} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL MENSAJE ACERCA DE JESUCRISTO (Estudio bíblico familiar 26/09/2016)

jueves, 13 de octubre de 2016

EL MENSAJE ACERCA DE JESUCRISTO (Estudio bíblico familiar 26/09/2016)



1 Juan 1:1-4

Lo que os estamos diciendo es lo que fue desde el principio, lo que oímos, lo que vimos con nuestros propios ojos, lo que observamos y tocamos con nuestras propias manos. Os estamos hablando acerca de la Palabra de Vida. (Y la Vida se nos apareció, y La vimos y testificamos; y os estamos ahora trayendo el Mensaje de esta Vida eterna Que estaba con el Padre y Que Se nos ha presentado). El Mensaje que os traemos es acerca de lo que hemos visto y oído, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; porque nuestra comunión es con el Padre y con Jesucristo, el Hijo. Y os estamos escribiendo estas cosas para que vuestro gozo llegue a su plenitud.

"Frente a la inmediata captación de Dios, pretendida por el gnóstico, la fe cristiana anuncia que lo divino y eterno se ha hecho palpable y captable en una singular figura humana, Jesús". 

Con el título de Cartas de San Juan se hallan reunidas tres cartas procedentes de los albores del cristianismo. Según todas las probabilidades, proceden de un mismo autor. Y constituyen, juntamente con el Evangelio de Juan, el llamado grupo de escritos «joánicos» del Nuevo Testamento, que se distinguen característicamente de los demás escritos neotestamentarios por su conceptualidad, el movimiento de su pensamiento y su intención de hacer formulaciones.
La lectura y meditación bíblica es más difícil en 1Juan que en el Evangelio de Juan. Y más difícil, sobre todo, que en las cartas paulinas. ¿Por qué? Aunque los conceptos teológicos, verbigracia, de los discursos de Jesús que leemos en Juan, ofrecen la misma dificultad que la dicción de 1Jn, sin embargo en el Evangelio se da corrientemente el elemento plástico e imaginativo. Y, sobre todo, tenemos siempre el elemento personal: Jesús aparece en escena como una persona viva; Jesús habla y actúa, nos dirige la palabra. En cambio, en 1Jn falta por completo el carácter intuitivo de las narraciones. Y, aunque se habla de Jesús, sin embargo ya no se le dibuja ante los ojos (Gal_3:1). Dada la peculiar concisión de la manera de hablar de 1Juan, ni sabemos siquiera, con alguna frecuencia, si se habla de Jesús o del Padre. Y, sobre todo, en comparación con la mayoría de las cartas paulinas, 1Juan ofrece un contraste: en aquéllas se refleja la situación de una comunidad viva (comunidad de la cual -principalmente en el caso de 1Corintios- se pueden conocer muchos pormenores concretos), y puede oírse el diálogo del apóstol que habla con ella: que habla a veces con un diálogo tan vivo. En cambio, aquí en 1Juan, no leemos ni siquiera unas palabras de salutación, de las que pudiéramos deducir el nombre del autor y de la comunidad a la que se dirige la carta. El autor, a pesar de su marcada peculiaridad teológica, aparece en segundo plano, en lo que a su imagen concreta se refiere, y sobre la situación de los lectores, aparte de que se veían amenazados por herejías gnósticas, sabemos aún menos que, en la carta a los Hebreos, que también se nos ha transmitido sin indicación de remitente y destinatarios.
  El autor se llama a sí mismo «el anciano» (presbyteros). En 2Juan se dirige también la palabra a una comunidad cristiana a la que no se designa por el nombre. Y en 3Juan se menciona a un cristiano por nombre Gayo, que vive en una comunidad cuyo dirigente no reconoce la autoridad del «anciano». Principalmente 2Juan nos permite conocer la situación que existe también en el fondo de 1Juan: La comunidad está amenazada por herejes que atentan contra los fundamentos de la fe en Cristo. Y en 3Juan se trata de la misión que «el anciano» tiene bajo su dirección.
El autor es capaz de adoptar una postura clara y sin compromisos (2Jn_1:9-11 3Jn_1:10); tiene clara conciencia de su misión, y está íntimamente embebido de que su testimonio es verdadero (3Jn_1:12). Es capaz de sentir gozo (2Jn_1:4; 3Jn_1:4), y quiere conducir a otros hacia un «gozo cumplido» (2Jn_1:12; 1Jn_1:4). Da mucha importancia a la conversación íntima, «de corazón a corazón». Y le parece que el mantener correspondencia, por medio de papel y tinta, es únicamente una solución provisional. Tiene extraordinaria capacidad de síntesis, y sabe exponer de manera muy sencilla las grandes líneas teológicas (2Jn_1:4-9 y toda la carta 1Jn). Evidentemente, el autor tiene una clara concepción teológica, como aparece con toda nitidez en 1Jn. Y principalmente nos enteramos por 3Jn de las consecuencias que ha tenido personalmente, para el autor, lo atrevido de su pensamiento teológico. Enunció lo que, según su convicción, necesitaba la Iglesia de aquella época. Pero no cosechó sólo amistad y cooperación, sino también enemistad. Y difícilmente habrá sido Diotrefes (véase 3Jn, 9s) su único enemigo.

  IMPORTANCIA DE 1JUAN PARA LA TEOLOGÍA Y LA VIDA CRISTIANA.

a) Hacia fines del siglo I: La lucha emprendida por la Iglesia para defenderse de las corrientes heréticas (protognósticas) debió de alcanzar su punto culminante hacia fines del siglo I. La carta 1Jn desempeña, en esta lucha, un papel importante: frente a la gnosis, traza una nueva línea de demarcación: una línea que debió de impresionar mucho a los cristianos de entonces. Por ejemplo, la carta acentúa vivísimamente que Jesucristo vino «en carne» . Y lo hace precisamente para oponerse a las tendencias que pretendían separar a Jesús, como ser puramente celestial, que pretendían separarlo -digo- del Crucificado. Podríamos objetar que el prólogo del Evangelio de Juan dice lo mismo. ¿Qué tiene, pues, de particular esta carta? Vislumbramos ya algo de esto particular en aquel pasaje de 1Jn_5:6, en el que se nos dice que Jesús no vino sólo «en el agua» sino también «en la sangre». Y lo vemos, sobre todo, cuando nos fijamos que en 1Jn el tema de la fe en Cristo está unido siempre con el tema del amor de Dios. Y en formulaciones como la de 1Jn_5:4 («ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe») se siente todo el impulso y vigor de esta nueva formulación de las verdades cristianas. Y, así, la carta «ayudó a la Iglesia a permanecer fiel a su esencia y a su espíritu» .

