} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LAS BUENAS NUEVAS SEGÚN JUAN

martes, 18 de octubre de 2016

LAS BUENAS NUEVAS SEGÚN JUAN

   
El último relato de los cuatro que se escribieron sobre la vida y ministerio terrestres de Jesucristo.

  Aunque el libro no menciona a su escritor, se ha reconocido casi universalmente que lo escribió el apóstol Juan. Así se aceptó desde el principio, con la excepción de un pequeño grupo del siglo II que consideró heterodoxas las doctrinas del libro y por ese motivo no lo atribuyó a Juan. Hasta el advenimiento de la “crítica” moderna no se volvió a cuestionar la autoría de Juan.
Las pruebas que ofrece el propio evangelio de que su escritor fue el apóstol Juan, el hijo de Zebedeo, son tantas y tan contundentes que silencian cualquier argumento en su contra. Aunque a continuación solo presentamos unas cuantas, el lector atento de este evangelio hallará muchas más. Entre ellas destacamos las siguientes:

1º) Es evidente que el escritor del libro era judío, como lo muestra su familiaridad con las opiniones judías. (Juan 1:21; 6:14; 7:40; 12:34.)

2) Su profundo conocimiento del país indica que era oriundo de la tierra de Palestina. Los detalles mencionados respecto a ciertos lugares muestran que los conocía personalmente. Se refirió a “Betania, al otro lado del Jordán” (Juan 1:28) y ‘Betania cerca de Jerusalén’ (Juan 11:18). Escribió que había un jardín en el lugar donde se fijó en un madero a Cristo, y una tumba conmemorativa nueva en él (19:41); que Jesús “habló en la tesorería mientras enseñaba en el templo” (Juan 8:20), y que “era invierno y Jesús estaba andando por el templo, en la columnata de Salomón” (Juan 10:22, 23).

3) El propio testimonio del escritor, así como los detalles de su narración, muestra que fue un testigo ocular. Da el nombre de los que dijeron o hicieron ciertas cosas (Juan 1:40; 6:5, 7; 12:21; 14:5, 8, 22; 18:10); precisa la hora en que ocurrieron los acontecimientos (Juan 4:6, 52; 6:16; 13:30; 18:28; 19:14; 20:1; 21:4), e indica las cantidades exactas en sus relatos (Juan 1:35; 2:6; 4:18; 5:5; 6:9, 19; 19:23; 21:8, 11).

4) El escritor era un apóstol. Nadie que no lo fuera podía haber sido testigo ocular de tantos sucesos del ministerio de Jesús. Además, su profundo conocimiento de la manera de pensar de Jesús, sus sentimientos y sus razones para determinadas acciones revelan que era uno del grupo de doce que acompañaban a Jesús durante su ministerio. Por ejemplo, nos dice que Jesús le formuló a Felipe una pregunta para probarlo, “porque él mismo sabía lo que iba a hacer”. (Juan 6:5, 6.) Jesús sabía “en sí mismo que sus discípulos murmuraban” (6:61). Sabía “todas las cosas que iban a sobrevenirle” (Juan 18:4). “Gimió en el espíritu y se perturbó”. El escritor también estaba familiarizado con los pensamientos e impresiones de los apóstoles, algunos de los cuales estaban equivocados y fueron corregidos más tarde (Juan 2:21, 22; 11:13; 12:16; 13:28; 20:9; 21:4).

5) Además, se dice que el escritor era el “discípulo a quien Jesús amaba”. (Juan 21:20, 24.) De modo que era uno de los tres apóstoles más íntimos a los que Jesús mantuvo más cerca de él en varias ocasiones, como en la transfiguración (Marcos  9:2) y en el momento de su angustia en el jardín de Getsemaní. (Mateo 26:36, 37.) De estos tres apóstoles, hay que descartar como escritor a Santiago, porque Herodes Agripa I le dio muerte alrededor del año 44 E.C. No hay ningún indicio de que este evangelio se escribiese en una fecha tan temprana. Pedro está excluido debido a que su nombre se menciona junto al del “discípulo a quien Jesús amaba”. (Juan 21:20, 21.)

  La congregación cristiana primitiva aceptó como canónico el evangelio de Juan. Aparece en casi todos los catálogos antiguos, y su autenticidad nunca se ha cuestionado. Tanto las epístolas de Ignacio de Antioquía (c. 110 E.C.) como los escritos de Justino Mártir, de una generación posterior, contienen claros indicios de haber utilizado el evangelio de Juan. Se encuentra en todos los códices más importantes de las Escrituras Griegas Cristianas: el Sinaítico, el Vaticano, el Alejandrino, el Ephraemi, el de Beza, el de Washington I y el Koridethiano, así como en todas las versiones primitivas. Un fragmento de este evangelio que contiene parte del capítulo 18 de Juan está en el Papiro 457 de John Rylands (P52), perteneciente a la primera mitad del siglo II. También se hallan partes de los capítulos 10 y 11 en el Papiro de Chester Beatty núm. 1 (P45), y en el Papiro de Bodmer núm. 2 (P66), de principios del siglo III, se encuentra una gran parte del libro.

