1 Juan 1:1-4
Lo
que os estamos diciendo es lo que fue desde el principio, lo que oímos, lo que
vimos con nuestros propios ojos, lo que observamos y tocamos con nuestras
propias manos. Os estamos hablando acerca de la Palabra de Vida. (Y la Vida se
nos apareció, y La vimos y testificamos; y os estamos ahora trayendo el Mensaje
de esta Vida eterna Que estaba con el Padre y Que Se nos ha presentado). El
Mensaje que os traemos es acerca de lo que hemos visto y oído, para que también
vosotros tengáis comunión con nosotros; porque nuestra comunión es con el Padre
y con Jesucristo, el Hijo. Y os estamos escribiendo estas cosas para que
vuestro gozo llegue a su plenitud.
"Frente a la
inmediata captación de Dios, pretendida por el gnóstico, la fe cristiana
anuncia que lo divino y eterno se ha hecho palpable y captable en una singular
figura humana, Jesús".
Con el título de Cartas de San Juan se hallan
reunidas tres cartas procedentes de los albores del cristianismo. Según todas
las probabilidades, proceden de un mismo autor. Y constituyen, juntamente con
el Evangelio de Juan, el llamado grupo de escritos «joánicos» del Nuevo
Testamento, que se distinguen característicamente de los demás escritos
neotestamentarios por su conceptualidad, el movimiento de su pensamiento y su
intención de hacer formulaciones.
La lectura y meditación bíblica es más difícil en 1Juan que en el
Evangelio de Juan. Y más difícil, sobre todo, que en las cartas paulinas. ¿Por
qué? Aunque los conceptos teológicos, verbigracia, de los discursos de Jesús
que leemos en Juan, ofrecen la misma dificultad que la dicción de 1Jn, sin
embargo en el Evangelio se da corrientemente el elemento plástico e
imaginativo. Y, sobre todo, tenemos siempre el elemento personal: Jesús aparece
en escena como una persona viva; Jesús habla y actúa, nos dirige la palabra. En
cambio, en 1Jn falta por completo el carácter intuitivo de las narraciones. Y,
aunque se habla de Jesús, sin embargo ya no se le dibuja ante los ojos (Gal_3:1). Dada la peculiar concisión de la manera
de hablar de 1Juan, ni sabemos siquiera, con alguna frecuencia, si se habla de
Jesús o del Padre. Y, sobre todo, en comparación con la mayoría de las cartas
paulinas, 1Juan ofrece un contraste: en aquéllas se refleja la situación de una
comunidad viva (comunidad de la cual -principalmente en el caso de 1Corintios-
se pueden conocer muchos pormenores concretos), y puede oírse el diálogo del
apóstol que habla con ella: que habla a veces con un diálogo tan vivo. En
cambio, aquí en 1Juan, no leemos ni siquiera unas palabras de salutación, de
las que pudiéramos deducir el nombre del autor y de la comunidad a la que se
dirige la carta. El autor, a pesar de su marcada peculiaridad teológica,
aparece en segundo plano, en lo que a su imagen concreta se refiere, y sobre la
situación de los lectores, aparte de que se veían amenazados por herejías
gnósticas, sabemos aún menos que, en la carta a los Hebreos, que también se nos
ha transmitido sin indicación de remitente y destinatarios.
El autor se llama a sí mismo «el anciano»
(presbyteros). En 2Juan se dirige también la palabra a una comunidad cristiana
a la que no se designa por el nombre. Y en 3Juan se menciona a un cristiano por
nombre Gayo, que vive en una comunidad cuyo dirigente no reconoce la autoridad
del «anciano». Principalmente 2Juan nos permite conocer la situación que existe
también en el fondo de 1Juan: La comunidad está amenazada por herejes que
atentan contra los fundamentos de la fe en Cristo. Y en 3Juan se trata de la
misión que «el anciano» tiene bajo su dirección.
El autor es capaz de adoptar una postura clara y sin compromisos (2Jn_1:9-11 3Jn_1:10);
tiene clara conciencia de su misión, y está íntimamente embebido de que su
testimonio es verdadero (3Jn_1:12). Es
capaz de sentir gozo (2Jn_1:4; 3Jn_1:4), y quiere conducir a otros hacia un «gozo
cumplido» (2Jn_1:12; 1Jn_1:4). Da mucha importancia a la
conversación íntima, «de corazón a corazón». Y le parece que el mantener
correspondencia, por medio de papel y tinta, es únicamente una solución
provisional. Tiene extraordinaria capacidad de síntesis, y sabe exponer de
manera muy sencilla las grandes líneas teológicas (2Jn_1:4-9
y toda la carta 1Jn). Evidentemente,
el autor tiene una clara concepción teológica, como aparece con toda nitidez en
1Jn. Y principalmente nos enteramos por 3Jn de las consecuencias que ha tenido
personalmente, para el autor, lo atrevido de su pensamiento teológico. Enunció
lo que, según su convicción, necesitaba la Iglesia de aquella época. Pero no
cosechó sólo amistad y cooperación, sino también enemistad. Y difícilmente
habrá sido Diotrefes (véase 3Jn, 9s) su único enemigo.
IMPORTANCIA
DE 1JUAN PARA LA TEOLOGÍA Y LA VIDA CRISTIANA.
a) Hacia fines del siglo I:
La lucha emprendida por la Iglesia para defenderse de las corrientes heréticas
(protognósticas) debió de alcanzar su punto culminante hacia fines del siglo I.
La carta 1Jn desempeña, en esta lucha, un papel importante: frente a la gnosis,
traza una nueva línea de demarcación: una línea que debió de impresionar mucho
a los cristianos de entonces. Por ejemplo, la carta acentúa vivísimamente que Jesucristo
vino «en carne» . Y lo hace precisamente para oponerse a las tendencias que
pretendían separar a Jesús, como ser puramente celestial, que pretendían
separarlo -digo- del Crucificado. Podríamos objetar que el prólogo del
Evangelio de Juan dice lo mismo. ¿Qué tiene, pues, de particular esta carta?
