Romanos 5; 6-11
6
Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los
impíos.
7 Ciertamente, apenas morirá alguno por un
justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno.
8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros,
en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
9 Pues mucho más, estando ya justificados en su
sangre, por él seremos salvos de la ira.
10 Porque si siendo enemigos, fuimos
reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando
reconciliados, seremos salvos por su vida.
11 Y no sólo esto, sino que también nos
gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido
ahora la reconciliación.
El hecho de que Jesucristo muriera por
nosotros es la prueba definitiva del amor de Dios. Ya sería bastante difícil
encontrar a alguien que estuviera dispuesto a morir por un justo; sería
remotamente posible convencer a alguien para que muriera por alguna idea grande
y buena; y alguien podría tener el amor necesario para dar su vida por un
amigo. Pero lo inmensamente maravilloso del amor de Jesucristo es que murió por
nosotros cuando no éramos más que pecadores enemistados con Dios. Ningún amor
puede llegar más lejos.
Esto es toda una parábola. No fue por buenas
personas por las que murió Cristo, sino por pecadores; no eran amigos de Dios,
sino gente que estaba enemistada con Él.
Pablo da otro paso adelante. Gracias a Jesús
ha cambiado nuestro status con Dios. Aunque éramos pecadores, Jesús nos puso en
la debida relación con Dios. Pero eso no es todo. No sólo había que cambiar
nuestro status; también había que cambiar nuestro estado. Un pecador salvado no
puede seguir siendo pecador; tiene que santificarse diariamente. La muerte de
Cristo cambió nuestro status; su vida de Resurrección cambia nuestro estado.
Jesús no está muerto, sino vivo; está siempre con nosotros para ayudarnos y
guiarnos, para llenarnos de Su fuerza para que venzamos la tentación, para
vestirnos con algo de su gloria. Jesús empieza por poner a los pecadores en la
debida relación con Dios aun cuando son pecadores; y continúa, por su Gracia,
capacitándolos para que abandonen el pecado y sean personas nuevas y buenas. Esto
abre una nueva visión del tema, o es un nuevo argumento para mostrar que
nuestra esperanza no avergonzará, o no nos defraudará. El primer argumento que
había dicho en el versículo anterior, que el Espíritu Santo nos fue dado. La
siguiente, que ahora afirma, es que Dios había dado la más amplia prueba de que
nos salvaría al darnos a su Hijo cuando éramos pecadores; y que el que había
hecho tanto por nosotros cuando éramos enemigos, no nos fallará ahora cuando
seamos sus amigos. Ha realizado la parte más difícil de la obra al
reconciliarnos cuando éramos enemigos; y no nos abandonará ahora, sino que
llevará adelante y completará lo que ha comenzado.
Todavía no teníamos fuerzas: la palabra que se
usa aquí ἀσθενῶν asthenōn generalmente se aplica a aquellos que están enfermos
y débiles, privados de fuerza por la enfermedad. Pero también se usa en un
sentido moral, para denotar incapacidad o debilidad con respecto a cualquier
empresa o deber. Aquí quiere decir que estábamos sin fuerzas “en cuanto al caso
que estaba considerando el apóstol”; es decir, no teníamos poder para idear un
esquema de justificación, para hacer una expiación, o para apartar la ira de
Dios, etc. Mientras que toda esperanza de que el hombre se salvara por
cualquier plan propio fue así eliminada; mientras yacía así expuesto a la justicia
divina, y dependiente de la mera misericordia de Dios; Dios proveyó un plan que
resolvió el caso y aseguró su salvación. El comentario del apóstol aquí se
refiere únicamente a la condición de la raza antes de que se haga una
expiación.
Todos los experimentos habían fallado en
salvar a la gente. Durante cuatro mil años el juicio se había hecho bajo la Ley
entre los judíos: y con la ayuda de la razón más ilustrada en Grecia y Roma; y
aun así fue en vano. No se había ideado ningún plan para hacer frente a las
enfermedades del mundo y para salvar a la gente de la muerte. Era entonces el
momento de que se presentara a la gente un plan mejor.
Hay términos técnicos para estas cosas. El
cambio de nuestro status es la justificación; ahí es donde empieza todo el
proceso de la Salvación. El cambio de nuestro estado es la santificación; así
prosigue el proceso de nuestra Salvación, que no termina hasta que Le veamos
cara a cara y seamos como Él.
Hay que notar aquí una cosa de gran
importancia. Pablo está seguro de que todo el proceso salvífico, la venida de
Cristo y su muerte, son una prueba del amor de Dios. A veces se presenta esta
verdad como si por una parte estuviera un Dios airado y vengativo, y por otra
un Cristo compasivo y amoroso; y como si Cristo hubiera hecho algo que obligó a
Dios a cambiar de actitud. ¡Nada podría estar más lejos de la verdad! Nuestra
Salvación tiene su origen y realización en el amor de Dios. Jesús no vino a
cambiar Su actitud hacia los hombres, sino a mostrarles a éstos cómo es y ha
sido siempre Dios. Vino para demostrar, sin lugar a dudas, que Dios es amor.
Ahora sentimos que Dios está reconciliado con
nosotros, y nosotros estamos reconciliados con él: la enemistad se ha quitado
de nuestras almas; y Él, por Cristo, por quien hemos recibido la expiación, la
reconciliación, ha remitido la ira, el castigo que merecíamos: y ahora, por
esta reconciliación, esperamos una gloria eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario