} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: NUESTRO CARÁCTER DEPENDE DEL ESTADO DEL CORAZÓN (III)

sábado, 18 de enero de 2025

NUESTRO CARÁCTER DEPENDE DEL ESTADO DEL CORAZÓN (III)

 

  Proverbios 4:23

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.

 

Tiempos que requieren un cuidado especial del corazón


Espero que estas consideraciones hagan meditar a mis lectores de que es importante guardar el corazón con toda diligencia. Procedo en tercer lugar a considerar esas temporadas especiales en la vida de un cristiano que requieren nuestra mayor diligencia en el cuidado del corazón, aunque el deber siempre nos obliga y no hay momento o condición de la vida en que podamos excusarnos de esta obra; sin embargo, hay temporadas señaladas, horas críticas que requieren una mayor vigilancia sobre el corazón.

 

1. El tiempo de prosperidad

Cuando la providencia nos sonríe. En ese tiempo, cristiano, guarda tu corazón sobre toda cosa, porque estará muy inclinado a crecer en seguridad en sí mismo, en orgullo, y en volverse terrenal. Ver a un hombre humilde en tiempo de prosperidad, es una de las mayores rarezas del mundo.

Incluso el buen Ezequías no pudo ocultar un temperamento vanaglorioso cuando llegó su tentación, de ahí que se advirtiese a Israel: “Cuando el Señor tu Dios te haya introducido en la tierra que juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob que te daría, en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, y casas llenas de todo bien, que tú no llenaste, y cisternas cavadas que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste, y luego que comas y te sacies, cuídate de no olvidarte del Señor(Deuteronomio 6:10-12). Pero engordó Jesurún, y tiró coces  (Engordaste, te cubriste de grasa);  Entonces abandonó al Dios que lo hizo,  Y menospreció la Roca de su salvación.” (Deuteronomio 32:15).

 

¿Cómo puede entonces el cristiano guardar su corazón del orgullo y la seguridad carnal cuando la providencia le sonríe y confluyen las comodidades creadas por el hombre? Hay varias ayudas para asegurar el corazón frente a las peligrosas trampas de la prosperidad.

 

En primer lugar, pensemos en las cautivadoras tentaciones que vienen con una condición próspera y agradable. Son pocos, muy pocos los que viviendo en los placeres de este mundo escapan a la perdición eterna. Cristo dice (Mateo19:24) “Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.”, “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; [son llamados]” (1 Corintios 1:26).

