} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA PALABRA DE DIOS

viernes, 14 de octubre de 2016

LA PALABRA DE DIOS

    
Puesto que “no de pan solamente debe vivir el hombre, sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová” (Mt 4:4), sus mandamientos son como una lámpara que ilumina el camino del siervo de Dios en la oscuridad de este mundo. El salmista declaró: “Tu palabra es una lámpara para mi pie, y una luz para mi vereda”. (Sl  119:105.) El rey Salomón dijo: “Porque el mandamiento es una lámpara, y una luz es la ley, y las censuras de la disciplina son el camino de la vida”. (Pro 6:23.)
El apóstol Pedro había visto cumplidas muchas profecías sobre Jesucristo y había estado presente en su transfiguración en la montaña. En vista de todo esto, pudo decir: “Por consiguiente, tenemos la palabra profética hecha más segura; y ustedes hacen bien en prestarle atención como a una lámpara que resplandece en un lugar oscuro, hasta que amanezca el día y el lucero se levante, en sus corazones”. (2Pe 1:19.) Por lo tanto, al cristiano se le anima a dejar que la luz de la Palabra profética de Dios ilumine su corazón. De esta manera le proveerá guía segura “hasta que amanezca el día y el lucero se levante”.

  En el año 29 E.C. Juan, el hijo del sacerdote Zacarías, fue anunciando: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado”. (Mt 3:1, 2; Lu 1:5, 13.) Israel se había desviado de obedecer la Ley, y a Juan se le envió para predicar arrepentimiento y señalar al Cordero de Dios. Tuvo éxito en volver a muchos de los hijos de Israel hacia Jehová su Dios. (Lu 1:16.) Por consiguiente, Jesús dijo de Juan: “Aquel hombre era una lámpara que ardía y resplandecía, y ustedes por un poco de tiempo estuvieron dispuestos a regocijarse mucho en su luz. Pero yo tengo el testimonio mayor que el de Juan, porque las obras mismas que mi Padre me asignó realizar, las obras mismas que yo hago, dan testimonio acerca de mí, de que el Padre me despachó”. (Jn 5:35, 36.)
Jesús también dijo a sus discípulos: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede esconder una ciudad cuando está situada sobre una montaña. No se enciende una lámpara y se pone debajo de la cesta de medir, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así mismo resplandezca la luz de ustedes delante de los hombres, para que ellos vean sus obras excelentes y den gloria al Padre de ustedes que está en los cielos”. (Mt 5:14-16.) Por lo tanto, el siervo de Dios debería apreciar la razón por la que se le da la luz y darse cuenta de que sería totalmente insensato y desastroso no dejar que resplandeciera su luz como si se tratase de una lámpara.

