} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA AGONÍA DE JESÚS

viernes, 13 de mayo de 2016

LA AGONÍA DE JESÚS


El Monte de los Olivos estaba localizado al este de Jerusalén. Jesús fue a un monte que se hallaba al suroeste, un olivar llamado Getsemaní, que significa "lagar de aceite".
El Huerto de Getsemaní, en la falda occidental del monte, hacia la ciudad; era un huerto enclavado sobre la parte baja de la ladera occidental del monte de los Olivos, a 1 km del muro oriental de Jerusalén.

Cotejándo los relatos de los Evangelios de esta escena misteriosa,vemos cada descripción que dan los evangelistas de la disposición mental con que nuestro Señor enfrenta este conflicto, prueba la terrible naturaleza del ataque, y el perfecto conocimiento anticipado de sus terrores que poseía el manso y humilde Jesús. Las escenas podríamos resumirlas en:
(1) Mandó que nueve de los Doce quedasen “aquí”, mientras él iba y oraba “allí”.  ¿Eran “nueve” los discípulos que quedaban más lejos? ¿Dónde estaba Judas en aquellos momentos? Parece que él estaba más lejos todavía, con las autoridades judías. 
 (2) El “toma consigo a Pedro y a Jacobo y a Juan, y comenzó a atemorizarse, y a angustiarse. Y les dice: Está muy triste mi alma, hasta la muerte”: “Me siento como si la naturaleza se hundiese bajo esta carga, como si la vida fuese menguando, y la muerte viniera antes de su tiempo”, “quedaos aquí, y velad conmigo”; no, “Testificad de mí”, sino “Acompañadme.”. Parece que le hacía bien tenerlos a su lado.
(3) Pero pronto ellos fueron demasiada carga para él: El tuvo que estar solo. “Y él se apartó de ellos como un tiro de piedra”; aunque bastante cerca para que ellos fuesen testigos competentes; y se arrodilló, pronunciando aquella oración impresionante, (Marcos 14:36): “que si fuese posible,… traspasa de mi este vaso (de su próxima muerte) empero no lo que yo quiero, sino lo que tú”; dando a entender que en sí era tan completamente repugnante, que únicamente el hecho de que era la voluntad del Padre, le persuadiría a gustar de él, pero que en aquel aspecto de él, él estaba perfectamente preparado a beberlo. No es una lucha entre una voluntad poco dispuesta y una voluntad sumisa, sino entre dos aspectos de un solo acontecimiento, un aspecto abstracto y otro aspecto relativo de él, en uno de los cuales fue repugnante, en el otro aceptable. Dando a entender cómo se sentía en un aspecto, revela su hermosa unidad con nosotros en la naturaleza y sentimiento; expresando cómo lo consideraba a la luz del otro, revela su absoluta sujeción obediente a su Padre.
 (4) En esto, teniendo un alivio momentáneo, porque se le venía, nos imaginamos por oleadas, él vuelve a los tres, y hallándolos durmiendo, les habla con cariño, especialmente a Pedro,  Marcos 14:37-38.
(5) Entonces vuelve, no a arrodillarse ahora, sino a caer sobre su rostro en la tierra, pronunciando las mismas palabras, mas esta vez: “Si no puede este vaso pasar”, etc. (Mateo 26:42); quiere decir: “Sí; comprendo este silencio misterioso (Salmo 22:1-6); no puede pasar; he de beberlo, y quiero beberlo”; “sea hecha tu voluntad.”
(6) Otra vez, aliviado por el momento, vuelve y los halla durmiendo “de tristeza”; les advierte como antes, pero pone en ello una interpretación cariñosa, separando entre el “espíritu presto” y la “carne enferma”.
(7) Volviendo una vez más a su lugar solitario, las oleadas surgen más alto, lo sacuden más tempestuosamente, y parecen hundirlo. Para fortalecerlo en esto, “le apareció un ángel del cielo confortándole” no para proveer luz y consuelo (él no había de tener nada de esto, y los ángeles no hacían falta, ni eran capaces de comunicarlo)  sino solamente para sostener y vigorizar la naturaleza deprimida para una lucha todavía más violenta y más feroz. Y ahora “está en agonía, y ora más ardientemente (aun la oración de Cristo, parece, permitía y ahora exigía tal aumento) y su sudor fue como si fueran grandes gotas (literalmente coágulos) de sangre que caían sobre la tierra”. ¿Qué fue esto? No su ofrenda propia de sacrificio, aunque esencial para ella. Fue sólo la lucha interna, apaciguándose aparentemente antes, mas ahora surgiendo de nuevo, convulsionando su hombre interior todo, y afectando esto de tal manera su naturaleza animal, que el sudor manaba de todos los poros en espesas gotas de sangre que caían a tierra. La naturaleza temblorosa y la voluntad indómita luchaban juntas. Pero una vez más el grito: “Si tiene que ser, hágase tu voluntad”, sale de sus labios, y todo termina. “La amargura de la muerte ya pasó”. El había previsto, y ensayado para su conflicto final, y ganado la victoria, ahora en este teatro de una voluntad invencible, como luego en la arena de la cruz. “Quiero sufrir”, es el gran resultado de Getsemaní: “¡Consumado es!” es el grito que resuena desde la cruz. La Voluntad sin el Hecho habría sido en vano; pero su obra fue consumada cuando llevó la Voluntad ahora manifestada al Hecho palpable, “en la cual voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez” (Hebreos 10:10).
 (8) Al final de toda la escena, hallándolos todavía dormidos (agotados por la continua tristeza y ansiedad que los afligía), les manda, con una ironía de profunda emoción: “Dormid ya, y descansad: basta, he aquí ha llegado la hora, y el Hijo del hombre es entregado en manos de pecadores. Levantaos, vamos; he aquí ha llegado el que me ha entregado.” Y mientras hablaba, se acercó Judas con una banda armada. Ellos se habían mostrado “consoladores miserables”, cañas cascadas; y así en toda su obra estaba solo, y “del pueblo nadie estaba con él.”
No hay enemigos que sean tan aborrecibles como los discípulos profesos que traicionan a Cristo con un beso.
Dios no necesita nuestros servicios, mucho menos nuestros pecados, para realizar sus propósitos. Aunque Cristo fue crucificado por debilidad, fue debilidad voluntaria; se sometió a la muerte. Si no hubiera estado dispuesto a sufrir, ellos no lo hubiesen vencido.


 ¡Maranatha!




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