Proverbios 4:23
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.
Tiempos que requieren un cuidado especial del corazón
3. El tiempo en el que hay problemas en la iglesia
Cuando la Iglesia es oprimida y está a punto de perecer en las olas de la persecución como la barca en la que estaban Jesús y los discípulos, hay almas buenas que también se preparan para naufragar en las olas de sus propios temores.
Es verdad que la mayoría de las personas necesitan más las espuelas que las riendas en este caso, sin embargo algunos se sientan desanimados bajo el sentir de los problemas de la Iglesia. La pérdida del arca le costó su vida a Elí (1 Samuel 4:16-18 Dijo, pues, aquel hombre a Elí: Yo vengo de la batalla, he escapado hoy del combate. Y Elí dijo: ¿Qué ha acontecido, hijo mío? Y el mensajero respondió diciendo: Israel huyó delante de los filisteos, y también fue hecha gran mortandad en el pueblo; y también tus dos hijos, Ofni y Finees, fueron muertos, y el arca de Dios ha sido tomada. Y aconteció que cuando él hizo mención del arca de Dios, Elí cayó hacia atrás de la silla al lado de la puerta, y se desnucó y murió; porque era hombre viejo y pesado. Y había juzgado a Israel cuarenta años.), la triste situación en la que estaba Jerusalén hizo que la expresión del buen Nehemías cambiase en medio de todos los placeres y comodidades de la corte (Nehemías 2:1-3 Sucedió en el mes de Nisán, en el año veinte del rey Artajerjes, que estando ya el vino delante de él, tomé el vino y lo serví al rey. Y como yo no había estado antes triste en su presencia, me dijo el rey: ¿Por qué está triste tu rostro? pues no estás enfermo. No es esto sino quebranto de corazón. Entonces temí en gran manera. Y dije al rey: Para siempre viva el rey. ¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego?).
Pero aunque Dios permite, e incluso ordena el conmoverse por estas calamidades, y llama en tales tiempos a “gemir, llorar y vestirse de cilicio”, amenazando con severidad a los insensibles, no le agrada vernos sentados bajo el enebro como el compungido Elías: “Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres.” (1 Reyes 19:4). No: podemos y debemos ser gimientes en Sión, pero no atormentarnos a nosotros mismos; podemos quejarnos a Dios, pero no quejarnos de Dios (ya sea por el lenguaje o las acciones).
Preguntémonos entonces cómo los corazones sensibles pueden ser aliviados y sostenidos cuando se ven desbordados con el pesado sentimiento de los problemas de la Iglesia. Es cierto que es difícil para el que tiene su gozo preferente en Sión guardar su corazón de hundirse bajo el sentir de sus problemas; sin embargo debe y puede hacerse mediante el empleo de direcciones que establezcan el corazón como las siguientes:
En primer lugar establezcamos esta gran verdad en nuestro corazón: ningún problema cae sobre Sión sin permiso del Dios de Sión, y Él no permite nada que no vaya a traer finalmente mucho bien sobre su pueblo. El consuelo puede derivarse de reflexionar en la voluntad de Dios, que permite y ordena. “Y dijo David a Abisai y a todos sus siervos: He aquí, mi hijo que ha salido de mis entrañas, acecha mi vida; ¿cuánto más ahora un hijo de Benjamín? Dejadle que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho.” (2 Samuel 16:11), “Respondió Jesús: Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene.” (Juan 19:11).
Debería calmar mucho nuestros espíritus saber que es la voluntad de Dios que lo soportemos, y que, si Él no lo hubiese permitido, nunca sería como es. Esta misma consideración calmó a Job, Elí, David y Ezequías. Que el Señor lo hubiese hecho era suficiente para ellos, y ¿por qué no habría de ser suficiente para nosotros? Si el Señor quiere arar la Iglesia como un campo, y sus piedras yacen en el polvo, si es su agrado que el Anticristo muestre su furia durante aún más tiempo y fatigue a los santos del Altísimo, si es su voluntad que haya un día de tribulación, de pisoteo por el Señor de los ejércitos sobre el valle de la visión, que los malvados devoren al hombre más justo que ellos ¿qué somos nosotros para contender con Dios? Lo adecuado es que nos resignemos a esa voluntad cuando se presente, y que Aquel que nos hizo disponga de nosotros como le plazca. Él puede hacer lo que le parezca bien sin nuestro consentimiento.
¿Acaso el pobre ser humano está en el mismo terreno para que pueda capitular con su Creador, o para que Dios le dé cuenta de cualquiera de sus asuntos? Que estemos contentos, sin importar cómo Dios pueda disponer de nosotros, es tan razonable como que seamos obedientes, sea lo que sea que Él nos requiera. Pero si llevamos este argumento más lejos, y consideramos que todo lo que Dios permite al final acaba resultando en un bien real para su pueblo, esto calmará nuestros espíritus mucho más.
¿Se están llevando los enemigos lo mejor del pueblo a la cautividad? Parece una providencia desesperante, pero Dios los envía allí por su bien. ¿Está tomando Dios a los Asirios como una vara en su mano para azotar a su pueblo? El objetivo de hacer eso es que “Pero acontecerá que después que el Señor haya acabado toda su obra en el monte de Sion y en Jerusalén, castigará el fruto de la soberbia del corazón del rey de Asiria, y la gloria de la altivez de sus ojos” (Isaías 10:12). Si Dios puede traer mucho bien de la mayor maldad del pecado, mucho más puede hacerlo con las aflicciones temporales, y que lo hará es tan evidente como que puede hacerlo. Ya que es inconsistente con la sabiduría de alguien común permitir que algo, que podría evitar si quisiera, acabe con su gran diseño, ¿Cómo se puede imaginar que Dios, que es más sabio, hiciera algo así?
Como Lutero dijo a Melanchthon, también digo: “Deja hacer a la infinita sabiduría y poder”, porque por este todas las criaturas se mueven, y todas las acciones se guían en referencia a la iglesia. No es nuestro trabajo gobernar el mundo, sino someternos a lo que Él hace. Los movimientos de la providencia son todos juiciosos, las ruedas están llenas de ojos: es suficiente saber que los asuntos de Sión están en buenas manos.
En segundo lugar meditemos en una verdad que afirme el corazón como la siguiente: Por muchos problemas que haya en la Iglesia, su Rey continúa estando en ella. ¿Acaso ha abandonado el Señor a sus iglesias? ¿Las ha vendido a las manos del enemigo? ¿Es que no le importan los males que caen sobre ellas para que nuestros corazones se hundan? ¿No es una vergüenza minusvalorar al gran Dios y magnificar al pobre e impotente ser humano, el hecho de temblar y temer lo que puedan hacer los seres creados mientras Dios está en medio de nosotros?
Los enemigos de la iglesia son muchos y poderosos, eso desde luego, pero el argumento con el que Caleb y Josué lucharon para levantar sus propios corazones tiene tanta fuerza hoy día como la tuvo entonces: “Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis.” (Números 14:9).
Un historiador nos cuenta que cuando Antígono escuchó a sus soldados hablar de cuántos eran sus enemigos, y cómo se desalentaban unos a otros, dio un paso en medio de ellos y preguntó: “¿Y por cuántos enemigos creen que yo valgo?”. Almas desmotivadas ¿Por cuántos creen que vale el Señor? ¿Acaso Él no es un oponente demasiado grande para todos sus enemigos? ¿No es un Todopoderoso más que muchos poderosos? “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31).
¿Cuál creemos que fue la razón para las grandes comprobaciones que hizo Gedeón? Preguntó, deseaba una señal, y después de eso otra. ¿Y cuál era la razón de esto sino que él pudiese estar seguro de que el Señor estaba con Él, y que pudiese escribir sobre su insignia el emblema: La espada del Señor y de Gedeón?
