1Juan 2:4 El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es
mentiroso, y la verdad no está en él; 5 pero el que guarda su palabra, en éste
verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que
estamos en él.
Puesto que no se
puede «conocer» a Dios sin guardar sus «mandamientos», aquel a quien se refiere
este versículo, es un «mentiroso». También esta palabra tenía una resonancia
más profunda de la que tiene hoy día en nuestro lenguaje habitual. En efecto,
«verdad» -en sentido joánico- es la realidad de Dios que se revela. Frente a
esto, la mentira es la construcción de un mundo engañoso, de una realidad
ficticia, la revelación del maligno, el antagonista de Dios. Al servicio de
este antagonista se halla el hombre que afirma que posee el conocimiento de
Dios y, sin embargo, rehúsa prestar obediencia a los mandamientos de Dios y de
Cristo.
«En éste
verdaderamente se ha perfeccionado el amor de Dios». Por primera vez en esta
carta, cuyo gran tema es el amor, surge este concepto, que es su concepto más
central. Ahora bien, ¿qué es lo que se quiere significar aquí por el «amor de
Dios»? ¿Se habla del amor nuestro hacia Dios o del amor de Dios hacia nosotros?
¿Y qué quiere decir que este amor «se ha perfeccionado» en nosotros? Una
excelente ayuda para comprender nuestro versículo, nos la proporciona el pasaje
de 1Juan 4:12: «Si nos amamos unos a otros, Dios
permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.» Por el
contexto del capítulo no hay duda de que su «amor» es el amor que Dios nos
mostró en la entrega de su Hijo, amor que es él mismo en divina plenitud, y que
él nos comunica a nosotros, a fin de que siga dimanando y siga actuando en
forma de amor fraterno.
Pero ¿hasta qué
punto el amor “se ha perfeccionado” en nosotros? ¿En cuánto en ese amor se
agotan las posibilidades humanas de amar?
Es
que no habla de un conocimiento abstracto, frío y superficial, sino de un
«conocimiento interno», cálido y penetrante, de una verdadera comunión vital de
nuestra inteligencia con la mente y la verdad de Dios.
Juan pone
en conexión el conocimiento de Dios y la práctica de los mandamientos. Otro
tanto hace Santiago al hablar de la unión de la fe y de las obras,
y San Pablo, cuando nos dice que lo que tiene valor en la vida cristiana es la
fe actuada por la caridad. Son conceptos equivalentes, que sirven para
distinguir al verdadero fiel del hereje, del cual va a hablar. La enseñanza de
San Juan contra los gnósticos es clara: el conocimiento meramente especulativo
de Dios que no lleve consigo la práctica de los preceptos, no vale nada. No
hay conocimiento verdadero de Dios ni comunión íntima con El si no conformamos
nuestra voluntad con la de Él. La obediencia a los mandamientos divinos nos
demostrará que conocemos verdaderamente a Dios.
El que pretenda
conocer a Dios sin observar sus mandamientos es un mentiroso Es de
la misma calaña que aquel que camina en las tinieblas y, sin embargo, se cree
en comunión con Dios. El apóstol seguramente se refiere a los falsos doctores,
que se gloriaban de su ciencia, pero descuidaban los deberes más sagrados de la
vida cristiana. Con la disculpa de la libertad alcanzada por la iluminación de
la gnosis, daban rienda suelta a sus pasiones más bajas. Su moral era
prácticamente el libertinaje y la rebelión contra los preceptos evangélicos.
Por eso, el apóstol los trata de embusteros, porque su gnosis es falsa, ya que
no poseen la gracia divina, que es la única que capacita para el verdadero
conocimiento de Dios. “El verdadero conocimiento termina en el amor; y este
amor se realiza de una manera perfecta en la práctica de los mandamientos. La
obediencia a la palabra de Dios supone una serie de actos y de esfuerzos por
los cuales el amor se afirma y se perfecciona”. Este amor es el que los
fieles tienen por Dios y no el amor que Dios tiene por los hombres. A no ser
que Juan hable del amor de Dios en un sentido más alto, comprendiendo ambos
aspectos, ya que la caridad “se ha derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo (amor increado de Dios) que nos ha sido dado.”
Por contraste, el amor de Dios ha sido
perfeccionado en el hombre que guarda su palabra. Juan no pretende reducir
el cristianismo a una forma de legalismo. Significa que Dios se reveló en Cristo,
quien es su palabra, y que su venida es un desafío a todo nuestro estilo de
vida. Se nos desafía a dejar el egoísmo y tomar nuestra cruz; nada menos satisfará.
Como consecuencia del cabría esperar algo en el sentido de que el hombre
obediente sea verídico o cuente con la verdad de Dios. Pero en lugar de ello
resulta que el amor de Dios está en él, y no solamente en él, sino perfeccionado.
El amor (gr. agape) es uno de los conceptos cumbres de esta carta. Este
hecho es muy significativo dado lo reducido del libro. Juan ve el amor,
principalmente, en la divina auto entrega de Cristo, pero el término también
puede significar la respuesta del hombre a lo que Dios ha hecho; quizá ambos
conceptos estén aquí. Y esta respuesta la vivimos en la medida de nuestra
obediencia porque el amor se deleita en cumplir la voluntad de Dios.
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