} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA VIDA DE ELÍAS I

miércoles, 13 de abril de 2022

LA VIDA DE ELÍAS I

 

 

 

   Generación tras generación, los siervos del Señor han buscado la edificación de los creyentes en el estudio del relato del Antiguo Testamento. En estos casos, los comentarios a la vida de Elías han ocupado siempre lugar prominente. Su aparición repentina de la oscuridad más completa, sus intervenciones dramáticas en la historia, nacional de Israel, sus milagros, su partida de la tierra en un carro de fuego, sirven para cautivar el pensamiento tanto del predicador como del escritor. El Nuevo Testamento apoya este interés. Si Jesucristo es el Profeta "como Moisés", también Elías tiene su paralelo en el Nuevo Testamento: Juan, el más grande de los profetas. Y, lo que es todavía más notable, Elías mismo reaparece de forma visible cuando con Moisés, en el monte de "la magnífica gloria", "habla de la contienda que ganó nuestra vida con el Hijo de Dios encarnado". ¿Qué sublime honor fue éste! Moisés y Elías son los nombres que no sólo brillan con pareja grandeza en los capítulos finales del Antiguo Testamento, sino que aparecen también como representantes vivientes de la hueste redimida del Señor —los resucitados y los traspuestos— en el "monte santo", donde conversan de la salida que su Señor y Salvador había de cumplir en el tiempo designado por el Padre. Es el representante "transpuesto", la segunda de las maravillosas excepciones en el Antiguo Testamento del reino universal de la muerte, cuyo retrato se traza en las páginas que siguen. “Aparece, como la tempestad, desaparece como el torbellino” —dijo el Obispo Hall en el siglo XVII—; "lo primero que oímos de él es un juramento y una amenaza". Sus palabras, como rayos, parecen rasgar el firmamento de Israel. En una ocasión famosa, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob respondió a éstas con fuego sobre el altar del holocausto. A lo largo de la carrera sorprendente de Elías el juicio y la misericordia están entremezclados. Desde el momento en que aparece, "sin padre, sin madre", "como si fuera el hijo de la tierra"', hasta el día, cuando cayó su manto y cruzó el río de la muerte sin gustarla, ejerció un ministerio sólo comparable al de Moisés, su compañero en el monte. "Era", dice el Obispo Hall, "el profeta más eminente reservado para la época más corrupta". Es conveniente, por lo tanto, que las lecciones que puedan derivarse legítimamente del ministerio de Elías sean presentadas de nuevo a nuestra propia generación. El hecho de que la profecía no tenga edad es un testimonio notable de su origen divino. Los profetas desaparecen, pero sus mensajes iluminan todas las edades posteriores. La historia se repite. La impiedad e idolatría desenfrenadas del reinado de Acab viven todavía en las profanaciones y corrupciones groseras de nuestro siglo XXI. La mundanalidad y la infidelidad de una Jezabel, con toda su terrible fealdad, no sólo se han introducido en la escena del día de hoy, sino que han penetrado en nuestras congregaciones, nuestros hogares y se han acomodado en nuestra vida pública. Nos toca vivir días en los que el alejamiento de los antiguos hitos del pueblo del Señor es vasto y profundo. Las verdades que eran preciosas a nuestros antepasados ahora son pisoteadas como fango de la calle. Muchos, ciertamente, pretenden predicar y promulgar otra vez la verdad con nuevo atavío, pero éste ha resultado ser la mortaja de la misma en vez de las "vestiduras hermosas" que los profetas conocían.    

"El Dios que respondiere por fuego, ése sea Dios".

  Elías apareció en la escena de la acción pública durante una de las horas mis oscuras de la triste historia de Israel. Se nos presenta al principio de I Reyes 17, y no tenemos que hacer mas que leer los capítulos precedentes para descubrir el estado deplorable en que se hallaba entonces el pueblo de Dios. Israel se había apartado flagrante y dolorosamente de Jehová, y aquello que más se le oponía estaba establecido de modo público. Nunca había caído tan bajo la nación favorecida. Habían pasado cincuenta y ocho años desde que el reino fue partido en dos, a la muerte de Salomón. Durante ese breve periodo, nada menos que siete reyes reinaron sobre las diez tribus, y todos ellos, sin excepción, eran hombres malvados. Es en verdad doloroso trazar sus tristes carreras, y aún más trágico ver cómo ha habido una repetición de las mismas en la historia de la Cristiandad. El primero de esos siete reyes era Jeroboam. Acerca de él leemos que hizo, dos becerros de oro, y dijo al pueblo: "Harto habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, que te hicieron subir de la tierra de Egipto. Y puso el uno en Betel, y el otro puso en Dan. Y esto fue ocasi6n de pecado; porque el pueblo iba a adorar delante del uno, hasta Dan. Hizo también casa de altos, e hizo sacerdotes de la clase del pueblo, que no eran de los hijos de Levé. Entonces instituyó Jeroboam solemnidad en el mes octavo, a los quince del mes, conforme a la solemnidad que se celebraba en Judá; y sacrificó sobre el altar. Así hizo en Betel, sacrificando a los becerros que había hecho. Ordenó también en Betel sacerdotes de los altos que él había fabricado» (I Reyes 12:28-32). Quede debidamente claro que la apostasía comenzó con la corrupción del sacerdocio, ¡al instalar en el servicio divino hombres que nunca habían sido llamados y aparejados por el Señor! Del siguiente rey, Nadab, se dice que "hizo lo malo ante los ojos de Jehová, andando en el camino de su padre, y en sus pecados con que hizo pecar a Israel» (I Reyes 15:26). Le sucedió en el trono el mismo hombre que le había asesinado, Baasa (I Reyes 15:27). Siguió después Ela, un borracho, quien a su vez fue asesinado (I Reyes 16:8-10). Su sucesor, Zimri, fue culpable de “traición" (I Reyes 16:20). Le sucedió un aventurero militar llamado Omri, del cual se nos dice que "hizo lo malo a los ojos de Jehová, e hizo peor que todos los que habían sido antes de él, pues anduvo en todos los caminos de Jeroboam hijo de Nabat, y en su pecado con que hizo pecar a Israel, provocando a ira a Jehová Dios de Israel con sus ídolo? (I Reyes 16:25,26). El ciclo maligno fue completado con el hijo de Omri, ya que era aun más vil que todos los que le habían precedido. "Y Acab hijo de Omri hizo lo malo a los ojos de Jehová sobre todos los que fueron antes de él; porque le fue ligera cosa andar en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, y tomó por mujer a Jezabel hija de Etbaal rey de los sidonios, y fue y sirvió a Baal, y lo adoró» (I Reyes 16:30,31). Esta unión de Acab con una princesa pagana trajo consigo, como bien podía esperarse (pues no podemos pisotear la ley de Dios impunemente), las más terribles consecuencias. Toda traza de adoración pura a Jehová desapareció en breve espacio de tiempo y, en su lugar, la más .rosera idolatría apareció en forma desenfrenada. Se adoraban los becerros de oro en Dan y en Betel, se edificó un templo a Baal en Samaria, los “bosques” de Baal se multiplicaron, y sus sacerdotes se hicieron cargo por completo de la vida religiosa de Israel. Se declaraba llanamente que Baal vivía y que Jehová había cesado de existir. Cuán vergonzoso era el estado de cosas se ve claramente en las palabras que siguen: “Hizo también Acab un bosque; y añadió Acab haciendo provocar a ira a Jehová Dios de Israel, más que todos los reyes de Israel que antes de él habían sido» (I Reyes 16:33). El desprecio a Jehová Dios, y la impiedad más descarada habían alcanzado su punto culminante. Esto se hace más evidente aun en el v. 34. "En su tiempo Hiel de Betel reedificó a Jericó». Ello era una afrenta tremenda, pues estaba escrito que «Josué les juramentó diciendo: Maldito delante de Jehová el hombre que se levantare y reedificare esta ciudad de Jeric6. En su primogénito eche sus cimientos, y en su menor asiente sus puertas" (Josué 6:26). La reedificación de la maldita Jericó era un desafío abierto a Dios. En medio de esta oscuridad espiritual y degradación moral, apareció en la escena de la vida pública con repentino dramatismo un testigo de Dios, solitario pero sorprendente. Un comentarista eminente comienza sus observaciones sobre I Reyes 17 diciendo: "El profeta más ilustre, Elías, fue levantado durante el reinado del más impío de los reyes de Israel”. Este es un resumen, sucinto pero exacto, de la situación en Israel durante ese tiempo; y no sólo eso, sino que procura la clave de todo lo que sigue. Es, en verdad, triste contemplar las