Juan 21:18- 19 De cierto, de cierto te digo: Cuando
eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo,
extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras.
19 Esto
dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto,
añadió: Sígueme.
Estos versos tienen evidentemente un carácter de vaticinio, formulado
después que el acontecimiento había tenido lugar. El acontecimiento no fue ni
más ni menos que la muerte de Pedro. El vaticinio está formulado en un lenguaje
metafórico, que contrapone juventud y ancianidad: el joven elige por sí mismo
el camino de la vida, mientras que el anciano debe dejarse ceñir y guiar adonde
no quiere. Esto puede haber sido una sentencia sapiencial, que el autor recoge
aquí y declara mediante una aplicación a la muerte violenta de Pedro. Se trata
de una de las poquísimas referencias del Nuevo Testamento a la muerte del
apóstol en forma de martirio. El punto relevante es la violencia: serán otros
los que dispongan de Pedro llevándole adonde él no querría ir. No es pues una
mera predicción de la manera de su muerte, sino del honor que
sería conferido a él por morir en nombre de su Señor. Y, en efecto, sin duda,
esta predicción fué propuesta para sellar su triple restauración: “Sí, Simón,
no sólo darás a comer a mis corderos y atenderás a mis ovejas, sino después de
una larga carrera de tal servicio, serás contado digno de morir por el nombre
del Señor Jesús.” Uniendo así esta predicción con la invitación a seguirlo,
indicaría el evangelista el sentido más profundo en el cual fué entendido este
llamamiento, de no acompañarlo meramente en aquel momento, sino de venir en pos
de él “llevando su cruz
Según la tradición, Pedro fue ejecutado en Roma hacia el año 64,
durante la persecución de los cristianos por Nerón. La leyenda asegura que fue
crucificado con la cabeza abajo. Realmente nunca nos sorprenderá lo bastante el
que la muerte de los apóstoles y de los discípulos dirigentes haya dejado tan
escaso rastro en los escritos neotestamentarios, y eso que tales escritos,
especialmente los evangelios y los Hechos de los apóstoles, aparecieron poco
después. Según parece, la Iglesia primitiva no estuvo demasiado familiarizada
con aquellos varones. Ciertamente que ello no se debió a impiedad. El
fundamento debió estar más bien en que a través de la fe en Jesucristo se había
logrado un nuevo planteamiento de las realidades fundamentales humanas que son
la vida y la muerte; planteamiento radicalmente distinto del que testifican en
general las pompas fúnebres de la antigüedad. A ello se sumó sin duda el temor
a la opinión pública. Si, como lo hace el evangelio de Juan, se certificaba la
presencia de la nueva vida en la fe y el amor, también la muerte había quedado
efectivamente reducida a la impotencia en su significación para la fe. Lo
decisivo era que la causa de Jesús seguía adelante. Justamente por ello la última
palabra que Jesús dirige a Pedro tiene una resonancia para todos los lectores:
«Tú, sígueme.» La continuidad de un cristianismo vivo no depende en definitiva
de las personas, los cargos o las instituciones, que sólo desempeñan una
función subordinada de servicio. Depende ante todo y sobre todo del seguimiento
de Jesús.
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