} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: TESTIGOS DE CRISTO

lunes, 31 de octubre de 2016

TESTIGOS DE CRISTO



Juan 21:20-24  Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de entregar?
 21  Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste?
 22  Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú.
  23  Este dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?
 24  Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero.

Pedro preguntó a Jesús cómo moriría Juan. Jesús le contestó que no debía preocuparse por eso. Tendemos a comparar nuestra vida con otros, sea para racionalizar nuestro nivel de devoción a Cristo o para cuestionar la justicia de Dios. Jesús nos contesta en la forma que lo hizo a Pedro: "¿Qué a ti? ¡Sígueme tú!". El énfasis no descansa en la misteriosa referencia a la suerte del discípulo amado, sino en la individualización del llamamiento al discipulado. Las vías específicas varían de un individuo a otro, pero la demanda de obediencia es la misma para todos. Por el hecho de que Juan solo de los Doce sobrevivió la destrucción de Jerusalén, y así fue testigo de aquella serie de acontecimientos que pertenece a “los últimos días”, muchos intérpretes buenos creen que ésta es una predicción virtual del hecho, y no una mera suposición. Pero esto es muy dudoso, y parece más natural considerar que nuestro Señor no pensaba dar ninguna indicación positiva de la suerte de Juan, sino que era un asunto que pertenecía al Señor de los dos, quien lo revelaría o lo encubriría según creyera propio, y que le correspondía a Pedro prestar atención a sus asuntos propios. De acuerdo con esta interpretación, en el “sígueme ”, la palabra “tú” es enfática.

 La respuesta de Jesús, tal como aquí está formulada, tiene un tono de reconvención y autoridad. ¡El destino futuro del discípulo amado no le importa a Pedro para nada! Si la pregunta indaga el sentido del seguimiento, la respuesta que debe darse es evidentemente ésta: hay distintas maneras de seguir a Jesús. Una de esas maneras de seguimiento es la de Pedro, que, en razón de la violencia ajena, acabará con la muerte de martirio. Mas el otro, el discípulo amado, no está menos que Pedro en la vía del seguimiento de Jesús. Cuando Pedro se vuelve para mirarle, le ve siguiendo ya efectivamente a Jesús, por lo que nada más puede pedirse de él. Adónde los conducirá Jesús al uno y al otro, es algo que a Pedro no debe importarle, aun cuando el otro tal vez no sufra la muerte como mártir. Es perfectamente imaginable que el autor quisiera dar así una respuesta a una controversia. Pedro había sufrido el martirio como Jesús y seguramente como muchos otros discípulos. Y sin duda que con ello se había ganado un gran prestigio y veneración como seguidores radicales de Jesús, que habían llevado su cruz hasta la muerte. ¿No era, pues, la muerte de martirio la verdadera meta final, la corona victoriosa de una auténtica vida de discípulo? ¿Y cómo era que había discípulos de Jesús de la primera hora que habían alcanzado una gran longevidad sin sufrir la muerte de los mártires? O ¿cómo había cristianos en general que si estaban dispuestos a seguirle toda la vida, pero que no aspiraban abiertamente al martirio? La respuesta del autor es aquí decisiva: ambas maneras de seguimiento son adecuadas. Hay que dejar a Jesús que señale el camino a cada uno de los discípulos, pues lo que cuadra a unos no es adecuado para todos. La respuesta toma asimismo posición frente al problema que representaba el retraso de la parusía: “Si quiero que éste permanezca hasta que yo vuelva...”, se refiere a la parusía. De quererlo, Jesús tiene el poder de dejar que el discípulo viva hasta la parusía. La palabra comporta evidentemente una exageración; pero pudo haber circulado alguna vez entre el círculo joánico como una frase acerca del discípulo amado. Cuanto más anciano se iba haciendo, tanto más pudo haberse rumoreado: ¡A éste lo reserva Jesús hasta su regreso! ¡Presenciará la parusía!

Este pasaje deja bien claro que Juan tiene que haber llegado a una notable ancianidad; tiene que haber vivido una vida tan larga que se corrió la voz entre los cristianos de entonces que iba a seguir vivo hasta la Segunda Venida de Cristo. Ahora bien: de la misma manera que el pasaje anterior asignaba a Pedro su lugar correspondiente en el plan de Dios, este se lo asigna a Juan. Su misión especial sería la de ser testigo de Cristo. También en su caso los cristianos de entonces harían sus comparaciones. Mencionarían que Pablo había llegado al fin de la Tierra; que Pedro iba por acá y por allá pastoreando a los creyentes; y entonces se preguntarían cuál era la misión especial de Juan, que llegó a tal ancianidad en Éfeso que ya no podía llevar a cabo ninguna actividad. Aquí está la respuesta: Puede que Pablo fuera el pionero de Cristo; Pedro, el pastor de Cristo; pero Juan era el testigo de Cristo, el que podía decir: “Yo he vivido estas cosas, y sé que son verdad”
Hoy en día también la prueba definitiva del Cristianismo es la experiencia cristiana personal. Hoy también el cristiano es el que puede decir: “Yo conozco a Jesucristo, y sé que el Evangelio es verdad.”
Así que, en su final, este evangelio toma dos de las grandes figuras de la Iglesia, Pedro y Juan. A cada uno Jesús le asignó una misión. La de Pedro fue pastorear la grey de Cristo hasta dar su vida por Él. La de Juan fue ser testigo de la historia de Cristo, y alcanzar una bendita ancianidad para acabar muriendo en paz. Nada los hizo rivales en el honor y el prestigio, ni al uno superior al otro. Los dos fueron siervos de Cristo.
Que cada cual sirva a Cristo donde Cristo le ha puesto. Como le dijo Jesús a Pedro: "La tarea que Yo le doy a otro no es cosa tuya. Lo tuyo es seguirme” así nos lo dice a cada uno de nosotros. Nuestra gloria no depende de nuestra comparación con los demás, sino de servir a Cristo en la capacidad que Él nos ha asignado.

¡Maranatha! 


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