b) Hoy día: La breve pero riquísima carta no agota todo su valor en la polémica contra las herejías de entonces. En sus escasas páginas, esta carta pone de relieve -en breves pinceladas- lo esencial del cristianismo. Su mensaje se agrupa en torno a los dos enunciados acerca de Dios: «Dios es luz» (1Jn_1:5), y «Dios es amor» (1Jn_4:8.16)6. Así, pues, esta carta nos ofrece una excelente concentración del mensaje cristiano en lo que constituye la esencia de este mensaje. Una breve reflexión explicará lo que queremos decir con esto. Hoy día, un cristiano no puede vivir, mucho menos aún que en épocas anteriores, de seguir repitiendo viejas fórmulas. Podremos vivir como cristianos, únicamente si captamos en toda su unidad y sencillez la realidad total que la fe nos ofrece, de tal suerte que, en todas las crisis, podamos «remitirnos» a este único pensamiento central. Mas, para esto, hace falta que esta intuición central -tan necesaria como la vida- de la realidad de la fe, podamos expresarla y formularla de tal modo en nuestro propio lenguaje, que éste sea capaz de sustentar realmente fórmulas abreviadas de la fe, enunciadas por mí mismo y por otros.

A mi parecer, 1Juan puede ayudar, en una medida singular incluso para el Nuevo Testamento, a una concentración del mensaje cristiano que lo condense en aquello de lo que uno puede vivir como cristiano. Y precisamente lo que puede prestar este excelente servicio es el compendio de toda la vida cristiana bajo el lema del «amor», y la asociación entre el amor y la fe en Cristo: asociación que los convierte en un acto total, en la respuesta única al «mandamiento» que tenemos desde el principio más remoto. Esta visión global de la fe y de la conducta ( del «caminar») del cristiano tiene su fundamento precisamente en la forma de concebir a Dios («Dios es amor»:  1Jn_4:8.16). Tal vez su expresión más densa y útil la hallemos en  1Jn  4;16: «Hemos llegado a creer el amor», el amor que Dios es, el amor que Dios manifiesta en la muerte de su Hijo, el amor que Dios infunde en nuestro corazón por medio del Espíritu, y que ha de seguir actuando en nosotros y por medio de nosotros como amor fraterno. He aquí una posibilidad, una posibilidad entre muchas, pero especialmente acertada y preciosa, de llegar a conocer, experimentar y vivir la concepción de conjunto de nuestro ser de cristianos: esa concepción global que nos falta. Aquí se expresa en toda su condensación por qué puede uno ser cristiano, y de qué se vive como cristiano. Esta concentración responde precisamente a la intención del autor de la carta, intención que aflora en diversos pasajes, avivar el conocimiento de fe de que los cristianos «tienen vida eterna», consolidar por tanto su seguridad de salvación, o, mejor dicho, proporcionarles la convicción de que su ser de cristianos tiene un sentido indestructible, de que no sólo es riqueza oculta sino también esperanza.

  EL ESTILO JOÁNICO DE LA REFLEXIÓN Y MEDITACIÓN.

La leyenda nos habla de Juan, anciano ya, que cansaba a sus oyentes a fuerza de repetirles sin cesar: «Hijitos, amaos los unos a los otros», pero que luego les explicó por qué insistía tanto en lo mismo. Es verdad que este rasgo de la leyenda difícilmente encaja en la realidad objetiva de nuestra 1Jn, tal como la tenemos hoy día. Pero podría ser una analogía de la reacción que obviamente sentimos al leer esta carta.

El movimiento del pensamiento, en 1Jn (como en los discursos de Jesús que leemos en el cuarto Evangelio), es característicamente circular. No nos encontramos con una marcha dialógica del pensamiento, como en las cartas de Pablo («Pablo escribe sus cartas como un rabino judío conduce el diálogo para dar sus instrucciones», «va recorriendo un camino de ideas», «piensa en sentido lineal». Lejos de eso, el movimiento de las ideas, en Juan, se parece más bien a una contemplación y meditación. Se contempla el centro de la realidad de fe -el amor de Dios que se revela en Jesús, y que insta a la retransmisión-; las ideas giran circularmente en torno a este centro. Por eso, no hallamos un avance del pensamiento ni cambio de temática, en el sentido en que nosotros lo entendemos. Sino que, desde el principio, se está contemplando lo mismo. Por ejemplo, en el enunciado acerca de Dios, que se nos hace en 1Jn_1:5, «Dios es luz», se contiene ya objetivamente lo que se enuncia en 1Jn_4:8.16, «Dios es amor». Y en expresiones como «caminar en la luz», «guardar los mandamientos» y «obrar la verdad» se encierra ya el ejercicio concreto del amor fraterno. El autor se contenta con exponer relativamente pocos conceptos, sobre los que vuelve una y otra vez: se trata principalmente de los conceptos dualistas de contraste: luz y tinieblas, verdad y mentira, odiar y amar (y, sobre todo, el sustantivo, ágape, «amor»).

Claro está que vamos a ver que la incesante variación se hace de manera tan ingeniosa y teológicamente tan profunda, que el enunciado y la exhortación -repetidos a menudo- se ven cada vez en aspectos nuevos y a través de nuevas relaciones teológicas. Pero, a pesar de todo, hace falta perseverancia y constancia de corazón para no cansarse, y para irse embebiendo cada vez más profundamente de esa verdad y exhortación única.

Esta peculiaridad del movimiento de los pensamientos en san Juan aparece también en la dificultad para hallar una estructuración satisfactoria de la carta. Es verdad que aparece con claridad que la carta tiene una estructura que va derivándose, con lógica interna, del principio específicamente joánico. Y comprobamos con toda claridad la existencia de dos cesuras (antes de 2,18 y antes de 4,1), las cuales -en cierto modo- justifican para dividir la carta en tres partes principales. Ahora bien, puesto que vislumbramos que en las distintas secciones reaparecen -a pesar de todo- los mismos motivos, y que los epígrafes de las partes principales podrían ser, no poco, los mismos: volvemos a encontrar la dificultad de siempre, a no ser que tomemos como punto de partida, consecuentemente, que se trata de una evaluación que va (girando con su meditación) en torno a unos pocos motivos fundamentales.

Así, pues, la mejor manera de conocer la estructura de la carta es vislumbrar cuáles son los temas principales y tratar de ver cuál es su ilación. Son dos o tres: el tema de la fe en Cristo (casi siempre en antítesis con una herejía cristológica y gnóstica); el tema de la ágape, que aparece también con el título de «mandamiento» o «mandamientos», y (eventualmente como tercero) el tema de «Cristo y el pecado», que podríamos considerar como el aspecto negativo del tema del amor.

Si en el prólogo, 1Jn_1:1-4, podemos ver ya la primera exposición del tema «la fe en Cristo», entonces vemos que los temas principales se distribuyen con relativa uniformidad en las tres partes.

Estaría justificado incorporar este prólogo a la estructura de la carta, considerándolo como la primera exposición que se hace sobre el tema de «la fe en Cristo». Porque indicaciones sobre lo que el autor pretende con su carta, las encontramos no sólo en este prólogo, sino también en el interior de la carta. Por ejemplo, el pasaje de 2,12-14, por su forma, sería -por lo menos- tan adecuado como prólogo como puede serlo 1,1-4. Y el excurso cristológico que hay en el interior del prólogo (1Jn_1:2 : «la vida se manifestó») es también un enunciado con gran peso propio. Además, el prólogo 1,1-4 está asociado con la transición del versículo 5, por medio de la consonancia de «anunciar» y «anuncio» o «mensaje». Por consiguiente, no sólo está justificado sino que es necesario incorporar ya el prólogo a la primera parte, porque de lo contrario se desatiende demasiado fácilmente su engarce con esta primera parte. De este estado de cosas se derivan dos consecuencias tanto para el comentario como para su utilización. Los lectores de entonces, de la carta 1Jn, estaban habituados -por la labor de sus misioneros y maestros- a la manera de pensar del autor. Y los conceptos con los que éste trabaja, les resultaban familiares por el ambiente en que vivían. Estaban ya embebidos de los pensamientos del autor. Y habían tenido tiempo para captarlos existencialmente y en medio de la repetición habitual del culto. Por consiguiente, las exposiciones del autor fueron seguramente mucho más claras para los primeros lectores que para nosotros. Para colmar la diferencia que nos separa de estos primeros lectores y oyentes del mensaje joánico, necesitaríamos -casi me atrevería a decirlo- el hábito de meditar que tenían los monjes medievales. El que quiera asimilarse bien esta carta, tiene que haber adquirido la capacidad de contemplarla en la meditación: de contemplarla despacio y con sosiego, hasta que la verdad que aquí se enuncia vaya impregnándole. La carta presupondría a personas que tengan tiempo suficiente y que lean la carta tan a menudo, que las palabras y el desarrollo de los diversos motivos vayan empapando espontáneamente a los contemplativos. Esto difícilmente será posible para ninguno de nosotros. El cristiano de hoy día apenas logrará, con la falta de tiempo y de sosiego que reina hoy día, adentrarse en la meditación y dejar que los pensamientos del autor vayan penetrando en él. Para ese camino necesitamos muletas. Y esas muletas serán para nosotros las diversas explicaciones exegéticas que nos permitan hacernos una idea de conjunto.

Y, así, esta exposición toma como punto de partida la convicción de que los pensamientos de esta carta podrán ser fecundos únicamente para la meditación, en el caso de muchas personas de hoy día, si esas personas logran tener una buena visión de conjunto de la sucesión de las distintas ideas. En el caso de Jn, más seguramente que en otros tomitos de esta colección destinada a la lectura espiritual de la Escritura, hay que elaborar bien la trayectoria de los pensamientos, antes de que se pueda dar comienzo a la meditación. Además, para que el lector se asimile esta carta debidamente, necesitará -más quizás que en otros escritos del Nuevo Testamento- seguir íntimamente el curso de las ideas y acompañar la marcha de la argumentación.

Sobre todo, en esta carta es más necesario que en muchos otros escritos del Nuevo Testamento, captar la concepción de conjunto, a fin de poder comprender en su marco adecuado los enunciados particulares. Por consiguiente, dentro del circulo hermenéutico en que ha de moverse toda interpretación (movimiento que va desde el detalle hasta la visión global, y viceversa), en este comentario hemos acentuado más intensamente el intento de ofrecer una visión de conjunto... sin que, por ello, haya sufrido necesariamente la exégesis de los detalles. Tan sólo captaremos la concepción que se esconde tras los diversos enunciados de 1Jn, cuando logremos hallar la vinculación existente entre los tres o dos temas principales de la misma, temas que -aparentemente- se irían sucediendo de manera abrupta.

La concentración del autor sobre unos cuantos conceptos henchidos de significado, hace que dichos conceptos puedan parecer estereotipados. Por ejemplo, las palabras -repetidas tantas veces- sobre el amor fraterno podrían parecernos una frase habitual. Con toda seguridad, en 1Jn no hay formas estereotipadas, sino que en ella las palabras tienen su vigor original. Hay que dejarles ese vigor. O, más exactamente: hay que recuperarlo para nosotros. Y esto no es posible sin el constante esfuerzo por expresarlas de nuevo. Y en este esfuerzo no hemos de desmayar, a pesar de la insuficiencia de nuestros intentos. En la exposición no podremos evitar repeticiones, porque ha de quedar bien claro que el autor, incluso con conceptos aparentemente distintos, se refiere a menudo a la misma realidad objetiva. Y ha de quedar en claro, asimismo, que se trata siempre del único tema central, que se expresa en pensamientos y variaciones circulares. Pero hay otra razón más: un comentario como éste se lee casi siempre fragmentariamente, por secciones (y no hay forma de hacerlo de otra manera). Por tanto, no siempre se han evitado las repeticiones.

