LA
VIDA DE ELIAS IX
"Aconteció que cayó enfermo el hijo del ama de la casa, y la
enfermedad fue tan grave, que no quedó en él resuello” (1 Reyes 17:17).
Vivimos
en un mundo mutable, donde nada hay estable, donde la vida está llena de
extrañas vicisitudes. No podemos, y no debemos, esperar que las cosas nos sean
fáciles por algún período de tiempo mientras estemos de paso en esta tierra de
pecado y muerte. Sería contrario a la naturaleza de nuestra presente condición
de criaturas caídas, por cuanto “como las centellas se levantan para volar por
el aire, así el hombre nace para la aflicción”; ni tampoco sería para nuestro
bien el estar exentos del todo de la aflicción. Aunque seamos los hijos de
Dios, los objetos de su favor especial, con todo, ello no nos libra de las
calamidades ordinarias de la vida. La enfermedad y la muerte pueden entrar en
nuestra morada en cualquier momento-, pueden atacarnos personalmente, o pueden
hacerlo a los que nos son más cercanos y queridos; y estamos obligados a doblegarnos
a las dispensaciones soberanas de Aquél que todo lo gobierna. Estas
afirmaciones constituyen lugares comunes, lo sabemos; empero contienen una
verdad que -por desagradable que sea- necesitamos que se nos recuerde
constantemente. Aunque estemos muy familiarizados con el hecho que se menciona
más arriba, y lo veamos ilustrado diariamente por todos lados, así y todo somos
remisos a reconocer su aplicación a nosotros mismos. Tal es la naturaleza
humana: deseamos ignorar lo desagradable, y persuadirnos de que, si nuestra
suerte actual es feliz, lo será durante mucho tiempo. Pero no debemos pensar
-no importa cuán sanos estamos, cuán vigorosa sea nuestra constitución, cuán
bien preparados financieramente estemos- que nuestra montaña es tan fuerte que
no puede ser conmovida (Salmo 30:6,7). Más bien debemos ejercitarnos en retener
las mercedes temporales con mano blanda, y en usar las: relaciones y
comodidades de esta vida como si no las tuviésemos (I Corintios 7:30),
recordando que “la apariencia de este mundo se pasa”. Nuestro descanso no está
aquí, y si construimos nuestro nido en un árbol terreno debiese de ser con la
comprensión de que tarde o temprano el bosque entero será cortado o que arderá
en llamas.
Como
tantos otros antes y después de ella, la viuda de Sarepta podía haber sido
tentada a pensar que todos sus problemas estaban solucionados. Podía
razonablemente esperar bendición del hecho de haber recibido al siervo de Dios
en su casa, y de la bendición real y liberal que había recibido. Como consecuencia
del hecho de albergarle, ella y su hijo se veían abastecidos por "muchos
días” en tiempo de hambre por un milagro divino; y podía sacar la conclusión de
que no había razón para temer más. Con todo, la siguiente cosa que se registra
en la narración es que "aconteció que cayó enfermo
el hijo del ama de la casa, y la enfermedad fue tan grave, que no quedó en él
resuello” (1 Reyes 17:17). El
lenguaje en el que está redactado este patético incidente parece denotar que su
hijo fue herido súbitamente, y que expiró en seguida, antes de que Elías
tuviera oportunidad de orar por su curación. ¡Qué profundamente misteriosos son
los caminos de Díos! La rareza del incidente que tenemos ante nosotros es
todavía más evidente si lo relacionamos con el versículo anterior: “La tinaja de la harina no escaseó, ni menguó la botija del
aceite, conforme a la palabra de Jehová que había dicho por Elías.. Después de estas cosas aconteció que cayó enfermo el hijo
del, ama de la casa... “, etc. Tanto ella como su hijo hablan sido
alimentados milagrosamente durante un período de tiempo, considerable, y ahora
era cortado drásticamente de la tierra de los vivientes, recordándonos aquellas
palabras de Cristo referentes a la secuela de un milagro anterior: “Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y son
muertos” (Juan 6:49). Aunque la
sonrisa del Señor esté sobre nosotros y ÉL se muestre fuerte a nuestro favor,
ello no nos concede la inmunidad de las aflicciones inherentes a la carne y la
sangre. Mientras permanezcamos en este valle de lágrimas, hemos de buscar
gracia para "alegrarnos con temblor” (Salmo 2:11). Por otro lado, la viuda
erró ciertamente si, al serle arrebatado el hijo, concluyó que había perdido el
favor de Dios, y que esta oscura dispensación era una señal segura de su ira.
