} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA VIDA DE ELÍAS III

viernes, 15 de abril de 2022

LA VIDA DE ELÍAS III


 «Elías era hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros, y rogó con oración que no lloviese, y no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses» (Santiago 5:17).

Aquí se nos presenta a Elías como ejemplo de lo que la sincera oración del «justo» puede conseguir. Vemos, querido lector, el adjetivo calificativo, porque no todos los hombres, ni siquiera todos los cristianos, reciben contestación definida a sus oraciones. Ni muchísimo menos. El «justo» es el que está bien con Dios de una manera práctica; cuya conducta es agradable a sus ojos; que guarda sus vestiduras sin mancha de este mundo; que está apartado del mal religioso, porque no hay en la tierra mal que tanto deshonre (Lucas 10:12-15; Apocalipsis 11:8). Los oídos del cielo están atentos a la voz del tal, porque no hay barrera alguna entre su alma y el Dios que odia el pecado. «Y cualquier cosa que pidiéremos, la recibiremos de Él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él» (I Juan 3:22).

«Rogó con oración que no lloviese». ¡Qué petición más terrible para presentar delante de la Majestad en las alturas! ¡Qué de privaciones y sufrimiento incalculable- iba a producir la concesión de semejante suplica! La hermosa tierra de Palestina se convertiría en un desierto abrasado y estéril, y sus habitantes serían consumidos por una prolongada carestía con todos los horrores consiguientes. Así pues, ¿era este profeta estoico, frío e insensible, vacío de todo afecto natural? ¡No, por cierto! El Espíritu Santo ha cuidado de decirnos en este mismo versículo que era "hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros», y esto se menciona inmediatamente antes del relato de su tremenda petición. Y, ¿qué significa esa descripción en tal contexto? Que, aunque Elías estaba adornado de tierna sensibilidad y cálida consideración para con sus semejantes, en sus oraciones se elevaba por encima de todo sentimentalismo carnal. ¿Por qué rogó Elías «que no lloviese»? No es que fuera insensible al sufrimiento humano, ni que se deleitara malvadamente presenciando la miseria de sus vecinos, sino que puso la gloria de Dios por encima de todo lo demás, incluso de sus sentimientos naturales. Recordad lo que en un capitulo previo se dice de la condición espiritual reinante en Israel. No solamente no habla reconocimiento público alguno de Dios en toda la extensión del país, sino que por todas partes los adoradores de Baal le desafiaban e insultaban. La marea maligna subía más y más cada día hasta arrastrarlo prácticamente todo. Y Elías «sentía un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos» (I Reyes 19:10), y deseaba ver Su gran nombre vindicado, y Su pueblo apóstata restaurado. Así pues, la gloria de Dios y el amor verdadero a Israel fue lo que le movió a presentar su petición. Aquí tenemos, pues, la señal prominente del «justo» cuyas oraciones prevalecen ante Dios: aunque de tierna sensibilidad, pone la honra de Dios antes que cualquier otra consideración. Y Dios ha prometido: «Honraré a los que me honran» (I Samuel 2:30). Cuán a menudo se puede decir de nosotros: «Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites (Santiago 4:3). "Pedimos mal» cuando los sentimientos naturales nos dominan, cuando nos mueven motivos carnales, cuando nos inspiran consideraciones egoístas. Pero, ¡qué diferente era el caso de Elías! A él le movían profundamente las indignidades terribles contra su Señor, y suspiraba por verle de nuevo en el lugar que le correspondía en Israel. "Y no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses». El profeta no fracasó en su objetivo. Dios nunca se niega a actuar cuando la fe se dirige a Él sobre la base de Su propia gloria; y era sobre esta base que Elías suplicaba. «Lleguémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:16). Fue allí, en ese bendito trono, que Elías obtuvo la fortaleza que tan penosamente necesitaba. No sólo se requería de él que guardase sus vestiduras sin mancha de este mundo, sino que era llamado a ejercer una influencia santa sobre otros, a actuar para Dios en una era degenerada, a esforzarse seriamente por llevar al pueblo de nuevo al Dios de sus padres. Cuán esencial era, pues, que habitase al abrigo del Altísimo para obtener de él la gracia que le capacitara para su difícil y peligrosa tarea; sólo así podía ser librado del mal, y sólo así podía esperar ser un instrumento en la liberación de otros. Equipado de este modo para la lucha, emprendió la senda de servicio lleno de poder divino. Consciente de la aprobación del Señor, seguro de la respuesta a su petición, sintiendo que la presencia del Todopoderoso estaba con él, Elías se enfrentó intrépidamente al impío Acab, y le anunció el juicio divino sobre su reino. Pero, detengámonos por un momento para que nuestras mentes puedan comprender la importancia de este hecho, ya que explica el coraje sobrehumano desplegado por los siervos de Dios en todas las épocas. ¿Qué fue lo que hizo a Moisés tan audaz ante Faraón? ¿Qué fue lo que capacitó al joven David para ir al encuentro del poderoso Goliath? ¿Qué fue lo que dio a Pablo tanto poder para testificar como lo hizo ante Agripa? ¿De dónde sacó Lutero la resolución para seguir su cometido «aunque cada teja de cada tejado fuera un demonio"?. La contestación es la misma en todos los casos: la fortaleza sobrenatural provenía de un manantial sobrenatural; sólo así podemos ser vigorizados para luchar contra los principados y las potestades del mal. "Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los mancebos se fatigan y se cansan, los mozos flaquean y caen; mas los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán las alas como águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán» (Isaías 40:2931). Pero, ¿dónde había aprendido Elías esta importantísima lección? No era en un seminario, ni en una escuela bíblica, porque si hubiera habido alguno de éstos en aquellos tiempos, estaría, como algunos en nuestra propia era degenerada, en manos de los enemigos del Señor. Por otra parte, las escuelas de ortodoxia no pueden impartir tales secretos; ni siquiera los hombres piadosos pueden enseñarse a sí mismos esta lección, y mucho menos impartirla a otros.

