1Juan 2:3
Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si
guardamos sus mandamientos.
¿Cómo podemos estar seguros de que pertenecemos a
Cristo? Este pasaje menciona dos modos de saberlo: si hacemos lo que Cristo
dice y vivimos como Cristo quiere. ¿Y qué quiere Dios que hagamos? Juan
responde en el 3.23 "que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos
amemos unos a otros". La fe cristiana verdadera se traduce en una conducta
afectuosa; esa es la razón por la que Juan dice que nuestra conducta nos otorga
la seguridad de que pertenecemos a Cristo.
A
continuación viene una prueba según la cual los hombres podemos saber si, a
pesar de nuestros fracasos, estamos en buena relación con Dios. La prueba
pregunta si guardamos sus mandamientos. Es imposible que este
conocimiento no afecte, en el diario vivir, a quienes realmente conocen a Dios.
El conocimiento es un tema importante de la epístola. El verbo “conocer” (gr. ginosko)
se repite 25 veces (y oida, otro verbo para conocer, 15 veces). Para
Juan el conocimiento de Dios no es alguna visión mística o percepción
intelectual. Se demuestra si guardamos sus mandamientos. La obediencia a
los mandamientos prueba nuestro conocimiento de Dios. El amor genuino a
Dios y una verdadera relación con Él, deben evidenciarse en la lealtad que le
profesamos.
Esta frase, evidentemente, es transición para
pasar al nuevo tema de «guardar los mandamientos». Por el hecho de que
guardamos «sus» mandamientos (según lo que precede, los mandamientos de Cristo;
pero, al mismo tiempo, por la cosa misma, los mandamientos de Dios). Conocemos
precisamente que «lo hemos conocido» a Él. «Conocer»,
en el lenguaje joánico (y ya en el Antiguo Testamento), no sólo significa un
proceso intelectual, sino también algo integral, una unión de amor. Es, por
ej., lo que ocurre cuando una persona «mira» a otra, conoce -vislumbrando- su
esencia y se une con ella. Y, así, la palabra se aplica también a la unión más
íntima entre el hombre y la mujer, en el matrimonio.
Por consiguiente, «conocerlo» significa una unión
sumamente íntima del hombre con Cristo y con Dios. Significa comunión con
Cristo y con Dios. Para el autor de nuestra carta, Cristo se halla en tal
unidad con Dios, que la comunión con Cristo es al mismo tiempo comunión con
Dios. Y ni siquiera es necesario decirlo específicamente. «En esto sabemos que lo hemos conocido (a
Cristo)» (es decir: en esto conocemos que tenemos comunión con él y hemos sido
rociados con su sangre y que él es nuestro intercesor ante el Padre), «si
guardamos sus mandamientos». Aquí, por la marcha del pensamiento, se sugiere ya
lo que más tarde se expresará más
claramente: el cristiano conseguirá certidumbre del perdón, si «permanece» en
el amor.
La
obediencia no es una virtud espectacular sino que subyace como fundamento de
todo verdadero servicio cristiano. En
esto, y sólo en esto, sabemos que
tenemos recibido conocimiento de Dios. Señales con que discernir la gracia se
dan muchas veces en esta Epístola. Se refuta por las advertencias prescientes
del Espíritu a los gnósticos, los que se jactaban de su conocimiento,
pero hacían a un lado la obediencia. Le hemos conocido como “el justo”; y como nuestro “Abogado”, o
Intercesor.
Guardamos
palabra predilecta de Juan: vigilar, guardar, tener seguro, como una
cosa preciosa: observar para guardar. Así Cristo mismo. Quiere decir, no la
perfecta conformidad, sino la aceptación sincera de toda la revelada voluntad
de Dios, y la sujeción gustosa a ella.
Mandamientos órdenes expresas de fe, amor y
obediencia. Juan nunca usa “la ley” para expresar la regla de la obediencia
cristiana: la hace referir a la ley mosaica.
¿Qué conocimiento de Cristo puede ser aquel que
no ve que Él es digno de toda nuestra obediencia? La vida de desobediencia
muestra que no hay fe ni honestidad en el profesante.
El amor de Dios es perfeccionado en aquel que
obedece sus mandamientos. La gracia de Dios en Él obtiene su marca verdadera, y
produce su efecto soberano tanto como puede ser en este mundo, y esta es la
regeneración del hombre, aunque aquí nunca sea absolutamente perfecta. Sin
embargo, esta observancia de los mandamientos de Cristo tiene santidad y
excelencia, que si fuesen universales, harían que la tierra se pareciera al
cielo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario