} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 01/01/2025 - 02/01/2025

lunes, 20 de enero de 2025

NUESTRO CARÁCTER DEPENDE DEL ESTADO DEL CORAZÓN (V)

 

  Proverbios 4:23

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.

 

Tiempos que requieren un cuidado especial del corazón

 

3. El tiempo en el que hay problemas en la iglesia

Cuando la Iglesia es oprimida y está a punto de perecer en las olas de la persecución como la barca en la que estaban Jesús y los discípulos, hay almas buenas que también se preparan para naufragar en las olas de sus propios temores.

Es verdad que la mayoría de las personas necesitan más las espuelas que las riendas en este caso, sin embargo algunos se sientan desanimados bajo el sentir de los problemas de la Iglesia. La pérdida del arca le costó su vida a Elí (1 Samuel 4:16-18 Dijo, pues, aquel hombre a Elí: Yo vengo de la batalla, he escapado hoy del combate. Y Elí dijo: ¿Qué ha acontecido, hijo mío? Y el mensajero respondió diciendo: Israel huyó delante de los filisteos, y también fue hecha gran mortandad en el pueblo; y también tus dos hijos, Ofni y Finees, fueron muertos, y el arca de Dios ha sido tomada. Y aconteció que cuando él hizo mención del arca de Dios, Elí cayó hacia atrás de la silla al lado de la puerta, y se desnucó y murió; porque era hombre viejo y pesado. Y había juzgado a Israel cuarenta años.), la triste situación en la que estaba Jerusalén hizo que la expresión del buen Nehemías cambiase en medio de todos los placeres y comodidades de la corte (Nehemías 2:1-3 Sucedió en el mes de Nisán, en el año veinte del rey Artajerjes, que estando ya el vino delante de él, tomé el vino y lo serví al rey. Y como yo no había estado antes triste en su presencia, me dijo el rey: ¿Por qué está triste tu rostro? pues no estás enfermo. No es esto sino quebranto de corazón. Entonces temí en gran manera. Y dije al rey: Para siempre viva el rey. ¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego?).

Pero aunque Dios permite, e incluso ordena el conmoverse por estas calamidades, y llama en tales tiempos a “gemir, llorar y vestirse de cilicio”, amenazando con severidad a los insensibles, no le agrada vernos sentados bajo el enebro como el compungido Elías: “Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres.” (1 Reyes 19:4). No: podemos y debemos ser gimientes en Sión, pero no atormentarnos a nosotros mismos; podemos quejarnos a Dios, pero no quejarnos de Dios (ya sea por el lenguaje o las acciones).

Preguntémonos entonces cómo los corazones sensibles pueden ser aliviados y sostenidos cuando se ven desbordados con el pesado sentimiento de los problemas de la Iglesia. Es cierto que es difícil para el que tiene su gozo preferente en Sión guardar su corazón de hundirse bajo el sentir de sus problemas; sin embargo debe y puede hacerse mediante el empleo de direcciones que establezcan el corazón como las siguientes:

 

En primer lugar establezcamos esta gran verdad en nuestro corazón: ningún problema cae sobre Sión sin permiso del Dios de Sión, y Él no permite nada que no vaya a traer finalmente mucho bien sobre su pueblo. El consuelo puede derivarse de reflexionar en la voluntad de Dios, que permite y ordena. “Y dijo David a Abisai y a todos sus siervos: He aquí, mi hijo que ha salido de mis entrañas, acecha mi vida; ¿cuánto más ahora un hijo de Benjamín? Dejadle que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho.” (2 Samuel 16:11), “Respondió Jesús: Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene.” (Juan 19:11).

Debería calmar mucho nuestros espíritus saber que es la voluntad de Dios que lo soportemos, y que, si Él no lo hubiese permitido, nunca sería como es. Esta misma consideración calmó a Job, Elí, David y Ezequías. Que el Señor lo hubiese hecho era suficiente para ellos, y ¿por qué no habría de ser suficiente para nosotros? Si el Señor quiere arar la Iglesia como un campo, y sus piedras yacen en el polvo, si es su agrado que el Anticristo muestre su furia durante aún más tiempo y fatigue a los santos del Altísimo, si es su voluntad que haya un día de tribulación, de pisoteo por el Señor de los ejércitos sobre el valle de la visión, que los malvados devoren al hombre más justo que ellos ¿qué somos nosotros para contender con Dios? Lo adecuado es que nos resignemos a esa voluntad cuando se presente, y que Aquel que nos hizo disponga de nosotros como le plazca. Él puede hacer lo que le parezca bien sin nuestro consentimiento.

¿Acaso el pobre ser humano está en el mismo terreno para que pueda capitular con su Creador, o para que Dios le dé cuenta de cualquiera de sus asuntos? Que estemos contentos, sin importar cómo Dios pueda disponer de nosotros, es tan razonable como que seamos obedientes, sea lo que sea que Él nos requiera. Pero si llevamos este argumento más lejos, y consideramos que todo lo que Dios permite al final acaba resultando en un bien real para su pueblo, esto calmará nuestros espíritus mucho más.

¿Se están llevando los enemigos lo mejor del pueblo a la cautividad? Parece una providencia desesperante, pero Dios los envía allí por su bien. ¿Está tomando Dios a los Asirios como una vara en su mano para azotar a su pueblo? El objetivo de hacer eso es que “Pero acontecerá que después que el Señor haya acabado toda su obra en el monte de Sion y en Jerusalén, castigará el fruto de la soberbia del corazón del rey de Asiria, y la gloria de la altivez de sus ojos” (Isaías 10:12). Si Dios puede traer mucho bien de la mayor maldad del pecado, mucho más puede hacerlo con las aflicciones temporales, y que lo hará es tan evidente como que puede hacerlo. Ya que es inconsistente con la sabiduría de alguien común permitir que algo, que podría evitar si quisiera, acabe con su gran diseño, ¿Cómo se puede imaginar que Dios, que es más sabio, hiciera algo así?

