El Monte de los Olivos estaba
localizado al este de Jerusalén. Jesús fue a un monte que se hallaba al
suroeste, un olivar llamado Getsemaní, que significa "lagar de
aceite".
El Huerto de Getsemaní, en la falda occidental
del monte, hacia la ciudad; era un huerto enclavado sobre la parte baja de la
ladera occidental del monte de los Olivos, a 1 km del muro oriental de
Jerusalén.
Cotejándo los relatos de los
Evangelios de esta escena misteriosa,vemos cada descripción que dan los
evangelistas de la disposición mental con que nuestro Señor enfrenta este
conflicto, prueba la terrible naturaleza del ataque, y el perfecto conocimiento
anticipado de sus terrores que poseía el manso y humilde Jesús. Las escenas podríamos resumirlas en:
(1) Mandó que nueve de los Doce
quedasen “aquí”, mientras él iba y oraba “allí”. ¿Eran “nueve” los discípulos que quedaban más
lejos? ¿Dónde estaba Judas en aquellos momentos? Parece que él estaba más lejos
todavía, con las autoridades judías.
(2) El “toma consigo a Pedro y a Jacobo y a
Juan, y comenzó a atemorizarse, y a angustiarse. Y les dice: Está muy triste mi
alma, hasta la muerte”: “Me siento como si la naturaleza se hundiese bajo esta
carga, como si la vida fuese menguando, y la muerte viniera antes de su
tiempo”, “quedaos aquí, y velad conmigo”; no, “Testificad de mí”, sino
“Acompañadme.”. Parece que le hacía bien tenerlos a su lado.
(3) Pero pronto ellos fueron
demasiada carga para él: El tuvo que estar solo. “Y él se apartó de ellos como
un tiro de piedra”; aunque bastante cerca para que ellos fuesen testigos
competentes; y se arrodilló, pronunciando aquella oración impresionante, (Marcos 14:36): “que si fuese posible,… traspasa de mi
este vaso (de su próxima muerte) empero no lo que yo quiero, sino lo que tú”;
dando a entender que en sí era tan completamente repugnante, que
únicamente el hecho de que era la voluntad del Padre, le persuadiría a gustar
de él, pero que en aquel aspecto de él, él estaba perfectamente preparado a
beberlo. No es una lucha entre una voluntad poco dispuesta y una voluntad
sumisa, sino entre dos aspectos de un solo acontecimiento, un aspecto abstracto
y otro aspecto relativo de él, en uno de los cuales fue repugnante,
en el otro aceptable. Dando a entender cómo se sentía en un aspecto,
revela su hermosa unidad con nosotros en la naturaleza y sentimiento;
expresando cómo lo consideraba a la luz del otro, revela su absoluta sujeción
obediente a su Padre.
(4) En esto, teniendo un alivio momentáneo, porque
se le venía, nos imaginamos por oleadas, él vuelve a los tres, y hallándolos
durmiendo, les habla con cariño, especialmente a Pedro, Marcos 14:37-38.
(5) Entonces vuelve, no a
arrodillarse ahora, sino a caer sobre su rostro en la tierra, pronunciando las
mismas palabras, mas esta vez: “Si no puede este vaso pasar”, etc. (Mateo 26:42); quiere decir: “Sí; comprendo este
silencio misterioso (Salmo 22:1-6); no puede
pasar; he de beberlo, y quiero beberlo”; “sea hecha tu voluntad.”
(6) Otra vez, aliviado por el
momento, vuelve y los halla durmiendo “de tristeza”; les advierte como antes,
pero pone en ello una interpretación cariñosa, separando entre el “espíritu
presto” y la “carne enferma”.
(7) Volviendo una vez más a su
lugar solitario, las oleadas surgen más alto, lo sacuden más tempestuosamente,
y parecen hundirlo. Para fortalecerlo en esto, “le apareció un ángel del cielo
confortándole” no para proveer luz y consuelo (él no había de tener nada de
esto, y los ángeles no hacían falta, ni eran capaces de comunicarlo) sino solamente para sostener y vigorizar la
naturaleza deprimida para una lucha todavía más violenta y más feroz. Y ahora
“está en agonía, y ora más ardientemente (aun la oración de Cristo, parece, permitía
y ahora exigía tal aumento) y su sudor fue como si fueran grandes gotas
(literalmente coágulos) de sangre que caían sobre la tierra”. ¿Qué fue esto? No
su ofrenda propia de sacrificio, aunque esencial para ella. Fue sólo la
lucha interna, apaciguándose aparentemente antes, mas ahora surgiendo de nuevo,
convulsionando su hombre interior todo, y afectando esto de tal manera su
naturaleza animal, que el sudor manaba de todos los poros en espesas gotas de
sangre que caían a tierra. La naturaleza temblorosa y la voluntad
indómita luchaban juntas. Pero una vez más el grito: “Si tiene que ser, hágase
tu voluntad”, sale de sus labios, y todo termina. “La amargura de la muerte
ya pasó”. El había previsto, y ensayado para su conflicto final, y ganado la
victoria, ahora en este teatro de una voluntad invencible, como luego en
la arena de la cruz. “Quiero sufrir”, es el gran resultado de Getsemaní:
“¡Consumado es!” es el grito que resuena desde la cruz. La Voluntad sin el
Hecho habría sido en vano; pero su obra fue consumada cuando llevó la Voluntad
ahora manifestada al Hecho palpable, “en la cual voluntad somos santificados por
la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez” (Hebreos 10:10).
(8) Al final de toda la escena, hallándolos
todavía dormidos (agotados por la continua tristeza y ansiedad que los afligía), les manda, con una ironía de profunda emoción: “Dormid ya, y descansad: basta, he aquí ha llegado la hora, y el Hijo del hombre es entregado
en manos de pecadores. Levantaos, vamos; he aquí ha llegado el que me ha entregado.”
Y mientras hablaba, se acercó Judas con una banda armada. Ellos se habían
mostrado “consoladores miserables”, cañas cascadas; y así en toda su obra
estaba solo, y “del pueblo nadie estaba con él.”
No hay enemigos que sean tan aborrecibles como
los discípulos profesos que traicionan a Cristo con un beso.
Dios no necesita nuestros servicios, mucho menos
nuestros pecados, para realizar sus propósitos. Aunque Cristo fue crucificado
por debilidad, fue debilidad voluntaria; se sometió a la muerte. Si no hubiera
estado dispuesto a sufrir, ellos no lo hubiesen vencido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario