} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: NUESTRO CARÁCTER DEPENDE DEL ESTADO DEL CORAZÓN (VIII)

sábado, 25 de enero de 2025

NUESTRO CARÁCTER DEPENDE DEL ESTADO DEL CORAZÓN (VIII)

 

  Proverbios 4:23

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.

 

Tiempos que requieren un cuidado especial del corazón

 

 

6. El tiempo de reunirnos con Dios

Nuestros corazones han de ser guardados y vigilados de cerca cuando nos acercamos a Dios pública, privada, o secretamente, porque la vanidad del corazón se descubre, con frecuencia, más en esos momentos. Muy a menudo nuestra pobre alma clama: “Oh Señor, con cuánto agrado te serviría, pero los pensamientos vanos no me dejan. Vengo a ti con mi corazón abierto, para deleitar mi alma en comunión contigo, pero mi corrupción se me opone. Señor, haz que esos vanos pensamientos se vayan, y no dejes que estrangulen este alma que está desposada contigo”.

La pregunta entonces es: ¿Cómo puede el corazón guardarse de las distracciones de los vanos pensamientos en los tiempos de nuestra comunión con Dios? Hay una distracción o un vagar doble del corazón en estos momentos.

Una distracción voluntaria o habitual.

Y no sean como sus padres,  Generación contumaz y rebelde;  Generación que no dispuso su corazón, Ni fue fiel para con Dios su espíritu.” (Salmos 78:8). Este es el caso de los formalistas, y proviene de la falta de inclinación del corazón hacia Dios. Sus corazones están bajo el poder de sus pasiones, y por eso no es de extrañar que vayan detrás de ellas, incluso cuando están en medio de las cosas santas.

 

Las distracciones involuntarias y lamentadas,

 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:21- 24).

Esto no se produce por una falta de inclinación o de objetivos santos, sino por la debilidad de la gracia y la falta de vigilancia a la hora de oponerse al pecado que permanece en nosotros.

Pero nuestro objetivo no es mostrar como estas distracciones entran en el corazón, sino más bien cómo sacarlas de él, y prevenir que vuelvan a entrar en el futuro.

 

En primer lugar, apartémonos de todas las ocupaciones temporales, y dejemos un tiempo para encontrarnos solemnemente con Dios. No podemos pasar del mundo a la presencia de Dios sin encontrar un resabio de mundo en nuestras oraciones. Con el corazón, cuando solo hace unos minutos que ha estado sumergido en el mundo, sucede como con el mar después de una tormenta. Continúa moviéndose, agitado y turbio aunque el viento se haya ido y la tormenta haya terminado.

El corazón necesita algún tiempo para asentarse. Pocos músicos pueden tomar un instrumento y tocar sin dedicar algo de tiempo a afinarlo. Pocos cristianos pueden decir como David: “Pronto está mi corazón, oh Dios, mi corazón está dispuesto; Cantaré, y trovaré salmos” (Salmos 57:7). Cuando nos acerquemos a Dios, apartemos el corazón y digamos: “Oh, alma mía, ahora estoy ocupada en la mayor labor que puede tener una criatura, voy a entrar en la impresionante presencia de Dios a dedicar un momento eterno. Alma mía, deja ahora las cosas sin importancia.

Prepárate y sé vigilante. Esta no es una labor corriente, es una labor del alma, una labor para la eternidad. Es la labor que dará fruto para vida o muerte en el mundo por venir”.

Hagamos una pausa y consideremos nuestros pecados, nuestras necesidades, nuestros problemas. Mantengamos esos pensamientos por un momento antes de abordar nuestro encuentro con Dios. David murmuraba primero, y luego hablaba con su lengua.

 

En segundo lugar, después de haber preparado el corazón por la meditación previa, pongamos una guardia sobre nuestros sentidos. ¡Cuántas veces los cristianos corremos el peligro de perder los ojos de la mente por culpa de la distracción de los ojos del cuerpo!

David oró contra esto: “Aparta mis ojos, que no vean la vanidad; Avívame en tu camino” (Salmos 119:37). Eso podría servir para exponer el proverbio árabe: “Cierra las ventanas para que la casa esté iluminada”. Estaría bien si pudiésemos decir al comienzo como un hombre santo dijo una vez al volver de sus oraciones: “Cerraos, ojos míos, cerraos; porque es imposible que jamás podáis discernir tanta belleza y gloria en ninguna criatura como la que acabo de ver en Dios”.

Hemos de evitar todas las ocasiones de distracción externa, e involucrar esa intensidad del espíritu en la obra de Dios, que cierra con llave los ojos y los oídos a la vanidad.

 

En tercer lugar, roguemos a Dios por una actitud mortificada. Una imaginación laboriosa (dijo alguien) por mucho que sea exaltada entre los hombres, es una gran trampa para el alma, excepto que trabaje en comunión con un razonamiento correcto y un corazón santificado.

