} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: NUESTRO CARÁCTER DEPENDE DEL ESTADO DEL CORAZÓN (VII)

viernes, 24 de enero de 2025

NUESTRO CARÁCTER DEPENDE DEL ESTADO DEL CORAZÓN (VII)

 

  Proverbios 4:23

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.

 

Tiempos que requieren un cuidado especial del corazón

 

 

5. El tiempo de necesidades externas

Aunque en tales tiempos deberíamos quejarnos a Dios, y no de Dios, (el trono de gracia se levanta para el “tiempo de necesidad”), cuando las aguas del alivio son poco profundas, y la necesidad empieza a presionarnos, ¡cuánto se inclinan hasta los mejores corazones a desconfiar de la fuente!

Cuando la comida de la despensa y el aceite de la jarra están casi gastados, nuestra fe y paciencia también se gastan. Ya de por si es difícil mantener el corazón orgulloso e incrédulo en una calma santa y una sumisión dulce a los pies de Dios. Es fácil hablar de confiar en Dios para el pan de cada día mientras tenemos un granero o una cartera llena. Pero decir como dijo el profeta, “Aunque la higuera no florezca,  Ni en las vides haya frutos,  Aunque falte el producto del olivo, Y los labrados no den mantenimiento, Y las ovejas sean quitadas de la majada,  Y no haya vacas en los corrales;  Con todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación.” (Habacuc 3:17-18), seguramente no es tan fácil.

¿Sabríamos como un cristiano puede guardar su corazón de la desconfianza hacia Dios o de resentirse contra él en los momentos en que la sentimos o tememos la necesidad externa?

Este caso merece ser considerado seriamente, especialmente ahora, ya que parece ser designio de la providencia vaciar al pueblo de Dios de su llenura como criaturas, y hacer que conozcan las dificultades para las que han sido extraños hasta ahora. Para asegurar el corazón de los peligros que vienen con esta condición, las siguientes consideraciones podrían probar ser efectivas mediante la bendición del Espíritu.

 

En primer lugar, Si Dios nos reduce a la necesidad, no está haciendo algo con nosotros que no haya hecho ya con algunos de los hombres más santos de la historia. Nuestro caso no es particular, y aunque hayamos sido unos extraños a necesidad, otros creyentes han llegado a familiarizarse con ella.

Escuchemos lo que dice Pablo, no solamente de sí mismo, sino en nombre de otros santos que se han visto reducidos a exigencias similares: “Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija.” (1 Corintios 4:11). Ver a un hombre como Pablo ir de un lado al otro del mundo desnudo, hambriento y sin hogar, a uno que estaba muy por encima de nosotros en gracia y santidad, a alguien que hacía más servicio por Dios en un día que quizás todo el que hemos hecho nosotros en nuestra vida entera, muy bien puede poner fin a nuestras quejas.

¿Hemos olvidado cuánto sufrió David incluso? ¿Lo grande que eran sus dificultades? “te ruego que des”, le dice a Nabal, “lo que tuvieres a mano a tus siervos, y a tu hijo David”. Pero ¿por qué hablar de esto? Contemplemos a uno mucho más grande que cualquiera de ellos, el Hijo de Dios, que es heredero de todas las cosas y por quien los mundos fueron creados. A veces hubiese estado contento con cualquier cosa porque no tenía nada que comer “Al día siguiente, cuando salieron de Betania, tuvo hambre. Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si tal vez hallaba en ella algo; pero cuando llegó a ella, nada halló sino hojas, pues no era tiempo de higos.” (Marcos 11:12-13).

Por tanto, en una situación así, no es que Dios haya puesto sobre nosotros una marca de odio, ni podemos inferir que hay escasez de amor porque haya escasez de pan. Cuando nuestro quejumbroso corazón pregunte “¿Ha habido alguna vez una pena como la mía?” preguntemos a esas dignas personas, y ellos nos dirán que, aunque ellos no se quejaron como nosotros, su condición fue de tanta necesidad como la nuestra.

