} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL CORAZÓN

sábado, 27 de septiembre de 2014

EL CORAZÓN




Romanos 10:8  Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos:
 9  que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
 10  Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.


CORAZÓN kardia (καρδία) el corazón (en los términos castellanos cardiaco, cardiólogo, etc.), el principal órgano de la vida física («porque la vida de la carne en la sangre está», Levitico_17:11 Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación  de la persona.), ocupa el puesto más importante en el sistema humano. Mediante una fácil transición esta palabra vino a significar toda la actividad mental y moral del hombre, incluyendo tanto sus elementos racionales como emocionales. En otras palabras, se usa el corazón de manera figurada para denotar las corrientes escondidas de la vida personal. «La Biblia declara que la depravación humana halla su asiento en el «corazón», debido a que el pecado es un principio que halla su asiento en el centro de la vida interna del hombre, contaminando por ello todo el círculo de sus acciones. Por otra parte, las Escrituras consideran al corazón como la esfera de la influencia divina. El corazón, al estar tan en el interior, contiene al «hombre interno»   esto es, al hombre real. Representa el verdadero carácter, pero lo esconde».  
En cuanto a su utilización en el NT, denota: el asiento de la vida física, el asiento de la naturaleza moral y de la vida espiritual, el asiento del dolor, del gozo, de los deseos, de los afectos, de las percepciones, de los pensamientos, del entendimiento, de los poderes de raciocinio, de la imaginación, de la conciencia, de las intenciones, de los propósitos, de la voluntad, de la fe.
El corazón, en su sentido moral en el AT, incluye las emociones, la razón, y la voluntad.

 REFLEXIÓN:

Cuando se sacrificaba un animal de acuerdo a la Ley de Dios, el sacerdote daba muerte al animal, lo cortaba en pedazos y lo ponía sobre el altar. El sacrificio era importante, pero aun en el Antiguo Testamento Dios aclara que la obediencia de corazón es mucho más importante (Salmos 40:8 El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón). Dios desea que nos ofrezcamos a nosotros mismos en sacrificio vivo, no animales. Cada día debemos echar a un lado nuestros deseos y seguirle, poniendo todas nuestras energías y recursos a su disposición y confiando en su dirección. Lo hacemos en gratitud porque nuestros pecados han sido perdonados.
 Dios tiene planes buenos, agradables y perfectos para sus hijos. El quiere transformarnos en un pueblo con una mente renovada, vivos para honrarle y obedecerle. Debido a que El solo quiere lo mejor para nosotros y por haber dado a su Hijo para que tengamos vida nueva, deberíamos ofrecernos con gozo en sacrificio vivo para su servicio.
El Señor hizo posible nuestra salvación haciéndose hombre (viniendo a la tierra) y resucitando (levantándose de entre los muertos). La salvación de Dios está frente a nosotros. El vendrá a dondequiera que estemos. Lo único que hay que hacer es aceptar su regalo de salvación. 

  ¿Alguna vez nos han preguntado cómo se hace uno cristiano? Estos versículos nos dan la preciosa respuesta: la salvación está en el corazón y en la boca. Deuteronomio 30:14  Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.
 La gente piensa que debe ser un proceso complicado, pero no es así. Si creemos en nuestro corazón y proclamamos con nuestra boca que Jesús es el Señor resucitado, seremos salvos.
 Habrá veces en que la gente nos defraudará y las circunstancias empeorarán.  Dios cumple su parte del trato: todo aquel que lo invoca será salvo. Dios siempre ha de justificar a los que creen.

 No hemos de estar conformes con la conducta y costumbres de este mundo, que por lo general son egocéntricas y a menudo corruptas. Muchos cristianos dicen sabiamente que la conducta mundana se extralimita demasiado. Nuestro rechazo a formar parte del mundo, sin embargo, debe ir más allá del nivel de conducta y costumbres. Debe estar firmemente arraigado en nuestras mentes. Es posible evitar muchas de las costumbres mundanas sin dejar de ser orgullosos, codiciosos, egoístas, obstinados y arrogantes. Solo cuando el Espíritu Santo renueva, reeduca y reorienta nuestra mente somos en verdad transformados.