  Aquello de lo que una persona depende para iluminar su camino está simbolizado por una lámpara. Con tal símbolo, el proverbio contrasta al justo con el inicuo, diciendo: “La mismísima luz de los justos se regocijará; pero la lámpara de los inicuos... se extinguirá”. (Pr 13:9.) La luz del justo continuamente se hace más brillante. Sin embargo, en el caso de los inicuos, por más que dé la impresión de resplandecer su lámpara y, como consecuencia, por próspero que pueda parecer su camino, Dios hará que terminen en oscuridad, donde sus pies, con toda seguridad, tropezarán. Este es el resultado que le espera a aquel que invoca el mal contra su padre y su madre. (Pr 20:20.)
El que se ‘extinga la lámpara’ de alguien también significa que no hay ningún futuro para él. Otro proverbio dice: “No resultará haber futuro para ninguno que es malo; la mismísima lámpara de los inicuos se extinguirá”. (Pr 24:20.)
Cuando Bildad dio a entender que Job estaba escondiendo alguna maldad secreta, dijo en cuanto al inicuo: “Una luz misma ciertamente se oscurecerá en su tienda, y en ella su propia lámpara se extinguirá”. Más adelante, Bildad añade a su argumento lo siguiente: “No tendrá posteridad ni descendencia entre su pueblo”. En vista de que se dijo que Salomón, hijo de David, era una lámpara que Dios le había dado a su padre, el apagar la lámpara de alguien puede transmitir la idea de que tal persona no tendrá progenie para recibir su herencia. (Job 18:6, 19; 1Re 11:36.)
De manera figurada, el ojo de una persona es una “lámpara”. Jesús dijo: “La lámpara del cuerpo es el ojo. Por eso, si tu ojo es sencillo (o: “es sincero; está todo en una sola dirección; está enfocado; es generoso”), todo tu cuerpo estará brillante; pero si tu ojo es inicuo, todo tu cuerpo estará oscuro”. (Mt 6:22, 23.) El ojo es como una lámpara porque permite al cuerpo andar sin tropezar o topar con algo. Naturalmente, Jesús pensaba en ‘los ojos del corazón’ (Ef 1:18), como lo muestra el contexto.
Cuando en Proverbios 31:18 se dice de la buena esposa: “Su lámpara no se apaga de noche”, se emplea una expresión figurada que significa que ella trabaja industriosamente por la noche e incluso se levanta antes del amanecer para trabajar más.
Según Proverbios 20:27, “el aliento del hombre terrestre es la lámpara de Jehová, y escudriña cuidadosamente todas las partes más recónditas del vientre”. Lo que una persona “exhala” o expresa en público, sea bueno o malo, revela o arroja luz sobre su personalidad o lo más recóndito de ella.
La expresión “la palabra de Jehová” aparece en las Escrituras, con ligeras variaciones, cientos de veces. Por medio de “la palabra de Jehová” se crearon los cielos. Dios dio la orden y esta se llevó a cabo. “Dios procedió a decir: ‘Llegue a haber luz’. Entonces llegó a haber luz.” (Sl 33:6; Gé 1:3.) No debe entenderse de esto que Jehová mismo no realiza ningún trabajo (Jn 5:17), si bien tiene miríadas de ángeles que responden a Su palabra y ejecutan Su voluntad. (Sl 103:20.)
Toda la creación, tanto animada como inanimada, está sometida a la palabra de Dios, por lo que Él puede utilizarla para cumplir sus propósitos. (Sl 103:20; 148:8.) Su palabra es confiable, pues cuando Dios promete algo, se acuerda de cumplirlo. (Dt 9:5; Sl 105:42-45.) Como Él mismo ha dicho, su palabra “durará hasta tiempo indefinido”; nunca volverá a Él sin haber realizado su propósito. (Isa 40:8; 55:10, 11; 1Pe 1:25.)
Jehová es un Dios comunicativo, en el sentido de que de diversas maneras revela a sus criaturas su voluntad y propósitos. Las palabras que Dios dirigió a ciertos hombres, como Adán, Noé, Abrahán y otros, debieron ser pronunciadas por medio de un ángel. (Gé 3:9-19; 6:13; 12:1.) A veces empleó a santos varones, como Moisés y Aarón, para comunicar sus propósitos. (Éx 5:1.) “Toda palabra” que Moisés mandó a Israel era en realidad la palabra de Dios. (Dt 12:32.) Dios también habló por boca de profetas, como Eliseo y Jeremías, y profetisas, como Débora. (2Re 7:1; Jer 2:1, 2; Jue 4:4-7.)
Muchos de los mandamientos divinos se pusieron por escrito desde el tiempo de Moisés en adelante. El Decálogo, llamado comúnmente los Diez Mandamientos y conocido en las Escrituras Hebreas como “las Diez Palabras”, primero se pronunció oralmente y después fue ‘escrito por el dedo de Dios’ sobre tablas de piedra. (Éx 31:18; 34:28; Dt 4:13.) En Deuteronomio 5:22 a estos mandamientos se les llama las “Palabras”.  
Josué escribió “palabras “ en el libro de la ley de Dios” bajo inspiración divina, igual que hicieron otros escritores bíblicos fieles. (Jos 24:26; Jer 36:32.) Con el tiempo se recopilaron todos esos escritos y formaron lo que se conoce como las Sagradas Escrituras o Santa Biblia. “Toda Escritura [...] inspirada de Dios” incluye hoy el número completo de los libros canónicos de la Biblia. (2Ti 3:16; 2Pe 1:20, 21.) En las Escrituras Griegas Cristianas a menudo se hace referencia a la palabra inspirada de Dios simplemente como “la palabra”. (Snt 1:22; 1Pe 2:2.)
Hay muchos sinónimos de Palabra de Dios. Por ejemplo, en el Salmo 119, donde aparecen referencias a la(s) “palabra(s)” de Jehová más de veinte veces, se hallan sinónimos en algunos paralelismos poéticos, como, por ejemplo: ley, recordatorios, órdenes, disposiciones reglamentarias, mandamientos, decisiones judiciales, estatutos y dichos de Jehová. Esto muestra también que en este contexto el término “palabra” se refiere a una idea completa o mensaje.
La palabra de Dios se describe de varias otras maneras, que matizan su finalidad y significado. Es “la ‘palabra’ [o “dicho” (rhe·ma)] de fe” (Ro 10:8), “la palabra [o mensaje (forma de ló·gos)] de la justicia” (Heb 5:13) y “la palabra de la reconciliación” (2Co 5:19). La palabra o mensaje de Dios es como la “semilla”, que produce mucho fruto si se planta en buena tierra (Lu 8:11-15); también se dice que sus dichos ‘corren con velocidad’. (Sl 147:15.)

