} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: SIGUIENDO A CRISTO

lunes, 31 de octubre de 2016

SIGUIENDO A CRISTO


Juan 21:18- 19  De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras.
 19  Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme.

Estos versos tienen evidentemente un carácter de vaticinio, formulado después que el acontecimiento había tenido lugar. El acontecimiento no fue ni más ni menos que la muerte de Pedro. El vaticinio está formulado en un lenguaje metafórico, que contrapone juventud y ancianidad: el joven elige por sí mismo el camino de la vida, mientras que el anciano debe dejarse ceñir y guiar adonde no quiere. Esto puede haber sido una sentencia sapiencial, que el autor recoge aquí y declara mediante una aplicación a la muerte violenta de Pedro. Se trata de una de las poquísimas referencias del Nuevo Testamento a la muerte del apóstol en forma de martirio. El punto relevante es la violencia: serán otros los que dispongan de Pedro llevándole adonde él no querría ir. No es pues una mera predicción de la manera de su muerte, sino del honor que sería conferido a él por morir en nombre de su Señor. Y, en efecto, sin duda, esta predicción fué propuesta para sellar su triple restauración: “Sí, Simón, no sólo darás a comer a mis corderos y atenderás a mis ovejas, sino después de una larga carrera de tal servicio, serás contado digno de morir por el nombre del Señor Jesús.” Uniendo así esta predicción con la invitación a seguirlo, indicaría el evangelista el sentido más profundo en el cual fué entendido este llamamiento, de no acompañarlo meramente en aquel momento, sino de venir en pos de él “llevando su cruz


Según la tradición, Pedro fue ejecutado en Roma hacia el año 64, durante la persecución de los cristianos por Nerón. La leyenda asegura que fue crucificado con la cabeza abajo. Realmente nunca nos sorprenderá lo bastante el que la muerte de los apóstoles y de los discípulos dirigentes haya dejado tan escaso rastro en los escritos neotestamentarios, y eso que tales escritos, especialmente los evangelios y los Hechos de los apóstoles, aparecieron poco después. Según parece, la Iglesia primitiva no estuvo demasiado familiarizada con aquellos varones. Ciertamente que ello no se debió a impiedad. El fundamento debió estar más bien en que a través de la fe en Jesucristo se había logrado un nuevo planteamiento de las realidades fundamentales humanas que son la vida y la muerte; planteamiento radicalmente distinto del que testifican en general las pompas fúnebres de la antigüedad. A ello se sumó sin duda el temor a la opinión pública. Si, como lo hace el evangelio de Juan, se certificaba la presencia de la nueva vida en la fe y el amor, también la muerte había quedado efectivamente reducida a la impotencia en su significación para la fe. Lo decisivo era que la causa de Jesús seguía adelante. Justamente por ello la última palabra que Jesús dirige a Pedro tiene una resonancia para todos los lectores: «Tú, sígueme.» La continuidad de un cristianismo vivo no depende en definitiva de las personas, los cargos o las instituciones, que sólo desempeñan una función subordinada de servicio. Depende ante todo y sobre todo del seguimiento de Jesús. 

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