Los judíos edificaron sobre un fundamento falso y no quisieron ir a Cristo para recibir la salvación gratuita por fe, y son muchos los que en cada época hacen lo mismo en diversas formas. La severidad de la ley demostró a los hombres su necesidad de salvación por gracia por medio de la fe. Las ceremonias eran una sombra de Cristo que cumple la justicia y carga con la maldición de la ley. Así que aun bajo la ley, todos los que fueron justificados ante Dios, obtuvieron esa bendición por la fe, por la cual fueron hechos partícipes de la perfecta justicia del Redentor prometido. La ley no es destruida ni frustrada la intención del Legislador, pero habiendo dado la muerte de Cristo la satisfacción plena por nuestra violación de la ley, se alcanza la finalidad. Esto es, Cristo cumplió toda la ley, por tanto, quien cree en Él, es contado justo ante Dios como si él mismo hubiese cumplido toda la ley. Los pecadores nunca se diluyen en vanas fantasías de su propia justicia si conocieron la justicia de Dios como Rey o su rectitud como Salvador.

El pecador condenado por sí mismo no tiene que confundirse con la manera en que puede hallarse esta justicia. Cuando hablamos de mirar a Cristo, recibirlo y alimentarnos de Él, no queremos decir a Cristo en el cielo ni Cristo en lo profundo, sino Cristo en la promesa, Cristo ofrecido en la palabra. La justificación por fe en Cristo es una doctrina sencilla. Se expone ante la mente y el corazón de cada persona, dejándola así sin disculpa por la incredulidad. Si un hombre ha confesado su fe en Jesús como Señor y Salvador de los pecadores perdidos, y realmente cree en su corazón que Dios le levantó desde los muertos, para mostrar que había aceptado la expiación, debe ser salvado por la justicia de Cristo, imputada a él por medio de la fe. Pero ninguna fe justifica lo que no es poderoso para santificar al corazón y reglamentar todos sus afectos por el amor de Cristo. Debemos consagrar y rendir nuestras almas y nuestros cuerpos a Dios. Nuestras almas al creer con el corazón, y nuestros cuerpos al confesar con la boca. El creyente nunca tendrá causa para arrepentirse de su confianza total en el Señor Jesús. Ningún pecador será nunca avergonzado de tal fe ante Dios; y debiera gloriarse de ella ante los hombres.

No hay un Dios para los judíos que sea más bueno, y otro para los gentiles que sea menos bueno; el Señor es el Padre de todos los hombres. La promesa es la misma para todos los que invocan el nombre del Señor Jesús como Hijo de Dios, como Dios manifestado en carne. Todos los creyentes de esta clase invocan al Señor Jesús y nadie más lo hará tan humilde o sinceramente, pero ¿cómo podría invocar al Señor Jesús, el Salvador divino, alguien que no ha oído de Él? ¿Cuál es la vida del cristiano, sino una vida de oración? Eso demuestra que sentimos nuestra dependencia de Él y que estamos listos para rendirnos a Él, y tenemos la expectativa confiada acerca de todo lo nuestro de parte de Él.
Era necesario que el evangelio fuera predicado a los gentiles. Alguien debe mostrarles lo que tienen que creer. ¡Qué recibimiento debiera tener el evangelio entre aquellos a quienes les es predicado! El evangelio es dado no sólo para ser conocido y creído, sino para ser obedecido. No es un sistema de nociones, sino una regla de conducta. El comienzo, el desarrollo y el poder de la fe vienen por oír, pero sólo el oír la palabra, porque la palabra de Dios fortalecerá la fe.

Recibimos diariamente del Señor los frutos de su misericordia. Presentémonos, todo lo que somos, todo lo que tenemos, todo lo que hacemos, porque después de todo, ¿qué  es en comparación con las grandes riquezas que recibimos? Es aceptable a Dios, un culto racional, por el cual somos capaces y estamos preparados para dar razón, y lo entendemos. La conversión y la santificación son la renovación de la mente, cambio, no de la sustancia, sino de las cualidades del alma. El progreso en la santificación, morir más y más al pecado, y vivir más y más para la justicia, es llevar a cabo esta obra renovadora, hasta que es perfeccionada en la gloria. El gran enemigo de esta renovación es conformarse a este mundo. Cuidémonos de formar  planes para la felicidad, como si estuviéramos en las cosas de este mundo, que pronto pasan. No caigamos en las costumbres de los que andan en las lujurias de la carne, y se preocupan de las cosas terrenales. La obra del Espíritu Santo empieza, primero, en el entendimiento y se efectúa en la voluntad, los afectos y la conversación, hasta que hay un cambio de todo el hombre a la semejanza de Dios, en el conocimiento, la justicia y la santidad de la verdad. Así, pues, presentémonos con corazón limpio ante Dios.



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