Como Lutero dijo a Melanchthon, también digo: “Deja hacer a la infinita sabiduría y poder”, porque por este todas las criaturas se mueven, y todas las acciones se guían en referencia a la iglesia. No es nuestro trabajo gobernar el mundo, sino someternos a lo que Él hace. Los movimientos de la providencia son todos juiciosos, las ruedas están llenas de ojos: es suficiente saber que los asuntos de Sión están en buenas manos.

 

En segundo lugar meditemos en una verdad que afirme el corazón como la siguiente: Por muchos problemas que haya en la Iglesia, su Rey continúa estando en ella. ¿Acaso ha abandonado el Señor a sus iglesias? ¿Las ha vendido a las manos del enemigo? ¿Es que no le importan los males que caen sobre ellas para que nuestros corazones se hundan? ¿No es una vergüenza minusvalorar al gran Dios y magnificar al pobre e impotente ser humano, el hecho de temblar y temer lo que puedan hacer los seres creados mientras Dios está en medio de nosotros?

Los enemigos de la iglesia son muchos y poderosos, eso desde luego, pero el argumento con el que Caleb y Josué lucharon para levantar sus propios corazones tiene tanta fuerza hoy día como la tuvo entonces: “Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis.” (Números 14:9).

 Un historiador nos cuenta que cuando Antígono escuchó a sus soldados hablar de cuántos eran sus enemigos, y cómo se desalentaban unos a otros, dio un paso en medio de ellos y preguntó: “¿Y por cuántos enemigos creen que yo valgo?”. Almas desmotivadas ¿Por cuántos creen que vale el Señor? ¿Acaso Él no es un oponente demasiado grande para todos sus enemigos? ¿No es un Todopoderoso más que muchos poderosos? “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31).

¿Cuál creemos que fue la razón para las grandes comprobaciones que hizo Gedeón? Preguntó, deseaba una señal, y después de eso otra. ¿Y cuál era la razón de esto sino que él pudiese estar seguro de que el Señor estaba con Él, y que pudiese escribir sobre su insignia el emblema: La espada del Señor y de Gedeón?

Así que si podemos estar seguros de que el Señor está con su pueblo, podemos elevarnos sobre todo el desánimo. Y para que sea así no necesitamos una señal desde el cielo. Ya tenemos la señal de que la iglesia ha sido maravillosamente preservada entre todos sus enemigos. Si Dios no estuviese con su pueblo, ¿cómo es posible que no fuesen devorados rápidamente? ¿Acaso es porque sus enemigos están esperando tener poder o una oportunidad? No. Lo que sucede es que hay una mano invisible sobre ellos. Por tanto dejemos que su presencia nos de descanso, y aunque los montes se muevan de lugar, y aunque el cielo y la tierra se mezclen, no temamos: Dios está en medio de Sión, y no será conmovida.

 

En tercer lugar consideremos las grandes ventajas que atienden al pueblo de Dios cuando están afligidos. Si el tener una posición afligida y humillada en el mundo es de verdad lo mejor para la Iglesia, entonces nuestro decaimiento no solo es irracional, sino desagradecido. Si estimamos la felicidad de la iglesia por su comodidad en el mundo, por su esplendor y su prosperidad, entonces los tiempos de aflicción nos parecerán desfavorables. Pero si reconocemos que su gloria está en su humildad, fe y piedad, no hay condición que abunde más con ventajas para eso que la aflicción.

No fueron las persecuciones y las prisiones las que envenenaron la iglesia, sino la mundanalidad y el desenfreno. La semilla de la iglesia fue la sangre de sus mártires, no la gloria terrenal de los que decían pertenecer a ella. El poder de la piedad nunca creció mejor que en la aflicción, y nunca creció menos que en los tiempos de mayor prosperidad. Cuando “Y dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, el cual confiará en el nombre de Jehová.” (Sofonías 3:12).

Ciertamente es por el bien de los creyentes el ser destetados del amor y el deleite en las vanidades de la tierra que nos esclavizan, el ser avivados e instados a seguir adelante hacia el cielo con un mayor apremio, el tener una visión más clara de sus propios corazones, el ser enseñados a orar con más fervor, más frecuencia, mayor espiritualidad, el buscar y anhelar el descanso con más ardor. Si todo eso es por nuestro bien, la experiencia nos enseña que no hay un estado que sea tan bendecido con esos frutos como lo es la aflicción. ¿Está bien que nos resintamos y decaigamos porque nuestro Padre prefiera el bien de nuestras almas en lugar de la gratificación de nuestro humor? ¿Está bien hacerlo porque Él quiere llevarnos al cielo por un camino más corto del que desearíamos ir? ¿Es esto una respuesta adecuada a su amor, que se agrada tanto como para preocuparse por nuestro bienestar, que hace más bien por nosotros de lo que lo haría por miles de personas en el mundo? Sobre estas personas no pone su vara, ni les da aflicciones para hacerles bien. Pero desgraciadamente juzgamos por los sentidos y reconocemos las cosas como buenas o malas según nuestro gusto en el presente.

En cuarto lugar tengamos cuidado de no pasar por alto las muchas misericordias preciosas que el pueblo de Dios disfruta en medio de la tribulación. Es una lástima que nuestras lágrimas por los problemas cieguen tanto nuestros ojos que no vemos nuestras misericordias. No insistiré sobre la misericordia de tener nuestra vida por botín (Jeremías 45:5 ¿Y tú buscas para ti grandezas? No las busques; porque he aquí que yo traigo mal sobre toda carne, ha dicho Jehová; pero a ti te daré tu vida por botín en todos los lugares adonde fueres.), ni sobre todas las comodidades externas que disfrutamos y que están por encima de las que Cristo y sus preciosos siervos, de los cuales el mundo no era digno, tuvieron.