Amigo lector, así como fue "detrás del desierto» (Éxodo 3:1) donde el Señor se apareci6 a Moisés y le encargó la obra que había de realizar, fue en las soledades de Galaad donde Elías tuvo comunión con Jehová, quien le entrenó para sus arduas tareas; allí "esperó" al Señor, y allí obtuvo "fortaleza» para su trabajo. Nadie sino Dios viviente puede decir eficazmente a su siervo: "No temas, que yo soy contigo; no desmayes, que yo soy, tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia» (Isaías 41:10). Con esta conciencia de la presencia de Dios, su siervo salió «valiente como un león», no temiendo al hombre, con perfecta calma en medio de las circunstancias más duras. En este espíritu, el tisbita se enfrentó a Acab: «Vive Jehová Dios de Israel, delante del cual estoy». Mas, ¡cuán poco sabía el monarca apóstata de los ejercicios del alma del profeta antes de presentarse ante él, y dirigirse a su conciencia! «No habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra». Sorprendente y bendita cosa es ésta. El profeta habló con la máxima seguridad y autoridad porque estaba dando el mensaje de Dios, el siervo identificándose con el Señor. Esta tendría que ser siempre la compostura del ministro de Cristo: «Lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto testificamos». "Y fue a él palabra de Jehová» . ¡Qué bendito!; sin embargo, no es probable que lo percibamos a menos que lo meditemos a la luz de lo que precede. Por el versículo anterior sabemos que Elías había cumplido su misión fielmente, y aquí encontramos al Señor hablando a su siervo; de ahí que consideremos esto como una recompensa de gracia de aquello. Así son los caminos del Señor; se deleita en la comunión con aquellos que se deleitan haciendo Su voluntad.

Es un sistema de estudio muy provechoso ir buscando esta expresión por toda la Biblia. Dios no concede nuevas revelaciones hasta que se han obedecido las recibidas anteriormente; esta verdad queda ilustrada en el caso de Abraham al principio de su vida. «Jehová habla dicho a Abram: Vete... a la tierra que te mostraré» (Génesis 12:1); empero, fue sólo la mitad del camino y se asentó en Harán (11:31), y no fue hasta que partió de allí y obedeció completamente que el Señor se le apareció de nuevo (12:4-7). "Y fue a él palabra de Jehová, diciendo: Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit» (v. 2,3). Aquí se ejemplifica una verdad práctica importante. Dios dirige a su pueblo paso a paso. Y ello no puede ser de otro modo porque el camino que somos llamados a seguir es el de la fe, y la fe es lo contrario de la vista y la independencia. El sistema del Señor no es revelarnos todo el trayecto a recorrer, sino restringimos su luz de manera que alumbre sólo un paso tras otro, para que nuestra dependencia de Él sea constante. Esta lección es en extremo saludable, pero la carne está lejos de agradecerla, especialmente en el caso de los que son de naturaleza activa y fervorosa. Antes de salir de Galaad e ir a Samaria a pronunciar su solemne mensaje, el profeta sin duda debió de preguntarse qué hacer una vez cumplida su misión. Pero eso no era cosa suya, por el momento; habla de obedecer la orden divina, y dejar que Dios le revelara qué habla de hacer después. «Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no estribes en tu prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas» (Proverbios 3:5,6).

  Si Elías hubiera estribado en su propia prudencia, podemos estar seguros que la última cosa que hubiera hecho sería esconderse en el arroyo de Querit. Si hubiera seguido sus propios instintos, más aún, si hubiera hecho lo que considerase que glorificaría más a Dios, ¿no hubiera emprendido un viaje predicando por todas las ciudades y aldeas de Samaria? ¿No hubiera considerado que su obligación ineludible era hacer todo lo que es taba en su mano para despertar la conciencia adormecida pueblo, a fin de que todos los súbditos -horrorizados de la idolatría prevaleciente- obligaran a Acab a poner fin a la misma? Sin embargo, eso era lo que Dios no quería que hiciese; así pues, ¿qué valor tienen el razonamiento y las inclinaciones naturales en relación con las cosas divinas? Ninguno en absoluto. "Fue a él palabra de Jehová». Obsérvese que no dice: le fue revelada la voluntad del Señor", o "se le reveló la mente del Señor»; queremos hacer especial énfasis en este detalle, porque es un punto sobre el cual hay no poca confusión hoy en día. Hay muchos que se confunden a sí mismos y a los demás hablando muchísimo acerca de "alcanzar la mente del Señor» y "descubrir la voluntad de Dios» para ellos, lo cual, analizado con cuidado, resulta no ser nada más que una vaga incertidumbre o un impulso personal. "La mente» y "la voluntad» de Dios, lector, se dan a conocer en su Palabra, y Él nunca «quiere» nada para nosotros que choque en lo más mínimo con su Ley celestial. Notamos que, cambiando el énfasis, «fue a él palabra de Jehová»: ¡no tuvo necesidad de ir a buscarla! Leamos Deuteronomio 30:11-14.

