} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: NUESTRO CARÁCTER DEPENDE DEL ESTADO DEL CORAZÓN (II )

sábado, 18 de enero de 2025

NUESTRO CARÁCTER DEPENDE DEL ESTADO DEL CORAZÓN (II )

 

Proverbios 4:23

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.

 

Razones por las que los cristianos debemos dedicarnos a guardar el corazón

 

1. La gloria de Dios está muy implicada

La maldad del corazón es algo que provoca mucho al Señor. Los eruditos observan correctamente que los pecados externos son “pecados de gran infamia”, pero los internos son “pecados de más profunda culpa”. ¡Cuán severamente ha declarado el gran Dios su ira desde el cielo contra la maldad del corazón!

El crimen por el que fue acusado el mundo antiguo fue la maldad del corazón. “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.” (Génesis 6:5). Por esto Él envió el juicio más temible que se había infligido desde el principio de los tiempos. No encontramos que fuesen sus asesinatos, adulterios, o blasfemias, lo que se alegó contra ellos (aunque estaban contaminados por estas cosas), sino la maldad de su corazón.

Aquello que hizo que Dios se inclinase a abandonar su heredad particular en las manos del enemigo fue la maldad de sus corazones. “Lava tu corazón de maldad, oh Jerusalén, para que seas salva. ¿Hasta cuándo permitirás en medio de ti los pensamientos de iniquidad?” (Jeremías 4:14). Dios tomó nota particular de la maldad y vanidad de sus pensamientos, y a causa de esto los Caldeos vendrían sobre ellos: “El león sube de la espesura, y el destruidor de naciones está en marcha, y ha salido de su lugar para poner tu tierra en desolación; tus ciudades quedarán asoladas y sin morador.” (Jeremías 4:7).

Por el pecado de sus pensamientos es que Dios arrojó a tierra a los ángeles caídos (Judas 1:6 Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día). Mediante esta expresión se implica claramente algún tipo de juicio extraordinario para el que están reservados, ya que los prisioneros que tienen más cadenas sobre ellos son probablemente los malhechores más grandes. ¿Y cuál fue su pecado? la maldad espiritual.

Muchas de las maldades del corazón molestan tanto a Dios que Él rechaza con indignación las obras que algunos hombres realizan. “El que sacrifica buey es como si matase a un hombre; el que sacrifica oveja, como si degollase un perro; el que hace ofrenda, como si ofreciese sangre de cerdo; el que quema incienso, como si bendijese a un ídolo” (Isaías 66:3). ¿En qué palabras podría expresarse más el aborrecimiento de un Dios santo por las acciones de una criatura? El asesinato y la idolatría no son peores en lo que a esto respecta que sus sacrificios, a pesar de que materialmente los ofrecen como Él dispuso.

¿Y qué es lo que hizo que sus sacrificios fuesen tan viles? Las palabras siguientes nos informan sobre esto: “su alma amó sus abominaciones”.

Es tal la maldad de los solos pecados del corazón, que las Escrituras a veces apuntan a la dificultad para perdonarlos. El corazón de Simón el mago no era correcto. Tenía pensamientos innobles sobre Dios y las cosas del mismo: El apóstol le ordenó “Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón” (Hechos 8; 22). ¡Las maldades del corazón nunca son poca cosa! Debido a ellas Dios es ofendido y provocado. Es por esta razón, que cada cristiano ha de guardar su corazón con toda diligencia.

 

2. La sinceridad de nuestra profesión de fe depende mucho del cuidado que tengamos guardando el corazón.

Una persona que no tiene cuidado del área de su corazón, es bastante probable que sea un hipócrita en su profesión cristiana, sin importar lo eminente que sea en el exterior.

Tenemos un ejemplo impactante de esto en la historia de Jehú. 2 Reyes 10:31 dice “Mas Jehú no cuidó de andar en la ley de Jehová Dios de Israel con todo su corazón, ni se apartó de los pecados de Jeroboam, el que había hecho pecar a Israel”. El contexto nos informa del gran servicio realizado por Jehú contra la casa de Acab y Baal, y también la gran recompensa temporal dada por Dios por ese servicio, que alcanzó a sus descendientes hasta la cuarta generación, sentándose estos en el trono de Israel. Sin embargo en estas palabras es censurado como un hipócrita: Aunque Dios aprobó y recompensó la obra, aborreció y rechazó a la persona que lo hizo por ser hipócrita.

¿Dónde vemos la hipocresía de Jehú? En que no se preocupó de andar en los caminos del Señor con su corazón. Es decir, todo lo hizo de manera poco sincera, y por motivos egoístas: y aunque la obra que hizo fue materialmente buena, al no purgar su corazón de esas inclinaciones egoístas mientras las realizaba, se convirtió en un hipócrita. Y aunque Simón parecía una persona a la que el apóstol normalmente no podría rechazar, su hipocresía fue descubierta rápidamente. A pesar de mostrar piedad y apegarse a los discípulos, mortificar los pecados del corazón era algo extraño para él. “No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios.” (Hechos 8:21).

Es cierto que hay una gran diferencia entre los cristianos en cuanto a su diligencia y destreza en lo que respecta al cuidado del corazón. Algunos conversan más con él, y tienen más éxito que otros. Pero el que no presta atención a su corazón y no tiene cuidado de ponerlo bien ante Dios, no es otra cosa que un hipócrita. Ezequiel 33:31 dice “Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia.”. He aquí una compañía de hipócritas formales, como se evidencia de la expresión como pueblo mío, como si fueran, pero no lo son. ¿Y qué los hizo ser así? Su exterior estaba bien. Había posturas reverentes, palabras elevadas, aparente deleite en los mandamientos “Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra.” (Ezequiel 33:32), sí, pero en todo ello sus corazones no estaban con Dios, sino dirigidos por sus propios deseos. Iban tras su propia codicia. Si hubiesen guardado sus corazones con Dios, todo habría ido bien. Pero al no importarles en qué dirección iba su corazón cuando estaban cumpliendo con sus deberes, pusieron la semilla de su hipocresía.

Si algún alma recta deduce al leer esto que “soy un hipócrita también, porque muchas veces mi corazón se aparta de Dios en mis deberes; hago lo que puedo, pero no soy capaz de mantener mi corazón cerca de Dios”, le diría que la solución está en esas mismas palabras. Si dices “hago lo que puedo, pero aun así no puedo mantener mi corazón con Dios”, si verdaderamente haces lo que puedes, tienes la bendición de alguien recto, a pesar de que Dios considere adecuado ejercitarte mediante la aflicción de un corazón descompuesto.

En los pensamientos y fantasías de las mejores personas sigue existiendo algo de descontrol para mantenerlas humildes. Pero si se preocupan de evitarlo y de ejercer oposición cuando estos pensamientos aparecen, y se lamentan después de que lo hacen, ya es suficiente para decir que en ellos no reina la hipocresía. Esta preocupación se distingue en parte en colocar la palabra en el corazón para evitar estos pensamientos “En mi corazón he guardado tus dichos,  Para no pecar contra ti.” (Salmos 119:11). También en los esfuerzos por hacer que el corazón se conecte con Dios y en pedir la gracia de Dios para evitarlo al comenzar con los deberes. Es un buen síntoma el ejercitar tal precaución, y es evidencia de rectitud oponerse a estos pecados tan pronto se levantan. “Odio los pensamientos vanos”. “El Espíritu es contra la carne”. La tristeza revela la rectitud del corazón.

Si, como Ezequías, nos sentimos humillados por la maldad de nuestro corazón, no tenemos razón por ello para cuestionar su integridad. Pero si permitimos que el pecado se instale silenciosamente en el corazón, y dejamos que el corazón se aleje de Dios habitualmente y sin control, es un síntoma verdaderamente peligroso y triste.

 

3. La belleza de nuestras palabras nace de la disposición divina de nuestro espíritu.

Hay una hermosura y lustre espiritual en la forma de hablar de los santos. Los santos brillan como luces del mundo, pero cualquier hermosura y lustre que haya en sus vidas proviene de la excelencia de sus espíritus, tal como la vela pone el brillo en la linterna en la que brilla. Es imposible que un corazón desordenado y descuidado produzca una conversación bien ordenada. Y como la vida mana del corazón como una fuente, es lógico que tal como es el corazón, así será la vida.

De ahí que 1 Pedro 2:12 diga: “manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras.”, buena o hermosa, como la palabra griega implica. Del mismo modo Isaías 55:7 “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.”. Su camino, indica el rumbo de su vida, sus pensamientos, muestra la disposición de su corazón. Y como el rumbo de su vida fluye de sus pensamientos o disposición del corazón, no se puede tener el uno sin el otro.