 

En segundo lugar, Si Dios no nos ha dejado en esta condición sin promesas, no tenemos razones para quejarnos o desfallecer en ella.

Es una condición triste la de aquellos que no tienen ninguna promesa. Calvino en su comentario sobre Isaías 9:1 explica en qué sentido la oscuridad de la cautividad no era tan grande como la que produjeron las incursiones menores de Tiglat Pileser. En la cautividad, la ciudad fue destruida y el templo quemado con fuego: no hubo ni punto de comparación en la aflicción, sin embargo la oscuridad no fue tan grande, porque, según dice él “había una cierta promesa en este caso, pero ninguna en el otro”. Es mejor estar tan bajo como los infiernos con una promesa, que estar en el paraíso sin una. Incluso la oscuridad del infierno mismo no sería oscuridad comparativamente hablando si hubiese una promesa de iluminarlo.

Ahora, Dios ha dejado muchas dulces promesas para que la fe de su pueblo pobre pueda mantenerse viva en esa condición, tales como estás: “Temed a Jehová, vosotros sus santos,

 Pues nada falta a los que le temen. Los leoncillos necesitan, y tienen hambre;  Pero los que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien.  (Salmos 34:9-10). “He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen,  Sobre los que esperan en su misericordia, Para librar sus almas de la muerte,  Y para darles vida en tiempo de hambre.” (Salmos 33:18-19). “Porque sol y escudo es Jehová Dios; Gracia y gloria dará Jehová.  No quitará el bien a los que andan en integridad” (Salmos 84:11). “Aquel que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros ¿Cómo no nos dará también con Él todas las cosas?” (Romanos 8:32). “Los afligidos y menesterosos buscan las aguas, y no las hay; seca está de sed su lengua; yo el Señor los oiré, yo el Dios de Israel no los desampararé” (Isaías 41:17).

Aquí podemos ver sus extremas necesidades, que hasta les es necesaria el agua para la vida, y también vemos su cierto alivio: “Yo el Señor los oiré”, por lo que suponemos que claman a Él en su desesperación, y Él escucha el clamor de ellos.

Teniendo por tanto estas promesas, ¿Por qué no habría de concluir nuestro desconfiado corazón, como lo hizo el de David: “El Señor es mi pastor, nada me faltará”? Pero estas promesas implican condiciones: si fuesen absolutas, proporcionarían más satisfacción. Las condiciones tácitas de las que hablamos son que Él o bien suplirá, o santificará nuestras necesidades, de modo que tendremos tanto como Dios considere adecuado para nosotros. ¿Acaso nos preocupa esto? ¿Seremos capaces de recibir la misericordia, sea o no santificada? ¿Ya sea que Dios la considere adecuada o no para nosotros?

Los apetitos de los santos por cosas terrenales no son tan voraces como para aferrarse codiciosamente a algo que disfrutan si no existen circunstancias para ello. Pero cuando la necesidad aprieta, y no podemos ver de dónde llegará la provisión, nuestra fe en las promesas se tambalea, y, como el murmurador Israel, clamamos: “Él dio aguas, ¿podrá también dar pan?” (Salmos 78:20). ¡Oh corazón incrédulo! ¿Cuándo han fallado sus promesas? ¿Quedó avergonzado alguno que confiase en ellas?

Que el Señor no nos reprenda por nuestra irrazonable infidelidad, como en Jeremías 2:31: ¡Oh generación! atended vosotros a la palabra de Jehová. ¿He sido yo un desierto para Israel, o tierra de tinieblas? ¿Por qué ha dicho mi pueblo: Somos libres; nunca más vendremos a ti?”, o como Cristo dijo a sus discípulos: “Y a ellos dijo: Cuando os envié sin bolsa, sin alforja, y sin calzado, ¿os faltó algo? Ellos dijeron: Nada.” (Lucas 22:35). Sí, no nos hagamos reprochables, no digamos con el viejo Policarpo: “Todos estos años he servido a Cristo, ¿y encontré que fuese un buen Señor?”. El puede negarnos lo que creemos necesitar, pero no lo que verdaderamente necesita nuestra necesidad. Él no prestará atención al clamor de nuestros deseos, pero no despreciará el clamor de nuestra fe. Aunque no satisfará nuestros caprichosos apetitos, no violará sus propias y fieles promesas.

