"Vendrá
el enemigo como río, mas el espíritu de Jehová levantará bandera contra él»
(Isaías 59:19).
¿Qué
significa que el peligro vendrá "como río»? La figura aquí usada es
gráfica y expresiva: es la de una inundación anormal que produce la anegación
de la tierra, la puesta en peligro de la propiedad y la vida misma; una
inundación que amenaza llevárselo todo consigo. Ésta es una figura apta para
describir la experiencia moral del mundo en general, y de secciones
especialmente favorecidas en particular, en diferentes períodos de la historia.
Repetidas veces la inundación del mal se ha desbordado alcanzando dimensiones
tan alarmantes que ha parecido como si Satanás fuera a tener éxito en sus
esfuerzos por derrumbar toda cosa santa que encontrara a su paso; cuando ha
parecido que la causa divina en la tierra estaba en peligro inmediato de ser
arrastrada completamente por la inundación de idolatría, impiedad e iniquidad.
"Vendrá el enemigo como río». Sólo tenemos que mirar el contexto para
descubrir lo que quiere decir tal lenguaje. "Esperamos luz, y he aquí
tinieblas; resplandores, y andamos en oscuridad. Palpamos la pared como ciegos,
y andamos a tiento como sin ojos... Porque nuestras rebeliones se han
multiplicado delante de ti, y nuestros pecados han atestiguado contra
nosotros... El prevaricar y mentir contra Jehová, y tornar de en pos de nuestro
Dios; el hablar calumnia y rebelión, concebir y proferir de corazón palabras de
mentira. Y el derecho se retiró, y la justicia se puso lejos; porque la verdad
tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir. Y la verdad fue detenida; y el
que se apartó del mal, fue puesto en presa» (Isaías 59:9-45). No obstante,
cuando el diablo ha inundado de errores mentirosos, y el desorden ha llegado a
predominar, el Espíritu de Dios interviene y desbarata los propósitos de
Satanás.
Los
versículos solemnes que hemos leído más arriba describen fielmente las terribles
condiciones que privaban en Israel bajo el reinado de Acab y su cónyuge pagana
Jezabel. A causa de sus múltiples transgresiones, Dios había entregado el
pueblo a la ceguera y las tinieblas, y un espíritu de falsedad y locura poseía
sus corazones. Por lo tanto, la verdad había tropezado en la plaza, pisoteada
cruelmente por las masas. La idolatría se había convertido en la religión del
estado; la adoración a Baal estaba a la orden del día: la impiedad se había
desenfrenado por todas partes. Ciertamente, el enemigo había venido como río, y
parecía que no quedaba barrera alguna que pudiera oponerse a sus efectos
devastadores. Fue entonces cuando el Espíritu del Señor levantó bandera contra
él, haciendo pública demostración de que el Dios de Israel estaba grandemente
enojado contra los pecados del pueblo, e iba a visitar sus iniquidades sobre
ellos. Esa bandera celestial y solitaria fue levantada por mano de Elías. Dios
nunca se dejó a si mismo sin testimonio en la tierra. En las épocas más oscuras
de la historia humana el Señor ha levantado y mantenido un testimonio para sí.
Ni la persecución ni la corrupción han podido destruirlo enteramente. En los
días antediluvianos, cuando la tierra estaba llena de violencia y toda carne
habla corrompido sus caminos, Jehová tenía un Enoc y un Noé para actuar como
sus portavoces. Cuando los hebreos fueron reducidos a una esclavitud abyecta en
Egipto, el Altísimo envi6 a Moisés y Aarón como embajadores suyos; y en cada
período subsiguiente de su historia les fue enviando un profeta tras otro. Así
ha sido también durante el curso de la historia de la Cristiandad: en los días
de Neròn, en tiempos de Carlomagno, e incluso en tiempos del oscurantismo -a
pesar de la oposición incesante del papado- la lámpara de la verdad nunca se ha
extinguido. Asimismo, en este texto de I Reyes 17 contemplamos de nuevo la
fidelidad inmutable de Dios a su pacto al sacar a escena a uno que era celoso
de Su gloria y que no temía el denunciar a Sus enemigos. Después de habernos
detenido a considerar el significado de la misión particular que Elías ejerció,
y de haber contemplado su misteriosa personalidad, pensemos ahora en el
significado de su nombre. Es por demás sorprendente y revelador, ya que Elías
puede traducirse por «mi Dios es Jehová», o «Jehová es mi Dios». La nación
apóstata había adoptado a Baal como su deidad, pero el nombre de nuestro
profeta proclamaba al Dios verdadero de Israel. Podernos llegar a la conclusión
segura, por la analogía de las Escrituras, que fueron sus padres quienes le pusieron
este nombre, probablemente bajo un impulso profético o como consecuencia de una
comunicaci6n divina. Los que están familiarizados con la Palabra de Dios, no
considerarán ésta una idea caprichosa. Lamec llamó a su hijo Noé,
"diciendo: Éste nos aliviará (o será un descanso para nosotros) de
nuestras obras» (Génesis 5:29) -Noé significa «descanso» o «consuelo»-. José
dio a sus hijos nombres expresivos de las diferentes provisiones de Dios
(Génesis 41:51,52). El nombre que Ana dio a su hijo (I Samuel 1:20), y el que
la mujer de Finees dio al suyo (I Samuel 4:19-22), son otras tantas
ilustraciones. Observemos cómo el mismo principio se aplica también con
referencia a muchos de los lugares que se mencionan en la Escritura: Babel
(Génesis 11:9), Beerseba (Génesis 21:31), Masah y Meriba (Éxodo 17:7), y Cabul
(I Reyes 9:13), son ejemplos característicos; nadie por cierto que desee
entender los escritos sagrados puede permitirse el no prestar atención especial
a los nombres propios. La importancia de ello se confirma en el ejemplo de
nuestro Señor ' cuando mandó al ciego lavarse en el estanque de Siloé, al
añadirse inmediatamente: «(que significa, si lo interpretares, Enviado)"
(Juan 9:7). También, cuando Mateo describía el mandato del ángel a José de que el
Salvador había de llamarse Jesús, el Espíritu le llevó a añadir: "Todo
esto aconteció para que se cumpliese lo que fue dicho por el Señor, por el
profeta que dijo. He aquí la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás
su nombre Emanuel, que declarado, es: Con nosotros Dios» (Mateo1:22-23). Vemos,
pues, que el ejemplo de los apóstoles nos autoriza a extraer enseñanzas de los
nombres propios (ya que, si no todos, muchos de ellos encierran verdades
importantes); ello debe hacerse modestamente y según la analogía de la
Escritura, y no con dogmatismo o con el propósito de establecer una nueva
doctrina. Fácilmente se echa de ver con cuanta exactitud el nombre de Elías
correspondía a la misi6n y el mensaje del profeta; y ¡cuánto estímulo debía
proporcionarle la meditación del mismo! También podemos relacionar con su
nombre sorprendente el hecho de que el Espíritu Santo designara a Elías
«tisbita», que significativamente denota el que es extranjero. Y debemos
anotar, también, el detalle adicional de que fuera "de los moradores de
Galaad", que significa rocoso debido a la naturaleza montañosa de aquella
tierra. En la hora crítica, Dios siempre levanta y usa tales hombres: los que
están dedicados completamente a Él, separados del mal religioso de su tiempo,
que moran en las alturas; hombres que en medio de la decadencia más espantosa
mantienen en sus corazones el testimonio de Dios. «Entonces Elías tisbita, que
era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel,
delante del cual estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi
palabra» (I Reyes 17:1). Este suceso memorable ocurrió unos ochocientos sesenta
años antes de Cristo. Pocos hechos en la historia sagrada pueden compararse a
éste en dramatismo repentino, audacia extrema, y en la sorprendente naturaleza
del mismo. Un hombre sencillo, solo, vestido con humilde atavió, apareció sin
ser anunciado ante el rey ap6stata de Israel como mensajero de Jehová y heraldo
de juicio terrible. Nadie en la corte debía saber demasiado de él, si acaso
alguno le conocía, ya que acababa de surgir de la oscuridad de Galaad para
comparecer ante Acab con las llaves del cielo en sus manos. Tales son, a
menudo, los testigos de su verdad que Dios usa. Aparecen y desaparecen a su
mandato; y no proceden de las filas de los influyentes o los instruidos. No son
producto del sistema de este mundo, ni pone éste laurel en sus cabezas.
"Vive Jehová Dios de Israel, delante del cual estoy, que no habrá lluvia
ni rocío en estos años, sino por mi palabra.» La frase "Vive Jehová Dios
de Israel», encierra mucho más de lo que pueda parecer a primera vista. Nótese
que no es simplemente "Vive Jehová Dios», sino «Jehová Dios de Israel",
que ha de diferenciarse del término más amplio "Jehová de los ejércitos».
Hay ahí, por lo menos, tres significados. Primero, "Jehová Dios de
Israel" hace énfasis especial en su relación particular con la nación
favorecida: Jehová era su Rey, su Gobernante, Aquel al cual habían de dar
cuentas, con el que tenían un pacto solemne. Segundo, se informaba a Acab que
Dios vive. Este gran hecho, evidentemente, había sido puesto en entredicho.
Durante el reinado de un rey tras otro, Israel había escarnecido y desafiado a
Jehová sin que se hubieran producido consecuencias terribles; por ello, llegó a
prevalecer la idea falsa de que el Señor no existía en realidad. Tercero, la
afirmación "Vive Jehová Dios de Israel», mostraba el notable contraste que
existía con los ídolos sin vida, cuya impotencia iba a hacerse patente,
incapaces de defender de la ira de Dios a sus engañados adoradores. Aunque
Dios, por sus propias y sabias razones, «soportó con mucha mansedumbre los
vasos de ira preparados para muerte» (Romanos 9:22), no obstante da pruebas
suficientes y claras, a través del curso de la historia humana, de que Él es
aún ahora el gobernador de los impíos y el vengador del pecado. A Israel le fue
dada tal prueba entonces. A pesar de la paz y la prosperidad de que había
disfrutado el reino por largo tiempo, el Señor estaba airado en gran manera por
la forma grosera en que había sido insultado públicamente, y había llegado la
hora de que Dios castigara severamente a su pueblo descarriado. En
consecuencia, envió a Elías a anunciar a Acab la naturaleza y duración del
azote. Nótese debidamente que el profeta fue con su terrible mensaje, no al
pueblo, sino al mismo rey, la cabeza responsable, el que tenía en su mano el
poder de rectificar lo que estaba mal, proscribiendo los ídolos de sus dominios.
Elías fue llamado a comunicar el mensaje más desagradable al hombre más
poderoso de todo Israel; pero, consciente de que Dios estaba con él, no titubeó
en su tarea. Enfrentándose súbitamente a Acab, Elías le hizo ver de manera
clara que el hombre que tenía delante no le temía, por más que fuera el rey.
Sus primeras palabras hicieron saber al degenerado monarca de Israel que tenía
que vérselas con el Dios viviente. «Vive Jehová Dios de Israel», era una
afirmación franca de la fe del profeta, y al mismo tiempo dirigía la atención
de Acab hacia Aquel a quien había abandonado. «Delante del cual estoy» (es decir,
del cual soy siervo; Deuteronomio 10:8; Lucas 1:19), en cuyo nombre vengo a ti,
en cuya veracidad y poder incuestionable confío, de cuya presencia inefable soy
consciente, y al cual he orado y me ha respondido. «No habrá
lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra». ¡Qué perspectiva más
aterradora! De la expresión «lluvia temprana y tardía» inferimos que,
normalmente, Palestina experimentaba una estación seca de varios meses de
duración; pero, aunque no cala lluvia, de noche descendía abundante rocío que
refrescaba grandemente la vegetación. Pero que no cayera rocío ni lluvia, y por
un período de años, era en verdad un juicio terrible. Esa tierra tan fértil y
rica que mereció ser designada como "tierra que fluye leche y miel",
se convertirla rápidamente en aridez y sequedad, acarreando hambre, pestilencia
y muerte. Y cuando Dios retiene la lluvia, nadie puede crearla. «¿Hay entre las
vanidades (falsos dioses) de las gentes quien haga llover?» (Jeremías 14:22).