El corazón es la fuente de todos los actos, y estos actos están virtual y radicalmente contenidos en nuestros pensamientos; estos pensamientos una vez se convierten en afectos, se tornan rápidamente en acciones. Si el corazón es malo, entonces, como dice Cristo “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios” (Marcos 7:21). Notemos el orden: primero son los pensamientos oscuros y llenos de rencor, luego son las prácticas u homicidios.

Y si el corazón es santo, entonces sucede como con David: “Rebosa mi corazón palabra buena; Dirijo al rey mi canto; Mi lengua es pluma de escribiente muy ligero.” (Salmos 45:1). Este es el ejemplo de una vida hermoseada con buenas obras. Algunas ya hechas, otras por hacer (Rebosa mi corazón) ambas proceden de una disposición divina de su corazón.

Si disponemos el corazón correctamente, la vida rápidamente lo mostrará. Por los actos y conversación de los cristianos no es difícil discernir en que disposición se encuentran sus espíritus. Tomemos a un cristiano en buena disposición y veremos lo serias, celestiales y aprovechables que serán su conversación y sus obras de fe. ¡Qué agradable compañero será mientras esto continúe! Hará bien al corazón de cualquiera el estar con él en tales momentos. Salmos 37:30 “La boca del justo habla sabiduría, Y su lengua habla justicia. La ley de su Dios está en su corazón”. Cuando el corazón está levantado hacia Dios y lleno de Dios, incita diestramente a palabras espirituales, mejorando y sacando ventaja de cada situación para algún propósito divino. Pocas palabras se desperdician.

Y ¿cuál es la razón de que las palabras y actos de tantos cristianos se hayan vuelto tan vacíos y poco aprovechables, y que su comunión con Dios y con otros cristianos se haya secado, sino el hecho de que hayan descuidado sus corazones? Seguro esta es la razón de ello, y es un mal por el que hay que lamentar grandemente. De esta forma, la belleza que debería resplandecer de la conversación de los creyentes hacia los rostros y las conciencias del mundo y atraerlo (que, si no los atrae y los enamora del camino de Dios, al menos deja testimonio en su conciencia de la excelencia de estos hombres y su caminar), se pierde en gran medida para el inexpresable detrimento de la fe.

Hubo un tiempo en el que los cristianos se comportaban de tal manera que el mundo se detenía a mirarlos. Su vida y lenguaje estaba hecho de una fibra diferente a la de otros. Sus lenguas revelaban que eran galileos en cualquier lugar al que fuesen. Pero ahora, como hay tantas especulaciones vanas y han surgido tantas controversias infructuosas, el trabajar el corazón y la piedad práctica se ha descuidado tanto entre los que dicen ser creyentes que la situación, tristemente, ha cambiado. Su manera de hablar se ha vuelto como la de otros hombres, y si viniesen entre nosotros podrían “escucharnos hablar en su propia lengua”. Y tengo pocas esperanzas de ver que este mal se corrige y que el prestigio del cristianismo sea reparado hasta que los cristianos hagan sus primeras obras, hasta que se apliquen de nuevo a trabajar el corazón.

Cuando la sal del pensamiento centrado en el cielo se aplique a la fuente, las corrientes serán más limpias y más dulces.

 

4. El consuelo de nuestra alma depende mucho de guardar nuestro corazón

El que es negligente al atender su propio corazón normalmente es un gran extraño a su seguridad de salvación y a los consuelos que proceden de ella. De hecho, si la doctrina antinomiana fuese cierta, que nos enseña a rechazar todas las marcas y signos de nuestro estado, diciéndonos que es el Espíritu el que inmediatamente nos da seguridad dando testimonio de nuestra adopción directamente sin esas marcas, entonces podríamos descuidar nuestros corazones. Podríamos ser extraños para nuestros corazones sin ser extraños a nuestro consuelo. Pero como las Escrituras y la experiencia nos refutan esto, espero que nunca busquemos consuelo de maneras no bíblicas.

No niego que es la obra y oficio del Espíritu el darnos seguridad, sin embargo puedo afirmar con confianza que si alguna vez obtenemos seguridad de la forma ordinaria en que Dios la dispensa, es porque hemos hecho esfuerzo sobre nuestros corazones.

Podemos esperar que el consuelo llegue de manera más fácil, pero si alguna vez lo disfrutamos de otra forma, estoy equivocado. Sobre toda cosa guardada y probaos a vosotros mismos, este es el método de las Escrituras.

Un distinguido escritor, en su tratado sobre el pacto, nos cuenta que conocía a un cristiano que, cuando era un niño espiritual, gemía con tanta vehemencia buscando la seguridad infalible del amor de Dios que, durante mucho tiempo deseaba fervientemente oír una voz del cielo. A veces, caminando en los campos a solas, deseaba con ansias alguna voz milagrosa de los árboles y las piedras. Esto le fue negado después de muchos deseos y anhelos. Pero, a su tiempo, algo mejor le fue concedido en la manera ordinaria de escudriñar la palabra y su propio corazón.

Una persona culta nos da otro ejemplo similar de alguien que estaba siendo llevado por la tentación a los límites de la desesperación. Finalmente, al conseguir estar establecido y asegurado, alguien le preguntó cómo lo había conseguido, y él respondió: “No fue por una revelación extraordinaria, sino sujetando mi entendimiento a las Escrituras y comparando mi corazón con ellas”.

El Espíritu nos asegura desde luego, testificando de nuestra adopción. Y testifica de dos maneras. Una es objetiva, produciendo aquellas gracias de nuestra alma que son la condición de la promesa. De esa forma el Espíritu y las gracias en nosotros son una: El espíritu de Dios habitando en nosotros es una marca de nuestra adopción. Ahora bien, el Espíritu puede ser discernido por sus operaciones en lugar de por su esencia. Discernir estas acciones es discernir el Espíritu, y no puedo imaginar cómo discernirlas sin una búsqueda y vigilancia diligente en el corazón.

La otra forma en que el Espíritu da testimonio es efectiva, es decir, irradiando el alma con una gracia que descubre la luz, resplandeciendo sobre su propia obra, y esto en el orden natural de las cosas, sigue al trabajo anterior: primero infunde la gracia, y luego abre los ojos del alma para verla. Como el corazón es el sujeto de esa gracia, incluso este testimonio del Espíritu incluye la necesidad de guardar con cuidado nuestros corazones, ya que un corazón descuidado está tan confuso y oscurecido que la poca gracia que hay en él normalmente no puede discernirse. Los cristianos más precisos y laboriosos a veces encuentran difícil descubrir la obra pura y genuina del Espíritu en sus corazones. ¿Cómo podrá entonces el cristiano que es negligente en trabajar su corazón ser capaz de descubrir la gracia?

La sinceridad, que es lo que se busca, yace en el corazón como una pequeña pieza de oro en el fondo de un río. El que la encuentra ha de quedarse hasta que el agua es clara, y entonces la verá resplandecer en el fondo. Para que el corazón esté claro y asentado, ¡cuántos dolores, vigilancia, cuidado y diligencia se requieren!

Dios normalmente no da a las almas negligentes el consuelo de la seguridad, Él no parece avalar la pereza y el descuido. Él da seguridad, pero según su forma. Su mandato ha unido nuestro cuidado y nuestro consuelo. Están equivocados los que piensan que la seguridad puede obtenerse sin trabajo.

¡Cuántas horas solitarias ha pasado el pueblo de Dios examinando su corazón!

¡Cuántas veces han mirado la Palabra y luego sus corazones! En ocasiones pensaron haber descubierto sinceridad, y estaban incluso listos para extraer la conclusión triunfante de su seguridad, para luego aparecer una duda que no podían resolver y destruirla por completo. Muchas esperanzas, temores, dudas y razonamientos han tenido en su pecho antes de llegar a un cómodo reposo.

Pero supongamos que es posible que un cristiano descuidado pueda lograr la seguridad. Aun así sería imposible para él retenerla por mucho tiempo, porque hay una posibilidad entre mil de que alguien cuyo corazón está lleno del gozo de la seguridad retenga mucho tiempo ese gozo, a menos que se emplee un cuidado extraordinario. Un poco de orgullo, vanidad o descuido destruirá en pedazos todo por lo que ha pasado tanto tiempo trabajando en tan cansada labor.

Como el gozo de nuestra vida y el consuelo de nuestra alma se elevan y caen con nuestra diligencia en este trabajo, guardemos el corazón sobre toda cosa guardada.

 

5. La mejora de nuestras gracias depende de guardar nuestros corazones

Nunca he sabido de una gracia que crezca en un alma descuidada. Los hábitos y las raíces de la gracia están plantadas en el corazón, y cuanto más profundamente plantadas están, más floreciente es la gracia. En Efesios 3:17 leemos “para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor” en la gracia; la gracia en el corazón es la raíz de cada palabra llena de gracia en la boca, y de cada obra santa en las manos.

Es verdad, Cristo es la raíz de un cristiano. Pero Cristo es la raíz que da origen, y la gracia es la raíz originada, plantada e influenciada por Cristo; y según esta crece bajo la influencia divina, los actos de gracia son más o menos fructíferos o vigorosos.

Ahora bien, si el corazón no se guarda con cuidado y diligencia, estas influencias fructíferas se detienen y son cortadas. Multitud de vanidades caen sobre ellas y devoran su fuerza. El corazón es, por así decirlo, el recinto en el que multitud de pensamientos se alimentan cada día. Un corazón en gracia guarda diligentemente y alimenta muchos pensamientos sobre Dios en un día. Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos!  ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena;  Despierto, y aún estoy contigo” (Salmos 139:17-18) Conforme el corazón los alimenta, estos se renuevan y alegran el corazón. “Como de meollo y de grosura será saciada mi alma, Y con labios de júbilo te alabará mi boca” (Salmos 63:5).

Pero en el corazón descuidado multitud de pensamientos vanos y necios trabajan continuamente y dejan de lado los pensamientos espirituales sobre Dios en los cuales el alma debería refrescarse. Además, el corazón descuidado no saca provecho de ningún deber u ordenanza que realiza o a la que asiste, aunque estas sean los conductos del cielo por los que se derrama la gracia y esta produce su fruto. Una persona puede ir con un espíritu falto de atención de una ordenanza a otra, ponerse todos los días bajo la mejor enseñanza, y nunca mejorar a causa de ello, porque un corazón descuidado es como una fuga en el fondo de un cubo, no habrá influencias celestiales, por ricas que estas sean, que puedan permanecer en un alma como esa.

Cuando la semilla cae sobre el corazón que es común y está abierto como una calzada libre para todos los viajantes, los cuervos vienen y la devoran. ¡No! No basta con oír a menos que cuidemos como oímos; una persona puede orar y nunca mejorar a menos que sea vigilante en la oración. En una palabra, todos los medios son bendecidos para mejorar la gracia, según el cuidado y lo estrictos que seamos en guardar nuestros corazones en los mismos.

 

6. La estabilidad de nuestras almas en tiempo de tentación depende del cuidado que ejerzamos al guardar nuestros corazones

El corazón descuidado es una presa fácil para Satanás en el auge de la tentación. Sus principales ataques se levantan contra el corazón. Si logra ganar el corazón, lo gana todo, porque este es el que dirige al hombre entero. Y ¡Cuán fácil conquista es un corazón descuidado! Sorprender un corazón así no es más difícil que el hecho de que un enemigo entre en una ciudad cuyas puertas están abiertas y sin guardia. Es el corazón vigilante el que descubre y suprime la tentación antes de que se haga fuerte.

Los estudiosos observan que este es el método por el que las tentaciones maduran y llegan a tener toda su fuerza. Está la excitación que produce el objeto, o el poder que tiene para provocar nuestra naturaleza corrupta; esto se produce por la presencia física del objeto o por la especulación cuando el objeto (aun estando ausente) se sostiene frente a nuestra alma mediante la imaginación. Luego sigue el movimiento del apetito producido por el engaño que lo representa como un bien sensual. Después la mente reflexiona sobre los mejores medios para conseguirlo. Lo siguiente es la decisión, o la elección de la voluntad, y, por último, el deseo o el pleno involucramiento de la voluntad con ello. Todo esto puede suceder en un breve instante, ya que los movimientos del alma comienzan y terminan rápido. Cuando se llega así de lejos, el corazón ya ha sido ganado. Satanás ha entrado victorioso y colocado sus insignias sobre las paredes del fuerte real. Pero si el corazón se hubiese guardado al principio, nunca se habría llegado a esto. La tentación hubiese sido detenida en el primer o segundo acto.

Y, de hecho, en esos primeros actos se detiene fácilmente, ya que, con el movimiento de un alma tentada a pecar, sucede como con una roca cayendo por una colina: se la detiene fácil al principio, pero una vez que se pone en marcha, va adquiriendo fuerza en el descenso. Por tanto, lo más sabio es vigilar los primeros movimientos del corazón para detectar y detener el pecado allí. Estos movimientos de pecado son débiles al principio. Un poco de cuidado y vigilancia pueden prevenir muchos males. Pero el corazón descuidado, al no prestar atención a esto, entra en el poder de la tentación como los sirios entraron ciegos en medio de Samaria antes de que supiesen que estaban allí.

 

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