Así que si podemos estar seguros de que el Señor está con su pueblo, podemos elevarnos sobre todo el desánimo. Y para que sea así no necesitamos una señal desde el cielo. Ya tenemos la señal de que la iglesia ha sido maravillosamente preservada entre todos sus enemigos. Si Dios no estuviese con su pueblo, ¿cómo es posible que no fuesen devorados rápidamente? ¿Acaso es porque sus enemigos están esperando tener poder o una oportunidad? No. Lo que sucede es que hay una mano invisible sobre ellos. Por tanto dejemos que su presencia nos de descanso, y aunque los montes se muevan de lugar, y aunque el cielo y la tierra se mezclen, no temamos: Dios está en medio de Sión, y no será conmovida.
En tercer lugar consideremos las grandes ventajas que atienden al pueblo de Dios cuando están afligidos. Si el tener una posición afligida y humillada en el mundo es de verdad lo mejor para la Iglesia, entonces nuestro decaimiento no solo es irracional, sino desagradecido. Si estimamos la felicidad de la iglesia por su comodidad en el mundo, por su esplendor y su prosperidad, entonces los tiempos de aflicción nos parecerán desfavorables. Pero si reconocemos que su gloria está en su humildad, fe y piedad, no hay condición que abunde más con ventajas para eso que la aflicción.
No fueron las persecuciones y las prisiones las que envenenaron la iglesia, sino la mundanalidad y el desenfreno. La semilla de la iglesia fue la sangre de sus mártires, no la gloria terrenal de los que decían pertenecer a ella. El poder de la piedad nunca creció mejor que en la aflicción, y nunca creció menos que en los tiempos de mayor prosperidad. Cuando “Y dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, el cual confiará en el nombre de Jehová.” (Sofonías 3:12).
Ciertamente es por el bien de los creyentes el ser destetados del amor y el deleite en las vanidades de la tierra que nos esclavizan, el ser avivados e instados a seguir adelante hacia el cielo con un mayor apremio, el tener una visión más clara de sus propios corazones, el ser enseñados a orar con más fervor, más frecuencia, mayor espiritualidad, el buscar y anhelar el descanso con más ardor. Si todo eso es por nuestro bien, la experiencia nos enseña que no hay un estado que sea tan bendecido con esos frutos como lo es la aflicción. ¿Está bien que nos resintamos y decaigamos porque nuestro Padre prefiera el bien de nuestras almas en lugar de la gratificación de nuestro humor? ¿Está bien hacerlo porque Él quiere llevarnos al cielo por un camino más corto del que desearíamos ir? ¿Es esto una respuesta adecuada a su amor, que se agrada tanto como para preocuparse por nuestro bienestar, que hace más bien por nosotros de lo que lo haría por miles de personas en el mundo? Sobre estas personas no pone su vara, ni les da aflicciones para hacerles bien. Pero desgraciadamente juzgamos por los sentidos y reconocemos las cosas como buenas o malas según nuestro gusto en el presente.
En cuarto lugar tengamos cuidado de no pasar por alto las muchas misericordias preciosas que el pueblo de Dios disfruta en medio de la tribulación. Es una lástima que nuestras lágrimas por los problemas cieguen tanto nuestros ojos que no vemos nuestras misericordias. No insistiré sobre la misericordia de tener nuestra vida por botín (Jeremías 45:5 ¿Y tú buscas para ti grandezas? No las busques; porque he aquí que yo traigo mal sobre toda carne, ha dicho Jehová; pero a ti te daré tu vida por botín en todos los lugares adonde fueres.), ni sobre todas las comodidades externas que disfrutamos y que están por encima de las que Cristo y sus preciosos siervos, de los cuales el mundo no era digno, tuvieron.