terribles condiciones prevalecientes. Toda luz había sido extinguida, toda voz de testimonio divino había sido acallada. La muerte espiritual se extendía por doquier, y parecía como si Satanás hubiera obtenido realmente el dominio de la situación. «Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, delante del cual estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra» (I Reyes 17:1). Dios, con mano firme, levantó para sí un testigo poderoso. Elías aparece ante nuestros ojos de la manera más abrupta. Nada se nos dice de quiénes eran su padres, o de cuál fue su vida anterior. Ni siquiera sabemos a que tribu pertenecía, aunque el hecho de que fuera «de los moradores de Galaad” parece indicar que pertenecía a Gad o a Manasés, toda vez que Galaad estaba dividido entre las dos. «Galaad se extendía al este del Jordán; era silvestre y despoblado; sus colinas cubiertas de bosques frondosos; su formidable soledad era sólo turbada por la incursión de los arroyos; sus valles eran guarida de bestias salvajes». Como hemos observado con anterioridad, Elías se nos presenta de modo extraño en la narración divina, sin que se nos diga nada de su linaje ni de su vida pasada. Creemos que hay una razón típica por la cual el Espíritu no hace referencia alguna a la ascendencia de Elías. Como Melquisedec, el principio y el final de su historia están ocultos en sagrado misterio. Así como, en el caso de Melquisedec, la ausencia de mención alguna acerca de su nacimiento y muerte fue determinada divinamente para simbolizar el sacerdocio y la realeza eternos de Cristo, as¡ también el hecho de que no conozcamos nada acerca del padre y de la madre de Elías, y el hecho ulterior de que fuera transpuesto sobrenaturalmente de este mundo sin pasar por los portales de la muerte, le señalan como el precursor simbólico del Profeta eterno. De ahí que la omisión de tales detalles esbocen la eternidad de la función profética de Cristo. El que se nos diga que Elías "era de los moradores de Galaad» está registrado, sin duda, para arrojar luz sobre su preparación natural, que siempre ejerce una influencia poderosa en la formación del carácter. Los habitantes de aquellas colinas reflejaban la naturaleza de su medio ambiente: eran bruscos y toscos, graves y austeros, habitaban en aldeas rústicas, y subsistían de sus rebaños. Como hombre curtido por la vida al aire libre, siempre envuelto en su capa de pelo de camello, acostumbrado a pasar la mayor parte de su vida en la soledad, y dotado de una resistencia que le permitía soportar grandes esfuerzos físicos, Elías debla ofrecer un marcado contraste con los habitantes de las ciudades de los valles, y de modo especial con los cortesanos de vida regalada de palacio. No tenemos manera de saber qué edad contaba Elías cuando el Señor le concedió por primera vez una revelación personal y salvadora de Sí mismo, ya que no poseemos noticias de su previa formación religiosa. Pero, en un capitulo posterior, hay una frase que permite formarnos una idea definida de la índole espiritual de este hombre: «Sentido he un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos» (I Reyes 19:10). Esas palabras no pueden tener otro significado sino que se tomaba la gloria de Dios muy en serio, y que para él la honra de Su nombre significaba más que todas las demás cosas. En consecuencia, a medida que iba conociendo mejor el terrible carácter y el alcance de la apostasía de Israel, debió de sentirse profundamente afligido y lleno de indignación santa. No hay razón para que dudemos de que Elías conocía las Escrituras perfectamente, de modo especial los primeros libros del Antiguo Testamento. Sabiendo cuánto habla hecho el Señor por Israel, y los señalados favores que les había conferido, debía anhelar con profundo deseo que le agradaran y glorificaran. Pero cuando se enteró de que la realidad era muy otra al llegar hasta él noticias de lo que estaba pasando al otro lado del Jordán, al ser informado de cómo Jezabel había destruido los altares de Dios, y matado a sus siervos sustituyéndolos luego por sacerdotes idólatras del paganismo, el alma debió llenársele de horror, y su sangre debió hervir de indignación, ya que sentía «un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos». ¡Ojalá nos llenara a nosotros en la actualidad tal indignación justa! Es probable que la pregunta que agitaba a Elías fuera: ¿Cómo debo obrar? ¿Qué podía hacer él, un hijo del desierto, rudo e inculto? Cuanto más lo meditaba, más difícil debía parecerle la situación; Satanás, sin duda, le susurraba al oído: «No puedes hacer nada, la situación es desesperada». Pero había una cosa que podía hacer: orar, el recurso de todas las almas probadas profundamente. Y así lo hizo; como se nos dice en Santiago 5:17: «rogó con oración». Oró porque estaba seguro de que el Señor vive y lo gobierna todo. Oró porque se daba cuenta de que Dios es todopoderoso y que para Él todas las cosas son