Tenemos una buena razón para temblar cuando las Escrituras nos dicen que, en general, pocos son salvos. Mucho más cuando nos dicen que de ese grupo en el que estamos, pocos serán salvos. Cuando Josué llamó a las tribus de Israel a que echaran suertes para descubrir a Acán (Josué 7; 11  Israel ha pecado,  y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé;  y también han tomado del anatema,  y hasta han hurtado,  han mentido,  y aun lo han guardado entre sus enseres. 12  Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos,  sino que delante de sus enemigos volverán la espalda,  por cuanto han venido a ser anatema;  ni estaré más con vosotros,  si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros. 13  Levántate,  santifica al pueblo,  y di:  Santificaos para mañana;  porque Jehová el Dios de Israel dice así:  Anatema hay en medio de ti,  Israel;  no podrás hacer frente a tus enemigos,  hasta que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros. 14  Os acercaréis,  pues,  mañana por vuestras tribus;  y la tribu que Jehová tomare,  se acercará por sus familias;  y la familia que Jehová tomare,  se acercará por sus casas;  y la casa que Jehová tomare,  se acercará por los varones; 15  y el que fuere sorprendido en el anatema,  será quemado,  él y todo lo que tiene,  por cuanto ha quebrantado el pacto de Jehová,  y ha cometido maldad en Israel. 16  Josué,  pues,  levantándose de mañana,  hizo acercar a Israel por sus tribus;  y fue tomada la tribu de Judá. 17  Y haciendo acercar a la tribu de Judá,  fue tomada la familia de los de Zera;  y haciendo luego acercar a la familia de los de Zera por los varones,  fue tomado Zabdi. 18  Hizo acercar su casa por los varones,  y fue tomado Acán hijo de Carmi,  hijo de Zabdi,  hijo de Zera,  de la tribu de Judá. 19  Entonces Josué dijo a Acán:  Hijo mío,  da gloria a Jehová el Dios de Israel,  y dale alabanza,  y declárame ahora lo que has hecho;  no me lo encubras. 20  Y Acán respondió a Josué diciendo:  Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel,  y así y así he hecho. 21  Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno,  y doscientos siclos de plata,  y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos,  lo cual codicié y tomé;  y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda,  y el dinero debajo de ello. 22  Josué entonces envió mensajeros,  los cuales fueron corriendo a la tienda;  y he aquí estaba escondido en su tienda,  y el dinero debajo de ello. 23  Y tomándolo de en medio de la tienda,  lo trajeron a Josué y a todos los hijos de Israel,  y lo pusieron delante de Jehová. 24  Entonces Josué,  y todo Israel con él,  tomaron a Acán hijo de Zera,  el dinero,  el manto,  el lingote de oro,  sus hijos,  sus hijas,  sus bueyes,  sus asnos,  sus ovejas,  su tienda y todo cuanto tenía,  y lo llevaron todo al valle de Acor. 25  Y le dijo Josué:  ¿Por qué nos has turbado?  Túrbete Jehová en este día.  Y todos los israelitas los apedrearon,  y los quemaron después de apedrearlos. 26  Y levantaron sobre él un gran montón de piedras,  que permanece hasta hoy.  Y Jehová se volvió del ardor de su ira.  Y por esto aquel lugar se llama el Valle de Acor,  hasta hoy.), no hay duda de que temió. Cuando se eligió a la tribu de Judá, su temor aumentó. Pero cuando la familia de los de Zera fue elegida, llegó la hora de temblar. Del mismo modo cuando las Escrituras llegan a decirnos que de las personas de tal clase muy pocos van a escapar, es hora de alarmarse.

Crisóstomo dice: “Me pregunto si alguno de los gobernantes se salvará”. ¡Oh cuántos han sido dirigidos al infierno en los carros de los placeres terrenales, mientras que otros han entrado a golpes en el cielo por la vara de la aflicción! ¡Que pocos llegan a Cristo con presentes, como las hijas de Tiro! (Salmos 45:12 Y las hijas de Tiro vendrán con presentes; Implorarán tu favor los ricos del pueblo) ¡Qué pocos de entre los ricos ruegan por su favor!

 

En segundo lugar, nos puede ayudar a ser más vigilantes y humildes en tiempo de prosperidad el considerar que, entre los cristianos, muchos han sido peores por tenerla.

¡Cuán bueno hubiese sido para algunos de ellos si nunca hubiesen conocido la prosperidad! Cuando nacieron en una condición baja, cuan humildes, espirituales y celestiales eran. Pero al prosperar, ¡que alteración cayó sobre sus espíritus! Así sucedió con Israel. Cuando estuvieron en una baja condición en el desierto, eran “santidad al Señor”. Pero al entrar en Canaán y ser alimentados ricamente el lenguaje fue: “¡Oh generación! atended vosotros a la palabra de Jehová. ¿He sido yo un desierto para Israel, o tierra de tinieblas? ¿Por qué ha dicho mi pueblo: Somos libres; nunca más vendremos a ti?” (Jeremías 2:31).

 

Las ganancias externas normalmente se logran con pérdidas internas; así como en una condición humilde sus empleos civiles acostumbraban a tener un cierto sabor a sus deberes religiosos, en una condición exaltada sus deberes normalmente tenían sabor a mundo. Aquel cuyas gracias no son obstaculizadas por sus riquezas, es en verdad rico en gracia. En el mundo hay pocos Josafats, de quien se decía “Jehová, por tanto, confirmó el reino en su mano, y todo Judá dio a Josafat presentes; y tuvo riquezas y gloria en abundancia. Y se animó su corazón en los caminos de Jehová, y quitó los lugares altos y las imágenes de Asera de en medio de Judá.” (2 Crónicas 17:5-6)

¿No mantendrá nuestros corazones humildes en la prosperidad el pensar en cuánto han pagado muchos hombres piadosos por sus riquezas, que por ellas han perdido aquello que todo el mundo no puede comprar?

