Romanos 5; 1-5
1 Justificados, pues, por la fe, tenemos paz
para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;
2 por quien también tenemos entrada por la fe a
esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la
gloria de Dios.
3 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos
en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia;
4 y la paciencia, prueba; y la prueba,
esperanza;
5 y la esperanza no avergüenza; porque el amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos
fue dado.
Aquí tenemos uno de esos grandes pasajes de
Pablo, en el que canta el íntimo gozo de su confianza en Dios. El apóstol da
por sentado que ha probado que la justificación es por la fe, y que los
gentiles tienen el mismo derecho que los judíos a la salvación por la fe. Y
ahora procede a mostrar los efectos producidos en los corazones de los gentiles
creyentes por esta doctrina. Somos justificados: todos nuestros pecados son
perdonados por la fe, como causa instrumental; porque, siendo pecadores, no
tenemos obras de justicia que podamos defender.
Tenemos paz con Dios - Antes, siendo
pecadores, estábamos en un estado de enemistad con Dios, lo cual fue
suficientemente probado por nuestra rebelión contra su autoridad, y nuestra
transgresión de sus leyes; pero ahora, estando reconciliados, tenemos paz con
Dios. Antes, mientras estábamos bajo un sentimiento de culpa del pecado, no
teníamos nada más que terror y consternación en nuestras propias conciencias;
ahora, habiendo sido perdonados nuestros pecados, tenemos paz en nuestros
corazones, sintiendo que toda nuestra culpa ha sido quitada. La paz es
generalmente las primicias de nuestra justificación. Por nuestro Señor
Jesucristo, siendo su pasión y muerte la única causa de nuestra reconciliación
con Dios.
Algunos han llegado a pensar en Dios, no como
el Bien supremo, sino como el mal supremo. Antonio Machado escribió en su poema
El dios ibero:
«¡Señor, por Quien arranco el pan con pena, sé
tú poder, conozco mi cadena! ¡Oh dueño de la nube del estío que la campiña
arrasa, del seco otoño, del helar tardío, y del bochorno que la mies abrasa!»
Algunos han considerado a Dios como el supremo
forastero, el totalmente inalcanzable. En uno de los libros de H. G. Wells se
encuentra la historia de un hombre de negocios que tenía la mente tan tensa que
estaba al borde de la locura. Su médico le dijo que lo único que podía salvarle
era encontrar la paz que da la relación con Dios. «¡Qué! -dijo el hombre-
¿Pensar en Ése, allá arriba, en relación conmigo? ¡Más fácil me parecería
refrescarme el gaznate con la Vía Láctea, o chocar los cinco con las
estrellas!» Para él Dios era totalmente inasequible. Rosita Forbes, la viajera,
cuenta que se refugió en el templo de un pueblo chino porque no tenía otro
lugar. En medio de la noche se despertó y vio, a la luz de la luna que entraba
de refilón por las ventanillas, los rostros de las imágenes de los dioses, en
los cuales no había más que gestos despectivos, burlones y sarcásticos hacia
los humanos, como si los odiaran.
Sólo cuando nos damos cuenta de que Dios es el
Padre de nuestro Señor Jesucristo entra en nuestra vida esa intimidad con Él,
esa nueva relación que Pablo llama justificación. No solo estamos en deuda con nuestro Señor
Jesucristo por el perdón gratuito y completo que hemos recibido, sino que
nuestra continuación en un estado justificado depende de su influencia de
gracia en nuestros corazones y de su intercesión ante el trono de Dios.
Fue solo a través de Cristo que pudimos
acercarnos a Dios al principio; y es sólo a través de él que el privilegio
continúa para nosotros. Y este acceso a Dios, o introducción a la presencia
divina, debe considerarse como un privilegio duradero. No somos llevados a Dios
con el propósito de una entrevista, sino para permanecer con él; ser su hogar;
y, por la fe, contemplar su rostro y andar a la luz de su rostro.
Por medio de Jesús, dice Pablo, tenemos acceso
a esta Gracia en la que nos sentimos seguros. La palabra que usa para acceso es
prosagógué. Es una palabra que sugiere dos imágenes:
Es la palabra corriente para introducir a
una persona a la presencia de la realeza; y es también la palabra que se usa
para el adorador que se acerca a Dios. Es como si Pablo dijera:
«Habiendo sido perdonados nuestros pecados y
adoptadas nuestras almas en la familia celestial, somos hechos herederos;
porque si hijos, también herederos, Galatas_4:7; y esa gloria de Dios se ha
convertido ahora en nuestra herencia sin fin. Mientras los judíos se jactan de
sus privilegios externos - que tienen el templo de Dios entre ellos; que sus
sacerdotes tienen una entrada a Dios como sus representantes, llevando ante el
propiciatorio la sangre de sus víctimas ofrecidas; nosotros nos regocijamos de
ser introducidos por Jesucristo a la presencia divina; su sangre fue derramada
y rociada con este propósito; y así tenemos, espiritual y esencialmente, todo
lo que significaban estos ritos judíos, etc. Estamos en la paz de Dios, y somos
felices en el disfrute de esa paz, y tenemos un anticipo bendito de la gloria
eterna. Así tenemos el cielo sobre la tierra, y las inefables glorias de Dios
en perspectiva.