Cuándo y dónde se escribió.
Por lo general se cree que Juan había sido libertado del exilio en la isla de Patmos y estaba en Éfeso o cerca de allí, a unos 100 Km. de Patmos, cuando escribió su evangelio, alrededor del año 98 E.C. El emperador romano Nerva (96-98 E.C.) hizo volver a muchos de los exiliados a finales del reinado de su predecesor Domiciano, entre los que puede que haya estado Juan. En la revelación que Juan recibió en Patmos, Éfeso era una de las congregaciones a las que se le mandó que escribiera.
Juan había llegado a una edad muy avanzada, probablemente tenía unos noventa o cien años cuando escribió su evangelio. Sin duda estaba familiarizado con los otros tres relatos de la vida y el ministerio terrestre de Jesús, así como con los Hechos de Apóstoles y las cartas escritas por Pablo, Pedro, Santiago y Judas. Había tenido oportunidad de ver completamente revelada la doctrina cristiana y había observado los efectos que su predicación había producido en todas las naciones. También había presenciado la aparición del “hombre del desafuero”. (2Tesalonicenses 2:3.) Había sido testigo de muchas de las profecías de Jesús que ya se habían cumplido, especialmente la de la destrucción de Jerusalén y el fin de aquel sistema de cosas judío.

El propósito del evangelio de Juan.
 Juan, inspirado por el Espíritu Santo, fue selectivo al escoger lo que debía contener su crónica, porque, como él dice, “por supuesto, Jesús también ejecutó muchas otras señales delante de los discípulos, que no están escritas en este rollo”. Además, añadió: “Hay, de hecho, muchas otras cosas también que Jesús hizo, que, si se escribieran alguna vez en todo detalle, supongo que el mundo mismo no podría contener los rollos que se escribieran”. (Juan 20:30; 21:25.)
Con esto presente, Juan declara el propósito por el que escribió su registro bajo inspiración divina, en el que omite buena parte de lo que se había escrito antes: “Pero estas han sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo el Hijo de Dios, y que, a causa de creer, tengan vida por medio de su nombre”. (Juan 20:31.)
Juan resaltó el hecho de que su narración era real y verdadera, que había acontecido (Juan 1:14; 21:24). Su evangelio es un complemento valioso al canon bíblico como testimonio presencial verdadero del último apóstol de Jesucristo que quedaba vivo.

Difundido extensamente.
 Las buenas nuevas según Juan ha sido la parte de toda la Biblia más publicada. Se han impreso y distribuidos millares de ejemplares de este evangelio por separado, además de hallarse incluido en los ejemplares de la Biblia completa.

Valor.
En armonía con la Revelación, en la que Jesucristo dice que Él es “el principio de la creación por Dios” (Apoc 3:14), Juan señala que el Hijo estaba “en el principio” con Dios y que “todas las cosas vinieron a existir por medio de él”. (Juan 1:1-3.) Por todo el evangelio subraya la intimidad de este Hijo unigénito de Dios con su Padre, y cita muchas de las declaraciones de Jesús que revelan dicha intimidad. A lo largo de todo el libro se destaca la relación Padre-Hijo, la sumisión del Hijo y la adoración de este a Jehová como su Dios. (Juan 20:17.) Esta intimidad hizo posible que el Hijo revelara al Padre como nadie más podía hacerlo y como ningún siervo de Dios del pasado había logrado hacerlo. Juan destaca el amor y el afecto del Padre al Hijo y a aquellos que llegan a ser hijos de Dios al ejercer fe en el Hijo.
Se presenta a Jesucristo como el medio que Dios tiene para bendecir a la humanidad y el único camino para acercarse a Él. Se le revela como aquel por medio de quien viene la bondad inmerecida y la verdad. (Juan 1:17.) Juan también le llama “el Cordero de Dios” (1:29), “el Hijo unigénito de Dios” (3:18), “el novio” (3:29), “el verdadero pan del cielo” (6:32), “el pan de Dios” (6:33), “el pan de la vida” (6:35), “el pan vivo” (6:51), “la luz del mundo” (8:12), “el Hijo del hombre” (9:35), “la puerta” del aprisco (10:9), “el pastor excelente” (10:11), “la resurrección y la vida” (11:25), “el camino y la verdad y la vida” (14:6) y “la vid verdadera” (15:1).
Se subraya la posición de Jesucristo como rey (Juan 1:49; 12:13; 18:33), su autoridad como juez (5:27) y la facultad de resucitar concedida por su Padre (5:28, 29; 11:25). Juan revela el papel de Cristo al enviar el espíritu santo como “ayudante” para recordar, dar testimonio de Jesús y enseñar (Juan 14:26; 15:26; 16:14, 15). Pero Juan no deja que el lector pierda de vista el hecho de que ese espíritu en realidad emana de Dios y es enviado con su autorización. Jesús mismo hizo patente que el espíritu santo no podía ser enviado de este modo como ayudante a menos que él mismo fuese primero al Padre, quien es mayor que él (16:7; 14:28). Luego sus discípulos harían obras incluso mayores, debido a que Cristo estaría de nuevo con su Padre y contestaría las peticiones solicitadas en su nombre, todo ello para que el Padre fuese glorificado (14:12-14).

Juan también pone de manifiesto que Jesucristo es el sacrificio por el que se rescataría a la humanidad. (Juan 3:16; 15:13.) Su título “Hijo del hombre” nos recuerda que estaba estrechamente relacionado con el hombre cuando se hizo carne, era pariente del hombre; por esta razón, como se prefiguró en la Ley, actuó como recomprador y vengador de la sangre. (Levítico 25:25; Números 35:19.) Cristo les dijo a sus discípulos que el gobernante de este mundo no tenía dominio sobre él, sino que él había vencido al mundo y, como resultado, el mundo estaba juzgado y su gobernante sería echado fuera. (Juan 12:31; 14:30.) A los seguidores de Jesús se les anima a que venzan al mundo manteniendo lealtad e integridad a Dios como hizo Jesús. (Juan 16:33.) Eso armoniza con la revelación que Juan había recibido, en la que Cristo repite la necesidad de vencer y promete ricas recompensas celestiales a su lado para los que estén en unión con Él. (Apoc 2:7, 11, 17, 26; 3:5, 12, 21.)

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