Proverbios 4:23
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.
Tiempos que requieren un cuidado especial del corazón
2. El tiempo de adversidad
Cuando la providencia no nos sonríe y acaba con nuestras comodidades externas, miremos nuestro corazón y guardémoslo con toda diligencia para que no se resienta contra Dios ni desmaye bajo su mano; porque los problemas, aunque sean santificados, siguen siendo problemas.
Jonás era un buen hombre, y aun así ¡cuánto se irritó su corazón bajo la aflicción! Job era un espejo de paciencia, y aun así ¡cuánto se descompuso su corazón en la tribulación!
Cuando nos encontremos bajo grandes aflicciones encontraremos difícil tener un espíritu compuesto. ¡Cuántas prisas e inquietud generan las aflicciones incluso en los mejores corazones!
Veamos entonces cómo un cristiano que está bajo gran aflicción puede evitar que su corazón se resienta o desmaye bajo la mano de Dios. Ofreceremos varias ayudas para guardar el corazón que se encuentra en esta condición.
En primer lugar, mediante las circunstancias que se cruzan,
Dios está buscando fielmente el gran diseño de su electivo amor sobre las almas de su pueblo, y ordena todas estas aflicciones como medios santificados para conseguir ese objetivo. Las aflicciones no vienen por casualidad, sino por diseño. Por el diseño de Dios son ordenadas como medio para producir a los creyentes un bien espiritual: “De esta manera, pues, será perdonada la iniquidad de Jacob, y este será todo el fruto, la remoción de su pecado; cuando haga todas las piedras del altar como piedras de cal desmenuzadas, y no se levanten los símbolos de Asera ni las imágenes del sol.” (Isaías 27:9), Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste [Dios nos disciplina] para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad.” (Hebreos 12:10), “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” (Romanos 8:28).
Las aflicciones son como obreros de Dios en nuestros corazones, que sacan el orgullo y la seguridad carnal de ellos, y haciendo así, su naturaleza es transformada, de forma que se convierten en bienes y beneficios. “Bueno me es haber sido humillado, Para que aprenda tus estatutos.” (Salmos 119:71) dice David.
Por tanto es seguro que no tenemos motivos para reñir con Dios, sino más bien para maravillarnos de que Él se ocupe tanto en nuestro bien que utiliza cualquier medio para cumplirlo. Pablo podía bendecir a Dios si en alguna manera lograba alcanzar la resurrección de los muertos. “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.” (Santiago 1:2-3).
Nuestro Padre está realizando un sabio diseño sobre nuestras almas, ¿haremos bien entonces en enfadarnos con Él? Todo lo que Él hace es con referencia de algún objetivo glorioso sobre nuestras almas. Es nuestra ignorancia del diseño de Dios lo que nos hace pelear con Él. En ese caso nos dice, como dijo a Pedro: “Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.” (Juan 13:7)
En segundo lugar, aunque Dios se ha reservado la libertad de afligir a su pueblo, ha atado sus manos con la promesa de que nunca apartará su misericordia de ellos (Isaías 54:10 Porque los montes se moverán, y los collados temblarán, pero no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz se quebrantará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti.).
¿Somos capaces de contemplar esta porción de las Escrituras con un espíritu resentido y descontento? “Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti”. (2 Samuel 7:14-15).
¡Oh corazón, corazón orgulloso! ¿Haces bien en estar descontento cuando Dios te ha dado el árbol completo, lleno de ramas de consuelo creciendo en él, solo porque permite que el viento sople y haga caer unas pocas hojas?
Los cristianos tienen dos tipos de beneficios, los beneficios del trono y los del reposapiés. Beneficios movibles e inamovibles. Si Dios ha asegurado unos, nunca dejemos que el corazón se preocupe por la pérdida de los otros. Si hubiese apartado su amor, o sacado nuestras almas del pacto, ciertamente tendríamos motivos para estar entristecidos. Pero no lo ha hecho, ni puede hacerlo.
En tercer lugar, recordar que es nuestro propio Padre el que ordena las aflicciones, es algo de gran eficacia para guardar el corazón de hundirse en medio de ellas. Ninguna criatura mueve su mano o lengua contra nosotros sin su permiso.
Si la copa es amarga, pero es la copa que el Padre nos ha dado ¿cómo podemos sospechar que lo que contiene es veneno? No seamos necios, pongamos el caso en nuestro propio corazón ¿podríamos darle a un hijo algo nque lo destruyese? ¡No! antes nos haríamos daño a nosotros mismos que nhacerles daño a ellos. “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7:11) ¡Cuánto más Dios! La simple consideración de su naturaleza como Dios de amor, compasión, y tiernas misericordias, o de su relación con nosotros como padre, esposo y amigo debería ser suficiente seguridad incluso si Él no nos hubiese dado palabra para tranquilizarnos en estos casos. Sin embargo, también tenemos su palabra, a través del profeta Jeremías25:6 “y no vayáis en pos de dioses ajenos, sirviéndoles y adorándoles, ni me provoquéis a ira con la obra de vuestras manos; y no os haré mal.”. Estamos demasiado cerca de su corazón para que Él nos dañe, y nada le entristece más que nuestras sospechas infundadas e indignas acerca de sus planes.
¿No se entristecería un médico fiel y de corazón amoroso, cuando después de haber estudiado el caso de su paciente, y haber preparado las más excelentes medicinas para salvar su vida, lo escuchase decir: “¡Oh, me ha descompuesto! ¡Me ha envenenado!”, simplemente porque le produce dolor la operación? Oh, ¿cuándo tendremos un corazón inocente?
En cuarto lugar, Dios tiene la misma consideración por nosotros tanto cuando estamos en una condición baja como cuando estamos en un alta, por eso no debería ser tanto problema para nosotros que nos ponga en baja condición. Él manifiesta más de su amor, gracia y ternura en tiempos de aflicción que en tiempos de prosperidad.
Dios no nos eligió en primer lugar porque fuésemos personas destacadas, así que no nos va a abandonar porque seamos personas humildes. Los hombres pueden darnos la espalda y alterar su respeto por nosotros si nuestra condición se altera. Cuando la providencia ataca nuestras posesiones, los amigos del verano pueden convertirse en extraños, temiendo que podamos ser un problema para ellos, pero ¿acaso hará Dios lo mismo? No, no: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; (Hebreos 13:5) dice el Señor. Si la adversidad y la pobreza pudiesen impedirnos el acceso a Dios, serían una condición deplorable en verdad. Pero lejos de esto, podemos acercarnos a Él tan libremente como siempre. “Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá.” (Miqueas 7:7), dice la iglesia.
El pobre David, cuando le fueron arrebatadas todas las comodidades terrenales, pudo tener ánimo en el Señor su Dios ¿y nosotros no podremos?
Supongamos que nuestro cónyuge o hijo haya perdido todo en el mar, y venga a nosotros envuelto en harapos ¿le negaríamos la relación con nosotros o rehusaríamos atenderle? Si no lo harías, mucho menos lo hará Dios. ¿Por qué entonces nos alteramos tanto? Aunque nuestra condición cambie, el amor de nuestro Padre no cambia.
En quinto lugar, ¿No puede ser que, mediante la pérdida de las comodidades externas Dios esté preservando nuestras almas del poder de la tentación que nos lleva a la ruina? En ese caso tenemos poco motivo para hacer que nuestro corazón se hunda en tan tristes pensamientos. ¿Acaso los disfrutes de este mundo no hacen que la gente se agite y cambie en los tiempos de prueba? Por amor a esas cosas muchos han abandonado a Cristo en esos tiempos. En Mateo 19:22 “Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.”. Si este es el diseño de Dios, ¡cuán desagradecido es murmurar contra Dios por ello!
Los marineros en medio de la tormenta son capaces de tirar por la borda las cargas más valiosas con tal de preservar sus vidas. Sabemos que es normal que los soldados de una ciudad bajo asedio destruyan los mejores edificios fuera de las murallas, en los cuales los enemigos pudiesen tomar refugio. Y en estos casos nadie duda de que lo que hacen es lo más sabio. Aquellos que tienen miembros gangrenados los presentan voluntariamente para ser cortados, y no solo dan las gracias al cirujano, sino que también le pagan.
¿Hemos entonces de murmurar contra Dios por echar fuera aquello que nos puede hundir en la tormenta, por derribar aquello que puede ayudar a nuestro enemigo en el asedio de la tentación, por cortar aquello que puede poner en peligro nuestra vida eterna?
¡Oh, hombres desconsiderados y desagradecidos! ¿Acaso no son estas cosas por las que nos lamentamos las mismas cosas que han arruinado a miles de almas?
En sexto lugar, sería un gran apoyo para nuestro corazón cuando estamos bajo adversidad el considerar que Dios, mediante esas providencias que nos humillan puede estar cumpliendo aquello por lo que hemos orado y esperado mucho tiempo. ¿Hemos de preocuparnos entonces?
Como cristianos, ¿no hemos hecho muchas oraciones a Dios pidiendo que nos libre del pecado, que nos descubra nuestra vanidad, que nos ayude a mortificar nuestros pecados y malos deseos, y que nuestros corazones solamente encuentren felicidad en Cristo? Con esos golpes de humillación y pobreza Dios puede estar cumpliendo nuestros deseos.
¿Queremos ser guardados del pecado? Él ha hecho una cerca en nuestro camino con espinos. ¿Queremos ver la vanidad de las criaturas? La aflicción es una herramienta clara para descubrirla, porque la vanidad de las criaturas nunca se descubre de forma tan efectiva y sensible como por nuestra propia experiencia. ¿Queremos ver morir nuestra corrupción? Esta es la forma: quitarnos el combustible y el alimento que la mantiene, porque es la prosperidad la que da a luz la corrupción y la alimenta, de tal forma que la adversidad, cuando es santificada, es un medio para hacerla morir. ¿Queremos que nuestro corazón no encuentre descanso sino en el seno de Dios? ¿Qué método podría ser mejor para que la providencia cumpliese este deseo que quitar de nuestras cabezas la cómoda almohada de plumas mundanas en la que hemos descansado?
Y aun nos irritamos por esto. Niños malcriados ¡cómo ponemos a prueba la paciencia de nuestro Padre! Si se retrasa en contestar las oraciones, somos rápidos en decir que no se acuerda de nosotros. Si las contesta de una forma que no esperamos, murmuramos contra Él por eso, como si, en lugar de responder, estuviese acabando con nuestras esperanzas y objetivos. ¿No es suficiente que Dios tenga la gracia de hacer lo que queremos, que además esperemos que lo haga de la manera que queremos?
En séptimo lugar, puede servir de apoyo al corazón considerar que en medio de esos problemas Dios está realizando la obra en la cual el alma se regocijará más tarde. Nos vemos nublados con mucha ignorancia, y no somos capaces de discernir cómo la providencia particular se inclina a completar los designios de Dios. Por eso, al igual que hizo Israel en el desierto, murmuramos con frecuencia ya que la providencia nos lleva a través de un desierto aterrador en el que nos vemos expuestos a dificultades, aunque Dios nos esté guiando por buen camino a una ciudad con moradas.
Si pudiésemos ver como Dios en su propósito secreto ha trazado con exactitud el plan completo de nuestra salvación, incluso en los medios y circunstancias más pequeños, pudiésemos discernir la admirable armonía de las dispensaciones divinas, sus relaciones mutuas junto con la contribución general que tienen todas hacia el objetivo final, y tuviésemos la libertad de elegir las circunstancias a nuestra manera, seguramente elegiríamos las mismas en las que estamos ahora.
La providencia es como un tapiz formado por miles de hilos que parecen inútiles si se toman por separado, pero que juntos, forman una hermosa historia. Ya que Dios hace todas las cosas de acuerdo al propósito de su voluntad, este es el mejor método para efectuar nuestra salvación.
Si alguien tiene un corazón orgulloso, le serán asignadas muchas situaciones que lo humillen. Si alguno tiene un corazón mundano, llegarán muchas circunstancias que lo empobrezcan. Si fuésemos capaces de ver esto, no haría falta más consuelo para nuestros corazones decaídos.
En octavo lugar, para calmar el corazón también es bueno considerar que al inquietarnos y estar descontentos, nos hacemos más daño del que nos podrían producir las aflicciones. Nuestro propio descontento da armas a nuestros problemas. Hacemos nuestra carga más pesada cuando luchamos bajo su peso.
Si nos quedásemos quietos bajo la mano de Dios, nuestra condición sería mucho más fácil. “La impaciencia en tiempos de enfermedad, produce la severidad del médico”. Esto hace que Dios nos aflija más, como hace el padre con el niño tozudo que no recibe la corrección.
Además el descontento hace que el alma esté indispuesta a orar por sus problemas, o a recibir el sentimiento de bien que Dios trata de producir mediante ellos. La aflicción es una píldora, que envuelta con paciencia y sumisión es fácil de tragar. Pero con el descontento mordemos la píldora y amargamos el alma. Dios echa fuera alguna comodidad que ve que puede dañarnos, y nosotros echamos fuera nuestra paz detrás de ella. Él dispara una flecha a nuestra ropa, que nunca tuvo la intención de dañarnos sino solamente apartarnos del pecado, y nosotros nos la clavamos hasta dañarnos el corazón por medio de la mala disposición y el descontento.
En noveno lugar, Si nuestro corazón (como el de Raquel) todavía no quiere ser consolado, hagamos una cosa más. Comparemos la condición en la que estamos ahora, en la que estamos tan insatisfechos, con la condición en la que están otros y en la que mereceríamos estar.
Ahora otros están en medio de llamas, gimiendo bajo el azote de la justicia, y mereceríamos estar entre ellos. Oh alma mía ¿acaso se parece esto al infierno? ¿Es mi condición tan mala como la de los condenados? ¡Cuánto darían los miles que ahora están en el infierno para cambiar su situación con la mía!
Un autor dice: He leído que cuando el Duque de Conde se sometió voluntariamente a las inconveniencias de la pobreza, un señor de Italia se fijo en él y sintió lástima, y deseó ayudarlo. El buen duque respondió “Señor, no se preocupe, y no crea que sufro por la necesidad, porque envié un heraldo delante de mí que me prepara mis alojamientos y se preocupa de que sea bien tratado”. El señor le preguntó quién era ese heraldo. Él respondió: “El conocimiento de mí mismo, y el pensar lo que merezco por mis pecados, que es el tormento eterno. Cuando llego con este conocimiento a mi aposento, aunque lo encuentre desprovisto, pienso que es mucho mejor de lo que merezco. ¿Por qué se quejan los que viven?”
De esta forma se puede guardar el corazón de resentirse e indisponerse bajo la adversidad.
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