Muchos
pueden pensar y decir: ¡Vaya una afirmación orgullosa, positiva, atrevida!
Pero
por lo visto, este es el sentimiento de un creyente que se considera una oveja
extremadamente contenta en su dueño, perfectamente satisfecha de su suerte en
la vida puesto que confesamos qué el Señor es mi Pastor, nada me faltará.
En
realidad la palabra «faltar», como está usada aquí, tiene un significado más
amplio de lo que podía imaginarse a primera vista. Sin duda el concepto principal
es el de no faltarle a uno el cuidado, el manejo y la atención adecuada.
Pero
un segundo sentido es la idea de estar tan perfectamente satisfecho con el
cuidado del Buen Pastor que no se anhela ni se desea nada más.
Esta
pudiera parecer una afirmación extraña en boca de una persona como David, si
pensamos sólo en lo que respecta a las necesidades físicas o materiales.
El
había sido perseguido y acosado repetidas veces por las fuerzas de su enemigo
Saúl, así como por las de su propio hijo rebelde, Absalón. Era evidentemente un hombre que había conocido la privación intensa:
la pobreza más extrema, las dificultades más agudas y la angustia.
Por
lo tanto es absurdo afirmar, sobre la base de ese enunciado, que el hijo de
Dios, la oveja al cuidado del Pastor, nunca experimentará carencia o necesidad.
Es
imperioso mantener una visión equilibrada de la vida cristiana. Para hacerlo
así, será bueno tener en cuenta las vidas de hombres como Elias, Juan el Bautista,
Nuestro Señor mismo, e incluso hombres de fe que fueron los precursores de la
Reforma. Tengo la responsabilidad de conpilar biografías para la página web de
la Iglesia Evangélica Bonhome y desde que he comenzado a recopilarlas han sido
de gran edificación espiritual para mi vida, pues me ha permitido conocer de
primera mano la vida de fe de aquellos hombres qué, como tu y yo con nuestras
imperfeciones, debilidades y pecados, fueron instrumentos del Señor para marcar
la diferencia por su fe a Cristo. Ha servido para darme cuenta de que todos
ellos sufrieron grandes privaciones y adversidades, dieron su vida, fueron
martirizados...para que hoy podamos leer sin trabas la Palabra de Dios en la
Biblia.
Mientras
anduvo entre nosotros, el mismo Gran Pastor advirtió a sus discípulos antes de
partir a la gloria: «En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he
vencido al mundo.»
Una
de las falacias comunes entre los cristianos de hoy es la afirmación de que si
un hombre o mujer está prosperando materialmente, esto es señal de la bendición
de Dios sobre su vida. Pero no es así. Más bien, algo muy distinto vemos en Apocalipsis 3:17: «Porque
tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad;
y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.»
O,
de manera similar, Jesús dijo claramente al joven rico que quería hacerse
discípulo suyo: «Una cosa te falta: anda, vende
todo lo que tienes, y dalo a los pobres... y ven, sigúeme» (Marcos 10:21).
Basándome
en la enseñanza bíblica sólo puedo concluir
que David no se refería a la pobreza material o física cuando hizo ese
enunciado: «Nada me
faltará.»
Por
esta misma razón, el nacido de nuevo por gracia de Dios, por fe en Jesucristo tiene que echarle una larga y cuidadosa
mirada a la vida. Tiene que reconocer que, como muchos otros escogidos
de Dios, puede estar llamado a experimentar falta de riqueza o de
bienes materiales. Debe ver su jornada sobre este planeta como un breve
interludio durante el cual bien puede haber alguna privación en el sentido
físico. Pero en medio de esa dificultad aún puede decir orgulloso: «Nada me faltará... no careceré del cuidado y dirección
experta de mi Amo».
Para
captar la significación interna de esta sencilla afirmación es necesario
entender la diferencia entre pertenecer a un amo o a otro: al Buen Pastor o a
un impostor. Jesús mismo se esforzó mucho en indicarle a cualquiera que
quisiera seguirlo que era imposible servir a dos amos. O se pertenecía a él, o
al otro.
A
fin de cuentas, el bienestar de cualquier rebaño depende completamente de la
administración del dueño.