Vislumbramos ya algo de esto particular en aquel pasaje de 1Jn_5:6, en el que se nos dice que Jesús no vino
sólo «en el agua» sino también «en la sangre». Y lo vemos, sobre todo, cuando
nos fijamos que en 1Jn el tema de la fe en Cristo está unido siempre con el
tema del amor de Dios. Y en formulaciones como la de 1Jn_5:4 («ésta es la victoria
que ha vencido al mundo: nuestra fe») se siente todo el impulso y vigor de esta
nueva formulación de las verdades cristianas. Y, así, la carta «ayudó a la
Iglesia a permanecer fiel a su esencia y a su espíritu» .
b) Hoy día: La breve pero
riquísima carta no agota todo su valor en la polémica contra las herejías de
entonces. En sus escasas páginas, esta carta pone de relieve -en breves
pinceladas- lo esencial del cristianismo. Su mensaje se agrupa en torno a los
dos enunciados acerca de Dios: «Dios es luz» (1Jn_1:5),
y «Dios es amor» (1Jn_4:8.16)6. Así,
pues, esta carta nos ofrece una excelente concentración del mensaje cristiano
en lo que constituye la esencia de este mensaje. Una breve reflexión explicará
lo que queremos decir con esto. Hoy día, un cristiano no puede vivir, mucho
menos aún que en épocas anteriores, de seguir repitiendo viejas fórmulas.
Podremos vivir como cristianos, únicamente si captamos en toda su unidad y
sencillez la realidad total que la fe nos ofrece, de tal suerte que, en todas
las crisis, podamos «remitirnos» a este único pensamiento central. Mas, para
esto, hace falta que esta intuición central -tan necesaria como la vida- de la
realidad de la fe, podamos expresarla y formularla de tal modo en nuestro
propio lenguaje, que éste sea capaz de sustentar realmente fórmulas abreviadas
de la fe, enunciadas por mí mismo y por otros.
A mi parecer, 1Juan puede ayudar, en una medida singular incluso para
el Nuevo Testamento, a una concentración del mensaje cristiano que lo condense
en aquello de lo que uno puede vivir como cristiano. Y precisamente lo que
puede prestar este excelente servicio es el compendio de toda la vida cristiana
bajo el lema del «amor», y la asociación entre el amor y la fe en Cristo:
asociación que los convierte en un acto total, en la respuesta única al
«mandamiento» que tenemos desde el principio más remoto. Esta visión global de
la fe y de la conducta ( del «caminar») del cristiano tiene su fundamento
precisamente en la forma de concebir a Dios («Dios es amor»: 1Jn_4:8.16). Tal vez su expresión más densa y útil la
hallemos en 1Jn 4;16: «Hemos llegado a creer el amor»,
el amor que Dios es, el amor que Dios manifiesta en la muerte de su Hijo, el
amor que Dios infunde en nuestro corazón por medio del Espíritu, y que ha de
seguir actuando en nosotros y por medio de nosotros como amor fraterno. He aquí
una posibilidad, una posibilidad entre muchas, pero especialmente acertada y
preciosa, de llegar a conocer, experimentar y vivir la concepción de conjunto
de nuestro ser de cristianos: esa concepción global que nos falta. Aquí se
expresa en toda su condensación por qué puede uno ser cristiano, y de qué se
vive como cristiano. Esta concentración responde precisamente a la intención del
autor de la carta, intención que aflora en diversos pasajes, avivar el
conocimiento de fe de que los cristianos «tienen vida eterna», consolidar por
tanto su seguridad de salvación, o, mejor dicho, proporcionarles la convicción
de que su ser de cristianos tiene un sentido indestructible, de que no sólo es
riqueza oculta sino también esperanza.
EL
ESTILO JOÁNICO DE LA REFLEXIÓN Y MEDITACIÓN.
La leyenda nos habla de Juan, anciano ya, que cansaba a sus oyentes a
fuerza de repetirles sin cesar: «Hijitos, amaos los unos a los otros», pero que
luego les explicó por qué insistía tanto en lo mismo. Es verdad que este rasgo
de la leyenda difícilmente encaja en la realidad objetiva de nuestra 1Jn, tal
como la tenemos hoy día. Pero podría ser una analogía de la reacción que
obviamente sentimos al leer esta carta.
El movimiento del pensamiento, en 1Jn (como en los discursos de Jesús
que leemos en el cuarto Evangelio), es característicamente circular. No nos
encontramos con una marcha dialógica del pensamiento, como en las cartas de
Pablo («Pablo escribe sus cartas como un rabino judío conduce el diálogo para
dar sus instrucciones», «va recorriendo un camino de ideas», «piensa en sentido
lineal». Lejos de eso, el movimiento de las ideas, en Juan, se parece más bien
a una contemplación y meditación. Se contempla el centro de la realidad de fe
-el amor de Dios que se revela en Jesús, y que insta a la retransmisión-; las
ideas giran circularmente en torno a este centro. Por eso, no hallamos un
avance del pensamiento ni cambio de temática, en el sentido en que nosotros lo
entendemos. Sino que, desde el principio, se está contemplando lo mismo. Por
ejemplo, en el enunciado acerca de Dios, que se nos hace en 1Jn_1:5, «Dios es luz», se contiene ya
objetivamente lo que se enuncia en 1Jn_4:8.16, «Dios es amor». Y en expresiones como «caminar en
la luz», «guardar los mandamientos» y «obrar la verdad» se encierra ya el
ejercicio concreto del amor fraterno. El autor se contenta con exponer
relativamente pocos conceptos, sobre los que vuelve una y otra vez: se trata
principalmente de los conceptos dualistas de contraste: luz y tinieblas, verdad
y mentira, odiar y amar (y, sobre todo, el sustantivo, ágape, «amor»).
Claro está que vamos a ver que la incesante variación se hace de
manera tan ingeniosa y teológicamente tan profunda, que el enunciado y la
exhortación -repetidos a menudo- se ven cada vez en aspectos nuevos y a través
de nuevas relaciones teológicas. Pero, a pesar de todo, hace falta
perseverancia y constancia de corazón para no cansarse, y para irse embebiendo
cada vez más profundamente de esa verdad y exhortación única.
Esta peculiaridad del movimiento de los pensamientos en san Juan
aparece también en la dificultad para hallar una estructuración satisfactoria
de la carta. Es verdad que aparece con claridad que la carta tiene una
estructura que va derivándose, con lógica interna, del principio
específicamente joánico. Y comprobamos con toda claridad la existencia de dos
cesuras (antes de 2,18 y antes de 4,1), las cuales -en cierto modo- justifican
para dividir la carta en tres partes principales. Ahora bien, puesto que
vislumbramos que en las distintas secciones reaparecen -a pesar de todo- los
mismos motivos, y que los epígrafes de las partes principales podrían ser, no
poco, los mismos: volvemos a encontrar la dificultad de siempre, a no ser que
tomemos como punto de partida, consecuentemente, que se trata de una evaluación
que va (girando con su meditación) en torno a unos pocos motivos fundamentales.
