Romanos 10:8 Mas ¿qué dice? Cerca
de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón.
Esta es la palabra de fe que predicamos:
9 que si confesares con
tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con
la boca se confiesa para salvación.
CORAZÓN kardia
(καρδία)
el corazón (en los términos castellanos cardiaco, cardiólogo, etc.), el
principal órgano de la vida física («porque la vida de la carne en la sangre
está», Levitico_17:11 Porque
la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación
sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona.),
ocupa el puesto más importante en el sistema humano. Mediante una fácil
transición esta palabra vino a significar toda la actividad mental y moral del
hombre, incluyendo tanto sus elementos racionales como emocionales. En otras
palabras, se usa el corazón de manera figurada para denotar las corrientes
escondidas de la vida personal. «La Biblia declara que la depravación humana
halla su asiento en el «corazón», debido a que el pecado es un principio que
halla su asiento en el centro de la vida interna del hombre, contaminando por
ello todo el círculo de sus acciones. Por otra parte, las Escrituras consideran
al corazón como la esfera de la influencia divina. El corazón, al estar tan en
el interior, contiene al «hombre interno» esto es,
al hombre real. Representa el verdadero carácter, pero lo esconde».
En cuanto a su utilización en el NT, denota: el
asiento de la vida física, el asiento de la naturaleza moral y de la
vida espiritual, el asiento del dolor, del gozo, de los deseos, de los afectos,
de las percepciones, de los pensamientos, del entendimiento, de los poderes de
raciocinio, de la imaginación, de la conciencia, de las intenciones, de los
propósitos, de la voluntad, de la fe.
El corazón, en su sentido moral en el AT, incluye
las emociones, la razón, y la voluntad.
REFLEXIÓN:
Cuando se sacrificaba un animal de acuerdo a la Ley de Dios, el
sacerdote daba muerte al animal, lo cortaba en pedazos y lo ponía sobre el
altar. El sacrificio era importante, pero aun en el Antiguo Testamento Dios
aclara que la obediencia de corazón es mucho más importante (Salmos 40:8 El hacer tu voluntad,
Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón). Dios
desea que nos ofrezcamos a nosotros mismos en sacrificio vivo, no
animales. Cada día debemos echar a un lado nuestros deseos y seguirle, poniendo
todas nuestras energías y recursos a su disposición y confiando en su
dirección. Lo hacemos en gratitud porque nuestros pecados han sido perdonados.
Dios tiene planes buenos,
agradables y perfectos para sus hijos. El quiere transformarnos en un pueblo
con una mente renovada, vivos para honrarle y obedecerle. Debido a que El solo
quiere lo mejor para nosotros y por haber dado a su Hijo para que tengamos vida
nueva, deberíamos ofrecernos con gozo en sacrificio vivo para su servicio.
El Señor hizo posible nuestra salvación haciéndose hombre (viniendo a
la tierra) y resucitando (levantándose de entre los muertos). La salvación de
Dios está frente a nosotros. El vendrá a dondequiera que estemos. Lo único que
hay que hacer es aceptar su regalo de salvación.
¿Alguna
vez nos han preguntado cómo se hace uno cristiano? Estos versículos nos dan la
preciosa respuesta: la salvación está en el corazón y en la boca. Deuteronomio 30:14 Porque muy cerca de
ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.
La gente piensa que debe ser un
proceso complicado, pero no es así. Si creemos en nuestro corazón y proclamamos
con nuestra boca que Jesús es el Señor resucitado, seremos salvos.
Habrá veces en que la gente nos
defraudará y las circunstancias empeorarán. Dios cumple su parte del trato: todo aquel que
lo invoca será salvo. Dios siempre ha de justificar a los que creen.
No hemos de estar conformes con
la conducta y costumbres de este mundo, que por lo general son egocéntricas y a
menudo corruptas. Muchos cristianos dicen sabiamente que la conducta mundana se
extralimita demasiado. Nuestro rechazo a formar parte del mundo, sin embargo,
debe ir más allá del nivel de conducta y costumbres. Debe estar firmemente
arraigado en nuestras mentes. Es posible evitar muchas de las costumbres
mundanas sin dejar de ser orgullosos, codiciosos, egoístas, obstinados y
arrogantes. Solo cuando el Espíritu Santo renueva, reeduca y reorienta nuestra
mente somos en verdad transformados.
