} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CRISTO: MEDIADOR DE UN PACTO ETERNO (II)

martes, 5 de abril de 2022

CRISTO: MEDIADOR DE UN PACTO ETERNO (II)

 

Hebreos 13:20,21   " Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, 21  os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.

 

  Los Salmos arrojan mucha luz sobre la vida espiritual del Mediador, y una gran bendición aprender en los Salmos que Cristo suplicó a Dios por propia liberación del sepulcro. El Salmo 88; 2-3 habla proféticamente de la pasión del Señor Jesús. Allí vemos que Jesús dice: “2  Llegue mi oración a tu presencia;  Inclina tu oído a mi clamor. 3  Porque mi alma está hastiada de males,  Y mi vida cercana al Seol.”.

Como se le habían imputado todas las transgresiones de su pueblo, aquellas “calamidades” eran los dolores y las angustias que experimentó cuando sobre él se ejecutó e infligió el castigo por los pecados de su pueblo. Su clamor prosiguió de este modo: “6  Me has puesto en el hoyo profundo, En tinieblas, en lugares profundos. 7  Sobre mí reposa tu ira, Y me has afligido con todas tus ondas.” (Salmo 88; 6,7). Aquí se concede una idea de lo que sintió el Salvador en su alma mientras estuvo bajo el castigo de Dios, soportando toda la justa y santa maldición de Dios sobre pecado. No lo podrían haber llevado a una condición más baja. Cuando Dios ocultó el rostro, el sol dejó de alumbrar sobre Jesucristo y quedó sumido en una obscuridad total. Los sufrimientos del alma de Cristo eran como la “segunda muerte.” Sufrió en toda plenitud lo que para él era, como Dios hombre, equivalente de una eternidad en el infierno. El Redentor herido prosiguió diciendo: “Has alejado de mí mis conocidos;  Me has puesto por abominación a ellos; Encerrado estoy, y no puedo salir” (Salmo 88; 8). Nadie sino el Juez podía legalmente poner en libertad a Jesús. “¿Manifestarás tus maravillas a los muertos?  ¿Se levantarán los muertos para alabarte? (Salmo 88; 10). Con todo, en mí realizarás maravillas levantando mi cuerpo del sepulcro. De lo contrario, no se podrá completar la salvación de tus elegidos, ni tu gloria podrá resplandecer plenamente en ellos. Tus maravillas no pueden ser declaradas; los elegidos no pueden levantarse para alabarte, a no ser sobre la base de mi resurrección. “Mas yo a ti he clamado, oh Jehová, Y de mañana mi oración se presentará delante de ti.” (Salmo 88; 13). Cuánta luz arroja este Salmo sobre las palabras que el apóstol refiere a Cristo: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.” (Hebreos 5:7). En el lenguaje profético del Salmo 2:8, Dios el Padre le dice a su Hijo: “Pídeme, y te daré por herencia las naciones, Y como posesión tuya los confines de la tierra.”. De la misma manera, nuestro Señor primero clamó por su liberación de la prisión del sepulcro, y luego el Padre lo  sacó” en respuesta a su clamor. Es notable cuán perfectamente el Hijo del hombre se acomoda a nuestra total dependencia de Dios. El también, aunque sin pecado, tuvo que orar por aquellas bendiciones que Dios ya le había prometido!

  En último lugar, consideremos que la gran obra de Dios de la que aquí se habla fue realizada por medio de la sangre del pacto eterno.  Se ha discutido mucho el significado exacto de estas palabras. Una lectura cuidadosa de la Epístola a los Hebreos mostrará que en ella se habla del “¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (Hebreos 10:29), del “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas.” (Hebreos 8:6), de “Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, En que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto” (Hebreos 8:8), y aquí Hebreos 8:13  Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer

Es obvio que Hebreos 8:6-13 “6  Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. 7  Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo. 8  Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, En que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; 9  No como el pacto que hice con sus padresEl día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto;  Porque ellos no permanecieron en mi pacto, Y yo me desentendí de ellos, dice el Señor.  10  Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, Y sobre su corazón las escribiré; Y seré a ellos por Dios, Y ellos me serán a mí por pueblo;  11  Y ninguno enseñará a su prójimo,  Ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; Porque todos me conocerán,  Desde el menor hasta el mayor de ellos.  12  Porque seré propicio a sus injusticias, Y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades.13  Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.” toma el nuevo y superior pacto hecho con el Israel espiritual (es decir, con la iglesia), y lo contrasta con el primer (7) pacto que se describe como obsoleto (13). El primer pacto fue el que se hizo con la nación de Israel en el Sinaí (esto es, con 1srael según la carne"). En otras palabras, el contraste es entre el judaísmo y el cristianismo bajo dos pactos diferentes, mientras que el “pacto eterno” es la antítesis del pacto de obras hecho con Adán como cabeza corporativa de la raza humana. Aunque el pacto de obras fue el primero en manifestarse, el pacto eterno (o pacto de gracia), fue el primero en origen. Cristo tiene que tener la preeminencia en todo (Colosenses 1: 18 y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia;), por eso Dios hizo un convenio con él antes de que Adán fuese creado. Este pacto ha sido designado de varias maneras; se le ha llamado “pacto de la redención", o “pacto de gracia.” Mediante este pacto, Dios hizo todos los arreglos y provisiones para la salvación de sus elegidos. Ese pacto eterno ha sido administrado bajo diversas economías, y a lo largo de la historia humana sus bendiciones fueron concedidas a personas de todas las épocas. Bajo el antiguo pacto (judaísmo), los requerimientos y las provisiones del pacto eterno fueron tipificados o anticipados particularmente por medio de la ley moral y ceremonial; bajo el nuevo pacto (cristianismo), sus requerimientos y provisiones son determinados y proclamados por medio del evangelio. En cada generación, a los que participan de sus bendiciones se les requiere arrepentimiento, fe y obediencia (Isaías 55; 3 Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David).   De manera que tomamos la expresión 1a sangre del pacto eterno” tal con suena, como si apuntara al convenio eterno que Dios hizo con Cristo. A la  de las frases que le preceden en Hebreos 13:20 Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno,, es evidente que la “sangre del pacto eterno” tiene una triple relación.