Así, pues, la mejor manera de conocer la estructura de la carta es
vislumbrar cuáles son los temas principales y tratar de ver cuál es su ilación.
Son dos o tres: el tema de la fe en Cristo (casi siempre en antítesis con una
herejía cristológica y gnóstica); el tema de la ágape, que aparece también con
el título de «mandamiento» o «mandamientos», y (eventualmente como tercero) el
tema de «Cristo y el pecado», que podríamos considerar como el aspecto negativo
del tema del amor.
Si en el prólogo, 1Jn_1:1-4,
podemos ver ya la primera exposición del tema «la fe en Cristo», entonces vemos
que los temas principales se distribuyen con relativa uniformidad en las tres
partes.
Estaría justificado incorporar este prólogo a la estructura de la
carta, considerándolo como la primera exposición que se hace sobre el tema de
«la fe en Cristo». Porque indicaciones sobre lo que el autor pretende con su
carta, las encontramos no sólo en este prólogo, sino también en el interior de
la carta. Por ejemplo, el pasaje de 2,12-14, por
su forma, sería -por lo menos- tan adecuado como prólogo como puede serlo
1,1-4. Y el excurso cristológico que hay en el interior del prólogo (1Jn_1:2 : «la vida se manifestó») es también
un enunciado con gran peso propio. Además, el prólogo 1,1-4
está asociado con la transición del versículo 5, por medio de la
consonancia de «anunciar» y «anuncio» o «mensaje». Por consiguiente, no sólo
está justificado sino que es necesario incorporar ya el prólogo a la primera
parte, porque de lo contrario se desatiende demasiado fácilmente su engarce con
esta primera parte. De este estado de cosas se derivan dos consecuencias tanto
para el comentario como para su utilización. Los lectores de entonces, de la
carta 1Jn, estaban habituados -por la labor de sus misioneros y maestros- a la
manera de pensar del autor. Y los conceptos con los que éste trabaja, les
resultaban familiares por el ambiente en que vivían. Estaban ya embebidos de
los pensamientos del autor. Y habían tenido tiempo para captarlos
existencialmente y en medio de la repetición habitual del culto. Por
consiguiente, las exposiciones del autor fueron seguramente mucho más claras
para los primeros lectores que para nosotros. Para colmar la diferencia que nos
separa de estos primeros lectores y oyentes del mensaje joánico, necesitaríamos
-casi me atrevería a decirlo- el hábito de meditar que tenían los monjes
medievales. El que quiera asimilarse bien esta carta, tiene que haber adquirido
la capacidad de contemplarla en la meditación: de contemplarla despacio y con
sosiego, hasta que la verdad que aquí se enuncia vaya impregnándole. La carta
presupondría a personas que tengan tiempo suficiente y que lean la carta tan a
menudo, que las palabras y el desarrollo de los diversos motivos vayan
empapando espontáneamente a los contemplativos. Esto difícilmente será posible
para ninguno de nosotros. El cristiano de hoy día apenas logrará, con la falta
de tiempo y de sosiego que reina hoy día, adentrarse en la meditación y dejar
que los pensamientos del autor vayan penetrando en él. Para ese camino
necesitamos muletas. Y esas muletas serán para nosotros las diversas
explicaciones exegéticas que nos permitan hacernos una idea de conjunto.
Y, así, esta exposición toma como punto de partida la convicción de
que los pensamientos de esta carta podrán ser fecundos únicamente para la
meditación, en el caso de muchas personas de hoy día, si esas personas logran
tener una buena visión de conjunto de la sucesión de las distintas ideas. En el
caso de Jn, más seguramente que en otros tomitos de esta colección destinada a
la lectura espiritual de la Escritura, hay que elaborar bien la trayectoria de
los pensamientos, antes de que se pueda dar comienzo a la meditación. Además,
para que el lector se asimile esta carta debidamente, necesitará -más quizás
que en otros escritos del Nuevo Testamento- seguir íntimamente el curso de las
ideas y acompañar la marcha de la argumentación.
Sobre todo, en esta carta es más necesario que en muchos otros
escritos del Nuevo Testamento, captar la concepción de conjunto, a fin de poder
comprender en su marco adecuado los enunciados particulares. Por consiguiente,
dentro del circulo hermenéutico en que ha de moverse toda interpretación
(movimiento que va desde el detalle hasta la visión global, y viceversa), en
este comentario hemos acentuado más intensamente el intento de ofrecer una
visión de conjunto... sin que, por ello, haya sufrido necesariamente la
exégesis de los detalles. Tan sólo captaremos la concepción que se esconde tras
los diversos enunciados de 1Jn, cuando logremos hallar la vinculación existente
entre los tres o dos temas principales de la misma, temas que -aparentemente-
se irían sucediendo de manera abrupta.
La concentración del autor sobre unos cuantos conceptos henchidos de
significado, hace que dichos conceptos puedan parecer estereotipados. Por
ejemplo, las palabras -repetidas tantas veces- sobre el amor fraterno podrían
parecernos una frase habitual. Con toda seguridad, en 1Jn no hay formas
estereotipadas, sino que en ella las palabras tienen su vigor original. Hay que
dejarles ese vigor. O, más exactamente: hay que recuperarlo para nosotros. Y
esto no es posible sin el constante esfuerzo por expresarlas de nuevo. Y en
este esfuerzo no hemos de desmayar, a pesar de la insuficiencia de nuestros
intentos. En la exposición no podremos evitar repeticiones, porque ha de quedar
bien claro que el autor, incluso con conceptos aparentemente distintos, se
refiere a menudo a la misma realidad objetiva. Y ha de quedar en claro,
asimismo, que se trata siempre del único tema central, que se expresa en
pensamientos y variaciones circulares. Pero hay otra razón más: un comentario
como éste se lee casi siempre fragmentariamente, por secciones (y no hay forma
de hacerlo de otra manera). Por tanto, no siempre se han evitado las
repeticiones.
No cabe duda de que, exponiendo la problemática histórica tradicional
como punto de arranque, problemática que no tiene apenas cabida en el presente
comentario (aunque, desde luego, constituya uno de sus presupuestos), podríamos
contribuir a evitar, a todo trance, que las palabras de 1Jn (por ejemplo, la
palabra «amor») sean entendidas erróneamente como simples expresiones
estereotipadas. Esta problematización apenas podrá hacerse dentro del
comentario, pero constituye uno de los presupuestos del mismo. Porque, para que
nos asimilemos en nuestra propia vida estas frases de 1Jn (para que nos las
asimilemos por medio de los presupuestos mentales que están entrañados en
nuestro vivir cristiano actual) y para que las elaboremos hace falta también
que las veamos en relación con los demás enunciados neotestamentarios acerca
del mismo tema, principalmente con los enunciados de la tradición sinóptica. La
concentración sobre el amor de Dios -el amor que se da a sí mismo y que exhorta
a seguir dándose- y la comprensión de la fe en Cristo como «fe en el amor», tal
como nos la ofrece la carta, ¿es, realmente, una legítima reinterpretación del
mensaje de Jesús y del más antiguo kerygma pospascual?
Cuando Jesús, según la tradición sinóptica, incluso en sus capas más
antiguas, proclama y vive la misericordia de Dios en favor de los pobres, de
los publicanos y de los pecadores (y, por cierto, en una forma escandalosa para
los piadosos de aquella época), y cuando Jesús lucha contra una observancia
esclerotizada de la ley, contra una observancia que, por haber entendido mal la
ley de Dios, se endurece hasta convertirse en crueldad y falta de amor, y
cuando Jesús exige el amor hasta llegar al amor de los enemigos ( Mat_5:48; Luc_6:36): entonces, objetivamente, se nos
está diciendo lo mismo que en la carta 1Jn (10). No es verdad que el amor
fraterno, según la comprensión joánica, constituya el polo opuesto al amor,
predicado por Jesús, hacia los enemigos. Es cierto que las comunidades de 1Jn
tienen conciencia de que son aborrecidas por el mundo. Pero no aborrecen al
mundo. Lejos de eso, la consecuencia de la carta es que las personas que
todavía están en las tinieblas, son amados como hermanos.
El sonido "metálico duro» de muchas palabras de Jesús que se
encuentran en la fuente de los logia, y la exigencia de decidirse en favor o en
contra de Jesús, se refleja también en la exigencia, no menos dura, de
decidirse en favor o en contra del amor, tal como vemos en 1Jn. Difícilmente
habrá nada que pueda evitar tan consecuentemente el error de creer que 1Jn es
una carta blandengue, llena de bondad, sin energía. Difícilmente habrá nada que
pueda deshacer mejor este prejuicio que la visión conjunta de esta carta a la
luz de las palabras duras pronunciadas por Jesús. Y, por otra parte, 1Jn puede
prestar también un servicio al lector de la fuente de los logia y de todo el
resto del Nuevo Testamento: el servicio de ayudarle a ver en todo lo que sucede
en Jesús y por medio de Jesús, el amor nada sentimental, el amor vigoroso y
exigente de Dios, o de afirmarlo en la obscuridad de la fe.
Aquí no encontramos unas palabras de saludo
inicial, como las que vemos en las cartas paulinas y también en la segunda y
tercera carta de san Juan. La carta comienza sin indicación de quién es el
autor y quiénes son los destinatarios. En vez del saludo inicial tenemos este
comienzo solemne y de importancia teológica. No es una "obertura» o
«exposición» en el sentido de que se escucharan ya en él todos los motivos
principales. Aquí no se habla del amor, por lo menos no se habla de manera
inmediata. Sino que aquí se trata por vez primera del tema «Cristo»: Cristo y
su obra de salvación, la significación de Cristo en orden a la salvación y el
anuncio de los testigos. La insistencia en «testificar» y en el concepto de
«vida» hace que veamos la íntima relación de esta sección con 1 Juan 5,4-12. Estos dos fragmentos constituyen,
evidentemente, un marco, un paréntesis o «inclusión» en la que se encuentra
encerrado el contenido de la carta.
¿Qué ideas quiso exponer el autor en esta
introducción? Podemos clasificar sus afirmaciones en tres grupos:
a) Proposiciones que tienen a Cristo como sujeto:
lo que era desde el principio..., la vida se manifestó.
b) Captación del acontecimiento de Cristo por
medio de los testigos (enunciados en tiempo pretérito): lo que hemos oído, lo
que hemos visto.
c) Testificación y proclamación actual (forma en
tiempo presente)...: Testificamos y os anunciamos.
Pues bien, desde un principio es importante
conocer cuál es el pensamiento que preside la carta, el pensamiento que el
autor quiere ofrecer primordialmente o la meta que él pretende alcanzar.
Para hallar el pensamiento principal, una buena
ayuda suele ser la de buscar el verbo principal. Esto resulta aquí un poco
difícil, porque la proposición de los v. 1-3 constituye una
oración que, gramaticalmente, no continúa lo mismo que empezó. El verso 2 es
una intercalación; el verso 1 continúa en el verso 3. Pero, al fin, queda claro
que el verbo principal se encuentra al reanudarse el pensamiento en el verso 3:
«anunciamos». A continuación inmediata se nos indica también la meta que el
autor quiere alcanzar. Esta meta es la «comunión». Pero lo que nos sorprende,
es que no se habla inmediatamente de la
comunión con Dios y con Cristo. Es verdad que las ideas de los versos 1 y 2,
que también pretenden servir a esta meta, tienen su peso propio: hasta tal
punto, que aparece el del verso 2. Hay también otra característica de esta
sección. El movimiento de ideas comienza con la forma neutra «lo que». Después
hallamos el concepto de «vida», que se refiere a la persona en último término.
Y su nombre sólo se menciona al final del verso 3: Jesucristo.
Conscientemente, las primeras palabras acentúan
ya el misterio. Todavía no se menciona el nombre de aquel a quien se refieren.
Ni siquiera se emplea el género masculino, sino el neutro: "Lo que era
desde el principio.» Podríamos traducir también: "Lo que era desde el
origen.» No aparece claro qué es lo que se quiere decir exactamente por este
«desde el principio»: ¿desde el principio de la creación, es decir, desde el
absoluto principio y origen de toda la creación, principio y origen que es el
Padre? Ahora bien, si tenemos en cuenta la índole de nuestra carta, que se
interesa menos por delimitaciones temporales que por Dios como razón primordial
de la luz y del amor que se manifiesta, entonces se traducirá de manera
parecida a como se traduce en el prólogo del Evangelio de San Juan o, mejor, en
Jua_17:24 :
"...mi gloria, la que me has dado, porque me has amado desde antes de la
creación del mundo». Ambas cosas podrían estar indicadas en 1Jn_1:1 : la
realidad de la que ahora va a hablarse, llega hasta la eternidad, hasta
"antes de la creación del mundo», y procede de la eterna razón primordial
del amor de Dios.
Hacia el final de la frase se denomina de otra
manera esta realidad. Se llama: "el Logos de la vida». Pero se conserva el
lenguaje con sabor a misterio. La realidad a la que se alude, no es equiparada
formalmente con la vida (divina): "Acerca del Logos de la vida», se dice
literalmente. El "Logos de la vida» es semejante a lo que, en el prólogo
del Evangelio de San Juan, es la Palabra de la revelación personal de Dios, la
«Palabra», en la que Dios se revela a sí mismo. Se trata de la "Palabra»,
que por la revelación de la "vida» -de la plenitud divina de vida- difunde
vida. O más exactamente: esa Palabra puede difundir la vida, porque contiene en
sí misma la vida de Dios. Acerca de este misterio del Logos divino de la vida,
del Logos que existe desde el origen primordial de la eternidad, los testigos
no sólo hacen declaraciones teológicas, sino que afirman mucho más: ellos han
escuchado esta primordialísima realidad del Logos de la vida (el oír está en
primer lugar, porque una "palabra» es oída primero), la han visto, la han
«contemplado» con sus propios ojos, y
la han palpado con sus manos.
Esta enorme pretensión tendrá sentido únicamente, si el Logos
realmente «se hizo carne», tal como se dice en el prólogo del Evangelio de San
Juan. La necesidad de expresar aquí una confesión de fe en la encarnación se
impone tan intensamente al autor, que queda rota la estructura de la frase y se
añade una nueva frase a la anterior, que queda inconclusa. La encarnación del
Logos, de la que habla Jua_1:14, es
revelación de la vida divina. Por medio de las expresiones realistas («ver con
nuestros propios ojos», «palpar») del versículo 1, de las que se recoge aquí de
nuevo la expresión de «ver», queda inconfundiblemente claro que esta
manifestación no es la manifestación de un espíritu, sino de Jesucristo «venido
en carne» (1Jn_4:2).
Pero al «hemos visto» se añade ahora lo que los testigos quieren hacer
con respecto a los lectores a quienes están dirigiendo la palabra:
«Testificamos y os anunciamos. . . » ¿Qué es lo que se anuncia? La «vida
eterna» (la plenitud de lo que el hombre de aquella época, con su anhelo tan
tensamente religioso, esperaba), «que estaba en el Padre y se nos manifestó».
Con las palabras «que estaba en el Padre» se recoge, seguramente, y se
esclarece la expresión introductoria: «lo que era desde el principio».
El versículo 3 ofrece la conclusión de los
versículos 1 y 2. Los testigos no anuncian ideas filosóficas, sino lo que «han
oído y visto». Pero ahora se indica cuál es la finalidad de este anuncio que se
hace. Esperaríamos, seguramente, que se nos dijera: "...para que también
vosotros tengáis comunión con Dios (o con Cristo)». En vez de esto, se nos dice
-sorprendentemente- en primer lugar: «para que también vosotros tengáis
comunión con nosotros», es decir, con los testigos. Los testigos, por su parte,
tienen «comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo». La sucesión de ideas
en los versículos 3a/3b pretende expresar: La comunión con Dios, según la mente
del autor, se da tan sólo -evidentemente- por medio de la comunión con los
testigos. Por lo demás, aquí se menciona ya finalmente el nombre al que se
estaba aludiendo desde el principio: Jesucristo.
Si en el versículo 3 se había mencionado la
finalidad de la predicación, ahora se menciona cuál es la finalidad de la
carta. ¿Quedarán muy lejos ambas metas?
Evidentemente, la comunión con Dios se considera
como fuente de gozo. Si el anunciar y el escribir producen la comunión con los
testigos y, por tanto, la comuni6n con Dios, entonces producen también un «gozo
colmado». Pretende decirse con ello que el gozo destinado por Dios para los
cristianos -¡un gozo grande!- llega a realizarse.
Hacia el final de la carta, en 5,13, encontramos
una proposición en la que se indica de manera parecida la finalidad de la
carta: «Os escribo estas cosas... para que sepáis que tenéis vida eterna.» El
autor escribe para fortalecer en sus cristianos la seguridad de salvación. Esto
es lo mismo que lo que el autor nos dice en 1,4 acerca de la finalidad de su
carta. Porque esta seguridad de salvación (que se logra por medio del «amor
cumplido», véase: 2,5 y 4,12) es el «gozo colmado».
Pues bien, ¿quiénes son esos que «testifican» de
los que aquí se habla en plural? La cuestión es importante, si queremos
actualizar el texto. No existiría ningún problema, si aquí pudiéramos oír
hablar al apóstol san Juan, y a él solo. Pero contra esta interpretación,
demasiado simple y que ha dominado durante mucho tiempo, hay muy serias
objeciones. ¿Hasta qué punto se utiliza aquí el número plural? ¿No hablará el
apóstol en plural mayestático? No es probable. Principalmente por la oposición
que hay entre «nosotros» y «vosotros», hay que suponer la existencia real de un
grupo de testigos, cuyo portavoz es el autor de la carta. ¿Y es probable que,
hacia fines del siglo I, vivieran todavía, junto con el apóstol san Juan, un
buen número de testigos oculares?
Por otro lado, es imposible volatilizar los
conceptos de 1Jn_1:1-4, como si se
tratara de algo puramente intelectual o mental. Este «ver» no es sólo una
contemplación de fe, sino que tiene -al menos- que incluir como fundamento la
visión corporal por parte de testigos oculares.
Por tanto, la cuestión es la siguiente: "Los
que aquí hablan, ¿afirman que han sido realmente oculares y auriculares de los
acontecimientos históricos, compañeros íntimos de Jesucristo durante sus días
de vida en la tierra? ¿O las macizas expresiones del versículo 1 pueden
entenderse también de otra manera?».
