Apártate
de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit, que está
delante del Jordán; y beberás del arroyo; y Yo he mandado a los cuervos que te
den allí de comer” (I Reyes 17:3,4).
Debemos
fijarnos bien en el orden; primero el mandato divino, y luego la preciosa
promesa. Elías habla de cumplir el mandamiento divino para poder ser alimentado
sobrenaturalmente. La mayoría de las promesas de Dios son condicionadas. ¿No
explica esto la razón de que muchos de nosotros no saquemos ningún bien de
Elías, al dejar de cumplir las estipulaciones? Dios nunca premia la incredulidad ni la desobediencia.
Nosotros somos nuestros peores enemigos, y nos perdemos mucho por nuestra
perversidad. En el anterior estudio procuramos mostrar que el arreglo que Dios
hizo mostraba su gran soberanía, su poder omnisuficiente, y su bendita
sabiduría; y cómo demandaba la sumisión y la fe del profeta. Llegamos ahora a
la secuela de aquel hecho. "Y él fue, e hizo conforme a la palabra de
Jehová; pues se fue y asentó junto al arroyo de Querit, que está antes del
Jordán” (1Reyes 17;5). El requerimiento de Dios, no sólo proporcionaba a Elías
una prueba real de su sumisión y su fe, sino que era también una demanda severa
a su humildad. Si su orgullo hubiera prevalecido, hubiera dicho: “¿Por qué he
de seguir tal línea de conducta? Actuaría como un cobarde si me 'escondiera'.
No tengo miedo a Acab, y por lo tanto no me recluiré”. ¡Ah, lector!; algunos de los mandamientos de Dios son
verdaderamente humillantes para la carne y la sangre soberbias. Los
discípulos no debieron de pensar que lo que Cristo les mandaba era seguir una
política muy valiente, cuando les dijo: "Mas cuando os persiguieren en
esta ciudad, huid a la otra” (Mateo 10:23); sin embargo, tales eran sus
órdenes, y debían obedecerle. Y, ¿por qué ha de objetar el siervo al
mandamiento de "esconderse” cuando leemos del Señor que "Tomaron
entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús
se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se
fue. "? (Juan 8:59). Sí, É1 nos ha dejado ejemplo en todas las cosas.
Además, el cumplimiento del mandato divino representaba una carga para el
aspecto social de la naturaleza de Elías. Pocos hay que puedan soportar la
soledad; en verdad, para la mayoría de las personas, ser separado de sus
semejantes, seria dura prueba. Los inconversos no pueden vivir sin compañía; la
convivencia con los que piensan como ellos les es necesaria para acallar sus
conciencias inquietas, y desterrar sus pensamientos onerosos. Y, ¿es muy
distinto el caso de la inmensa mayoría de los que profesan ser cristianos? La
promesa: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días”, encierra poco
significado para la mayoría de nosotros. ¡Qué diferente era el contentamiento,
el gozo y el servicio de Bunyan en la cárcel, o de Madame Guyon en su
confinamiento solitario! Elías podía verse separado de sus semejantes, pero no
del Señor. "Y él fue, e hizo conforme a la palabra de Jehová”. El profeta
cumplió el mandato de Dios sin duda ni dilación. La suya era una bendita
sujeción a la voluntad divina: estaba preparado tanto a llevar al rey el
mensaje de Jehová como a depender de los cuervos. El tisbita cumplió el
precepto con prontitud, sin importarle lo poco razonable que pudiera parecer, o
lo desagradables que fueran las perspectivas. Qué diferente fue el caso de
Jonás, que huyó para no cumplir la palabra del Señor; sí, y cuán diferentes las
consecuencias también: ¡el uno encarcelado durante tres días y tres noches en
el vientre de la ballena; el otro, al final, arrebatado al cielo sin pasar por
los portales de la muerte! Los siervos
de Dios no son todos iguales en fe, ni obediencia, ni fruto. Ojalá todos
fuésemos tan prontos a obedecer la Palabra del Señor como Elías. "Y él
fue, e hizo conforme a la palabra de Jehová”. El profeta no se retrasó en el
cumplimiento de las directrices divinas ni dudó de que Dios supliera todas sus
necesidades. Bienaventurados somos
cuando le obedecemos en circunstancias difíciles, y confiamos en Él en la
oscuridad que nos asedia. Pero, ¿por qué no habríamos de poner confianza
implícita en Dios y depender en su palabra de promesa? ¿Hay algo demasiado
difícil para el Señor? ¿Ha faltado jamás a su palabra de promesa? Así, pues, no
abriguemos recelo incrédulo alguno en cuanto a su futuro cuidado. Los cielos y la tierra pasarán, pero jamás
sus promesas. El proceder de Dios para con Elías ha quedado registrado para
nuestra instrucción; ojalá hable a
nuestros corazones de manera que reprenda nuestra desconfianza impía y nos
lleve a clamar sinceramente: “Señor, auméntanos la fe”. El Dios de Elías
vive todavía, y jamás abandona al que confía en su fidelidad. "Y él fue, e
hizo conforme a la palabra de Jehová”. Elías, no sólo predicó la Palabra de
Dios, sino que además hizo lo que le mandaba. Esta es la urgente necesidad de