Pero ¿qué podemos decir del perdón de pecados, el tener herencia en Cristo, el pacto de promesa y una eternidad de felicidad en la presencia de Dios después de que pasen unos pocos días?

No es adecuado que un pueblo al que se le ha concedido tales misericordias decaiga bajo cualquier aflicción temporal, o que esté tan preocupado por la desaprobación de los hombres y la pérdida de cosas sin importancia. No tenemos la sonrisa de grandes hombres, pero si el favor del gran Dios. Quizás somos disminuidos en lo temporal, pero del mismo modo aumentamos en los bienes eternos y espirituales.

Quizás no podamos vivir con tanta abundancia como antes, pero si con más piedad que nunca. ¿Nos lamentaremos tanto por estas circunstancias como para olvidar nuestra sustancia? ¿Harán unos ligeros problemas que nos olvidemos de grandes misericordias? Recordemos que las verdaderas riquezas de la iglesia están fuera del alcance de todos los enemigos. ¿Qué importa si Dios no distingue entre los suyos y los otros en sus dispensaciones externas? ¿Qué importa si en sus juicios toca a los mejores y deja tranquilos a los peores? ¿Qué importa si Abel fue asesinado permaneciendo en el amor, y Caín sobrevivió con odio? ¿Qué si el sanguinario Dionisio murió en su cama y el buen Josías murió en la batalla? ¿Qué importa que el vientre de los impíos se llene con tesoros escondidos mientras los dientes de los santos lo hacen con cascajo? Aun así es motivo de alabanza, porque el amor que elige nos ha distinguido, aunque la providencia común no lo haya hecho, y mientras la prosperidad y la impunidad matan a los impíos, incluso una adversidad que mate beneficiará a los justos.

 

En quinto lugar, creamos que, sin importar lo bajo que sea hundida la iglesia bajo las aguas de la adversidad, a buen seguro se levantará de nuevo. No temamos, porque tan seguro como que Cristo resucitó al tercer día, sin importar el sello y la vigilancia que había sobre Él, con la misma seguridad Sión se levantará de todos sus problemas y levantará su victoriosa cabeza sobre todos sus enemigos.

No hay motivo para temer la ruina de la gente que crece en sus pérdidas y se multiplica al ser disminuida. No nos apresuremos a enterrar a la iglesia antes de que esté muerta; quedémonos quietos hasta que Cristo la haya probado, antes de darla por perdida. La zarza puede estar en llamas, pero nunca será consumida, y eso es así por la buena voluntad del que habita en ella.

 

En sexto lugar, recordemos los ejemplos del cuidado y ternura de Dios con su pueblo en dificultades pasadas. Por más de dieciocho siglos la Iglesia Cristiana ha estado en aflicción, y a pesar de eso no ha sido consumida. Muchas oleadas de persecución han pasado por ella, pero no se ha ahogado, muchas artimañas se han forjado en contra de ella, pero hasta ahora ninguna ha prosperado. No es la primera vez que los Amanes y Ajitofeles han planeado su ruina, que Herodes haya extendido su mano para afligirla, pero aun así ha sido preservada, apoyada y librada de todos sus problemas.

¿Acaso no es tan querida para Dios como siempre? ¿No es capaz Él de salvarla como lo hizo antiguamente? Aunque no sepamos de dónde vendrá la salvación, “sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio;” (2 Pedro 2:9).

 

En séptimo lugar si no podemos tener consuelo en ninguna de estas consideraciones, intentemos sacar alguno de nuestros problemas en sí mismos.

Seguramente este problema que tenemos es buena evidencia de nuestra integridad. La unión es la base de la simpatía: Si no tuviésemos las riquezas en el barco de la Iglesia, no temblaríamos al verlo peligrar. En esta disposición espiritual podemos permitirnos este consuelo: que si somos sensibles a los problemas de Sión, Jesucristo es mucho más sensible y está mucho más solícito de lo que podemos estar nosotros, y mirará de manera favorable a aquellos que se lamentan por ello.

NUESTRO CARÁCTER DEPENDE DEL ESTADO DEL CORAZÓN (IV)

 

  Proverbios 4:23

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.

 

Tiempos que requieren un cuidado especial del corazón

 

2. El tiempo de adversidad

Cuando la providencia no nos sonríe y acaba con nuestras comodidades externas, miremos nuestro corazón y guardémoslo con toda diligencia para que no se resienta contra Dios ni desmaye bajo su mano; porque los problemas, aunque sean santificados, siguen siendo problemas.

Jonás era un buen hombre, y aun así ¡cuánto se irritó su corazón bajo la aflicción! Job era un espejo de paciencia, y aun así ¡cuánto se descompuso su corazón en la tribulación!

Cuando nos encontremos bajo grandes aflicciones encontraremos difícil tener un espíritu compuesto. ¡Cuántas prisas e inquietud generan las aflicciones incluso en los mejores corazones!

Veamos entonces cómo un cristiano que está bajo gran aflicción puede evitar que su corazón se resienta o desmaye bajo la mano de Dios. Ofreceremos varias ayudas para guardar el corazón que se encuentra en esta condición.

 

En primer lugar, mediante las circunstancias que se cruzan,

Dios está buscando fielmente el gran diseño de su electivo amor sobre las almas de su pueblo, y ordena todas estas aflicciones como medios santificados para conseguir ese objetivo. Las aflicciones no vienen por casualidad, sino por diseño. Por el diseño de Dios son ordenadas como medio para producir a los creyentes un bien espiritual: “De esta manera, pues, será perdonada la iniquidad de Jacob, y este será todo el fruto, la remoción de su pecado; cuando haga todas las piedras del altar como piedras de cal desmenuzadas, y no se levanten los símbolos de Asera ni las imágenes del sol.” (Isaías 27:9), Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste [Dios nos disciplina] para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad.” (Hebreos 12:10), “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” (Romanos 8:28).

Las aflicciones son como obreros de Dios en nuestros corazones, que sacan el orgullo y la seguridad carnal de ellos, y haciendo así, su naturaleza es transformada, de forma que se convierten en bienes y beneficios. “Bueno me es haber sido humillado, Para que aprenda tus estatutos.” (Salmos 119:71) dice David.

Por tanto es seguro que no tenemos motivos para reñir con Dios, sino más bien para maravillarnos de que Él se ocupe tanto en nuestro bien que utiliza cualquier medio para cumplirlo. Pablo podía bendecir a Dios si en alguna manera lograba alcanzar la resurrección de los muertos. “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.” (Santiago 1:2-3).

Nuestro Padre está realizando un sabio diseño sobre nuestras almas, ¿haremos bien entonces en enfadarnos con Él? Todo lo que Él hace es con referencia de algún objetivo glorioso sobre nuestras almas. Es nuestra ignorancia del diseño de Dios lo que nos hace pelear con Él. En ese caso nos dice, como dijo a Pedro: “Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.” (Juan 13:7)

 

En segundo lugar, aunque Dios se ha reservado la libertad de afligir a su pueblo, ha atado sus manos con la promesa de que nunca apartará su misericordia de ellos (Isaías 54:10 Porque los montes se moverán, y los collados temblarán, pero no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz se quebrantará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti.).

¿Somos capaces de contemplar esta porción de las Escrituras con un espíritu resentido y descontento? “Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti”. (2 Samuel 7:14-15).

¡Oh corazón, corazón orgulloso! ¿Haces bien en estar descontento cuando Dios te ha dado el árbol completo, lleno de ramas de consuelo creciendo en él, solo porque permite que el viento sople y haga caer unas pocas hojas?

Los cristianos tienen dos tipos de beneficios, los beneficios del trono y los del reposapiés. Beneficios movibles e inamovibles. Si Dios ha asegurado unos, nunca dejemos que el corazón se preocupe por la pérdida de los otros. Si hubiese apartado su amor, o sacado nuestras almas del pacto, ciertamente tendríamos motivos para estar entristecidos. Pero no lo ha hecho, ni puede hacerlo.

 

En tercer lugar, recordar que es nuestro propio Padre el que ordena las aflicciones, es algo de gran eficacia para guardar el corazón de hundirse en medio de ellas. Ninguna criatura mueve su mano o lengua contra nosotros sin su permiso.

Si la copa es amarga, pero es la copa que el Padre nos ha dado ¿cómo podemos sospechar que lo que contiene es veneno? No seamos necios, pongamos el caso en nuestro propio corazón ¿podríamos darle a un hijo algo nque lo destruyese? ¡No! antes nos haríamos daño a nosotros mismos que nhacerles daño a ellos. “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7:11) ¡Cuánto más Dios! La simple consideración de su naturaleza como Dios de amor, compasión, y tiernas misericordias, o de su relación con nosotros como padre, esposo y amigo debería ser suficiente seguridad incluso si Él no nos hubiese dado palabra para tranquilizarnos en estos casos. Sin embargo, también tenemos su palabra, a través del profeta Jeremías25:6 “y no vayáis en pos de dioses ajenos, sirviéndoles y adorándoles, ni me provoquéis a ira con la obra de vuestras manos; y no os haré mal.”. Estamos demasiado cerca de su corazón para que Él nos dañe, y nada le entristece más que nuestras sospechas infundadas e indignas acerca de sus planes.

¿No se entristecería un médico fiel y de corazón amoroso, cuando después de haber estudiado el caso de su paciente, y haber preparado las más excelentes medicinas para salvar su vida, lo escuchase decir: “¡Oh, me ha descompuesto! ¡Me ha envenenado!”, simplemente porque le produce dolor la operación? Oh, ¿cuándo tendremos un corazón inocente?

 

En cuarto lugar, Dios tiene la misma consideración por nosotros tanto cuando estamos en una condición baja como cuando estamos en un alta, por eso no debería ser tanto problema para nosotros que nos ponga en baja condición. Él manifiesta más de su amor, gracia y ternura en tiempos de aflicción que en tiempos de prosperidad.

Dios no nos eligió en primer lugar porque fuésemos personas destacadas, así que no nos va a abandonar porque seamos personas humildes. Los hombres pueden darnos la espalda y alterar su respeto por nosotros si nuestra condición se altera. Cuando la providencia ataca nuestras posesiones, los amigos del verano pueden convertirse en extraños, temiendo que podamos ser un problema para ellos, pero ¿acaso hará Dios lo mismo? No, no: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; (Hebreos 13:5) dice el Señor. Si la adversidad y la pobreza pudiesen impedirnos el acceso a Dios, serían una condición deplorable en verdad. Pero lejos de esto, podemos acercarnos a Él tan libremente como siempre. “Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá.” (Miqueas 7:7), dice la iglesia.

El pobre David, cuando le fueron arrebatadas todas las comodidades terrenales, pudo tener ánimo en el Señor su Dios ¿y nosotros no podremos?

Supongamos que nuestro cónyuge o hijo haya perdido todo en el mar, y venga a nosotros envuelto en harapos ¿le negaríamos la relación con nosotros o rehusaríamos atenderle? Si no lo harías, mucho menos lo hará Dios. ¿Por qué entonces nos alteramos tanto? Aunque nuestra condición cambie, el amor de nuestro Padre no cambia.

 

En quinto lugar, ¿No puede ser que, mediante la pérdida de las comodidades externas Dios esté preservando nuestras almas del poder de la tentación que nos lleva a la ruina? En ese caso tenemos poco motivo para hacer que nuestro corazón se hunda en tan tristes pensamientos. ¿Acaso los disfrutes de este mundo no hacen que la gente se agite y cambie en los tiempos de prueba? Por amor a esas cosas muchos han abandonado a Cristo en esos tiempos. En Mateo 19:22  Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.”. Si este es el diseño de Dios, ¡cuán desagradecido es murmurar contra Dios por ello!