Pero ¿qué podemos decir del perdón de pecados, el tener herencia en Cristo, el pacto de promesa y una eternidad de felicidad en la presencia de Dios después de que pasen unos pocos días?
No es adecuado que un pueblo al que se le ha concedido tales misericordias decaiga bajo cualquier aflicción temporal, o que esté tan preocupado por la desaprobación de los hombres y la pérdida de cosas sin importancia. No tenemos la sonrisa de grandes hombres, pero si el favor del gran Dios. Quizás somos disminuidos en lo temporal, pero del mismo modo aumentamos en los bienes eternos y espirituales.
Quizás no podamos vivir con tanta abundancia como antes, pero si con más piedad que nunca. ¿Nos lamentaremos tanto por estas circunstancias como para olvidar nuestra sustancia? ¿Harán unos ligeros problemas que nos olvidemos de grandes misericordias? Recordemos que las verdaderas riquezas de la iglesia están fuera del alcance de todos los enemigos. ¿Qué importa si Dios no distingue entre los suyos y los otros en sus dispensaciones externas? ¿Qué importa si en sus juicios toca a los mejores y deja tranquilos a los peores? ¿Qué importa si Abel fue asesinado permaneciendo en el amor, y Caín sobrevivió con odio? ¿Qué si el sanguinario Dionisio murió en su cama y el buen Josías murió en la batalla? ¿Qué importa que el vientre de los impíos se llene con tesoros escondidos mientras los dientes de los santos lo hacen con cascajo? Aun así es motivo de alabanza, porque el amor que elige nos ha distinguido, aunque la providencia común no lo haya hecho, y mientras la prosperidad y la impunidad matan a los impíos, incluso una adversidad que mate beneficiará a los justos.
En quinto lugar, creamos que, sin importar lo bajo que sea hundida la iglesia bajo las aguas de la adversidad, a buen seguro se levantará de nuevo. No temamos, porque tan seguro como que Cristo resucitó al tercer día, sin importar el sello y la vigilancia que había sobre Él, con la misma seguridad Sión se levantará de todos sus problemas y levantará su victoriosa cabeza sobre todos sus enemigos.
No hay motivo para temer la ruina de la gente que crece en sus pérdidas y se multiplica al ser disminuida. No nos apresuremos a enterrar a la iglesia antes de que esté muerta; quedémonos quietos hasta que Cristo la haya probado, antes de darla por perdida. La zarza puede estar en llamas, pero nunca será consumida, y eso es así por la buena voluntad del que habita en ella.
En sexto lugar, recordemos los ejemplos del cuidado y ternura de Dios con su pueblo en dificultades pasadas. Por más de dieciocho siglos la Iglesia Cristiana ha estado en aflicción, y a pesar de eso no ha sido consumida. Muchas oleadas de persecución han pasado por ella, pero no se ha ahogado, muchas artimañas se han forjado en contra de ella, pero hasta ahora ninguna ha prosperado. No es la primera vez que los Amanes y Ajitofeles han planeado su ruina, que Herodes haya extendido su mano para afligirla, pero aun así ha sido preservada, apoyada y librada de todos sus problemas.
¿Acaso no es tan querida para Dios como siempre? ¿No es capaz Él de salvarla como lo hizo antiguamente? Aunque no sepamos de dónde vendrá la salvación, “sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio;” (2 Pedro 2:9).
En séptimo lugar si no podemos tener consuelo en ninguna de estas consideraciones, intentemos sacar alguno de nuestros problemas en sí mismos.
Seguramente este problema que tenemos es buena evidencia de nuestra integridad. La unión es la base de la simpatía: Si no tuviésemos las riquezas en el barco de la Iglesia, no temblaríamos al verlo peligrar. En esta disposición espiritual podemos permitirnos este consuelo: que si somos sensibles a los problemas de Sión, Jesucristo es mucho más sensible y está mucho más solícito de lo que podemos estar nosotros, y mirará de manera favorable a aquellos que se lamentan por ello.
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