Pero prosagógué nos presenta otra escena.
En el griego posterior es la palabra para el lugar donde atracan los barcos,
puerto o muelle. Si la tomamos en este sentido, quiere decir que mientras
tratemos de depender de nuestros propios esfuerzos nos encontramos a merced de
las tempestades, como los marineros que luchan con un mar que amenaza
tragárselos irremisiblemente; pero ahora que hemos oído y creído la Palabra de
Cristo, hemos llegado por fin al puerto de la Gracia de Dios, y conocemos la
calma que viene de depender, no de lo que podemos hacer por nosotros mismos,
sino de lo que Dios ha hecho por nosotros.
Gracias a Jesús tenemos entrada a la presencia
del Rey de reyes y al puerto de la Gracia de Dios.
Cuando Pablo acaba de decir esto, se le
presenta la otra cara de la moneda. Todo esto es cierto, y es la misma gloria;
pero sigue sucediendo que en esta vida los cristianos lo tenemos muy difícil.
Era difícil ser cristiano en Roma. Al
recordarlo, Pablo presenta un gran clímax: "La oposición dice- produce
entereza.» La palabra que usa para oposición es thlipsis, que quiere decir
literalmente opresión. Hay un montón de cosas que pueden oprimir a un
cristiano: necesidades, estrecheces, dolor, persecución, rechazamiento y soledad.
Todo lo que oprime, dice Pablo, produce entereza. La palabra que usa para
entereza es hypomoné, que quiere decir más que aguante: es el espíritu que
puede vencer al mundo, que no se limita a resistir pasivamente, sino que vence
activamente las pruebas y tribulaciones de la vida. Produce el efecto de las aflicciones en la
mente de los cristianos es hacerlos pacientes. Los pecadores están irritados y
preocupados por ellos; se quejan y se vuelven cada vez más obstinados y
rebeldes. No tienen fuentes de consuelo; consideran a Dios un amo duro; y se
vuelven irritables y rebeldes en proporción justa a la profundidad y
continuación de sus pruebas. Pero en la mente de un cristiano, que considera la
mano de su Padre en ello; que ve que no merece misericordia; que tiene
confianza en la sabiduría y bondad de Dios; que siente que es necesario por su
propio bien ser afligido; y que experimenta su feliz, subyugante y suave efecto
al refrenar sus pasiones pecaminosas, y al apartarlo del mundo, el efecto es
producir paciencia. En consecuencia, por lo general se encontrará que aquellos
cristianos que son más largos y más severamente afligidos son los más
pacientes. Año tras año de sufrimiento produce mayor paz y tranquilidad en el
alma; y al final de su curso el cristiano está más dispuesto a ser afligido, y
lleva sus aflicciones con más calma que al principio. El que en la tierra
estaba más afligido era el más paciente de todos los que sufrían; y no menos
paciente cuando fue “llevado como cordero al matadero”, que cuando experimentó
la primera prueba en su gran obra.
Cuando Beethoven se vio amenazado por la
sordera, lo más terrible que le puede suceder a un músico, dijo: «Cogeré a la
vida por el cuello.» Eso es hypomoné. Cuando Walter Scott estaba en la ruina
por la bancarrota de sus editores, dijo: «Nadie va a decir que soy un pobre
hombre. Pagaré la deuda con mi propia mano.» Eso es hypomoné. Alguien le dijo a
una noble alma que estaba pasando un gran dolor: "El dolor le da color a
la vida, ¿no?» Y respondió: "¡Sí! ¡Pero yo escojo el color!» Eso es
hypomoné. Cuando Henley yacía en la enfermería de Edimburgo con una pierna
amputada y con la otra en peligro de serlo, escribió Invictus:
En medio de las nieblas que me cubren, como un
pozo de polo a polo negras, doy gracias por mi alma inconquistable.
Eso es hypomoné. Hypomoné no es un espíritu que se tumba y deja que la riada le pase por encima, sino el espíritu que apechuga con la adversidad y la vence.
Y la paciencia, la experiencia. El aguante
paciente de la prueba produce experiencia. La palabra traducida como
“experiencia” (δοκιμήν dokimēn) significa ensayo, prueba o examen completo
mediante el cual determinamos la calidad o naturaleza de una cosa, como cuando
probamos un metal con fuego, o de cualquier otra manera, para asegurarnos de
que es genuino También significa aprobaciones, o el resultado de tal prueba; el
ser aprobado y aceptado como efecto de un proceso de prueba. El significado es
que las aflicciones prolongadas que se soportan pacientemente muestran al
cristiano lo que es; prueban su fe y prueban que es genuina. Las aflicciones se
envían a menudo con este propósito, y la paciencia en medio de ellas muestra
que la fe que puede sostenerlas es de Dios.
Y la experiencia, esperanza - El resultado de
tan larga prueba es producir esperanza. Muestran que la fe es genuina; que es
de Dios; y no sólo eso, sino que dirigen la mente hacia otro mundo; y sostenga
el alma con la perspectiva de una gloriosa inmortalidad allí. Los varios pasos
y etapas de los beneficios de las aflicciones están bellamente delineados por
el apóstol de una manera que concuerda con la experiencia de todos los hijos de
Dios.
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