Estas promesas son nuestra mejor seguridad para la vida eterna; y sería extraño que no pudiesen satisfacernos como nuestro pan diario. Recordemos las palabras del Señor, y tengamos solaz en nuestro corazón con ellas en medio de todas nuestras necesidades.

Se dice de Epicuro que en el aterrador paroxismo de su enfermedad, a menudo se refrescaba recordando sus invenciones en la filosofía, y de Posidonio el filósofo, que en una aflicción aguda se consolaba con discursos de virtud moral, y que cuando estaba en malestar decía: “Oh dolor, no me haces nada; aunque eres un poco molesto, nunca diré que seas malo”. Si en base a estas cosas ellos podían afirmarse estando bajo dolores tan intensos, y engañaban a sus enfermedades, ¿cuánto más deberían las promesas de Dios y las dulces experiencias que van paso a paso con ellas hacernos olvidar todas nuestras necesidades y consolarnos en cada dificultad?

En tercer lugar, aunque el momento presente sea malo, podría haber sido peor. ¿Nos ha negado Dios las comodidades de esta vida?, también nos podía haber negado a Cristo, la paz y el perdón. Y entonces nuestro caso sí que sería lamentable.

Sabemos que Dios ha hecho eso con millones. ¿Cuántas personas rotas podemos contemplar cada día con nuestros ojos, que no tienen a mano ninguna esperanza ni consuelo, que son desgraciadas aquí y también lo serán en la eternidad? ¿Cuántos que tienen una copa amarga y no tienen nada para endulzarla? ¿Cuántos que no tienen ninguna esperanza de que las cosas serán mejores?

Pero no sucede así con nosotros: aunque seamos pobres en este mundo, somos “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Santiago 2:5).

Aprendamos a poner las riquezas espirituales por encima de la pobreza temporal. Equilibremos todos nuestros problemas presentes con nuestros privilegios espirituales.

De cierto, si Dios hubiese negado a nuestra alma el manto de justicia para vestirla, el maná escondido, y la mansión celestial para recibirla, sería posible estar tristes al considerar que podría no darnos consuelo en medio de los problemas externos. Cuando Lutero comenzó a verse apretado por la necesidad dijo: “Estemos contentos con nuestra dura situación, porque ¿acaso no tenemos un banquete en Cristo, el pan de vida?”, “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, “ (Efesios 1:3)

 

En cuarto lugar, aunque esta aflicción sea grande, Dios tiene una mucho mayor con la que disciplina en este mundo a los muy amados de su alma.

Si el quitara nuestras aflicciones presentes y nos diese las otras, consideraríamos que nuestro estado actual es muy cómodo y bendeciríamos a Dios por estar como estamos. Si Dios nos quitara los problemas actuales, supliera todas nuestras necesidades externas, y nos diera el deseo de nuestro corazón en cuanto a comodidades terrenales, pero escondiera su rostro de nosotros, disparara sus flechas en nuestra alma y el veneno de estas lo bebiese nuestro espíritu, si nos dejase tan solo unos cuantos días para que Satanás nos abofeteara, si mantuviese abiertos nuestros ojos solo unas cuantas noches, despertándolos con el terror de la conciencia, agitados hasta el final del día, si nos llevase por los cuartos de la muerte, si nos mostrase visiones de oscuridad e hiciese que sus terrores se alinearan contra nosotros, entonces ¿no pensaríamos que es una gran misericordia volver a nuestra antigua condición de necesidad, en la que teníamos paz de conciencia y una medida de pan y agua con el favor de Dios, y al fin y al cabo un estado feliz?