El
pastor arrendador de la finca contigua a mi primera hacienda era el
administrador más indiferente que he visto. No le interesaba la condición de
sus ovejas. No daba importancia a la tierra. Dedicaba poco o ningún tiempo a su
rebaño, y dejaba que las ovejas se apacentaran solas como mejor pudieran, en verano
y en invierno. Eran presa de perros, pumas, lobos y ladrones. Cada año los pobres animales se
veían forzados a roer en campos yermos y secos y en prados áridos.
En
el invierno faltaba el heno alimenticio y el trigo integral que alimentara a las
ovejas hambrientas. El espacio de guardar y proteger de tormentas y ventiscas a
las pobres ovejas era escaso e insuficiente.
Para
beber sólo tenían agua contaminada y sucia.Le faltaba sal y otros minerales
necesarios para compensar el enfermizo pasto. Tan flacas, débiles y enfermas
estaban aquellas pobres ovejas que inspiraban compasión. En mi mente las puedo
ver aún paradas junto a la cerca, flacas, enfermas, sucias, acurrucadas
tristemente en grupitos, mirando ávidas a través de los alambres los ricos
pastos del otro lado.
Ante
tanta desgracia, el egoísta e insensible dueño
permanecía absolutamente duro e indiferente. No le importaba. ¿Y qué si
a sus ovejas les faltaba hierba verde, agua fresca, sombra, seguridad y amparo de
las tormentas? ¿Y qué si necesitaban alivio de las heridas, cardenales,
enfermedades y parásitos?
A
él no le importaba un bledo. ¿Y por qué iba a preocuparse...? Después de todo
no eran más que ovejas de matadero...
No
podía mirar a esas pobres ovejas sin que me viniera a la mente que aquel era un
cuadro exacto de la forma en que esos perversos capataces que son el Pecado y
Satanás, en su hacienda abandonada, se burlan de los aprietos de los que están
bajo su poder.
Al
ir relacionándome con hombres y mujeres de todos los estratos de la sociedad,
por mi negocio y trabajo de podador, he venido convenciéndome de una cosa: es
el patrón, el jefe, el amo de la vida de una persona lo que determina su
destino.
A lo largo de mi vida, he conocido de cerca
algunos hombres muy ricos, así como a algunos profesionales liberales de mucha
fama. A pesar de su deslumbrante fachada de éxito, a pesar de su riqueza y su
prestigio, seguían siendo pobres en espíritu , abatidos de alma e infelices en
la vida. Eran personas sin alegría, presas en las garras de hierro y en el
dominio inhumano del mal amo. En contraste, he conocido entre la gente
relativamente modesta, personas que han conocido
la
tribulación, el desastre y la lucha por permanecer a flote económicamente. Pero
como pertenecen a Cristo y lo han reconocido como Señor y Amo de su vida, como
su dueño y jefe, están impregnadas de una paz profunda, inalterable, que
trasmiten y que da gusto estar a su lado.
Es
por cierto un placer visitar esos hogares humildes donde las personas son ricas
en espíritu, generosas de corazón, magnánimas. Irradian una serena confianza y
una tranquila alegría que sobrepasa todas las tragedias de su tiempo.
Están
al cuidado de Dios, y lo saben. Se han confiado a la dirección de Cristo, y han
hallado contento.
La
satisfacción debería ser la etiqueta del hombre que ha puesto sus asuntos en
las manos de Dios.
Esto
tiene validez especialmente en nuestra opulenta época. Pero la sorprendente
paradoja es la intensa fiebre de descontento entre la gente que siempre habla de
seguridad.
A
veces a pesar de la riqueza de bienes materiales, estamos notablemente
inseguros de nosotros mismos y muy cerca de la bancarrota en cuanto a los
valores
espirituales.
Los
hombres buscan siempre una seguridad más allá de sí mismos. Son inquietos,
inestables, codiciosos, y siempre están ávidos de algo más; quieren esto y lo
otro, pero nunca están verdaderamente satisfechos de espíritu.
En
cambio el cristiano sencillo, la persona humilde, la oveja del Pastor, puede
levantarse con orgullo y gloriarse.
«Jehová
es mi Pastor; nada me faltará...
Estoy
completamente satisfecho con que Él sea el jefe de mi vida. ¿Por qué? Porque Él
es el único Pastor para quien ningún problema es demasiado grave al cuidar el
rebaño. Es un ganadero que se destaca por su cariño hacia las ovejas, que las
ama por lo que son y porque halla placer en ellas. Si es necesario, trabajará
las veinticuatro horas del día para que nada en lo absoluto les falte. Ante
todo, es muy celoso de su reputación como «Buen Pastor».
