} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: JESUCRISTO, LA PROPICIACIÓN (Estudio bíblico familiar 07/10/2016)

viernes, 7 de octubre de 2016

JESUCRISTO, LA PROPICIACIÓN (Estudio bíblico familiar 07/10/2016)


1 Juan 2:1-2

   Hijitos míos, estoy escribiéndoos estas cosas para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos al Que defenderá nuestra causa ante el Padre, Jesucristo el Justo. Porque Él es el sacrificio propiciatorio por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por todo el mundo.



La primera cosa que debemos notar en este pasaje es el afecto sincero. Juan empieza por llamarnos «hijitos míos.» Tanto en latín y griego como en español los diminutivos denotan un afecto especial. Son palabras que se usan, como si dijéramos, con una caricia. Juan es un hombre muy anciano; debe de ser de hecho el último superviviente de su generación, el último hombre vivo de los que habían andado y hablado con Jesús en los días de Su carne. Desgraciadamente, muy a menudo los ancianos no simpatizan con los jóvenes, y hasta desarrollan una irritabilidad impaciente frente a las maneras nuevas y más libres de la generación más joven. Pero no Juan; en su ancianidad no da muestras nada más que de ternura para con los que son sus hijitos en la fe. Les está escribiendo para decirles que no deben pecar, pero no les echa la bronca. No tienen filo sus palabras; quiere conducirlos a la bondad a fuerza de amarlos. En estas palabras introductorias se ve el anhelo, la ternura afectiva de un pastor hacia las personas a las que ha conocido largo tiempo en todas sus debilidades y flaquezas, y sigue amando.

Su propósito al escribirles es que no pequen. Hay un doble peligro de que piensen con ligereza en el pecado.

Juan dice dos cosas acerca del pecado:
La primera, acaba de decir que el pecado es universal; cualquiera que diga que no ha cometido ningún pecado, es un mentiroso.
Segunda, que hay perdón para los pecados en lo que Jesucristo ha hecho y sigue haciendo por los hombres. Ahora bien, sería posible usar estas dos afirmaciones como una excusa para pensar en el pecado con ligereza. Si todos hemos pecado, ¿por qué armar tanto jaleó acerca de ello, y de qué sirve luchar contra algo que es en cualquier caso una parte inevitable de la condición humana? Además, si hay perdón de pecados, ¿para qué preocuparse?

A la vista de esto Juan, tiene dos cosas que decirnos:

Primera, el cristiano es el que ha llegado a conocer a Dios; y el compañero inseparable del conocimiento debe ser la obediencia. Nos dice que conocer a Dios y obedecer a Dios deben ser, como Juan deja bien claro, partes gemelas de la misma experiencia.

Segunda, el que pretenda permanecer en Dios y en Jesucristo, debe vivir la misma clase de vida que Jesús vivió; es decir: la unión con Cristo conlleva necesariamente la imitación de Cristo.

Así es que Juan establece sus dos grandes principios éticos: el conocimiento conlleva la obediencia, y la unión conlleva la imitación. Por tanto, en la vida cristiana nunca puede haber nada que nos induzca a pensar en el pecado con ligereza.
A mi modesto entender, no creo que haya en todo el Nuevo Testamento otros dos versículos que expongan tan claramente la obra de Cristo, y me gustaría llegar hasta el fondo de ese tesoro que encierra para dejarlo en este estudio familiar, que si Dios quiere meditaremos este viernes.

Empecemos por plantear el problema. Está claro que el Cristianismo es una relación ética y personal con Cristo; eso es algo en lo que Juan hace hincapié. Pero también está claro que el hombre es a menudo un fracaso ético. Confrontado con las demandas de Dios, las admite y las acepta  y entonces fracasamos en cumplirlas. Aquí, pues, hay una barrera infranqueable entre Dios y el hombre. ¿Cómo puede el hombre, un pecador, entrar alguna vez a la presencia del Dios tres veces Santo? Ese problema se resuelve en Jesucristo. Y Juan usa en este pasaje dos grandes palabras acerca de Jesucristo que debemos estudiar, no simplemente para adquirir conocimiento intelectual, sino para comprender y así entrar a participar en los beneficios de Cristo.