 Primero, se conecta con el título divino usado aquí. Históricamente, Dios llegó a ser el “Dios de paz” cuando Cristo hizo propiciación y confirmó el pacto eterno con su propia sangre (Colosenses 1:2 a los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas: Gracia y paz sean a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.  Desde antes de la creación del mundo, Dios se había propuesto y planea lograr la paz entre sí mismo y los hombres pecadores (Lucas. 2:13,14  13  Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: 14  ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!). Cristo conseguiría esa paz. Toda cuestión que estuviese relacionada con esa paz fue convenida eternamente entre el Padre y Cristo.

Segundo, esto apunta al hecho de la muerte de Cristo. El derramamiento de la preciosa sangre de Cristo llevó justo Juez del universo a restaurarlo del sepulcro y exaltarlo poniéndolo en un lugar de supremo honor y autoridad (Mateo 28:18 Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.). Puesto que Fiador había ejecutado plenamente su parte del convenio, se le adeudaba por justicia que el Gobernante del universo lo librara de la prisión.

Tercero, esa bendita frase tiene relación con el oficio de Cristo. Para llegar a ser el “gran Pastor de  las ovejas", Cristo debía derramar su sangre en favor de ellas conforme a lo pactado en el convenio. Es así como nuestro Señor Jesús reunió a los elegidos de Dios para colocarlos en el rebaño, y ministrarles, proveerles protegerles (Juan. 10: 11 Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas., 15 así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.). Si Dios sacó a nuestro Señor Jesús de la muerte, no fue sólo debido convenio, sino también por sus méritos. Por tanto, la resurrección ocurre sólo a causa del “pacto” sino a causa de la “sangre” del pacto. Como Dios Hijo, no tuvo que merecer o comprar la resurrección, puesto que suyos son honor y la gloria; pero como mediador Dios-hombre se ganó la liberación del sepulcro como recompensa justa por su obediencia y sufrimientos. Además, fue liberado como persona particular sino como Cabeza de su pueblo consiguiendo así que ellos también fuesen liberados. Si Él fue restaurado del sepulcro “por la sangre del pacto eterno,” ellos tienen que ser restaurados igualmente. Las Escrituras afirman que nuestra liberación del sepulcro no solo se debe a la muerte de Cristo sino también a su resurrección: “¿Acaso creemos que Jesús murió y resucitó? Así también Dios resucitará con Jesús a los que han muerto en unión con él” (1 Tesalonicenses 4:14 Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él.; Romanos 4:25 el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.). De este modo se le asegura a la iglesia su plena redención final. Dios le prometió expresamente al Pastor de antaño: “Y tú también por la sangre de tu pacto serás salva; yo he sacado tus presos de la cisterna en que no hay agua. (esto es del sepulcro) (Zacarías 9:11). Cristo “y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.” (Hebreos 9:12) Es en base al valor infinito de esa misma sangre como nosotros también entramos al trono celestial (Hebreos 10: 19 Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, ). El mismo declaró: “Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis.” (Juan. 14:19).