nuestros días. Se habla muchísimo de los
preceptos divinos, pero se camina muy poco de acuerdo con ellos. En el
reino religioso hay mucha actividad, pero, demasiado a menudo, ésta está
desautorizada por los estatutos divinos, y en muchas ocasiones es contraria a
los mismos. "Mas sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores,
engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22), es el requisito cierto de Aquél
al cual hemos de dar cuentas. El obedecer es mejor que los sacrificios; y el
prestar atención que el sebo de los carneros. “Hijitos, no- os engañe ninguno:
el que hace justicia, es justo” (I Juan 3:7). Cuántos se engañan en este punto;
parlotean de la justicia, pero dejan de practicarla. "No todo el que me
dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; mas el que hiciere la
voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).
“Y
los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne a la tarde; y
bebía del arroyo” (1 Reyes 17; 6). ¡Cómo probaba esto que “Mantengamos firme,
sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que
prometió.”! (Hebreos 10:23). La naturaleza entera cambiará su camino antes
de que una sola de sus promesas falte. Qué
consuelo para el corazón que confía: lo que Dios ha prometido, ciertamente lo
hará. Cuán inexcusable es nuestra incredulidad, cuán indeciblemente impías
nuestras dudas. Cuánta de nuestra desconfianza es consecuencia de que las
promesas divinas no están suficientemente definidas en nuestras mentes.
¿Meditamos como debiéramos en las promesas del Señor? Si estuviésemos más con
É1 "Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; Y por ello te vendrá
bien.” (Job 22:21), si “A Jehová he puesto siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido. "
más definidamente delante de nosotros (Salmo 16:8), ¿no tendrían sus promesas
mucho más peso y poder para nosotros? “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os
falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús" (Filipenses
4:19). Es infructuoso preguntar cómo. El Señor tiene diez mil maneras de
cumplir su palabra.
Alguien
que lea este párrafo puede que viva precariamente, sin reservas financieras,
sin provisiones; quizá sin saber de dónde vendrá la próxima comida. Pero, si
eres un hijo de Dios, Él no te dejará; y si confías en É1, no te verás
defraudado. De una manera u otra, “el Señor proveerá”. "Temed a Jehová,
vosotros sus santos; porque no hay falta para los que le temen. Los leoncillos
necesitaron, y tuvieron hambre; pero los que buscan a Jehová, no tendrán falta
de ningún bien” (Salmo 34:9,10); “Buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia, y todas estas cosas (comida y vestido) os serán añadidas” (Mateo
6:33). Estas promesas están dirigidas a nosotros, para alentarnos a unirnos a
Dios y hacer su voluntad.
"Y
los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne a la tarde.” Si
el Señor lo hubiera querido, podía haberle alimentado por medio de los Ángeles,
y no de los cuervos, Había entonces en Israel un hombre hospitalario llamado
Abdías que sustentaba en secreto a cien profetas de Dios en una cueva. Además,
habìa siete mil israelitas fieles que no hablan doblado sus rodillas ante Baal,
cualquiera de los cuales se habría sentido sin duda grandemente honrado de
haber sustentado a alguien tan eminente como Elías. Pero Dios prefirió hacer
uso de las aves del cielo. ¿Por qué? ¿No fue acaso para darnos, a Elías y a
nosotros, una prueba señalada de su dominio absoluto sobre todas las criaturas,
y por ende de que Él es digno de toda nuestra confianza, aun en la más grave
necesidad? Y lo más sorprendente es que Elías fuera alimentado mejor que los
profetas que Abdías sustentaba, ya que éstos tenían sólo "pan y agua” Porque
cuando Jezabel destruía a los profetas de Jehová, Abdías tomó a cien profetas y
los escondió de cincuenta en cincuenta en cuevas, y los sustentó con pan y agua
(1Reyes 18:4), mientras que Elías tenía también carne. Aunque Dios no emplee
cuervos reales al ministrar a sus siervos necesitados de hoy, a menudo obra de
manera igualmente definida y maravillosa ordenando al egoísta, al avariento, al
de corazón duro y al inmoral para la asistencia de los suyos. Él puede hacerlo,
y a menudo los induce, en contra de su disposición natural y sus hábitos
míseros, a comportarse benigna y liberalmente en el ministerio de nuestras
necesidades. Él tiene en su mano los corazones de todos los hombres, y a todo
lo que quiere los inclina (Proverbios 21:1). ¡Gracias sean dadas al Señor por
enviar su provisión por medio de tales instrumentos! No dudo de que un buen
número de los lectores podrían dar un testimonio similar al del que esto
escribe, cuando dice: Cuán a menudo, en el pasado, Dios proveyó a nuestras
necesidades de la manera más inesperada; nos hubiera sorprendido menos que los
cuervos nos trajeran comida,' que el recibirla de los que nos la concedieron.