Los marineros en medio de la tormenta son capaces de tirar por la borda las cargas más valiosas con tal de preservar sus vidas. Sabemos que es normal que los soldados de una ciudad bajo asedio destruyan los mejores edificios fuera de las murallas, en los cuales los enemigos pudiesen tomar refugio. Y en estos casos nadie duda de que lo que hacen es lo más sabio. Aquellos que tienen miembros gangrenados los presentan voluntariamente para ser cortados, y no solo dan las gracias al cirujano, sino que también le pagan.

¿Hemos entonces de murmurar contra Dios por echar fuera aquello que nos puede hundir en la tormenta, por derribar aquello que puede ayudar a nuestro enemigo en el asedio de la tentación, por cortar aquello que puede poner en peligro nuestra vida eterna?

¡Oh, hombres desconsiderados y desagradecidos! ¿Acaso no son estas cosas por las que nos lamentamos las mismas cosas que han arruinado a miles de almas?

 

En sexto lugar, sería un gran apoyo para nuestro corazón cuando estamos bajo adversidad el considerar que Dios, mediante esas providencias que nos humillan puede estar cumpliendo aquello por lo que hemos orado y esperado mucho tiempo. ¿Hemos de preocuparnos entonces?

Como cristianos, ¿no hemos hecho muchas oraciones a Dios pidiendo que nos libre del pecado, que nos descubra nuestra vanidad, que nos ayude a mortificar nuestros pecados y malos deseos, y que nuestros corazones solamente encuentren felicidad en Cristo? Con esos golpes de humillación y pobreza Dios puede estar cumpliendo nuestros deseos.

¿Queremos ser guardados del pecado? Él ha hecho una cerca en nuestro camino con espinos. ¿Queremos ver la vanidad de las criaturas? La aflicción es una herramienta clara para descubrirla, porque la vanidad de las criaturas nunca se descubre de forma tan efectiva y sensible como por nuestra propia experiencia. ¿Queremos ver morir nuestra corrupción? Esta es la forma: quitarnos el combustible y el alimento que la mantiene, porque es la prosperidad la que da a luz la corrupción y la alimenta, de tal forma que la adversidad, cuando es santificada, es un medio para hacerla morir. ¿Queremos que nuestro corazón no encuentre descanso sino en el seno de Dios? ¿Qué método podría ser mejor para que la providencia cumpliese este deseo que quitar de nuestras cabezas la cómoda almohada de plumas mundanas en la que hemos descansado?

Y aun nos irritamos por esto. Niños malcriados ¡cómo ponemos a prueba la paciencia de nuestro Padre! Si se retrasa en contestar las oraciones, somos rápidos en decir que no se acuerda de nosotros. Si las contesta de una forma que no esperamos, murmuramos contra Él por eso, como si, en lugar de responder, estuviese acabando con nuestras esperanzas y objetivos. ¿No es suficiente que Dios tenga la gracia de hacer lo que queremos, que además esperemos que lo haga de la manera que queremos?

 

En séptimo lugar, puede servir de apoyo al corazón considerar que en medio de esos problemas Dios está realizando la obra en la cual el alma se regocijará más tarde. Nos vemos nublados con mucha ignorancia, y no somos capaces de discernir cómo la providencia particular se inclina a completar los designios de Dios. Por eso, al igual que hizo Israel en el desierto, murmuramos con frecuencia ya que la providencia nos lleva a través de un desierto aterrador en el que nos vemos expuestos a dificultades, aunque Dios nos esté guiando por buen camino a una ciudad con moradas.

Si pudiésemos ver como Dios en su propósito secreto ha trazado con exactitud el plan completo de nuestra salvación, incluso en los medios y circunstancias más pequeños, pudiésemos discernir la admirable armonía de las dispensaciones divinas, sus relaciones mutuas junto con la contribución general que tienen todas hacia el objetivo final, y tuviésemos la libertad de elegir las circunstancias a nuestra manera, seguramente elegiríamos las mismas en las que estamos ahora.

 

La providencia es como un tapiz formado por miles de hilos que parecen inútiles si se toman por separado, pero que juntos, forman una hermosa historia. Ya que Dios hace todas las cosas de acuerdo al propósito de su voluntad, este es el mejor método para efectuar nuestra salvación.

Si alguien tiene un corazón orgulloso, le serán asignadas muchas situaciones que lo humillen. Si alguno tiene un corazón mundano, llegarán muchas circunstancias que lo empobrezcan. Si fuésemos capaces de ver esto, no haría falta más consuelo para nuestros corazones decaídos.

 

En octavo lugar, para calmar el corazón también es bueno considerar que al inquietarnos y estar descontentos, nos hacemos más daño del que nos podrían producir las aflicciones. Nuestro propio descontento da armas a nuestros problemas. Hacemos nuestra carga más pesada cuando luchamos bajo su peso.

Si nos quedásemos quietos bajo la mano de Dios, nuestra condición sería mucho más fácil. “La impaciencia en tiempos de enfermedad, produce la severidad del médico”. Esto hace que Dios nos aflija más, como hace el padre con el niño tozudo que no recibe la corrección.

Además el descontento hace que el alma esté indispuesta a orar por sus problemas, o a recibir el sentimiento de bien que Dios trata de producir mediante ellos. La aflicción es una píldora, que envuelta con paciencia y sumisión es fácil de tragar. Pero con el descontento mordemos la píldora y amargamos el alma. Dios echa fuera alguna comodidad que ve que puede dañarnos, y nosotros echamos fuera nuestra paz detrás de ella. Él dispara una flecha a nuestra ropa, que nunca tuvo la intención de dañarnos sino solamente apartarnos del pecado, y nosotros nos la clavamos hasta dañarnos el corazón por medio de la mala disposición y el descontento.