  El mayor exponente y defensor de la palabra inspirada de verdad de Jehová fue el Señor Jesucristo. Asombró a las personas con sus métodos de enseñanza (Mt 7:28, 29; Jn 7:46), pero no se atribuyó el crédito a sí mismo, sino que dijo: “La palabra que ustedes oyen no es mía, sino que pertenece al Padre que me ha enviado”. (Jn 14:24; 17:14; Lu 5:1.) Los fieles discípulos de Cristo permanecieron en su palabra, lo que los libró de la ignorancia, la superstición y el temor, así como también de la esclavitud al pecado y la muerte. (Jn 8:31, 32.) A menudo era necesario que Jesús discrepara de los fariseos, cuyas tradiciones y enseñanzas invalidaban la “palabra de Dios”. (Mt 15:6; Mr 7:13.)
No es solo un asunto de oír la palabra de Dios predicada, sino que también es esencial actuar y mostrar obediencia a ese mensaje. (Lu 8:21; 11:28; Snt 1:22, 23.) Después que se preparó a fondo para el ministerio a los apóstoles y discípulos, ellos obedecieron la palabra y emprendieron la obra de predicar y enseñar. (Hch 4:31; 8:4, 14; 13:7, 44; 15:36; 18:11; 19:10.) Como resultado, “la palabra de Dios siguió creciendo, y el número de los discípulos siguió multiplicándose”. (Hch 6:7; 11:1; 12:24; 13:5, 49; 19:20.)
Los apóstoles y los que estaban con ellos no eran vendedores ambulantes de las Escrituras, como era el caso de los falsos pastores. Lo que predicaban era el franco mensaje de Dios sin adulterar. (2Co 2:17; 4:2.) El apóstol Pablo dijo a Timoteo: “Haz lo sumo posible para presentarte aprobado a Dios, trabajador que no tiene de qué avergonzarse, que maneja la palabra de la verdad correctamente”. Además se mandó a Timoteo: “Predica la palabra, ocúpate en ello urgentemente en tiempo favorable, en tiempo dificultoso”. (2Ti 2:15; 4:2.) Pablo también aconsejó a las esposas cristianas que vigilasen su conducta “para que no se  hablase  injuriosamente de la palabra de Dios”. (Tit 2:5.)
Desde que el Diablo contradijo a Dios en el jardín de Edén, ha habido muchos opositores satánicos a la palabra de Dios. Como testifican la profecía e historia bíblicas, muchas personas han perdido la vida por defender la palabra de Dios. (Apoc 6:9.) También es un hecho histórico que la persecución no ha podido detener la proclamación de la palabra de Dios. (Flp 1:12-14, 18; 2Ti 2:9.)

