} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS Capítulo 4; 18-25

martes, 12 de abril de 2022

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS Capítulo 4; 18-25


Romanos 4; 18-25

18  El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia.

19  Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años, o la esterilidad de la matriz de Sara.

20  Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios,

21  plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido;

22  por lo cual también su fe le fue contada por justicia.

23  Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada,

24  sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro,

25  el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.  

 

         El pasaje anterior acababa diciendo que Abraham creyó en el Dios que llama a los muertos a la vida y que hace ser lo que no era.  Inicialmente Abraham no entendió completamente la promesa de que el hijo vendría de Sara. Aún la fe de Abraham no era perfecta. Dios acepta y trata con la fe imperfecta porque El ama a la gente ¡aunque su fe (de ellos) sea imperfecta!

En este pasaje, el pensamiento de Pablo vuelve a otro ejemplo sobresaliente de la disposición de Abraham a cogerle la palabra a Dios. La promesa de que todas las familias de la Tierra serían benditas en su descendencia se le dio a Abraham cuando ya era viejo. Su mujer, Sara, siempre había sido estéril; y entonces, cuando él tenía cien años y ella noventa Génesis 17:17  Entonces Abraham se postró sobre su rostro, y se rió, y dijo en su corazón: ¿A hombre de cien años ha de nacer hijo? ¿Y Sara, ya de noventa años, ha de concebir? les llegó la promesa de que tendrían un hijo. A todas luces parecía totalmente increíble e irrealizable, porque a él ya se le había pasado la edad de engendrar y a ella la de concebir y dar a luz. Pero, una vez más, Abraham le tomó la palabra a Dios, y de nuevo fue la fe lo que se le contó a Abraham por justicia. Tanto Sara (Génesis. 18:12 Se rió, pues, Sara entre sí, diciendo: ¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo también mi señor ya viejo? ) como Abraham, (líneas atrás Génesis 17:17) se rieron de la promesa. ¡Vemos entonces que ellos no tenían una fe perfecta! Gracias a Dios que la salvación no requiere una fe perfecta, sino que el objeto de la fe sea el correcto. La esencia de la fe, entonces, es que uno confía en el carácter y las promesas de Dios (Efesios 3:20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros ; Judas 24 Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría,) y no en el esfuerzo o actuación humana. La fe confía en el Dios que hizo las promesas (Isaías 55:11 así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.), las cuales El cumple.

Lo que puso a Abraham en relación con Dios fue el creer Su palabra. Los rabinos judíos tenían un dicho que aquí cita Pablo. Decían: "Lo que está escrito de Abraham está escrito de sus hijos.» Querían decir que las promesas que Dios le hizo a Abraham se aplican también a sus hijos. Por tanto, si lo que le puso en la debida relación con Dios fue estar dispuesto a dar crédito a Su palabra, lo mismo nos sucederá a nosotros. No fueron las obras que mandaba la Ley, sino la fe que confía lo que estableció la relación que debe existir entre Dios y el hombre.

La esencia de la fe de Abraham en este caso fue que creyó que Dios puede hacer posible lo imposible. Mientras creamos que todo depende de nuestro esfuerzo no tenemos más remedio que ser pesimistas, porque la triste lección de la experiencia es que es nada podemos lograr con nuestro esfuerzo. Cuando nos damos cuenta de que no es nuestro esfuerzo sino la Gracia y el poder de Dios lo que importa, entonces podemos ser optimistas, porque podemos creer que no hay imposibles para Dios.

  La fe de Abraham se convirtió en un patrón a seguir para todos los verdaderos descendientes. Abraham mostró su fe en Dios al creer exactamente lo que Dios le reveló. Esta era su fe, y podría ser tan fuerte e implícita como pudiera ejercerse bajo la más completa revelación. La fe, ahora, es creer en Dios en la medida en que él nos ha revelado su voluntad. Por lo tanto, es el mismo en principio, es confianza en el mismo Dios, según lo que sabemos de su voluntad. Abraham mostró su fe principalmente confiando en las promesas de Dios respecto a una numerosa posteridad. Esta fue la principal verdad que se le dio a conocer, y en esto creyó.

(La promesa hecha a Abraham fue: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra”, sobre la cual tenemos el siguiente comentario inspirado: “Y las Escrituras, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, predicaron de antemano el evangelio a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones", Gálatas 3:8. Parecería, entonces, que esta promesa, como la que se hizo inmediatamente después de la caída, contenía el germen y los principios mismos del evangelio.  Como Dios tenía la intención de justificar a los paganos por la fe, predicó el Evangelio que contiene la gran demostración de la doctrina de la salvación por la fe, antes, a Abraham, mientras estaba en su estado pagano; y por eso es llamado el padre de los creyentes: por lo tanto, aquellos que creerán el mismo Evangelio entre los gentiles; y como la puerta de la fe estaba abierta a todos los gentiles, así se cumplió la promesa: En ti serán benditas todas las naciones de la tierra.)

Abraham creyó a Dios acerca de un hijo prometido y sus descendientes. Los creyentes del Nuevo Pacto creen que Jesús es Mesías es el cumplimiento de todas las promesas de Dios a la humanidad pecadora. La historia de Abraham y de su justificación quedó escrita para enseñar a los hombres de todas las épocas posteriores, especialmente a los que, entonces, se les daría a conocer el evangelio. Es claro que no somos justificados por el mérito de nuestras propias obras, sino por la fe en Jesucristo y su justicia; que es la verdad que se enfatiza en este capítulo y el anterior como la gran fuente y fundamento de todo consuelo. Cristo obró meritoriamente nuestra justificación y salvación por su muerte y pasión, pero el poder y la perfección de esas, con respecto a nosotros, depende de su resurrección. Por su muerte pagó nuestra deuda, en su resurrección recibió nuestra absolución, Cuando Él fue absuelto, nosotros en Él y junto con Él recibimos el descargo de la culpa y del castigo de todos nuestros pecados. Este último versículo es una reseña o un resumen de todo el evangelio.

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