"Y
fue a él palabra de Jehová, diciendo: Apártate de aquí, y vuélvete al oriente,
y escóndete en el arroyo de Querit, que está delante del Jordán (I Reyes
17:2,3).
Como
indicábamos en el último estudio, no era meramente para proveer a Elías de un
refugio seguro que le protegiera de la ira de Acab y Jezabel que Jehová dio
esta orden al profeta, sino para hacer patente Su desatención contra Su pueblo
apóstata: la desaparición del profeta de la vida pública era un juicio
adicional contra la nación. No podemos dejar de indicar la analogía trágica que
prevalece en mayor o menor grado en la Cristiandad. Durante las últimas dos, tres,
cuatro décadas Dios ha apartado por la muerte a algunos de sus siervos fieles;
y, no sólo no los ha reemplazado por otros, sino que de los que quedan cada día
aumenta el número de los que Él aísla. Fue para gloria de Dios y para bien del
profeta que el Señor le dijo: "Apártate de aquí... escóndete”. Fue un
llamamiento a la separación. Acab era un apóstata, y su consorte una pagana. La
idolatría abundaba por todas partes. El hombre de Dios no podía simpatizar ni
tener comunión con tal horrible situación. El aislarnos del mal nos es
absolutamente indispensable si queremos guardarnos "sin mancha de este
mundo” (Santiago 1:27); no sólo separación de la impiedad secular, sino también
de la corrupción religiosa. "No comuniquéis con las obras infructuosas de
las tinieblas” (Efesios 5:11), ha sido el mandato de Dios en toda dispensación.
Elías
se levantó como el testigo fiel del Señor en días de alejamiento nacional, y
después de haber presentado el testimonio divino a la cabeza responsable, el
profeta había de retirarse. Es deber indispensable volver la espalda a todo lo
que deshonra a Dios. Pero, ¿dónde habla de ir Elías? Antes había morado en la
presencia del Señor Dios de Israel. “Delante del cual estoy", podía decir
al pronunciar sentencia de juicio contra Acab; y habla de morar aún al abrigo
del Altísimo. El profeta no fue dejado a su propia suerte ni a su voluntad,
sino que fue dirigido al lugar que Dios mismo habla designado: fuera del real,
lejos del sistema religioso. El Israel degenerado habla de conocerle sólo como
el testigo contrario; no habla de tener lugar ni tomar parte en la vida social
y religiosa de la nación. Habla de volverse "al oriente”, de donde sale el
sol, ya que el que se rige por los preceptos divinos "no andará en
tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida (Juan 8:12). “En el arroyo de Querit
que está delante del Jordán”. El Jordán señalaba los límites del país.
Tipificaba la muerte, y la muerte espiritual estaba ahora sobre Israel. Pero,
¡qué mensaje de esperanza y consuelo contenía "el Jordán” para el que
caminaba con el Señor! ¡Qué bien calculado estaba para hablar al corazón de
aquel cuya fe estaba en una condición saludable! ¿Acaso no era éste el lugar
donde Jehová se mostró fuerte en favor de Su pueblo en los días de Josué? ¿No
fue el Jordán el escenario que presenció el poder milagroso de Dios cuando
Israel dejó el desierto tras de sí? Allí fue donde el Señor dijo a Josué: "Desde
este día comenzaré a hacerte grande delante de los ojos de todo Israel, para
que entiendan que como fui con Moisés, así seré contigo” (Josué 3:7). Fue allí
donde “el Dios viviente" (Josué 3; 10) hizo que las aguas se detuvieran
“en un montón” (v. 13) hasta que “todo Israel pasó en seco” (v. 17). Tales eran
las cosas que debían llenar, y sin duda llenaron, la mente del tisbita cuando
su Señor le mandó a este mismísimo lugar. Si su fe estaba en ejercicio, su
corazón había de estar en perfecta paz, sabiendo que el Dios que obraba
milagros no le abandonaría allí. También fue por el propio bien del profeta que
el Señor le mandó esconderse. Estaba en peligro de otra cosa, además del furor
de Acab. El éxito de sus súplicas podía venir a ser una trampa; podía llenarle
de orgullo e incluso endurecer su corazón ante la apostasía que asolaba el
país. Con anterioridad había estado ocupado en oración secreta, y entonces,
durante breve tiempo, había confesado y testificado bien delante del rey. El
futuro le reservaba todavía un servicio mejor, ya que vendría el día cuando no
sólo testificaría de Dios, en presencia de Acab, sino que derrotaría y desharía
las huestes reunidas de Baal y, al menos hasta cierto punto, llevaría de nuevo
a la nación descarriada al Dios de sus padres. Pero la hora no estaba todavía
en sazón; ni Elías tampoco. El profeta necesitaba más instrucción en secreto si
es que había de estar capacitado para hablar de nuevo en público para Dios.