Entonces tengamos cuidado de no quejarnos. No digamos que Dios nos trata con dureza, no sea que lo provoquemos a convencernos en nuestro propio sentir, que tiene varas peores para los hijos insumisos y perversos.

 

En quinto lugar, mejorará pronto.

Guardemos el corazón pensando en esto, ‘la comida de la despensa está casi agotada, bueno, si es así ¿por qué debería preocuparme si estoy casi en el punto de no necesitar ni utilizar tales cosas?’. El viajero ha gastado casi todo su dinero; ‘bueno’, dice él, ‘a pesar de que mi dinero está casi gastado, mi viaje casi ha terminado: estoy cerca de casa, y pronto seré suplido’.

Si no hay luces en la casa, es un consuelo pensar que es ya casi de día, y que no habrá necesidad de ellas. Me temo que muchos cristianos, cuando piensan que su provisión está casi agotada, que les quedan muchos años de viaje, y que no tienen nada de lo que vivir, no se dan cuenta de que pueden no quedarles tantos años como suponen.

Tengamos confianza en esto: si nuestra provisión se agotó, es que o bien van a llegar provisiones nuevas (aunque no sepamos de dónde) o estamos más cerca del final de nuestro viaje de lo que suponemos. Alma entristecida, ¿debe alguien estar tan ansioso por un poco de comida, bebida y vestido que teme necesitar por el camino, cuando está de camino a la ciudad celestial y casi ha llegado? ¿Cuando en pocos días de viaje llegará a la casa del Padre donde todas sus necesidades serán cubiertas? Bien dijeron los cuarenta nobles mártires cuando acabaron muertos de hambre y desnudos en una noche helada: “El invierno es de cierto afilado y frío, pero el cielo es cálido y confortable; aquí temblamos de frío, pero el seno de Abraham compensará por todo esto”.

‘Pero’ dirá el alma desanimada, ‘podría morir de necesidad’. ¿A quién le sucedió eso alguna vez? ¿Cuando fue desamparado el justo? Si de verdad llega a ser así, nuestro camino terminó, y fuimos provistos de todo. ‘Pero no estoy seguro de eso; si estuviese seguro del cielo, sería otra cuestión’. En caso de que no estemos seguros de ir camino al cielo, tenemos otros asuntos de que preocuparnos que son más importantes. La necesidad debería ser el menor de nuestros problemas.

Las almas que están preocupadas por la necesidad de Cristo y del perdón de pecados normalmente no lo están mucho por otras cosas. El que con seriedad se pregunta “¿qué debo hacer para ser salvo?” o “¿cómo puedo saber que mi pecado es perdonado?” no se preocupa con preguntas como “¿Qué comeré, qué beberé o de dónde me voy a vestir?”.

 

En sexto lugar, ¿Está bien que los hijos de un Padre como el nuestro desconfíen de su total suficiencia y se quejen de sus dispensaciones?

¿Hacemos bien en cuestionarnos su cuidado y amor por encima de cada nueva exigencia?

¿Acaso no nos hemos visto avergonzados por esto antes? ¿No nos ha alcanzado la provisión a tiempo de nuestro Padre en dificultades anteriores y ha hecho que nos propongamos nunca más cuestionarnos su amor y cariño?

¿Y renovaremos de nuevo nuestras indignas sospechas acerca de Él?

¡Somos como niños poco sinceros! Pensemos en esto: Si perezco por necesidad de lo que es bueno y necesario para mí, debe ser bien porque mi Padre no conoce mis necesidades, porque no tiene de dónde suplirlas, o porque no se preocupa por lo que me pueda pasar. ¿De cuál de estas cosas le acusaré? De la primera no, porque mi Padre sabe de lo que tengo necesidad.

