1 Juan 2;
4-6
El
que diga: «Yo he llegado a conocerle, " y no guarde Sus mandamientos, es
un mentiroso, y la verdad no tiene cabida en su vida. El amor de Dios llega a
su plenitud en cualquier persona .que guarda Su Palabra. Esta es la manera de
saber si estamos en Él: el que pretenda permanecer en él, debe vivir la misma
clase de vida que Él vivió.
Estos versículos contienen
frases y pensamientos que eran muy familiares en el mundo antiguo. Habla acerca
de conocer a Dios, y de estar en Dios. Es importante que veamos
dónde está la diferencia entre el mundo pagano en toda su grandeza y el
judaísmo y el Cristianismo. Conocer a Dios, permanecer en Dios, tener relación
con Dios siempre ha sido el anhelo del corazón humano, porque Agustín tenía
razón cuando decía que Dios nos ha hecho para Sí mismo, y que nuestros
corazones están inquietos hasta que encuentran su reposo en Él.
La enseñanza de Juan
contra los gnósticos es clara: el conocimiento meramente especulativo de Dios
que no lleve consigo la práctica de los preceptos, no vale nada. No hay conocimiento verdadero de Dios ni comunión
íntima con El si no conformamos nuestra voluntad con la de Él. La obediencia a
los mandamientos divinos nos demostrará que conocemos verdaderamente a Dios.
El que pretenda conocer a Dios sin observar sus mandamientos es un
mentiroso. Es de la misma calaña que aquel que camina en las tinieblas y, sin
embargo, se cree en comunión con Dios. El apóstol seguramente se refiere a los
falsos doctores, que se gloriaban de su ciencia, pero descuidaban los deberes
más sagrados de la vida cristiana. Con la disculpa de la libertad alcanzada por
la iluminación de la gnosis, daban rienda suelta a sus pasiones más bajas. Su
moral era prácticamente el libertinaje y la rebelión contra los preceptos
evangélicos. Por eso, el apóstol los trata de embusteros, porque su gnosis es
falsa, ya que no poseen la gracia divina, que es la única que capacita para el
verdadero conocimiento de Dios. “El verdadero conocimiento termina en el amor; y este amor se realiza de
una manera perfecta en la práctica de los mandamientos.
La palabra de Dios,
a la que hace referencia aquí San Juan, abarca toda la revelación y no tan sólo
algunos preceptos de esa revelación. El cristiano que se deja
guiar por la palabra de Dios, demuestra que en él la caridad es
verdaderamente, perfecta. Ese es el auténtico creyente. Porque conocer verdaderamente
a Dios y amarlo, es permanecer en El. Y para permanecer en El hay que practicar
los mandamientos, los cuales alcanzan su perfección en la caridad, en la
imitación de Cristo. La imitación de Cristo es la más alta norma de vida
cristiana. La compasión, es una realidad sobrenatural que Dios ha dado al
hombre. Es una verdadera participación del amor de Dios. La misma esencia
divina es misericordia, como es sabiduría y bondad. Por eso, la bondad por la
que formalmente somos buenos es una participación de la divina bondad. Así
también la compasión, con la cual formalmente amamos al prójimo, es cierta
participación de la divina caridad.
El cristiano
obediente a los preceptos divinos posee en toda su autenticidad la verdadera gracia.
El fiel y genuino cristiano ha de manifestar con sus obras que posee realmente
la gracia, el amor de Dios. Jesucristo, nuestro modelo, ha cumplido también la
voluntad de su Padre, ha guardado sus mandamientos y
nos ha dado ejemplo para que nosotros le imitásemos. El cristiano que quiera permanecer en Dios ha de imitar a Cristo. Si esto
hace, conocerá que está en Dios. Permanecer en es sinónimo de estar
en, expresiones joánicas que designan los términos de Dios en el cristiano
y la inmanencia de éste en Dios.
El cristiano que
permanezca en Cristo y Cristo en él podrá ir transformándose y uniéndose de
modo tan íntimo a Dios como los sarmientos están unidos a la vid. Pero para
conseguir esta permanencia en Cristo ha de imitarlo — andar como El anduvo —
lo más exactamente posible. Según esto, la imitación de Cristo, criterio de la
comunión con Dios, corresponde a la práctica de los mandamientos, criterio del
conocimiento y del verdadero amor de Dios.
Podemos decir que en el mundo antiguo había tres líneas de pensamiento en relación con el conocimiento de Dios.
En la
gran era clásica de su pensamiento y literatura, en los siglos VI y V antes de
Cristo, los griegos estaban convencidos de que podían llegar a Dios por un
proceso de razonamiento y búsqueda intelectual. « ¿Cómo sabes tú eso? -preguntó
Sócrates-. ¿Lo sabes de veras, o lo supones?» El joven tuvo que confesar:
"Lo supongo.» «Muy bien -respondió Sócrates-. Cuando hayamos pasado del
suponer al saber podremos hablar de esto.» Las suposiciones no eran
suficientemente buenas para el pensador griego.
Para el griego
clásico la curiosidad no era un defecto, sino la más grande de las virtudes,
porque era la madre de la filosofía. Alguien escribió sobre esta actitud: «Hay
que examinarlo todo; el mundo entero es el campo de estudio del hombre; no hay
pregunta que le sea impropio al hombre hacer; la naturaleza tiene que acabar
por dar la cara y responder; Dios mismo tiene que explicarse a Sí mismo; porque,
¿es que no hizo así al hombre?» Para los griegos de la gran era clásica el
camino hacia Dios pasaba por la inteligencia.
Hay que notar que
un enfoque intelectual a la religión no tiene que ser ético por necesidad. Si
la religión es una serie de problemas mentales, si Dios es la meta que nos
espera al final de una actividad mental intensa, la religión se convierte en
algo así como las matemáticas superiores. Llega a ser cuestión de satisfacción
intelectual y no de acción moral; y el hecho escueto es que muchos de los
grandes pensadores griegos no eran precisamente morales. Aun hombres tan
grandes como Platón y Sócrates no veían nada malo en la homosexualidad. Uno
podía conocer a Dios en el sentido intelectual, pero eso no tenía por qué
hacerle una buena persona.
Los
griegos posteriores, en el trasfondo inmediato del Nuevo Testamento, trataban
de encontrar a Dios en la experiencia emocional. El fenómeno religioso
característico de aquellos días eran las religiones misteriosas. Sea cual fuere
nuestro punto de vista de la historia de la religión, tenían unas
características sorprendentes. Su objetivo era la unión con lo divino, y todas
tomaban la forma de autos de pasión. Se fundaban en la historia de algún dios
que vivía, y sufría terriblemente, y moría cruelmente, y resucitaba. Al
iniciado se le daba un largo curso de instrucción; se le hacía practicar la
disciplina ascética. Se le trabajaba emocionalmente, guiándole a un punto
álgido de expectación y sensibilidad emocional. Entonces se le permitía pasar
al auto de pasión en el que se representaba en la escena la historia de un dios
doliente, que moría, y que resucitaba. Todo estaba diseñado para producir una
atmósfera emocional. Había una iluminación sofisticada, una música sensual; un
perfume de incienso, una liturgia maravillosa. En esta atmósfera se
representaba la historia, y el iniciado se identificaba con las experiencias
del dios hasta que podía exclamar: "¡Yo soy tú, y tú eres yo!»; hasta que
compartía el sufrimiento del dios y también su victoria e inmortalidad. Esto no
era tanto conocer a Dios como sentir a Dios. Pero era una
experiencia altamente emocional; y, como tal, era pasajera por fuerza. Era una
especie de droga religiosa. Pretendía encontrar a Dios en una experiencia
anormal, y su objetivo era escapar de la vida ordinaria.
Por
último estaba la manera judía de conocer a Dios, que estaba íntimamente
relacionada con la manera cristiana. Para el judío, el conocimiento de Dios
venía, no de la especulación humana, ni por una experiencia exótica de emoción,
sino por la propia Revelación de Dios. El Dios que Se revelaba a Sí mismo era
un Dios Santo, y Su santidad conllevaba la obligación para el adorador de ser
él también santo. Juan no puede concebir
ningún conocimiento real de Dios que no desemboque en la obediencia. El conocimiento de Dios se puede demostrar
solamente por la obediencia a Dios; y el conocimiento de Dios se puede ganar
solamente mediante la obediencia a Dios. Conocer a Dios es experimentar Su amor
en Cristo, y devolver ese amor en obediencia.
Aquí estaba el
problema para Juan. En el mundo griego estaba frente a personas que veían a
Dios como un ejercicio intelectual, y que podían decir: "Yo conozco a
Dios" sin ser conscientes de ninguna obligación ética. En el mundo griego
se enfrentaba con personas que habían tenido una experiencia emocional, y que
podían decir: «Yo estoy en Dios y Dios está en mí,» y que sin embargo no veían
a Dios en términos de mandamientos en absoluto.
Juan está decidido
a establecer de manera inequívoca y sin compromiso alguno que la única manera
en que podemos mostrar que conocemos a Dios es obedeciéndole, y la única manera
en que podemos mostrar que estamos unidos a Cristo es la imitación de Cristo.