El
hombre que Dios usa, querido lector, ha de mantenerse sumiso, tiene que
experimentar severa disciplina para que la carne sea mortificada debidamente.
El profeta había de pasar tres años más de soledad. ¡Qué humillante! Mas, ¡cuán
poco digno de crédito es el hombre, qué incapaz de sostenerse en el lugar de
honor! ¡Qué pronto aparece en la superficie el yo, y el instrumento está presto
a creerse algo más que un instrumento! ¡Cuán tristemente fácil es hacer del
servicio que Dios nos confía el pedestal en el que exhibirnos a nosotros
mismos! Pero Dios no compartirá su gloria con nadie, y por lo tanto,
“esconde" a aquellos que pueden verse tentados a tomar parte de ella para
sí. Es sólo retirándonos de la vista pública y estando a solas con Dios que
podemos aprender que no somos nada. Esta importante lección se pone claramente
de manifiesto en los tratos de Cristo
con sus discípulos amados. En una ocasión regresaron a Él jubilosos por el
éxito alcanzado, y llenos de sí mismos “le contaron todo lo que habían hecho,..
y lo que hablan enseñado” (Marcos 6:30). Su suave respuesta es por demás
instructiva: "Venid vosotros aparte al lugar desierto, y reposad un poco”
(v. 31). Éste es aún su remedio de gracia para todo siervo que esté hinchado
por su propia importancia, y que imagine que la causa divina en la tierra
sufriría una pérdida severa si él fuera quitado de ella. Dios dice a menudo a
sus siervos: "Apártate de aquí... escóndete”; a veces es por medio de la
frustración de sus esperanzas ministeriales, por el lecho de la aflicción o por
una pérdida sensible, que se cumple el propósito divino. Bienaventurado el que
puede decir desde el fondo de su corazón: “Sea hecha la voluntad del Señor”.
Todo siervo que Dios se digna usar ha de pasar por la experiencia de la prueba
de Querit antes de estar realmente preparado para el triunfo del Carmelo. Éste
es un principio invariable en los caminos del Señor. José sufrió la indignidad
de la cisterna y la prisión antes de llegar a ser gobernador de todo Egipto,
inferior sólo al rey. Moisés pasó la tercera parte de su larga vida
"detrás del desierto”, antes de que Jehová le concediera el honor de
acaudillar a su pueblo sacándolo de la casa de servidumbre. David tuvo que
aprender de la suficiencia del poder de Dios en la labranza, antes de ir y
matar a Goliat en presencia de los ejércitos de Israel y de los filisteos. Éste
fue, también, el caso del Siervo perfecto treinta años de retiro y silencio
pasó antes de comenzar su breve ministerio público. También fue así en el del
principal de sus embajadores: antes de convertirse en el apóstol de los gentiles
tuvo que pasar su aprendizaje en las soledades de Arabia. Pero, ¿no hay otro
ángulo desde el que contemplar esta, aparentemente, extraña orden de: “Apártate
de aquí... escóndete”? ¿No era esto una prueba real y severa de la sumisión del
profeta a la voluntad divina? Decimos “severa” porque, para un hombre
impetuoso, esta demanda era mucho más rigurosa que su comparecencia ante Acab;
para el de celosa disposición, sería más duro pasar tres años en reclusión
inactiva que estar ocupado en servicio público. Esta lección es obvia en el
caso de Elías: había de aprender personalmente a rendir obediencia implícita al
Señor antes de estar calificado para mandar a otros en Su nombre. Consideremos
ahora con más detalle el lugar particular que el Señor seleccionó para que
habitara su siervo: "en el arroyo de Querit”. Era un arroyo, no un río; un
arroyo que podía secarse en cualquier momento. Dios rara vez pone a sus
siervos, o incluso a su pueblo, en medio del lujo y la abundancia: el estar
repleto de las cosas de este mundo demasiadas veces significa alejarse de los
afectos del Dador. “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que
tienen riquezas!" Lo que Dios pide son nuestros corazones, y, a menudo,
éstos son puestos a prueba. Por regla general, la manera en que son
sobrellevadas las pérdidas temporales pone de manifiesto la diferencia entre el
cristiano real y el hombre mundano. Este último se descorazona completamente
por los reveses financieros y, a menudo, se suicida. ¿Por qué? Porque su todo
se ha perdido y no le queda nada por lo que vivir. Como contraste, el creyente
verdadero, aunque sea sacudido con severidad y esté profundamente deprimido por
un tiempo, recuperará el equilibrio y dirá: "Dios todavía es mi porción y
nada me faltará”. Muchas veces, en lugar
de un río, Dios nos da un arroyo que hoy brota y mañana quizá estará seco. ¿Por
qué? Para enseñarnos a no descansar en las bendiciones, sino en el Dador de las
mismas. Sin embargo, ¿no es en este punto que caemos tan a menudo -estando
nuestros corazones mucho más ocupados con las dádivas que con el Dador-? ¿No es
ésta la razón de que el Señor no nos confíe un río? Si lo hiciera, éste ocuparía nuestros corazones, sin darnos
cuenta, el lugar que le corresponde a Dios. "Y engrosó Jesurún, y tiró
coces; engordástete, engrosástete, cubrístete; y dejó al Dios que le hizo, y
menospreció la Roca de su salud” (Deuteronomio 32:15). Y la misma tendencia
mala existe en nosotros. A veces creemos que se nos trata duramente porque Dios
nos da un arroyo en lugar de un río, pero ello es porque conocemos tan poco
nuestros propios corazones. Dios ama demasiado a los suyos para dejar cuchillos
peligrosos en manos de niños.