No cabe duda de que, exponiendo la problemática histórica tradicional como punto de arranque, problemática que no tiene apenas cabida en el presente comentario (aunque, desde luego, constituya uno de sus presupuestos), podríamos contribuir a evitar, a todo trance, que las palabras de 1Jn (por ejemplo, la palabra «amor») sean entendidas erróneamente como simples expresiones estereotipadas. Esta problematización apenas podrá hacerse dentro del comentario, pero constituye uno de los presupuestos del mismo. Porque, para que nos asimilemos en nuestra propia vida estas frases de 1Jn (para que nos las asimilemos por medio de los presupuestos mentales que están entrañados en nuestro vivir cristiano actual) y para que las elaboremos hace falta también que las veamos en relación con los demás enunciados neotestamentarios acerca del mismo tema, principalmente con los enunciados de la tradición sinóptica. La concentración sobre el amor de Dios -el amor que se da a sí mismo y que exhorta a seguir dándose- y la comprensión de la fe en Cristo como «fe en el amor», tal como nos la ofrece la carta, ¿es, realmente, una legítima reinterpretación del mensaje de Jesús y del más antiguo kerygma pospascual?

Cuando Jesús, según la tradición sinóptica, incluso en sus capas más antiguas, proclama y vive la misericordia de Dios en favor de los pobres, de los publicanos y de los pecadores (y, por cierto, en una forma escandalosa para los piadosos de aquella época), y cuando Jesús lucha contra una observancia esclerotizada de la ley, contra una observancia que, por haber entendido mal la ley de Dios, se endurece hasta convertirse en crueldad y falta de amor, y cuando Jesús exige el amor hasta llegar al amor de los enemigos (  Mat_5:48; Luc_6:36): entonces, objetivamente, se nos está diciendo lo mismo que en la carta 1Jn (10). No es verdad que el amor fraterno, según la comprensión joánica, constituya el polo opuesto al amor, predicado por Jesús, hacia los enemigos. Es cierto que las comunidades de 1Jn tienen conciencia de que son aborrecidas por el mundo. Pero no aborrecen al mundo. Lejos de eso, la consecuencia de la carta es que las personas que todavía están en las tinieblas, son amados como hermanos.

El sonido "metálico duro» de muchas palabras de Jesús que se encuentran en la fuente de los logia, y la exigencia de decidirse en favor o en contra de Jesús, se refleja también en la exigencia, no menos dura, de decidirse en favor o en contra del amor, tal como vemos en 1Jn. Difícilmente habrá nada que pueda evitar tan consecuentemente el error de creer que 1Jn es una carta blandengue, llena de bondad, sin energía. Difícilmente habrá nada que pueda deshacer mejor este prejuicio que la visión conjunta de esta carta a la luz de las palabras duras pronunciadas por Jesús. Y, por otra parte, 1Jn puede prestar también un servicio al lector de la fuente de los logia y de todo el resto del Nuevo Testamento: el servicio de ayudarle a ver en todo lo que sucede en Jesús y por medio de Jesús, el amor nada sentimental, el amor vigoroso y exigente de Dios, o de afirmarlo en la obscuridad de la fe.
Aquí no encontramos unas palabras de saludo inicial, como las que vemos en las cartas paulinas y también en la segunda y tercera carta de san Juan. La carta comienza sin indicación de quién es el autor y quiénes son los destinatarios. En vez del saludo inicial tenemos este comienzo solemne y de importancia teológica. No es una "obertura» o «exposición» en el sentido de que se escucharan ya en él todos los motivos principales. Aquí no se habla del amor, por lo menos no se habla de manera inmediata. Sino que aquí se trata por vez primera del tema «Cristo»: Cristo y su obra de salvación, la significación de Cristo en orden a la salvación y el anuncio de los testigos. La insistencia en «testificar» y en el concepto de «vida» hace que veamos la íntima relación de esta sección con 1 Juan 5,4-12. Estos dos fragmentos constituyen, evidentemente, un marco, un paréntesis o «inclusión» en la que se encuentra encerrado el contenido de la carta.  

¿Qué ideas quiso exponer el autor en esta introducción? Podemos clasificar sus afirmaciones en tres grupos:

a) Proposiciones que tienen a Cristo como sujeto: lo que era desde el principio..., la vida se manifestó.

b) Captación del acontecimiento de Cristo por medio de los testigos (enunciados en tiempo pretérito): lo que hemos oído, lo que hemos visto.

c) Testificación y proclamación actual (forma en tiempo presente)...: Testificamos y os anunciamos.

Pues bien, desde un principio es importante conocer cuál es el pensamiento que preside la carta, el pensamiento que el autor quiere ofrecer primordialmente o la meta que él pretende alcanzar.

Para hallar el pensamiento principal, una buena ayuda suele ser la de buscar el verbo principal. Esto resulta aquí un poco difícil, porque la proposición de los v. 1-3 constituye   una oración que, gramaticalmente, no continúa lo mismo que empezó. El verso 2 es una intercalación; el verso 1 continúa en el verso 3. Pero, al fin, queda claro que el verbo principal se encuentra al reanudarse el pensamiento en el verso 3: «anunciamos». A continuación inmediata se nos indica también la meta que el autor quiere alcanzar. Esta meta es la «comunión». Pero lo que nos sorprende, es que no se habla inmediatamente de la comunión con Dios y con Cristo. Es verdad que las ideas de los versos 1 y 2, que también pretenden servir a esta meta, tienen su peso propio: hasta tal punto, que aparece el del verso 2. Hay también otra característica de esta sección. El movimiento de ideas comienza con la forma neutra «lo que». Después hallamos el concepto de «vida», que se refiere a la persona en último término. Y su nombre sólo se menciona al final del verso 3: Jesucristo.
Conscientemente, las primeras palabras acentúan ya el misterio. Todavía no se menciona el nombre de aquel a quien se refieren. Ni siquiera se emplea el género masculino, sino el neutro: "Lo que era desde el principio.» Podríamos traducir también: "Lo que era desde el origen.» No aparece claro qué es lo que se quiere decir exactamente por este «desde el principio»: ¿desde el principio de la creación, es decir, desde el absoluto principio y origen de toda la creación, principio y origen que es el Padre? Ahora bien, si tenemos en cuenta la índole de nuestra carta, que se interesa menos por delimitaciones temporales que por Dios como razón primordial de la luz y del amor que se manifiesta, entonces se traducirá de manera parecida a como se traduce en el prólogo del Evangelio de San Juan o, mejor, en Jua_17:24 : "...mi gloria, la que me has dado, porque me has amado desde antes de la creación del mundo». Ambas cosas podrían estar indicadas en 1Jn_1:1 : la realidad de la que ahora va a hablarse, llega hasta la eternidad, hasta "antes de la creación del mundo», y procede de la eterna razón primordial del amor de Dios.

