} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LIBRES POR LA OBRA DE CRISTO

martes, 3 de mayo de 2016

LIBRES POR LA OBRA DE CRISTO

Hebreos 2:14  Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo,
 15  y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.

Juan 8; 36 Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.

  El que fue manifestado ser “Capitán (Guía, Jefe) de la salvación” para los “muchos hijos”, confiando y sufriendo como ellos, debe por tanto venir a ser hombre como ellos, para que su muerte sea eficaz para. El elemento interior y más importante, la sangre, como vehículo más inmediato del alma, se pone antes del elemento más palpable, la carne; también, con referencia al vertimiento de la sangre de Cristo, para consumar el cual Él entró en comunión con nuestra vida corpórea. “La vida de la carne está en la sangre; es la sangre la que hace propiciación por el alma” (Levitico 17:11).
    “Jesús, sufriendo la muerte, venció; Satanás, sembrando la muerte, sucumbió”   Así como David cortó la cabeza a Goliat con la misma espada del gigante con la cual éste solía ganarse las victorias. Viniendo para redimir al hombre, Cristo se hizo en cierto sentido el lazo para destruír al diablo; porque en Él había su humanidad para atraer hacia sí al devorador, su divinidad para traspasarlo, su aparente debilidad para provocarlo, poder escondido para fulminar al hambriento destruidor. Dice el epigrama latino: “Mors mortis morti mortem nisi morte tulisset, Aeternae vitae janua clausa foret”. Si la muerte mediante la muerte no hubiese llevado a muerte la muerte de la muerte, la puerta de la vida eterna hubiera sido cerrada.  “Para hacer cesar al enemigo, y al que se venga” (Salmo 8:2). El mismo verbo griego se emplea en 2Timoteo 1:10: “Abolió la muerte”. No hay muerte ya para los creyentes. Cristo implanta en ellos simiente inmortal, el germen de la inmortalidad celestial, aunque los creyentes tienen que sufrir la muerte natural.  Satanás es, “fuerte” (Mateo 12:29).   
La muerte misma es un poder que, una vez extraña a la naturaleza humana, ahora se enseñorea de ella (Romanos  5:12; Romanos 6:9). El poder que la muerte tiene lo maneja Satanás. El autor del pecado es el autor de las consecuencias del pecado. Compáremos “toda fuerza del enemigo” (Lucas 10:19). Satanás adquirió sobre el hombre (por la ley de Dios, Genesis 2:17; Romanos 6:23) el poder de la muerte mediante el pecado del hombre, siendo la muerte el verdugo del pecado, y el hombre el “cautivo lícito” de Satanás.
Jesús, muriendo, ha hecho suyo aquel morir (Romanos 14:9), y así ha quitado la presa al poderoso. El poder de la muerte era manifiesto; quien manejaba dicho poder, escondido bajo el mismo, se declara aquí, a saber, Satanás. “Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo” dejando a los hombres “súbditos de servidumbre”; no meramente expuestos a ella, sino encadenados en ella (Romanos 8:15; Galatas 5:1). 
La servidumbre”, dice Aristóteles’ “es vivir como uno no elige; “la libertad, vivir como uno escoge”.
Cristo, al librarnos de la maldición divina contra nuestro pecado, ha quitado a la muerte todo aquello que la hacía formidable. La muerte, vista aparte de Cristo, no puede sino horrorizar al pecador si éste se atreve a pensar en ella.
Los ángeles cayeron y quedaron sin esperanza ni socorro. Cristo nunca concibió ser el Salvador de los ángeles caídos, por tanto, no asumió la naturaleza de ellos; la naturaleza de los ángeles no podía ser sacrificio expiatorio por el pecado del hombre. Aquí hay un precio pagado, suficiente para todos, y apto para todos, porque fue en nuestra naturaleza. Aquí se demuestra el amor maravilloso de Dios, porque cuando Cristo supo lo que debía sufrir en nuestra naturaleza y cómo debía morir en ella, la asumió prestamente. La expiación dio lugar a la liberación de su pueblo de la esclavitud de Satanás, y al perdón de sus pecados por la fe. Los que temen la muerte y se esfuerzan por sacar lo mejor de sus terrores, no sigan intentando superarlos o ahogarlos, que no sigan siendo negligentes o se hagan malos por la desesperación. No esperen ayuda del mundo ni de los artificios humanos, pero busquen el perdón, la paz, la gracia y la esperanza viva del cielo por fe en el que murió y resucitó, para que así puedan superar el temor a la muerte.
El recuerdo de nuestras tristezas y tentaciones hace que Cristo se interese por las pruebas de su pueblo y esté listo para ayudarnoss. Él está pronto y dispuesto a socorrer a quienes son tentados y le buscan. Se hizo hombre, y fue tentado, para que fuera apto en toda forma para socorrer a su pueblo, habiendo pasado Él por las mismas tentaciones, pero siguiendo perfectamente libre de pecado. Entonces, que el afligido y el tentado no desesperen ni den lugar a Satanás, como si las tentaciones hicieran que fuese malo acudir en oración al Señor. Ningún alma pereció jamás siendo tentada, si desde su verdadera alarma por el peligro, clamó al Señor con fe y esperanza de alivio. Este es nuestro deber en cuanto somos sorprendidos por las tentaciones y queremos detener su avance, lo que es nuestra sabiduría.
  Jesucristo tenía que ser humano ("carne y sangre") para que pudiera morir y resucitar a fin de destruir el poder del diablo sobre la muerte (Romanos 6:5-11). Solo entonces Cristo podría librar a quienes teníamos un constante temor por la muerte a fin de que vivieramos para El. Cuando somos de Dios, no tenemos por qué temer a la muerte, porque sabemos que esa es la única puerta de entrada a la vida eterna (1 Corintios 15).