"Y los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne a la
tarde.” Fijémonos que no se mencionan vegetales, ni frutas, ni dulces. No habla
bocados exquisitos, sino simplemente lo necesario. “Así que, teniendo sustento
y abrigo, estemos contentos con esto.” (1Timoteo 6:8). Mas ¿lo estmos? Cuán poco de este contentamiento
santo se observa, incluso entre el pueblo del Señor. Cuántos ponen el corazón
en las cosas de las cuales los que son sin Dios hacen ídolos. ¿Por qué están
descontentos los jóvenes con el nivel de vida que bastó a sus padres? Para
seguir a Aquél que no tenía donde reclinar la cabeza, debemos negarnos a
nosotros mismos. "Y bebía del arroyo” (1Reyes 17; 6).
No
pasemos por alto esta cláusula, ya que en la Escritura no hay ni un solo
detalle sin importancia. El agua del arroyo era una verdadera provisión de
Dios, tanto como lo eran el pan y la carne que traían los cuervos. El Espíritu
Santo, sin duda, ha registrado este detalle con el propósito de enseñarnos que las mercedes comunes de la providencia
(como las llamamos nosotros) son,
también, un don de Dios. Si se nos ha suministrado aquello que nuestros
cuerpos necesitan, a Dios le debemos la gratitud y el reconocimiento. Y, sin
embargo, cuántos hay, aun entre los que profesan ser cristianos, que se sientan
a la mesa sin pedir la bendición de Dios, y se levantan sin darle gracias por
lo que han comido. También en esto Cristo nos ha dejado ejemplo, pues cuando
alimentó a la multitud, se nos dice que tomó Jesús aquellos panes, y habiendo
dado gracias, repartió a los discípulos" (Juan 6:11). Así pues, no dejemos
de hacer lo mismo. 'Pasados algunos días, secóse el arroyo; porque no habla
llovido sobre la tierra” (1 Reyes 17; 7). Por la expresión “pasados algunos
días”, algunos comentaristas entienden “pasado un año", que es con
frecuencia el sentido de esta frase en la Escritura. Sea como fuere, después de
un intervalo de cierta duración, el arroyo se secó. Con
toda probabilidad se trataba de un torrente del monte que descendía por un
barranco. Recibía el agua por medio de la naturaleza o providencia ordinaria,
pero ahora, el curso de la naturaleza estaba alterado. El propósito de Dios
estaba cumplido, y habla llegado la hora de que el profeta partiese hacia otro
escondite. Que el arroyo se secase era un poderoso recordatorio para Elías de
la naturaleza transitoria de todo lo mundano. "La apariencia de este mundo
se pasa” (I Corintios 7:31), y por tanto, "no tenemos aquí ciudad
permanente” (Hebreos 13:14).
Todas las cosas terrenas están marcadas con el
sello del cambio y la decadencia.: nada hay estable bajo el sol. Por ello,
deberíamos estar preparados para los cambios repentinos en nuestras
circunstancias. Como hasta entonces, los cuervos
seguían llevando al profeta carne y pan para comer cada mañana y cada tarde,
mas no podía subsistir sin agua. Pero, ¿por qué no había de proveer Dios del
agua de modo milagroso, como hacía con la comida? Con toda seguridad, podía
hacerlo. “Y teniendo gran sed, clamó luego a Jehová, y dijo: Tú has dado esta
grande salvación por mano de tu siervo; ¿y moriré yo ahora de sed, y caeré en
mano de los incircuncisos? Entonces abrió Dios la cuenca que hay en Lehi; y
salió de allí agua, y él bebió, y recobró su espíritu, y se reanimó. Por esto
llamó el nombre de aquel lugar, En-hacore, el cual está en Lehi, hasta hoy” (Jueces
15:18,19). Sí, pero el Señor no está limitado a ningún método, sino que tiene
varias maneras de producir los mismos resultados. A veces Dios obra de un modo,
y a veces de otro; usa este medio hoy, y ese otro mañana, para llevar a cabo su
consejo. Dios es soberano y no obra de acuerdo con una regla: repetida. Siempre
obra según su buena voluntad, y lo hace así para desplegar su absoluta
suficiencia, para exhibir su sabiduría múltiple, y para demostrar la grandeza
de su poder. Dios no está atado, y si cierra una puerta puede fácilmente abrir
otra. “Secóse el arroyo”. Querit no brotaría para siempre; no, ni siquiera para
el profeta. El mismo Elías había de sentir lo terrible del azote que habla
anunciado.
Mi
querido lector, no es cosa extraña que Dios permita que sus hijos amados sean
envueltos en las calamidades comunes de los ofensores. Es verdad que Él hace
diferencia en el uso y en los resultados de las heridas, pero no en el
infligirlas. Vivimos en un mundo que está bajo la maldición del Dios Santo, y
por tanto, “el hombre nace para la aflicción”. Tampoco hay manera de escapar de
la aflicción mientras estemos aquí. El
propio pueblo de Dios, aunque es objeto de amor eterno, no está exento, porque
"muchos son los males del justo”. ¿Por qué? Por varias razones y con
varios designios: uno de ellos es enajenar nuestros corazones de las cosas de
abajo, y hacer que pongamos nuestros afectos en las de arriba. “Secóse el
arroyo”. Según las apariencias externas, para la razón carnal parecería un
verdadero infortunio, una verdadera calamidad. Tratemos de evocar a Elías allí,
en Querit. La sequía era general, el hambre extendida por todo el país; y
ahora, su propio arroyo se secaba. El agua disminuyó gradualmente hasta que
pronto no había más que un goteo, y más tarde cesó por completo. ¿Se llenó
paulatinamente de ansía y melancolía? ¿Dijo: Qué haré? ¿Debo permanecer aquí y
perecer? ¿Me ha olvidado Dios? ¿Di un mal paso, a fin de cuentas, al venir
aquí? Todo dependía de lo firmemente que su fe siguiera ejercitándose. Si su fe
estaba en acción, admiró la bondad de Dios al hacer que el suministro de agua
durara tanto tiempo. Cuánto mejor para nuestras almas si, en vez de lamentar
nuestras pérdidas, alabáramos a Dios por concedernos sus mercedes por tanto
tiempo, especialmente si recordamos que nos son prestadas, y que no merecemos
ninguna de ellas. Aunque morara en el
lugar designado por Dios, Elías no estaba exento de aquellos profundos
ejercicios del alma que son siempre la disciplina necesaria para la vida de fe.
Es verdad que, obedeciendo el mandamiento divino, los cuervos le habían
visitado diariamente trayéndole comida mañana y tarde, y que el arroyo había
seguido su tranquilo discurrir. Pero la fe había de ser probada y desarrollada.
El siervo de Dios no puede dormirse
sobre los laureles, sino que ha de pasar de clase en clase en la escuela del
Señor; y después de haber aprendido (por la gracia) las difíciles lecciones de
una, ha de avanzar y dominar otras todavía más difíciles. Quizá algún lector ha
de enfrentarse con el arroyo cada vez más seco de la popularidad, de la salud
que se desvanece, de los negocios que disminuyen, de la amistad que se marchita.
Ah, amigo, un arroyo que se seca es un verdadero problema. ¿Por qué permite
Dios que se seque el arroyo? Para
enseñarnos a confiar en Él, y no en sus dones. Por regla general, Él no
provee a su pueblo por mucho tiempo de la misma manera y por los mismos medios,
no sea que confíe en éstos, y espere recibir ayuda de los mismos. Tarde o temprano Dios muestra cuánto
dependemos de Él aun para recibir las mercedes cotidianas. Pero el corazón
del profeta había de ser puesto a prueba, para ver si su confianza estribaba en
Querit o en el Dios viviente. Así es en su trato con nosotros. Cuán a menudo
creemos que confiamos en el Señor, cuando, en realidad, descansamos en
circunstancias cómodas; y cuando se vuelven incómodas, ¿cuánta fe tenemos?
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