Llama a Jesucristo nuestro Abogado con el Padre. La palabra es paráklétos, que en el Cuarto Evangelio traduce la Reina-Valera por Consolador (de acuerdo con el D R.A E., que define paráclito como «Nombre que se da al Espíritu Santo, enviado .para consolador de los fieles» Juan_14:16). Es una palabra tan grande y tiene tras sí un pensamiento tan grande que debemos examinarla en detalle. Paráklétos procede del verbo parakalein. Hay algunos contextos en los que parakalein quiere decir confortar. Se usa con este sentido, por ejemplo, en Gen_37:35, donde se dice que todos los hijos e hijas de Jacob acudieron a consolarle por haber perdido a José. En Isa_61:2 , donde se dice que la función del profeta es consolar a todos los que están de luto; y en Mat_5:4 , donde se dice que los que lloran recibirán consolación. Pero ese no es, ni el más corriente ni el más literal sentido de parakalein; su sentido más corriente es llamar a alguien al lado de uno para usarle de alguna manera como ayuda y consejero. En griego ordinario ese es un uso muy corriente.

La palabra paráklétos está en la voz pasiva, y quiere decir literalmente alguien que es llamado al lado de uno; pero como siempre lo más importante es la razón por la que se llama, la palabra,  Aunque de forma pasiva, tiene un sentido activo, y llega a querer decir ayudador, sustentador, y sobre todo testigo a favor de alguien, abogado en la defensa de alguien.  Tan corriente era esta palabra que pasó a otras lenguas simplemente transcrita. En el mismo Nuevo Testamento, las versiones siríaca, egipcia, árabe y etiópica conservan todas la palabra paráklétos sin traducirla. Especialmente los judíos adoptaron la palabra y la usaron con el sentido de abogado, ad-vocatus, alguien que defiende la causa de uno. La usaban como la contraria de acusador, fiscal, y los rabinos tenían este dicho acerca de lo que sucederá el Día del Juicio de Dios: "El hombre que guarde un mandamiento de la Ley se ha conseguido un paráklétos; el hombre que quebranta un mandamiento de la Ley se ha buscado un acusador.» También decían: «Si un hombre es citado ante el tribunal sobre un asunto capital necesita poderosos paraklétoi (el plural de la palabra) que le salven; el arrepentimiento y las buenas obras son sus paraklétoi en el juicio de Dios.» «Toda la justicia y la misericordia que haga un israelita en este mundo son gran paz y gran paraklétoi entre él y su Padre en el Cielo.» Decían que la ofrenda por el pecado era el paráklétos de un hombre ante Dios.
  Encontramos en el Nuevo Testamento más de una vez esta gran concepción de Jesús como el amigo y el defensor del hombre. En un juicio marcial, el oficial que defiende al soldado bajo acusación se llama el amigo del preso. Jesús es nuestro amigo. Pablo escribe acerca de ese Cristo que está a la diestra de Dios y «que intercede por nosotros» (Rom_8:34). El autor de la Carta a los Hebreos habla de Jesucristo como el Que «siempre está vivo para hacer intercesión» por los hombres (Heb_7:25); y también habla de Él como «compareciendo en la presencia de Dios por nosotros» (Heb_9:24).

Lo más tremendo de Jesús es que no ha perdido nunca Su interés y Su amor por los hombres. No hemos de pensar en Él como alguien que ha pasado por la vida sobre la tierra, y la muerte en la Cruz, y ha terminado con la humanidad. Sigue asumiendo en Su corazón la preocupación por nosotros; sigue intercediendo por nosotros; Jesucristo es el amigo del preso para todos.

Juan pasa a decir que Jesús es la propiciación por nuestros pecados. La palabra original es hilasmós. Esta es una imagen que nos es sumamente difícil captar. La figura del abogado es universal, porque todo el mundo tiene experiencia de un amigo que viene en su ayuda; pero la figura de la propiciación procede del sacrificio, y era más natural para los judíos que para nosotros. Para entenderla tenemos que captar las ideas básicas que subyacen en ella.

La gran finalidad de toda religión es la relación con Dios, conocerle como Amigo y entrar con gozo, no con miedo, a Su presencia. De aquí se sigue que el problema supremo de la religión es el pecado, que es lo que interrumpe la relación con Dios. Para resolver ese problema, surge todo el sistema del sacrificio. Por él se restaura la relación con Dios. Por eso los judíos ofrecían el sacrificio por el pecado; no por ningún pecado en particular, sino por el ser humano como pecador; y mientras existió el Templo se hizo esta ofrenda a Dios por la mañana y por la tarde. Los judíos ofrecían a Dios también sacrificios por los pecados, es decir, por los pecados particulares. También tenían el Día de la Expiación, cuyo ritual estaba diseñado para expiar todos los pecados, conocidos o no. Este es el trasfondo con el que tenemos que ver en esta figura de la propiciación.

Como ya hemos dicho, la palabra griega para propiciación es hilasmós, y el verbo correspondiente es hiláskesthai. Este verbo tiene tres significados:
(i)                Cuando el sujeto es un hombre quiere decir aplacar o pacificar a alguien que ha sido dañado u ofendido, pero se usa sobre todo para aplacar a un dios. Es traer un sacrificio o cumplir un ritual por el que un dios, que ha sido ofendido por el pecado, se aplaca.
(ii)             Si el sujeto es Dios, el verbo quiere decir perdonar, porque entonces el significado es que Dios mismo provee el medio por el cual se restablece la relación perdida entre Él y los hombres.
(iii)            El tercer significado está relacionado con el primero. El verbo quiere decir a menudo realizar alguna obra por la que se quita la mancha de la culpa. Una persona peca; inmediatamente adquiere la mancha del pecado; le hace falta algo que  le desinfecte al hombre de esa mancha, y le permita volver a entrar a la presencia de Dios. En ese sentido hiláskesthai quiere decir, no propiciar, sino expiar; no tanto pacificar a Dios como desinfectar al hombre del contagio del pecado y capacitarle así de nuevo para estar en relación con Dios.

Cuando Juan dice que Jesús es el hilasmós por nuestros pecados está reuniendo en uno todos estos significados diferentes. Jesús es la persona por medio de Quien se eliminan la culpa por los pecados pasados y la infección del pecado presente. La gran verdad básica tras esta palabra es que por medio de Jesucristo se restaura y mantiene la relación con Dios.
Cuando Jesús estuvo en la Tierra, Jehová fue su Salvador, y le apoyó y fortaleció para que mantuviera integridad a través de sus intensas pruebas. (Heb 5:7; Sl 28:8.)
Además de Salvador, Jehová también es el “Redentor”. (Isa 49:26; 60:16.) En el pasado redimió a su pueblo Israel del cautiverio. Al liberar a los cristianos de la esclavitud al pecado, Dios los recompra por medio de su Hijo Jesucristo (1Jn 4:14), su provisión para la salvación y a quien ensalzó como el “Propiciador y Salvador”. (Hch 5:31.) Por ello, a Jesucristo se le puede llamar correctamente “nuestro Salvador”. (Tit 1:4; 2Pe 1:11.) El nombre Jesús, dado al Hijo de Dios por dirección angélica, significa “Jehová Es Salvación”, pues, según dijo el ángel: “Él salvará a su pueblo de sus pecados”. (Mt 1:21; Lu 1:31.) Este nombre indica que Jehová es la Fuente de salvación que se lleva a cabo a través de Jesús. Por esta razón se habla conjuntamente del Padre y del Hijo con relación a la salvación. (Tit 2:11-13; 3:4-6.)
Por medio de Jesucristo, Jehová provee a “hombres de toda clase” (1Ti 4:10) la salvación del pecado y la muerte (Ro 8:2), la salvación de Babilonia la Grande (Apoca 18:2, 4), del mundo controlado por Satanás (Jn 17:16; Col 1:13) y de la destrucción y la muerte eternas. (Apoca 7:14-17; 21:3, 4.) En Apoca 7:9, 10 se muestra a una “gran muchedumbre” que atribuye la salvación a Dios y al Cordero.
El sacrificio de rescate es la base para la salvación, y Cristo Jesús, como Rey y Sumo Sacerdote eterno, tiene la autoridad y el poder de “salvar completamente a los que están acercándose a Dios mediante él”. (Heb 7:23-25; Apoca 19:16.) Él es “salvador de este cuerpo”, la congregación de sus seguidores ungidos, y también de todos los que ejercen fe en él. (Ef 5:23; 1Jn 4:14; Jn 3:16, 17.)

Pero todavía otra cosa más. Según Juan lo ve, esta obra de Jesús fue realizada, no solamente por nosotros, sino por todo el mundo. Hay en el Nuevo Testamento una línea constante de pensamiento en la que se subraya la universalidad de la Salvación de Dios. De tal manera amó Dios al mundo que envió a Su Hijo (Jua_3:16). Jesús está seguro de que, cuando sea elevado en la Cruz, atraerá a Sí a todos los hombres (Jua_12:32). Dios quiere que todos los hombres sean salvos (1 Timoteo_2:4 ). Sería una osadía ponerle límites a la gracia y al amor de Dios o a la eficacia de la obra y el sacrificio de Jesucristo. Es verdad que el amor de Dios es más amplio que nuestras ideas, y en el mismo Nuevo Testamento se intuye una Salvación cuyos brazos abarcan a todo el mundo, pero también es cierto que no todos serán salvos.

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