Juan 21:20-24
Volviéndose Pedro, vio que les seguía el
discípulo a quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había recostado al
lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de entregar?
21 Cuando
Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste?
22 Jesús
le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga,
¿qué a ti? Sígueme tú.
23 Este dicho se extendió entonces entre los
hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría,
sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a
ti?
24 Este es el discípulo que da
testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio
es verdadero.
Pedro preguntó a Jesús cómo moriría Juan. Jesús le contestó que no
debía preocuparse por eso. Tendemos a comparar nuestra vida con otros, sea para
racionalizar nuestro nivel de devoción a Cristo o para cuestionar la justicia
de Dios. Jesús nos contesta en la forma que lo hizo a Pedro: "¿Qué a ti?
¡Sígueme tú!". El énfasis no descansa en la misteriosa referencia a la
suerte del discípulo amado, sino en la individualización del llamamiento al
discipulado. Las vías específicas varían de un individuo a otro, pero la
demanda de obediencia es la misma para todos. Por el hecho de que Juan solo de
los Doce sobrevivió la destrucción de Jerusalén, y así fue testigo de aquella
serie de acontecimientos que pertenece a “los últimos días”, muchos intérpretes
buenos creen que ésta es una predicción virtual del hecho, y no una mera
suposición. Pero esto es muy dudoso, y parece más natural considerar que
nuestro Señor no pensaba dar ninguna indicación positiva de la suerte de
Juan, sino que era un asunto que pertenecía al Señor de los dos, quien lo
revelaría o lo encubriría según creyera propio, y que le correspondía a Pedro
prestar atención a sus asuntos propios. De acuerdo con esta interpretación, en
el “sígueme tú”, la palabra “tú” es enfática.
La respuesta de Jesús, tal como
aquí está formulada, tiene un tono de reconvención y autoridad. ¡El destino
futuro del discípulo amado no le importa a Pedro para nada! Si la pregunta
indaga el sentido del seguimiento, la respuesta que debe darse es evidentemente
ésta: hay distintas maneras de seguir a Jesús. Una de esas maneras de
seguimiento es la de Pedro, que, en razón de la violencia ajena, acabará con la
muerte de martirio. Mas el otro, el discípulo amado, no está menos que Pedro en
la vía del seguimiento de Jesús. Cuando Pedro se vuelve para mirarle, le ve
siguiendo ya efectivamente a Jesús, por lo que nada más puede pedirse de él.
Adónde los conducirá Jesús al uno y al otro, es algo que a Pedro no debe
importarle, aun cuando el otro tal vez no sufra la muerte como mártir. Es
perfectamente imaginable que el autor quisiera dar así una respuesta a una controversia.
Pedro había sufrido el martirio como Jesús y seguramente como muchos otros
discípulos. Y sin duda que con ello se había ganado un gran prestigio y
veneración como seguidores radicales de Jesús, que habían llevado su cruz hasta
la muerte. ¿No era, pues, la muerte de martirio la verdadera meta final, la
corona victoriosa de una auténtica vida de discípulo? ¿Y cómo era que había
discípulos de Jesús de la primera hora que habían alcanzado una gran longevidad
sin sufrir la muerte de los mártires? O ¿cómo había cristianos en general que
si estaban dispuestos a seguirle toda la vida, pero que no aspiraban
abiertamente al martirio? La respuesta del autor es aquí decisiva: ambas
maneras de seguimiento son adecuadas. Hay que dejar a Jesús que señale el camino
a cada uno de los discípulos, pues lo que cuadra a unos no es adecuado para
todos. La respuesta toma asimismo posición frente al problema que representaba
el retraso de la parusía: “Si quiero que éste permanezca hasta que yo vuelva...”,
se refiere a la parusía. De quererlo, Jesús tiene el poder de dejar que el
discípulo viva hasta la parusía. La palabra comporta evidentemente una
exageración; pero pudo haber circulado alguna vez entre el círculo joánico como
una frase acerca del discípulo amado. Cuanto más anciano se iba haciendo, tanto
más pudo haberse rumoreado: ¡A éste lo reserva Jesús hasta su regreso!
¡Presenciará la parusía!
Este pasaje deja
bien claro que Juan tiene que haber llegado a una notable ancianidad; tiene que
haber vivido una vida tan larga que se corrió la voz entre los cristianos de
entonces que iba a seguir vivo hasta la Segunda Venida de Cristo. Ahora bien:
de la misma manera que el pasaje anterior asignaba a Pedro su lugar
correspondiente en el plan de Dios, este se lo asigna a Juan. Su misión
especial sería la de ser testigo de Cristo. También en su caso los cristianos
de entonces harían sus comparaciones. Mencionarían que Pablo había llegado al
fin de la Tierra; que Pedro iba por acá y por allá pastoreando a los creyentes;
y entonces se preguntarían cuál era la misión especial de Juan, que llegó a tal
ancianidad en Éfeso que ya no podía llevar a cabo ninguna actividad. Aquí está
la respuesta: Puede que Pablo fuera el pionero de Cristo; Pedro, el pastor de
Cristo; pero Juan era el testigo de Cristo, el que podía decir: “Yo he vivido
estas cosas, y sé que son verdad”
Hoy en día también
la prueba definitiva del Cristianismo es la experiencia cristiana personal. Hoy
también el cristiano es el que puede decir: “Yo conozco a Jesucristo, y sé que
el Evangelio es verdad.”
Así que, en su
final, este evangelio toma dos de las grandes figuras de la Iglesia, Pedro y
Juan. A cada uno Jesús le asignó una misión. La de Pedro fue pastorear la grey
de Cristo hasta dar su vida por Él. La de Juan fue ser testigo de la historia
de Cristo, y alcanzar una bendita ancianidad para acabar muriendo en paz. Nada
los hizo rivales en el honor y el prestigio, ni al uno superior al otro. Los
dos fueron siervos de Cristo.
Que cada cual sirva
a Cristo donde Cristo le ha puesto. Como le dijo Jesús a Pedro: "La tarea
que Yo le doy a otro no es cosa tuya. Lo tuyo es seguirme” así nos lo dice a
cada uno de nosotros. Nuestra gloria no depende de nuestra comparación con los
demás, sino de servir a Cristo en la capacidad que Él nos ha asignado.
¡Maranatha!
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