La solución del aparente dilema podría estar
quizás en lo siguiente: Los conceptos realistas de la percepción deben
explicarse, en gran parte, por contraste con la herejía gnóstica, a la que la
carta trata de combatir. El camino de salvación que la herejía se propone
ofrecer, es la unión inmediata con lo divino por medio de la gnosis. El
gnóstico pretende, en cierto modo, captar inmediatamente a Dios con la energía
mística de su gnosis. Niega que la carne del Logos sea camino de salvación, por
cuanto niega en general la encarnación. La carta entera se opone a la mentira
cristológica de los herejes, es decir, a su engañoso mensaje de salvación que
habla de la unión inmediata con lo divino. Y a esta mentira, contrapone la
clara verdad cristiana: la comunión con Dios sólo se da por medio de la fe en
el Logos encarnado, en la venida de Jesús en carne22.
Los primeros versículos de la carta son la
proclamación de lo palpable que ha llegado a ser lo eterno y divino en la carne
de Cristo. La experiencia crística, la experiencia de Cristo, se ha formulado
de esta manera, para contraponer -frente a la gnosis- cuál es el verdadero
camino cristiano de salvación. Y puesto que la encarnación es un acontecimiento
histórico real, los testigos oculares de la vida de Jesús tienen, en todos los
tiempos, una tarea especial en la predicación eclesial de la fe. La
encarnación, en las generaciones posteriores, sólo podrá testificarse en
conexión íntima con los testigos oculares.
En el caso de nuestra carta, esto resultaba
posible de manera especial. El grupo del que se hace portavoz el autor de esta
carta, transmite la predicación de un destacado testigo ocular (según la
tradición de la Iglesia se trata de Juan, el hijo de Zebedeo). Es un círculo de
colaboradores o discípulos que tienen el encargo y el derecho de mancomunarse
con él en la predicación. El que lee esta carta, no sólo escucha la predicación
de la segunda generación de testigos oculares, sino que entabla contacto con
los verdaderos testigos oculares.
Para completar, señalemos lo siguiente: para el
círculo joánico, la fe en Cristo no es sólo una opinión o un considerar algo
como verdadero, sino que es un contacto real con Cristo mismo hecho carne. La
carta 1Jn, con sus conceptos realistas de percepción en el v. 1s, ¿no
pretendería expresar que la fe es un contacto real con Jesús encarnado? En Jua_20:29 se dice a
Tomás: « ¡Bienaventurados los que no vieron y creyeron!» La fe de los que no
ven no es «cosa menor» que el ver y palpar que se le ofreció a Tomás, según Jua_20:25 , sino, al contrario, la fe es precisamente
lo que Dios quiere como respuesta, y lo que recibe la promesa.
Lo cierto es, en todo caso, que en 1Jn_1:1 hablan
testigos oculares de la vida de Jesús. La cuestión es únicamente si estos
testigos hablan de manera directa a los lectores, o bien -aquí- la segunda
generación de testigos recoge sus palabras. Creemos que esto último es lo que
hay que afirmar. En este caso, se realiza aquí una exigencia que recae sobre
cualquier generación cristiana de testigos: la de vincular la propia experiencia
de fe con el testimonio de los testigos oculares.
Estamos convencidos de que el texto está
dispuesto, por su propia naturaleza, para oírlo espiritualmente, vemos que es
legitimo «prolongarlo» para que llegue también a nuestros oídos. En este texto
encontramos dos posibilidades: podemos vernos a nosotros mismos en el papel de
interpelados por la carta, de lectores de la misma. Pero podemos vernos también
en el papel de los testigos.
a) Los testigos quieren que este mensaje se
escuche entre sus primeros oyentes y lectores. El que hoy día quiere leer con
fe estos versículos de 1Jn_1:1-4, tendrá
que identificarse en primer lugar (he ahí lo más importante y lo que más
corresponde al texto) con estos primeros oyentes de los testigos. Y, así,
escuchamos el mensaje de la encarnación de la vida: lo escuchamos, digo, de
labios de los testigos que han recibido de Cristo y de su Espíritu el encargo
de testificar, y que están unidos con los primeros testigos oculares. Nos vemos
ante la decisión de creer en el duro mensaje, en el mensaje improbable para el
hombre entregado al cosmos, de que el Logos de la vida se ha hecho palpable, de
que ha entrado en la limitación. Pero nosotros sabemos que si aceptamos en la
fe este mensaje, entonces él nos integra en la comunión de los testigos. Y
mucho más aún: nos integra en la comunión con Dios mismo. Porque la comunión
con Dios no se comunica a cada individuo en particular, sino que se transmite
por medio de la comunión con hombres. La gran comunión de la Iglesia, en la
cual esto acontece, y también los distintos hombres particulares, por medio de
los cuales Dios quiso comunicarnos personalmente su comunión, son un regalo que
Dios nos hace. Y nosotros sabemos (en el sentido en que el autor entiende el
saber de fe) que la fe en la comunión con Dios nos da la plena alegría, el gozo
«colmado», que Dios ha destinado para nosotros.
b) Por medio de la comunión con los testigos,
nosotros mismos llegamos a ser testigos. Todo depende ahora de que estemos
convencidos de la realidad de «la vida» que «se manifestó». Sin genuina
experiencia de la fe, nadie puede convertirse en instrumento para suscitar en
otros la fe. Cuando anunciamos a Cristo como la vida, entonces no sólo queremos
comunicar saber, sino también atraer a otros a nuestra comunión, y con ello a
la comunión con el Padre y el Hijo, la cual significa la salvación y el «gozo
colmado». Atraer a otros a la «comunión con nosotros», es decir, a la Iglesia.
Pero es curioso que 1Jn no emplee esta expresión. No suena ni siquiera la idea
de una organización que pudiera sugerirse por la palabra "Iglesia». Según
este lugar, debemos considerar a la Iglesia sencillamente como una comunión
personal.
Si aquí preferimos la lectura variante del
versículo 4, "para que sea colmado nuestro gozo", entonces esta
variante -a pesar de la probabilidad, mucho mayor, de la variante que hemos
recogido antes, en la traducción- puede ofrecernos una sugerencia: Cuando un
creyente se convierte en testigo, transmite la comunión con Dios, entonces su
alegría se hace plena, su gozo "se colma».
No debemos silenciar una dificultad que se nos
impone. Muchas personas, hoy día, no quieren saber ya nada de la «vida eterna».
Rechazan lo que entienden por ella. Y, así, lo primero que hay que hacer es
limpiar de suciedad y herrumbre el concepto de «vida eterna» (es decir, de
«vida divina»): suciedad y herrumbre que ha ido cogiendo a lo largo del tiempo.
