Proverbios 4:23
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.
El corazón del ser humano es su peor parte antes de ser regenerado, pero es la mejor después de la regeneración. Allí se asientan nuestros principios y la fuente de nuestros actos. El ojo de Dios está puesto sobre nuestro corazón, y también deberían estarlo nuestros propios ojos la mayoría del tiempo.
La mayor dificultad en la conversión es ganar el corazón para Dios, y la mayor dificultad después de la conversión es mantener el corazón con Dios. Es ahí donde yace la fuerza misma de la relación con Dios; es ahí donde el camino que lleva a la vida se vuelve angosto, y donde la puerta del cielo se vuelve estrecha. El objetivo de este versículo es darnos dirección y ayuda, y nos proporciona dos cosas:
Primero: Una exhortación: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón”.
Segundo: La razón o motivo para hacerlo: “Porque de él mana la vida”.
En la parte de exhortación consideraremos dos aspectos: Primero nuestro deber, y en segundo lugar la forma de cumplir con él.
Nuestro deber: Guarda tu corazón.
El corazón que se menciona aquí no se refiere a la noble parte del cuerpo que los filósofos llaman “La primera que vive y la última que muere”, sino que se refiere al corazón como metáfora, lo que en las Escrituras a veces representa una facultad particular y noble del alma. En Romanos 1:21(Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.) se menciona al decir que su necio corazón, es decir, su necio entendimiento, fue entenebrecido. Salmos 119:11 se refiere a la memoria cuando dice “En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti.”, y 1 Juan 3:20 (pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas.) se refiere a la conciencia, que incluye tanto la luz del entendimiento como el reconocimiento de la memoria al decir: Si nuestro corazón nos reprende, es decir, si nuestra conciencia, cuyo oficio es reprender, nos reprende.
Pero en este versículo hemos de tomarlo de forma más general, como refiriéndose al alma al completo, al hombre interior. El alma es para el hombre lo que el corazón es para el cuerpo, y la santidad es para el alma lo que la buena salud es para el corazón. El estado de todo el cuerpo depende de la salud y vigor del corazón, y el estado eterno del hombre al completo depende de la buena o mala condición del alma.
Por “guardar el corazón” hemos de entender el uso diligente y constante de todos los medios santos que existen para preservar el alma del pecado, y mantener su dulce y libre comunión con Dios.
Decimos constante porque la razón que se da en el versículo extiende el deber de cuidar el corazón a todos los estados y condiciones de la vida cristiana, y hace que siempre sea obligatorio. Si el corazón debe guardarse porque de él fluyen todos los asuntos de la vida, entonces mientras esos asuntos de la vida sigan fluyendo de él, estaremos obligados a guardarlo.
Usaré una metáfora para comparar el texto con una guarnición sitiada, acosada por muchos enemigos en el exterior, y con peligro de ser entregada desde dentro por los ciudadanos traicioneros que hay en ella. Los soldados tienen que vigilar este peligro, o sufrir el dolor de la muerte. Y aunque la expresión guarda tu corazón parece imponernos el trabajo a nosotros, no implica que seamos suficientes para hacerlo. Somos tan capaces de gobernar y ordenar nuestros corazones en nuestras propias fuerzas como lo seríamos de detener el sol en su órbita o de hacer que un río corriese en sentido contrario. Si pudiésemos hacerlo, también podríamos ser nuestros propios salvadores y guardadores, pero Salomón habla con propiedad cuando dice guarda tu corazón, porque el deber es nuestro, aunque el poder es de Dios. El poder que tengamos dependerá de la fuerza motivadora y ayudadora de Cristo. La gracia en nuestro interior depende de una gracia que no es nuestra, “Separados de mí, nada podéis hacer” (Juan 15:5 Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. ). Hasta aquí es nuestro deber.
La forma de cumplir con nuestro deber
La forma de cumplir nuestro deber es sobre toda cosa guardada, es decir, con toda diligencia. El texto original hebreo es muy enfático: guardar con todo lo que se pueda, o, guarda y guarda, pon una guardia doble. Esta vehemencia con la que se insta a cumplir nuestro deber implica claramente lo difícil que es guardar nuestro corazón, lo peligroso que es descuidarlo.
El motivo para este deber es muy obligado y serio: “porque de él mana la vida”.