La actitud es una facultad del alma, que se coloca entre los sentidos y el entendimiento. Es lo primero que estimula el alma, y por su acción las facultades del alma se ponen en marcha. Es allí donde primero se forman los pensamientos, y tal como sea aquella, son estos. Si la actitud no es mansa primero, es imposible que todos los pensamientos del corazón puedan llevarse a la obediencia a Cristo.

La actitud es de manera natural la facultad más salvaje e indomable del alma.

Algunos cristianos tienen mucho que ver con ello, y cuanto más espiritual es el corazón, más lo perturba y confunde una actitud e imaginación salvaje y llena de vanidad.

Es triste que nuestra actitud evite que el alma preste atención a Dios cuando está involucrada en la comunión con Él. Oremos con seriedad y perseverancia porque nuestra actitud sea disciplinada y santificada, y cuando consigamos esto, nuestros pensamientos estarán regulados y dispuestos.

 

En cuarto lugar, si queremos guardar el corazón de vanas excursiones cuando estamos en medio de nuestra comunión con Dios, tomemos conciencia y pongamos fe en la impresionante y santa presencia de Dios. Si la presencia de alguien serio nos haría ponernos serios, ¿Cuánto más debería provocarnos a eso la presencia de un Dios santo? ¿Acaso nos atreveríamos a estar alegres y despreocupados si fuésemos conscientes de la inspección y presencia del Divino Ser?

Recordemos en qué lugar nos encontramos cuando estamos inmersos en comunión, y actuemos como si de verdad creyésemos en la omnisciencia de Dios. “Antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). Tomemos conciencia de su infinita santidad, su pureza, su espiritualidad. Esforcémonos por conseguir esa conciencia de la grandeza de Dios, porque afectará a nuestro corazón y nos hará recordar el celo que Él tiene por la adoración.“ Entonces dijo Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado. Y Aarón calló.” (Levítico 10:3).

Alguien que está en oración debería comportarse como si estuviese entrando a la corte del cielo, en la que se encuentra con el Señor sobre su trono, rodeado por diez mil de sus ángeles y santos que le ministran.

Cuando llegamos de una actividad en la que el corazón ha estado distraído y desprevenido, ¿qué podemos decir? Supongamos que todas las vanidades e impertinencias que han pasado por nuestra mente durante la oración se escribiesen mezcladas con nuestras peticiones. ¿Con qué cara las presentaríamos a Dios? Si nuestra lengua pronunciase todos los pensamientos que pasan por nuestro corazón cuando estamos en el culto a Dios ¿No se aterraría la gente al oírlas?

Y, sin embargo, Dios conoce perfectamente nuestros pensamientos.

Meditemos en esta palabra de Las Escrituras: “Dios temible en la gran congregación de los santos, Y formidable sobre todos cuantos están alrededor de él.” (Salmos 89:7) ¿Por qué descendió el Señor en truenos, rayos y nubes oscuras sobre el monte Sinaí? ¿Por qué humearon los montes bajo Él y el pueblo se agitó y tembló, sin la excepción de Moisés? Para enseñar al pueblo esta gran verdad: “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor.” (Hebreos 12:28-29). Esa comprensión del carácter y la presencia de Dios reducirá nuestro corazón, que se inclina a la vanidad, a una disposición más seria.

 

En quinto lugar, Mantengamos una disposición de oración en los intervalos en que no estamos reunidos con él.

¿A qué razón podemos atribuir que cuando oramos nuestros corazones sean tan sordos, tan descuidados y vagabundos, sino a los grandes intervalos que hay entre nuestros tiempos de comunión con Dios?

Si esa unción divina, ese fervor espiritual y esa impresión santa que tenemos cuando estamos en comunión, fuese preservada y avivada para el siguiente tiempo con Dios, tendría un valor incalculable a la hora de mantener nuestros corazones serios y devotos. Con este propósito, las oraciones frecuentes entre los distintos tiempos formales de comunión, tienen una utilidad excelente. No solo preservan la mente en una disposición piadosa y ordenada, sino que conectan un tiempo de comunión con el siguiente, y mantienen la atención del alma viva en sus intereses y obligaciones.

 

En sexto lugar, si queremos evitar la distracción de nuestros pensamientos, esforcémonos por despertar nuestro afecto por Dios y por involucrarlo cálida-mente en los tiempos de comunión.

Cuando el alma se enfoca en su trabajo, reúne toda su fuerza e inclina todos sus pensamientos a esa obra. Y cuando de verdad está profundamente emocionada, buscará su objetivo con intensidad, los afectos ganarán preferencia sobre los pensamientos y los guiarán. Pero la falta de vida produce distracción, y la distracción aumenta esa falta de vida. Si tan solo pudiésemos considerar que nuestros tiempos de culto a Dios son los medios mediante los cuales podemos caminar en comunión con Él, en los que nuestra alma puede llenarse con deleites arrebatadores y sin igual producidos por su presencia, no nos sentiríamos inclinados a descuidarlos.

