} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL MENSAJE DE LA BUENA NOTICIA: ¡ARREPENTÍOS Y CREED!

sábado, 8 de octubre de 2016

EL MENSAJE DE LA BUENA NOTICIA: ¡ARREPENTÍOS Y CREED!


Marcos 1:14-15

Después que metieron a Juan en la cárcel, Jesús llegó a Galilea anunciando la Buena Noticia acerca de Dios y diciendo:
-¡Ha llegado la hora señalada, y el Reino de Dios está aquí! ¡Arrepentíos y creed la Buena Noticia!
La palabra «buena nueva» expresa adecuadamente el contenido y esencia de la predicación de Jesús. Es una «nueva» noticia o mensaje que Jesús presenta por encargo de Dios cuando «ha llegado la hora señalada», un mensaje «bueno» acerca de la voluntad definitiva de Dios que quiere la salvación y redención. En este sentido, Jesús es personalmente el mensajero de Dios, como se dice en Isa_52:7, bajo la imagen del retorno de Dios a su ciudad y pueblo: « ¡Oh cuán hermosos son sobre los montes los pies del mensajero de alegría, del que anuncia la paz, de aquél que predica la buena nueva, de aquél que pregona la salvación y dice a Sión: Tu Dios es rey!» Con Jesús se acerca (Isa_1:15) la soberanía regia de Dios e irrumpe el tiempo de salvación que culminará en el reino cósmico de Dios. La «buena nueva», proclamada por Jesús, significa la paz y la salvación de Dios para los hombres, la liberación de la esclavitud del pecado y de sus tenebrosas consecuencias, la redención de la servidumbre más profunda que tiene su sede en la misma intimidad del hombre; pero significa también la promesa de una existencia que sobrepuja a la muerte y la promesa de una transformación del mundo presente en la plena gloria divina. Es Jesús quien introduce esta obra redentora de Dios, en cuanto que trae el perdón divino para los pecadores (Isa_2:5), vuelve a reunirlos con Dios bajo el hecho simbólico de sentarlos consigo a la mesa (Isa_2:16), expulsa la enfermedad y la posesión diabólica, el dolor y la muerte, mediante la fuerza salvadora de Dios que se hace presente en Él y anuncia la llegada del reino de Dios (Isa_9:1). Su persona alcanza además un significado directo para la salvación del mundo: es Él, el Único, quien da la vida por muchos  y se convierte con su transfiguración y resurrección en testigo y fiador de la gloria futura. De este modo para la Iglesia primitiva Jesús se convierte del anunciador en el anunciado, del mensajero de la buena nueva en su objeto y contenido esencial. Jesucristo, el Hijo de Dios -como añaden algunos manuscritos- es el centro de la buena nueva o Evangelio tal como lo entendió la Iglesia primitiva en su fe pascual. En Jesús tiene el Evangelio su «comienzo» y ya no cesará de ser anunciado en todo el mundo, tan cierto como que Jesús vive y que vendrá algún día como «el Hijo del hombre» en la gloria de su Padre y acompañado de los santos ángeles. A la luz de esta realidad sus palabras y obras salvíficas sobre la tierra cobran el valor de una revelación perenne y de una promesa escatológica. El Evangelio nos exhorta a convertirnos y a creer, a decidirnos por la doctrina de Jesús, a entender sus obras como signo de la gloria futura y a considerarle a Él mismo como la epifanía de Dios en este mundo
Jesús inicia su actividad pública sólo cuando su precursor fue metido en la cárcel. No se presenta como Juan en las cercanías de Judea y Jerusalén, sino en Galilea su patria chica. A primera vista esto no es más que un dato que podría omitirse; pues, por las indicaciones locales que escuchamos en el relato posterior, fue el lago de Genesaret, y más concretamente la ribera occidental entonces con mayor intensidad de población en su parte norte -desde Magdala hasta Betsaida-, el centro de la actividad de Jesús. También en este sentido tiene el Evangelio un punto de partida terrestre perfectamente delimitado. Quien ha visto aquella hermosa franja de tierra, especialmente en primavera, comprende la economía de la acción divina. En este paisaje, con la superficie luminosa del lago, las suaves colinas y el cielo alto, encaja la alegre buena nueva de la salvación que Jesús anunció a los hombres sencillos y pobres en su mayoría. Aquí encontró también el Evangelio una patria terrena. Cuando en la segunda parte del Evangelio de Marcos Jesús parte para Jerusalén y sufre la muerte en aquel centro del judaísmo, la ciudad santa del antiguo pueblo de la alianza con Dios, con la distancia geográfica nos es dado rastrear también un contraste interno. El Evangelio es un mensaje nuevo que rompe las antiguas concepciones y desencadena un movimiento que rebasa los límites del judaísmo tradicional. Después de la resurrección de Jesús los discípulos reciben la orden de regresar a Galilea para ver allí al Señor glorificado. Para el Evangelio, Galilea es como un símbolo. También Jesús se presenta como un «predicador», pues el «Evangelio de Dios» no llega de otro modo a los hombres. No es una doctrina -aunque Jesús enseñó después muchas cosas al pueblo en las sinagogas y al aire libre- al modo de la exposición escriturística que hacían los doctores judíos de la ley, ni menos aún como la exposición de un filósofo que se dirige a la razón e inteligencia de los oyentes. Se trata más bien de un mensaje que Dios mismo transmite a través de su portavoz en un determinado momento histórico y con un contenido preciso: «Se ha cumplido el tiempo; el reino de Dios está cerca».
Cada palabra tiene aquí su importancia. El tiempo del cumplimiento evoca un tiempo de espera. Es el tiempo de salvación, prometida por los profetas, los portavoces de Dios en el Antiguo Testamento, el que ahora alumbra. La expresión griega empleada aquí para designar el «tiempo», significa el momento adecuado, el término establecido. Este instante en que Jesús se presenta como heraldo del mensaje divino de salvación, estaba previsto y decretado por Dios, y ahora se ha cumplido con vigencia permanente. A diferencia de la carta a los Gálatas («la plenitud del tiempo») no se piensa tanto en los tiempos que ahora ya han pasado y se han «cumplido», cuanto en el acontecimiento que representa el comienzo de una nueva era: el tiempo de la culpa humana y de la có1era divina, el tiempo de la desgracia, ha pasado; ha comenzado el tiempo de la gracia y de la salvación.
  ¡Es el comienzo del tiempo último, que está bajo el amor y la luz de Dios (escatológico)! Que el «cumplimiento» no equivalga al «fin» se deduce de la palabra inmediata: el reino de Dios está cerca. La interpretación, según la cual el «reino de Dios» ya estaría presente de hecho, apenas es posible estando la expresión griega que significa «acercarse», «estar cerca» siempre bajo una forma temporal, de tal modo que tal proximidad constituye una realidad concreta y casi palpable. La idea sólo se puede entender teniendo en cuenta la cosa de la cual se afirma tal cercanía: el «reino de Dios». Es éste un concepto con una historia larga y de gran relieve. Para su comprensión es esencial el hecho de que Dios domina como rey. El reino de Dios o la «soberanía de Dios» o el «reinado» de Dios, como también puede traducirse, no es ninguna organización, ningún espacio delimitable, ninguna región que pueda señalarse, sino más bien un acontecimiento, la realización de una acción divina. Es verdad que Dios reina siempre de distintos modos: en la creación, en la historia, y principalmente en la dirección del pueblo de su alianza. Pero aquí se trata de algo más especial: se trata de la plena soberanía de Dios tal como la anunciaron y prometieron los profetas para el «fin de los tiempos». Cuando Jesús habla del reino de Dios sin explicaciones adicionales, está pensando en este reino divino plenamente realizado, que ha de anunciarse como el dominio victorioso de Dios sobre Israel y sobre todos los pueblos.
 ¿Afirma Jesús con ello el fin del mundo antiguo? El que Dios quiera realizar su soberanía de un modo incondicional ¿significa que debe desaparecer el mundo antiguo con sus penalidades y tinieblas, con el pecado y las necesidades del hombre? Es ésta una pregunta importante para la comprensión del mensaje de Jesús. Anuncia ciertamente la proximidad del reino de Dios, mas no una proximidad medible con el tiempo. Jesús no dice nada acerca de una inmediata transformación de las circunstancias mundanas hasta entonces vigentes. Y sin embargo para Él resulta evidente que está por aparecer algo nuevo, que de ahora en adelante Dios va a asegurar a los hombres la salud y la salvación de un modo nuevo y especialísimo.
 Todo el ministerio de Jesús reflejará esta nueva postura de Dios, por medio de sus curaciones y expulsiones de demonios, el perdón de los pecados y la compasión por todos los hombres. De este modo se da ya en el ministerio de Jesús una presencia de la soberanía divina, una presencia de la salvación; ése es el misterio del ricino de Dios. El futuro se acerca a los hombres y les pregunta si entienden los signos. También en el retorno de los hombres, en el seguimiento de los discípulos, en la reunión de la comunidad de salvación se hace operante la soberanía de Dios. La proximidad puede descubrirse y por ello su reino se ha acercado, aunque todavía no aparezca cósmicamente.
Este Evangelio de Dios, del que nadie queda excluido, ni siquiera los transgresores públicos de la ley, como los recaudadores de impuestos y prostitutas, y que se anuncia precisamente a los pobres y a quienes llevan una carga penosa, es una luz vivificante en medio de un mundo frío de odio y envidias, de malicia y violencia, es un rayo de esperanza que Jesús proyecta sobre los corazones oprimidos y desesperanzados. Pero si Dios otorga, también espera una respuesta. Su compasión no es debilidad, sino una llamada a una conducta semejante. Su amor exige un semejante amor a él personalmente lo mismo que a los semejantes. Por eso, al anuncio beatificante de la voluntad salvadora de Dios sigue la exhortación a convertirse y a creer en el Evangelio.
 Conversión es mucho más que un «cambio de mente», aunque éste se presuponga. También «penitencia» es poco, si por penitencia se entiende la reparación de la injusticia. Las prácticas de renunciamiento y expiación, aun cuando todas esas cosas puedan también exigirse. De acuerdo con la imagen del Antiguo Testamento, «conversión» significa la vuelta atrás en el camino equivocado, o más claramente, el retorno a Dios de quien el hombre se había apartado.
Los fallos morales, la maldad contra el prójimo, la injusticia y los vicios alejan de Dios al hombre, lo descarrían respecto de Dios. Entonces el hombre sólo se busca a sí mismo, quiere ser su propio señor colocándose en lugar de Dios. « ¿Cómo podéis decir: Nosotros somos sabios...? Confundidos están los sabios, aterrados y presos, porque rechazaron la palabra del Señor, y ¿qué les aprovecha su propia sabiduría?», pregunta Jeremías  8,8, el máximo profeta de la conversión en la antigua alianza.
Hasta Juan Bautista los profetas han exigido siempre la «conversión» concentrándola en cada situación histórica. A menudo se trataba de volverse de la idolatría y de la corrupción moral como condición indispensable. Después exigían la penitencia y expiación por las infidelidades contra Dios; pero lo que les interesaba sobre todo era la renovación del corazón, la vuelta interna a Dios en pureza, humildad y confianza. Quien se convierte tiene que aprender de nuevo a entenderse como criatura de Dios y dejar que Dios disponga de él. Con Jesús esta exigencia de conversión a través del mensaje de salvación, que él anuncia en la hora escatológica, adquiere su aspecto peculiar. Va unida con la exigencia de creer el Evangelio. Quien quiera «convertirse» según el pensamiento de Jesús debe empezar por responder con un sentimiento íntimo de alegría a la oferta de salvación que Dios le hace, debe aceptar el mensaje de Jesús creyendo. En la fe late una conversión vigorosa; de la conversión en la fe brota todo lo demás. La deficiente disposición a convertirse, que Jesús reprocha a las ciudades de Galilea (Mat_11:21), es una fe defectuosa. Marcos no refiere ninguna de esas palabras proféticas de exhortación y amenaza en boca de Jesús; pero también en él los discípulos de Jesús predican la conversión cuando son enviados por el Maestro (Mat_6:12). La palabra programática del comienzo dice que la conversión es necesaria para poder creer y que la conversión se realiza mediante la fe en el Evangelio de Dios. Una y otra están ligadas mutuamente. En la conversión de la fe se cumple la vuelta incondicional hacia aquel a quien Jesús anuncia como el Dios de la salvación. Mas como Dios revela y otorga su salvación a través de la acción de Jesús, la fe se muestra también en la confianza en Jesús y en las fuerzas salvadoras que se hacen presentes en él (Mat_2:5; Mat_5:34; Mat_10:52). En Jesús, el creyente abraza el reino de Dios que se abre paso y toma parte en el mismo. La fe es más que un reconocimiento y aceptación de lo que Jesús anuncia y enseña. Es también confianza en el poder salvífico de Dios (Mat_9:23 ), expulsión de toda duda y zozobra (Mat_11:23s), pleno convencimiento de la proximidad de Dios en la persona de Jesús (Mat_4:40). De este modo la fe en el Evangelio anunciado por Jesús (Mat_1:15) se transforma después de pascua en la fe en Jesús mismo, quien, como Señor exaltado a la diestra de Dios, posee todo el poder salvífico. Fe es liberación de la propia existencia mediante la entrega de sí mismo a Dios. Fe en el Evangelio es la confianza absoluta de que tal liberación está asegurada en el mensaje y persona de Jesús.

Jesús no se contenta con el anuncio general del mensaje de salvación; Jesús pasa a la acción y llama a unos discípulos. Conversión y fe tienen que realizarse en el seguimiento de Jesús; ese seguimiento es la respuesta plena a la llamada de Jesús. La vocación de los cuatro primeros discípulos junto al lago de Genesaret no sólo contiene una escena de los comienzos del ministerio de Jesús; tiene también un carácter ejemplar y un significado teológico. Desde un punto de vista histórico no era el primer encuentro de Jesús con aquellas dos parejas de hermanos, que por su profesión humana eran pescadores. Por el Evangelio de Juan sabemos que Jesús ya los había conocido cuando eran discípulos del Bautista y que los primeros contactos habían tenido efecto en el lugar de Judea en que Juan bautizaba ( Jua_1:35-51). Lo que Marcos narra es el llamamiento definitivo a los discípulos en sentido pleno, y la presentación permite conocer todas las notas del proceso decisivo de quien entra en el seguimiento de Jesús. La acción parte de Jesús. Tres elementos esclarecen el suceso: la mirada de Jesús se clava sobre estos hombres y en seguida Jesús los llama a sí. La llamada del enviado de Dios es una llamada de Dios mismo; y es categórica, poderosa, penetrante. Cuando Dios llama no cabe ningún titubeo. Pero el contenido de la llamada es un requerimiento a ir detrás de Jesús. Literalmente éste es el primer sentido: el Maestro en sus caminos y peregrinaciones va delante de sus discípulos, ellos le siguen, se dejan conducir por él. Este seguimiento, que en un sentido externo se dice también de las turbas populares, tiene en el discípulo un sentido espiritual más profundo: el discípulo entra en comunión de vida con el Maestro que desde ahora condiciona su vida e ideal, le da su doctrina c instrucciones, le señala incluso su camino en la tierra y le hace partícipe de sus tareas. El objetivo del llamamiento al discipulado se expresa simbólicamente con una palabra muy adecuada para aquellos pescadores: Os haré pescadores de hombres. La conexión con el que hasta entonces había sido el medio de vida para aquellos hombres no es casual ni rebuscada, más bien es una imagen gráfica que caracteriza la fuerza gráfica del lenguaje de Jesús. Estos hombres, llamados por Jesús a su seguimiento, deben cambiar la que hasta ahora ha sido su profesión por una superior: de ahora en adelante deben capturar con Jesús a los hombres, ganarlos para Dios y su reino. Se indica ahí el sentido primitivo del discipulado: una más estrecha unión con Jesús para compartir su propia vida y ayudarle en su predicación. El discípulo de Jesús debe estar preparado a asumir todas las consecuencias de este seguimiento, hasta llevar la cruz con Jesús y perder la propia vida por el Maestro.
 En la Iglesia primitiva, cuando ya no era posible una comunión de vida, profesión y destino con Jesús en la tierra, sólo se conservó el sentido espiritual de «imitación de Jesús» y las relaciones del discípulo se extendieron a todos los creyentes. Todos cuantos profesaban la fe en Cristo debían imitar a su Señor, que ahora había sido exaltado en el cielo; sus palabras sobre la tierra conservaban su fuerza obligatoria y su comunidad lo sabía ciertamente aun sin la presencia corporal de Jesús.
De este modo la Iglesia primitiva leía las palabras y exhortaciones de Jesús bajo una nueva luz, de una forma que le afectaban a ella y a cada uno de los cristianos. También la reacción de los primeros hombres llamados a ser discípulos adquiere una importancia permanente y actual. De nuevo hay aquí tres elementos esenciales: Simón y Andrés abandonan sus redes inmediatamente, y después Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se separan de su padre y de los jornaleros para unirse a Jesús. Ante la llamada de Jesús y de Dios se exige una obediencia pronta e incondicional (Luc_9:59-62). Las dos parejas de hermanos abandonan el trabajo que habían practicado hasta entonces, y los hijos de Zebedeo también a su padre y con él a su familia. En su relato, completado con otra tradición («la pesca milagrosa»), Lucas dice que ellos «dejándolo todo, lo siguieron» (Luc_5:11). La llamada a seguir a Jesús exige fundamentalmente la renuncia a los bienes terrenos por causa del reino de Dios ( Luc_14:33; Mar_10:21; Mat_19:12); aun cuando las circunstancias de la vida y las tareas en que el llamamiento encuentra a cada uno sean distintas. Mas el aspecto negativo de la renuncia queda eclipsado por el lado positivo: los discípulos deben ir detrás de Jesús, seguirlo. Es una distinción ser admitidos en estrecha comunión con el enviado y ungido de Dios. A pesar de las persecuciones y la muerte, su camino promete a todos sus seguidores la plenitud de vida y una recompensa cien veces mayor que todas las renuncias y privaciones (Mat_8:35; Mat_10:17). Los discípulos en un sentido más estricto, los anunciadores del Evangelio, no sólo comparten la vida pobre del Señor sino también sus poderes y sus alegrías. De este modo aparece felizmente lo que es la llamada do Dios y el seguimiento. Los lectores deben ver en esta historia, además del primer éxito de Jesús, la incipiente convocatoria del pueblo de Dios, el primer paso hacia la formación de su comunidad. No es casual que estos discípulos vengan presentados con sus propios nombres; para los lectores no son unos desconocidos sino los adelantados del círculo de discípulos de Jesús. En la sección inmediata volverán a ser nombrados; son los primeros compañeros de Jesús, los que comparten su temprana y floreciente actividad, de la que más tarde podrán ser testigos. Al propio tiempo representan a los discípulos ulteriores que Jesús va ganando, aun cuando la ampliación del círculo de discípulos simplemente se sugiere más que se describe.
 Los discípulos son los hombres de confianza de Jesús. Él les enseña acerca de su misión primordial, que es el anuncio del reino de Dios, y los protege contra los ataques judíos. Les explica en privado el sentido de las parábolas. A ellos se les ha confiado el misterio del reino de Dios, son los que le pertenecen a diferencia «los de fuera». En ellos, en su vinculación con el Señor, en su proximidad y distancia, en su elección por parte de Dios y en su pequeñez y debilidad humanas, se reconocen a sí mismos los lectores creyentes. En la falta de comprensión de los discípulos los lectores se hacen conscientes de su insuficiencia, que no impide la donación de Jesús a los suyos. De este modo, la llamada a seguir personalmente a Jesús se convierte en exhortación para sumarse, de una forma consciente, a la comunidad de discípulos del Maestro.
Hay en este resumen del mensaje de Jesús tres grandes palabras características de la fe cristiana.
(i) Tenemos la Buena Noticia. Fue por encima de todo una buena noticia lo que Jesús vino a traer a la humanidad. Si seguimos la palabra euanguelion, buena noticia, evangelio por todo el Nuevo Testamento podemos descubrir por lo menos algo de su contenido.
(a) Es la buena noticia de la verdad (Gal_2:5; Col_1:5 ). Hasta que vino Jesús, la humanidad no podía hacer más que suposiciones, y buscar a Dios a tientas. "¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!» (Job_23:3). Marco Aurelio decía que el alma no puede ver más que confusamente; `y la palabra que usa quiere decir en griego ver las cosas a través del agua. Pero con la llegada de Jesús podemos ver claramente cómo es Dios. Ya no tenemos que hacer suposiciones y andar a tientas; podemos saber.
(b) Es la buena noticia de la esperanza (Col_1:23). El mundo antiguo era un mundo pesimista. Séneca hablaba de «nuestra indefensión en las cosas necesarias.» En su lucha por la bondad, las personas eran derrotadas. La llegada de Jesús trae esperanza a corazones desesperados.
(c) Es la buena noticia de la paz (Efe_6:15). El precio de ser persona es tener una personalidad dividida. En la naturaleza humana, la bestia y el ángel están inseparablemente entremezclados. El problema humano siempre ha consistido en que uno se siente asediado tanto por el pecado como por la bondad. La venida de Jesús unifica esa personalidad desintegrada. Uno encuentra victoria sobre un yo en guerra cuando Jesucristo le conquista.
(d) Es la buena noticia de la promesa de Dios (Efe_3:6). Es verdad que los seres humanos siempre han pensado más bien en un Dios de amenazas que en un Dios de promesas. Todas las religiones no cristianas conciben un Dios exigente; sólo el Cristianismo nos habla de un Dios que está más dispuesto a dar de lo que nosotros estamos a pedir.
(e) Es la buena noticia de la inmortalidad (2 Timoteo_1:10). Para los paganos la vida era el camino hacia la muerte; la persona humana se caracterizaba por ser un ser moribundo; pero Jesús nos trajo la buena noticia de que vamos de camino a la vida, no a la muerte.
(f) Es la buena noticia de la salvación (Efe_1:13). Esta salvación no es meramente negativa; es también positiva. No es simplemente la liberación del castigo y la evasión del pecado„ pasado; es el poder para vivir la vida victoriosamente y para conquistar el pecado. El mensaje de Jesús es una buena noticia sin duda.
(ii) Tenemos la palabra arrepentíos. Ahora bien, el arrepentimiento no es tan fácil como pensamos. La palabra griega; metánoia quiere decir un cambio de mentalidad. Somos propensos a confundir dos cosas: el dolor por las consecuencias del pecado, y el dolor por el pecado mismo. Muchas personas están apesadumbradas por el lío en que las ha metido el pecado, pero saben muy bien que si pudieran estar razonablemente  seguras de que podían librarse de las consecuencias, no les importaría volver a hacerlo todo igual que antes. No es el pecado lo que odian, sino sus consecuencias.
El verdadero arrepentimiento quiere decir que la persona ha llegado, no sólo a sentir las consecuencias de su pecado, sino a odiar el pecado mismo. Por el arrepentimiento damos gloria a nuestro Creador a quien hemos ofendido; por la fe damos gloria a nuestro Redentor, que vino a salvarnos de nuestros pecados. Arrepentirse y creer en el evangelio es simplemente seguir a Jesús. El arrepentimiento quiere decir que la persona que estaba enamorada del pecado llega a aborrecerlo a causa de su indudable pecaminosidad.
(iii) Tenemos la palabra creed. «Creed -dice Jesús- la buena noticia.» Creer la Buena Noticia quiere decir simplemente tomarle la palabra a Jesús, creer que Dios es la clase de Dios que Jesús nos ha presentado, creer que Dios ama de tal manera al mundo que hará cualquier sacrificio para hacerlo volver a Él, creer que lo que nos parece demasiado bueno para ser verdad es verdad en realidad. No importa la cantidad de preparación que hemos tenido por adelantado, llega un momento para cada uno de nosotros cuando Jesús nos llama personalmente, y debemos decidir si le vamos a seguir o no.
Hay sólo un evangelio: Jesús lo predicó, lo trasmitió a sus discípulos y lo encomendó a su Iglesia. Pablo nos advirtió que jamás recibamos cualquier otro evangelio. «Cualquier otro» puede ser un mensaje manifiestamente erróneo o un argumento a favor de un mensaje desteñido, vacío de poder, aunque nominalmente cristiano. Jud_1:3 nos insta a contender por el evangelio original, «la fe que ha sido una vez dada a los santos». Sostener firmes todo «el evangelio del reino», y esperar que el Señor confirme esa «palabra» con las señales que él prometió (Mar_16:15-18).  (Col_1:27-28/Mat_3:1-2; Mat_4:17)
Aun cuando nuestro nacimiento espiritual no es como el nacimiento biológico virginal suyo, esa verdad sigue en pie. El nuevo nacimiento espiritual salva, pero necesitamos ser dotados de poder espiritual para ministrar en el poder del reino. Igualmente, nuestra justificación en Cristo somos declarados sin pecado (2Co_5:21) no nos capacita con poder del reino para el ministerio. En su encarnación, la persona y la perfección de Jesús excedieron a las nuestras en todo sentido y, no obstante, Jesús reconoció la necesidad de recibir su propio poder del Espíritu Santo para llevar adelante su ministerio. ¿Qué más hace falta decir? Que cada uno de nosotros oiga personalmente su mandamiento: «Recibid el Espíritu Santo» (Juan_20:22).  (1Co_6:9-10/Luk_9:1-2)

 ¡Maranatha!


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