Hemos de pulir este concepto, y volver a dejarlo resplandeciente. El hombre de
sensibilidad helenística, a fines del siglo I, difícilmente valoraba la vida
terrenal como una plenitud. En cambio, para nosotros, que somos hombres de hoy
día, la plenitud de la vida y del mundo, esa plenitud que tratamos de descubrir
y dominar, puede ocultarnos la perspectiva de una plenitud mayor que nos está
prometida. No se trata, pues, de recaer en la hostilidad hacia el mundo, esa
hostilidad que caracterizaba al ambiente histórico-religioso en que apareció
1Jn. Sino que lo que hay que hacer es captar el mensaje de esta carta en toda
su profundidad. Y entonces veremos que la afirmación de la creación en nuestro
sentido de hoy día y la promesa de la vida eterna en el sentido de esta carta
no sólo son compatibles, sino que además la vida actual experimentará también
una ayuda decisiva por medio de este mensaje: porque la fuerza del amor, por el
que se nos promete la vida eterna, enriquece ya de manera insospechada la vida
actual.
Vemos ahora que esta introducción de la carta tiene mucha semejanza
con el prólo0go -más conocido para nosotros- del Evangelio de Juan. Aquí lo que
nos interesa es lo peculiar de 1Jn por contraste con el Evangelio. Así, pues,
mencionamos en primer lugar los puntos de contacto, lo que tienen en común. Y
ahora nos preguntamos por lo peculiar de 1Jn con respecto al Evangelio.
Lo común es, principalmente, que en ambos casos se habla de la
preexistencia de la «Palabra», del ser premundano de la «Palabra» (Logos; en
1Jn: «Logos de la vida»), y de su encarnación (en 1Jn: «... se manifestó»).
También se acentúa en ambos casos que los testigos lo "vieron» o lo
«contemplaron». Se dice, igualmente, que el Logos, en el principio más
primordial, estaba «junto a Dios» o «en el Padre». Asimismo, el concepto de
«vida» tiene mucha importancia en ambos casos.
Ahora bien, frente a estos puntos comunes destaca también la
peculiaridad de 1Jn. La vemos principalmente por el fin que el autor persigue y
que se nos indica en el v. 3. Porque la introducci6n de 1Jn tiene como meta
enunciar otra cosa que el prólogo del Evangelio. El prólogo es una «obertura»
independiente para el Evangelio, es un "amplio himno al Logos». Entre sus
importantes motivos se cuenta la repulsa del Logos luz por parte de las
tinieblas. Precisamente por esto el prólogo es un preludio de ulteriores partes
del Evangelio.
La introducción de 1Jn no pretende, frente a esto, desarrollar
nuevamente la doctrina del Logos. No pretende describir en sí el acontecimiento
de salvación. No pretende hablarnos de la Luz divina y de que ésta fue
rechazada por el cosmos. Sino que lo que quiere es hablar a la situaci6n
concreta de una comunidad. Esta comunidad está amenazada por la herejía que
ataca la encarnación del «Logos de la vida». Por eso, lo más importante es que
los lectores se convenzan o sigan convencidos de lo fidedigna que es esta
doctrina. La carta "comienza allá donde se habla de la experiencia de
aquellos que conocieron al divino Revelador y Portador de la vida, y lo
aceptaron con fe»
Cualquier persona,
cuando se sienta para escribir una carta o se levanta para predicar un sermón,
tiene algún objetivo a la vista, quiere producir algún efecto en las mentes y
corazones y vidas de su audiencia. Y aquí, al principio de su carta, Juan
especifica sus objetivos al escribir a su pueblo.
(i) Es su deseo producir comunión entre los
hombres y comunión con Dios. El propósito del pastor siempre debe ser
traer a las personas a una comunión más íntima entre sí, y también con Dios.
Cualquier mensaje que produzca división, es un mensaje falso. El mensaje
cristiano puede resumirse por sus dos grandes objetivos: el amor al prójimo y
el amor a Dios.
(ii) Es su deseo traerle gozo a los suyos.
El gozo es la esencia del Cristianismo. Un mensaje cuyo único efecto sea
deprimir y desanimar a los que lo oigan se ha quedado a menos de la mitad del
camino. Es completamente cierto que a menudo la finalidad del predicador y del
maestro debe ser despertar un sano reconocimiento doloroso que conduzca a un
verdadero arrepentimiento. Pero después de producir el sentimiento de pecado,
hay que conducir a los oyentes al Salvador en Quien se perdonan los pecados. La
nota definitiva del mensaje cristiano es el gozo.
(iii) Con ese fin a
la vista, su propósito es
presentarles a Jesucristo. Un gran maestro solía siempre decirles a sus
estudiantes que su único objetivo como predicadores debía ser «decir algo bueno
de Jesucristo.» Y se decía de otro gran santo que dondequiera que empezara su
conversación, siempre se las arreglaba para dirigirla lo más pronto posible a
Jesucristo.
El hecho
fundamental es que si las personas han de encontrar comunión unas con otras y
con Dios, y si han de encontrar alguna vez el verdadero gozo, deben
encontrarlos en Jesucristo.
El mensaje de Juan
es acerca de Jesucristo; y tiene tres grandes cosas que decir sobre Él. La
primera, dice que Jesús era desde el
principio. Es decir, en Él la eternidad entró en el tiempo; en
Él el Dios eterno entró personalmente en el mundo de la humanidad. Segundo, esa
entrada en el mundo de la humanidad fue real; fue una humanidad real la que Dios asumió. Tercera, mediante
aquella acción vino a la humanidad la
palabra de la Vida, la palabra que puede cambiar la muerte en vida y la
mera existencia en verdadero vivir. Una y otra vez en el Nuevo Testamento, el
Evangelio se llama la palabra; y es del mayor interés para nosotros el ver las
diferentes conexiones en que se usa este término.
(i) El nombre que
se le da más frecuentemente al Evangelio es
la Palabra de Dios (Hec_4:31 ; Hec_6:2; Hec_6:7 ; Hec_11:1 ; Hec_13:5;
Hec_13:7; Hec_13:44 ; Hec_16:32 ; Flp_1:14 ; 1Te_2:13
; Heb_13:9 ; Apocalipsis 1:2,9; 6:9; 20:4). No es un
descubrimiento humano; viene de Dios. Es la Noticia de Dios que el hombre no
podría haber descubierto por sí mismo.