 Y, ¡qué «palabra» la que fue a Elías! "Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit, que está delante del Jordán» (v. 3). En verdad, los pensamientos y los caminos de Dios son completamente diferentes a los nuestros; sí, y sólo É1 nos los puede notificar (Salmo 103:7). Casi da risa ver la manera cómo muchos comentaristas se han desviado completamente en este punto, ya que casi todos ellos interpretan el mandamiento del Señor como dado con el propósito de proteger a su siervo. A medida que la sequía mortal continuó, la turbación de Acab aumentó más y más, y al recordar el lenguaje del profeta al decir que no habría rocío ni lluvia sino por su palabra, su rabia debió ser sin límite. Así pues, si Elías había de conservar la vida, debla de proveérsele de un refugio. Sin embargo, cuando volvieron a encontrarse, Acab ¡no hizo nada para matarle! (I Reyes 18:17-20). Quizá se nos dirá que "fue porque la mano de Dios estaba sobre el rey refrenándole», en lo que estamos de acuerdo; pero, ¿no podía Dios refrenarle durante este intervalo? No, la razón de la orden del Señor a su siervo debe buscarse en otro lugar, y, con toda seguridad, no estamos lejos de descubrirla. Si reconocemos que, aparte de la Palabra y del Espíritu Santo para aplicarla, el don más valioso que Dios concede a pueblo alguno es el envío de Sus propios y calificados siervos, y que la calamidad más grande que puede caer sobre cualquier nación consiste en que Dios retire a los que ha designado para ministrar a las necesidades del alma, entonces no queda lugar a dudas. La sequía en el reino de Acab era un azote divino, y, siguiendo esta línea de conducta, el Señor ordenó a su profeta: "Apártate de aquí». La retirada de los ministros de su verdad es una señal cierta del desagrado de Dios, una indicación de que envía el juicio al pueblo que ha provocado su furor. Ha de tenerse en cuenta que el verbo «esconder» (I Reyes 17:3), es completamente distinto del que aparece en Josué 6:17,25 (cuando Rahab escondió a los espías) y en I Reyes 184,13. La palabra usada en relación a Elías podría muy bien traducirse "vuélvete al oriente, y apártate», como en Génesis 31:49. El salmista preguntó: «¿Por qué, oh Dios, nos has desechado para siempre? ¿Por qué ha humeado tu furor contra las ovejas de tu dehesa?» (74:1). Y, ¿qué fue lo que le movió a hacer estas doloridas preguntas? ¿Qué era lo que le hacía darse cuenta de que el furor de Dios ardía contra Israel? Era lo que sigue: "Han puesto a fuego tus santuarios... han quemado todas las sinagogas de Dios en la tierra. No vemos ya nuestras señales; no hay más profeta» (vs. 7-9). Fue el abandono de los medios públicos de gracia la señal más segura del desagrado de Dios.

Estimado lector  aunque en nuestros días esté casi olvidado, no hay prueba más segura y solemne de que Dios esconde su rostro de un pueblo o nación que el privarles de las bendiciones inestimables de los que ministran su Palabra Santa, porque de la manera que las mercedes celestiales sobrepujan las terrenales, así también las calamidades espirituales son mucho más terribles que las materiales. El Señor declaró por boca de Moisés: "Goteará como la lluvia mi doctrina; destilará como el rocío mi razonamiento; como la llovizna sobre la grama, y como las gotas sobre la hierba» (Deuteronomio 32:2). Y ahora, todo rocío y toda lluvia iban a ser retirados de la tierra de Acab, no sólo literal, sino también espiritualmente. Los que ministraban su Palabra fueron quitados de la actividad y la vida públicas (I Reyes 18:4). Si se requieren más pruebas bíblicas de esta interpretación (I Reyes 17:3), nos remitimos a Isaías 30:20, donde leemos: "Bien que os dará el Señor pan de congoja y agua de angustia, con todo, tus enseñadores nunca más te serán quitados, sino que tus ojos verán tus enseñadores». ¿Qué hay que sea más claro que esto? La pérdida más sensible que el pueblo podía sufrir era la retirada, por parte del Señor, de sus maestros, porque aquí les dice que Su ira será mitigada por Su misericordia; que, aunque les diera pan de congoja y agua de angustia, no les privaría de nuevo de los que ministraban a las necesidades de sus almas. Finalmente, recordamos al lector la afirmación que Cristo hizo de que había «una grande hambre» en el país en tiempos de Elías (Lucas 4:25), a lo que añadimos: «He aquí vienen días, dice el Señor Jehová, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán» (Amós 8:11,12).

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