El poder de la Palabra y el Espíritu de Dios.

La Palabra de Dios ejerce un gran poder en sus oyentes, significa vida. Cuando Israel estaba en el desierto, Dios le demostró que “no solo de pan vive el hombre, sino que de toda expresión de la boca de Jehová vive el hombre”. (Dt 8:3; Mt 4:4.) Es “la palabra de vida”. (Flp 2:16.) Jesús pronunció las palabras de Dios y dijo: “Los dichos [rhe·ma·ta] que yo les he hablado son espíritu y son vida”. (Jn 6:63.)
El apóstol Pablo escribió: “La palabra [o mensaje (ló·gos)] de Dios es viva, y ejerce poder, y es más aguda que toda espada de dos filos, y penetra hasta dividir entre alma y espíritu, y entre coyunturas y su tuétano, y puede discernir pensamientos e intenciones del corazón”. (Heb 4:12.) Llega al corazón y revela si la persona realmente vive en armonía con los principios correctos. (1Co 14:23-25.)
La Palabra de Dios es la verdad y puede santificar a una persona para que Dios la utilice. (Jn 17:17.) Puede hacer que sea sabia y feliz, y puede llevar a cabo cualquier obra que Dios se proponga. (Sl 19:7-9; Isa 55:10, 11.) Puede equipar completamente a una persona para toda buena obra y capacitarla para vencer al inicuo. (2Ti 3:16, 17)
Sobre la predicación de Jesús se comenta: “Dios lo ungió con Espíritu Santo y poder, y fue por la tierra haciendo bien y sanando a todos los que eran oprimidos por el Diablo; porque Dios estaba con Él”. (Hch 10:38.) El apóstol Pablo convirtió a personas, hasta a paganos, no “con palabras persuasivas de sabiduría, sino con una demostración de espíritu y poder”. (1Co 2:4.) Las palabras que habló por la acción del espíritu santo de Dios, basadas en las Escrituras, la Palabra de Dios, obraron de manera poderosa para que la gente se convirtiera. Escribió a la congregación de Tesalónica: “Las buenas nuevas que predicamos no resultaron estar entre ustedes con habla solamente, sino también con poder y con espíritu santo y fuerte convicción”. (1Te 1:5.)
Juan el Bautista se presentó “con el espíritu y poder de Elías”, es decir, con su fuerza y vigor. Asimismo, el espíritu de Jehová dirigió a Juan para que hablara las palabras de Dios, que ejercen gran poder. Por esta razón pudo tener éxito en “volver los corazones de padres a hijos, y los desobedientes a la sabiduría práctica de los justos, para alistar para Jehová un pueblo preparado”. (Lu 1:17.)
No debería subestimarse el mensaje de las buenas nuevas procedentes de la palabra de Dios, la Biblia, pues las palabras que contiene son más poderosas que cualquier otra cosa que el hombre pueda hablar o imaginar. A los bereanos de la antigüedad se les encomió porque “examinaban con cuidado las Escrituras” para ver si lo que un apóstol les había enseñado era correcto. (Hch 17:11.) El “poder de Espíritu Santo” respalda y da poder a los ministros de Dios cuando declaran su poderosa Palabra. (Ro 15:13, 19.)

“La Palabra” como título. En las Escrituras Griegas Cristianas la expresión “la Palabra” (gr. ho Ló·gos) también se emplea como título. (Jn 1:1, 14; Apoc 19:13.) El apóstol Juan identificó al poseedor de este título, a saber, Jesús.  
Una prueba de que Jesús continuó siendo el Vocero o la Palabra de su Padre durante su ministerio terrestre es lo que les dijo a sus oyentes: “No he hablado de mi propio impulso, sino que el Padre mismo, que me ha enviado, me ha dado mandamiento en cuanto a qué decir y qué hablar. [...] Por lo tanto, las cosas que hablo, así como el Padre me las ha dicho, así las hablo”. (Jn 12:49, 50; 14:10; 7:16, 17.)





¡Maranatha!

No hay comentarios:

Publicar un comentario