Tampoco de la segunda: porque del Señor es la tierra y su plenitud, su nombre es Dios Todosuficiente. Ni de la última, porque Como el padre se compadece de los hijos,  Se compadece Jehová de los que le temen. (Salmos 103:13). He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job,  y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo (Santiago 5:11) El da a la bestia su mantenimiento, Y a los hijos de los cuervos que claman. (Salmos 147:9). ¿Y no nos escuchará a nosotros?

Considerad, dice Cristo, Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? Mateo 6; 26; no las aves que están en la puerta y que son alimentadas cada día a bandadas, sino las aves del cielo que no tienen a nadie que les provea. Dios alimenta y viste a sus enemigos, ¿y olvidará a sus hijos? ¡Él escucha hasta el llanto de Ismael en su aflicción! (Génesis 21:16-17 y se fue y se sentó enfrente, a distancia de un tiro de arco; porque decía: No veré cuando el muchacho muera. Y cuando ella se sentó enfrente, el muchacho alzó su voz y lloró. Y oyó Dios la voz del muchacho; y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, y le dijo: ¿Qué tienes, Agar? No temas; porque Dios ha oído la voz del muchacho en donde está.).

Oh, incrédulo corazón mío ¿todavía sigues dudando?

 

En séptimo lugar, el pecado no está en la pobreza, sino en la aflicción.

Si no has caído en pobreza por pecar, y si solamente se trata de una aflicción, puede ser sobrellevada de manera más fácil. Es difícil soportar una aflicción si viene como fruto y castigo por un pecado. Cuando tenemos problemas por ese motivo, decimos “¡Oh, si tan solo fuese una aflicción que viene de la mano de Dios como prueba, la podría soportar!, pero ha venido sobre mi debido a mi pecado, es un castigo por el pecado. La marca del desagrado de Dios está sobre ella. Es la culpa en medio de ella la que me amarga más que la necesidad sin esa culpa”. Pero si este no es el caso, no tenemos razones para sentirnos deprimidos.

Alguien podría decir ‘Pero, aunque el problema no sea la culpa, esta situación tiene otros problemas, como, por ejemplo, el descrédito del cristianismo. No puedo cumplir con mis compromisos con el mundo, y por eso el cristianismo probablemente sea desacreditado”. Es bueno que tengamos en el corazón cumplir con cada deber. Pero si Dios nos inhabilita mediante su providencia, no es un descrédito para nuestra profesión el hecho de no hacer lo que no podemos, siempre y cuando nuestro deseo y esfuerzo sea hacer lo que podemos y debemos hacer. En este caso es la voluntad de Dios que la indulgencia y paciencia hacia nosotros sea ejercida.

También se podría decir: “Me apena contemplar las necesidades de otros, a los que yo solía aliviar, pero ahora no puedo”. Si no podemos hacerlo, deja de ser nuestro deber, y Dios acepta que entreguemos nuestra alma al que está hambriento de compasión, y que deseemos ayudarle, aunque no podamos suplirlos y aliviarlos materialmente.

Otra cosa que se podría alegar es: ‘Encuentro que esta condición está llena de tentaciones, y que es un gran obstáculo para el camino hacia el cielo’. Toda situación en el mundo tiene sus obstáculos y tentaciones, y si fuésemos prósperos, tendríamos más tentaciones y menos ventajas que ahora. Porque, aunque tanto la pobreza como la riqueza tienen sus tentaciones, estoy seguro que la prosperidad no tiene las ventajas que tiene la pobreza. En ella hay una oportunidad para descubrir la sinceridad de nuestro amor hacia Dios, cuando podemos vivir apoyados en Él, encontrar en Él lo suficiente, y seguirle constantemente, incluso cuando todos los atractivos y motivos externos fallan.

Así pues, hemos visto cómo guardar el corazón de las tentaciones y peligros de una situación humilde en el mundo. Cuando la necesidad oprime y el corazón comienza a hundirse, bendigamos a Dios por estas ayudas para guardarlo.

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