} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 2 CORINTIOS 5;17 // 1 JUAN 4; 12

lunes, 30 de mayo de 2016

2 CORINTIOS 5;17 // 1 JUAN 4; 12

2 Corintios 5; 17   
La más característica expresión de Pablo sobre lo que significaba ser un cristiano. La muerte y resurrección de Cristo, y nuestra identificación con él por medio de la fe, hace posible que cada uno de nosotros se convierta en una nueva criatura. En el presente, esta nueva creación sólo puede ser experimentada de forma parcial, pero debe ser nuestra máxima aspiración, mientras se completa la recreación de nuestra naturaleza. Nuestra relación con Cristo modifica todos los aspectos de la vida. Aunque en la carne sea judío, o sea gentil, sea libre o sea esclavo, en Cristo es nueva criatura, con todas las consideraciones hechas nuevas en la vista de Dios. Las normas carnales no han de ser aplicadas a las criaturas espirituales, a los hijos de Dios. Que una de éstas sea judío, o sea gentil, no tiene nada que ver.
Pablo llega, como acostumbraba, de una situación concreta y determinada a un principio básico de toda la vida cristiana: Cristo murió por todos. Para Pablo, un cristiano es, en su frase favorita, una persona en Cristo; y por tanto, la vieja personalidad del cristiano murió con Cristo en la Cruz y resucitó con Él a una nueva vida, de forma que ahora es una nueva persona, tan nueva como si Dios la acabara de crear. En esta novedad de vida, el cristiano ha adquirido una nueva escala de valores. Ya no aplica a las cosas el baremo del mundo. Hubo un tiempo en el que Pablo mismo había juzgado a Cristo según su tradición, y se había propuesto eliminar Su recuerdo del mundo. Pero ya no. Ahora tenía una escala de valores diferente. Ahora, el Que había tratado de borrar era para él la Persona más maravillosa del mundo, porque le había dado la amistad de Dios que había anhelado toda la vida.
El hombre renovado actúa sobre la base de principios nuevos, por reglas nuevas, con finalidades nuevas y con compañía nueva. El creyente es creado de nuevo; su corazón no es sólo enderezado; le es dado un corazón nuevo. Es hechura de Dios, creado en Cristo Jesús para buenas obras. Aunque es el mismo como hombre, ha cambiado su carácter y conducta. Estas palabras deben significar más que una reforma superficial. La transformación llevada a cabo en la vida del pecador, que ahora está en Cristo, es ejemplo de una nueva creación. Esta “novedad” se ve tanto en su cambio de perspectiva en cuanto a los demás, como en el cambio de una vida centrada en sí mismo a una vida de interés en otros.
El corazón del que no está regenerado está lleno de enemistad contra Dios, y Dios está justamente ofendido con él. Pero puede haber reconciliación. Nuestro Dios ofendido nos ha reconciliado consigo por Jesucristo.
Por la inspiración de Dios fueron escritas las Escrituras, que son la palabra de reconciliación; mostrando que había sido hecha la paz por la cruz, y cómo podemos interesarnos en ella. Aunque no puede perder por la guerra ni ganar por la paz, aun así Dios ruega a los pecadores que echen a un lado su enemistad, y acepten la salvación que Él ofrece. Cristo no conoció pecado. Fue hecho pecado; no pecador, sino pecado, una ofrenda por el pecado, un sacrificio por el pecado. El objetivo y la intención de todo esto era que nosotros pudiésemos ser hechos justicia de Dios en Él, pudiésemos ser justificados gratuitamente por la gracia de Dios por medio de la redención que es en Cristo Jesús. ¿Puede alguien perder, trabajar o sufrir demasiado por el que dio a su Hijo amado para que fuera el sacrificio por los pecados de ellos, para que ellos fuesen hechos la justicia de Dios en Él?
1 Juan 4; 12
Dios el Padre envió a Su Hijo como Salvador del mundo con el propósito de que los hombres creyeran en El confesando que Jesús es el Hijo de Dios, para que así Dios permaneciera en ellos y ellos en Dios. Pero los incrédulos no confesaron esto; así que Dios no permaneció en ellos, ni ellos permanecieron en Dios. Si alguien confiesa esto, Dios permanece en él y él en Dios. Llega a ser uno con Dios en la vida y la naturaleza divinas.
El requisito previo para que Dios permanezca en nosotros es, una vez, el amor fraterno; y, la segunda vez, la fe en Cristo. El amor fraterno y la fe en Cristo son, pues, intercambiables en este contexto. Podemos concluir de ahí que ambas cosas están íntimamente relacionadas en una forma que no es corriente verla, ya que el autor que presenta una vez el objeto que le interesa como amor fraterno, y la otra vez como fe en Cristo. Para el autor no existe el amor fraterno sin la fe en Cristo, y no existe la fe en Cristo sin el amor fraterno. Y como condición para la comunión con Dios, no necesita el autor mencionar sino una de ambas cosas.
La fe en Jesús no es sólo requisito previo para la fe en el amor de Dios hacia nosotros, sino que la fe en Jesús es la fe en el amor de Dios hacia nosotros. En esta concentración en lo esencial, tal como la vemos en nuestro capítulo, no se ha pensado en absoluto que la fe pudiera tener más contenidos que el amor. La obra expiatoria de Cristo es adecuada para todo el mundo, pero es necesario confesar que Jesús es el Hijo de Dios para experimentar la salvación. Entonces Dios y el creyente moran uno en el otro. Y cualquiera que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, en ése habita Dios y ése en Dios. Esta confesión abarca la fe en el corazón como fundamento; reconoce con la boca la gloria de Dios y Cristo, y confiesa en la vida y conducta contra los halagos y ceños fruncidos del mundo.

¡Maranatha! ¡ Si, ven Señor Jesús!

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