Se
deleita en su rebaño. Para El no hay mayor recompensa, no hay más honda
satisfacción, que ver a sus ovejas satisfechas, bien alimentadas, seguras y
prósperas bajo su cuidado. Ellas son su «vida» misma. Lo da todo por ellas. Se
entrega a sí mismo, literalmente, por los que son suyos.
No
escatima dificultades y trabajos para proporcionarles la mejor hierba, el más
rico pasto, suficiente alimento en el invierno y agua pura. No se evita
esfuerzos por proporcionarles refugio de las tormentas, protección de los
enemigos despiadados y de las enfermedades y parásitos a que las ovejas son tan
susceptibles.
Nada
de raro tiene que Jesús haya dicho: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor su
vida da por las ovejas». Y también: «Yo he venido para que tengan vida, y para
que la tengan en abundancia».
Desde
la madrugada hasta bien entrada la noche, este Pastor entregado permanece
alerta por el bienestar de su rebaño. Porque el ovejero diligente se levanta temprano y antes que nada sale cada
mañana sin falta a ver su rebaño. Es el contacto inicial, íntimo, del día. Con
ojo experto, minucioso y compasivo examina las ovejas a ver si están cómodas, contentas
y en buena salud. En un instante se da cuenta de si las han importunado en la
noche, de si hay alguna enferma, o si hay alguna que necesita atención
especial.
Varias
veces al día le echa una mirada a la grey para asegurarse de que todo anda
bien.
Ni
siquiera de noche deja de estar pendiente de ellas. Duerme, como quien dice,
con un ojo abierto y otro cerrado, listo a ponerse en pie a la menor señal de
problema para protegerlas.
Es
una imagen sublime del cuidado que recibimos aquellos cuya vida está bajo el
control de Cristo. El está al tanto de sus vidas desde que sale el sol hasta el
ocaso.
«No
se adormecerá ni dormirá el que te guarda.» Aún teniendo tal Amo y Dueño,
algunos cristianos siguen descontentos de que El los dirija. Andan medio insatisfechos,
como si siempre de alguna manera el pasto al otro lado de la valla fuera un
poquito más verde. Son los cristianos carnales, que bien podríamos llamar
«rompedores» o «cristianos a medias» que quieren lo mejor de los dos mundos.
A
menudo, cuando no hemos aprendido a obedecer al Pastor pasamos la brecha en la cerca
o al hallar paso por la valla y terminamos paciendo en un
prado
árido, gris y seco, de bajísima calidad. Seguimos otras voces porque no nos
hemos detenido a escuchar y conocer la Voz del Buen Pastor, por eso seguimos
voces melodiosas, dulces, parecidas, que regalan nuestros oídos con palabras
bonitas, donde todo nos consiente.
En poco
tiempo, esa conducta empezó a deslizarse
por sendas deslizantes y peligrosas.
Sólo cuando el Pastor quebranta la pata de la oveja puede permanecer inmóvil y obediente. La carga con paciencia y la conduce de regreso al redil donde le
proporciona los cuidados para curarla.
Yo
he sido esa oveja, desobediente. Por eso sé de lo que hablo, conozco las
conseciuencias de desobedecer a la Palabra de Dios en la Biblia, y también sé
que ignorarla no me exime de cumplirla, sino más bien pone de manifiesto mi
negligencia como hijo al no dedicar más tiempo en lo que de verdad es
prioritario en mi vida: perseverar día y noche buscando el alimento espiritual
sano, la Voluntad de Dios para mi vida, y que sólo podré encontrar en el manual
de instrucciones, la Biblia, que como hijo de Dios he recibido para poder
caminar en la senda antigua y segura de la mano del Buen Pastor.
Es
una seria advertencia para el cristiano carnal, el apóstata, el cristiano a
medias; aquel que quiere sacar lo mejor de los dos reinos, viviendo como a el
le parece y no como Dios enseña. Es aquel que hace sus normas, aquel qué adapta
la Biblia según le parece y apetece.
Tú
que lees esto, aférrate a la Palabra de Dios, reflexiona, medita en ella, y
comprenderás el verdadero significado de: “nada me faltará”.
¡Maranatha! ¡Si ven Señor
Jesús!
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