posibles. Oró porque sentía su propia debilidad e insuficiencia, y, por lo tanto, se allegó a Aquel que está vestido de poder y que es infinito y suficiente en si mismo. Pero, para ser eficaz, la oración debe basarse en la Palabra de Dios, ya que sin fe es imposible agradarle, y 1a fe es por el oír; y el oír por la Palabra de Dios» (Romanos 10:17). Hay un pasaje en particular en los primeros libros de la Escritura que parece haber estado fijo en la atención de Elías: "Guardaos, pues, que vuestro corazón no se infatúe, y os apartéis y sirváis a dioses ajenos, y os inclinéis a ellos; y así se encienda el furor de Jehová sobre vosotros, y cierre los cielos, y no haya lluvia, ni la tierra dé su fruto» (Deuteronomio 11:16, 17). Este era exactamente el crimen del cual Israel era culpable: se habla apartado y servía a dioses falsos. Supongamos, pues, que este juicio divinamente pronunciado no fuera ejecutado, ¿no parecería, en verdad, que Jehová era un mito, una tradición muerta? Y Elías era "muy celoso por Jehová Dios de los ejércitos", y por ello se nos dice que "rogó con oración que no lloviese» (Santiago 5:17). De ahí aprendemos una vez más lo que es la verdadera oración: es la fe que se acoge a la Palabra de Dios, y suplica ante tí diciendo: "Haz conforme a lo que has dicho" (II Samuel 7:25). "Rogó con oración que no lloviese". ¿Hay alguien que exclame: "Qué oración más terrible"? Si es así, preguntamos nosotros: ¿No era mucho más terrible que los favorecidos descendientes de Abraham, Isaac y Jacob despreciaran a Dios y se apartaran de Él, insultándole descaradamente al adorar a Baal? ¿Desearía que el Dios tres veces santo cerrara los ojos ante tales excesos? ¿Pueden pisotearse sus leyes impunemente? ¿Dejará el Señor de imponer el justo castigo? ¿Qué concepto del carácter divino se formarían los hombres si Dios luciera caso omiso de las provocaciones? Las Escrituras contestan que "porque no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos lleno para hacer mal» (Eclesiastés 8:11). Y no sólo eso, sino que Dios declaró: “Estas cosas hiciste, y Yo he callado; pensabas que de cierto ¿ría Yo como tú; Yo te argüiré, y pondrélas delante de tus ojos" (Salmo 50:21). ¡Ah, amigo lector! hay algo muchísimo más temible que las calamidades físicas y el sufrimiento: la delincuencia moral y la apostasía espiritual. Pero, ¡ay!, se comprende tan poco esto hoy en día. ¿Qué son los crímenes cometidos contra el hombre en comparación con los pecados arrogantes contra Dios? Asimismo, ¿Qué son los reveses nacionales comparados con la perdida del favor divino? La verdad es que Elías tenía una escala de valores verdadera; sentía "un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos", y por lo tanto rogó que no lloviese. Las enfermedades desesperadas requieren medidas drásticas, Y, al orar, Elías recibió la certeza de que su petición era concedida, y, que tenía que ir a comunicárselo a Acab. Cualesquiera que fueran los peligros personales a los que el profeta pudiera exponerse, tanto el rey como sus súbditos debían conocer la relación directa existente entre la terrible sequía que se avecinaba y los pecados que la habían ocasionado. La tarea de Elías no era pequeña y requería muchísimo más que valentía común. Que un montañés inculto se presentara sin ser invitado ante un rey que desafiaba los cielos era suficiente para asustar al más valiente; mucho más cuando su cónyuge pagana no dudaba en matar a cualquiera que se opusiera a su voluntad, y que, de hecho, ya habla mandado ejecutar a muchos siervos de Dios. Siendo así, ¿Qué probabilidad había de que ese galaadita solitario escapase con vida? "Mas el justo esta confiado, como un leoncillo" (Proverbios 28:1); a los que están a bien con Dios no les desaniman las dificultades m les arredran los peligros. “No temeré de diez millares de pueblos, que pusieren cerco contra mí" (Salmo 3:6); "Aunque se asiente campo contra mí, no temeré mi corazón" (Salmo 27:3); tal es la bendita serenidad de aquellos cuyas conciencias están limpias de delitos, y cuya confianza descansa en el Dios viviente. El momento de llevar a cabo la dura tarea habla llegado, y Elías dejó su casa en Galaad para llevar a Acab el mensaje de juicio. Imaginadle en su largo y solitario viaje. ¿Cuáles eran sus pensamientos? ¿Se acordaría de la semejante misión encargada a Moisés cuando fue enviado por el Señor a pronunciar su ultimátum al soberbio monarca de Egipto? El mensaje que él llevaba no iba a agradarle más al rey degenerado de Israel. No obstante, tampoco tal recuerdo había de disuadirle o intimidarle, sino que el pensar en la secuela había de fortalecer su fe. Dios, el Señor, no abandonó a su siervo Moisés, sino que extendió Su brazo poderoso en su ayuda, y le concedió un completo éxito en su misión. Las maravillosas obras de Dios en el pasado deberían alentar siempre a sus siervos en el presente.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario