Proverbios 4:23
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.
Tiempos que requieren un cuidado especial del corazón
8. El tiempo de grandes pruebas
En tales casos el corazón se inclina a verse traspuesto con orgullo, impaciencia, y otras emociones pecaminosas. Mucha gente buena se convierte en culpable de una conducta apresurada y muy pecaminosa en tales casos, y todo lo que necesitamos es hacer uso diligente de los siguientes medios para mantener el corazón sumiso y paciente bajo grandes pruebas:
En primer lugar, tengamos pensamientos humildes y sobrios sobre nosotros mismos en estos momentos.
La persona humilde es siempre paciente. El orgullo es la fuente de las emociones irregulares y pecaminosas. Un espíritu elevado será un espíritu petulante e insumiso. Cuando nos valoramos demasiado alto, pensamos que somos tratados indignamente y que nuestras pruebas son demasiado severas, y por eso objetamos y nos quejamos.
Como cristianos, deberíamos tener pensamientos de nosotros mismos que hiciesen parar esas murmuraciones. Deberíamos tener una idea más baja y humilde de nosotros mismos de la que cualquier otro pueda tener. Obtengamos humildad, y tendremos paz en cualesquiera que sea la prueba.
En segundo lugar, cultivemos el hábito de la comunión con Dios.
Esto nos preparará para cualquier cosa que pueda suceder. También endulzará nuestro temperamento y calmará nuestra mente para asegurarla contra las sorpresas. Producirá esa paz interior que nos hará superiores en nuestras pruebas.
La comunión habitual con Dios nos producirá deleite, que no querremos interrumpir con sentimientos pecaminosos. Cuando un cristiano está calmado y es sumiso en sus aflicciones, probablemente es porque saca consuelo y apoyo de esta manera. Pero el que está descompuesto, impaciente y angustiado, muestra que no está bien por dentro. No se puede suponer de tal persona que practique la comunión con Dios.
En tercer lugar, hagamos que nuestra mente quede impresionada con la conciencia de la naturaleza malvada que se levanta de un temperamento insumiso y agitado.
Una naturaleza así contrista al Espíritu de Dios, y lo induce a apartarse. Su presencia llena de gracia y su influencia solo se disfruta cuando la paz y la quieta sumisión prevalecen. Permitir un temperamento así le da ventaja al adversario.
Satanás es un espíritu enojado y descontento. No encuentra descanso sino en los corazones que no tienen descanso. Se anima cuando los espíritus se conmocionan; en ocasiones llena el corazón ‘con pensamientos desagradecidos y rebeldes, en otras inflama la lengua con lenguaje indecente.
Una vez más, un temperamento así produce gran culpa sobre la conciencia, desacomoda el alma para cualquier deber, y deshonra el nombre del cristiano.
Oh, guardemos el corazón y permitamos que el poder y la excelencia de nuestra fe sea manifiesta cuando seamos llevados a las mayores dificultades.
En cuarto lugar, pensemos lo deseable que es para un cristiano vencer estas malas inclinaciones.
Esto produce una felicidad mucho mayor; es mucho mejor mortificar y subyugar los sentimientos que no son santos que el dar cabida a ellos.
Cuando en nuestro lecho de muerte lleguemos al punto de revisar con calma nuestra vida, será de consuelo recordar la conquista que hicimos sobre los sentimientos depravados de nuestro corazón. Un dicho memorable del emperador Valentino, cuando iba a morir fue: "De entre todas mis conquistas, hay una que ahora me consuela". Al ser preguntado de cuál se trataba, contestó: "He vencido a mi peor enemigo, ¡mi pecaminoso corazón!"
En quinto lugar, avergoncémonos contemplando el carácter de aquellos que han sido más eminentes en mansedumbre y sumisión.
Sobre todo, comparemos nuestro temperamento con el Espíritu de Cristo. Él dijo "aprended de mí, que soy manso y humilde". Se dice de Calvino y Ursino, que, aunque ambos tenían naturaleza colérica, habían cultivado e inyectado la mansedumbre de Cristo de tal manera, que no pronunciaban una palabra inadecuada ni bajo las mayores provocaciones. E incluso muchos paganos han manifestado una gran moderación y aguante bajo sus aflicciones más severas.
¿No es una vergüenza y un reproche que nosotros quedemos desechos por ellas?
En quinto lugar, evitemos cualquier cosa que esté calculada para irritar nuestros sentimientos.
El apartarnos del camino del pecado tanto como podamos es el verdadero valor espiritual. Si podemos evitar lo que nos excita a sentimientos rebeldes e impetuosos, o conseguimos capturarlos en su inicio, tendremos poco que temer.
Los primeros movimientos del pecado común son comparativamente débiles, y ganan su fuerza gradualmente. Pero en tiempos de prueba el movimiento del pecado es más fuerte al principio, el temperamento insumiso irrumpe repentina y violentamente. Sin embargo, si lo soportamos al principio con resolución, cederá y tendremos la victoria.
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