(ii) El mensaje del
Evangelio se llama frecuentemente la Palabra
del Señor (Hec_8:25 ; Hec_12:24 ; Hec_13:49 ; Hec_15:35 ; 1Te_1:8
; 2Te_3:1 ). No se aclara siempre si el Señor es Dios o
Jesús, aunque lo más frecuente es que se refiera a Jesús. Por tanto, el
Evangelio es el mensaje que Dios no podría haber mandado a la humanidad más que
por medio de Su Hijo.
(iii) El mensaje del Evangelio se llama dos veces
la Palabra del Oír (logos akoés)
(1Te_2:13 ; Heb_4:2
).
Eso es decir que depende de dos cosas: de una voz
dispuesta a proclamarlo, y de un oído dispuesto a escucharlo.
(iv) El mensaje del
Evangelio es la Palabra del Reino
(Mat_13:19). Es el anuncio del Reino
de Dios, y la llamada a responder a Dios con la obediencia que nos hace
ciudadanos de ese Reino.
(v) El mensaje del
Evangelio es la Palabra del Evangelio
(Hec_15:7 ; Col_1:5
). Evangelio quiere decir buena noticia. Y el Evangelio es
esencialmente una buena noticia a la humanidad acerca de Dios.
(vi) El Evangelio
es la Palabra de la Gracia (Hec_14:3 ; Hec_20:32
). Es la buena noticia del amor generoso e inmerecido de Dios al
hombre; es la noticia de que el hombre no está abrumado bajo la tarea imposible
de ganar el amor de Dios, sino que se le ofrece gratuitamente.
(vii) El Evangelio
es la Palabra de la Salvación (Hec_13:26). Es el ofrecimiento del perdón de
los pecados pasados y del poder para vencer el pecado en el futuro.
(viii) El Evangelio
es la Palabra de la Reconciliación
(2Co_5:19 ).
Es el mensaje de que la relación perdida entre el hombre y Dios se restaura
en Jesucristo, Que ha derribado la pared intermedia de separación que había
erigido el pecado entre el hombre y Dios.
(ix) El Evangelio
es la Palabra de la Cruz (1Co_1:18 ). En
el corazón del Evangelio está la Cruz, en la que se da a la humanidad la prueba
final del amor perdonador, sacrificado, buscador, de Dios.
(x) El Evangelio es
la Palabra de la Verdad (2Co_6:7 ; Efe_1:13
; Col_1:5 ; 2 Timoteo_2:15 ). Con la venida del
Evangelio, ya no es necesario andar con suposiciones o a tientas, porque
Jesucristo nos ha traído la verdad acerca de Dios.
(xi) El Evangelio
es la Palabra de la Justicia (Heb_5:13 ). Es
el poder del Evangelio lo que capacita a una persona para librarse del poder
del mal y alcanzar la justicia que es agradable a Dios.
(xii) El Evangelio
es la Palabra Salutífera (2 Timoteo_1:13 ;. 2:8).
Es el antídoto que cura el veneno del pecado, y la medicina que derrota la
enfermedad del mal.
(xiii) El Evangelio
es la Palabra de la Vida (Flp_2:16 ). Por
su poder somos librados de la muerte y se nos permite entrar en la vida que es
la vida verdadera.
Aquí, al principio
de su carta, Juan expone su derecho a hablar, que consiste en una cosa: su experiencia personal de Cristo.
(i) Dice que ha oído a Cristo. Mucho
tiempo antes Sedequías le había preguntado a Jeremías: « ¿Hay alguna palabra de
parte del Señor?» (Jer_37:17). La gente no tiene interés en oír las opiniones
y suposiciones de nadie, sino una palabra de parte del Señor. Se decía de un
gran predicador, que primero escuchaba a Dios, y después hablaba a las
personas; y se decía que, cuando estaba predicando, hacía una pausa de vez en
cuando, como si estuviera escuchando una voz. El verdadero maestro es el que
tiene un mensaje de parte de Jesucristo porque ha oído Su voz.
(ii) Dice que ha visto a Cristo. Se
cuenta del gran predicador escocés Alexander White, que alguien le dijo una
.vez: " Hoy ha predicado usted como si viniera derecho de la presencia de
Dios.» Y White le contestó: " Puede que fuera así.» Nosotros no podemos ver a Cristo en la carne como Le vio Juan, pero
seguimos pudiendo verle con los ojos de la fe.
(iii) Dice que ha observado a Cristo.
¿Qué diferencia hay entre ver a Cristo y observarle? En el original
griego el verbo para ver es horán, que quiere decir sencillamente
ver con la vista física. El verbo para observar es theasthai, y
quiere decir fijar la mirada en alguien o algo hasta que se capta el
significado de esa persona o cosa. Así Jesús, dirigiéndose a las multitudes de
Juan el Bautista, les preguntó: "¿Qué fue lo que salisteis a ver
(theasthai) al desierto?" (Luc_7:24);
y en esa palabra describe cómo salían las multitudes como rebaños a
observar a Juan y plantearse quién y qué podría ser aquel hombre. Hablando de
Jesús en el prólogo de su evangelio, Juan dice: «Vimos Su gloria» (Juan_1:14). El
verbo es aquí también theasthai, y la idea que sugiere no es la de una
ojeada pasajera, sino la de una observación insistente que trata de descubrir
algo del misterio de Cristo.
(iv) Dice que sus manos de hecho tocaron a
Cristo. Lucas nos dice que, cuando Jesús volvió a Sus discípulos después de
Su Resurrección, les dijo: «Ved por Mis manos y Mis pies que soy Yo mismo;
palpad y comprobadlo, porque un fantasma no tiene carne y hueso como veis que
Yo tengo» (Luc_24:39). Aquí Juan
está pensando en aquellas personas llamadas docetistas que eran tan
«espirituales» que insistían en que Jesús no tuvo nunca un cuerpo de carne y
hueso como todos los seres humanos, sino que era un fantasma en forma humana.
Se negaban a creer que Dios pudiera llegar a ensuciarse asumiendo la carne y
sangre humanas. Juan insiste aquí en que el Jesús Que él había conocido era
realmente un hombre entre los hombres. Se daba cuenta de que no había en el
mundo nada más peligroso que dudar de
que Jesús fuera plenamente humano.
¡Maranatha!
"Frente a la inmediata captación de Dios,
pretendida por el gnóstico, la fe cristiana anuncia que lo divino y eterno se ha
hecho palpable y captable en una singular figura humana". JASS
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