 

En tercer lugar mantengamos humilde nuestro vano corazón con esta consideración: Dios no valora a ningún hombre más por estas cosas. Dios no valora a ningún hombre más por sus excelencias externas, sino por las gracias internas que posee; estas son los adornos internos del Espíritu, que son de gran valor a ojos de Dios. Dios menosprecia la gloria del mundo, y no acepta a nadie por ser una gran personalidad, “Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hechos 10:34-35).

Si el juicio de Dios fuese igual que el del hombre, podríamos valorarnos por esas cosas y afirmarnos sobre ellas. Pero solo somos algo si lo somos según el juicio de Dios. ¿No se mantendrá humilde mi corazón y dejará de vanagloriarse si considero esto?

 

En cuarto lugar ¿cuántas personas al borde de la muerte han lamentado su necedad al poner su corazón en estas cosas, y han deseado no haberlas conocido nunca? Que terrible fue la situación de Pío Quinto, que murió gritando de desesperación: “Cuando era de baja condición tenía alguna esperanza de salvación, cuando llegué a ser cardenal, comencé a dudarlo mucho; pero después de llegar al papado, no tengo esperanza alguna”.

Otro autor también nos cuenta la triste historia real de un rico opresor, que había amasado una gran fortuna para su único hijo. Cuando iba a morir, llamó a su hijo y le dijo: “Hijo, ¿en verdad me amas?” El hijo respondió que: “la naturaleza así como su indulgencia paternal le obligaban a ello”. “Entonces (dijo el padre) exprésalo en esto: mantén tu dedo en la llama de una vela mientras digo una oración”. El hijo lo intentó, pero no pudo soportarlo. Al verlo, el padre prorrumpió en esta expresión: “No pudiste soportar quemarte un dedo por mí, pero para conseguirte esta riqueza he puesto mi alma en angustia y mi alma y cuerpo deben arder en el infierno por ti. Tu dolor hubiese sido por un momento, pero los míos serán una llama que nunca cese”.

 

En quinto lugar el corazón puede mantenerse humilde al considerar la naturaleza obstructora que tienen las cosas terrenales sobre un alma que de todo corazón está dedicada al camino hacia el cielo. Nos cierran mucho del cielo en el presente, aunque puedan no cerrarnos el cielo al final.

Si nos consideramos peregrinos en este mundo, y de camino al cielo, tenemos tanta razón para deleitarnos en estas cosas como un caballo la tiene para deleitarse por una pesada carga. En el desprecio ateísta de Juliano había una seria verdad. Cuando arrebataba sus fortunas a los cristianos les decía: “Esto es para que estéis más preparados para el reino de los cielos”.

 

En sexto lugar, ¿es nuestro espíritu todavía vano y elevado? Entonces hagámosle considerar el día en que se hará recuento, ese día en el que se nos hará recuento de todas las misericordias que hemos recibido. Creo que esto debería asombrar y humillar al corazón más vano que haya jamás habitado el pecho de un santo.

Podemos tener por cierto que el Señor registra todas las misericordias que nos ha concedido, desde el comienzo hasta el fin de nuestras vidas. “Pueblo mío, acuérdate ahora qué aconsejó Balac rey de Moab, y qué le respondió Balaam hijo de Beor, desde Sitim hasta Gilgal, para que conozcas las justicias de Jehová.” (Miqueas 6:5). ”¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año?

¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios. (Miqueas 6; 6-8)  Sí, son enumeradas y registradas en orden en una cuenta, y: “Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá.” (Lucas 12:48). No somos más que administradores, y nuestro Señor vendrá a tomar cuentas de nosotros, y ¡cuán gran cuenta hemos de hacer, cuando tenemos tanto de este mundo en nuestras manos! Qué gran testigo serán nuestras misericordias contra nosotros, si tenemos un pobre fruto de ellas.