¿No está escrito “Porque el Señor al que ama castiga, y
azota a cualquiera que recibe por hijo” (Hebreos
12:6)? Aun cuando tenemos las manifestaciones más claras de la buena
voluntad de Dios -como tenía esta mujer con la presencia de El bajo su techo, y
el milagro diario de su sostenimiento-, debemos estar preparados para los
reveses que la Providencia permite. No deberíamos tambalearnos al hacer frente
a las aflicciones severas que nos salen al paso mientras caminamos por el
sendero del deber. ¿No las tuvo José una tras otra? ¿Y Daniel? Y por encima de
todo, ¿no las tuvo el mismo Redentor? Lo mismo los apóstoles. "Carísimos, no os maravilléis cuando sois examinados por
fuego, lo cual se hace para vuestra prueba, como si alguna cosa peregrina os
aconteciese” (1 Pedro 4:12).
Fijémonos bien que esta pobre alma habla recibido señales especiales del favor
de Dios antes de ser echada en el horno de la aflicción. A menudo, Dios
ejercita a su pueblo con las pruebas más duras cuando han sido recipientes de
sus bendiciones más ricas. Así y todo, el ojo ungido puede discernir sus
tiernas bondades.
¿Te sorprende esta observación, querido
lector? ¿Preguntas cómo puede ser? Pues porque el Señor, en su gracia infinita,
a menudo prepara a sus hijos para el sufrimiento dándoles antes grandes gozos
espirituales; dándoles señales inequívocas de Su bondad, llenando sus corazones
con Su amor, y difundiendo una paz indescriptible en sus mentes. Habiendo
probado por experiencia la bondad del Señor, están mejor preparados para hacer
frente a la adversidad. Además, la paciencia, la esperanza, la mansedumbre y
todas las demás gracias espirituales, pueden desarrollarse sólo por fuego; la
fe de esta viuda, pues, necesitaba ser probada aun más severamente. Para la
pobre mujer, perder a su hijo era una gran aflicción. Lo es para toda madre,
pero aun más para ella al haber quedado viuda y no tener a nadie más que
cuidara de ella en su vejez. Todos sus afectos estaban centrados en su hijo, y
al perderlo, todas sus esperanzas quedaban destruidas: en verdad, el ascua que
le quedaba la era apagada (II Samuel 14:7 Y he aquí toda la familia se ha levantado contra tu sierva,
diciendo: Entrega al que mató a su hermano, para que le hagamos morir por la
vida de su hermano a quien él mató, y matemos también al heredero. Así apagarán
el ascua que me ha quedado, no dejando a mi marido nombre ni reliquia sobre la
tierra.) al no haber nadie que preservara el nombre de su marido sobre
la tierra. No obstante, como en el caso de Lázaro y sus hermanas, el terrible
golpe era “por gloria de Dios” (Juan 11: 4), e iba a proporcionarle una señal
más distintiva todavía del favor del Señor. Así fue, también, en el caso de José
y Daniel, a quienes nos hemos referido antes: las pruebas que sufrieron fueron
severas y dolorosas, empero Dios les confirió posteriormente honores aun
mayores. ¡Ojalá tuviésemos- fe para asirnos al “después” de Hebreos 12:11 (Es verdad
que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza;
pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido
ejercitados.)
“Y ella dijo a Elías:
¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí para traer en memoria
mis iniquidades, y para hacerme morir mi hijo?” (1 Reyes 17:18). ¡Qué criaturas más pobres, fracasadas y
pecadoras somos! ¡Qué míseramente correspondemos a las, abundantes mercedes de
Dios! Cuando Él pone su mano sobre nosotros para corregirnos, ¡cuán a menudo
nos rebelamos, en vez de someternos con mansedumbre a la misma! Lejos de
humillarnos bajo la poderosa mano de Dios pidiéndole que nos haga entender por
qué pleitea con nosotros (Job 10:2 Diré a Dios: No me condenes; Hazme entender por qué contiendes conmigo. ) estamos prestos a culpar a otras personas de
ser la causa de nuestras desgracias. Así fue con esta mujer. En lugar de pedir
a Elías que orara con y por ella para que Dios le hiciera comprender en qué
había “errado” (Job 6:24 Enseñadme, y yo callaré; Hacedme entender en qué he errado. ), y para que Él santificara esa aflicción
para bien de su alma glorificarle "en los valles” (Isaías 24:15 Glorificad por esto a
Jehová en los valles; en las orillas del mar sea nombrado Jehová Dios de Israel),
ella sólo tuvo reproches. Cuán lamentablemente dejarnos de usar nuestros
privilegios. “Y ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo contigo, Varón de Dios; ¿Has
venido a mí para traer en memoria mis iniquidades y para hacerme morir mí
hijo?" Esto estaba en marcado contraste con la calma que había mostrado
cuando Elías se encontró con ella. La calamidad repentina que había caído sobre
ella la había tornado por sorpresa. Y en tales circunstancias, cuando la
congoja nos llega inesperadamente, es difícil para nuestros espíritus mantener
la compostura. En las pruebas repentinas y severas, necesitamos mucha gracia
para preservarnos de la impaciencia y los arranques petulantes, v para ejercitar
confianza firme y sumisión completa a Dios. No todos los santos están
capacitados para decir como Job: “Y él le dijo: Como
suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos
de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus
labios.... y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré
allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.” (Job 2:10; 1:21). Pero, lejos de servirnos de
excusa, este fracaso debe llevarnos a juzgarnos a nosotros mismos
implacablemente y a confesar con contrición tales pecados a Dios.
La
pobre viuda estaba profundamente desesperada a causa de la pérdida que había
sufrido, y su lenguaje a Elías era una mezcla extraña de fe e incredulidad,
orgullo y humildad. Era la explosión inconsciente de una miente agitada, como
lo sugiere su naturaleza incoherente y espasmódica. En primer lugar, le
pregunta: "¿Qué tengo yo contigo?", es decir, ¿qué he hecho para
disgustarte?, ¿en qué le he ofendido? Hubiera deseado no haber fijado jamás los
ojos en él, si es que era responsable de la muerte de su hijo. Con todo, en
segundo lugar, le reconoce como “varón de Dios”; como el que ha sido separado
para el servicio divino. Debía de saber, entonces, que la terrible sequía había
llegado sobre Israel como contestación a las oraciones del profeta, y,
probablemente, llegó a la conclusión de que su propia aflicción había llegado
de manera parecida. En tercer lugar, se humilló a sí misma, al preguntar: “Has
venido a mí para traer en memoria mis iniquidades?”, refiriéndose posiblemente
a su culto previo a Baal. A menudo el Señor acostumbra a usar las aflicciones
para traer a la memoria pecados pasados. En la rutina ordinaria de la vida es
muy fácil pasar de un día al otro sin un ejercicio profundo de conciencia ante
el Señor, sobre todo cuando disfrutamos de una tinaja rellena. Es solamente
cuando andamos realmente cerca de Él, o cuando recibimos de su mano alguna
reprensión especial, que nuestra conciencia es sensible ante Él. Mas, cuando la
muerte visitó a su familia, surgió la cuestión del pecado, por cuanto la muerte
es la paga del pecado (Romanos 6:23 Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es
vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.).
La
actitud más segura que podemos adoptar siempre, cuando consideramos que las
pérdidas que sufrimos son la voz de Dios que habla a nuestros corazones
pecaminosos, es examinarnos diligentemente a nosotros mismos, arrepentirnos de
nuestras iniquidades, y confesarlas debidamente al Señor para que podamos
obtener el perdón y la limpieza (1 Juan 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad). Es en este
punto que aparece a menudo la diferencia entre el no creyente y el creyente.