 

En noveno lugar, Si nuestro corazón (como el de Raquel) todavía no quiere ser consolado, hagamos una cosa más. Comparemos la condición en la que estamos ahora, en la que estamos tan insatisfechos, con la condición en la que están otros y en la que mereceríamos estar.

Ahora otros están en medio de llamas, gimiendo bajo el azote de la justicia, y mereceríamos estar entre ellos. Oh alma mía ¿acaso se parece esto al infierno? ¿Es mi condición tan mala como la de los condenados? ¡Cuánto darían los miles que ahora están en el infierno para cambiar su situación con la mía!

Un autor dice: He leído que cuando el Duque de Conde se sometió voluntariamente a las inconveniencias de la pobreza, un señor de Italia se fijo en él y sintió lástima, y deseó ayudarlo. El buen duque respondió “Señor, no se preocupe, y no crea que sufro por la necesidad, porque envié un heraldo delante de mí que me prepara mis alojamientos y se preocupa de que sea bien tratado”. El señor le preguntó quién era ese heraldo. Él respondió: “El conocimiento de mí mismo, y el pensar lo que merezco por mis pecados, que es el tormento eterno. Cuando llego con este conocimiento a mi aposento, aunque lo encuentre desprovisto, pienso que es mucho mejor de lo que merezco. ¿Por qué se quejan los que viven?”

De esta forma se puede guardar el corazón de resentirse e indisponerse bajo la adversidad.

sábado, 18 de enero de 2025

NUESTRO CARÁCTER DEPENDE DEL ESTADO DEL CORAZÓN (III)

 

  Proverbios 4:23

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.

 

Tiempos que requieren un cuidado especial del corazón


Espero que estas consideraciones hagan meditar a mis lectores de que es importante guardar el corazón con toda diligencia. Procedo en tercer lugar a considerar esas temporadas especiales en la vida de un cristiano que requieren nuestra mayor diligencia en el cuidado del corazón, aunque el deber siempre nos obliga y no hay momento o condición de la vida en que podamos excusarnos de esta obra; sin embargo, hay temporadas señaladas, horas críticas que requieren una mayor vigilancia sobre el corazón.

 

1. El tiempo de prosperidad

Cuando la providencia nos sonríe. En ese tiempo, cristiano, guarda tu corazón sobre toda cosa, porque estará muy inclinado a crecer en seguridad en sí mismo, en orgullo, y en volverse terrenal. Ver a un hombre humilde en tiempo de prosperidad, es una de las mayores rarezas del mundo.

Incluso el buen Ezequías no pudo ocultar un temperamento vanaglorioso cuando llegó su tentación, de ahí que se advirtiese a Israel: “Cuando el Señor tu Dios te haya introducido en la tierra que juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob que te daría, en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, y casas llenas de todo bien, que tú no llenaste, y cisternas cavadas que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste, y luego que comas y te sacies, cuídate de no olvidarte del Señor(Deuteronomio 6:10-12). Pero engordó Jesurún, y tiró coces  (Engordaste, te cubriste de grasa);  Entonces abandonó al Dios que lo hizo,  Y menospreció la Roca de su salvación.” (Deuteronomio 32:15).

 

¿Cómo puede entonces el cristiano guardar su corazón del orgullo y la seguridad carnal cuando la providencia le sonríe y confluyen las comodidades creadas por el hombre? Hay varias ayudas para asegurar el corazón frente a las peligrosas trampas de la prosperidad.

 

En primer lugar, pensemos en las cautivadoras tentaciones que vienen con una condición próspera y agradable. Son pocos, muy pocos los que viviendo en los placeres de este mundo escapan a la perdición eterna. Cristo dice (Mateo19:24) “Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.”, “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; [son llamados]” (1 Corintios 1:26).

Tenemos una buena razón para temblar cuando las Escrituras nos dicen que, en general, pocos son salvos. Mucho más cuando nos dicen que de ese grupo en el que estamos, pocos serán salvos. Cuando Josué llamó a las tribus de Israel a que echaran suertes para descubrir a Acán (Josué 7; 11  Israel ha pecado,  y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé;  y también han tomado del anatema,  y hasta han hurtado,  han mentido,  y aun lo han guardado entre sus enseres. 12  Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos,  sino que delante de sus enemigos volverán la espalda,  por cuanto han venido a ser anatema;  ni estaré más con vosotros,  si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros. 13  Levántate,  santifica al pueblo,  y di:  Santificaos para mañana;  porque Jehová el Dios de Israel dice así:  Anatema hay en medio de ti,  Israel;  no podrás hacer frente a tus enemigos,  hasta que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros. 14  Os acercaréis,  pues,  mañana por vuestras tribus;  y la tribu que Jehová tomare,  se acercará por sus familias;  y la familia que Jehová tomare,  se acercará por sus casas;  y la casa que Jehová tomare,  se acercará por los varones; 15  y el que fuere sorprendido en el anatema,  será quemado,  él y todo lo que tiene,  por cuanto ha quebrantado el pacto de Jehová,  y ha cometido maldad en Israel. 16  Josué,  pues,  levantándose de mañana,  hizo acercar a Israel por sus tribus;  y fue tomada la tribu de Judá. 17  Y haciendo acercar a la tribu de Judá,  fue tomada la familia de los de Zera;  y haciendo luego acercar a la familia de los de Zera por los varones,  fue tomado Zabdi. 18  Hizo acercar su casa por los varones,  y fue tomado Acán hijo de Carmi,  hijo de Zabdi,  hijo de Zera,  de la tribu de Judá. 19  Entonces Josué dijo a Acán:  Hijo mío,  da gloria a Jehová el Dios de Israel,  y dale alabanza,  y declárame ahora lo que has hecho;  no me lo encubras. 20  Y Acán respondió a Josué diciendo:  Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel,  y así y así he hecho. 21  Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno,  y doscientos siclos de plata,  y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos,  lo cual codicié y tomé;  y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda,  y el dinero debajo de ello. 22  Josué entonces envió mensajeros,  los cuales fueron corriendo a la tienda;  y he aquí estaba escondido en su tienda,  y el dinero debajo de ello. 23  Y tomándolo de en medio de la tienda,  lo trajeron a Josué y a todos los hijos de Israel,  y lo pusieron delante de Jehová. 24  Entonces Josué,  y todo Israel con él,  tomaron a Acán hijo de Zera,  el dinero,  el manto,  el lingote de oro,  sus hijos,  sus hijas,  sus bueyes,  sus asnos,  sus ovejas,  su tienda y todo cuanto tenía,  y lo llevaron todo al valle de Acor. 25  Y le dijo Josué:  ¿Por qué nos has turbado?  Túrbete Jehová en este día.  Y todos los israelitas los apedrearon,  y los quemaron después de apedrearlos. 26  Y levantaron sobre él un gran montón de piedras,  que permanece hasta hoy.  Y Jehová se volvió del ardor de su ira.  Y por esto aquel lugar se llama el Valle de Acor,  hasta hoy.), no hay duda de que temió. Cuando se eligió a la tribu de Judá, su temor aumentó. Pero cuando la familia de los de Zera fue elegida, llegó la hora de temblar. Del mismo modo cuando las Escrituras llegan a decirnos que de las personas de tal clase muy pocos van a escapar, es hora de alarmarse.

Crisóstomo dice: “Me pregunto si alguno de los gobernantes se salvará”. ¡Oh cuántos han sido dirigidos al infierno en los carros de los placeres terrenales, mientras que otros han entrado a golpes en el cielo por la vara de la aflicción! ¡Que pocos llegan a Cristo con presentes, como las hijas de Tiro! (Salmos 45:12 Y las hijas de Tiro vendrán con presentes; Implorarán tu favor los ricos del pueblo) ¡Qué pocos de entre los ricos ruegan por su favor!

 

En segundo lugar, nos puede ayudar a ser más vigilantes y humildes en tiempo de prosperidad el considerar que, entre los cristianos, muchos han sido peores por tenerla.

¡Cuán bueno hubiese sido para algunos de ellos si nunca hubiesen conocido la prosperidad! Cuando nacieron en una condición baja, cuan humildes, espirituales y celestiales eran. Pero al prosperar, ¡que alteración cayó sobre sus espíritus! Así sucedió con Israel. Cuando estuvieron en una baja condición en el desierto, eran “santidad al Señor”. Pero al entrar en Canaán y ser alimentados ricamente el lenguaje fue: “¡Oh generación! atended vosotros a la palabra de Jehová. ¿He sido yo un desierto para Israel, o tierra de tinieblas? ¿Por qué ha dicho mi pueblo: Somos libres; nunca más vendremos a ti?” (Jeremías 2:31).

 

Las ganancias externas normalmente se logran con pérdidas internas; así como en una condición humilde sus empleos civiles acostumbraban a tener un cierto sabor a sus deberes religiosos, en una condición exaltada sus deberes normalmente tenían sabor a mundo. Aquel cuyas gracias no son obstaculizadas por sus riquezas, es en verdad rico en gracia. En el mundo hay pocos Josafats, de quien se decía “Jehová, por tanto, confirmó el reino en su mano, y todo Judá dio a Josafat presentes; y tuvo riquezas y gloria en abundancia. Y se animó su corazón en los caminos de Jehová, y quitó los lugares altos y las imágenes de Asera de en medio de Judá.” (2 Crónicas 17:5-6)

¿No mantendrá nuestros corazones humildes en la prosperidad el pensar en cuánto han pagado muchos hombres piadosos por sus riquezas, que por ellas han perdido aquello que todo el mundo no puede comprar?

 

En tercer lugar mantengamos humilde nuestro vano corazón con esta consideración: Dios no valora a ningún hombre más por estas cosas. Dios no valora a ningún hombre más por sus excelencias externas, sino por las gracias internas que posee; estas son los adornos internos del Espíritu, que son de gran valor a ojos de Dios. Dios menosprecia la gloria del mundo, y no acepta a nadie por ser una gran personalidad, “Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hechos 10:34-35).

Si el juicio de Dios fuese igual que el del hombre, podríamos valorarnos por esas cosas y afirmarnos sobre ellas. Pero solo somos algo si lo somos según el juicio de Dios. ¿No se mantendrá humilde mi corazón y dejará de vanagloriarse si considero esto?

 

En cuarto lugar ¿cuántas personas al borde de la muerte han lamentado su necedad al poner su corazón en estas cosas, y han deseado no haberlas conocido nunca? Que terrible fue la situación de Pío Quinto, que murió gritando de desesperación: “Cuando era de baja condición tenía alguna esperanza de salvación, cuando llegué a ser cardenal, comencé a dudarlo mucho; pero después de llegar al papado, no tengo esperanza alguna”.

Otro autor también nos cuenta la triste historia real de un rico opresor, que había amasado una gran fortuna para su único hijo. Cuando iba a morir, llamó a su hijo y le dijo: “Hijo, ¿en verdad me amas?” El hijo respondió que: “la naturaleza así como su indulgencia paternal le obligaban a ello”. “Entonces (dijo el padre) exprésalo en esto: mantén tu dedo en la llama de una vela mientras digo una oración”. El hijo lo intentó, pero no pudo soportarlo. Al verlo, el padre prorrumpió en esta expresión: “No pudiste soportar quemarte un dedo por mí, pero para conseguirte esta riqueza he puesto mi alma en angustia y mi alma y cuerpo deben arder en el infierno por ti. Tu dolor hubiese sido por un momento, pero los míos serán una llama que nunca cese”.

 

En quinto lugar el corazón puede mantenerse humilde al considerar la naturaleza obstructora que tienen las cosas terrenales sobre un alma que de todo corazón está dedicada al camino hacia el cielo. Nos cierran mucho del cielo en el presente, aunque puedan no cerrarnos el cielo al final.

Si nos consideramos peregrinos en este mundo, y de camino al cielo, tenemos tanta razón para deleitarnos en estas cosas como un caballo la tiene para deleitarse por una pesada carga. En el desprecio ateísta de Juliano había una seria verdad. Cuando arrebataba sus fortunas a los cristianos les decía: “Esto es para que estéis más preparados para el reino de los cielos”.

 

En sexto lugar, ¿es nuestro espíritu todavía vano y elevado? Entonces hagámosle considerar el día en que se hará recuento, ese día en el que se nos hará recuento de todas las misericordias que hemos recibido. Creo que esto debería asombrar y humillar al corazón más vano que haya jamás habitado el pecho de un santo.

Podemos tener por cierto que el Señor registra todas las misericordias que nos ha concedido, desde el comienzo hasta el fin de nuestras vidas. “Pueblo mío, acuérdate ahora qué aconsejó Balac rey de Moab, y qué le respondió Balaam hijo de Beor, desde Sitim hasta Gilgal, para que conozcas las justicias de Jehová.” (Miqueas 6:5). ”¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año?

¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios. (Miqueas 6; 6-8)  Sí, son enumeradas y registradas en orden en una cuenta, y: “Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá.” (Lucas 12:48). No somos más que administradores, y nuestro Señor vendrá a tomar cuentas de nosotros, y ¡cuán gran cuenta hemos de hacer, cuando tenemos tanto de este mundo en nuestras manos! Qué gran testigo serán nuestras misericordias contra nosotros, si tenemos un pobre fruto de ellas.

 

En séptimo lugar, una reflexión que nos hace sentir humildes es considerar que las misericordias de Dios obran sobre nuestro espíritu de forma distinta a lo que lo hacen sobre el espíritu de otros, en los cuales se convirtieron en misericordias santificadas del amor de Dios. ¡Oh, Señor! ¡Qué triste es pensar en esto! Es suficiente para hacernos tumbar en el polvo cuando consideramos que esas mismas misericordias hicieron más humildes a otros. Cuanto más los elevó Dios, más se humillaban ellos ante Él.

Así fue con Jacob cuando Dios le dio tanto: “menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo; pues con mi cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campamentos.” (Génesis 32:10). También fue así con el santo David. Cuando Dios le hubo confirmado la promesa de construirle una casa y no rechazarlo como hizo con Saúl, él se pone delante del Señor y le dice: Y entró el rey David y se puso delante de Jehová, y dijo: Señor Jehová, ¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí?” (2 Samuel 7:18). Ciertamente, así lo requería Dios. Cuando Israel le trajo los primeros frutos de Canaán, ellos debían decir: “Entonces hablarás y dirás delante de Jehová tu Dios: Un arameo a punto de perecer fue mi padre, el cual descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, y allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa” (Deuteronomio 26:5).

¿No exaltan otros a Dios cuando Dios los levanta a ellos? Y cuando Dios nos levanta a nosotros ¿Habremos de abusar más de Él y exaltarnos a nosotros mismos? ¡Cuán impía es una conducta como esa!

Otros han sido capaces de dar crédito a Dios por toda la gloria de lo que disfrutan, sin engrandecerse ellos mismos, sino a Dios, por sus misericordias.

Así dice David: “Que sea engrandecido tu nombre para siempre, y se diga: Jehová de los ejércitos es Dios sobre Israel; y que la casa de tu siervo David sea firme delante de ti.” (2 Samuel 7:26) Él no devora la misericordia que le ha dado el Señor y le succiona toda su dulzura sin mirar más allá de su propia comodidad. No, él solo se preocupa de la misericordia recibida salvo en el hecho de que Dios sea magnificado en ella. De igual manera cuando Dios lo ha librado de todos sus enemigos dice: “Mi fortaleza y mi cántico es el Señor, Y él me ha sido por salvación” (Salmos 118:14).

Los creyentes del pasado no ponían la corona sobre sus propias cabezas como hacemos nosotros en nuestra vanidad.

Las misericordias de Dios han fundido el corazón de otros en amor al Dios de las misericordias. Cuando Ana recibió la misericordia de un hijo, dijo: “Y Ana oró y dijo:

 Mi corazón se regocija en Jehová,   Mi poder se exalta en Jehová;  Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos, Por cuanto me alegré en tu salvación.” (1 Samuel 2:1), no en la misericordia recibida, sino en el Dios de la misericordia. De igual modo fue con María: “Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.” (Lucas 1:46- 47). Esa palabra significa hacer más espacio en el espíritu para Dios; sus corazones no se contraían por lo recibido, sino que se engrandecían para Dios.

También las misericordias recibidas de Dios han servido como restricción para evitar el pecado de otros. Esdras 9:13-14 dice “Mas después de todo lo que nos ha sobrevenido a causa de nuestras malas obras, y a causa de nuestro gran pecado, ya que tú, Dios nuestro, no nos has castigado de acuerdo con nuestras iniquidades, y nos diste un remanente como este,

¿hemos de volver a infringir tus mandamientos, y a emparentar con pueblos que cometen estas abominaciones? ¿No te indignarías contra nosotros hasta consumirnos, sin que quedara remanente ni quien escape?” Las almas limpias sienten sobre ellas la fuerza del amor y la misericordia que las obligan.

Las misericordias de Dios hacia otras personas han sido como aceite en los engranajes de su obediencia, y los han equipado más para el servicio. Si las misericordias que hemos recibido tienen el efecto contrario sobre nuestros corazones, tenemos grandes motivos para temer que no hayan llegado a nosotros en amor. Es suficiente para rebajar el espíritu de un creyente el ver el dulce efecto que las misericordias han tenido sobre otros y los amargos efectos que han tenido sobre él mismo.