  La muerte y resurrección de Cristo nos libra del temor a la muerte porque esta ha sido derrotada. Toda persona morirá; pero la muerte no es el destino final, sino la puerta de entrada a una nueva vida. Todos los que temen la muerte deben tener la oportunidad de conocer la esperanza que nos brinda la victoria de Cristo. ¿Cómo puede anunciar esa verdad a los que están cerca de usted?

  La muerte expiatoria de Cristo hizo al diablo ineficaz en sus artimañas contra los creyentes que han pasado de muerte a vida  (Colosenses 1:13; 1 Juan 3:14).

El propósito último de la encarnación de Cristo era la destrucción del diablo y la liberación del temor de la muerte  (1Corintios 15:54-57). La destrucción de Satanás no significa que éste es aniquilado, sino que se anula su poder en las vidas de aquellos que se consagran a Cristo.
El pecado busca la manera de esclavizarnos, controlarnos, dominarnos y dictar nuestros actos.
Tú que lees esto, la Palabra de Dios en la Biblia nos enseña qué: Jesús puede liberarte de esa esclavitud que te impide ser la persona que Dios tuvo en mente al crearte. Si el pecado te limita, te domina o te esclaviza, Jesús puede destruir el poder que el pecado tiene sobre tu vida.
Cristo habló de libertad espiritual, pero los corazones carnales no sienten otros pesares aparte de los que molestan al cuerpo y perturban sus asuntos mundanos. Si se les habla de su libertad y propiedad, del despilfarro perpetrado en sus tierras o del daño infligido a sus casas, entenderán muy bien, pero si se les habla de la esclavitud del pecado, de la cautividad con Satanás y de la libertad por Cristo, del mal hecho a sus preciosas almas, y el riesgo de su bienestar eterno, entonces llevamos cosas raras a sus oídos. Jesús nos recordó claramente que el hombre que practica cualquier pecado es, efectivamente, un esclavo de pecado, como era el caso de la mayoría de nosotros. 
Cristo nos ofrece libertad en el evangelio; tiene poder para darla, y aquellos a quienes Cristo nos hace libres, realmente lo somos. Sin embargo, a menudo vemos a las personas que debaten sobre libertades de toda clase mientras son esclavos de alguna lujuria pecaminosa.
La libertad para pecar no es libertad, porque nos esclaviza a Satanás, a otros o a nuestra propia naturaleza pecaminosa. Los cristianos, por el contrario, no debieran ser esclavos del pecado porque tienen la libertad para hacer lo correcto y glorificar a Dios por medio del servicio amoroso a otros.
El estado o condición en que hemos sido llamados a la salvación, es un estado de libertad. La libertad evangélica consiste en tres cosas: libertad del yugo mosaico, del pecado y del temor servil. No démos a la carne el pretexto para su indulgencia que ella ansiosamente busca; no permitamos que la carne haga de la “libertad” cristiana un pretexto para su indulgencia.
Si tenemos que ser siervos, entonces seamos siervos unos a otros, en amor. Mientras que estamos libres en cuanto al legalismo, estamos obligados por el Amor a servirnos unos a otros.
El espíritu y la carne se excluyen mutuamente el uno al otro. No se nos ha prometido que no tendremos malas concupiscencias, sino que “no las debemos satisfacer”. Si el espíritu que habita en nosotros puede estar tranquilo bajo el pecado, no es un espíritu que venga del Espíritu Santo. La paloma inocente tiembla al ver aun una pluma del halcón. 
Seamos pues obedientes a la Palabra de Dios en la Biblia, la cual nos enseña a caminar en medio de este mundo.
Una persona es esclava de aquello que la domina. Muchos creen que libertad es hacer todo lo que uno quiere. Pero nadie es siempre totalmente libre en ese sentido. Si nos negamos a seguir a Dios, seguiremos nuestros propios deseos pecaminosos y seguiremos esclavos de los caprichos de nuestro cuerpo.
Antes de nacer de nuevo por gracia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, estaba esclavizado bajo el imperio de Satanás. Ese imperio o poderio sobre el hombre no se lo dio Dios sino que fue el hombre cuando desobedecio a Dios quien le otorgó al diablo un dominio legal sobre el ser humano. Recordemos que la paga del pecado, desobediencia a Dios, es la muerte; pues bien, al pecar el hombre voluntariamente, cambió de bando y se alió con Satanás. Escuchó la mentira de supuesta libertad que ofrecia el tentador para caer en su imperio. Ese imperio de la muerte se trasmite por los genes y todos hemos nacido bajo ese yugo de esclavitud. Todos a excepción del Hijo de Dios que se hizo hombre precisamente para poner fin a ese imperio que nos tenía encarcelados. Jesucristo vino a morir por la raza humana, pero no toda le acepta como Salvador y Señor. 
Cuando recibimos la fe para creer en Cristo y nos arrepentimos, Dios pone en nosotros una nueva vida espiritual; esa nueva vida está libre de aquella esclavitud. Ahora cada nacido de nuevo tiene libertad para obedecer y seguir a Cristo; tiene el poder del Espíritu Santo con el cual ha sido sellado para seguir los princios de Dios.
Pero ha quedado una tendencia en nuestra mente carnal que nos empuja a pecar. Esta es la lucha que mantendremos mientras no lleguemos a ser glorificados.
Si alimentamos nuestro espíritu con la Palabra de Dios en la Biblia, el Espíritu Santo que mora en nosotros nos fortalece para resistir las tentaciones propias y los dardos del enemigo. De squello con que nos alimentemos estaremos madurando o para el Espíritu o para la carne.
Si sometemos nuestra vida a Cristo, El nos librará de la esclavitud de lo que el cuerpo desea. Cristo nos libra para que le sirvamos, lo que viene a resultar en última instancia para nuestro bien.
Cristo murió para libertarnos del pecado y de una lista interminable de leyes y regulaciones. Cristo vino para liberarnos, no para hacer lo que queramos, lo que nos llevaría nuevamente a la esclavitud de nuestros deseos egoístas. Si no que, gracias a Cristo, somos libres y ahora estamos en condiciones de hacer lo que antes era imposible: vivir libre del egoísmo. Aquellos que apelan a su libertad para hacer lo que gusten o ser indulgentes con sus deseos, están cayendo en las garras del pecado. ¿Usas tu libertad para tí mismo o en favor de otros?
 ¿Entendemos la responsabilidad que tenemos para cuidar nuestra vida delante de Dios?
Porque vamos a dar cuenta de las veces que hemos desobedecido la voz de Dios. 
La plena redención qué Cristo nos ha prometido será cumplida cuando Él muy pronto venga. Nuestra transformación a la imagen de Cristo sera efectiva; toda la herencia que Dios prometió a traves de su Hijo se cumplirá en ese momento. Cristo vendrá a por todos los que le esperamos. 
¿Estamos esperando la segunda venida de Cristo? ¿Como la estamos esperando? Con resignación, o con ansia. Aunque somos creyentes, algunos están afanados y turbados por las cosas terrenales, porque no tienen anhelo en las cosas de Dios.
Dios nos habla de esa venida, mientras unos esperan esa venida, otros anhelamos con ansia su venida, porque esta vida no tiene sentido tal y como es actualmente.
¿Que estas haciendo mientras Cristo no viene? Vas sobrellevando como puedes o involucrado en el servicio a Dios, purificandote. Si estás anhelando Su venida, estarás caminando en el proceso de santificación; madurando espiritualmente.
Haz una reflexión: de las 24 horas del día ¿cuantas horas dedicas a tu vida espiritual?
El regreso de Cristo será como un abrir y cerrar de ojos. La Palabra de Dios en la Biblia nos encomienda trstificar la Verdad de Dios; en comunión con Dios, conocedor de Dios para poder responder a las preguntas que nos hacen. 
¿Pero que ha pasado con los creyentes para estar aletargados en el ministerio del asiento? 
Servir a Dios es un privilegio y cuanto más conocemos y escuchamos la voz de Dios en su Palabra más nos purificamos para ser instrumentos suyos. La vida espiritual comienza por uno mismo es personal; la responsabilidad es unipersonal. Se cumplirá todo lo que Dios ha prometido, pero acuérdate que también le daremos cuentas para recibir cada cual su galardón.


¡Maranatha! ¡Si, ven Señor Jesús!

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