Cuando el primero es visitado por alguna desgracia o pérdida, el orgullo y la
justicia propia de su corazón se manifiestan rápidamente exclamando: “No sé qué
es lo que he hecho para merecer esto; siempre he procurado hacer el bien; no
soy peor que mis vecinos que no tienen que sufrir semejantes infortunios; ¿por
qué tengo que ser objeto de semejante calamidad?” Empero, qué diferente la
persona verdaderamente humillada. Desconfía de sí misma porque se da cuenta de
sus muchas faltas, y está dispuesta a aceptar y temer que ha desagradado al
Señor. Tal persona pensará bien sobre sus caminos (Hageo
1:5 Pues así ha dicho Jehová de los ejércitos:
Meditad bien sobre vuestros caminos.), repasando su manera de vivir
anterior, y escudriñando cuidadosamente su conducta presente a fin de descubrir
qué ha sido, o qué es, lo que está mal, para rectificarlo. Sólo así pueden ser
aliviados los temores de nuestra mente, y la paz de Dios confirmada en nuestra
alma. Es el recordar nuestros múltiples pecados y el juzgarnos a nosotros
mismos que nos hará mansos y sumisos, pacientes y resignados. Así fue en el
caso de Aarón quien, cuando el juicio severo de Dios cayó sobre su familia,
"calló” (Levítico 10:3 Entonces dijo Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová,
diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el
pueblo seré glorificado. Y Aarón calló.). Así fue, también, en el del
pobre y viejo Elí, quien habla dejado de, amonestar y disciplinar a sus hijos,
y quien, cuando fueron muertos sumariamente, exclamó: "Jehová es; haga lo
que bien le pareciere" (I Samuel 3:18 Y Samuel se lo
manifestó todo, sin encubrirle nada. Entonces él dijo: Jehová es; haga lo que
bien le pareciere.). La pérdida de un hijo puede, a veces, recordar a
los padres algún pecado cometido mucho tiempo antes con respecto a aquél. Este
fue el caso de David que perdió un hijo al cual hirió la mano de Dios a causa
del pecado de su padre (II Samuel 12 ). No
importa cuán dolorosa sea la pérdida y cuán profundo el dolor; el lenguaje del
santo que está en su sano juicio será siempre: "Conozco,
oh Jehová, que tus juicios son justicia, y que conforme a tu fidelidad me
afligiste” (Salmo 119:75).
Aunque
la viuda y su hijo se habían mantenido en vida por muchos días, sostenidos
milagrosamente por el poder de Dios, mientras el resto de la gente sufría, con
todo, a ella le impresionó menos la benevolencia divina que el hecho de que le
quitara su hijo; "¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mi
para traer en memoria mis iniquidades, y para hacerme morir mi hijo?” A pesar
de que parece adivinar la mano de Dios en la muerte de su hijo, no puede
ahuyentar el pensamiento de que la presencia del profeta era responsable de la
misma. Atribuye la pérdida a Elías, como si hubiera sido comisionado a ir con
el propósito de infligirle un castigo por su pecado. Dado que había sido
enviado a Acab para anunciar la sequía sobre Israel por su pecado, ella ahora
temía su presencia, estaba alarmada al verle. Qué dispuestos estamos a
confundir las causas de nuestra aflicción y a atribuirlas a falsos motivos. “El le dijo: Dame acá tu hijo. Entonces él lo tomó de su
regazo, y lo llevó al aposento donde él estaba, y lo puso sobre su cama.”
(I Reyes 17; 19). En el primer párrafo del
capitulo anterior, pusimos de relieve la manera en que la segunda mitad de I
Reyes 17 nos presenta un cuadro de la vida doméstica de Elías, su proceder en
el hogar de la viuda de Sarepta. En primer lugar, evidenció su resignación a la
humilde mesa, no manifestando descontento alguno por el monótono menú que se le
ofrecía día tras día. Y aquí vemos la manera en que se condujo ante una gran
provocación. El arranque petulante de la agitada mujer era cruel para el hombre
que había traído la liberación a aquella casa. Su pregunta: “¿Has venido a mi
para traer en memoria mis iniquidades, y para hacerme morir mi hijo?”, era
innecesaria por injusta, y podía muy bien haber producido una amarga respuesta.
Así habría sido si la gracia subyugadora de Dios no hubiera estado obrando en
él, por cuanto Elías tenía un carácter
acalorado por naturaleza. La interpretación errónea que la viuda dio a la
presencia de Elías en su casa, era suficiente para alterar a cualquier persona.