 

En séptimo lugar, una reflexión que nos hace sentir humildes es considerar que las misericordias de Dios obran sobre nuestro espíritu de forma distinta a lo que lo hacen sobre el espíritu de otros, en los cuales se convirtieron en misericordias santificadas del amor de Dios. ¡Oh, Señor! ¡Qué triste es pensar en esto! Es suficiente para hacernos tumbar en el polvo cuando consideramos que esas mismas misericordias hicieron más humildes a otros. Cuanto más los elevó Dios, más se humillaban ellos ante Él.

Así fue con Jacob cuando Dios le dio tanto: “menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo; pues con mi cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campamentos.” (Génesis 32:10). También fue así con el santo David. Cuando Dios le hubo confirmado la promesa de construirle una casa y no rechazarlo como hizo con Saúl, él se pone delante del Señor y le dice: Y entró el rey David y se puso delante de Jehová, y dijo: Señor Jehová, ¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí?” (2 Samuel 7:18). Ciertamente, así lo requería Dios. Cuando Israel le trajo los primeros frutos de Canaán, ellos debían decir: “Entonces hablarás y dirás delante de Jehová tu Dios: Un arameo a punto de perecer fue mi padre, el cual descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, y allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa” (Deuteronomio 26:5).

¿No exaltan otros a Dios cuando Dios los levanta a ellos? Y cuando Dios nos levanta a nosotros ¿Habremos de abusar más de Él y exaltarnos a nosotros mismos? ¡Cuán impía es una conducta como esa!

Otros han sido capaces de dar crédito a Dios por toda la gloria de lo que disfrutan, sin engrandecerse ellos mismos, sino a Dios, por sus misericordias.

Así dice David: “Que sea engrandecido tu nombre para siempre, y se diga: Jehová de los ejércitos es Dios sobre Israel; y que la casa de tu siervo David sea firme delante de ti.” (2 Samuel 7:26) Él no devora la misericordia que le ha dado el Señor y le succiona toda su dulzura sin mirar más allá de su propia comodidad. No, él solo se preocupa de la misericordia recibida salvo en el hecho de que Dios sea magnificado en ella. De igual manera cuando Dios lo ha librado de todos sus enemigos dice: “Mi fortaleza y mi cántico es el Señor, Y él me ha sido por salvación” (Salmos 118:14).

Los creyentes del pasado no ponían la corona sobre sus propias cabezas como hacemos nosotros en nuestra vanidad.

Las misericordias de Dios han fundido el corazón de otros en amor al Dios de las misericordias. Cuando Ana recibió la misericordia de un hijo, dijo: “Y Ana oró y dijo:

 Mi corazón se regocija en Jehová,   Mi poder se exalta en Jehová;  Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos, Por cuanto me alegré en tu salvación.” (1 Samuel 2:1), no en la misericordia recibida, sino en el Dios de la misericordia. De igual modo fue con María: “Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.” (Lucas 1:46- 47). Esa palabra significa hacer más espacio en el espíritu para Dios; sus corazones no se contraían por lo recibido, sino que se engrandecían para Dios.

También las misericordias recibidas de Dios han servido como restricción para evitar el pecado de otros. Esdras 9:13-14 dice “Mas después de todo lo que nos ha sobrevenido a causa de nuestras malas obras, y a causa de nuestro gran pecado, ya que tú, Dios nuestro, no nos has castigado de acuerdo con nuestras iniquidades, y nos diste un remanente como este,

¿hemos de volver a infringir tus mandamientos, y a emparentar con pueblos que cometen estas abominaciones? ¿No te indignarías contra nosotros hasta consumirnos, sin que quedara remanente ni quien escape?” Las almas limpias sienten sobre ellas la fuerza del amor y la misericordia que las obligan.

Las misericordias de Dios hacia otras personas han sido como aceite en los engranajes de su obediencia, y los han equipado más para el servicio. Si las misericordias que hemos recibido tienen el efecto contrario sobre nuestros corazones, tenemos grandes motivos para temer que no hayan llegado a nosotros en amor. Es suficiente para rebajar el espíritu de un creyente el ver el dulce efecto que las misericordias han tenido sobre otros y los amargos efectos que han tenido sobre él mismo.

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