Las maravillosas obras de Dios en el pasado deben profundizar nuestra confianza en él e impulsamos a buscar de sus manos bendiciones y misericordias para el presente. Puesto que con tanta gracia proveyó un Pastor tan grande para las ovejas, puesto que ha sido apaciguado con nosotros (sin que quede rasgo alguno de ira en su rostro), puesto que ha exhibido tan gloriosamente su poder y su justicia trayendo a Cristo de vuelta de la muerte, con toda seguridad podemos contar con que seguirá estando a nuestro favor. Día tras día debemos esperar de él todas las provisiones de gracia que necesitamos. Aquel que resucitó a nuestro Señor es poderoso para vivificarnos a nosotros y hacernos fructíferos para toda buena obra. Por consiguiente, miremos al “Dios de paz” e invoquemos “la sangre del pacto eterno” cada vez que nos acerquemos al trono de misericordia. Dicho en forma más específica, el que Dios haya traído a Cristo de regreso de la muerte es lo que nos garantiza infaliblemente que va a cumplir todas sus promesas a los elegidos y todas las bendiciones del pacto eterno. Esto queda claro en Hechos 13:32-34, que dice: “32  Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, 33  la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy.34  Y en cuanto a que le levantó de los muertos para nunca más volver a corrupción, lo dijo así: Os daré las misericordias fieles de David... Así se cumplieron estas palabras: [resucitándolo] Yo les daré las bendiciones santas y seguras prometidas a David”. Al resucitar a Cristo, Dios cumplió la gran promesa (que virtualmente contiene la totalidad de sus promesas) que le hizo a los santos del Antiguo Testamento, entregando así una prenda en cuando a la realización y cumplimiento de todas las promesas futuras, y dándoles vigencia. Las “bendiciones santas y seguras prometidas a David” son las bendiciones que Dios juró en pacto eterno (Isaías 55:3 Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David.). El derramamiento de la sangre de Cristo ratificó, selló, estableció para siempre cada artículo contenido en ese pacto. Al traerlo vuelta de la muerte, Dios ha asegurado a su pueblo que les concede infaliblemente todos los beneficios que Cristo obtuvo para ellos mediante sacrificio. Todas las bendiciones de regeneración, perdón, limpieza reconciliación, adopción, santificación, perseverancia y glorificación fueron dadas a Cristo para sus redimidos, y en sus manos están seguras. Por su obra mediadora, Cristo ha abierto un camino mediante el cual Dios puede conceder, en armonía con toda la gloria de sus perfecciones, todas cosas buenas que fluyen de las perfecciones divinas. Así como el consejo divino determinó que era imprescindible que Cristo muriera para que los creyentes pudieran recibir aquellas “bendiciones santas y seguras”, de la misma forma estableció que su resurrección era igualmente indispensable para que, viviendo en el cielo, nos pudiera impartir esas bendiciones, que eran el fruto de su agonía y la recompensa de su victoria. Dios ha cumplido para con Cristo cada uno los artículos acordados en el pacto eterno, es decir, lo trajo de vuelta de muerte, lo exaltó a su mano derecha, lo invistió de honor y gloria, lo sentó en trono del mediador, y le dio un nombre que es sobre todo nombre. Y lo que Dios ha hecho por Cristo, la cabeza, es garantía de que cumplirá también todo lo que ha prometido a los miembros de Cristo. Es glorioso y bendito saber que todo lo nuestro, en esta vida y en la eternidad, depende totalmente de lo que ocurrió entre el Padre y Jesucristo, es decir, que Dios el Padre recuerda y es fiel a sus compromisos con el Hijo, y que nosotros estamos en su mano.

Cuando la fe realmente hace suyo ese grandioso hecho, todo temor e incertidumbre se desvanece; todo alegato y conversación acerca de nuestra indignidad es silenciada. ¡“Digno es el Cordero” se convierte en nuestro tema y en nuestro cántico!  

Cuán tranquilizante y estabilizador nos resulta considerar que nosotros tenemos un interés personal en todos los hechos ocurridos en favor nuestro, antes de la fundación del mundo, entre Dios el Padre y el Señor Jesucristo, y todo lo que fue negociado entre el Padre y el Hijo en y a través de la o mediadora que llevó a cabo en este mundo. Lo único que nos puede liberar nosotros mismos y de nuestros enemigos es la plena bendición y eficacia de salvación del pacto, las cuales se gozan por la fe. Sólo este pacto salvífico nos hará triunfar sobre nuestra presente corrupción, y pecados y miseria. Es así que sólo tiene que ver con la fe, porque las emociones jamás serán la base para la estabilidad y la paz espiritual. Estas cosas sólo se obtienen alimentándonos constantemente de la verdad objetiva, es decir, del sabio plan de la gracia divina que se da a conocer en las Escrituras. A medida que ejercitemos la fe en ellas, a medida que recibamos lo que se dice de los compromisos eternos entre el Padre y el Hijo, experimentaremos la paz y el gozo.  Cuanto más alimentemos nuestra fe con la verdad objetiva, más seremos fortalecidos en forma subjetiva, es decir, emocionalmente. La fe considera cada cumplimiento que, en el pasado, Dios hizo de sus promesas como evidencia cierta de que cumplirá, a su tiempo y a su manera, todo lo que nos ha prometido. Dios prometió resucitar a Cristo, y la fe considerará el cumplimiento de esta promesa como la mejor evidencia. ¿Es cierto que el Pastor ha sido levantado de la muerte mediante la gloria del Padre? Pues con la misma certeza todas sus ovejas serán libradas de la muerte y del pecado. Todas serán vivificadas con novedad de vida, santificadas por el Espíritu, recibidas en el paraíso, cuando su peregrinación haya terminado, y resucitadas con cuerpos inmortales en el último día.

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