El Cristianismo es la religión que ofrece el mayor privilegio y que impone la
mayor obligación. El esfuerzo intelectual y la experiencia emocional no se
menosprecian -¡lejos de ello!- pero deben combinarse para desembocar en la
acción moral.
Puesto que no se puede «conocer» a Dios sin
guardar sus «mandamientos», aquel a quien se refiere este versículo, es un
«mentiroso». También esta palabra tenía una resonancia más profunda de la que
tiene hoy día en nuestro lenguaje habitual. En efecto, «verdad» -en sentido
joánico- es la realidad de Dios que se revela. Frente a esto, la mentira es la
construcción de un mundo engañoso, de una realidad ficticia, la revelación del
maligno, el antagonista de Dios. Al servicio de este antagonista se halla el
hombre que afirma que posee el conocimiento de Dios y, sin embargo, rehúsa
prestar obediencia a los mandamientos de Dios y de Cristo.
La preocupación por el hecho de que
pueda afirmarse tener «comunión con Dios» sin llevar un «estilo de vida» acorde
con esta comunión remite a las parénesis de iniciación de la comunidad. O
quizás sea un reflejo de las afirmaciones defendidas por los disidentes. Para avivar esa comunión, San Juan va
reflexionando sobre algunos temas que aparecen entrelazados como en círculos
concéntricos y se contemplan cada vez con más profundidad. Son como los puntos
esenciales de una catequesis bautismal por los que el cristiano puede discernir
cuál es la comunión auténtica y cuál no lo es. La comunión con Dios se alcanza
caminando en la luz, en la sinceridad, guardando los mandamientos y
permaneciendo en la verdad de Cristo y sobre Cristo. Una comunión con Dios que
es filiación y que exige romper con el pecado y vivir con obras el mandamiento
del amor fraterno. Una comunión que conlleva la confesión de la verdad sobre
Cristo, amar como Dios ama, y creer en la acción de Dios que nos ha dado a su
Hijo.
Los creyentes sabrán quién, tan lleno de Él está su corazón (Juan_20:15).
“Así como Él anduvo” cuando estuvo en la tierra, especialmente con respecto al amor.
Juan se deleita en referirse a Cristo como al hombre modelo, con las palabras,
“así como él”. “No es su caminar sobre la mar, sino su caminar ordinario, el
que se nos manda imitar.
El amor de Dios ha sido perfeccionado en el hombre que guarda su palabra. Juan no
pretende reducir el cristianismo a una forma de legalismo. Significa que Dios
se reveló en Cristo, quien es su palabra, y que su venida es un desafío a todo
nuestro estilo de vida. Se nos desafía a dejar el egoísmo y tomar nuestra cruz;
nada menos satisfará. Como conclusión cabría esperar algo en el sentido de que
el hombre obediente sea verídico o cuente con la verdad de Dios. Pero en lugar
de ello resulta que el amor de Dios está en él, y no solamente en él,
sino perfeccionado. Juan ve el
amor, principalmente, en la divina auto entrega de Cristo, pero el término
también puede significar la respuesta del hombre a lo que Dios ha hecho; quizá
ambos conceptos estén aquí. Y esta respuesta la vivimos en la medida de nuestra
obediencia porque el amor se deleita en cumplir la voluntad de Dios. Es que no
habla de un conocimiento abstracto, frío y superficial, sino de un
«conocimiento interno», cálido y penetrante, de una verdadera comunión vital de
nuestra inteligencia con la mente y la verdad de Dios.
Juan menciona el hecho de que sabemos
que estamos en Él. ¿Es Dios? ¿Es
Cristo? Juan probablemente no haría mucha diferencia entre los dos en este
punto. Antes habló de comunión con Él, o
andar en la luz, y de conocerle, pero no debemos considerarlas como distintas,
sin relación unas con otras. Si estamos en Él disfrutamos comunión con Él,
le conocemos y andamos en luz. De todo esto podemos estar seguros si andamos como
Él anduvo. Esta expresión se refiere a toda la vida de Jesús. "Andar
como El anduvo" o vivir como vivió Cristo no significa escoger doce
discípulos, realizar grandes milagros y ser crucificado. No podemos tratar de
imitar la vida de Cristo, porque mucho de ella tuvo que ver con su identidad
como Hijo de Dios, su misión especial al morir por el pecado y el contexto
cultural del primer siglo del mundo romano. Para vivir hoy como Cristo vivió en
el primer siglo, debemos seguir su ejemplo de total obediencia a Dios y de
servicio amor fraternal a las personas.
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