Hacia el final de la frase se denomina de otra manera esta realidad. Se llama: "el Logos de la vida». Pero se conserva el lenguaje con sabor a misterio. La realidad a la que se alude, no es equiparada formalmente con la vida (divina): "Acerca del Logos de la vida», se dice literalmente. El "Logos de la vida» es semejante a lo que, en el prólogo del Evangelio de San Juan, es la Palabra de la revelación personal de Dios, la «Palabra», en la que Dios se revela a sí mismo. Se trata de la "Palabra», que por la revelación de la "vida» -de la plenitud divina de vida- difunde vida. O más exactamente: esa Palabra puede difundir la vida, porque contiene en sí misma la vida de Dios. Acerca de este misterio del Logos divino de la vida, del Logos que existe desde el origen primordial de la eternidad, los testigos no sólo hacen declaraciones teológicas, sino que afirman mucho más: ellos han escuchado esta primordialísima realidad del Logos de la vida (el oír está en primer lugar, porque una "palabra» es oída primero), la han visto, la han «contemplado» con sus propios ojos, y la han palpado con sus manos.

Esta enorme pretensión tendrá sentido únicamente, si el Logos realmente «se hizo carne», tal como se dice en el prólogo del Evangelio de San Juan. La necesidad de expresar aquí una confesión de fe en la encarnación se impone tan intensamente al autor, que queda rota la estructura de la frase y se añade una nueva frase a la anterior, que queda inconclusa. La encarnación del Logos, de la que habla Jua_1:14, es revelación de la vida divina. Por medio de las expresiones realistas («ver con nuestros propios ojos», «palpar») del versículo 1, de las que se recoge aquí de nuevo la expresión de «ver», queda inconfundiblemente claro que esta manifestación no es la manifestación de un espíritu, sino de Jesucristo «venido en carne» (1Jn_4:2).

Pero al «hemos visto» se añade ahora lo que los testigos quieren hacer con respecto a los lectores a quienes están dirigiendo la palabra: «Testificamos y os anunciamos. . . » ¿Qué es lo que se anuncia? La «vida eterna» (la plenitud de lo que el hombre de aquella época, con su anhelo tan tensamente religioso, esperaba), «que estaba en el Padre y se nos manifestó». Con las palabras «que estaba en el Padre» se recoge, seguramente, y se esclarece la expresión introductoria: «lo que era desde el principio».
El versículo 3 ofrece la conclusión de los versículos 1 y 2. Los testigos no anuncian ideas filosóficas, sino lo que «han oído y visto». Pero ahora se indica cuál es la finalidad de este anuncio que se hace. Esperaríamos, seguramente, que se nos dijera: "...para que también vosotros tengáis comunión con Dios (o con Cristo)». En vez de esto, se nos dice -sorprendentemente- en primer lugar: «para que también vosotros tengáis comunión con nosotros», es decir, con los testigos. Los testigos, por su parte, tienen «comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo». La sucesión de ideas en los versículos 3a/3b pretende expresar: La comunión con Dios, según la mente del autor, se da tan sólo -evidentemente- por medio de la comunión con los testigos. Por lo demás, aquí se menciona ya finalmente el nombre al que se estaba aludiendo desde el principio: Jesucristo.
Si en el versículo 3 se había mencionado la finalidad de la predicación, ahora se menciona cuál es la finalidad de la carta. ¿Quedarán muy lejos ambas metas?

Evidentemente, la comunión con Dios se considera como fuente de gozo. Si el anunciar y el escribir producen la comunión con los testigos y, por tanto, la comuni6n con Dios, entonces producen también un «gozo colmado». Pretende decirse con ello que el gozo destinado por Dios para los cristianos -¡un gozo grande!- llega a realizarse.

Hacia el final de la carta, en 5,13, encontramos una proposición en la que se indica de manera parecida la finalidad de la carta: «Os escribo estas cosas... para que sepáis que tenéis vida eterna.» El autor escribe para fortalecer en sus cristianos la seguridad de salvación. Esto es lo mismo que lo que el autor nos dice en 1,4 acerca de la finalidad de su carta. Porque esta seguridad de salvación (que se logra por medio del «amor cumplido», véase: 2,5 y 4,12) es el «gozo colmado».

Pues bien, ¿quiénes son esos que «testifican» de los que aquí se habla en plural? La cuestión es importante, si queremos actualizar el texto. No existiría ningún problema, si aquí pudiéramos oír hablar al apóstol san Juan, y a él solo. Pero contra esta interpretación, demasiado simple y que ha dominado durante mucho tiempo, hay muy serias objeciones. ¿Hasta qué punto se utiliza aquí el número plural? ¿No hablará el apóstol en plural mayestático? No es probable. Principalmente por la oposición que hay entre «nosotros» y «vosotros», hay que suponer la existencia real de un grupo de testigos, cuyo portavoz es el autor de la carta. ¿Y es probable que, hacia fines del siglo I, vivieran todavía, junto con el apóstol san Juan, un buen número de testigos oculares?

Por otro lado, es imposible volatilizar los conceptos de 1Jn_1:1-4, como si se tratara de algo puramente intelectual o mental. Este «ver» no es sólo una contemplación de fe, sino que tiene -al menos- que incluir como fundamento la visión corporal por parte de testigos oculares.

Por tanto, la cuestión es la siguiente: "Los que aquí hablan, ¿afirman que han sido realmente oculares y auriculares de los acontecimientos históricos, compañeros íntimos de Jesucristo durante sus días de vida en la tierra? ¿O las macizas expresiones del versículo 1 pueden entenderse también de otra manera?».

La solución del aparente dilema podría estar quizás en lo siguiente: Los conceptos realistas de la percepción deben explicarse, en gran parte, por contraste con la herejía gnóstica, a la que la carta trata de combatir. El camino de salvación que la herejía se propone ofrecer, es la unión inmediata con lo divino por medio de la gnosis. El gnóstico pretende, en cierto modo, captar inmediatamente a Dios con la energía mística de su gnosis. Niega que la carne del Logos sea camino de salvación, por cuanto niega en general la encarnación. La carta entera se opone a la mentira cristológica de los herejes, es decir, a su engañoso mensaje de salvación que habla de la unión inmediata con lo divino. Y a esta mentira, contrapone la clara verdad cristiana: la comunión con Dios sólo se da por medio de la fe en el Logos encarnado, en la venida de Jesús en carne22.

Los primeros versículos de la carta son la proclamación de lo palpable que ha llegado a ser lo eterno y divino en la carne de Cristo. La experiencia crística, la experiencia de Cristo, se ha formulado de esta manera, para contraponer -frente a la gnosis- cuál es el verdadero camino cristiano de salvación. Y puesto que la encarnación es un acontecimiento histórico real, los testigos oculares de la vida de Jesús tienen, en todos los tiempos, una tarea especial en la predicación eclesial de la fe. La encarnación, en las generaciones posteriores, sólo podrá testificarse en conexión íntima con los testigos oculares.

En el caso de nuestra carta, esto resultaba posible de manera especial. El grupo del que se hace portavoz el autor de esta carta, transmite la predicación de un destacado testigo ocular (según la tradición de la Iglesia se trata de Juan, el hijo de Zebedeo). Es un círculo de colaboradores o discípulos que tienen el encargo y el derecho de mancomunarse con él en la predicación. El que lee esta carta, no sólo escucha la predicación de la segunda generación de testigos oculares, sino que entabla contacto con los verdaderos testigos oculares.

Para completar, señalemos lo siguiente: para el círculo joánico, la fe en Cristo no es sólo una opinión o un considerar algo como verdadero, sino que es un contacto real con Cristo mismo hecho carne. La carta 1Jn, con sus conceptos realistas de percepción en el v. 1s, ¿no pretendería expresar que la fe es un contacto real con Jesús encarnado? En Jua_20:29 se dice a Tomás: « ¡Bienaventurados los que no vieron y creyeron!» La fe de los que no ven no es «cosa menor» que el ver y palpar que se le ofreció a Tomás, según Jua_20:25  , sino, al contrario, la fe es precisamente lo que Dios quiere como respuesta, y lo que recibe la promesa.

Lo cierto es, en todo caso, que en 1Jn_1:1   hablan testigos oculares de la vida de Jesús. La cuestión es únicamente si estos testigos hablan de manera directa a los lectores, o bien -aquí- la segunda generación de testigos recoge sus palabras. Creemos que esto último es lo que hay que afirmar. En este caso, se realiza aquí una exigencia que recae sobre cualquier generación cristiana de testigos: la de vincular la propia experiencia de fe con el testimonio de los testigos oculares.
Estamos convencidos de que el texto está dispuesto, por su propia naturaleza, para oírlo espiritualmente, vemos que es legitimo «prolongarlo» para que llegue también a nuestros oídos. En este texto encontramos dos posibilidades: podemos vernos a nosotros mismos en el papel de interpelados por la carta, de lectores de la misma. Pero podemos vernos también en el papel de los testigos.

a) Los testigos quieren que este mensaje se escuche entre sus primeros oyentes y lectores. El que hoy día quiere leer con fe estos versículos de 1Jn_1:1-4, tendrá que identificarse en primer lugar (he ahí lo más importante y lo que más corresponde al texto) con estos primeros oyentes de los testigos. Y, así, escuchamos el mensaje de la encarnación de la vida: lo escuchamos, digo, de labios de los testigos que han recibido de Cristo y de su Espíritu el encargo de testificar, y que están unidos con los primeros testigos oculares. Nos vemos ante la decisión de creer en el duro mensaje, en el mensaje improbable para el hombre entregado al cosmos, de que el Logos de la vida se ha hecho palpable, de que ha entrado en la limitación. Pero nosotros sabemos que si aceptamos en la fe este mensaje, entonces él nos integra en la comunión de los testigos. Y mucho más aún: nos integra en la comunión con Dios mismo. Porque la comunión con Dios no se comunica a cada individuo en particular, sino que se transmite por medio de la comunión con hombres. La gran comunión de la Iglesia, en la cual esto acontece, y también los distintos hombres particulares, por medio de los cuales Dios quiso comunicarnos personalmente su comunión, son un regalo que Dios nos hace. Y nosotros sabemos (en el sentido en que el autor entiende el saber de fe) que la fe en la comunión con Dios nos da la plena alegría, el gozo «colmado», que Dios ha destinado para nosotros.

b) Por medio de la comunión con los testigos, nosotros mismos llegamos a ser testigos. Todo depende ahora de que estemos convencidos de la realidad de «la vida» que «se manifestó». Sin genuina experiencia de la fe, nadie puede convertirse en instrumento para suscitar en otros la fe. Cuando anunciamos a Cristo como la vida, entonces no sólo queremos comunicar saber, sino también atraer a otros a nuestra comunión, y con ello a la comunión con el Padre y el Hijo, la cual significa la salvación y el «gozo colmado». Atraer a otros a la «comunión con nosotros», es decir, a la Iglesia. Pero es curioso que 1Jn no emplee esta expresión. No suena ni siquiera la idea de una organización que pudiera sugerirse por la palabra "Iglesia». Según este lugar, debemos considerar a la Iglesia sencillamente como una comunión personal.

Si aquí preferimos la lectura variante del versículo 4, "para que sea colmado nuestro gozo", entonces esta variante -a pesar de la probabilidad, mucho mayor, de la variante que hemos recogido antes, en la traducción- puede ofrecernos una sugerencia: Cuando un creyente se convierte en testigo, transmite la comunión con Dios, entonces su alegría se hace plena, su gozo "se colma».

No debemos silenciar una dificultad que se nos impone. Muchas personas, hoy día, no quieren saber ya nada de la «vida eterna». Rechazan lo que entienden por ella. Y, así, lo primero que hay que hacer es limpiar de suciedad y herrumbre el concepto de «vida eterna» (es decir, de «vida divina»): suciedad y herrumbre que ha ido cogiendo a lo largo del tiempo. Hemos de pulir este concepto, y volver a dejarlo resplandeciente. El hombre de sensibilidad helenística, a fines del siglo I, difícilmente valoraba la vida terrenal como una plenitud. En cambio, para nosotros, que somos hombres de hoy día, la plenitud de la vida y del mundo, esa plenitud que tratamos de descubrir y dominar, puede ocultarnos la perspectiva de una plenitud mayor que nos está prometida. No se trata, pues, de recaer en la hostilidad hacia el mundo, esa hostilidad que caracterizaba al ambiente histórico-religioso en que apareció 1Jn. Sino que lo que hay que hacer es captar el mensaje de esta carta en toda su profundidad. Y entonces veremos que la afirmación de la creación en nuestro sentido de hoy día y la promesa de la vida eterna en el sentido de esta carta no sólo son compatibles, sino que además la vida actual experimentará también una ayuda decisiva por medio de este mensaje: porque la fuerza del amor, por el que se nos promete la vida eterna, enriquece ya de manera insospechada la vida actual.

Vemos ahora que esta introducción de la carta tiene mucha semejanza con el prólo0go -más conocido para nosotros- del Evangelio de Juan. Aquí lo que nos interesa es lo peculiar de 1Jn por contraste con el Evangelio. Así, pues, mencionamos en primer lugar los puntos de contacto, lo que tienen en común. Y ahora nos preguntamos por lo peculiar de 1Jn con respecto al Evangelio.

Lo común es, principalmente, que en ambos casos se habla de la preexistencia de la «Palabra», del ser premundano de la «Palabra» (Logos; en 1Jn: «Logos de la vida»), y de su encarnación (en 1Jn: «... se manifestó»). También se acentúa en ambos casos que los testigos lo "vieron» o lo «contemplaron». Se dice, igualmente, que el Logos, en el principio más primordial, estaba «junto a Dios» o «en el Padre». Asimismo, el concepto de «vida» tiene mucha importancia en ambos casos.

Ahora bien, frente a estos puntos comunes destaca también la peculiaridad de 1Jn. La vemos principalmente por el fin que el autor persigue y que se nos indica en el v. 3. Porque la introducci6n de 1Jn tiene como meta enunciar otra cosa que el prólogo del Evangelio. El prólogo es una «obertura» independiente para el Evangelio, es un "amplio himno al Logos». Entre sus importantes motivos se cuenta la repulsa del Logos luz por parte de las tinieblas. Precisamente por esto el prólogo es un preludio de ulteriores partes del Evangelio.

La introducción de 1Jn no pretende, frente a esto, desarrollar nuevamente la doctrina del Logos. No pretende describir en sí el acontecimiento de salvación. No pretende hablarnos de la Luz divina y de que ésta fue rechazada por el cosmos. Sino que lo que quiere es hablar a la situaci6n concreta de una comunidad. Esta comunidad está amenazada por la herejía que ataca la encarnación del «Logos de la vida». Por eso, lo más importante es que los lectores se convenzan o sigan convencidos de lo fidedigna que es esta doctrina. La carta "comienza allá donde se habla de la experiencia de aquellos que conocieron al divino Revelador y Portador de la vida, y lo aceptaron con fe»  

Cualquier persona, cuando se sienta para escribir una carta o se levanta para predicar un sermón, tiene algún objetivo a la vista, quiere producir algún efecto en las mentes y corazones y vidas de su audiencia. Y aquí, al principio de su carta, Juan especifica sus objetivos al escribir a su pueblo.

(i) Es su deseo producir comunión entre los hombres y comunión con Dios. El propósito del pastor siempre debe ser traer a las personas a una comunión más íntima entre sí, y también con Dios. Cualquier mensaje que produzca división, es un mensaje falso. El mensaje cristiano puede resumirse por sus dos grandes objetivos: el amor al prójimo y el amor a Dios.

(ii) Es su deseo traerle gozo a los suyos. El gozo es la esencia del Cristianismo. Un mensaje cuyo único efecto sea deprimir y desanimar a los que lo oigan se ha quedado a menos de la mitad del camino. Es completamente cierto que a menudo la finalidad del predicador y del maestro debe ser despertar un sano reconocimiento doloroso que conduzca a un verdadero arrepentimiento. Pero después de producir el sentimiento de pecado, hay que conducir a los oyentes al Salvador en Quien se perdonan los pecados. La nota definitiva del mensaje cristiano es el gozo.

(iii) Con ese fin a la vista, su propósito es presentarles a Jesucristo. Un gran maestro solía siempre decirles a sus estudiantes que su único objetivo como predicadores debía ser «decir algo bueno de Jesucristo.» Y se decía de otro gran santo que dondequiera que empezara su conversación, siempre se las arreglaba para dirigirla lo más pronto posible a Jesucristo.

El hecho fundamental es que si las personas han de encontrar comunión unas con otras y con Dios, y si han de encontrar alguna vez el verdadero gozo, deben encontrarlos en Jesucristo.

El mensaje de Juan es acerca de Jesucristo; y tiene tres grandes cosas que decir sobre Él. La primera, dice que Jesús era desde el principio. Es decir, en Él la eternidad entró en el tiempo; en Él el Dios eterno entró personalmente en el mundo de la humanidad. Segundo, esa entrada en el mundo de la humanidad fue real; fue una humanidad real la que Dios asumió. Tercera, mediante aquella acción vino a la humanidad la palabra de la Vida, la palabra que puede cambiar la muerte en vida y la mera existencia en verdadero vivir. Una y otra vez en el Nuevo Testamento, el Evangelio se llama la palabra; y es del mayor interés para nosotros el ver las diferentes conexiones en que se usa este término.

(i) El nombre que se le da más frecuentemente al Evangelio es la Palabra de Dios (Hec_4:31 ; Hec_6:2; Hec_6:7 ; Hec_11:1 ; Hec_13:5; Hec_13:7; Hec_13:44 ; Hec_16:32 ; Flp_1:14 ; 1Te_2:13 ; Heb_13:9 ; Apocalipsis 1:2,9; 6:9; 20:4). No es un descubrimiento humano; viene de Dios. Es la Noticia de Dios que el hombre no podría haber descubierto por sí mismo.

(ii) El mensaje del Evangelio se llama frecuentemente la Palabra del Señor (Hec_8:25 ; Hec_12:24 ; Hec_13:49 ; Hec_15:35 ; 1Te_1:8 ; 2Te_3:1 ). No se aclara siempre si el Señor es Dios o Jesús, aunque lo más frecuente es que se refiera a Jesús. Por tanto, el Evangelio es el mensaje que Dios no podría haber mandado a la humanidad más que por medio de Su Hijo.

(iii) El mensaje del Evangelio se llama dos veces la Palabra del Oír (logos akoés) (1Te_2:13 ; Heb_4:2 ).

Eso es decir que depende de dos cosas: de una voz dispuesta a proclamarlo, y de un oído dispuesto a escucharlo.

(iv) El mensaje del Evangelio es la Palabra del Reino (Mat_13:19). Es el anuncio del Reino de Dios, y la llamada a responder a Dios con la obediencia que nos hace ciudadanos de ese Reino.

(v) El mensaje del Evangelio es la Palabra del Evangelio (Hec_15:7 ; Col_1:5 ). Evangelio quiere decir buena noticia. Y el Evangelio es esencialmente una buena noticia a la humanidad acerca de Dios.

(vi) El Evangelio es la Palabra de la Gracia (Hec_14:3 ; Hec_20:32 ). Es la buena noticia del amor generoso e inmerecido de Dios al hombre; es la noticia de que el hombre no está abrumado bajo la tarea imposible de ganar el amor de Dios, sino que se le ofrece gratuitamente.

(vii) El Evangelio es la Palabra de la Salvación (Hec_13:26). Es el ofrecimiento del perdón de los pecados pasados y del poder para vencer el pecado en el futuro.

(viii) El Evangelio es la Palabra de la Reconciliación (2Co_5:19 ). Es el mensaje de que la relación perdida entre el hombre y Dios se restaura en Jesucristo, Que ha derribado la pared intermedia de separación que había erigido el pecado entre el hombre y Dios.

(ix) El Evangelio es la Palabra de la Cruz (1Co_1:18 ). En el corazón del Evangelio está la Cruz, en la que se da a la humanidad la prueba final del amor perdonador, sacrificado, buscador, de Dios.

(x) El Evangelio es la Palabra de la Verdad (2Co_6:7 ; Efe_1:13 ; Col_1:5 ; 2 Timoteo_2:15 ). Con la venida del Evangelio, ya no es necesario andar con suposiciones o a tientas, porque Jesucristo nos ha traído la verdad acerca de Dios.

(xi) El Evangelio es la Palabra de la Justicia (Heb_5:13 ). Es el poder del Evangelio lo que capacita a una persona para librarse del poder del mal y alcanzar la justicia que es agradable a Dios.

(xii) El Evangelio es la Palabra Salutífera (2 Timoteo_1:13 ;. 2:8). Es el antídoto que cura el veneno del pecado, y la medicina que derrota la enfermedad del mal.

(xiii) El Evangelio es la Palabra de la Vida (Flp_2:16 ). Por su poder somos librados de la muerte y se nos permite entrar en la vida que es la vida verdadera.

Aquí, al principio de su carta, Juan expone su derecho a hablar, que consiste en una cosa: su experiencia personal de Cristo.

(i) Dice que ha oído a Cristo. Mucho tiempo antes Sedequías le había preguntado a Jeremías: « ¿Hay alguna palabra de parte del Señor?» (Jer_37:17). La gente no tiene interés en oír las opiniones y suposiciones de nadie, sino una palabra de parte del Señor. Se decía de un gran predicador, que primero escuchaba a Dios, y después hablaba a las personas; y se decía que, cuando estaba predicando, hacía una pausa de vez en cuando, como si estuviera escuchando una voz. El verdadero maestro es el que tiene un mensaje de parte de Jesucristo porque ha oído Su voz.

(ii) Dice que ha visto a Cristo. Se cuenta del gran predicador escocés Alexander White, que alguien le dijo una .vez: " Hoy ha predicado usted como si viniera derecho de la presencia de Dios.» Y White le contestó: " Puede que fuera así.» Nosotros no podemos ver a Cristo en la carne como Le vio Juan, pero seguimos pudiendo verle con los ojos de la fe.

(iii) Dice que ha observado a Cristo. ¿Qué diferencia hay entre ver a Cristo y observarle? En el original griego el verbo para ver es horán, que quiere decir sencillamente ver con la vista física. El verbo para observar es theasthai, y quiere decir fijar la mirada en alguien o algo hasta que se capta el significado de esa persona o cosa. Así Jesús, dirigiéndose a las multitudes de Juan el Bautista, les preguntó: "¿Qué fue lo que salisteis a ver (theasthai) al desierto?" (Luc_7:24); y en esa palabra describe cómo salían las multitudes como rebaños a observar a Juan y plantearse quién y qué podría ser aquel hombre. Hablando de Jesús en el prólogo de su evangelio, Juan dice: «Vimos Su gloria» (Juan_1:14). El verbo es aquí también theasthai, y la idea que sugiere no es la de una ojeada pasajera, sino la de una observación insistente que trata de descubrir algo del misterio de Cristo.

(iv) Dice que sus manos de hecho tocaron a Cristo. Lucas nos dice que, cuando Jesús volvió a Sus discípulos después de Su Resurrección, les dijo: «Ved por Mis manos y Mis pies que soy Yo mismo; palpad y comprobadlo, porque un fantasma no tiene carne y hueso como veis que Yo tengo» (Luc_24:39). Aquí Juan está pensando en aquellas personas llamadas docetistas que eran tan «espirituales» que insistían en que Jesús no tuvo nunca un cuerpo de carne y hueso como todos los seres humanos, sino que era un fantasma en forma humana. Se negaban a creer que Dios pudiera llegar a ensuciarse asumiendo la carne y sangre humanas. Juan insiste aquí en que el Jesús Que él había conocido era realmente un hombre entre los hombres. Se daba cuenta de que no había en el mundo nada más peligroso  que dudar de que Jesús fuera plenamente humano.

¡Maranatha!


"Frente a la inmediata captación de Dios, pretendida por el gnóstico, la fe cristiana anuncia que lo divino y eterno se ha hecho palpable y captable en una singular figura humana". JASS

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