Es bienaventurada cosa observar que no hubo respuesta airada a su juicio
inconsiderado, sino por el contrario una “respuesta blanda” que quitara su ira.
Si alguien nos habla de modo imprudente, no hay razón para que descendamos a su
nivel. El profeta no hizo caso de su pregunta apasionada, y en esto evidenció
que era un seguidor de Aquél que es “manso y humilde de corazón”, de quien
leemos que “cuando le maldecían, no retornaba maldición” (I Pedro 2:23 quien cuando
le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino
encomendaba la causa al que juzga justamente;).
Elías vio que estaba en extremo angustiada y
que hablaba movida por su gran ansiedad de espíritu; y -por lo tanto, no
haciendo caso de sus palabras, le dijo con toda calma: Dame acá tu hijo;
llevándole, al mismo tiempo, a esperar la restauración de su hijo por su
intercesión. Puede pensarse que las palabras citadas son
enteramente especulativas; por nuestra parte, creemos que están plenamente
autorizadas por la Escritura. En Hebreos 11:35 leemos: “Las mujeres recibieron
sus muertos por resurrección. Se recordará que esta afirmación se halla en el
gran capitulo de la fe, donde el Espíritu presenta algunas de las hazañas y
proezas de los que confían en el Dios vivo. Se mencionan uno tras otro los
diferentes casos en particular, y después se agrupan y se dice en general:
"Que por fe ganaron reinos... las mujeres recibieron sus muertos por
resurrección”. No puede haber lugar a dudas de que se refiere al caso que
tenemos ante nosotros y al caso paralelo de la Sunamita (II Reyes 4:17~37). Aquí es, pues, donde el Nuevo
Testamento arroja de nuevo su luz sobre las Escrituras precedentes,
permitiéndonos obtener una concepción más completa de lo que estamos
considerando ahora.
La
viuda de Sarepta, aunque era gentil, era hija de Sara, a quien se había dado la
fe de los elegidos de Dios. Tal fe es sobrenatural, y su autor y su objeto son
sobrenaturales también. No se nos dice cuándo nació esta fe en ella, aunque fue
probablemente mientras Elías moraba en su casa, por cuanto " Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”
(Romanos 10:17). El carácter sobrenatural de
su fe se evidenció en los frutos sobrenaturales, porque fue en respuesta a su
fe (así como a la intercesión de Elías) que su hijo le fue restituido. Lo más
notable del caso es que, por lo que se menciona en la Palabra, no habla habido
anteriormente ningún caso en el que a un muerto le fuera devuelta la vida. No
obstante, Aquél que había hecho que no escaseara un puñado de harina y que no
disminuyera un poco de aceite en la botija sustentando a tres personas durante
“muchos días", podía también resucitar un muerto. La fe razona de esta
manera: no hay nada imposible para el Todopoderoso. Puede objetarse que en la
narración histórica no hay indicación de que la viuda tuviera fe en la restauración
a la vida de su hijo, sino más bien lo contrario. Es verdad; pero, aun así,
esto no se opone a lo que hemos afirmado anteriormente. Nada se nos dice en el
Génesis acerca de la fe de Sara en concebir simiente, sino que lo que se
menciona es su escepticismo. ¿Qué hay en Éxodo que sugiera que los padres de
Moisés ejercitaban su fe en Dios al poner a su hijo en la arquilla de juncos?;
empero, leamos Hebreos 11:23 Por la fe Moisés, cuando
nació, fue escondido por sus padres por tres meses, porque le vieron niño
hermoso, y no temieron el decreto del rey. Nos
veríamos en un aprieto para encontrar algo en el libro de los jueces que
sugiriera que Sansón era un hombre de fe, mas en Hebreos 11:32 está claro que lo era. Así pues, si no se nos
dice nada en el Antiguo Testamento acerca de la fe de. la viuda, notemos
también que las duras palabras que dirigió a Elías no se registran en el Nuevo
Testamento -como tampoco la incredulidad de Sara ni la impaciencia de Job-
porque éstas fueron borradas por la sangre del Cordero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario