale cada mañana sin falta a ver su rebaño. Es el contacto inicial, íntimo, del día. Con ojo experto, minucioso y compasivo examina las ovejas a ver si están cómodas, contentas y en buena salud. En un instante se da cuenta de si las han importunado en la noche, de si hay alguna enferma, o si hay alguna que necesita atención especial.
Varias veces al día le echa una mirada a la grey para asegurarse de que todo anda bien.
Ni siquiera de noche deja de estar pendiente de ellas. Duerme, como quien dice, con un ojo abierto y otro cerrado, listo a ponerse en pie a la menor señal de problema para protegerlas.

Es una imagen sublime del cuidado que recibimos aquellos cuya vida está bajo el control de Cristo. El está al tanto de sus vidas desde que sale el sol hasta el ocaso.
«No se adormecerá ni dormirá el que te guarda.» Aún teniendo tal Amo y Dueño, algunos cristianos siguen descontentos de que El los dirija. Andan medio insatisfechos, como si siempre de alguna manera el pasto al otro lado de la valla fuera un poquito más verde. Son los cristianos carnales, que bien podríamos llamar «rompedores» o «cristianos a medias» que quieren lo mejor de los dos mundos.

A menudo, cuando no hemos aprendido a obedecer al Pastor pasamos la brecha en la cerca o al hallar paso por la valla y terminamos paciendo en un
prado árido, gris y seco, de bajísima calidad. Seguimos otras voces porque no nos hemos detenido a escuchar y conocer la Voz del Buen Pastor, por eso seguimos voces melodiosas, dulces, parecidas, que regalan nuestros oídos con palabras bonitas, donde todo nos consiente.
  En poco tiempo, esa conducta  empezó a deslizarse  por sendas deslizantes y peligrosas. Sólo cuando el Pastor quebranta la pata de la oveja puede permanecer inmóvil y obediente. La carga con paciencia y la conduce de regreso al redil donde le proporciona los cuidados para curarla.
Yo he sido esa oveja, desobediente. Por eso sé de lo que hablo, conozco las conseciuencias de desobedecer a la Palabra de Dios en la Biblia, y también sé que ignorarla no me exime de cumplirla, sino más bien pone de manifiesto mi negligencia como hijo al no dedicar más tiempo en lo que de verdad es prioritario en mi vida: perseverar día y noche buscando el alimento espiritual sano, la Voluntad de Dios para mi vida, y que sólo podré encontrar en el manual de instrucciones, la Biblia, que como hijo de Dios he recibido para poder caminar en la senda antigua y segura de la mano del Buen Pastor.
Es una seria advertencia para el cristiano carnal, el apóstata, el cristiano a medias; aquel que quiere sacar lo mejor de los dos reinos, viviendo como a el le parece y no como Dios enseña. Es aquel que hace sus normas, aquel qué adapta la Biblia según le parece y apetece.
Tú que lees esto, aférrate a la Palabra de Dios, reflexiona, medita en ella, y comprenderás el verdadero significado de: “nada me faltará”.

¡Maranatha! ¡Si ven Señor Jesús!

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