Los judíos edificaron sobre un fundamento falso y no quisieron ir a
Cristo para recibir la salvación gratuita por fe, y son muchos los que en cada
época hacen lo mismo en diversas formas. La severidad de la ley demostró a los
hombres su necesidad de salvación por gracia por medio de la fe. Las ceremonias
eran una sombra de Cristo que cumple la justicia y carga con la maldición de la
ley. Así que aun bajo la ley, todos los que fueron justificados ante Dios,
obtuvieron esa bendición por la fe, por la cual fueron hechos partícipes de la
perfecta justicia del Redentor prometido. La ley no es destruida ni frustrada
la intención del Legislador, pero habiendo dado la muerte de Cristo la
satisfacción plena por nuestra violación de la ley, se alcanza la finalidad.
Esto es, Cristo cumplió toda la ley, por tanto, quien cree en Él, es contado
justo ante Dios como si él mismo hubiese cumplido toda la ley. Los pecadores
nunca se diluyen en vanas fantasías de su propia justicia si conocieron la
justicia de Dios como Rey o su rectitud como Salvador.
El pecador condenado por sí mismo no tiene que confundirse con la
manera en que puede hallarse esta justicia. Cuando hablamos de mirar a Cristo,
recibirlo y alimentarnos de Él, no queremos decir a Cristo en el cielo ni
Cristo en lo profundo, sino Cristo en la promesa, Cristo ofrecido en la
palabra. La justificación por fe en Cristo es una doctrina sencilla. Se expone
ante la mente y el corazón de cada persona, dejándola así sin disculpa por la
incredulidad. Si un hombre ha confesado su fe en Jesús como Señor y Salvador de
los pecadores perdidos, y realmente cree en su corazón que Dios le levantó
desde los muertos, para mostrar que había aceptado la expiación, debe ser
salvado por la justicia de Cristo, imputada a él por medio de la fe. Pero
ninguna fe justifica lo que no es poderoso para santificar al corazón y
reglamentar todos sus afectos por el amor de Cristo. Debemos consagrar y rendir
nuestras almas y nuestros cuerpos a Dios. Nuestras almas al creer con el
corazón, y nuestros cuerpos al confesar con la boca. El creyente nunca tendrá
causa para arrepentirse de su confianza total en el Señor Jesús. Ningún pecador
será nunca avergonzado de tal fe ante Dios; y debiera gloriarse de ella ante los
hombres.
No hay un Dios para los judíos que sea más bueno, y otro para los
gentiles que sea menos bueno; el Señor es el Padre de todos los hombres. La
promesa es la misma para todos los que invocan el nombre del Señor Jesús como
Hijo de Dios, como Dios manifestado en carne. Todos los creyentes de esta clase
invocan al Señor Jesús y nadie más lo hará tan humilde o sinceramente, pero
¿cómo podría invocar al Señor Jesús, el Salvador divino, alguien que no ha oído
de Él? ¿Cuál es la vida del cristiano, sino una vida de oración? Eso demuestra
que sentimos nuestra dependencia de Él y que estamos listos para rendirnos a
Él, y tenemos la expectativa confiada acerca de todo lo nuestro de parte de Él.
Era necesario que el evangelio fuera predicado a los gentiles. Alguien
debe mostrarles lo que tienen que creer. ¡Qué recibimiento debiera tener el
evangelio entre aquellos a quienes les es predicado! El evangelio es dado no
sólo para ser conocido y creído, sino para ser obedecido. No es un sistema de
nociones, sino una regla de conducta. El comienzo, el desarrollo y el poder de
la fe vienen por oír, pero sólo el oír la palabra, porque la palabra de Dios
fortalecerá la fe.
Recibimos diariamente del Señor los frutos de su misericordia.
Presentémonos, todo lo que somos, todo lo que tenemos, todo lo que hacemos,
porque después de todo, ¿qué es en
comparación con las grandes riquezas que recibimos? Es aceptable a Dios, un
culto racional, por el cual somos capaces y estamos preparados para dar razón,
y lo entendemos. La conversión y la santificación son la renovación de la mente,
cambio, no de la sustancia, sino de las cualidades del alma. El progreso en la
santificación, morir más y más al pecado, y vivir más y más para la justicia,
es llevar a cabo esta obra renovadora, hasta que es perfeccionada en la gloria.
El gran enemigo de esta renovación es conformarse a este mundo. Cuidémonos de
formar planes para la felicidad, como si
estuviéramos en las cosas de este mundo, que pronto pasan. No caigamos en las
costumbres de los que andan en las lujurias de la carne, y se preocupan de las
cosas terrenales. La obra del Espíritu Santo empieza, primero, en el
entendimiento y se efectúa en la voluntad, los afectos y la conversación, hasta
que hay un cambio de todo el hombre a la semejanza de Dios, en el conocimiento,
la justicia y la santidad de la verdad. Así, pues, presentémonos con corazón
limpio ante Dios.
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