Pero si queremos evitar la recurrencia de los pensamientos que nos distraen, si queremos encontrar nuestra felicidad en nuestros tiempos de oración, culto y adoración, hemos de preocuparnos, no solamente de involucrarnos en estos tiempos, sino de esforzarnos con paciencia y perseverancia por lograr que nuestros sentimientos se interesen en ellos. ¿Por qué es tan inconstante nuestro corazón, especialmente en nuestros tiempos con Dios en lo secreto?

¿Por qué estamos siempre listos para irnos casi tan pronto como entramos a la presencia de Dios, sino es porque nuestras emociones no se involucran en ello?

 

En séptimo lugar, Cuando nos vemos molestados por vanos pensamientos, humillémonos delante de Dios y pidamos su ayuda desde el Cielo.

Cuando el mensajero de Satanás abofeteaba a San Pablo con malvadas sugerencias (como se supone que hacía), él se lamentaba delante de Dios acerca de ello. No consideremos nunca que las ligeras desviaciones de nuestra mente en los tiempos de comunión algo sin importancia, acompañemos cada pensamiento de ese tipo con un profundo arrepentimiento.

Volvámonos a Dios con palabras como estas: “Señor, he venido aquí a tener comunión contigo, y me encuentro con que el adversario está ocupado conspirando con mi vano corazón para oponerse a mí. ¡Oh mi Dios! ¿Cómo será este corazón que nunca puedo esperar en ti sin ser distraído? ¿Cuándo disfrutaré de una hora de comunión libre contigo? Concédeme tu ayuda en esto, descubre ante mí tu gloria, y mi corazón se recuperará rápidamente. He venido aquí a disfrutar de ti, ¿y he de irme de este lugar sin ti? ¡Mira mi desesperación y ayúdame!” Si podemos lamentar nuestras distracciones lo suficiente y recurrir a Dios para que nos libre de ellas, obtendremos alivio.

 

En octavo lugar, consideremos que el éxito y el consuelo que nos proporcione la comunión con Dios dependen mucho de mantener nuestra atención cerca de Dios en esos tiempos.

Estas dos cosas, el éxito de nuestro tiempo con Dios y el consuelo interior que proviene de ello, son algo muy deseado por el cristiano. Pero ambas cosas se perderán si el corazón se encuentra en un estado de indisposición.

Ciertamente Dios no oirá la vanidad, Ni la mirará el Omnipotente.” (Job 35:13).

A un corazón que se involucra se le hace la promesa: “Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:13).

Cuando encontramos que nuestro corazón está dominado por la falta de vida y la distracción, digámonos: “¡Lo que me estoy perdiendo ahora mismo por mi corazón descuidado! Mis tiempos de oración son la porción más valiosa de mi vida: Si pudiese elevar mi corazón a Dios, obtendría tales misericordias que podría estar alabando por ellas toda la eternidad”.

 

En noveno lugar, consideremos nuestro cuidado o descuido en este asunto como una gran evidencia de nuestra sinceridad o hipocresía.

Un corazón recto se alarmará por esto más que por cualquier otra cosa y dirá “¿Cómo? ¿Voy a consentir que sea habitual que mi corazón se aleje de Dios? ¿Dejaré que las marcas de un hipócrita aparezcan en mi alma? Ciertamente los hipócritas pueden descuidarse en sus tiempos de reunión con Dios, y no preocuparse nunca por el estado de sus corazones. Pero ¿haré yo lo mismo?

Nunca. Nunca estaré satisfecho con tiempos de comunión vacíos. Nunca dejaré que algo me aparte de la oración hasta que mis ojos hayan visto al Rey, al Señor de los ejércitos”.

 

En décimo lugar, será especialmente útil para mantener nuestro corazón con Dios en medio de la oración, el considerar la influencia que nuestras oraciones tendrán en la eternidad.

Nuestros tiempos con Dios son tiempos de semilla, y en el otro mundo recogeremos los frutos de las semillas que hemos plantado aquí. Si sembramos para la carne, cosecharemos corrupción. Si sembramos para el Espíritu, recogeremos vida eterna.

Respondamos seriamente a estas preguntas: ¿Estamos dispuestos a recoger el fruto de la vanidad en el mundo por venir? Cuando nuestros pensamientos están vagando por los extremos de la tierra durante un servicio, cuando apenas nos importa lo que decimos o escuchamos, ¿Nos atrevemos a decir: Señor, estoy sembrando para el Espíritu, estoy proveyendo y plantando para la eternidad, estoy buscando la gloria, honra e inmortalidad, esforzándome a entrar por la puerta estrecha, ¡estoy arrebatando el reino de los cielos con violencia santa!?

Estas reflexiones están bien calculadas para disipar los pensamientos vanos.

 

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