¿Cómo había de subsistir el profeta en un
lugar como aquel? ¿De dónde habla de venir su comida? Ah, Dios se ocupará de
esto; te proveerá sus necesidades: "Y beberás del arroyo” (v. 4).
Cualquiera que fuere el caso de Acab y sus idólatras, Elías no perecería. En
los peores tiempos Dios se mostrará fuerte en pro de los suyos. Aunque todos
perezcan de hambre, ellos serán alimentados: “Se le dará su pan, y sus aguas
serán ciertas” (Isaías 33:16). No obstante, ¡qué absurdo parece al sentido
común mandar a un hombre que permanezca indefinidamente junto a un arroyo! SI,
pero era Dios el que había dado esta orden, y los mandamientos divinos no deben
ser discutidos sino obedecidos. De este modo, a Elías se le mandaba confiar en
Dios a pesar de la vista, la razón y todas las apariencias externas; descansar
en el Señor mismo y esperar
pacientemente en Él. “Yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer” (v.
4). El profeta podía haber preferido muchos otros
escondites, pero debía ir a Querit si quería recibir el suministro divino: Dios
se había comprometido a proveerle todo el tiempo que permaneciere allí. Qué
importante es, por lo tanto, la pregunta: ¿Estoy en el lugar donde Dios por su
Palabra o por su providencia me ha asignado? Si es así, de seguro que suplirá
todas mis necesidades. Pero, si como el hijo menor le vuelve la espalda y me
voy a un país lejano, entonces, como él, sufriré necesidad, Cuántos siervos de
Dios ha habido que han trabajado en alguna esfera humilde y difícil con el
rocío del Espíritu en sus ministerios, y que, cuando recibieron una invitación
de trabajar en algún lugar que parecía ofrecer más amplio campo (¡y mejor
paga!) cedieron a la tentación, entristecieron al Espíritu, y vieron terminada
su utilidad en el reino de Dios. El mismo principio es aplicable con igual
fuerza al resto del pueblo de Dios: ha de estar “en el camino" (Génesis
24: 27) designado por Dios para recibir las provisiones divinas. “Sea hecha tu
voluntad” precede a “danos hoy nuestro pan cotidiano”. Pero hemos conocido
personalmente a muchos que profesaban ser cristianos, los cuales residían en
alguna ciudad donde Dios envió a uno de sus calificados siervos, quien
alimentaba sus almas de grosura de trigo-", y éstas prosperaban. Pero
recibieron alguna tentadora oferta de medrar en los negocios y mejorar su
posición en el mundo en algún lugar distante. Aceptaron la oferta, recogieron
sus tiendas; pero entraron en un desierto espiritual donde no había ministerio
edificante alguno. Como consecuencia, sus almas malcomieron, sus testimonios de
Cristo fueron arruinados, y sobrevino un período de retroceso espiritual sin
fruto. De la manera que Israel antiguamente tenía que seguir la nube para
obtener la diaria provisión de maná, así también nosotros debemos estar en el
lugar ordenado por Dios para que nuestra alma sea regada y nuestra vida
espiritual prosperada. Veamos, a continuación, los instrumentos que Dios
seleccionó para ministrar a las necesidades corporales de su siervo. "He
mandado a los cuervos que te den allí de comer”. Se nos sugieren aquí varias
líneas de pensamiento. Primero, ved la elevada soberanía y la supremacía absoluta
de Dios; su soberanía en la elección hecha, su supremacía en el poder para
llevarla a cabo. Él es ley en sí mismo. “Todo lo que quiso Jehová, ha hecho en
los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos” (Salmo 135:6).