El corazón es la fuente de todas las operaciones de la vida, es el resorte y el origen del bien y el mal, como el resorte de un reloj que pone todos los engranajes en movimiento. El corazón es el tesoro, las manos y la lengua son el escaparate. Lo que está en ellas viene del corazón, y las manos y la lengua siempre comienzan donde el corazón termina. El corazón trama, y los miembros lo ejecutan: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45). Por tanto, si el corazón se equivoca en su trabajo, los miembros se equivocarán en el suyo, porque los errores del corazón son como los errores de la primera mezcla, que no pueden rectificarse después, o como cometer un error al preparar las letras y sellos en una imprenta, que hacen que se produzcan muchas erratas en todas las copias que se imprimen. ¿Cuán importante es entonces el deber cuyo cumplimiento puede verse en las consecuencias?
La guarda y control del corazón en toda situación es una de las actividades principales en la vida de un cristiano
Un filósofo dijo que es difícil contener las aguas dentro de unos límites, y lo mismo se podría aplicar al corazón. Dios le ha puesto límite, pero ¿cuántas veces no traspasamos, no solo los límites de la gracia y de nuestra relación con Dios, sino incluso los límites de la razón y de la honestidad común y corriente?
Esto justifica que nos esforcemos y estemos vigilantes hasta el día que muramos. No es tener limpias las manos lo que nos hace cristianos, porque los hipócritas también pueden mostrar manos limpias, sino la vigilancia purificadora y el ordenamiento correcto del corazón. Esto es lo que produce tantas quejas tristes y cuesta tantos gemidos y lágrimas. Fue el orgullo del corazón de Ezequías el que lo hizo tumbarse en tierra, gimiendo ante el Señor (2 Crónicas 32:25-26 Mas Ezequías no correspondió al bien que le había sido hecho, sino que se enalteció su corazón, y vino la ira contra él, y contra Judá y Jerusalén. Pero Ezequías, después de haberse enaltecido su corazón, se humilló, él y los moradores de Jerusalén; y no vino sobre ellos la ira de Jehová en los días de Ezequías.)- Fue la hipocresía que invadía el corazón de David la que lo hizo clamar “Sea mi corazón íntegro en tus estatutos, Para que no sea yo avergonzado” (Salmos 119:80). Fue el sentir que su propio corazón se dividía y se distraía en el servicio de Dios lo que le hizo derramarse en oración diciendo: “Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad; Afirma mi corazón para que tema tu nombre.” (Salmos 86:11).
El método que se propone para mejorar el cuidado de nuestro corazón es el siguiente:
Primero: Preguntarnos qué es lo que implica y supone guardar el corazón.
Segundo: Exponer distintas razones por las que los cristianos deben hacer de esto un asunto principal en sus vidas.
Tercero: Ver los momentos de nuestra vida que requieren que guardemos el corazón de forma especial.
Cuarto: Aplicar todo.
1. ¿Qué es lo que implica y supone guardar el corazón?
Guardar el corazón necesariamente presupone una obra previa de regeneración, que ha puesto el corazón en orden y ha hecho que tenga una inclinación espiritual. Si el corazón no es puesto en un marco adecuado primero por la gracia, no hay medio que lo pueda mantener bien con Dios. El ego es el centro del corazón no regenerado, y es lo que lo inclina y lo motiva en todos sus planes y acciones. Mientras esto sea así, es imposible que ningún medio externo lo mantenga con Dios.
El ser humano en su estado original era un todo espiritual uniforme, puesto en un camino recto y bueno. Ningún pensamiento o facultad estaba desordenada: su mente tenía un conocimiento perfecto de los requisitos de Dios, su voluntad cumplía perfectamente con ellos. Todos sus apetitos y su potencial estaban en subordinación obediente.
Sin embargo, por su pecado, el ser humano se ha convertido en una criatura rebelde que se opone a su Creador. Se opone a Dios como primera causa, al elegir la auto dependencia, se opone a Dios como el mayor bien al amarse a sí mismo, se opone a Dios como el mayor Señor al elegir su propia voluntad, y se opone a Dios como fin último al buscar su propio interés. Así pues, el ser humano camina en un desorden enorme, y todas sus acciones son irregulares.
Pero por la regeneración, el alma desordenada se endereza. Las Escrituras expresan este gran cambio como la renovación del alma a la imagen de Dios, en la cual la auto dependencia es eliminada por la fe, el amor por uno mismo por el amor de Dios, la voluntad propia por la sujeción y obediencia a la voluntad de Dios, y el buscar lo nuestro por el negarnos a nosotros mismos. El entendimiento entenebrecido es iluminado, la voluntad rebelde es dulcemente sometida, y los apetitos insubordinados conquistados gradualmente. El alma que el pecado corrompió en todos sus aspectos, es restaurada por la gracia.
Si presuponemos todo esto, no será fácil entender en qué consiste guardar el corazón, que no es otra cosa que el cuidado constante y diligente de un hombre renovado por preservar su alma en esa posición santa a la que le ha llevado la gracia. Porque, aunque la gracia ha rectificado el alma en una gran medida, y le ha dado un temperamento habitualmente celestial, el pecado la vuelve a descomponer. Aun los corazones tocados por la gracia son como instrumentos musicales, que han de ser afinados de forma exacta, porque pequeñas cosas los pueden desafinar. Si los dejamos aparte por un tiempo, necesitarán ser afinados antes de poder tocar otra lección.
Si los corazones en gracia están en buena disposición para cierto deber, pueden estar torpes, insensibles y desordenados cuando se trata de otro distinto. Por tanto, cada obligación requiere una disposición particular del corazón. Job 11:13 “Si dispusieras tu corazón, y extendieras a él tus manos”, guardar el corazón es, entonces, guardarlo cuidadosamente del pecado que lo desordena, y mantener esa disposición espiritual que lo capacita para una vida de comunión con Dios. Esto incluye seis aspectos particulares:
a. Observar frecuentemente la disposición del corazón.
Las personas carnales y meramente formales no prestan atención a esto. No pueden comunicarse con sus propios corazones. Hay personas de cuarenta y cincuenta años que apenas han hablado una hora en total con sus propios corazones.
Es difícil conseguir que alguien se reúna consigo mismo y haga esto, pero las personas santas saben que estos soliloquios son muy saludables. Los paganos podrían decir: “El alma se hace sabia cuando se sienta en silencio”. Es como si al sufrir una bancarrota no se preocupasen por mirar el estado de sus cuentas.
Pero un corazón íntegro sabe si está avanzando o retrocediendo. “Me acordaba de mis cánticos de noche; Meditaba en mi corazón, Y mi espíritu inquiría” (Salmos 77:6) dice David. No podremos guardar el corazón hasta que lo examinemos y entendamos.
b. Humillarse profundamente por las maldades y desorden del corazón.
Ezequías se humilló a sí mismo por el orgullo de su corazón. Como consecuencia se ordenó al pueblo abrir sus manos en oración a Dios, siendo conscientes de la enfermedad de sus propios corazones. Por esta misma razón muchos corazones íntegros se han postrado delante de Dios. “Oh, ¡qué corazón tengo!”. Los santos en su confesión apuntan al corazón, al lugar que duele: “Señor, he aquí la herida”.
Guardar bien el corazón es como guardar un ojo. Si un poco de polvo entra en el ojo, no parará de parpadear y lagrimear hasta que lo haya sacado. De la misma forma un corazón íntegro no puede descansar hasta que haya sacado fuera sus problemas y derramado sus quejas delante del Señor.
c. Suplicar fervorosamente y orar al instante pidiendo gracia para enderezar y purificar el corazón cuando el pecado lo ha contaminado.
Salmos 19:12 “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.”, Salmos 86:11 “Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad;
Afirma mi corazón para que tema tu nombre.”. Los santos siempre han puesto peticiones como estas delante del trono de la gracia de Dios. Este es el motivo por el que más le ruegan. Cuando piden misericordias externas, sus corazones pueden estar más descuidados. Pero cuando se trata del corazón mismo, expanden su espíritu al máximo, llenan sus bocas de argumentos, lloran y hacen súplicas: “Oh ¡cómo me gustaría tener un mejor corazón! ¡Un corazón que amase más a Dios y odiase más el pecado, que me hiciese caminar mejor con Dios. ¡Señor, no me niegues un corazón así. Sin importar lo que me niegues, dame un corazón que te tema, que te ame y se deleite en ti si tengo que mendigar mi pan en lugares desiertos”.
Se dice de un conocido santo, que cuando estaba confesando pecados nunca dejaba de confesarse hasta que sentía quebrantamiento de corazón por ese pecado, y que cuando estaba orando por una misericordia espiritual, no paraba hasta que hubiese saboreado esa misericordia.
d. Imponerse un fuerte compromiso sobre uno mismo para caminar con Dios más cuidadosamente, y evitar las ocasiones en las que el corazón puede verse inducido a pecar.
Hacer votos deliberados y bien aconsejados es, el algunos casos, muy útil para guardar el corazón contra algún pecado en especial. “Hice pacto con mis ojos; ¿Cómo, pues, había yo de mirar a una virgen?” dice Job (Job 31:1). Por este medio hombres santos han impactado sus almas y han evitado contaminarse.
e. Tener un celo santo y constante sobre nuestros corazones
Un celo rápido por uno mismo es algo que preserva muy bien del pecado. El que guarda su corazón debe tener despiertos los ojos del alma para ver surgir cualquier emoción desordenada y tumultuosa. Si sus emociones se desatan y se ve incitada a las pasiones, el alma debe descubrirlo a tiempo y eliminarlo antes de que vaya a más. “¿Haces bien en esto alma mía? ¿Dónde está tu compromiso?” Feliz es el hombre que teme siempre. Por este temor del Señor se apartan los hombres del mal, se sacuden la pereza, y se guardan de la iniquidad. El que guarda su corazón debe comer y beber con temor, regocijarse con temor, y pasar cada momento de su estancia en este mundo con temor.
Todo es poco por guardar al corazón del pecado.
f. Ser conscientes de la presencia de Dios con nosotros, y poner al Señor siempre ante nosotros. Coran Deu
Muchos han visto que este es un medio poderoso para mantener rectos sus corazones, y hacer que teman el pecado. Cuando el ojo de nuestra fe mira el ojo de la omnisciencia de Dios, no nos atrevemos a dejar que nuestros pensamientos y emociones sean vanos. El santo Job no dejaba que su corazón se rindiese a pensamientos impuros y vanos. ¿Qué es lo que le daba motivación para una circunspección tan grande? Él nos dice en Job 31:4: “¿No ve él mis caminos, Y cuenta todos mis pasos?” En frases como esta las almas en gracia expresan el cuidado que tienen de sus corazones. Son cuidadosas de evitar que se desate la corrupción en tiempos de tentación. Son cuidadosas de preservar la dulzura y consuelo que tienen en Dios en cualquier deber. Este es el trabajo más difícil, constante e importante del cristianismo. El trabajo sobre el corazón es realmente difícil. Realizar nuestros deberes espirituales con un espíritu descuidado y distraído no cuesta demasiado. Pero ponerse delante del Señor y sujetar los pensamientos vanos y dispersos a una atención fervorosa y constante sí que nos costará. Conseguir facilidad y destreza de lenguaje en oración y expresar lo que queremos decir en frases adecuadas y decentes es fácil, pero conseguir que el corazón se quebrante por el pecado al confesarlo, mezclado con la gracia mientras bendices a Dios por ella, sentirte de verdad avergonzado y humillado por aprehender la infinita santidad de Dios y mantener el corazón en ese estado, no solo en el momento, sino después, seguro que nos va a costar gemidos y dolor del alma. Reprimir los actos externos de pecado y componer el área externa de nuestra vida de manera encomiable no es una gran labor. Incluso las personas carnales, siguiendo los principios comunes, pueden hacerlo. Pero matar la raíz de corrupción dentro de nosotros, establecer y mantener un gobierno santo sobre nuestros pensamientos, y hacer que todas las cosas funcionen de manera correcta y ordenada en el corazón no es fácil.
Es también un trabajo constante. Guardar el corazón es una obra que nunca se termina hasta el final de la vida. No hay ningún momento o condición en la vida de un cristiano en el que se interrumpa este trabajo. Mantener la vigilancia sobre nuestros corazones es como cuando Moisés mantenía las manos arriba mientras los amalecitas y los israelitas luchaban (Éxodo 17:8-16). Tan pronto como las manos de Moisés se cansaban y bajaban, Amalec prevalecía. Ser intermitentes en la vigilancia de sus corazones costó a David y a Pedro muchos días y noches tristes.
Además es el asunto más importante de la vida cristiana. Sin esto no somos nada más que formalistas. Todas nuestras palabras, dones y deberes no significarán nada. Dios nos pide “Dame, hijo mío, tu corazón, Y miren tus ojos por mis caminos.” (Proverbios 23:26). A Dios le agrada llamar regalo a lo que en realidad es una deuda.
Concede a sus criaturas el don de entregar el corazón, de recibirlo de ellas como si fuera un regalo. Pero si no le damos el corazón, no le importa lo demás que le demos.
Solo hay valor en lo que hacemos en la medida en que nuestro corazón está puesto en ello. Con respecto al corazón, Dios parece que dijese lo mismo que José dijo de Benjamín: “Respondió Judá, diciendo: Aquel varón nos protestó con ánimo resuelto, diciendo: No veréis mi rostro si no traéis a vuestro hermano (Benjamín) con vosotros.”. Entre los paganos, cuando un animal se ofrecía como sacrificio, lo primero que el sacerdote miraba era el corazón, y si no era adecuado, el sacrificio era rechazado. Dios rechaza todos los deberes que se le ofrecen sin el corazón. El que realiza sus deberes sin el corazón, es decir, sin prestar atención, tiene la misma aceptación ante Dios que aquel que los realiza con un corazón doble, es decir, hipócritamente.
Los resultados de la vida, los diversos fines a los que llega un hombre, el total de lo que es en principio o sentimiento, el valor en que la Omnisciencia lo resumiría, todo esto no depende de las circunstancias externas, sino de su corazón.
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