¡Cómo revela esto la completa impotencia de los ídolos, y la locura de los que
les rinden homenaje! La severa prueba con la que Elías se enfrentaba al
comparecer ante Acab y pronunciar tal mensaje requería una fuerza moral poco
común. Esta verdad se hace más evidente si prestamos atención a un detalle que
parece haber escapado a los comentaristas y que sólo es evidente por medio de
la comparación cuidadosa de las diversas partes de las Escrituras. Elías dijo
al rey: «No habrá lluvia ni rocío en estos años», mientras que en I Reyes 18:1,
la secuela de ello es que «pasados muchos días, fue palabra de Jehová a Elías
en el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate a Acab, y yo daré lluvia sobre la haz
de la tierra». Por otra parte, Cristo declaró que "muchas viudas había en
Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis
meses, que hubo una grande hambre en toda la tierra» (Lucas 4:25). ¿Cómo
podemos dar cuenta de esos seis meses? De la forma siguiente: cuando Elias
visitó a Acab ya hacía seis meses que la sequía había comenzado; podemos
imaginarnos perfectamente la furia del rey al anunciársele que la terrible
plaga había de durar tres años más. Si la desagradable tarea que Elías tenla
ante sí requería resolución y valentía sin igual; y bien podemos preguntar:
¿Cuál era el secreto de su gran coraje, y cómo podemos explicarnos su
fortaleza? Algunos rabíes judíos han mantenido que era un ángel, pero esto no
es posible porque en el Nuevo Testamento se nos dice claramente que "Elías
era hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros» (Santiago 5:17). Sí, era
sólo «un hombre»; sin embargo, no tembló en presencia de un monarca. Aunque
hombre, tenía poder para cerrar las ventanas del cielo y secar los arroyos de
la tierra. Pero la pregunta surge de nuevo ante nosotros: ¿Cómo explicar la
plena certidumbre con que predijo la prolongada sequía, y su confianza en que
todo sería según su palabra? ¿Cómo fue que alguien tan débil en sí mismo vino a
ser poderoso en Dios para la destrucción de fortalezas? Puede haber tres
razones del secreto del poder de Elías. Primera,
la oración. "Elías era hombre sujeto a semejantes pasiones que
nosotros, y rogó con oración que no lloviese, y no llovió sobre la tierra en
tres años y seis meses" (Santiago 5:17). Obsérvese que el profeta no
comenzó sus fervientes súplicas después de comparecer ante Acab, sino ¡seis
meses antes! Ahí está la explicación de su certidumbre y resolución ante el
rey. La oración en privado era el manantial de su poder en público podía
mantenerse con audacia en la presencia del monarca impío porque se habla
arrodillado humildemente ante Dios. Pero obsérvese también que el profeta
"rogó con oración» (fervientemente); la suya no era una devoción formal y
carente de espíritu que nada conseguía, sino de todo corazón, ferviente y
eficaz. Segunda, su conocimiento de Dios.
Ello se adivina claramente en sus palabras a Acab: "Vive Jehová Dios de
Israel". Para él, Jehová era una realidad viva. El abierto reconocimiento
de Dios habla desaparecido en todas partes: por lo que se refiere a las
apariencias externas, no habla un alma en Israel que creyese en su existencia.
Pero ni la opinión pública ni la práctica general podían influir en el ánimo de
Elías. No podía ser de otro modo, cuando en su propio pecho tenía la
experiencia que le permitía decir con Job: "Yo sé que mi redentor vive».
La infidelidad y el ateísmo de los demás no pueden hacer vacilar la fe del que
ha comprendido por sí mismo a Dios. Ello explica el valor de Elías, como en una
ocasión posterior explicó la fidelidad insobornable de Daniel y sus tres
compañeros hebreos. El que conoce de verdad a Dios se esforzará, (Daniel
11:32), y no temerá al hombre. Tercera,
su conocimiento de la presencia divina. "Vive Jehová Dios de Israel,
delante del cual estoy». Elías no sólo estaba seguro de la realidad de la
existencia de Jehová, sino que también era consciente de estar en su presencia.
El profeta sabía que, aunque aparecía ante la persona de Acab, estaba en la
presencia de Uno infinitamente mayor que todos los monarcas de la tierra; Aquel
delante del cual aun los más ilustres ángeles se inclinan en adoraci6n. El
mismo Gabriel no podía hacer una confesión más grande (Lucas 1:19). ¡Bendito
sea Dios!; tal certeza bendita nos eleva por encima de todo temor. Si el
Todopoderoso estaba con él, ¿cómo podía el profeta temer ante un gusano de la
tierra? "Vive el Señor Dios de Israel, delante del cual estoy» revela
claramente el fundamento sobre el que su alma reposaba mientras llevaba a cabo
su desagradable tarea.
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