Prohibió a su pueblo que comiese cuervos, clasificándolos entre lo inmundo; es
más, tenía que tenerlos como abominación” (Levítico 11:15; Deuteronomio 14:14).
Con todo, hizo uso de ellos para llevar comida a su siervo. ¡Qué diferentes de
los nuestros son los caminos de Dios! Empleó a la propia hija de Faraón para
socorrer al pequeño Moisés, y a Balaam para pronunciar una de las profecías más notables. Usó la quijada de un
asno por mano de Sansón para herir a los filisteos, y una honda y una piedra
para vencer a su gigante.
"He mandado a los cuervos que te den allí
de comer”. ¡Oh, qué grande es nuestro Dios! Las aves del cielo y los peces de
la mar, las bestias salvajes del campo, aun los mismos vientos y las olas le
obedecen. “Así dice Jehová, el que abre camino en el mar, y senda en las aguas
impetuosas; el que saca carro y caballo, ejército y fuerza; caen juntamente
para no levantarse; fenecen, como pábilo quedan apagados. No os acordéis de las
cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas. He aquí que yo hago
cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en
el desierto, y ríos en la soledad. Las fieras del campo me honrarán, los
chacales y los pollos del avestruz; porque daré aguas en el desierto, ríos en
la soledad, para que beba mi pueblo, mi escogido. (Isaías 43:16-20). Así, pues,
el Señor hizo que las aves de presa, que vivían de la carroña, alimentaran al
profeta. Pero, admiremos también aquí la sabiduría así como el poder de Dios.
Las viandas se le proveían a Elías de manera en parte natural y en parte
sobrenatural. En el arroyo había agua para que pudiera tomarla fácilmente. Dios
no obrará milagros para evitar trabajo al hombre, lo que le haría negligente y
perezoso al no hacer esfuerzo alguno para procurarse su propio sustento. Pero,
en el desierto no había comida: ¿cómo había de conseguirlo? Dios suple eso de
modo milagroso: “He mandado a los cuervos que te den allí de comer”. Si
hubieran sido usados seres humanos para llevarle comida, podían haber divulgado
su escondrijo. Si un perro o algún otro animal doméstico hubieran ido cada
mañana y cada noche, la gente podía ver esos viajes regulares llevando comida,
sentir curiosidad, e investigar. Pero los pájaros llevando carne hacia el
desierto no levantarían ninguna sospecha: podía suponerse que la llevaban a sus
crías. Ved cuán cuidadoso es Dios para con su pueblo, qué prudentes son los
planes que hace para el mismo. Él sabe qué es lo que pondría en peligro su
seguridad y provee de acuerdo con ello. "Escóndete en el arroyo de
Querit... y Yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer." Ve
inmediatamente, sin abrigar duda alguna, sin vacilar. Por contrario que sea a
sus instintos naturales, esas aves de presa obedecerán el mandato divino. Esto
no ha de parecer improbable. El mismo Dios que las creó y que les dio su
particular instinto, sabe cómo dirigir y controlar dicho instinto. Él sabe cómo
interrumpirlo y contenerlo según Su buena voluntad. La naturaleza es
exactamente como Dios la hizo, y su permanencia depende enteramente de Él. É1
sustenta todas las cosas con la palabra de su potencia. En Él y por Él todas
las aves y bestias, lo mismo que el hombre, viven, se mueven y son; por tanto,
Él puede interrumpir o alterar las leyes que ha impuesto sobre cualquiera de
sus criaturas cuando lo cree conveniente. “¿Juzgase cosa increíble entre
vosotros que Dios resucite los muertos?” (Hechos 26:8). Allí, en su humilde retiro,
el profeta habla de permanecer durante muchos días, mas no sin una promesa
preciosa que garantizara su sustento: el suministro de las provisiones
necesarias le era asegurado divinamente. El Señor cuidaría de su siervo
mientras estuviera escondido de la vista general, y le alimentaría diariamente
por su poder milagroso. No obstante, era una prueba real de la fe de Elías.
¿Quién ha oído jamás que fueran empleados tales instrumentos? ¡Las aves de
presa llevando comida en tiempo de hambre! ¿Podía confiarse en los cuervos? ¿No
era mucho más probable que devoraran la comida en vez de llevarla al profeta?
Su confianza no descansaba en las aves, sino en la palabra cierta del que no
puede mentir: “Yo he mandado a los cuervos”. El corazón de Elías descansaba en
el Creador, no en las criaturas; en el Señor mismo, no en los instrumentos.
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